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El desarrollo urbano en las civilizaciones del Extremo Oriente
asiático: Chang An y Angkor Wat
Cuando en el siglo XIII el viajero italiano Marco Polo visitó China, se quedó asombrado al contemplar una «nueva» y extraña civilización. Años después, regresó a Europa y escribió un libro en el que narró las maravillas que observó. Los lectores del libro no daban crédito a lo que consideraban puras exageraciones que no podían ser realidad, de ahí que se conociera popularmente al libro como El millón, pues se decía que, según Marco Polo, la mayor parte de lo que había en el extremo oriental de Asia era tan grandioso, que tenía que ser contado por millones.
Ciertamente, Marco Polo pudo exagerar en determinadas apreciaciones, pero cuando hacia referencia a la población y a las ciudades, sus pretendidas exageraciones no eran tales en la mayor parte de los casos. Las grandes urbes que Marco Polo visitó poseían un volumen de población enormemente superior a las de la Europa de su tiempo. El millón no era, sin embargo, una forma despectiva de denominar a su libro, en numerosos casos representaba una realidad que los europeos desconocían, pero que en China y otros lugares era la habitual.
Y eso que cuando el viajero italiano visitó estos lugares, muchos de ellos no atravesaban precisamente por su momento más floreciente. Así se quedó estupefacto con Kambalik, la ciudad del kan o soberano, a la que hoy conocemos con el nombre de Pekín o Beijing. Pero la capital imperial no era, pese a todo, comparable a otras aglomeraciones que habían existido anteriormente en la propia China o en países de su entorno.
La importancia urbana de Asia durante la Edad Media era tal que, forzosamente, debemos seleccionar las ciudades más representativas para obtener una muestra que permita conocer su civilización. En este caso hemos elegido dos ejemplos, Chang An, la capital de China durante la época de las dinastías Han (siglo III a. C. al III d. C.) y Tang (ss. VII al X); y Angkor Wat, la capital del Imperio Jemer en Camboya entre los siglos IX y XV.
Pero aunque serán estas dos ciudades las que más acaparan nuestra atención, no debemos olvidar que el fenómeno urbano en Asia Oriental alcanzó un desarrollo considerablemente superior al de cualquier otra zona del mundo.
Resultaría prolijo, y hasta cierto punto aburrido, presentar una lista con las ciudades que destacaron durante esta época. Sus nombres son casi desconocidos para la mayoría de las personas y el número que sería necesario citar muy elevado. Pero es preciso hacer referencia al menos a las más importantes.
Así, en China, Kaifeng fue la ciudad más poblada del mundo en el siglo XI; Hang Zhou lo fue en el XII; y Nankin en el XIV. Y, por motivos de límite temporal en este libro no incluimos a Pekín, la capital imperial, que lo sería a partir del XVI.
Tampoco incluiremos ciudades del ámbito hindú, que fueron junto con las chinas las más importantes del mundo medieval, ni es posible hacerlo con las de Japón, como Nara o Kyoto, que a partir del siglo VIII fueron las capitales imperiales del archipiélago nipón.
Hemos pues de centrar nuestro estudio en una muestra representativa del mismo, y hemos elegido las dos urbes que más población albergaron entre todas las anteriormente citadas, pero su estudio será suficiente para que tengamos una idea del florecimiento urbano que tuvieron aquellas civilizaciones del mundo oriental.
LA TUMBA COLOSAL DEL PRIMER EMPERADOR
Hace más de tres mil años surgió un poblado en la confluencia de los ríos Wei Ho y Feng Chuio, dos afluentes del Huang Ho o río Amarillo. El nombre del poblado era el de Feng Hao, ubicado en lo que hoy es la provincia de Shaanxi, en el centro de China, al suroeste de lo que es la actual ciudad de Xian. Con el paso de los siglos fue creciendo hasta albergar a más de 50 000 personas. Era una elevada cantidad de población para una ciudad de hace dos milenios y medio, pero para los abigarrados conjuntos urbanos de la China de aquel tiempo no pasaba de ser una ciudad con un tamaño medio.
Pero a mediados del siglo III a. C. ocurrió algo que hizo cambiar la historia de Feng Hao y de la misma China. Un personaje llamado Qin Shi Huang se proclamó en el año 247 a. C. emperador de China, y unificó la gran cantidad de reinos existentes y transformando de manera muy significativa el país (a él se le debe, entre otras muchas cuestiones, el inicio de la construcción de la Gran Muralla China). En el año 210 a. C. Qin murió, pero años antes de su fallecimiento se había fijado en la ciudad de Feng Hao como lugar en el que deseaba que descansasen sus restos.
