Cap. II
Su madre se sorprendió del intempestivo viaje que su hija hizo a la casa de Maritza, pues aunque Itza ya vivía en su propio apartamento, y no daba cuenta detallada de sus movimientos, estaban a diario en comunicación. Respecto del rompimiento con su novio, no quiso mantenerla completamente al margen de los hechos, aunque prefirió no contarle todo. Deseaba saber hasta dónde iba a llegar Juan Antonio; que decisión tomaría por sí mismo, cuando se diera cuenta que el Sr. Gálvez no conocía los detalles de lo sucedido entre ellos, así que solo le dijo:
— Terminamos mamá.
—¿Cómo?
—Sí, mi novio y yo terminamos, y por favor, de esta forma quiero que lo acepte papá, sin aspavientos. He sido yo la que tomé la decisión y quiero que sea respetada, sin afectar el trabajo de Juan Antonio.
—Está bien hija, ya eres mayorcita. Será como quieres.
La empresa de transportes de su padre, no era la más grande del país ni mucho menos, pero si era una compañía sólida y próspera. Itza era la encargada del departamento de Recursos Humanos, y el novio... bueno, el ex, el Gerente Administrativo. Allí mismo se habían conocido y enamorado, iniciando una relación que para todos en la empresa tenía un final: el casamiento. Sin embargo, a los pocos días del suceso, también fue evidente que el noviazgo había terminado, amén de los rumores que ya se corrían desde tiempo atrás, respecto del filtreo que Juan Antonio se traía con su secretaria.
El lunes siguiente, antes de mediodía, recibió un memorándum de la gerencia, donde se informaba que la asistente había renunciado, y se solicitaba se le preparara su liquidación. Itzayana le encargó al contador tal encomienda, sin mostrar ni la menor emoción en su rostro. Habían tratado de evitarse durante toda la semana, pero esa tarde había una reunión, y el encuentro iba a ser insoslayable. Hoy comprobaré si ese hombre, como lo creo, ha dejado de tener importancia en mi vida, pensó Itza.
Ella fue la segunda en llegar a la sala de juntas, encontrándose solo su padre, que revisaba unos papeles. Le dio un beso, sentándose a su lado.
—¿Como estas, hija? Me dijo tu madre que terminaron Juan Antonio y tu...
—Si, papá.
—¿Qué sucedió?
—Nada importante realmente, no era lo que yo pensaba, pero no te preocupes, no tiene que ver con el trabajo.
—Bien, respeto tu decisión, sin embargo, tenemos que hablar.
—Si, está bien, pasaré por la casa en la noche.
En ese instante comenzaron a entrar todos los ejecutivos, encabezados por Juan Antonio, que fugazmente buscó su mirada. Itza se la sostuvo impasible, sin un rastro de emoción en sus ojos.
Todo transcurrió sin contratiempos. No cabía duda que el Gerente Administrativo conocía su trabajo, por lo que Itza pensó que no sería justo que por algo personal, fuera ella a despojar a su empresa de un elemento valioso. Si él no tenía la dignidad de renunciar, ella no iba a anteponer su orgullo. Lo trataría como lo que era realmente; un empleado útil, sin ir más allá, ni tomar en cuenta otras consideraciones. Una cosa le quedó completamente clara. Sea lo que fuere lo que sintió por él, estaba muerto y enterrado. Respiró con satisfacción.
Cuando en la noche se retiró de la casa de sus padres, estaba completamente segura que ambos pensaron que había dejado al novio porque no la llenaba sexualmente, o algo parecido.
Era preferible. Pretendía tener la sartén por el mango, y como única venganza, la satisfacción de que Juan Antonio, irremediablemente, siempre iba a sentirse en deuda. Por muy cínico que fuera, cada vez que la encontrara en los pasillos, o se vieran en alguna junta, se le vendrían a la mente sus actos, y no le quedaría otro remedio que sentir vergüenza, si es que alguna le quedaba.
El tiempo transcurrió inexorablemente. Un medio día, cuando ella creía que el asunto—novio estaba zanjado, se presentó Juan Antonio en el restaurante donde solía almorzar. Le preguntó si podía sentarse y casi sin esperar respuesta, lo hizo.
Itzayana lo miró fijamente, esperando una explicación.
—Quería hablar contigo, le dijo.
—¿Cómo de qué?
Primero darte las gracias. Te has comportado como lo que eres, una dama. Una ejecutiva en toda la extensión de la palabra, que ha sabido dejar de lado de una manera por completo profesional, sus asuntos personales. Además, quería pedirte perdón. Me comporté como un patán. Reconozco lo imperdonable de mis actos, pero quería llamarte a la reflexión. Lo nuestro era una relación sólida, nos amábamos. Habíamos hablado de casarnos.
