Cap. XV
Itza se alegró de que el viaje Seúl—Los Ángeles lo hiciera sentada al lado de un extraño, y no con ninguna de sus compañeras. Necesitaba pensar, recordar, reflexionar.
Apenas despegaron se recostó con una almohada, intentando, al menos, descansar. Pedro José le cumplió lo prometido, si no de llamarla diariamente pues la diferencia de horarios lo dificultaba, si lo hizo varias veces, y tal como en la primera llamada, no dejaba de decirle cuanta falta le hacía y lo mucho que la extrañaba. Creo, pensaba Itza, que realmente la separación le ha hecho ver las cosas. Ojalá logremos establecer una relación sólida.
No pudo evitar que su imaginación volara hacia el Sr. Chun—Ho. ¡Qué experiencia sexual tan maravillosa! El hombre era un verdadero experto en esas lides, con un ilimitado repertorio, donde su principal meta era hacer disfrutar a la mujer. Jamás en su vida había conocido a nadie igual. No había cosa que no hiciera para lograr ese fin, aunque siempre le preguntaba si estaba de acuerdo. Sin el menor rastro de violencia, todo lo contrario, sabiendo que puntos tocar, donde besar, donde acariciar, hasta llegar al éxtasis. Itzayana reía para sus adentros. No me arrepiento ni un ápice de esta aventura. Solo me preocupa, Sr. Chun—Ho, que no haya otro que le llegue ni a los talones.
Después de comer y tomar una copa de vino, se durmió, despertándose cuando ya aterrizaban en Los Ángeles. El viaje hasta su ciudad iba a ser pesado, pues casi de inmediato transbordarían.
Itzayana llegó cargada de regalos, tanto para su madre, como para su propia casa, su oficina, el despacho de su padre, Carmen, Maritza, y hasta un hermoso adorno para Pedro José, además de otros varios.
Se citaron para la noche. Pedro José se notaba ansioso y realmente feliz por su regreso. Itza, por el contrario, estaba intranquila, como a la expectativa. Aunque claro que si deseaba verlo.
Llamó para hacer una cita con la Dra. Santillana. Le faltaba tiempo para contarle los pormenores de su nueva aventura sexual.
Igual que cuando cenaron juntos antes de su viaje, se encontraron en el mismo restaurante. Pedro José se levantó para abrazarla, dándose un leve beso en los labios.
— Imagino que lo pasaste maravillosamente, apuntó él.
— Pues sí, fue un viaje estupendo. Nos faltó tiempo para visitar todo lo que hubiésemos deseado, pero creo que hubo una buena planeación. Realmente, son tantos los lugares, que tal vez nos hizo falta una semana más. ¿Y tú, como has estado?
—Pues bien realmente. Mucho trabajo eso sí. Desde la semana pasada estoy yendo con la Dra. Santillana.
—¿Y te sientes a gusto?, ¿Cómo te parece?
Maravillosa; realmente me encanta. Por cierto que me sorprendió el último día que nos vimos que me dijiste que te tratabas con ella.
—Sí, así es. Algún día te contaré los porqués.
—No es necesario Itza. Son cosas personales.
—Gracias. Veremos si alguna vez me siento preparada para ello. ¿Y me extrañaste?
—Claro que si, muchísimo, ¿y tú?
—También, pero ya sabes cómo es esto. Sinceramente creo que extraña más el que se queda, que el que se va. No nos engañemos. ¡Con tantas cosas nuevas para ver!
—Cierto. Se de lo que hablas. ¿Qué te parece si hacemos planes para el viernes?
—¡Por supuesto!. Es más, lo dejo a tu criterio.
La conversación no decayó, pero no volvieron a tocar temas personales. Se despidieron con un largo beso.
—¡Ah, amor, lo olvidaba!, te traje un obsequio. Para tu casa u oficina, donde prefieras, le decía Itza, mientras lo sacaba de su coche.