La posición que ocupaba la ciudad era muy buena desde la perspectiva del primer emperador, y por eso dio orden de que más de 700 000 personas trabajasen en la erección de un túmulo que alcanzó los 150 metros de altura (bajo el cual se supone que todavía se conserva la tumba Qin) y que ocupaba una superficie de 2,5 km2. En conjunto, el complejo funerario de Qin, situado a unos 40 kilómetros al este de la ciudad, se extendía por 56 km2, y además de su tumba imperial, que todavía no ha comenzado a excavarse, decidió enterrar también un ejército realizado en terracota compuesto por unos 8000 soldados y caballos. Este ejército apareció de manera fortuita en unas excavaciones realizadas en 1974, y desde entonces puede contemplarse como una de las mayores atracciones de la arqueología china.

En la tumba del primer emperador de China ubicada muy cerca de Chang An, se encontraron enterrados miles de guerreros realizados en terracota.

El plano de Chang An muestra una morfología claramente ortogonal que posteriormente influyó sobre otras ciudades de Asia Oriental.
Ocho años después de la muerte de Qin, un campesino llamado Liu Bang encabezó una revuelta contra el emperador que ocupaba el poder y sorprendentemente triunfó. De esta forma, Liu se proclamó nuevo emperador.
Para entroncar la nueva dinastía con la anterior, Liu decidió instalar su nueva capital cerca de la tumba imperial de Qin, y así, la antigua Feng Hao se transformó por completo conociéndose a partir del año 202 a. C. como Chang An, que en chino significa «Perpetua Armonía» o «Paz Eterna».
Liu no reparó en gastos en su nueva capital. El perímetro urbano era nada menos que de 25 kilómetros, a cuyo interior se accedía mediante doce puertas. Para fomentar su ocupación, el emperador obligó a que la aristocracia militar china se instalase forzosamente en la misma.
Chang An se diseñó siguiendo un plano cuadriculado y contaba con avenidas de hasta 82 metros de anchura. Con el objeto de mejorar su abastecimiento de agua se construyó un canal de 125 kilómetros que la conectaba directamente con el río Amarillo. En el interior de la ciudad se construyeron una serie de edificios de enorme suntuosidad, como el gigantesco Palacio Interminable, una mole de casi 5 km2, así como otras dependencias imperiales como el palacio de la Eterna Felicidad o el Pabellón de la Lluvia Automática, de sugestivo nombre. Se dice incluso que llegó a existir una pagoda que poseía una altura de 115 metros, pero de ella sólo nos han llegado referencias puesto que tan elevado edificio no se ha conservado.
A partir del año 141 a. C. Chan An se convirtió en el punto final de la primitiva Ruta de la Seda, a través de la cual se exportaba esta fibra hacia Europa. La ciudad se había convertido en el lugar más importante de China, no sólo político, sino también económico y cultural, pues allí se ubicó el mayor centro de estudios de todo el país.
Esto tuvo una repercusión directa sobre su población. No es fácil precisar cuál era el volumen de la misma, pero un censo realizado en el año 2 de nuestra era arrojó una cifra de 80 000 viviendas en la urbe, lo que ha llevado a pensar que la población que albergaba la misma debía oscilar entre 246 000 y 400 000 personas, según las diferentes hipótesis. Sea cual fuera, era probablemente la mayor concentración humana del mundo después de Roma y Alejandría.
LOS HUNOS Y LOS SUI
Pero el auge de Chang An no llegó a cumplir los dos siglos. En el año 9 de nuestra era sufrió un primer ataque por parte de campesinos que protestaban por la situación miserable en la que se encontraban. En el año 23 sufrió un segundo ataque mucho más devastador, una turba campesina denominada los Cejas Rojas, la atacaron saqueándola y destruyéndola. Fue tal el estado en el que la dejaron que, al año siguiente, la nueva dinastía reinante de los Han orientales, ni siquiera se planteó su reconstrucción, decretando el traslado de la capitalidad hasta Luo Yang.
Chang An no desapareció totalmente, pero su población se vio considerablemente mermada por estos hechos, y quizás posteriormente no alcanzó ni siquiera los 80 000 habitantes. Debió continuar siendo una ciudad importante, porque a pesar de las destrucciones experimentó nuevos ataques por parte de los hsiung nu o hunos en el año 48, y en 184 sufrió otra agresión de campesinos desesperados, en este caso de los llamados Turbantes Amarillos.
