XIV

VEREDICTO

El contralmirante Thomas Herrick estaba junto a la barandilla del alcázar con la barbilla hundida en su pañuelo de cuello y moviendo sólo los ojos mientras la Indomitable, con poca vela, se deslizaba lentamente hacia su fondeadero.

—Así que esto es Halifax. —Sus ojos siguieron las figuras de los marineros que corrían obedeciendo al grito ronco del contramaestre. Entonces volvió la cabeza y miró al comandante, que estaba en el extremo opuesto del alcázar. Tyacke contemplaba las vistas, los barcos más cercanos, fondeados o no, con las manos a la espalda, como indiferente—. Una buena dotación, sir Richard, mejor que la mayoría. Pienso que el comandante Tyacke sería difícil de reemplazar.

—Sí —dijo Bolitho, apenado por su pronta separación y también por aquel hombre que había llegado a conocer tan bien en su día. Le había ofrecido a Herrick el libre uso del barco mientras este estuviera en Halifax y, como era típico de él, había declinado el ofrecimiento. Se alojaría donde le habían ofrecido. Era como si le resultara doloroso el simple hecho de volver a ver y sentir cómo funcionaba un barco.

York, el piloto, gritó:

—¡Cuando quiera, señor!

Tyacke asintió sin volverse.

—¡Vire, si es tan amable!

—¡Hombres a las brazas de sotavento! ¡Vira! —Los pitos sonaron con estridencia y más hombres corrieron a sumar su fuerza para bracear las vergas—. ¡Escotines de gavia!

Dos pescadores se pusieron de pie en su barca para saludar mientras pasaban bajo la sombra de la Indomitable.

Bolitho vio a uno de los guardiamarinas devolverles el saludo, y luego quedarse paralizado al ver que el comandante le estaba mirando.

—¡Chafaldetes de gavia! ¡Con ganas…! ¡Tome el nombre de ese hombre, señor Craigie!

Bolitho ya se había dado cuenta de que la Valkyrie no estaba en su fondeadero habitual, y que tampoco estaba la fragata americana Success. No le sorprendía que a esta última se la hubieran llevado de allí. El puerto, aun siendo grande, parecía estar repleto de barcos, buques de guerra, mercantes y transportes de todas clases y tamaños.

—¡Orza todo!

Lentamente, como si recordara su anterior vida como navío de línea, la Indomitable se puso proa al viento flojo, y ante su botalón de proa desfiló el panorama de las casas y la agreste ladera, como si fuera la tierra y no el barco la que se movía.

—¡Fondo!

La gran ancla cayó al agua levantando una espuma que llegó hasta el beque y hasta su león a punto de atacar, mientras el barco se detenía obediente.

—Haré que la canoa te lleve a tierra, Thomas. Puedo enviar a mi ayudante contigo para que te ayude a instalarte…

Los ojos azules le observaron con detenimiento durante unos momentos.

—Puedo arreglármelas, gracias. —Entonces, tendió su única mano, acomodando visiblemente todo su cuerpo a aquel gesto como si todavía no se hubiese acostumbrado a la pérdida de su brazo—. Puedo entender por qué nunca has dejado el mar a cambio de un cargo importante en tierra o en el Almirantazgo. Yo haría lo mismo si me lo hubieran permitido. —Hablaba con aquella curiosa ausencia de amargura que ya había podido ver antes—. ¡Apostaría a que no encontrarías a ninguno de los «Pocos Elegidos» en este condenado lugar!

Bolitho le cogió la mano entre las suyas.

—Me temo que no quedan muchos, Thomas.

Los dos pasearon la mirada por la cubierta hacia los atareados marineros, los infantes de marina que esperaban junto al portalón de entrada y el primer oficial, que se asomaba desde el castillo para comprobar la posición del cable del ancla. Ni siquiera aquí, pensó Bolitho. Charles Keverne había sido su segundo en el tres cubiertas Euryalus cuando él era capitán de bandera. Un oficial responsable a pesar de su genio vivo, un hombre apuesto que había logrado casarse con una encantadora mujer. Unos doce años atrás, y ya como comandante, Keverne había estado al mando de aquel mismo barco cuando era un buque de tercera clase. Habían luchado juntos en el Báltico. Una vez más, el Indomitable había triunfado, pero Keverne había caído.