Llegó a su apartamento con deseos de un baño de tina, con sales, velas aromáticas encendidas y una copa de vino blanco. Una vez instalada, llamó a Maritza.
—¡Hola! ¿Ya estabas durmiendo?
—¡Ay!, qué bueno que me llamas, respondió, acabo de entrar y estaba pensando si sería prudente telefonearte a esta hora. ¡Cuéntame!
—¡Ufff! La conversación da para más tiempo del que disponemos en este momento.
—Pero, ¿si lo pasaste bien en el viaje?, ¿Y Pedro José?
—Bueno, el viaje maravilloso; eso ni hablar. Y con él también, de hecho acabamos de cenar juntos. —Pero me encantaría contarte algunas cosas.
—Ok, Itza. El jueves estaré en la ciudad. ¿Qué te parece si comemos?
—Perfecto. Mañana hago reservaciones en Julliu´s. ¿Cómo a las dos nos vemos allí para almorzar?
—Perfecto amiga, allí estaré.
Itzayana recostó su cabeza en el borde de la tina, terminando de disfrutar el vino. El hecho de estar en la bañera la llevó a la experiencia en el jacuzzi con el Sr. Chun—Ho. Quería fijar en su memoria cada detalle de esa vivencia, pues increíblemente le daba cierto temor y hasta tristeza la posibilidad de llegar a olvidarla.
Estaba completamente segura que con más tiempo, hubiera podido llegar a enamorarse de ese hombre, al que apenas le entendió una tercera parte de lo que le dijo en su mal Inglés. Además, pensaba que un señor de esa edad y posición, probablemente estaba casado. ¡Como si a miles de millas de distancia eso importara!, rió.
Ojalá Sr. Chun—Ho, que lo vivido con Ud. no vaya a resultar en un parte aguas en mi vida; un antes, y un después.
El jueves iba a tener un día ocupado. Los pendientes de su oficina, el almuerzo con Maritza, y la cita a las 7 de la tarde con la Dra. Santillana.
Se reunió con Carmen y Juan Antonio, quien le preguntó cómo había estado su viaje; ella le sonrió respondiéndole:
— Bien, gracias, mientras le extendía un pequeño obsequio, agregando: un recuerdo de aquellas latitudes.
Todo lo concerniente al trabajo estaba perfecto, tal cual ella lo pensaba, así que la junta fue breve.
Pasadas las 2 de la tarde llegó a Julliu´s, y ya Maritza la esperaba. Se abrazaron con el cariño de siempre.
—¡Cuántas ganas de verte!
—De vernos dirás, dijo Itza.
—A ver Itzayana Gálvez, ¿y qué te preocupa?
—Momento, momento. Primero dime como van tus cosas, porque me apodero de la conversación, y se nos pasa el tiempo hablando de mi.
—Pues más o menos. Esta chica y yo aún seguimos juntas, pero no estoy completamente convencida que sea una relación de las de “para siempre”. Todavía no se. Eso sí, en mi trabajo me ascendieron.
—¡Vaya, felicitaciones! Realmente lo mereces. Eres la persona más responsable que conozco.
—Ok. Ok, ya basta de Maritza. Comienza a platicarme, pues no sé porqué siento que traes algo así como una bomba bajo el brazo.
—Itzayana le contó con lujo de detalles su experiencia en Seúl.
—¿Y cuál es tu temor? Porque te noto distinta con respecto de Pedro José.
—Yo misma no me entiendo. Siento que amo a este hombre, que es el ideal que he imaginado desde jovencita; el que quiero para formar una familia, pero...
—¡Pero que, mujer! ¿Temes que cuando tengas intimidad con el no sea ni remotamente como el Sr. Chun—Ho?
—No, no es tanto eso. Ningún hombre es igual a otro. Es más bien que me preocupa que no pueda dejar de lado esa compulsión. Ese irrefrenable deseo de vivir una aventura cuando se me presenta la ocasión. Y también un poco, la verdad, que al llegar a la parte sexual con él, me esté acordando del caballero coreano. ¡Sería terrible!