Resulta difícil explicar el por qué, pero a pesar de tanta degradación la ciudad se mantuvo, aunque medio en ruinas, y no llegó a abandonarse. Esto resulta todavía más asombroso cuando conocemos que entre el año 299 y el 317 recibió nada menos que ¡cinco ataques! por parte de los hunos y otros pueblos nómadas y, a pesar de quedar muy quebrantada, Chan An resistió entre tanta desolación.
Sin duda, Chang An debía estar prácticamente arrasada en esta época, pero a mediados del siglo VI sucedió un hecho importante del que ya hablamos en el capítulo segundo de este libro. El emperador bizantino Justiniano reinició el comercio por la Ruta de la Seda que había quedado aniquilada tras tanta invasión y destrucción. Chang An se ubicaba en el extremo occidental de la civilización china, de ahí que fuera punto de partida y también de llegada del comercio procedente de Europa y de Oriente Próximo. La ciudad empezó a recuperarse poco a poco y a finales de ese siglo, una nueva dinastía, la de los Sui, emprendió un proyecto de remodelación para crear una nueva capital a la que dieron por nombre Da Xin, o «Gran Prosperidad».
A partir del año 581 las obras comenzaron, diseñándose una gigantesca urbe con unas proporciones descomunales, pues en un principio tenía unas dimensiones de 9,6 kilómetros de largo por 8,4 de ancho, que posteriormente se ampliaron aún más hasta alcanzar 84 km2 de superficie. Es difícil encontrar en la historia, antes del siglo XIX, una urbe que poseyera unas dimensiones tan gigantescas.
La ciudad se trazó de nuevo con un plano rectangular. El centro de la misma estaba atravesado por una anchísima avenida (la Gran Vía Imperial) que medía 155 metros entre acera y acera. Se ubicaron en ella numerosos palacios, jardines, centros administrativos, dos enormes mercados y lagos interiores. Da Xin se dividía en 106 barrios, cada uno de los cuales tenía su propio templo. En ella se practicaban libremente toda clase de religiones: principalmente budismo (con más de 300 templos), pero también taoísmo, zoroastrismo, cristianismo nestoriano y, posteriormente, el islam, que llegó incluso a contar con una gran mezquita.
Un complejo con unas dimensiones semejantes necesitaba para mantener a su población un excelente abastecimiento de agua, y para ello se decidió construir un nuevo canal mucho mayor que el que existió antiguamente, pues este había quedado prácticamente cegado por la acumulación de sedimentos y por la falta de cuidados. Así, a partir del año 584 y por espacio de casi dos siglos, se decidió la construcción de un gigantesco Gran Canal Imperial. Sus dimensiones eran asombrosas, porque cuando estuvo terminado se había convertido en una arteria de unos 2700 kilómetros de largo que recorría buena parte del interior de China, con una anchura de 40 metros y una profundidad de 4.
CHANG AN DURANTE LA DINASTÍA TANG
Para llevar a cabo esta descomunal obra se calcula que hizo falta el trabajo de cinco millones de personas, de las cuales cerca de un millón debió hacerlo en la construcción de los tramos más próximos a Chang An. El esfuerzo que se le exigió al campesinado en este sentido provocó la caída de la dinastía Sui, y la subida al poder de una nueva dinastía en 618, la Tang, pero esta, lejos de paralizar las obras, las incrementó de la misma manera, lo que también engrandeció aún más a Chang An (denominación que se le devolvió tras la llegada al poder de los Tang) a la que mantuvieron como capital. Fue durante esta época cuando la ciudad llegó a su apogeo.
Durante casi dos siglos, Chang An se convirtió en la mayor ciudad del mundo y, aunque es extremadamente difícil calcular el número de personas que en este período de mayor prosperidad residió en ella, es evidente que debió de ser muy elevado dadas las características que poseía.
Según diferentes autores, la ciudad no debía alcanzar los 90 000 habitantes cuando los Sui la convirtieron en la capital imperial, pero sólo medio siglo después se calcula que ya debía albergar a unas 400 000 almas, y a mediados del siglo VIII es muy posible que superase el millón de habitantes, aunque esta afirmación no se puede comprobar con los datos que poseemos.
Sin embargo, un censo realizado en el año 742 otorga a la ciudad la asombrosa cifra de 362 921 familias. Ello ha hecho pensar a determinados autores que el conjunto urbano, junto a los barrios existentes en su periferia, podía llegar a superar el millón y medio de habitantes, cantidad que se arroja como excesiva ante los inevitables problemas de transporte y abastecimiento de alimentos para cubrir las necesidades de tan enorme tamaño de población.
