Vincent

A David le dolían los brazos, las muñecas y los hombros. Lo despertó el dolor —y alguien que lo llamó por su nombre. Abrió los ojos y se encontró tumbado en el piso con la espalda contra la puerta de una habitación que conocía. Estaba en la cámara alta de la Torre Oriental. Alguien le había derribado, subido por las escaleras, atado y dejado ahí.

¿Pero quién?

Todo ese tiempo David había estado seguro de que su enemigo secreto era Vincent King, que él había tramado todo el complot para robar el Grial. Ahora, finalmente, sabía que se había equivocado. Porque ahí estaba Vincent, justo enfrente de él, también atado, por primera vez con el cabello despeinado y una fea cicatriz en un lado de la cara. Julia estaba sentada junto a él, en un estado similar. Ella era quien lo había llamado.

David se enderezó.

—Está bien —dijo—. Estoy despierto.

Trató de separar sus muñecas pero le fue imposible. Las tenía atadas detrás de la espalda con una especie de soga áspera. Podía sentir cómo se le hundía en la carne y todo lo que podía de hacer era mover sus dedos. Se empujó hacia arriba por la pared, presionando el tacón de su zapato contra las duras baldosas.

—Sólo dame unos segundos —dijo. Cerró los ojos otra vez y murmuró las primeras palabras de un hechizo que traería a un demonio menor persa en su ayuda.

—Olvídalo —lo interrumpió Vincent, y David se detuvo sorprendido. El otro niño apenas le había dirigido la palabra antes. Normalmente hacían todo lo posible por evitarse el uno al otro. Pero ahora parecía que estaban del mismo lado. Incluso así, Vincent sonaba cansado y derrotado—. Si estás tratando de usar magia, no va a funcionar, yo ya lo intenté.

—Mira la puerta —dijo Julia.

David volteó la cabeza hasta una posición bastante incómoda. Había una figura pintada en la puerta cerrada. Parecía un ojo atravesado por una línea ondulada.

—Es el ojo de Horus —dijo Vincent—, crea una barrera mágica. Esto significa…

—… que no podemos usar nuestros poderes —concluyó David—. Lo sé.

Apretando los dientes, David frotó sus muñecas entre sí tratando de aflojar la cuerda. Esto le costó unos jirones de piel y no obtuvo muchos resultados a cambio. Pero girado las manos y podía juntar las palmas. Esto le permitiría agarrar algo si hubiera algo que agarrar en la torre. Pero nada más.

Se dio por vencido.

—¿Quién ha hecho esto? —preguntó.

—No lo sé. Nunca lo vi —dijo Vincent sacudiendo la cabeza.

—Ni yo —agregó Julia—. Estaba siguiendo a Vincent como me dijiste. Pero justo antes de que empezara la entrega del premio decidí echar un rápido vistazo aquí. Alguien debe haber estado esperando, pero no vi nada.

—Ni yo —murmuró tristemente David.

—¿Por qué me estaban siguiendo? —preguntó Vincent.

Julia señaló a David con la cabeza. No pudo evitar el tono ácido de su voz.

—Él creía que ibas a robar el Grial.

Vincent asintió brevemente con la cabeza.

—No me sorprende —murmuró.

—Yo sabía que alguien iba a robar el Grial —dijo David. Se estaba poniendo colorado otra vez. Se había equivocado desde el principio, equivocado terriblemente, y su error podía acabar matándolos a todos. Ahora pensó en retrospectiva, recordando todo lo que había sucedido. Y fueron saliendo las palabras—. Me pusieron una trampa esa noche en el estudio de los directores. Nunca intenté robarme el examen. Y yo sé lo que significa tanatomanía. Alguien se robó mi respuesta. ¿Y qué con las figuras de cera? Está bien, tal vez no fuiste tú quien las mandó tras de mí, pero no me lo inventé. Alguien se robó la estatuilla para que tú pudieras ganar.

David se dio cuenta de que lo que decía no tenía mucho sentido. Se hundió otra vez en el silencio.

—¿Es por eso que desde el comienzo estuviste en mi contra? —preguntó Vincent.

—Yo no estaba…

—Nunca me diste una oportunidad.

David sabía que era verdad. No se estaba poniendo colorado porque se había equivocado, sino porque había sido cruel y tonto. Y había pensado lo peor de Vincent por la simple razón de que no le caía bien, y no le caía bien porque los dos estaban compitiendo. Vincent tenía razón. David nunca le dio una oportunidad. Fueron enemigos desde el principio.

—¿Cómo iba a saber? —murmuró David—. No te conocía…

—Nunca preguntaste —contestó Vincent. Hizo una pausa y continuó—. Yo no quería venir aquí. No tengo padres. Mi padre me dejó cuando era un niño y mi madre no quiso saber de mí. Me pusieron en una institución… Santa Isabel en Sourbridge. Era horrible. Entonces me cambiaron aquí —respiró profundo—. Yo pensaba que iba a ser feliz en la Granja Groosham, especialmente cuando descubrí de qué se trataba en realidad. Todo lo que quería era ser uno de ustedes, ser aceptado. Ni siquiera me importaba el Grial Oculto.

