24

Los monstruos

Cuando Gemma tocó el agua, la canción se detuvo por fin. Sus piernas se convirtieron en una cola y pudo respirar profundamente.

Su transformación en sirena había silenciado la canción del mar, y Gemma cerró los ojos, tratando de oír a las sirenas. No podía oírlas exactamente, sino más bien sentirlas. Las sirenas la atraían hacia ellas, así como la atraía el mar.

Si no hubiesen tenido esa conexión, probablemente Gemma jamás las habría encontrado. En vez de ir a la caleta, como pensó que haría, Gemma se dio cuenta de que se estaba dirigiendo mar adentro, hacia la isla de Bernie, a unos kilómetros de la bahía de Ante musa.

Ya antes de salir a la superficie, Gemma oyó la música a todo volumen. Era Ke$ha y no parecía el tipo de música que escucharía Bernie.

Gemma trepó al muelle, algo que no era nada fácil, ya que no podía usar su cola de sirena para ayudarse. Desde allí, podía ver la casa de Bernie entre los árboles, toda iluminada, como un faro.

Una vez su cola volvió a su forma habitual de piernas humanas, Gemma hurgó en su mochila y se vistió. La ropa estaba empapada, pero era mejor que andar desnuda.

Fue por el muelle hasta el sendero que llegaba a la casa de Bernie. Las ventanas estaban abiertas de par en par, por lo que la música se oía a todo volumen. Gemma se acercó a escondidas hasta una de ellas, porque quería ver qué hacían antes de entrar.

Lexi estaba saltando en el sofá, haciendo algún extraño paso de baile. Su boca se movía con la letra pero sin que ninguna palabra saliera de ella.

Thea estaba cerca de allí hurgando en una alacena. Parecía que hubieran saqueado toda la casa; al ver la manera en que Thea revisaba y lanzaba las cosas por el aire entendió el porqué. Gemma no podía saber si buscaba algo en particular o no.

Ni Bernie ni Penn se veían por ningún lado, por lo que Gemma rodeó la casa hacia otra ventana esperando poder ver mejor desde allí.

—Me alegro de que hayas decidido unirte a nosotras —dijo Penn, y Gemma retrocedió de un salto. Penn había aparecido como por arte de magia, justo a su lado, y Gemma ni siquiera la había oído llegar.

Penn le sonrió y Gemma se apresuró a recuperar la compostura. Lo que menos quería era que Penn supiera cuánto la había asustado.

—Todavía no he decidido nada —respondió Gemma fríamente, y Penn amplió aún más su sonrisa.

—¡Oh! —exclamó Lexi dentro de la cabaña—. ¿Gemma está aquí? —La música se detuvo dentro de la cabaña, de modo que los únicos sonidos que ahora se oían provenían del mar y el viento que agitaba los árboles.

—Entra. —Penn dio un paso atrás, después se volvió y entró en la casa. Gemma tragó saliva y la siguió.

Lexi se había bajado del sofá, pero Thea seguía revolviendo la casa. Había pasado a la cocina y estaba agachada delante del fregadero, sacando cubos y artículos de limpieza.

—Thea, creo que podemos afirmar con bastante certeza que no hay nada valioso debajo del fregadero —dijo Penn mientras pasaba con cuidado sobre todas las cosas que Thea tenía tiradas en el suelo de la cocina.

—Esto es una pérdida de tiempo de todos modos. —Thea suspiró y se detuvo—. Gemma está aquí. ¿Podemos irnos de una vez?

—No sé. —Penn miró hacia Gemma y se apoyó sobre el respaldo del sofá—. Gemma dice que no está segura de si va a venir con nosotras o no.

Thea lanzó un gruñido y alzó los ojos al cielo.

—Oh, por favor.

—¿Dónde está Bernie? —preguntó Gemma.

—¿Quién? —preguntó Lexi.

—Bernie. —Gemma pasó bruscamente a su lado para adentrarse en el dormitorio del fondo. Abrió la puerta, pero lo único que encontró fue el mismo desorden que en el resto de la cabaña—. ¿Bernie? ¿Señor McAllister?

Como no lo veía por ningún lado, volvió junto a las sirenas. Penn y Thea se la quedaron mirando, pero Lexi jugueteaba con su cabello y miraba hacia abajo.

—¿Dónde está? —preguntó Gemma—. ¿Qué le habéis hecho? ¿Le habéis hecho daño?