Probablemente, nunca sabremos con precisión cuántas personas vivieron en la ciudad, y más mientras no se avance mucho más en el conocimiento de las excavaciones arqueológicas que se llevan a cabo en el recinto que ocupó. Pero aunque estas estimaciones pequen por exceso, no cabe duda que debió ser una población con un tamaño impresionante, quizás incluso mayor que la propia Roma imperial, aunque esta afirmación no pueda ser aceptada por todos los especialistas del mundo de las ciudades antiguas.
No sólo era su tamaño o el volumen de su población. El conjunto monumental que poseía Chang An debía ser admirable. Edificios como la Gran Pagoda del Ganso Salvaje, que aún se conserva tras numerosas reconstrucciones, el Templo de la Gracia Maternal, la mansión de la princesa Tai Ping, la pagoda Xiao Yan, la biblioteca de Xuan Lang, el palacio Da Ming, etc. son sólo algunos ejemplos de los cientos de edificios primorosos que debió albergar dentro de sus muros.
Era, sin duda, la ciudad más populosa, civilizada y cosmopolita del mundo. En ella o en sus proximidades apareció la imprenta y el papel moneda, se dice que poseía árboles frutales en todas sus avenidas. Su riqueza se derivaba del floreciente comercio que propiciaba la Ruta de la Seda, de la enorme fertilidad de su tierra aluvial que favorecía abundantes cosechas, de las fábricas de manufacturas textiles (en especial las sederías, como era lógico) y también por el hecho de que recibía todos los impuestos del Imperio chino, que revertían a la corte para aumentar el tesoro del emperador.
Su organización interna estaba muy jerarquizada en clases sociales y en barrios, en función de las características económicas de su población. Se dice incluso que había un barrio especial dedicado a los homosexuales y otro a las prostitutas. Chang An siempre fue un modelo de tolerancia desde muchos puntos de vista en su época de esplendor, y no sólo en lo religioso, como antes mencionamos, sino también en lo social o incluso en lo moral.

La pagoda gigante del Ganso Salvaje es uno de los monumentos más representativos de Chang An durante la época Tang, aunque actualmente su altura es más reducida de la que tuvo antiguamente.
Su influencia en el mundo de su tiempo fue tal que sirvió de modelo para la construcción de numerosas ciudades, entre las que cabe mencionar las capitales imperiales de Japón, Nara y Kyoto, y de la posterior capital China, Pekín.
DECADENCIA Y SUSTITUCIÓN POR XIAN
Pero al igual que le sucedió siete siglos antes, cuando mayor era el apogeo de Chang An, mayores fueron también los problemas con los que se tuvo que enfrentar. En el corto espacio de 34 años, la ciudad fue atacada, saqueada y recuperada por los Tang en cinco ocasiones. En el 756 fueron lo uigures los primeros en dañarla, en el 763 una rebelión de campesinos dirigida por An Lushan, en el 769 los tibetanos tufán, en el 783 una nueva rebelión campesina dirigida por Jiang Yuan, en el 790 de nuevo los tibetanos…
El problema principal radicaba en que los impuestos que se cobraban al campesinado se habían incrementado considerablemente para sufragar los enormes gastos de la corte imperial y las grandes obras llevadas a cabo en la capital, de ahí que la insatisfacción se manifestara en estallidos de violencia por parte de los campesinos oprimidos. Esto propició la debilidad del poder imperial, y de esta manera los pueblos de la periferia china vieron facilitada su labor de continuos ataques y saqueos.
A pesar de estos, Chang An continuó siendo una gran ciudad durante buena parte del siglo IX. Es cierto que con los ataques y saqueos anteriores había quedado muy dañada, pero los emperadores la reconstruyeron una y otra vez cada vez que la recuperaban. A finales del siglo VIII, su población debía ser de unos 800 000 habitantes, o quizás algo menos. A mediados del IX todavía debían de vivir en la capital unas 600 000 personas, pero poco después se volvió a abatir la catástrofe sobre la infortunada ciudad.
La dinastía Tang se encontraba cada vez más asfixiada económicamente y, ante tal situación, los emperadores recurrieron de nuevo a la peligrosa táctica de aumentar todavía más los impuestos a unos campesinos que se encontraban en una situación desesperada. Así, entre los años 880 y 882 el campesinado dirigido por Huang Zhao se rebeló y la sometió durante dos años a un terrible baño de sangre del que ya no se recuperó. Los emperadores, ante la situación en que quedó, decidieron abandonarla definitivamente como capital imperial y se trasladaron de nuevo a Luo Yang. Con ellos marchó toda la corte imperial y también los grandes señores feudales que se habían instalado al amparo de la misma.