Herrick observó cómo sacaban a cubierta su cofre de marinero y el resto de su equipaje. La canoa ya había sido izada y estaba siendo arriada por el costado: el contacto estaba casi roto.

Herrick se detuvo junto a la escala y Bolitho vio al abanderado de infantería de marina hacer una señal rápida a su oficial.

Herrick estaba lidiando con algo. Era obstinado, tenaz e intransigente, pero leal, siempre leal por encima de todo.

—¿Qué ocurre, Thomas?

Herrick no le miró.

—Me equivoqué al mirar con tan malos ojos tus sentimientos hacia lady Somervell. Estaba tan apenado por la muerte de mi Dulcie que estaba ciego a todo lo demás. Traté de explicárselo en una carta…

—Lo sé. Le conmovió mucho. Y a mí también.

Herrick negó con la cabeza.

—Pero ahora puedo verlo claro, ¿no lo entiendes? Lo que has hecho por la Marina, por Inglaterra… y aun así sigues al frente. —Asió a Bolitho por el brazo—. Vete mientras puedas, Richard. Ve con Catherine y da gracias por tenerla. Deja que algún otro lleve esta maldita carga, esta guerra que nadie quiere, ¡excepto aquellos que pretenden beneficiarse de ella! No es nuestra guerra, Richard. ¡Acéptalo sólo por esta vez!

Bolitho percibió la fuerza de aquel hombre en el agarre de su única mano. No le extrañaba que se hubiera obligado a sí mismo a trepar por el costado, para demostrar qué era capaz de hacer y quién era.

—Gracias por decir esto, Thomas. Se lo diré a Catherine en mi próxima carta.

Herrick caminó a su lado hasta el portalón de entrada. Su equipaje y su cofre de marinero habían desaparecido. Vio a Allday esperando y dijo:

—Tenga cuidado, granuja. —Miró hacia tierra—. Sentí mucho lo de su hijo. Pero su hija le dará mucha felicidad.

Allday miró a Bolitho. Era como si hubiera sabido lo que Herrick acababa de decirle a Bolitho, como si hubiera captado el tono apremiante de su ruego.

—Él no me escuchará, señor Herrick. ¡Nunca lo hace!

Herrick estrechó la mano a Tyacke.

—Puede estar orgulloso de su barco, comandante Tyacke. Ha sufrido para ganarse esto, pero le envidio. —Se volvió hacia Bolitho y se quitó el sombrero—. Y no sólo a usted, comandante.

Trinaron las pitadas y las bayonetas de los infantes de marina brillaron bajo el sol.

Cuando Bolitho volvió a mirar abajo, la canoa ya estaba ciando para abrirse del costado. Siguió mirando hasta que desapareció de la vista detrás de un bergantín-goleta fondeado. Entonces sonrió. Con una actitud muy típica de él otra vez, Herrick no miró atrás.

Tyacke se le acercó y dijo:

—Bueno, yo no le envidio el trabajo que ha de hacer, sir Richard. Es el comandante de la Reaper el que debería ser juzgado. ¡Algunos de los negreros que he izado a la verga de mayor eran mejores que él!

—Puede que él nos sorprenda, pero estoy de acuerdo —dijo Bolitho—. La suya es una tarea ingrata. —Pero la fuerza de las palabras de Herrick se negaba a abandonarle, y no podía imaginar lo que le habría costado decírselas.

De repente Tyacke dijo:

—Esa victoria que mencionó usted, sir Richard… ¿dijo que había sido en algún lugar de España?

Se decía que era el triunfo más grande de Wellington sobre los franceses hasta el momento. Sin duda la guerra no podía durar mucho más.

—Hablan de meses, no ya de años, James —respondió Bolitho—. He aprendido a no esperar demasiado. Y aun así… —Observó a la goleta correo Reynard que navegaba rápidamente hacia la entrada del puerto y saludaba con la bandera al pasar por el través del insignia. Un barco pequeño y vivo para el joven teniente de navío que era su amo y señor. Como la goleta Miranda, el primer barco que había mandado Tyacke; ahora estaría pensando en ella y en su primer encuentro lleno de recelo. Y en lo que se habían convertido el uno para el otro.

Dijo de pronto:

—Bueno, James, aquí la guerra sigue adelante, ¡así que tendré que aceptar eso!