—¿Tú me estas pidiendo que volvamos, Juan Antonio?
— Te estoy pidiendo que lo reconsideres, que por un error mío que prometo, juro, que no volverá a repetirse, no debemos echar todo por la borda.
—Dijiste bien, nos amábamos. Yo ya no te amo, y tú, estoy segura que nunca sentiste nada por mí.
—¡Pero yo aún...!
—¡Ni me lo digas, por favor! Un hombre que traiciona como tú lo hiciste, no sabe lo que es amar, y además, jamás cambia; ¡jamás!, y por otro lado, yo dejé de quererte justo en el instante que entré a tu oficina y te encontré en aquélla, para mí, desagradable situación.
—¡Pero Itza!
—¡Nada! Eres un empleado eficiente, competente, pero poco fiable como hombre, lo cual espero no repercutirá en la Empresa y tenga que arrepentirme de no haberte denunciado con mi padre. Actuaste cobardemente permitiendo que la joven “renunciara”, cuando creo que el que debió hacerlo eras tú. Para mi vas a estar siempre en la mira; estaré pendiente de tu actuación. Pero solo eso. No podría volver a tener algo contigo.
—¿Me desprecias?
—¡Dejémoslo así! Y por favor, retírate de mi mesa, que deseo comer en paz.
Itza se dio cuenta que no experimentó ninguna satisfacción por lo que acababa de hacer y decir. Sintió que solo había actuado con, y por dignidad.
Agradeció en su interior que Juan Antonio hubiera tomado la iniciativa de venir a hablarle, pues pudo comprobar que era un capítulo completamente cerrado para ella. Ni siquiera sentía rabia.
En la noche decidió llamar a Maritza para contarle, y seguidamente, a su madre. Mañana voy a pasar el día contigo; quiero que cocinemos.
Itzayana era el vivo retrato de su progenitora, Luz María Suarez, una mujer que a sus casi cincuenta se conservaba espléndidamente. Como hija única y mujer, las dos eran muy compinches, muy amigas, especialmente desde que ella entró a la universidad, pues antes de eso, y a pesar de que siempre tuvieron una buena relación, su madre insistía que eran madre e hija, por encima de todo. Si el trabajo se lo permitía, Itza se pasaba por lo menos un día cada quince en la casa familiar.
Cocinaban, tejían, veían viejos álbumes; conversaban de todo. Esos aromas de la cocina de su madre eran insustituibles para ella.
—Mamá, hoy quiero que me enseñes a preparar un buen fondue de queso; tengo proyectada una reunioncita en mi depa.
Pasaron un día maravilloso. Por primera vez su madre le contó, a una pregunta de ella, cosas sobre su vida matrimonial que ignoraba, como por ejemplo, que se había casado embarazada de dos meses.
—¡Mamá! Por eso te casaste tan joven, ¡17 años!
— Si hija, así fue. Pero no me arrepiento. Tu padre es un maravilloso esposo y padre y además, te tenemos a ti.
— Gracias mami, me consta que mi padre ha sido grandioso, quizás porque él era un poco mayor que tu. Tenía 25 años ¿verdad?
—Si así es.
—Mamá, ¿y mi padre nunca te ha sido infiel?
—No que yo sepa. Si lo ha hecho jamás me ha dado motivo de sospecha, y cuando ha tenido que viajar solo por asuntos de la empresa – ya sabes que generalmente quiere que lo acompañe –, pero cuando no ha sido posible, tampoco ando averiguando que hizo o dejó de hacer. Tal vez tú, que eres joven, consideres esta postura equivocada; de alguna forma conformista.
—No mami, todo lo contrario, la considero inteligente. Tampoco perdonaría jamás a un hombre que traicionara mi confianza, porque en ella se debe basar una buena relación. Si hay que andar investigando que hace la pareja fuera de casa, es porque no vale la pena. Pero, ¿de veras no le preguntas? ¿No sientes curiosidad?
—Curiosidad claro que sí, pero también creo en él, y si no ando investigando tonterías, es porque de saber algo, lo dejaría; no podría seguir a su lado.
Se fueron a la cocina a preparar la fondue, con el tiempo justo de que su padre comiera con ellas cuando regresara en la tarde. Sirvieron en la terraza de una parte del jardín, que la dama había cerrado para disfrutarlo en épocas de más frio, como la actual.
Lo pasaban estupendamente juntos. Itza no dejaba de observar como su padre miraba continuamente a su mamá; como la abrazaba por cualquier motivo. Definitivamente, pensó, yo no podría aceptar menos que una relación como esta en mi vida.
Cuando se retiró, iba recapitulando mientras conducía, lo agradecida que les estaba por no haber mencionado para nada su rompimiento con Juan Antonio, y además, ¿qué dirían, si les compartiera las ideas que últimamente tenía en su cabeza?