Panorámica exterior de las murallas de Xian, la ciudad construida sobre las ruinas de Chang An, después de que esta entrara en decadencia.
El empobrecimiento y el caos se adueñaron de la desgraciada ciudad. En el año 904 el emperador Zhu Qang obligó a la mayor parte de la población que quedaba a trasladarse a la nueva capital. Chang An entró en una crisis total, y si no desapareció por completo sólo fue debido a que continuaba siendo una escala fundamental en el tráfico comercial que transitaba por la Ruta de la Seda. Su población, muy probablemente, ya no alcanzaba ni los cien mil habitantes a mediados del siglo X.
Y todavía no había tocado fondo en la sucesión de desgracias que le tocó vivir. Entre 1211 y 1279 la invasión de los mongoles le trajo nuevas calamidades. El Gran Canal Imperial fue cortado y cegado, la Ruta de la Seda se desvió por otra trayectoria diferente y hubo que promover las rutas marítimas como alternativa al desquiciamiento de la economía china. Los mongoles incluso le cambiaron el nombre a la ciudad y la denominaron Feng Yuan, pero por aquella época poco debía quedar en pie en la misma, pues había sido prácticamente arrasada y sólo era posible contemplar una enorme extensión de ruinas semiabandonadas. La zona habitada se había reducido a un 6% de la que tuvo en su momento de esplendor y se concentró en uno de los pocos sectores que todavía no habían sido pasto de la destrucción.
A mediados del siglo XIV, la ciudad prácticamente no existía, aunque entre sus ruinas seguían viviendo varios miles de personas. Pero a partir de 1369 y en los nueve años siguientes, una nueva dinastía, la Ming, decidió reconstruir la ciudad. No se trataba ya de la antigua Chang An, que había desaparecido en su mayor parte, sino de una nueva urbe a la que le pusieron de nombre Xian, que significa «Paz Occidental». No era una gran ciudad, pues se calcula que sólo superaría ligeramente los 100 000 habitantes, y así se mantuvo con un ligero crecimiento hasta el siglo XIX.
Sin embargo, hoy día Xian es una de las grandes ciudades de China, y aunque dista mucho de las enormes metrópolis orientales, su población supera en la actualidad los cuatro millones de habitantes, y su legado para la cultura universal sigue siendo imperecedero.
ANGKOR WAT, LA CIUDAD PERDIDA EN MEDIO DE LA SELVA
Las leyendas sobre ciudades perdidas en la selva son bastante frecuentes entre muchos pueblos de las zonas intertropicales. En ellas se narra cómo antiguas civilizaciones llegaron a construir complejos monumentales en los que habitaron miles de personas, pero también explican que, estas mismas ciudades, fueron posteriormente abandonadas por sus habitantes para ser luego cubiertas por la maleza y la vegetación hasta hacerlas prácticamente impenetrables para los seres humanos.
Probablemente, la más conocida de todas ellas sea la que se cuenta en una famosa obra titulada El libro de la selva, escrita por el novelista anglo-indio Rudyard Kipling en 1894. En ella se describe como Mowgli, un niño abandonado al poco de nacer, visita una de esas ciudades acompañado por diversos animales. Kipling se inspiró, muy probablemente, en el reciente descubrimiento que pocos años antes había tenido lugar en lo más profundo de la selva de Indochina. Allí, tres décadas antes, se habían encontrado las ruinas de una enorme ciudad a la que la selva se había tragado mucho tiempo antes, pero que en aquel momento estaba siendo dada a conocer tras varias centurias de olvido.
A finales del siglo XIX, misioneros y científicos europeos se habían adentrado en el territorio selvático de lo que es la actual Camboya, y en medio de la maleza encontraron un fascinante complejo arquitectónico en el que las raíces de los árboles y una vegetación espesa y frondosa cubrían rostros esculpidos por una antigua civilización. En medio de lagos, plantas trepadoras y lianas, aparecían templos majestuosos en los que incluso resultaba difícil adivinar cuáles eran sus verdaderas formas, dada la gran espesura que los recubría.
El mundo occidental comprobó asombrado cómo mucho tiempo antes, en el corazón de un territorio terriblemente hostil y salvaje, había florecido una de las mayores civilizaciones urbanas que ha conocido la historia, pero de la cual, se había perdido su recuerdo desde hacia bastantes siglos.