* * *

Bolitho miraba desde una ventana a su ayudante que paseaba por la terraza de losas de piedra, llevando su sombrero en la mano bajo el sol cálido. Detrás de él, el fondeadero estaba tan repleto que apenas era posible ver la Indomitable. De no ser por su insignia serpenteando al viento, podía haber sido cualquiera de ellos.

Valentine Keen decía:

—Decidí enviar a la Valkyrie a Antigua. Era el único barco lo bastante poderoso para escoltar a la presa y disuadir a cualquier enemigo de intentar nada.

Bolitho vio en el vidrio el reflejo del brazo de Keen que se movía sobre los diversos documentos y despachos que la goleta Reynard le había entregado. Bolitho había sentido cierta intranquilidad cuando la goleta había pasado con andar alegre por su través mientras hablaba con Tyacke: así que el joven comandante de la Reynard sabía que Keen estaba allí, porque si no habría ido a entregar sus despachos a la Indomitable.

—La Valkyrie topó con dos fragatas americanas. Está todo aquí, en el informe de Adam; él se lo pasó a la Reynard cuando se encontraron casualmente en medio del mar.

—Y una fue destruida, Val. La Valkyrie no sufrió bajas exceptuando la de un guardiamarina. Sorprendente.

—Sí, recogieron a unos cuantos supervivientes, no muchos al parecer, que les dijeron que el barco que se había ido a pique con la Success era la fragata U. S. S. Condor. Un tal comandante Ridley estaba al mando, pero parece ser que murió con la mayor parte de su gente.

—Y la otra fragata era la Retribution.

Keen pareció no haberle oído.

—Yo no quería que la Valkyrie ni la presa corrieran riesgo innecesario alguno. Si hubiera estado yo a bordo, me habría asegurado de que se siguiera un rumbo más abierto. El comandante Bolitho estaba demasiado cerca de la costa enemiga.

—¿A doscientas millas, dices? —Se dio la vuelta, sintiendo de repente que le dolía el ojo—. ¡Tú y yo hemos nos hemos acercado mucho más que eso en su momento!

—Creo que lo hizo deliberadamente. —Keen le miró a los ojos desde el otro lado de la mesa—. Sé que es tu sobrino, y soy el primero en tenerlo en cuenta, pero creo que fue una elección impulsiva y peligrosa. Podíamos haber perdido los dos barcos.

—Tal como fue, Val, cambiamos una presa destartalada que habríamos tardado meses o quizás años en reparar y carenar por un barco de un grupo que ha sido una espina clavada desde que vinimos a Halifax. Tu sitio estaba aquí mientras esperabas al último convoy. Tomaste la decisión acertada, y te correspondía hacerlo. Y siendo quien es quien estaba al mando, Adam no tuvo otro remedio que actuar como hizo. Es lo que yo esperaría de cualquiera de mis comandantes. Tú debes saberlo muy bien.

Keen se recuperó con cierto esfuerzo.

—Los supervivientes también confirmaron lo que tú creías, que quien estaba al mando del grupo era el comandante Rory Aherne ahora comodoro. —Dio un golpe con la mano sobre los papeles y exclamó algo enfadado—: ¡Podía haber apresado mi buque insignia!

—¿Y Adam… dónde está ahora?

Keen se separó la camisa de la piel.

—Tenía órdenes para el comandante al mando de Antigua. Volverá aquí cuando haya cumplido mis órdenes.

—Acuérdate de cuando eras mi capitán de bandera, Val. La confianza va en dos direcciones. Ha de ser el eslabón más fuerte en la cadena de mando.

Keen le miró fijamente.

—Nunca lo he olvidado. Te lo debo todo a ti… y a Catherine. —Sonrió como arrepentido y dijo—: ¡Y a Adam, lo sé! —Se tocó el bolsillo, y Bolitho se preguntó si llevaría en el mismo el retrato en miniatura. Así que era eso. Aquella era, después de todo, la casa de Benjamín Massie, y los St Clair debían estar también allí. No era difícil imaginar lo que se había interpuesto entre Keen y su capitán de bandera. La chica con ojos de luz de luna.

Había que reconocer que quizás fuera lo mejor que podía pasarle a Keen. Y tal como Catherine había predicho… Una joven valiente y desafiante, una lo bastante fuerte como para ayudar a Keen en el futuro. Y capaz de resistir la presión de su padre, pensó con cierta tristeza.