—Otro tema más para la Dra. Santillana, imagino.
—Si, así es. Esta tarde tengo cita con ella.
—Entonces, me guardo mi opinión, quien mejor que tu terapeuta para orientarte, sin embargo, sigo insistiendo en que no debes preocuparte demasiado. Miles de hombres viven experiencias como esas diariamente y no van al siquiatra.
Las dos se rieron a carcajadas.
—Por cierto amiga, toma, le dijo Itza. Ni creas que me iba a olvidar de traerte un regalo.
La Dra. Santillana se levantó para recibirla con un abrazo:
—Bienvenida. ¿Y te fue bien?, ¿te divertiste? Siéntate y comienza a contarme.
Itza inició con los pormenores del viaje; que visitaron, que hicieron, hasta que llegó al punto álgido.
— Pero... dijo.
— O sea que hay un pero, respondió la doctora
— Si, así es. La verdad es que viví la mejor aventura sexual de mi vida. No se lo puedo negar. Sin omitir detalle, le contó paso a paso como habían sucedido los hechos con el Sr. Chun—Ho.
Mientras hablaba, la terapeuta no la interrumpió ni una sola ocasión, tomando algunas notas. Cuando Itza finalizó, le dijo:
—Pero, ¿hay algo mas, no es cierto? Algo que tiene que ver con Pedro José.
—Si doctora, así es. Sin embargo, le mentiría si le dijera que se de que se trata concretamente. Es un sentimiento...
—¿De culpa?, le preguntó.
—Pues no realmente; es más bien como si a pesar de seguir considerándolo mi hombre ideal, ya no estuviera tan segura de querer pasar mi vida con él. Quizás siento que no podré o no querré dejar de lado estas experiencias. A pesar de que mi mejor amiga me dijo esta tarde que esto lo hacen los hombres todos los días, y lo que menos tienen son sentimientos encontrados. Bueno, no tantos que les produzcan demasiada desazón, ¡a menos que sean descubiertos! Ambas sonrieron.
—Tienes razón Itza, pero ya lo hablamos en nuestras primeras sesiones. El problema es que a ti sí te produce culpa, desazón; algo que no te permite considerarlo como “normal”, y esa es la parte que a mí me interesa desde el punto de vista profesional–como ya te dije en una ocasión—, y que no tiene que ver con lo moral o inmoral, que es muy subjetivo, sino con que te afecta; conque no terminas de aceptarlo para tu vida. Si para ti el tener sexo con desconocidos fuese algo que pudieses vivir sin restricciones, sin que ello te ocasione auto recriminación, no estarías aquí consultándome.
—Dra. Santillana. Percibo que para Pedro José ya llegó el momento de querer tener intimidad conmigo. Está planeando algo especial para el viernes, y francamente no se qué actitud tomar. Si me niego, puede pensar que lo estoy rechazando, pero lo cierto es que, al menos en este instante, no sé si sería capaz de aceptarlo. ¿Qué me aconseja?
—Una sola cosa puedo decirte. Si cuando llegue ese momento tienes la mínima duda, no aceptes. Sería peor para ambos si acaso resultara que él te nota fría, distante. Podría dañarse la relación irreversiblemente. Siempre, en cualquier caso, —continuó—, es mejor posponer una decisión como esa, que decir si, solo por quedar bien. Tú vas a ser perfectamente capaz de percibir en que condición están tus emociones. Actúa en consecuencia.
Mientras conducía el coche hacia su apartamento, Itza iba reflexionando en las últimas palabras de la terapeuta, que se le quedaron grabadas... “Sabes en qué condiciones están tus emociones”; o sea, nadie mejor que tú te conoces. Haría pues lo que tuviera que hacer, sin herirlo, pero tampoco aceptando una situación que no le agradara. Los dos se merecían ser felices y si ese momento llegaba, tendría que sentir que repicaban campanas en su corazón, tal como lo había soñado muchas veces.