Los investigadores se preguntaron cómo era posible que se hubiese construido una ciudad de tan enormes dimensiones y con tantas obras de arte maravillosas como las que allí había en un medio tan poco favorable. Su extensión era tal que algunos de esos estudiosos llegaron a apuntar que, en su momento de máximo esplendor, todo aquel gigantesco conjunto urbano podía haber albergado a un volumen de población estimado entre un millón y un millón y medio de personas. En la actualidad resulta difícil conceder crédito a semejantes especulaciones, pero los espectaculares restos siguen ahí y alguna justificación debió tener su existencia y la magnitud que alcanzaron.
Pero si la pregunta sobre quién y cuándo levantó aquellas imponentes construcciones carecía de respuesta, todavía más inquietante resultaba el hecho de saber por qué habían sido abandonadas de una forma tan total y absoluta tiempo después.
Todavía hoy no hemos encontrado respuestas completamente satisfactorias a todas estas preguntas, pero nuestros conocimientos al respecto sí que han mejorado bastante y aún con lagunas, es posible reconstruir la historia de la ciudad «perdida en la selva» de la siguiente manera.
EL MAYOR TEMPLO DEL MUNDO
En el centro de Camboya se encuentra un enorme lago llamado Tonle Sap o «Lago de Agua Fresca». Se trata de una región muy húmeda a consecuencia de las abundantes lluvias monzónicas, recorrida por numerosos ríos que evacuan sus aguas hacia el mencionado lago. Es por este motivo una zona fértil, en la que el cultivo del arroz de forma intensiva permite la subsistencia de una elevada población.
Desde hace varios miles de años ha sido un territorio habitado por agricultores que han aprovechado las ventajas que la naturaleza ofrece para explotar la tierra adecuadamente. Es el denominado país de los khmers o jemeres, que es el nombre que se dan a sí mismos sus habitantes y que nosotros conocemos como Camboya (aunque hasta hace unas décadas el país también se denominó Kampuchea).
Poco después del año 800 de nuestra era, el rey jemer Jayavarman II decidió trasladar su capital a un lugar al norte del Tonle Sap y, para garantizar el aporte de agua necesario para sus habitantes, ordenó construir un baray (palabra que podemos traducir por «estanque, embalse o lago artificial») con unas dimensiones enormes, pues medía, y todavía mide, 25 kilómetros de largo por 10 de ancho. Ello explica porqué sus muros tienen una anchura ciclópea de 90 metros y una altura de nueve. Se trata del conocido hoy día como Gran Baray Occidental.
Unos cuarenta años después de la muerte del anterior rey subió al trono un nuevo soberano, Yasovarman. Este, a partir del año 889, decidió la construcción a gran escala de una ciudad junto al baray y la denominó Yasodharapura, que en el idioma sánscrito significa «Ciudad Sagrada» o «Ciudad gloriosa». Para aumentar el suministro de agua, el monarca hizo construir un gran canal desde Siem Reap, al sur, que conectaba con el lago Tonle Sap. La ciudad tenía unas dimensiones de 4 por 4 kilómetros, y se estima que en ella podían vivir en aquel momento entre ochenta y noventa mil personas.
Poco después del año 1000, un nuevo rey llamado Suryavaman I acabó las obras que se habían iniciado dos siglos antes en el Baray Occidental y aprovechó para planificar de forma más regular la ciudad que se estaba construyendo y a la que la que sus habitantes comenzaban a llamar Angkor, que en lengua jemer quiere decir «La Capital».
Durante el siglo XI, y a pesar de algunas revueltas y problemas sociales, Angkor, a la que desde ahora llamaremos así, no cesó de crecer. A finales de este siglo se calcula que al menos 140 000 personas vivían en la misma, aunque en los campos de los alrededores se concentraban sin duda muchas más.
El reino jemer no dejaba de progresar y de engrandecerse, tanto demográfica como económica y territorialmente. De ahí que a comienzos del siglo XII, y con la subida al trono de un capaz gobernante, el rey Suryavaman II, este decidiera proclamarse emperador de todos los territorios conquistados por los jemeres.
Como muchos otros emperadores, Suryavaman II pensó que era necesario disponer de una gran ciudad para que de esta forma el prestigio de su imperio fuera aún mayor, y por este motivo decidió embellecer enormemente a su capital, Angkor. Entre 1113 y 1150, hizo construir un gigantesco templo que se convirtió en el mayor recinto religioso que han construido los seres humanos en todos los tiempos. Un descomunal complejo que contaba nada menos que con 200 hectáreas de superficie y en cuyo edificio principal residían habitualmente más de 20 000 monjes.