Adam no lo vería para nada de la misma manera.

—¿Y qué dicen las últimas informaciones, Val?

Keen cogió dos copas de un aparador.

—Los americanos han llevado dos fragatas más a Boston. Ordené a la Chivalrous y al bergantín Weazle que patrullaran fuera del puerto. Si salen…

—Creo que lo harán —dijo Bolitho—. Y pronto. —Levantó la vista y preguntó—: ¿Y de York… hay alguna noticia más?

Keen se encogió de hombros.

—Muy poca cosa. ¡Se tarda tanto en venir desde allí…! Pero David St Clair me ha contado que se almacenaron allí armas y provisiones para nuestros barcos de los lagos. Los americanos pueden habérselas quedado o haberlas destruido. De todos modos, eso hará que nuestros barcos tengan menos posibilidades de controlar el lago Erie, que St Clair insiste en calificar como la clave fundamental para dominar toda la zona.

—Háblame de la señorita St Clair. —Vio cómo Keen se sobresaltaba y cómo caían sobre la mesa algunas gotas del clarete que estaba sirviendo. Y añadió con tono suave—: No quiero ser indiscreto, Val. Soy un amigo; recuerda eso también.

Keen acabó de llenar las dos copas.

—La admiro mucho. Y se lo he hecho saber. —Le miró otra vez de frente—. Quizás me esté engañando a mí mismo. —Mostró la sonrisa juvenil que Bolitho había visto tantas veces y pareció aliviado por hablar abiertamente de ello por fin.

Bolitho pensó en la desesperación de Adam, en su dolor al leer la carta de Catherine que le daba la noticia de la terrible y solitaria muerte de Zenoria. Pero dijo:

—Gracias por compartirlo conmigo. Te deseo suerte, Val. Te la mereces. —Le devolvió la sonrisa, conmovido por el alivio evidente de Keen—. Lo digo de verdad. ¡No puedes ser almirante todo el tiempo!

Keen dijo de repente:

—Me han dicho que el contralmirante Herrick está aquí. Que transbordó a la Indomitable cuando os encontrasteis con el convoy. —No intentó suavizar su tono.

—Sé que no os podíais ver, Val. Esta misión no le hace ninguna gracia, te lo aseguro.

—Creo que es el hombre adecuado para la tarea —dijo con tono seco—. ¡Sabe lo que es estar sentado a ambos lados de la mesa en un consejo de guerra!

—Eso forma parte del pasado, Val. Así tiene que ser.

Keen insistió:

—Pero, ¿qué puede hacer? Noventa hombres, marineros británicos. ¿Decidir si los cuelga o los azota? El crimen está hecho y la pena ya decidida. Siempre ha sido así.

Bolitho se fue otra vez a la ventana y vio a Avery hablando con Gilia St Clair.

Sin volverse, preguntó:

—Cuando te encontraste a la Reaper y antes de que esta se rindiera, ¿pensaste que Adam iba a dar la orden de disparar los cañones sobre la fragata? —Esperó unos instantes—. ¿Hubiera o no rehenes a bordo?

—No… no estoy seguro.

Bolitho vio cómo la chica echaba la cabeza atrás y se reía por algo que le había dicho Avery. Estaba atrapada en una guerra y ahora envuelta en una situación más personal. Ella había hablado con Adam: habría sabido, o adivinado, lo cerca que debía haber estado de la muerte aquel día.

Se apartó de la ventana dando la espalda a la luz.

—La goleta Crystal, en la que viajaban los St Clair cuando la Reaper la apresó, ¿de quién era?

—Creo que de Benjamín Massie. Tienes muy buena memoria para los barcos.

Bolitho dejó la copa, agradecido de que la luz del sol que le daba en la espalda ocultara su expresión y sus pensamientos.

—¡Esto mejora por momentos, Val!

* * *

Richard Bolitho bajó a la escalera del embarcadero y esperó a que Tyacke y su ayudante le siguieran. Desde la popa de la falúa, Allday le observaba, compartiéndolo todo con él aunque probablemente viera las cosas de forma distinta.

Bolitho le dijo:

—No estoy seguro de cuánto tiempo estaremos.

Allday entrecerró los ojos bajo la intensa luz del sol.

