11

La voracidad

Gemma se despertó a última hora de la tarde con la cabeza un poco más despejada. Sus sueños habían sido extraños y horrorosamente vívidos, pero en cuanto despertó los olvidó por completo. Lo único que sabía era que la habían dejado sintiéndose horrible y aterrada.

Harper estaba todo el tiempo encima de ella, tratando de darle todo lo que pedía, hecho que la hacía sentirse aún peor. Harper y su padre se preocupaban mucho y Gemma nunca habría querido hacer nada que traicionara su confianza. El hecho de no haber vuelto a dormir a casa había conseguido que estuviera castigada durante todo el verano y que tuviera prohibido acercarse a la bahía de Ante musa, además de haber asustado horriblemente a las dos personas que más le importaban.

Lo peor de todo era que ni siquiera sabía por qué lo había hecho.

No recordaba nada de lo que había ocurrido después de haber bebido del frasco. Tenía una laguna total hasta la mañana siguiente, cuando Harper la encontró en la playa. Pero incluso antes de eso, antes de haber bebido, sus recuerdos eran extraños y borrosos.

Sabía que había ido a la caleta. En su mente podía ver lo que había hecho, pero era como si estuviese viendo una película sobre otra persona. Todos los movimientos y las acciones las realizaba su cuerpo, pero no era ella.

Nadar hasta la caleta, quedarse con Penn y sus amigas, no habían sido decisiones suyas. Gemma jamás bebía alcohol, y mucho menos porque alguna chica como Lexi la presionara para que lo hiciera. Recordaba haberlo hecho, pero no era ella misma. Ella jamás haría una cosa así.

A pesar de todo, lo había hecho. ¿Cómo se explicaba si no que hubiese terminado tirada en la playa con esa resaca?

Sin embargo, el hecho de haberse emborrachado no explicaba completamente lo que había pasado la noche anterior. Las cosas habían sido muy confusas incluso antes de beber, y Gemma jamás había oído hablar de una bebida tan espesa como aquella. Tenía la consistencia de la miel, pero sabía completamente diferente.

Tal vez no fuera alcohol, pero debía de ser algo muy fuerte. Podía tratarse de alguna droga o de algo tóxico. O tal vez fuera alguna extraña poción. A Gemma no le sorprendería en absoluto que Penn resultase ser una especie de bruja.

En cualquier caso, le había dado algo. Probablemente jamás supiera exactamente qué había sido, pero en realidad tampoco importaba. Le habían dado algo e ignoraba por qué.

Y lo que era aún peor, no sabía qué le habían hecho después de perder la conciencia. Todos esos rasguños probablemente se debían a que la habían arrojado al mar. Cuando quedó inconsciente, seguro que la arrojaron a la bahía.

¿Era eso posible? De haber estado inconsciente cuando la lanzaron al mar se habría ahogado. O el mar se la habría tragado. ¿Cómo había terminado tumbada en la playa y con tan pocos rasguños y magulladuras? ¿Por qué no había muerto?

—Mierda —dijo Harper con un suspiro y entró en la habitación de Gemma, arrancándola de sus pensamientos—. Acaba de llamar Marcy. Tiene un embrollo en la biblioteca y necesita que vaya a ayudarla.

Gemma se incorporó en la cama. Se sentía mucho mejor que por la mañana. Se le habían ido todos los dolores y hasta la inflamación alrededor de los cortes y moratones había desaparecido. De no ser por lo sucia y pegajosa que estaba, ya no se sentía ni la mitad de mal.

—¿Te parece que estarás bien si te dejo sola una hora o dos? —preguntó Harper.

—Sí —respondió Gemma—. Estoy bien. Creo que voy a darme una ducha. Tú ve a hacer lo que tengas que hacer. No quiero causarte aún más inconvenientes.

—De acuerdo. —Harper se mordió el labio y pareció dudar sobre si irse o no—. Voy a tener el móvil todo el tiempo conmigo por si necesitas algo. Lo digo en serio, ¿vale?

