7

El pícnic

Capri fue fundada por Thomas Thermopolis al norte de Maryland el 14 de junio de 1802, y todos los años para esa fecha, el pueblo celebraba una fiesta en su honor. La mayoría de los negocios cerraban, como lo harían en cualquier otro día festivo de importancia. El festejo se había convertido en un simple pícnic, con algunas atracciones y puestos de comida, pero todos, lugareños y turistas por igual, salían a las calles para festejarlo.

Álex había invitado a Gemma para que lo acompañara, y Gemma no sabía exactamente qué significaba la invitación. Como la había invitado sólo a ella, sin incluir a Harper, se inclinaba a pensar que significaba algo, pero no se atrevía a preguntarle.

El viaje en coche fue un desastre, rozando lo cómico. Ninguno de los dos abrió la boca, salvo los pocos comentarios que tartamudeó Álex para decir que esperaba que se divirtieran.

Cuando aparcaron, rodeó el coche para abrirle la puerta a Gemma. Y fue precisamente eso lo que hizo que ella empezara a relajarse. Nunca antes le había abierto la puerta. Definitivamente, algo había cambiado.

El pícnic del Día del Fundador se celebraba en el parque del centro de la ciudad. Habían montado algunas atracciones de feria que se alineaban a ambos lados de la avenida principal. En el resto del área se extendían mantas y mesas para almorzar, entremezcladas con puestos de comida y bebida.

—¿Te apetece jugar a algo? —le preguntó Álex, mientras caminaban por la avenida principal, señalando una de las atracciones—. Podría ganar un pececito de colores para ti.

—No creo que fuese muy justo para el pobre pececito —dijo Gemma—. Tuve como una docena y todos se me murieron a los pocos días.

—Oh, ya. —Álex sonrió con una mueca de ironía—. Me acuerdo de tu padre enterrándolos en el jardín.

—Eran mis mascotas, y se merecían un entierro digno.

—Mejor andarse con cuidado contigo. —Álex dio un paso hacia atrás, poniéndose a una distancia prudente de ella por precaución—. Eres una asesina en serie de pececitos. No sé de lo que podrías ser capaz.

—¡Oye! —dijo Gemma riendo—. No los maté a propósito. Era pequeña. Creo que los alimenté demasiado. Pero fue por amor.

—Eso da más miedo aún —le dijo burlándose—. ¿Planeas matarme con amor?

—Tal vez. —Gemma lo miró, entrecerrando los ojos para parecer amenazadora, haciéndolo reír.

Álex volvió a acercarse a ella. Su mano rozó la de Gemma y esta aprovechó la oportunidad para entrelazar los dedos. Álex no hizo ningún comentario, pero tampoco apartó la mano. Gemma sintió un cálido cosquilleo en el estómago y trató de contener un poco la enorme sonrisa que le nacía como efecto de ese simple contacto.

—De modo que nada de pececitos —dijo Álex—. ¿Qué tal un oso de peluche? ¿Los animales de juguete estarán a salvo cerca tuyo?

—Tal vez —concedió ella—. Pero no hace falta que ganes nada para mí.

—¿Quieres que paseemos un poco? —preguntó Álex, mirándola.

—Sí —dijo ella, y él sonrió.

—De acuerdo. Pero si quieres algo, no tienes más que decirlo y te lo consigo. Obtendré lo que desee tu corazón.

Gemma no quería que le ganara nada, porque eso significaba que tendría que soltarle la mano para jugar. Tenía ganas de andar todo el día pegada a él. El mero hecho de estar a su lado la deleitaba de una manera que jamás habría creído posible.

Caminaron un poco por la avenida principal y a los pocos metros se encontraron con Bernie McAllister. Estaba parado frente a una atracción que consistía en hacer explotar globos con un dardo. A pesar del calor llevaba puesto un suéter, y miraba fijamente los globos, entrecerrando los ojos bajo sus canosas cejas.

—Señor McAllister. —Gemma sonrió y se detuvo cuando estuvieron cerca de él—. ¿Qué lo trae al continente?

—Oh, ya sabes —dijo con un leve acento, mientras con los dardos de plástico señalaba los globos—. Hace cincuenta y cuatro años que vengo a los festejos del Día del Fundador y gano baratijas en estos juegos. No me iba a perder el de este año.