—Aquí estaremos, sir Richard.

Subieron la calle en silencio, y Bolitho notó que el aire era más fresco a pesar del sol. Era septiembre: ¿podía pasar tan rápido el año?

Pensó en la carta que había recibido de Catherine contándole las últimas horas de Roxby y describiendo con detalle el funeral, haciéndole sentir como si hubiese estado allí con ella. Había sido una ocasión muy solemne, como correspondía a un caballero de la Real Orden Guelfica: Roxby había sido muy apreciado por sus iguales, respetado por todos los que trabajaban para él y temido por muchos otros que se habían cruzado en su camino en su otro papel como juez. Incluso había sido un hombre justo, aunque habría tenido poca paciencia en un acto como el que iba a celebrarse aquel día. Bolitho había percibido la tensión incluso en la falúa, donde los remeros evitaban su mirada, Avery miraba por el través hacia la Reaper y Tyacke se mostraba totalmente distante de todo aquello, más reservado de lo que había estado desde hacía meses.

Se quitó el sombrero en dirección a un escuadrón de caballería que pasaba con sus caballos en perfecta formación, y su joven abanderado alzó su sable haciendo una floritura cuando vio el uniforme de un almirante.

Todos aquellos soldados… ¿Cuándo serían llamados a luchar? ¿Estaría ya echada la suerte? Tyacke, como David St Clair, había tenido razón acerca de los americanos y de su determinación para tomar los lagos y retenerlos en su poder. Habían hecho otra incursión en York, y habían quemado cobertizos llenos de provisiones y equipos militares abandonados por el ejército británico cuando se retiró a Kingston tres meses antes. Estaba clara la necesidad de arrebatar a los americanos el control del lago Erie para proteger la línea de comunicaciones por agua y mantener abierta la única ruta de suministro para el ejército, sin la cual se verían obligados a retirarse aún más y quizás a rendirse.

Vio las puertas del cuartel delante de él y constató con satisfacción que no le faltaba el aliento.

La guardia, con sus bayonetas relucientes, había formado para recibirles mientras se dirigían al edificio principal. Un cabo les abrió las puertas y Bolitho vio cómo sus ojos se desviaban por un instante hacia la cara desfigurada de Tyacke y se apartaban de ella con la misma celeridad. Sabía que Tyacke se había dado cuenta, y se preguntó si sería ese el motivo de que estuviera más distante que de costumbre. Era perfectamente consciente de las miradas que atraía, de la lástima y de la repugnancia ajenas: nunca se le permitía olvidarlo, y Bolitho sabía que por eso evitaba siempre que podía bajar a tierra.

Pasaron por varias puertas abiertas mientras iban quienes las custodiaban les saludaban con sonoros taconazos, y llegaron a una sala grande y austera con una mesa y dos hileras de sillas. Keen y Adam ya estaban allí, como el lánguido de Courcey. Un empleado civil de aspecto gris estaba sentado en un extremo de la mesa, y un mayor de infantería de marina en el otro. A pesar de la austera desnudez de la sala, se respiraba ya la atmósfera de un tribunal oficial.

Se estrecharon las manos con Keen y Adam, más como desconocidos que como amigos. Bolitho había visto muy poco a Adam desde su regreso de Antigua, pero le había escrito para felicitarle por la destrucción de la presa y su atacante con la única pérdida de un hombre. Era difícil saber qué pensaba Adam de aquello.

Se abrió otra puerta y el contralmirante Thomas Herrick se dirigió directamente a la mesa y se sentó, repasando brevemente sus rostros con mirada impasible, y sin que nada revelara la tensión que había sobrellevado al realizar personalmente la investigación sobre la pérdida y la recuperación de la fragata de Su Majestad Británica Reaper.

