El examen
El miércoles llegó rápidamente y con él, el último examen del año: Conjuros Avanzados.
Existía una tradición en la Granja Groosham: todos los exámenes comunes se realizaban en el salón principal, en el primer piso; pero para los más secretos, los relacionados con la brujería y la magia negra, los alumnos bajaban las escaleras, pasaban la red de túneles y pasadizos que yacían debajo de la escuela hasta una habitación subterránea. Ahí se habían colocado sesenta y cinco pupitres y sesenta y cinco sillas, lejos de la curiosidad del sol. Éste sería, por tanto, el territorio de la prueba final: una caverna oculta entre estalactitas y estalagmitas, con una gran cascada de roca cristalizada protegiendo la salida.
El examen comenzaría a las once. Quince minutos antes, David bajó por las escaleras. Tenía la boca seca y una desagradable sensación en el estómago. Era ridículo. Cuando se trataba de Conjuros Avanzados, todo el mundo coincidía en que él era intocable. Al mismo tiempo, sabía que ésta era una de las asignaturas que Vincent menos manejaba. Esa mañana había revisado la tabla de posiciones por última vez. Todavía ocupaba el primer lugar. Vincent estaba tres puntos por detrás. Seguía Julia en el tercer lugar a una distancia de diecisiete puntos. En el periódico mural vio lo que quería saber: el examen era entre Vincent y él, y Vincent no tenía ninguna posibilidad.
Entonces, ¿por qué estaba tan nervioso? David abrió la puerta de la biblioteca y entró. Avanzó hacia el espejo de cuerpo completo sin dejar de mirar su propio reflejo. Estaba cansado y se le notaba. No había dormido bien después del encuentro en el estudio de los directores. Todavía tenía los sueños: sus padres, la escuela haciéndose pedazos, y la cara que estaba seguro de haber reconocido.
Ahora se encontraba ante su imagen. Se regañó con la mirada y se introdujo en el cristal. El espejo se onduló a su alrededor como agua y entonces lo atravesó y penetró en el primero de los pasajes subterráneos. Al bajar, el vaho de su respiración se dibujaba en el aire frío y podía sentir la humedad adhiriéndose a su ropa. La sala del examen estaba delante, pero en un impulso siguió por un pasaje a su derecha. No era más que una fisura en la piedra, tan angosta en algunos tramos que tenía que contener la respiración para avanzar. Pero cuando se volvió a ensanchar, David se encontró cara a cara con lo que había venido a ver.
El Grial Oculto se hallaba en una gruta en miniatura, separado del pasaje por seis barrotes de acero. Los barrotes estaban incrustados en la piedra y no había ningún camino visible hacia la cámara. El Grial yacía sobre un pedestal de piedra, bañado con una luz de plata. Tenía unos quince centímetros de altura y era de color gris metálico, con incrustaciones de piedra de color rojo oscuro que podían ser rubíes o granates. No tenía nada demasiado extraordinario a la vista, pero David sintió que se le cortaba la respiración. El Grial lo había hipnotizado. Podía sentir el poder que irradiaba y hubiera dado cualquier cosa por alcanzarlo a través de los barrotes y sostenerlo en sus manos.
Por esto había estado luchando. Haría el examen y sería el primero. Nadie lo iba a detener.
—¿David…?
Al escuchar su nombre, David se volvió con expresión culpable. Había estado tan absorto en el Grial que no escuchó que alguien se aproximaba. Al voltear vio al maestro en artes, oficios y vudú, el señor Bueninfierno, parado en la entrada. Vestía un traje oscuro de tres piezas pasado de moda que le hacía ver como un sepulturero.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Sólo miraba… —David estaba a la defensiva. Después de su último encuentro en el despacho de los directores, no tenía nada que decir. Pero para su sorpresa el señor Bueninfierno se acercó con una expresión enigmática en el rostro.
—David —le dijo—, quiero hablar contigo acerca de la otra noche.
—¿Qué pasa con la otra noche? —David sabía que estaba siendo deliberadamente grosero, pero todavía seguía enojado por lo que había ocurrido.
El señor Bueninfierno respiró profundo. La luz rebotaba en la inmensa bóveda de su cabeza y sus redondos ojos grises parecían preocupados.
—Sé que estás molesto —dijo—, pero hay algo que debo decirte. Yo no creo que hayas sido tú quien abrió la caja fuerte.
—¿Qué? —David sintió una oleada de emoción.