—Ya veo —dijo riendo Gemma.

—¿Y usted, señorita Fisher? —preguntó Bernie, pasando la vista de ella a Álex—. ¿Sabe su padre que está paseando con un muchacho?

—Sí, lo sabe —le aseguró Gemma, apretando la mano de Álex.

—Más vale que así sea. —Bernie los miró seriamente hasta que Álex bajó la mirada—. Todavía me acuerdo de cuando eras así de pequeña —y llevó la mano a sus rodillas— y pensabas que los muchachos eran unos groseros. —Se detuvo para examinarla y sonreír—. Qué rápido crecen los jóvenes.

—No sé qué decir.

—Así son las cosas. —Hizo un gesto con la mano como quitándole hierro al asunto—. ¿Cómo está tu padre? ¿Está aquí?

—No, se ha quedado en casa. —La sonrisa de Gemma vaciló. Su padre rara vez salía para asistir a este tipo de eventos, sobre todo desde el accidente de su madre—. Pero está bien.

—Me alegro. Tu padre es un buen hombre y muy trabajador —dijo Bernie asintiendo con la cabeza—. Hace demasiado que no lo veo.

—Se lo diré —dijo Gemma—. Tal vez vaya a la isla a visitarlo.

—Sería una alegría. —Bernie la miró fijamente a los ojos, mientras sonreía, con los suyos nublados por las cataratas y un poco tristes. Después sacudió la cabeza y volvió al juego—. Bueno, jovencitos, no os distraigo más de vuestra diversión.

—Buena suerte con el juego —le dijo Gemma, mientras ella y Álex reanudaban la marcha—. Me ha alegrado mucho verlo.

Una vez que estuvieron lo bastante lejos de él, Álex le preguntó:

—Era Bernie de la isla de Bernie, ¿no es cierto?

—Claro.

Bernie vivía en una pequeña isla a unos pocos kilómetros de Capri, en la bahía de Ante musa. Lo único que había en esa isla era su cabaña de madera y la casa flotante que Bernie había construido hacía cincuenta años para él y su esposa. Poco después, ella había fallecido, pero Bernie siguió viviendo en la isla.

Como era la única persona que vivía allí, la gente de Capri tenía la costumbre de referirse a ella como la isla de Bernie. No era su nombre oficial, pero así era como todos la conocían.

Después del accidente de coche de la madre de Gemma, su padre pasó una época muy dura. Solía llevar a Gemma y a Harper a la isla de Bernie y este las cuidaba mientras su padre trataba de salir adelante.

Bernie fue siempre muy amable y cariñoso con ellas, pero no de ese modo algo triste que los ancianos tienen siempre de tratar a los niños, sino de forma divertida, dejándolas correr con total libertad por la isla. Fue entonces cuando Gemma desarrolló su amor por el mar. Pasaba largas tardes de verano en la bahía, nadando alrededor de la isla.

De hecho, de no haber sido por Bernie y su isla, tal vez jamás habría llegado a ser la nadadora que era actualmente.

—¿Qué pasa entre tu hermana y Álex? —le preguntó Marcy a Harper mientras esta levantaba la mirada y veía a Gemma y a Álex caminando por la avenida principal.

—No sé —dijo Harper encogiéndose de hombros.

Ella y Marcy habían estado jugando a arrojar latas de refresco a una papelera, hasta que Marcy se distrajo.

—¿No lo sabes? —Marcy se volvió hacia Harper.

—No; Gemma es particularmente vaga con los detalles. —Harper lanzó su lata hacia la papelera, concentrada en seguir jugando, aunque Marcy estaba pendiente de otra cosa—. Sé que se besaron el otro día, porque papá los vio, pero cuando le pregunté no me quiso decir nada. Me parece que están saliendo.

—¿Tu hermana está saliendo con tu mejor amigo y tú ni siquiera lo sabes? —preguntó.

—Gemma nunca quiere hablarme de sus novios —respondió Harper con un suspiro. Gemma había tenido dos antes, pero siempre era muy reservada sobre los chicos que le gustaban—. Y en realidad no le pregunté a Álex sobre el asunto. Me siento un poco rara sacando el tema.