—Sí. —Gemma volvió a asentir con la cabeza—. Pero estaré bien.

Cuando Harper se fue, Gemma sintió un inmenso alivio. Tener a Harper encima cuidándola todo el tiempo sólo le hacía sentirse más culpable pero, sobre todo, Gemma quería despejarse la cabeza y tratar de aclarar sus ideas. Era difícil pensar con Harper revoloteando y preguntando todo el tiempo cómo se sentía e interrogándola sobre lo que había pasado.

Sabía que Harper lo hacía con buenas intenciones, y era culpa suya si Harper se sentía obligada a involucrarse de esa manera. Pero a veces necesitaba espacio para respirar.

Fue después del accidente que tuvieron su madre y Harper cuando las cosas empezaron a ir mal. A pesar de haber sido ella la que salió herida, Harper de pronto empezó a sobreproteger a Gemma.

Y a Gemma no le había molestado, al menos al principio. Lo había necesitado. Mientras su madre estaba en coma, se había sentido totalmente perdida. Mirando aquellos días en retrospectiva, ahora Gemma se daba cuenta de que ella había sido un poco el ojito derecho de mamá, y si Harper no se hubiese hecho cargo de su cuidado, no sabía cómo habría podido soportarlo.

Pero al final aprendió a valerse por sí misma. Fue en realidad por esa época cuando empezó a nadar. Siempre le había gustado el agua, pero a partir de entonces, por más horas que nadara, jamás se cansaba. Era el único lugar en el que se sentía libre y, a veces, cuando Harper estaba de mal humor, era el único lugar en el que Gemma podía respirar.

Ahora, por culpa de su estúpido error con Penn, no sólo Harper se iba a volver mucho más pesada, sino que además no podría ir a la bahía a relajarse un poco. Al menos todavía podía seguir entrenando. Y tomando sus largos baños.

Gemma consideró la posibilidad de meterse en la bañera, pero estaba demasiado sucia. En apenas unos segundos el agua quedaría toda pringosa. Una ducha sería mejor.

Mientras esperaba a que el agua de la ducha se calentara, encendió el lector de CD que estaba en el baño. El álbum de Bruce Springsteen de su padre resonó de golpe entre las cuatro paredes y Gemma se puso a buscar su propia música en la pila de CD que había en uno de los estantes. La mayor parte de la música que había en el baño era de Harper, cosas como Arcade Fire y Ra Ra Riot.

Pero por algún motivo, ese día sus propios CD no la tentaban. No quería saber nada de ellos. De algún modo, nada parecía encajar con lo que quería. Entonces apagó el estéreo, y decidió olvidar la música.

Antes de meterse en la ducha se quedó en ropa interior. Ante el espejo, se volvió hacia un lado y otro para observar las heridas que tenía en el cuerpo.

Un gran moratón se extendía desde la base de la columna hasta los omoplatos. Era de un color púrpura oscuro con verde en los bordes y Gemma lo tocó despacio para ver qué era. Era una herida, sin duda alguna, pero no dolía tanto como imaginó que dolería.

En cualquier caso, una ducha caliente la haría sentirse mejor, de modo que dejó de examinarse y se metió en la bañera. En cuanto el agua caliente corrió por su cuerpo, se sintió mejor. Casi revitalizada.

De golpe, mientras se lavaba el pelo, sintió un deseo irrefrenable de cantar. Al principio se puso a cantar la última canción de Katy Perry, pero otra melodía resonaba en su cabeza. Era una canción que ni siquiera sabía que conocía.

Con el acondicionador puesto, se detuvo un segundo a pensar en la canción. No podía recordar la letra, pero la tenía en la punta de la lengua.

Ven ya… —Gemma frunció el entrecejo tratando de recordar—. Yo te guiaré… hacia el mar. —Luego, sacudió la cabeza—. No, no es así.

