La fuga

Al día siguiente, uno antes del cumpleaños de David, el capitán Malasangre regresó a la isla. Era jueves y había traído tres cajas de provisiones. Una gran fiesta se preparaba para la noche siguiente, y David no dudaba de que él sería el supuesto invitado de honor. Pero no tenía intenciones de asistir. Si las cosas salían como esperaba, el invitado de honor estaría en un tren rumbo a Londres antes de que nadie se diera cuenta.

El sol se había ocultado ya cuando Julia y él, agazapados detrás de una duna, veían al capitán y a Gregor descargar la última caja de provisiones. El bote había llegado tarde ese día, pero ahí estaba —la última oportunidad de David—. Apenas había pronunciado palabra desde su encuentro con las cabezas, y Julia también estaba extrañamente callada, como si estuviera molesta por algo. Pero fue ella quien rompió el silencio.

—No va a funcionar —dijo—. Te digo, David, que no hay lugar en la lancha donde puedas esconderte. No sin que él se dé cuenta.

—No nos vamos a esconder en el bote —contestó David.

—Entonces ¿qué vamos a hacer?: ¿robarlo?

—Exactamente.

Julia lo miró con fijeza, preguntándose si estaría bromeando. Pero la cara de David estaba pálida y seria.

—¿Vamos a robarnos el bote? —murmuró Julia.

—El día que llegamos a la isla me di cuenta de que dejó las llaves puestas en la marcha. —David se pasó la lengua seca sobre los labios secos—. Un robo es lo último que se les ocurriría, y además es nuestra única esperanza.

—Pero ¿sabes cómo manejar una lancha?

—No, pero no debe ser muy diferente a un coche.

—¡Uno no corre el peligro de ahogarse en un coche!

David echó un último vistazo al acantilado. Gregor y el capitán habían desaparecido, y no se escuchaba ya el ruido del jeep. Le dio una palmadita en el hombro a Julia y ambos corrieron hacia la embarcación; los guijarros crujían bajo sus pies. El bote se meneaba con un vaivén junto al muelle. El capitán Malasangre no había echado el ancla al agua, pero amarró la lancha a un poste con un nudo que parecía seis serpientes metidas en una lavadora.

Sin ocuparse del amarre por el momento, David subió al bote y fue hasta el timón para buscar las llaves. La cubierta se ladeó por el peso y por un espantoso momento creyó que se había equivocado, que el capitán llevaba las llaves consigo. Pero entonces el bote se inclinó del otro lado y vio el llavero, una calavera verde esmeralda que se balanceaba al final de una cadena. La llave estaba en su lugar. Respiró hondo. En unos minutos más estarían lejos de ahí.

—¿Cómo funciona?

Julia había subido ya al bote y estaba de pie a sus espaldas; con voz retadora le pedía que le explicara cómo se hacía funcionar aquello. David recorrió los controles con la mirada. Había un timón —eso era fácil— y una palanca que seguramente servía para impulsar la lancha hacia atrás o hacia adelante. Pero en lo que respectaba al resto de los botones, contactos, compases y agujas, bien podían haber sido diseñados para enviar el bote directo a la luna en un viaje sin retorno, y David no tenía ni la más remota idea de ello.

—¿Cómo funciona, pues? —volvió a preguntar Julia.

—No es difícil. —David la miró con enojo—. Sólo tienes que darle vuelta a la llave.

—Entonces, ¿por qué no lo haces?

—Ya voy.

Lo hizo.

No pasó nada.

David dio vuelta a la llave nuevamente; esta vez la dobló tanto que estuvo a punto de romperla por la mitad. Pero aun así el motor se negó a toser, ni siquiera quiso carraspear.

—Siempre podemos nadar… —comenzó a decir Julia.

En ese preciso momento, David descubrió un botón rojo que estaba sobre la llave y lo presionó. Enseguida, el motor empezó a zarandearse ruidosamente, mientras el agua en la popa comenzaba a echar humo y a burbujear.

—Voy a ver el nudo de la amarra… —dijo David, soltando el timón.

—No. —Julia se agachó y recogió un cuchillo de pesca que estaba en la cubierta—. Tú quédate en los controles. Yo me encargo del nudo.

El bote estaba amarrado por la punta y, para alcanzar la cuerda, Julia tuvo que trepar por el borde de la embarcación y luego saltar al muelle. Se detuvo junto al poste y comenzó a trabajar. El cuchillo era afilado, pero la soga era muy gruesa y, a pesar de que le pasaba el cuchillo una y otra vez con todas sus fuerzas, no parecía avanzar. David la esperaba en el bote; las duelas de la cubierta crujían y vibraban debajo de él. El motor hacía más ruido que nunca. ¿Alcanzarían a escucharlo en la escuela? Miró hacia arriba.