Bolitho sabía que Herrick había leído todas las declaraciones, incluida la tomada por Avery de boca del malherido primer oficial en Hamilton, y la explicación de Adam de la represa de la fragata de manos de los americanos cuando los cañones de la misma habían hecho su descarga sobre el mar. Herrick había hablado también con David St Clair y muy posiblemente con su hija. Bolitho se acordó de cuando el joven capitán del Regimiento Real había entregado a Keen el retrato en miniatura de la chica en la casa del general. Aquel último ataque a York no había causado más bajas, puesto que el ejército británico no había vuelto al fuerte quemado, pero ella habría vuelto a pensar en aquello: en el hombre que había amado y que había creído que la amaba a su vez, yaciendo en algún sitio junto a sus soldados también muertos. Los americanos se habían ido de York tras estar sólo tres días; quizás las provisiones y las armas que esperaban encontrar ya no estuvieran allí o hubieran sido destruidas durante el primer ataque. Comparada con otros muchos combates, la acción no había sido una de las más importantes, pero en proporción era sin duda una de las más sangrientas, y las consecuencias estaban todavía por calibrar.

Herrick levantó la vista de su carpeta de documentos.

—Este es un tribunal oficial de investigación sobre la pérdida y la recuperación del buque de Su Majestad Británica Reaper, la información de la cual se me ha autorizado y se me ha ordenado que resuma para los lores del Almirantazgo, para su consejo y aprobación final.

Esperó a que el empleado le pasara otro documento.

—Somos todos muy conscientes de las consecuencias del mal ejemplo y del mal liderazgo. A menudo es muy fácil criticar a posteriori un hecho que ha causado tantos perjuicios. —Sólo por un momento sus ojos azules se posaron en Bolitho—. En todos estos años de guerra, contra un enemigo u otro, hemos obtenido muchas victorias. Sin embargo, nunca hemos logrado la libertad de cuestionar lo que hacíamos o por qué se nos ordenaba aquello. —Casi sonrió—. Y me temo que nunca en nuestras vidas la tendremos.

Bajó la mirada otra vez.

—No necesitamos que se nos recuerde la absoluta necesidad del orden y la disciplina en todo momento. Sin ellos, somos puro caos, una vergüenza para la flota en que servimos. —Movió el hombro y la manga vacía se balanceó ligeramente; no pareció darse cuenta—. Es una lección que ningún comandante olvida por la cuenta que le trae.

Bolitho miró a sus compañeros. Keen y Adam habían sido ambos guardiamarinas de Herrick, y habían conocido los peligros y las recompensas en su subida por la escala del ascenso. De Courcey estaba concentrado escuchando, pero su semblante no mostraba comprensión alguna. James Tyacke estaba recostado en la penumbra como para ocultar su cara, pero sus manos, que estaban entrelazadas en su regazo, se veían muy tensas, como si también él se estuviera preparando para lo inevitable. Como aquellos otros que estarían esperando: unas noventa almas, cuyo sufrimiento bajo un comandante sádico pronto sería borrado en nombre de la justicia.

Vio a Adam mirándole sin pestañear, con la cara demacrada como si sufriera dolor. Pero Bolitho sabía que era un dolor más profundo aún que el de las heridas de su cuerpo: estaba reviviendo la pérdida de su barco, recordando la bandera arriada mientras él yacía donde había caído en aquel día sangriento. Acordándose de aquellos que habían luchado y muerto por decisión suya. Hombres que, como Herrick muy bien había dicho, nunca habían conocido la libertad de cuestionar lo que se les ordenaba hacer.

Pensó que Adam debía estar recordando sus muchas y largas conversaciones, en las que los dos sacaban provecho de la experiencia del otro. Era testarudo e impulsivo, pero nunca había vacilado en su amor hacia su tío, el hombre que tendría que firmar la sentencia de los condenados a la horca o, en el mejor de los casos, a ser azotados hasta quedar convertidos en algo inhumano.

Bolitho tocó el guardapelo que llevaba bajo la camisa limpia y creyó ver comprensión en la cara de Adam.

Herrick iba diciendo:

—Los estadounidenses son, afortunadamente, una nación de urracas. Les cuesta deshacerse de cosas que podrían ser de interés histórico en un tiempo futuro. —Hizo un gesto al empleado y aguardó mientras este abría un gran volumen forrado de lona.

Herrick prosiguió con semblante inexpresivo:

—El libro de castigos de la Reaper. Contiene más que quinientos informes escritos y declaraciones de moribundos. Ese comandante no llevaba mucho tiempo al mando de un barco y aquel era su primer servicio en activo como tal, y aun así este libro se lee como una descripción del mismísimo infierno.