—Yo fui el más sorprendido al verte en esa habitación —continuó el maestro—, déjame que te explique, yo hacía mis rondas cuando vi que alguien bajaba por las escaleras. Estaba oscuro, de modo que no pude ver quién era, pero hubiera jurado que tenía el cabello rubio, más claro que el tuyo.
Cabello rubio, era Vincent. Tenía que ser.
—Le vi entrar en el estudio de los directores y entonces fui a buscar al señor Escualo y el señor Falcón —el señor Bueninfierno hizo una pausa—. Quienquiera que haya estado adentro del estudio dejó la puerta medio abierta. Podría jurarlo. Sólo que cuando regresé la puerta estaba cerrada y tú estabas dentro.
—Yo no abrí la caja fuerte —dijo David. Ahora que había comenzado no podía detenerse—. Alguien me tendió una trampa. Quería que me encontraran ahí. Sabía que usted iría por los directores y se debe haber escabullido justo antes de que yo llegara.
—¿Alguien…? —el señor Bueninfierno frunció el ceño—. ¿Tienes alguna idea de quién?
Por un momento David estuvo tentado a nombrar a Vincent King, pero ése no era su estilo de hacer las cosas. Negó con la cabeza.
—¿Por qué no informó a los directores lo que había visto? —preguntó.
El señor Bueninfierno hizo una pausa, se encogió de hombros y continuó:
—En ese momento parecía un caso cerrado. Fue hasta más tarde… —se frotó la mejilla—. Incluso ahora no estoy seguro. Supongo que te creo. Pero es tu palabra contra…
… contra la de Vincent. David asintió. La trampa había sido muy bien preparada.
El señor Bueninfierno sacó un reloj de cadena del bolsillo de su chaleco y lo miró.
—Ya son casi las once —dijo y se encaminó hacia la salida, pero antes puso su firme y pesada mano en el hombro de David—. Pero si vuelves a tener problemas ven a verme. Tal vez pueda ayudarte.
—Gracias —David giró y se apresuró de vuelta por el pasaje. Se sentía diez veces más seguro que una hora antes. Había dejado que Vincent le venciera una vez. No habría una segunda. Haría el examen y quedaría en primer lugar. El Grial Oculto sería suyo.
* * *
COMITÉ DE EVALUACIÓN DE LA GRANJA GROOSHAM
CERTIFICADO GENERAL DE EDUCACIÓN MEDIA
CONJUROS AVANZADOS
Miércoles 24 de octubre, 11:00 a. m.
Tiempo de duración: 2 horas
Escriba su nombre y número de inscripción con tinta (no con sangre) en cada lado de la hoja. Escriba sólo por un lado de la hoja, de preferencia no en el lado angosto.
Conteste todas las preguntas. Cada pregunta deberá responderse en una hoja aparte.
El número de puntos a obtener se muestra entre paréntesis al final de cada pregunta o parte de la pregunta. En total este examen vale 100 puntos.
Se advierte a los alumnos que no intenten maldecir a la persona que formuló este examen.
1. Escriba todas las palabras que tienen el poder de provocar los siguientes hechizos (30):
a) Calvicie (5)
b) Acné (5)
c) Mal aliento (5)
d) Amnesia (5)
e) Muerte (10)
Advertencia: es muy importante no murmurar las palabras poderosas mientras las escribe. Si alguien cerca de usted pierde su cabello, se le llena la cara de granos, huele a cebolla, olvida por qué está aquí o desaparece, quedará usted descalificado.
2. Su tía le anuncia que se quedará con usted en Navidad y Año Nuevo.
Ella tiene setenta años y deja una marca de lápiz de labios en su mejilla cada vez que lo besa. Aunque usted ya tiene quince años, ella sigue pensando en que tiene nueve. Critica su ropa, su cabello y la música que le gusta. Como siempre, le ha traído un libro usado.
A continuación describa en 200 palabras un hechizo apropiado que le asegure a usted que su tía pasará la próxima Navidad en (10):
La sala de terapia intensiva del hospital local o
una plantación de arroz en China o
un cráter en el lado oscuro de la luna.
3. ¿Qué es la tanatomanía? Defínala dando dos ejemplos históricos. Luego describa qué haría para sobrevivirla. (35).