Con un suspiro, decidió intentar cantarla, con la esperanza de que iría recordando la letra a medida que avanzara y, como por arte de magia así fue. La letra salía de sus labios y la cantó en voz alta.

Ven, fatigado viajero, yo te guiaré por las olas. No te inquietes, pobre navegante, porque mi voz es el camino.

Después, una sensación extraña se apoderó de ella. Le recordaba a lo que sentía cuando tenía cosquillas en el estómago, como cuando Álex la besó, sólo que ahora lo sentía en la piel. La sensación le bajaba por la pierna, desde el muslo hasta la punta de los dedos. Se pasó la mano por la pierna, siguiendo el recorrido de esa extraña sensación y notó que su piel vibraba debajo de sus dedos.

Lanzó un grito y bajó los ojos, casi esperando ver algo colgando de su pierna, como un alga o incluso una araña, pero no había nada. Sólo su piel, igual que siempre.

De hecho, estaba incluso mejor. Los moratones habían desaparecido y los cortes estaban casi curados. Gemma volvió la cabeza para intentar mirarse la espalda, pero no pudo.

Tenía el cabello enjuagado y ya se había frotado el cuerpo con una esponja de modo que decidió salir de la ducha. Había pensado en frotar más fuerte pero algo extraño estaba sucediendo y prefirió ver de qué se trataba con la ropa puesta.

Cuando fue a colgar la esponja en el grifo, como hacía siempre después de ducharse para que se escurriera, notó que tenía algo pegado. Lo despegó y lo sostuvo contra la luz para examinarlo.

Era una especie de escama de color verde iridiscente de un tamaño demasiado grande como para que perteneciera a alguna de las especies de peces pequeños que se veían en la bahía. Tenía que provenir de algún pez enorme, al menos tan grande como ella. Pero era de un color que jamás había visto. Supuestamente, los peces tropicales tenían todo tipo de colores, pero Capri estaba demasiado al norte como para que llegaran las especies más grandes hasta allí.

—¿Gemma? —preguntó Álex, interrumpiendo el examen de la extraña escama, y Gemma lo oyó llamar a la puerta del baño.

—¿Álex? —preguntó Gemma sorprendida. Cogió la toalla para envolverse con ella, aunque Álex estaba respetuosamente al otro lado de la puerta—. ¿Qué haces aquí?

—Sólo quería… —Interrumpió la frase a la mitad y su voz no logró atravesar la puerta.

—¿Qué? —preguntó Gemma.

—Necesitaba verte.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?

—No, yo… —Álex lanzó un profundo suspiro—. Harper me dijo que no sabían dónde estabas y quería saber si estabas bien. Te estaba dando tiempo a que descansaras, pero te acabo de oír cantar, así que pensé que ya te habías despertado.

Gemma miró avergonzada la ventana abierta del baño. Las cortinas estaban cerradas pero la ventana estaba levantada, de modo que Álex podía haberla oído perfectamente.

Una vez superada su vergüenza inicial, frunció el ceño y miró de nuevo hacia la puerta cerrada.

—¿Así que entraste en mi casa sin avisar? —Eso no era para nada propio de Álex. Siempre era muy educado, casi hasta en exceso.

—No, primero golpeé, pero no contestaste y después dejaste de cantar —le explicó Álex—. Te oí gritar y pensé que había pasado algo.

—Oh. —Gemma sonrió al darse cuenta de que estaba preocupado por ella—. Acabo de ducharme. Dame un minuto para que me vista y salgo.

Por suerte, Gemma había llevado la ropa consigo al baño y se vistió de prisa. La visita sorpresa de Álex casi le hizo olvidarse del moratón en su espalda, pero se acordó una vez que estuvo vestida.

