Pensamientos
Durante los días siguientes, Fridolín pensó mucho sobre las cosas que le había contado su padre. Y poco a poco una idea se iba formando en su mente.
Me gustaría entrar en el Parque de las Lilas para buscar el árbol Bo, se decía una y otra vez.
Se pasaba los recreos solo, dando vueltas por entre los árboles del patio y pensando cómo sería el árbol Bo y si él sabría reconocerlo si lo viera.
En la clase todos los compañeros de Fridolín estaban muy excitados porque la mayor parte de ellos habían visto al padre de Rani en la televisión. Los medios de comunicación llevaban varios días hablando de la noticia de los seis soldados de Lankapur que habían sido atrapados cuando intentaban introducirse en el parque, y el padre de Rani había aparecido también en los periódicos y en las portadas de las revistas.
Los periódicos y la televisión habían dicho que habían capturado a seis soldados de Lankapur intentando entrar en el parque, pero en la reunión secreta de la embajada, Vasupati había dicho con toda claridad que iban a enviar a doce soldados de los cuerpos especiales. Entonces ¿qué había pasado con los seis soldados a los que no habían capturado?
Había varias posibilidades. Una, que solo hubieran mandado seis soldados después de todo. Otra, que las autoridades hubieran detenido a los doce soldados pero hubieran difundido una noticia falsa. La tercera posibilidad era que solo hubieran sorprendido a seis de los soldados y que los otros seis hubieran logrado entrar en el parque con éxito. A lo mejor el plan había sido elaborado así desde un principio, pensó Fridolín: seis de los soldados tenían que actuar como señuelo para distraer a los vigilantes del parque y permitir así que los otros seis pudieran entrar sin problemas. A lo mejor había sido decidido desde el principio que aquellos seis soldados fueran atrapados. Se sacrificaba a aquellos seis, por así decir, para que los otros seis pudieran completar la misión.
Y pensaba que quizá en aquellos momentos había seis soldados de Lankapur perdidos en el interior del Parque de las Lilas. Y este pensamiento le llenaba de curiosidad y de inquietud. ¿Tendrían a algún explorador de árboles, a alguno de aquellos míticos acechadores con ellos? ¿Sabrían siquiera de la existencia de los acechadores? ¿Habrían logrado llegar hasta el árbol de los deseos? ¿Habrían logrado destruirlo?
A lo mejor, se decía Fridolín, en aquellos momentos el árbol Bo ya no existía. A lo mejor había sido cortado, quemado, reducido a cenizas…
Pero Fridolín también tenía otras cosas en que pensar porque, al contrario de lo que había llegado a creer, la situación entre sus padres no había cambiado en absoluto. A veces, desde su cuarto, Fridolín les oía discutir. A veces oía como su padre gritaba y como su madre lloraba. Se iban a la cocina para hablar para que los niños no les oyeran, pero a veces hablaban tan alto que sus voces, distantes e ininteligibles, se filtraban a través de las paredes.
Hugo estuvo bastante enfermo casi toda esa semana. Claro que como ahora Fridolín sabía en qué consistía realmente su enfermedad, ya no se acercaba a su cuarto para verle ni hablarle, y luego, cuando salía, casi le daba vergüenza mirarle a los ojos.
Al final de la semana, Hugo Bonpensant se marchó de la casa familiar. Rosa ya había hablado con los niños unos días antes y les había explicado que papá se iba a ir a vivir a otro sitio, que ya no viviría más con ellos, y que podrían verle los fines de semana. Les había explicado también que su padre les quería igual que siempre, y que él siempre sería su papá, y que se iba de casa porque papá y mamá ya no querían vivir juntos.
—Y ¿dónde va a vivir ahora papá? —preguntó Freda muy seria.
—Primero va a vivir en un hotel —dijo su madre—. Luego, se buscará otra casa.
—Pero no es verdad que no queréis vivir juntos —le dijo Fridolín a su madre—. Eres tú la que no quiere que papá viva aquí. ¡Tú le quieres echar, y no tienes ningún derecho!
—Fridolín… —comenzó a decir su madre—. Yo solo quiero lo que sea mejor para todos…
—¡Eso es mentira! —dijo Fridolín—. Si está enfermo, ¿por qué no le ayudas a curarse, en vez de echarle de casa?
—Fridolín —dijo su madre—, nadie puede ayudarle a curarse si él no quiere. Es una decisión que tiene que tomar él solo. Lo único que yo puedo hacer es demostrarle que si no toma una decisión, yo no le voy a permitir que siga viviendo aquí con nosotros. ¡No sé qué otra cosa puedo hacer!
—¡Eres muy mala! ¡Has echado a papá de casa, y te odio! —dijo Fridolín.
Entonces su madre se puso a llorar, y fue imposible continuar la conversación. Freda miraba a uno y a otro, sin acabar de entender lo que estaba pasando, pero cuando vio que su madre se echaba a llorar, se puso a llorar ella también.
Hugo Bonpensant se fue de la casa el viernes siguiente, cuando los niños ya estaban acostados. Esa noche se despidió de ellos como siempre, les contó un cuento antes de acostarse y les dio un beso y les deseó buenas noches, pero a la mañana siguiente, cuando Freda y Fridolín se despertaron, su padre ya no estaba en casa, y en la mesa del desayuno había solo tres platos y tres tazas.