4. Escriba un hechizo apropiado para TRES de las siguientes criaturas (15):
Los cazadores de elefantes (5)
Las personas que hablan en el cine (5)
Las chinches de la cama (5)
Los fabricantes de cigarros (5)
Los charlatanes (5)
5. Describa cómo recrearía la Gran Peste usando ingredientes que se encuentran en el supermercado más cercano.(10)
Tan fácil como eso.
Tan pronto como David recorrió las preguntas con la mirada, supo que todo iba a salir bien. Incluso había repasado la Gran Peste pocas noches antes y el resto del examen era igual de sencillo.
Así que sonreía cuando el reloj marcó la una y el señor Bueninfierno señaló que se había acabado el tiempo. Mientras todos permanecían en sus asientos, Vincent y otro chico que se había sentado en primera fila se levantaron y comenzaron a recoger las hojas. Fue Vincent quien llegó al escritorio de David. Mientras le daba sus respuestas, David levantó la cabeza y lo miró directamente a los ojos. No dijo nada, pero quería que él supiera que había contestado bien todas las preguntas. Ya nada podía detenerlo.
El señor Bueninfierno metió los exámenes dentro de su maletín de piel y todos salieron del lugar. Una vez estuvieron nuevamente al aire libre, David alcanzó a Julia. Era una hermosa tarde. Sentía el calor del sol en su nuca luego del frío de la caverna.
—¿Cómo te fue? —preguntó.
Julia hizo una mueca.
—Horrible. ¿Qué diablos es tinatomanía?
—Tanatomanía. Es una especie de hechizo múltiple —comenzó a explicar David—. Era cuando una bruja quería hacer daño a un pueblo entero o a toda una ciudad en vez de a una sola persona —sintió un escalofrío—. No sé por qué nos enseñan ese tipo de cosas. No creo que algún día queramos maldecir a alguien.
—No —coincidió Julia—. Pero, la mayoría de las cosas que aprendemos en la escuela de hecho nunca se usan. Sólo tienes que saberlas, eso es todo. —Lo tomó del brazo—. ¿Y a ti cómo te fue?
—Fue fácil —contestó David con una sonrisa.
—Me alegra que pienses así —Julia miró a lo lejos. Vincent caminaba solo hacia la Torre Oriental. Sonreía y caminaba alegremente—. Yo no cantaría victoria tan rápido —dijo—. Ahí va Vincent y también se le ve muy seguro.
* * *
David recordó lo que había dicho Julia unos días antes. Todavía faltaban más clases, pero al terminar el último examen la tabla de posiciones quedaba oficialmente cerrada. Ahora todo dependía de Conjuros Avanzados, y si bien David se sentía seguro y pretendía no pensar en eso, seguía dando vueltas alrededor del periódico mural que estaba cerca del privado de los directores; donde finalmente se anotaría el resultado.
Allí estaba una tarde cuando apareció el subdirector, con una hoja de papel en una mano y un alfiler en la otra. David sintió que se le aceleraba el corazón. Tenía un nudo en la garganta y un hormigueo en las palmas de las manos. Nadie más andaba por ahí. Sería el primero en saber los resultados.
Haciendo un esfuerzo por no correr, llegó hasta el tablón de anuncios. El señor Tragacrudo le miró con una sonrisa macabra.
—Buenas tardes, David.
—Buenas tardes señor. —¿Por qué no decía nada el señor Tragacrudo? ¿Por qué no lo felicitaba por ser el primero, por haber ganado el Grial Oculto? Con trabajo se obligó a levantar la vista hasta el periódico. Y allí estaba:
RESULTADOS DE CONJUROS AVANZADOS
Pero el primer nombre no era el suyo.
Linda James, la niña a la que había desintegrado la señora Windergast, era la primera.
David parpadeó. ¿Y el nombre que le seguía?
William Rufus era el segundo.
Luego Jeffrey Joseph.
No era posible.
—Muy decepcionante tu resultado, David —el señor Tragacrudo le estaba hablando, pero David casi no lo escuchaba. Estaba siendo presa del pánico. Las letras de la lista se empalmaban unas con otras mientras buscaba su nombre. Ahí estaba Vincent, en noveno lugar, con sesenta y ocho puntos. Y ahí estaba él, dos lugares más abajo… ¡Onceavo! Sólo había sacado sesenta y cinco, ¡eso era imposible!
—Muy decepcionante —repitió el señor Tragacrudo, pero había algo extraño en su voz. Era tan suave y amenazante como siempre, pero había algo más. ¿Estaba complacido?