Bolitho casi pudo palpar la tensión repentina de Tyacke, como si quisiera decir algo. Pero Herrick sabía por sí mismo lo que podía ser la tiranía del alcázar: Bolitho se había convertido en su comandante en la Phalarope muchos años atrás a causa de la destitución del anterior comandante. Otro tirano.

—Volviendo a ese día, caballeros, sabemos ahora que el motín fue inspirado y alentado por los americanos que abordaron aquel desdichado barco. Hubo cabecillas, por supuesto, pero sin la ayuda americana y sin su presencia, ¿quién podría jurar con toda seguridad qué habría ocurrido? —Miró sus papeles, como debía haber hecho todos los días desde su llegada a Halifax—. La venganza es una terrible enfermedad, pero en este caso era probablemente inevitable. Sabemos que el comandante de la Reaper murió a resultas de los azotes que recibió aquel día. —Levantó la vista de golpe, con mirada severa—. He visto morir marineros incluso bajo un castigo reglamentario de azotes. No debemos permitir que los hechos eclipsen o disipen los motivos.

Se oyeron unas sonoras risas al otro lado de la puerta, las cuales se apagaron al instante, seguramente cuando el centinela informó sobre lo que tenía lugar allí. Herrick frunció el ceño.

—Estas observaciones están en mi informe particular, que será presentado a sus señorías. —Su mirada se dirigió a Bolitho—. Cuando me vaya de aquí.

Cuando llevaban a Bolitho a tierra en la falúa, la fragata Wakeful había estado haciendo aguada y acopio de provisiones. Habiendo cumplido el buque con su cometido en aquel puesto, volvería rápidamente a Inglaterra en busca de nuevas órdenes. Herrick tomaría pasaje en ella otra vez. Y sería agasajado una vez más.

Herrick lanzó una mirada a un vaso de agua, pero al parecer desechó la idea.

—Mi meditada conclusión para este lamentable asunto es que los dos cabecillas, Alick Nisbet, maestro armero, y Harry Ramsay, gaviero de mayor, sean detenidos con una recomendación para que reciban el máximo castigo.

Bolitho vio cerrar los puños a Adam hasta que sus nudillos quedaron blancos en su mano morena. Había oído hablar del tal Ramsay, en su día de la Anemone, cuya espalda mutilada era una prueba viviente del libro de castigos de la Reaper. El otro hombre era una sorpresa: el maestro armero era el símbolo de la disciplina y, cuando era necesario, del castigo a bordo de cualquier barco del rey, por lo cual era odiado.

Y faltaba el resto. Quiso levantarse y hablar a favor de aquellos hombres que ni siquiera conocía, pero eso habría sido perjudicial para cualquier frágil esperanza que pudieran albergar todavía.

Herrick continuó diciendo:

—Así mismo, dispongo que los demás marineros encausados vuelvan a sus obligaciones inmediatamente. Aun habiendo sufrido lo indecible, cuando se les ordenó no dispararon, no pudieron disparar sobre barcos de esta Marina, sin que les importara el precio de su renuncia a hacerlo.

Tyacke exclamó sin alzar la voz:

—¡Madre mía! ¡Le van a crucificar cuando vuelva a Londres! —Se giró y miró a Bolitho, con una mirada que traslucía una emoción poco habitual—. ¡Jamás lo hubiera creído!

Herrick dijo, sin cambiar su expresión:

—Debo insistir en que se nombre sin dilación un nuevo comandante para la Reaper. —Miró a Bolitho y luego a Keen—. Eso es responsabilidad suya.

Keen se puso en pie.

—Mi capitán de bandera ya me ha propuesto un oficial para el cargo, señor. El teniente de navío John Urquhart. —Hizo una pausa—. Yo respaldo la propuesta, señor.

—¿Puede arreglárselas sin él? —preguntó Herrick.

Keen miró a Adam, que asintió con la cabeza, y dijo:

—Lo haremos, señor.

Herrick hizo una seña al empleado civil y al mayor de infantería de marina.

—Firmen bajo mi rúbrica. —Enderezó la espalda e hizo un gesto de dolor—. Listo. —Entones dijo con tono seco—: Deseo hablar con sir Richard Bolitho. A solas.

Pareció transcurrir una eternidad antes de que los demás desfilaran fuera de la sala dejándola sumida en un silencio absoluto.

—Has hecho esto por mí, Thomas —dijo Bolitho.