—Nos ha dejado la casa. —Penn se encogió de hombros—. Ya sabes lo persuasivas que podemos llegar a ser.

—¿Dónde está? —repitió Gemma, alzando el tono de voz—. ¿Acaso lo habéis matado, igual que habéis hecho con los otros chicos?

—Yo no llamaría a ese viejo un «chico» —dijo Penn, en tono de burla.

—¡Contéstame! —gritó Gemma y Lexi se apartó—. Dijiste que me habías dicho la verdad, y no fue así. Sé que habéis estado matando a gente y no me lo dijiste.

—No te mentí —respondió Penn con sorna—. Nunca dije «No matamos a gente, Gemma».

Gemma sintió que se le revolvía el estómago.

—Entonces ¿lo admites?

—Sí, lo admito. —Mientras se acercaba a Gemma, Penn sonreía e inclinaba la cabeza, hablando con voz sedosa y dulce—. Lamento no habértelo dicho. Pero no es más que un pequeño detalle.

—¿Un pequeño detalle? —Gemma retrocedió—. Sois unas asesinas.

—No somos unas asesinas —dijo Lexi defendiéndose—. Al menos no más de lo que lo es un cazador, o de lo que lo eres tú cuando comes una hamburguesa. Hacemos lo que debemos para sobrevivir.

—¿Sois caníbales? —Gemma abrió la boca y la mandíbula se le desencajó; continuó retrocediendo. No miraba por donde caminaba y casi se tropieza con un libro, pero recuperó el equilibro apoyándose en la pared.

—Es por eso que no empezamos con ese detalle —empezó a explicar Penn de un modo que pareció tan razonable, tan lógico, que Gemma sintió escalofríos—. Gozamos de juventud eterna y una belleza sin par. Podemos transformarnos en seres míticos y mágicos. Y nos alimentamos de sangre humana. ¿Qué es esa minucia cuando recibimos tanto a cambio?

—¿Minucia? —preguntó Gemma, con una risa siniestra—. ¡Sois monstruos!

—Ni te atrevas. —Penn movió los labios en un gesto de desagrado y sacudió la cabeza—. Odio esa palabra.

Gemma se puso bien firme y se alejó de la pared. Se enfrentó con la mirada a los ojos oscuros de Penn.

—Lo llamo como lo veo, y en este mismo momento, delante de mí, lo único que veo es un monstruo.

—Gemma —dijo Lexi, con una voz ligeramente temblorosa—. No la presiones.

—No tienes la menor idea de con quién te estás metiendo —añadió Thea.

—Está bien. —Penn alzó una mano en dirección a Lexi y a Thea, pero con los ojos aún clavados en Gemma—. Sólo ha olvidado su lugar. Ha olvidado que ahora es una de nosotras.

—Jamás seré una de vosotras. —Gemma sacudió la cabeza—. Antes prefiero morir que matar.

—Me encantará ayudarte a solucionar ese tema.

—Entonces, hazlo. —Gemma alzó el mentón, desafiante—. Dijiste que si no iba con vosotras moriría. Bien, no voy con vosotras.

Penn apretó la mandíbula y Gemma pudo ver que ocurría algo debajo de su piel. Casi como una corriente que le corría por el rostro. Incluso sus ojos cambiaron de color, pasando de un castaño oscuro a un verde amarillento.

Después, de repente, la transformación cesó, y sus ojos volvieron a su color oscuro e inexpresivo de siempre. Cuando abrió la boca para hablar, sus dientes eran notablemente más afilados.

—No me has dejado otra opción. Voy a tener que mostrarte exactamente quién eres. —Penn dirigió la mirada hacia Thea y Lexi—. Llamadlo.

—¿A quién? —preguntó Lexi.

—A quienquiera que conteste —respondió Penn.

Lexi miró a Gemma, vacilante, después de nuevo a Thea. Thea suspiró pero empezó a cantar primero. Su voz, aunque áspera, sonaba muy hermosa, pero no fue hasta que Lexi se le unió en el canto que Gemma sintió todo el poder mágico de su música.

Estaban cantando la canción que Gemma había oído antes, la que ella misma había cantado en la ducha. En cuanto las dos empezaron a entonarla, Gemma recordó toda la letra, y quiso unírseles. De hecho, tuvo que morderse la lengua para no hacerlo.

Thea y Lexi salieron de la casa, y se quedaron de pie en el porche, entonando su canción de sirenas, atrayendo hacia ellas a algún viajero que pasara por la isla.