Se quedó petrificado.

El capitán Malasangre venía de regreso. El viento debió llevar el sonido del motor por encima del acantilado. O quizá se habían percatado de su ausencia a la hora del té. Fuera lo que fuera, el resultado era el mismo. Los habían descubierto y ahora el capitán Malasangre y Gregor bajaban a toda velocidad en el jeep, en dirección al muelle.

—¡Julia! —gritó David.

Pero ella también los había visto ya.

—¡Quédate donde estás! —contestó Julia y redobló sus esfuerzos, rasgando las cuerdas como un violinista enloquecido. Llevaba ya media soga cortada, pero Gregor y el capitán se acercaban más y más a cada segundo. Ya casi llegaban al pie del acantilado. Les llevaría sólo veinte segundos más alcanzar el embarcadero.

Julia miró hacia arriba, recobró rápidamente el aliento y se lanzó sobre la soga otra vez, aserrándola, cortándola, acuchillándola con la hoja. La soga ya estaba toda deshilachada, los hilos separados; pero todavía se rehusaba a partirse por completo.

—¡Aprisa! —gritó David.

No había nada que pudiera hacer. Sus piernas se quedaron petrificadas. El jeep llegó hasta el extremo del muelle y frenó con un rechinido. El capitán Malasangre y Gregor bajaron de un salto. Julia volteó con la cara demudada de terror; el aire agitaba su cabello. Pero ella seguía cortando. El cuchillo mordió la soga. Otro cabo se soltó.

Gregor iba a la delantera, arrastrando los pies, avanzaba por el muelle en dirección a ella. Julia lanzó un grito y dejó caer el cuchillo.

La soga se rompió a la mitad.

—¡Julia! —gritó David.

Demasiado tarde; Gregor, dando un brinco hacia adelante como un sapo humano, había llegado hasta ella. Antes de que Julia pudiera moverse, el jorobado la tiró al suelo rodeándola con los brazos y las piernas.

—¡Vete, David, vete! —gritó.

La mano de David golpeó hacia abajo la palanca. Sintió cómo el bote se sacudía bajo sus pies mientras la hélice batía las aguas. La lancha se lanzó rumbo a mar abierto, arrastrando por el muelle la soga rota.

Entonces el capitán Malasangre se lanzó en un clavado sobre la cuerda. Con un grito de triunfo, sus manos la alcanzaron y se aferraron a ella como tenazas.

El bote se había alejado algunos metros del muelle. Julia, sometida por el enano, observaba todo desde el suelo con expresión desesperada. Gregor chasqueaba la boca horriblemente, y su único ojo parecía salirse de su órbita. El motor chilló. La hélice mezclaba las blancas aguas con lodo. Pero el bote seguía sin avanzar. El capitán Malasangre tiraba de él clavando sus talones en la madera, como un vaquero que trata de domar a un caballo salvaje. Su boca estaba contraída en una mueca espantosa. Su rostro se había puesto de un rojo púrpura. David no podía creer lo que veía. ¡El capitán tenía que soltarlo! Era imposible que aguantara el tirón, no con el motor a toda potencia.

Pero no había empujado la palanca hasta su límite. Quedaban dos centímetros. Con un grito de desesperación, David echó sobre ella todo su cuerpo, forzándola hacia atrás.

¡El capitán Malasangre seguía sujetando la soga! ¡Un hombre contra una lancha! Era una lucha imposible. El bote, encabritado, se salía casi del agua. Pero el hombre se negó a abrir las manos que se aferraban a la cuerda como si de ello dependiera su vida…

¡Aaaaaargh! —gritó el capitán Malasangre.

En ese mismo momento la lancha salió disparada como impulsada por una catapulta.

David abrió los ojos incrédulo.

Las manos del capitán seguían aferradas a la soga. Pero ya no estaban unidas a sus brazos. La fuerza de la máquina las había arrancado limpiamente y, cuando el bote salió volando, con un suave chapuzón cayeron al mar como dos pálidos cangrejos.

Sintiéndose enfermo, David giró el timón. El bote viró en redondo. Movió la palanca hacia adelante. El agua borbotaba. Y luego se alejó dejando atrás la Granja Groosham, la Isla Cadavera, a Julia y a un capitán Malasangre sin manos.