Todo el conjunto estaba rodeado por un enorme lago rectangular de cinco kilómetros y medio de lado. Se estima que para su construcción se emplearon más de cinco millones de toneladas de piedra, es decir, más que las que se utilizaron para la famosa gran pirámide de Gizeh en Egipto.
Este templo, o wat en lengua jemer, se hizo tan famoso, que la ciudad empezó a ser conocida con el nombre de Angkor Wat, es decir, «la capital del templo», aunque la palabra templo, en este caso concreto, puede sustituirse por el nombre de pagoda, que es como realmente se debe denominar a esta espectacular construcción religiosa. Así pues, su traducción más correcta debería ser «La Capital de la Pagoda».

El gran templo de Angkor Wat construido en el siglo XII. Se trata del mayor conjunto monumental de carácter religioso que existe en el mundo.
LA AGLOMERACIÓN URBANA MÁS POBLADA ANTES DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Durante una centuria, Angkor Wat continuó creciendo sin parar, y a principios del siglo III alcanzó su apogeo durante el reinado de Jayavarman VII (1181-1220). No es fácil estimar cuál sería la población que en aquel momento habitaba en el núcleo urbano, pero las estimaciones más fiables dan una cifra aproximada entre 200 000 y 300 000 habitantes. Es preciso aclarar que esta cantidad sólo hace referencia a la población que vivía en el recinto estrictamente urbano, pero al igual que sucede con las grandes ciudades de hoy, la aglomeración urbana que reunía en torno a su núcleo central, es decir, lo que podríamos denominar su área de influencia, era sin duda mucho mayor.

Tras su abandono, la selva tropical invadió las ruinas de Angkor creando imágenes tan espectaculares como esta.
El entorno de Angkor estaba densamente poblado. Es cierto que se trataba de viviendas de carácter palafítico (es decir, levantadas sobre palos o maderas para evitar ser inundadas durante la época de grandes lluvias), pero todos los campos de los alrededores estaban completamente cubiertos por esas viviendas, salvo, obviamente, el espacio cultivable que existía entre unas y otras.
Este territorio en torno al núcleo central del templo era muy extenso. Se calcula que existía una superficie habitada en torno a unos 3000 km2. Ciertamente la densidad disminuía conforme las edificaciones se alejaban del gran templo central, pero aun así, el volumen de población debió de ser considerable.
Algunos demógrafos han apuntado la posibilidad de que en el área de influencia de Angkor Wat pudieron llegar a vivir en el siglo III una cantidad estimada de entre un millón y un millón y medio de personas, e incluso hay quien eleva todavía más esta cantidad. No es posible saberlo con exactitud, pero de dar crédito a estas cifras, nos encontraríamos sin duda con la mayor aglomeración urbana existente antes de la Revolución Industrial del siglo XIX. Si bien es cierto que el concepto de «ciudad» que en este caso manejamos, dista por sus características singulares de ser semejante al que nosotros empleamos para referirnos hoy día a un conjunto urbano, dado el sentido agrario que tenía su principal actividad económica.
Pero no sólo era la agricultura la que propiciaba la riqueza de Angkor, también lo era la administración del imperio (se calcula que en ella residían más de 80 000 funcionarios) y, sobre todo, su simbolismo religioso. Jayavarman VII se embarcó en un proyecto de construcciones impresionante. Erigió el palacio real, monumentos como la Terraza de los Elefantes o la Galería de los Mil Budas, vías, calzadas, nuevos barays, y sobre todo muchos más templos siguiendo la megalomanía de sus antecesores aunque sin llegar a la exageración desmedida del gran templo principal. Aun así, en sus casi cuarenta años de reinado se levantaron otros como Angkor Thom (un enorme palacio de 9 km2 dedicado al dios Vishnu), Bayón, Preah Kahn, Banteay Kder, Phimeanakas y bastantes más.
SAQUEOS Y SEQUÍAS
Pero tal esfuerzo desmedido, como ha sucedido muchas veces, tuvo sus consecuencias negativas. Angkor debía ser una urbe impresionante, pero ni aún con toda su población y riqueza podía soportar el despilfarro al que su rey la había sometido. De esta forma, a su muerte, comenzaron a aparecer los primeros problemas económicos. Estos se agudizaron cuando hacia 1225 los siameses atacaron la ciudad y la saquearon parcialmente. Su acción sería la primera de otras muchas que después se cernirían sobre la ciudad en los siglos siguientes.