—Porque te pasa algo con él —dijo Marcy.

—Por millonésima vez, te digo que no me gusta Álex. —Harper levantó los ojos al cielo—. Te toca a ti, por si no te has dado cuenta.

—No cambies de tema.

—No estoy cambiando de tema. —Harper se sentó a la mesa de pícnic que había detrás de ellas, ya que evidentemente Marcy no pensaba seguir jugando hasta que no hablaran—. Nunca he sentido por Álex nada que no fuera amistad. Es un friki y un niño y no es más que un amigo.

—La amistad entre hombres y mujeres no existe —insistió Marcy—. Deberías ver Cuando Harry encontró a Sally.

—La amistad entre hermanos sí existe y Álex es como un hermano para mí —le explicó Harper—. Y esa es la única razón por la que esto me resulta raro. Porque alguien que es como un hermano para mí está saliendo con mi hermana.

—Eso es horrible.

—Gracias. ¿Ahora podemos seguir jugando?

—No, este juego me aburre, y además me estoy muriendo de hambre. —Marcy tenía una lata de refresco en la mano y la arrojó torpemente hacia un lado—. Comamos un helado de chocolate.

—Has sido tú la que querías jugar a esto —dijo Harper, mientras se levantaba de la mesa de pícnic.

—Ya lo sé. Pero no me había dado cuenta de lo aburrido que era.

Marcy empezó a caminar por el parque, abriéndose paso a empujones entre la gente. Harper la seguía un poco más despacio, mirando por encima de su hombro para ver si localizaba a Gemma y a Álex por algún lado.

En un principio, Gemma iba a ir con Harper y Marcy al pícnic, pero por la mañana Álex la había llamado para invitarla a ir con él. Fue entonces cuando Harper quiso hablar del tema con Gemma, pero ella se negó a darle detalles.

Harper estaba tan ocupada buscándolos que no prestó atención mientras caminaba, y acabó por chocar con alguien, derramando el helado que este llevaba en la mano sobre su camiseta.

—Oh, qué tonta, lo siento mucho —se apresuró a decir Harper, mientras trataba de limpiar el helado de chocolate de la camiseta.

—Me odias de veras, ¿no es cierto? —preguntó Daniel, y Harper se horrorizó al darse cuenta de quién era la persona a quien acababa de manchar de helado—. Me refiero a que cargarse el helado de alguien es algo muy pero que muy cruel.

Las mejillas de Harper se ruborizaron.

—No te había visto. De verdad. —Empezó a limpiarle la camiseta más frenéticamente, como si por frotar más fuerte pudiera quitar la mancha.

—Oh, ahora entiendo tu plan, y es mucho más depravado de lo que pensaba —dijo Daniel con una sonrisa—. Estabas buscando una excusa para toquetearme.

—¡En absoluto! —Harper dejó al instante de frotar y dio un paso atrás.

—Me alegro. Porque primero tendrías que pagarme una cena.

—Yo sólo… —Harper señaló su camiseta y dijo con un suspiro—: Lo siento.

—Me has llenado de chocolate. ¿Por qué no te disculpas mientras buscamos unas servilletas? —sugirió Daniel.

Harper fue con él hasta el puesto más cercano, donde cogieron un paquete de servilletas. Harper tomó un puñado y fue hasta una fuente; Daniel la siguió.

—Lo siento —volvió a decir Harper y mojó las servilletas en el agua para limpiar la camiseta de Daniel.

—No hace falta que te sigas disculpando. Ya sé que ha sido un accidente.

—Lo sé, pero… —Harper sacudió la cabeza—. No te di las gracias como corresponde por ayudar a mi hermana el otro día y después voy y te ataco con tu propio helado.

—Eso es verdad. Eres un peligro público y habría que detenerte.

—Sé que me estás tomando el pelo, pero de verdad que me sabe mal.

—No, lo digo muy en serio. Debería denunciarte por depravada —dijo Daniel con una expresión muy seria, aludiendo a lo que ella le había dicho el día anterior.

—Ahora me estás haciendo sentir peor. —Harper bajó la mirada al suelo e hizo una bola con la servilleta mojada.