Herrick dijo:

—Me gustaría tomar una copa… un trago, como dice ese granuja de Allday. —Entonces levantó la mirada hacia Bolitho, buscando algo y encontrándolo—. No tengo nada que perder, Richard. Mi insignia no volverá a ondear nunca tras este último viaje. Puede que nos volvamos a ver, pero creo que no será así. La Marina es una familia… Tú lo has dicho muchas veces. Una vez fuera de ella, te conviertes en alguien corriente, como un barco desarmado.

Los cascos de un caballo resonaron en el patio, junto a la puerta de la verja, recordándole a Bolitho de forma dolorosa a Catherine y su yegua Tamara. ¿Cómo se lo iba a contar, cómo iba a explicarle todo lo que Herrick había dicho y lo que estaba haciendo con su vida…?

Herrick fue hacia la puerta con el hombro rígido e inclinado y un rostro que mostraba claramente el dolor de su herida. Dijo:

—Tú tienes mucho que perder, como todos esos pobres marineros dejados de la mano de Dios que dependen de ti y de los que son como tú. —Y añadió con amargura—: ¡Aunque todavía tengo que encontrarme con uno igual!

Se abrió la puerta de la sala y Bolitho vio a Avery esperándole; su mirada de color avellana pasó del uno al otro, tratando de entender algo.

—Ha venido un mensajero de parte del vigía, sir Richard. El bergantín Weazle está entrando en puerto. Ha hecho una señal diciendo que los barcos americanos han salido de Boston junto con otros de Nueva York. Se dirigen al nordeste.

Bolitho dijo en voz baja:

—Así que están saliendo. Pase la voz al comandante Tyacke, George. Subiré a bordo tan pronto como pueda. —Avery se marchó deprisa, pero se detuvo con aire vacilante y les miró fijamente a los dos.

—¡Escuchad! —dijo Herrick—. ¡Aclamaciones! ¿Cómo han podido saberlo tan rápido?

Bajaron juntos por la escalera de entrada mientras la ovación resonaba a lo largo del puerto como una única y potente voz.

—Siempre lo saben, Thomas —dijo Bolitho—. La familia, ¿recuerdas?

Herrick volvió la vista atrás hacia el cuartel con una mirada repentinamente muy cansada.

—Ten mucho cuidado, Richard. —Le tocó la manga—. ¡Alzaré mi copa por ti cuando ese cachorro leve el ancla para salir hacia Inglaterra!

En el embarcadero se encontraron a Allday de pie a la caña de la falúa del almirante, con la dotación agrupada en la escalera y con amplias sonrisas en sus caras. Sus puestos habían sido ocupados por oficiales, tres de ellos comandantes, incluyendo a Adam.

Herrick le tendió la mano a Tyacke.

—Obra suya, imagino, señor.

Tyacke no sonrió.

—Es todo lo que hemos podido hacer con tan poco tiempo.

Bolitho bajó la escalera detrás de él, recordando las palabras de Tyacke. Le van a crucificar. Pero Herrick se saldría con la suya. Quizás el «maldito pequeño advenedizo» de Bethune hubiera usado su influencia. Conocía mejor que muchos al hombre que había servido como guardiamarina, y quizás había intentado ayudar de manera sutil.

Allday había visto la cara de Herrick y dijo, un tanto azorado:

—No tengo demasiadas ocasiones para decir a los oficiales qué tienen que hacer, ¡y sé lo que me digo! —Entonces añadió—: Buena suerte, señor Herrick. —Justo por esos instantes volvieron a estar a bordo de la Phalarope, el joven teniente de navío y el hombre traído a la fuerza por la patrulla de leva.

La falúa se alejó con una boga sorprendentemente viva y regular. A medida que pasaban entre los buques de guerra fondeados les acompañaban fuertes ovaciones, incluida la de la Reaper. Y esta vez Herrick miró hacia atrás, aunque era dudoso que pudiera ver algo.

Bolitho se dio la vuelta y vio que Keen estaba hablando tranquilamente con Gilia St Clair. Y de repente se alegró por ellos.

—Haga venir un bote, James. Tenemos órdenes de salir.

Tyacke miraba fija e impasiblemente hacia la falúa.

—A la orden, sir Richard. Pero antes…

Bolitho sonrió, pero compartió la tristeza íntima.

—Un trago. Pues vamos a ello.