La partida
Las olas se elevaban ante la Isla Cadavera, brillando con el sol de la mañana, para luego romper plateadas sobre las rocas. Una brisa delicada soplaba en la orilla trazando dibujos en la arena. Todo era apacible. Las mariposas bailaban bajo la cálida luz del sol y el perfume de las flores invadía el aire.
De hecho, era la primera semana de diciembre y el resto de Inglaterra estaba cubierto por la nieve, con vientos mordientes y cielos nublados. Pero con el Grial Oculto había regresado la magia a la Granja Groosham. Y después de toda la excitación, el señor Escualo y el señor Falcón habían decidido recompensar a todo el mundo con tres semanas extra de sol de verano.
La escuela fue rápidamente restaurada. En el momento en que el Grial regresó a su lugar, la Granja Groosham se levantó de sus escombros tan orgullosa y fuerte como siempre había sido. De hecho, hubo incluso algunas mejoras. Durante el proceso, varios de los salones de clases se pintaron a sí mismos y una nueva ala de informática se había levantado misteriosamente en el pantano que quedaba al oeste del cementerio.
El personal también había estado muy ocupado. Le llevó un largo y complicado hechizo reparar todo el daño hecho a Margate y a la catedral de Canterbury, pero lo lograron. Luego hicieron que todos los involucrados —desde las meseras y meseros de «El glotón apurado» hasta la policía y los ciudadanos de a pie— olvidaran todo lo ocurrido. Los Eliot y la tía Mildred fueron restaurados y devueltos a su hogar. No resultaba sorprendente que toda la escuela necesitara unas vacaciones.
Habían pasado dos meses desde el vuelo de David a Canterbury. Ahora estaba sentado ante el oscuro escritorio del señor Tragacrudo, pálido, con una pierna enyesada y la cabeza todavía magullada. El subdirector estaba sentado frente a él.
—Entonces, ¿has tomado una decisión? —preguntó.
—Sí señor —contestó David—. He decidido dejar la escuela.
El señor Tragacrudo asintió pero no dijo nada. Un rayo de sol se colaba por una rendija de la cortina y miró disgustado en esa dirección.
—¿Puedo preguntar por qué? —dijo.
David se quedó pensando un momento. Le parecía que se había pasado semanas meditando sobre qué iba a decir. Pero ahora que debía ponerlo en palabras, no estaba seguro.
—Me gusta esto —dijo—. He sido muy feliz, pero… Es sólo que creo que ya he tenido suficiente magia. Siento que ya he aprendido todo lo que quería saber y ahora es tiempo de regresar al mundo real.
—A aprender de la vida.
—Sí, supongo que sí. Y, además… —ésta era la parte difícil—. Cuando miro hacia atrás, a lo que ocurrió con Vincent y todo eso, todavía creo que fue mi culpa. La verdad es que yo realmente quería el Grial Oculto. Lo quería como nunca he querido nada en mi vida y eso me hizo comportar… mal —se detuvo. Las palabras sonaban tan inadecuadas—. Estoy preocupado por cómo me comporté. Y por eso creo que es hora de que me vaya.
—Quizá quieres aprender más sobre ti mismo —dijo el señor Tragacrudo.
—Supongo que sí.
El subdirector se levantó y, para sorpresa de David, una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Eres muy especial —dijo—. Nuestro estudiante número uno. El legítimo ganador del Grial Oculto. Y tienes razón. Te hemos enseñado todo lo que necesitabas saber. Nosotros ya lo sabíamos. ¿Por qué crees que permitimos que pasara todo esto?
A David le tomó unos segundos repetirse lo que el señor Tragacrudo había dicho y entender su significado.
—¡Usted sabía lo del señor Bueninfierno! —tartamudeó.
—Sabíamos más de lo que posiblemente aparentábamos saber. Pero, sabes, teníamos que estar seguros de que estabas listo. Tómatelo como un examen final. Previo a tu partida.
—Pero… —La cabeza de David daba vueltas—. ¡El Grial! ¡La catedral de Canterbury! Estuvo tan cerca…
La sonrisa en la cara del señor Tragacrudo se fue haciendo más amplia.
—Teníamos total confianza en ti, David. Sabíamos que no nos decepcionarías.
Fue hasta la puerta y la abrió. David se levantó apoyándose en un bastón.
—¿A dónde piensas ir? —preguntó el señor Tragacrudo.
—Bueno, no voy a ir a casa, si a eso se refiere —dijo David—. Creo que debería ver un poco del mundo. La señora Windergast dice que el Tíbet es muy interesante en esta época del año…
—¿Vas a volar?
—Sí. —Esta vez le tocó sonreír a David—, pero no en avión.
El señor Tragacrudo le extendió la mano.
—Buena suerte —le dijo—. Y recuerda, siempre vamos a estar aquí si nos necesitas. Mantente en contacto.
Se estrecharon la mano. David abandonó el estudio y salió de la escuela. En el jardín se cruzó con Gregor, que sentado en una silla de playa intentaba broncearse y dejaba escapar un poco de humo de su cuerpo. También estaba allí uno de los estudiantes del primer año, o casi, ya que practicaba levitación a pocos centímetros del suelo. El sol todavía estaba alto en el cielo. David siguió el sendero que llevaba a la cima de los riscos. Su lugar favorito en la isla.
Vincent y Julia lo esperaban mirando las olas.
—¿Se lo contaste? —preguntó Julia cuando llegó.
—Sí.
—¿Qué te dijo?
—Me deseó suerte.
—Probablemente vas a necesitarla —dijo Vincent—. Lamento que te vayas, David. Realmente voy a extrañarte.
—Yo también te voy a extrañar, Vincent. Y a ti Julia. De hecho, hasta voy a extrañar a Gregor. Pero espero que nos volvamos a encontrar. Por alguna razón, no creo que ésta sea la última vez que sepa de la Granja Groosham.
Vincent asintió y se levantó. Julia tomó a David del brazo. Y juntos, los tres amigos, caminaron hacia el mar.