—Ese es mi plan —dijo Daniel—. Me gusta hacer que las chicas guapas se sientan culpables para que acepten salir conmigo.

—Vaya, muy bonito. —Harper lo miró entrecerrando los ojos, sin saber si estaba bromeando o no.

—Eso es lo que me dicen todas. —Daniel le sonrió con picardía y sus ojos de color avellana brillaron.

—Sí, seguro —dijo ella con escepticismo.

—Lo que sí es cierto es que me debes un helado, ¿sabes?

—Oh, sí, por supuesto. —Harper empezó a buscar en su bolsillo—. ¿Cuánto cuesta? Te puedo dar el dinero.

—No, no. —Daniel hizo un gesto con la mano, deteniéndola, justo cuando ella sacaba unos dólares arrugados—. No quiero tu dinero. Quiero tomar un helado contigo.

—Yo, eh… —Harper buscó torpemente una excusa para rechazar la propuesta.

—Ya veo cómo son las cosas. —Los ojos de Daniel mostraron decepción, pero los bajó antes de que Harper pudiera estar segura. Sin embargo, su sonrisa desapareció, y metió las manos en los bolsillos.

—No, no, no es que no quiera —se apresuró a decir Harper, y ella misma se sorprendió al darse cuenta de que lo decía en serio.

Gracias al humor con que respondía a sus ataques verbales y a la ayuda que le había prestado a su hermana, había empezado a ver a Daniel con otros ojos. Y esa era precisamente la razón por la que no podía aceptar su invitación.

A pesar de sus encantos, seguía viviendo en un yate y, por la sombra que cubría su mentón, parecía que no se afeitaba desde hacía varios días. Era inmaduro y probablemente perezoso, y en pocos meses ella se iría a la universidad. No necesitaba involucrarse con un vago sólo porque era divertido y bastante agradable.

—Mi amiga está por ahí en alguna parte, esperándome —siguió explicándole Harper y señaló hacia la multitud, donde Marcy debía de estar comiendo helado—. Iba detrás de ella cuando he chocado contigo. Ni siquiera sabe dónde estoy… así que debería ir a buscarla.

—Entiendo —dijo Daniel asintiendo con la cabeza, y volvió a sonreír—. Tengo un vale entonces.

—¿Un vale? —Harper alzó las cejas—. ¿Por un helado?

—O una comida de igual valor. —Daniel entrecerró los ojos pensando qué podría ser—. Tal vez llegue para un café, pero no para una auténtica comida con patatas fritas y ensalada. —Chasqueó los dedos al ocurrírsele algo—. ¡Sopa! Un plato de sopa también serviría.

—¿Así que te debo una comida por valor de un helado? —preguntó Harper.

—Sí. Y el pago de la deuda deberá efectuarse lo antes posible, según tu conveniencia —dijo Daniel—. Mañana o pasado mañana o incluso la semana que viene. Cuando te venga bien.

—De acuerdo. Me parece… un buen trato.

—Bien —dijo Daniel al marcharse—. Te voy a obligar a cumplirlo. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí, lo sé —dijo Harper, y una parte de ella realmente esperaba que así fuera.

Harper fue abriéndose paso entre la gente y no tardó mucho tiempo en encontrar a Marcy. Estaba sentada a una mesa con Gemma y Álex, lo cual le habría alegrado si el amigo de Álex, Luke Benfield, no hubiese estado también con ellos.

Harper aminoró el paso cuando vio a Luke. Y no sólo porque las cosas no habían acabado muy bien entre ellos. Siempre que Álex y él se juntaban, tendían a entrar en modo friki y sólo hablaban con términos informáticos tan técnicos que Harper no entendía nada.

—Entonces ¿cuándo vas a hacer de Gemma una mujer feliz y ganarle un premio? —le preguntaba Marcy a Álex cuando Harper llegó a la mesa.

—Hum… —Las mejillas de Álex se ruborizaron un poco por la pregunta y se frotó nerviosamente las manos.

—Le dije que no quería ningún premio —interrumpió Gemma, rescatándolo del apuro—. Soy una chica moderna. Puedo ganarme mis propios premios.