—Lo siento… —David nunca se había sentido tan avergonzado.

—Traté de hacerme vuestro amigo, pero cada cosa que hacía empeoraba las cosas —suspiró—. ¿Por qué creíste que era yo? ¿Por qué yo?

—No lo sé —David hizo memoria—. Te vi saliendo de la torre —dijo, sabiendo cuan pobre sonaba su argumento—. Y esa noche, cuando me atraparon viendo los exámenes… ¿Entonces tú viniste aquí?

—Sí —asintió Vincent.

—¿Por qué?

Vincent se quedó un momento pensando, luego contestó.

—Fumo. Comencé a fumar cigarros cuando estaba en Sourbridge y nunca lo he dejado.

—¡Fumas! —David se acordó del olor. Lo había sentido un par de veces pero no lo había reconocido: humo de tabaco rancio—. ¡No me lo puedo creer! Fumar es una locura. Te mata. ¿Cómo puedes ser tan tonto?

—Tú has sido bastante tonto también —musitó Julia.

David se quedó en silencio.

—Sí —reconoció.

—Supongo que ahora es un poco tarde para pensar en dejarlo —dijo Vincent mientras luchaba con sus sogas.

Tan pronto dijo estas palabras se escuchó un estruendo a lo lejos, suave y bajo al principio, pero que fue creciendo hasta convertirse de pronto en un estallido. David miró por la ventana. El cielo estaba gris, pero no del color del atardecer. Era un gris feo, eléctrico y en cierto modo artificial. Se acercaba una tormenta a la Isla Cadavera y estar sentado allí en lo alto de la torre, justo en el centro, se sentía bastante incómodo.

—Creo que… —comenzó a decir.

Hasta ahí llegó. De pronto toda la torre se estremeció como si hubiera sido golpeada por una onda expansiva. En ese mismo momento, Julia gritó. Un gran pedazo de pared cayó simplemente hacia afuera dejando un hueco sobre su cabeza. En el exterior, el aire formó un remolino oscuro que penetró en la habitación. Se escuchó el rugido de un segundo trueno. La cámara se volvió a sacudir y una grieta apareció en el piso entre David y Vincent, las pesadas baldosas se desgarraban y separaban como si fueran de papel.

—¿Qué está pasando? —gritó Julia.

—El Grial ya no está en la isla —gritó David—. Es el fin…

—¿Qué vamos a hacer? —dijo Vincent.

David miró hacia la puerta, al símbolo pintado de blanco sobre la madera. Aun si pudiera alcanzar el ojo de Horus, no podría borrarlo. Pero mientras estuviera ahí, no había ninguna posibilidad de usar magia. Si iban a escaparse tendrían que usar sus propios recursos. Revisó el piso, intentó no mirar la grieta. No había botellas rotas, ni clavos oxidados, ni nada que pudiera cortar las sogas. Frente a él, Vincent estaba luchando con todas sus fuerzas. Había podido aflojar las manos, pero las muñecas seguían perfectamente atadas.

Se escuchó un tercer trueno. Esta vez el golpe fue en el techo. Julia gritó y rodó hacia un lado para protegerse de las dos vigas de madera que cayeron, seguidas por lo que se sintió como una tonelada de polvo y escombros. Vincent desapareció completamente de la vista. Por un momento David pensó que había caído, pero entonces Vincent tosió y se enderezó apoyándose sobre sus rodillas, seguía luchando con las sogas.

—¡Todo el lugar se está derrumbando! —gritó Julia—. ¿Qué tan alto estamos?

—Demasiado alto —contestó David con otro grito. La grieta en el piso se había ensanchado. Muy pronto todo el piso iba a ceder y los tres caerían por un túnel de piedra rota y ladrillo con una muerte segura esperándolos doscientos metros más abajo.

Entonces tuvo una idea.

—¡Vincent! —gritó—. ¿Después de la entrega del premio, viniste aquí a fumarte un cigarro?

—Sí —admitió Vincent—. Y no me digas que es malo para mi salud. ¡No ahora!

—¿Tienes cigarros contigo?

—David no es momento para hablar de eso —sollozó Julia.

—Sí —dijo Vincent.

—¿Y con qué pensabas encenderlo?

Vincent entendió de inmediato. Por primera vez, David se encontró admirando al otro niño y supo que si sólo hubieran trabajado juntos desde el principio, nada de esto habría ocurrido. Contorsionando su cuerpo, Vincent vació el contenido de sus bolsillos en el piso: un puñado de monedas, una pluma, un encendedor.

Moverse con las manos atadas no era fácil. Primero tuvo que darse la vuelta y después tentaleó para recoger el encendedor. Al mismo tiempo, David se arrastró por el piso, empujándose con sus pies. Se detuvo ante la grieta sintiendo que el piso se movía. Julia le gritó que tuviera cuidado. David se arrojó hacia delante. Otro trueno resonó alrededor —más cerca esta vez— y toda la sección del piso, donde David había estado sentado, se desplomó dejando un hoyo negro dentado. David cayó hacia delante y casi se disloca el hombro. Oyó las baldosas estrellarse contra el fondo de la torre y soltó un suspiro de alivio por no haberse caído con ellas.