Los problemas también se intensificaron a consecuencia del estallido de una serie de controversias religiosas. En un principio los soberanos se inclinaron por las doctrinas religiosas hinduistas, pero a partir del siglo XII, el budismo se convirtió en la religión oficial de Angkor. Era un tipo de budismo denominado Mahayana, para el cual, la autoridad real era lo primordial. Sin embargo, a partir del siglo XIV, la variante que se impuso fue la llamada Theravada o monástica. La consecuencia fue que comenzó a disminuir la autoridad real, mientras que aumentó la de los monjes y los monasterios.
Este problema quizás no hubiera trascendido mucho más de no ser porque se agudizó a consecuencia de nuevos ataques exteriores. Aprovechando la situación de inestabilidad interna, los pueblos thais del oeste en la actual Tailandia, y los champas del este en el actual Vietnam, empezaron a atacar al territorio jemer y a la propia capital.
Y además se añadió un tercer problema, este mucho más grave que los dos anteriores. La explotación intensiva de la tierra para alimentar a una población excesivamente elevada y la falta de cuidados adecuados acabaron por provocar una degradación medioambiental del territorio y un progresivo deterioro de la red hidráulica mediante la que se regaba los campos.
Para colmo de males, a partir del año 1362 y hasta 1440 se iniciaron una serie de largas y acusadas sequías (aunque parece ser que hubo períodos como el que fue desde 1392 hasta 1415 en el que esto no sucedió) que acabaron arruinando por completo la economía de Angkor.
En 1430, los thais saquearon de forma brutal la ciudad y así, tanto la élite administrativa y religiosa como el campesinado, comenzaron a abandonarla y a marcharse hacia el sur. Allí, pocos años después, se fundó Phnom Penh, cuyo fácil acceso al mar le permitió convertirse en pocas décadas en la metrópolis más importante del Imperio jemer.
Esta decadencia llegó a su punto definitivo cuando en 1528 la corte y la realeza decidieron abandonar definitivamente Angkor para instalarse más al sur, en Lovek, a orillas del Tonle Sap. Pocas décadas después los siameses conquistaron el Imperio jemer y la ciudad acabó despoblándose casi totalmente.
Tras el abandono, el conocimiento de Angkor Wat cayó prácticamente en el olvido. En verdad nunca fue abandonada por completo, pues algunos templos y edificios continuaron habitados, bien por monjes o bien por algunos campesinos de los alrededores que encontraron en sus ruinas un lugar donde refugiarse y vivir mientras cultivaban los fértiles campos cercanos, pero esto no evitó que su recuerdo se fuera poco a poco perdiendo con el tiempo.
No obstante, algunos viajeros esporádicos, tanto orientales (japoneses y chinos) como occidentales (portugueses, españoles y franceses) la visitaron durante los siglos XVI al XVIII, trayendo consigo informaciones sobre la pretérita grandeza del lugar y el estado de abandono y de decadencia en el que se encontraba cuando pasearon entre sus ruinas. Sin embargo, sus informaciones o no fueron tenidas muy en cuenta o simplemente pasaron desapercibidas y no sirvieron para darla a conocer en sus respectivos países.
Hubo que esperar hasta finales del siglo XIX, cuando algunos religiosos misioneros, naturalistas y hasta fotógrafos, la redescubrieron para el conocimiento del mundo occidental que quedó asombrado e intrigado ante el inesperado hallazgo.
Lamentablemente, Indochina ha sido una de las zonas más castigadas del mundo durante la segunda mitad del siglo XX. Años más tarde, entre 1940 y 1980, la región vivió continuas y sangrientas guerras, enfrentamientos que trajeron como consecuencia nuevas destrucciones para el magnífico complejo monumental. Fue lo que sucedió en especial entre 1975 y 1979, cuando los Jemeres Rojos del cruel régimen de Pol Pot se hicieron con su control, arrasando buena parte de lo que todavía quedaba y arrancando de su lugar numerosas estatuas que todavía se conservaban.
En la actualidad, Angkor Wat empieza a recuperarse poco a poco para que el mundo pueda contemplar su esplendor. Miles de turistas la visitan todos los años, pasean entre sus edificios y se extasían contemplando los grandes lagos artificiales que creó aquella civilización, pero aun así sólo contemplan los restos arruinados de lo que fue una gigantesca ciudad monumental.
De todas las grandes ciudades que se presentan en este libro, Angkor es la única que actualmente continua prácticamente deshabitada y ha perdido definitivamente el destino de ser una ciudad activa y viva.