—Es probable que te vaya mejor que a él, ya que eres una atleta —dijo Marcy, metiéndose un poco de helado en la boca—. Álex debe de lanzar los dardos como una niñita.

Luke se atragantó de risa al oír aquello, como si él mismo fuera más habilidoso que Álex con los dardos. Giró el enorme anillo de linterna verde que tenía en el dedo y rio tan fuerte que sonó como un ronquido.

—Como si tú pudieras hablar mucho, Marcy —dijo Harper, mientras tomaba asiento a su lado—. Vi cómo arrojabas las latas de refresco. Estoy segura de que Álex te ganaría de lejos.

Gemma le dedicó una sonrisa de agradecimiento a su hermana por salir en ayuda de Álex. Harper notó que su hermana le había apretado la pierna al chico para darle confianza.

—¿Dónde diablos estabas? —Marcy miró a Harper, ignorando sus comentarios—. Desapareciste de golpe.

—Me encontré con alguien que conozco. —Harper evitó la pregunta y centró la atención en Álex—. ¿Qué tal os está yendo el pícnic?

—Bien —dijo Luke—. Salvo que debería haberme puesto más protector solar. —Su pálida piel y sus rizos pelirrojos parecían reflejar la luz—. No estoy acostumbrado a tanto sol.

—¿Vives en un calabozo, Luke? —dijo Marcy—. Lo digo porque estás escuálido y pálido, como si tus padres te hubiesen encadenado en el sótano.

—No —dijo Luke con cara de ofendido, y señalando después la bandera canadiense en la camiseta de Marcy—: Pensé que los canadienses eran agradables.

—No soy canadiense —contestó Marcy—. La uso para expresar mi antipatriotismo.

—Eres realmente encantadora, ¿lo sabías, Marcy? —le dijo Álex.

—Hago lo que puedo —respondió la chica, encogiéndose de hombros.

Como en el parque estaba prácticamente todo el pueblo, el bullicio de la gente y la música era bastante ensordecedor. Pero de golpe la zona de las mesas de pícnic pareció quedarse casi en silencio, como si todo el mundo estuviese hablando en voz baja y murmurando.

Harper miró a su alrededor para ver si había ocurrido algo y al instante detectó la razón del silencio. La multitud se había dividido para dar paso a Penn, a Lexi y a Thea, que caminaban directamente hacia donde estaban ellos.

Penn llevaba un vestido corto con los pechos casi al aire. Cuando se detuvo en el extremo de la mesa, apoyó sus manos en sus caderas y les sonrió.

—¿Qué tal, gente? —preguntó, examinando la mesa.

—Genial —dijo Luke con entusiasmo e indiferente a la tensión que había en el aire—. Yo, lo estoy eh… pasando muy bien. Estáis fantásticas. Quiero decir que parece que lo estéis pasando fantásticamente.

—Bueno, gracias. —Penn lo miró, lamiéndose ávidamente los labios mientras sonreía.

—Tú tampoco estás nada mal —agregó Lexi.

Tendió una mano y tiró de uno de sus rizos, estirándolo como un resorte para que rebotara de vuelta. Luke bajó la mirada y rio como un colegial.

—¿Necesitáis algo? —preguntó Gemma.

Harper notó que cuando los ojos oscuros de Penn se clavaron en los de Gemma, su hermana levantó aún más el mentón como desafiándola. Después Harper vio algo que le heló la sangre: los ojos de Penn cambiaron, pasando de un color casi negro a un extraño tono dorado que le recordó los ojos de un pájaro.

Sus extraños ojos de pájaro se quedaron clavados en los de Gemma, pero la expresión de su hermana no cambió, como si no hubiese notado la sorprendente transformación en los ojos de Penn.

Con la misma velocidad que cambiaron, volvieron a su color normal e inexpresivo. Harper pestañeó un par de veces y miró a los demás, pero nadie más parecía haber notado el cambio. Todos se limitaban a mirar fijamente a Penn como hipnotizados, y Harper se preguntó si no lo habría imaginado.

—No. —Penn encogió seductoramente uno de sus hombros—. Sólo quería pasar a saludaros. Todavía no conocemos a mucha gente en el pueblo y siempre estamos tratando de hacer nuevos amigos.