Onceavo… David estaba pasmado. Trató de dilucidar dónde quedaría en la tabla de posiciones con este resultado. Linda había alcanzado setenta y seis puntos. Él tenía once menos, tres lugares detrás de Vincent. Había perdido el Grial. Era seguro.
—Quedé muy sorprendido —continuó el señor Tragacrudo—. Hubiera jurado que sabías el significado de tanatomanía.
—¿Tanato…? —la voz de David parecía venir de muy, muy lejos. Se volvió hacia el señor Tragacrudo. Escuchó pasos que se acercaban. Ya había corrido la noticia de que los resultados estaban ahí. Pronto habría una multitud.
—Pero sí lo sé —dijo David—. Lo escribí…
El señor Tragacrudo sacudió la cabeza con una sonrisa triste.
—Yo mismo conté el puntaje —dijo—. Ni siquiera contestaste la pregunta.
—¡Pero… lo hice! ¡Y lo hice bien!
—No, David. Era la tercera pregunta. Debo decir que todo el resto estaba bien; pero me temo que perdiste los treinta y cinco puntos de ésa. No entregaste esa respuesta.
Entregaste esa respuesta…
Entonces David se acordó. Vincent había recogido los exámenes. Él se lo había entregado. Y siguiendo las instrucciones del inicio, cada pregunta había sido respondida en una hoja diferente. Debió ser muy simple para Vincent sustraer disimuladamente una de las hojas. David había sido tan confiado, se había sentido tan seguro de sí mismo, que ni siquiera pensó en esa posibilidad. Pero seguramente eso fue lo que pasó. Era la única opción.
Ya había unas veinte o treinta personas arremolinadas en torno al periódico mural, luchando por acercarse, gritando nombres y números. David escuchó su propio nombre. Onceavo con sesenta y cinco puntos.
—Eso significa que sigue siendo el primero —gritó alguien—. Él y Vincent King empatan en el primer lugar.
—¿Entonces quién se queda con el Grial Oculto?
Todos parloteaban a su alrededor. Sintiéndose enfermo y confuso, David se abrió paso y salió corriendo, sin hacer caso de Julia y los demás que le llamaban.
No había luna esa noche. Y por si la oscuridad fuera poca, una neblina que venía del mar invadía la tierra húmeda y se enroscaba alrededor de las paredes de la Granja Groosham. Todo estaba en silencio. Incluso Gregor, que dormía en una de las tumbas del cementerio, no hacía ruido. Normalmente roncaba; esa noche estaba callado.
Nadie oyó el ruido de una puerta lateral al abrirse. Nadie vio una silueta salir y avanzar en la noche, sobre el musgo y la tierra en dirección a la Torre Oriental. Una segunda puerta se abrió y se cerró. Dentro de la torre, una luz resplandeció.
Y nadie vio la linterna que giraba sobre sí misma y subía cada vez más por la escalera de espiral que llevaba a las almenas. Una araña regordeta huyó del camino justo a tiempo para evitar el tacón de un zapato negro de piel que pisaba el escalón de concreto. Una rata arqueó su espalda en una esquina, temerosa de la luz inusual. Pero ningún ojo humano estaba abierto. Ningún oído humano escuchó el tap, tap, tap, de pasos subiendo la escalera.
El agente secreto llegó a una habitación circular en la cúspide de la torre, las ocho angostas ventanas estaban abiertas a la noche. De un lado había una mesa, algunos papeles y lo que parecía una colección de cajas, de donde venía el sonido de un aleteo y un extraño y agudo chillido. El agente se sentó frente a una hoja y comenzó a escribir.
ESTRICTAMENTE CONFIDENCIAL
Al Obispo de Bletchey
Todo está saliendo de acuerdo con el plan. Nadie sospecha. Muy pronto el Grial Oculto será nuestro. En breve tendrá más noticias.
Una vez más no había firma al final de la hoja. El agente garabateó sólo una X, luego dobló cuidadosamente la carta y metió la mano en una de las cajas. En realidad no era una caja, sino una jaula. Cuando la volvió a sacar sostenía algo que parecía un jirón de piel desgarrada, o lo hubiera parecido si no fuera porque estaba vivo, sacudiéndose y chillando. El agente sujetó el mensaje a la pata de la criatura y la llevó hasta la ventana.
—Vas para afuera —las palabras eran un suave susurro en la oscuridad.
Hubo una breve agitación, un último graznido y el mensaje desapareció en la negra noche.