—¡Apúrate! —le apremió Vincent.

Magullado y adolorido, David maniobró hasta quedar con Vincent espalda contra espalda. Por su parte, Julia se les había acercado.

Toda la cámara se estaba resquebrajando. Ningún lugar era seguro. Pero si continuaban, todo saldría bien. Había una especie de alivio en ello.

—Esto va a doler —dijo Vincent.

—Hazlo —insistió David.

Manipulándolo con los dedos, temeroso de dejarlo caer, Vincent prendió el encendedor. Tenía que trabajar a ciegas, sentado de espaldas a David y no había tiempo para ser cuidadoso. David sintió que la llama del encendedor le chamuscaba la muñeca y gritó de dolor.

—Lo siento… —comenzó a decir Vincent.

—No pasa nada. Continúa.

Vincent volvió a prender el encendedor, tratando de dirigir la flama a donde pensaba que debían estar las sogas. El viento se metía a la cámara a través de los hoyos de la pared y el techo. David podía escucharlo bramando alrededor de la torre. Respingó cuando el encendedor le volvió a quemar las muñecas pero esta vez no gritó. Estaba agradecido de que la flama no se hubiera apagado.

Cayeron más ladrillos. Julia se puso blanca y David creyó que se iba a desmayar, pero entonces vio que el revoque que se había caído la cubría de la cabeza a los pies. Julia no era del tipo de las que se desmayan.

—Huelo a quemado —dijo—, debe ser la soga.

—A no ser que sea yo —murmuró David.

Estiró los brazos, intentando evitar la llama. Empezaba a pensar que llevaba toda su vida sentado ahí, cuando sintió una sacudida y sus manos se separaron. Unos segundos después estaba de pie, libre, con las dos puntas chamuscadas de la soga colgando de sus muñecas. A continuación liberó a Vincent. El encendedor le había quemado bastante el pulgar y un lado de la mano. David pudo ver las marcas rojas. Pero Vincent no se había quejado.

Entonces llegó el turno de Julia. Con la ayuda de Vincent las sogas cayeron rápidamente y luego los tres corrieron por el piso que se iba desplomando detrás de ellos. Pronto no quedaría nada de la torre. Era como si hubiera una criatura invisible dentro de la tormenta, devorando la piedra y la argamasa.

David fue el primero en llegar a la puerta. No tenía llave. Quienquiera que los hubiera atado se había sentido muy seguro de sus nudos. Tomando a Julia de la mano, con Vincent justo detrás de ellos, David se abrió camino por la escalera de espiral. Como a mitad de camino, cayeron dos baldosas que estuvieron a punto de alcanzarlos antes de estrellarse con un estruendo explosivo. Pero las secciones más bajas de la torre todavía se sostenían. De modo que a medida que avanzaban, se volvía más segura. Llegaron hasta la planta baja sin sufrir ningún daño.

Pero cuando salieron al aire libre todo había cambiado.

La Isla Cadavera se veía totalmente negra bajo el azote de una apestosa lluvia ácida. Las nubes se retorcían como esos cuerpos que hierven en la caldera de una bruja. El viento los golpeaba, lanzándoles plantas y pasto a la cara. No había nadie a la vista. De un lado, el cementerio aparecía salvaje y abandonado, con muchas de las lápidas caídas. La misma Granja Groosham parecía oscura y miserable, como una fábrica abandonada. Un enrejado de fisuras la atravesaba. Muchas de sus ventanas estaban hechas añicos. La hiedra había sido arrancada y caía como un amasijo desastroso al pie del edificio. Hubo un relámpago de luz y una de las gárgolas se despegó de la pared, lanzándose a la negrura del cielo con una explosión de revoque roto.

—El Grial… —comenzó a decir Vincent.

—Ha comenzado su viaje hacia el Sur —continuó David—. Si llega a las costas de Canterbury, ¡todo habrá terminado!

—¿Quién lo tomó? —preguntó Julia—. Si no fue Vincent, ¿quién fue?

—¿Y qué podemos hacer? —Vincent alzó una mano para protegerse los ojos del viento hiriente—. ¡Debemos traerlo de vuelta!

—No lo sé —gritó David.

Pero de pronto lo supo. Súbitamente todo se aclaró en su mente. Supo quién tenía el Grial. Supo cómo lo había sacado de la isla. Lo único que no sabía era cómo podían alcanzarlo.

Entonces Vincent le tomó del brazo.

—Tengo una idea —gritó.

—¿Qué?

—Sé cómo podemos salir de la isla, uno de nosotros…

—¡Muéstrame! —dijo David.

El trueno volvió a estallar. Los tres dieron media vuelta y corrieron al interior de la escuela.