Sin embargo, Thea no tenía aspecto de querer hacer nuevos amigos. Permanecía inmóvil a un lado, unos metros detrás de Penn y de Lexi. Enroscaba su largo cabello pelirrojo en uno de sus dedos, y no miraba a nadie de la mesa.

—Tú ya tienes amigas —le dijo Harper, señalando con el mentón a Lexi y a Thea.

—Cuantos más amigos mejor, ¿no es cierto? —respondió Penn, y Lexi le guiñó un ojo a Luke, haciéndole reír de nuevo nerviosamente—. Y definitivamente podríamos aprovechar muy bien a una amiga como Gemma.

Harper quiso preguntarle a qué se refería exactamente, intrigada por saber qué demonios querían de su hermana, pero Marcy la detuvo.

—Espera —le dijo Marcy con la boca llena—. ¿No erais siempre cuatro? —Tragó la comida y las miró fijamente—. ¿Qué habéis hecho con ella, chicas? ¿Os la habéis comido? Y después seguro que la habéis vomitado, porque evidentemente sois bulímicas.

Penn le lanzó una mirada tan fulminante que literalmente la hizo encogerse, bajando la mirada y acercando su helado más aún, como si realmente creyera que Penn fuera a robárselo.

—¿Ya habéis ido a las atracciones? —preguntó Harper, tratando de impedir que Penn asesinara a Marcy. Tras esa mirada, Harper pensó que sería mejor mantener la conversación dentro de lo banal en vez de enfrentarse a Penn por su interés en Gemma.

La expresión helada en la cara de Penn se evaporó al instante y volvió a exhibir su sonrisa edulcorada. Harper notó que los dientes de Penn eran extraordinariamente afilados. De hecho, si Harper no hubiese sabido que era imposible, habría creído que sus incisivos habían crecido y eran más puntiagudos que unos segundos antes.

—No, acabamos de llegar —explicó Penn con su voz sedosa de gatita—. Todavía no hemos tenido tiempo de ver nada.

Al hablar, borró parte del malestar que había sentido Harper al notar su extraña sonrisa, e incluso Marcy pareció relajarse un poco y se atrevió a mirarla de nuevo directamente a la cara.

—Me encantaría ganar un oso de peluche —dijo Lexi con voz cantarina.

Álex y Luke la miraron, y Luke se quedó con la boca abierta, como pasmado. Harper tenía los brazos apoyados en la mesa delante de ella, y se inclinó hacia delante.

No podía explicar por qué, pero estaba pendiente de cada palabra que decía Lexi, como si fuese la persona más fascinante a la que había oído en su vida. Incluso la gente que había alrededor parecía acercarse más a ellas para estar más próxima a Lexi.

—¿Qué te parece? —Lexi inclinó la cabeza hacia abajo y miró a Luke—. ¿Podrías ganarme un osito de peluche?

—¡Por supuesto! —gritó Luke excitado, y se puso de pie tan rápido que casi se cae del banco—. Quiero decir, sí, me encantaría ganar un osito para ti.

—¡Genial! —Lexi sonrió y lo cogió del brazo.

La gente volvió a apartarse de nuevo, mientras Lexi y Luke caminaron entre la multitud hacia la avenida principal. Thea los siguió, pero Penn se quedó con el resto, sonriendo a los que estaban en la mesa. Álex no sacó los ojos de encima de Thea hasta que desapareció entre la multitud; Gemma se habría dado cuenta de no haber estado ocupada en hacer lo mismo.

—Bueno, os dejo disfrutar del resto de la tarde —dijo Penn. En teoría, les hablaba a todos los presentes, pero sólo miraba a Gemma—. Nos vemos.

—Que te diviertas —balbuceó Álex, tartamudeando un poco. Penn rio, después dio media vuelta y se fue.

—Qué cosa más extraña —dijo Harper en cuanto Penn se marchó.

Sacudió la cabeza tratando de disipar la neblina que la envolvía, como si no lograra entender la situación. Era como si todo hubiese sido un sueño, como si Penn en realidad nunca hubiese estado ahí.

—Estoy segura de que la mataron. —Marcy entrecerró los ojos, meneando la cabeza como hablando para sí misma—. Hay algo en esas chicas que no me despierta ninguna confianza.