Gemma se volvió hacia el espejo y se levantó la camiseta. Cuando miró por encima de su hombro, se quedó con la boca abierta. El extenso moratón casi había desaparecido por completo. Sólo quedaba una mancha en el centro de la espalda y el color incluso había palidecido pasando del tono morado oscuro de una berenjena a un gris tenue.

—No puede ser. —Gemma se quedó pasmada mirando su reflejo en el espejo.

—¡¿Has dicho algo?! —gritó Álex desde el pasillo.

—Uh… no. —Dejó caer la camiseta, como si Álex hubiese podido verla desde el otro lado de la puerta—. Hablaba sola. Salgo en un segundo.

Se pasó los dedos rápidamente por el cabello para peinarlo. Hasta su cabello parecía menos enredado que de costumbre. Tanta sal y tanto cloro eran terribles para el pelo, pero hacía mucho que no lo tenía tan sedoso como ahora.

Sin embargo, no tenía tiempo para preocuparse por eso. Álex la estaba esperando y quería darse prisa y estar con él mientras todavía podía. Cuando Harper llegara a casa del trabajo le diría que se fuera, y Gemma no sabía cuándo volvería a tener un minuto a solas con él.

—Qué bien que hayas pasado —le dijo Gemma en cuanto abrió la puerta del baño. Había pensado que estaría fuera en el hall esperándola, pero no estaba ahí.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Álex; su voz llegaba de su habitación.

—Porque lo más seguro es que esté castigada hasta el fin de los tiempos.

Gemma entró en su habitación, tratando de que no se notara lo nerviosa que la ponía que él estuviera en su cuarto. No eran nervios desagradables, pero era la primera vez que estaba sola en su habitación con un chico con el que salía. No era la primera vez que Álex entraba en su cuarto, pero esta vez era diferente. Antes no había tenido ganas de besarlo.

Gemma miró alrededor para asegurarse de que no hubiese nada inapropiado fuera de lugar. Su traje de baño sucio estaba hecho un guiñapo en el suelo y la cama estaba deshecha, pero no había nada que la avergonzara. Tal vez el póster de Michael Phelps, pero en realidad no podía criticarla por eso.

Álex estaba de pie al lado de su cama, admirando la foto en la que salían ella, Harper y su madre, que estaba sobre la mesita de noche. En cuanto Gemma entró, se volvió para mirarla y abrió sus ojos castaños de par en par. Álex tenía la boca abierta pero no salía ninguna palabra de ella. Trató de poner la foto de nuevo sobre la mesita, pero no prestó atención y cayó al suelo.

—Lo siento. —Se apresuró a levantarla y Gemma rio.

—No te preocupes.

—No, lo siento. —Volvió a mirarla, con una sonrisa de culpa—. Soy tan torpe. Me haces…

—¿Qué? —Gemma se acerco a él; Álex tenía los ojos clavados en ella.

—No sé —rio y frunció el entrecejo, confundido—. Es como si… a veces no puedo pensar cuando estás cerca de mí.

—¿No puedes pensar? —preguntó Gemma incrédula y se sentó en la cama—. Eres la persona más inteligente que conozco. ¿Cómo puedes dejar de pensar?

—No lo sé.

Álex se sentó a su lado sin quitarle los ojos de encima, pero algo en ellos había cambiado, había pasado de halagador a desconcertante. Había algo demasiado intenso en su mirada; Gemma se colocó el cabello detrás de la oreja y miró hacia otro lado.

—Disculpa por no haberte llamado hoy —dijo ella.

—No pasa nada —se apresuró a responder, y después sacudió la cabeza, como si no fuese eso lo que quería decir—. No estaba… —Álex apartó la vista, pero sólo por un segundo, y después volvió a clavarla en ella—. ¿Dónde estabas?

—No te lo creerías si te lo dijera —dijo, e hizo un gesto con la cabeza.

—Creería cualquier cosa que me dijeras —respondió Álex, y la sinceridad en el tono de su voz hizo que Gemma lo mirara.

—¿Qué pasa contigo?

—¿A qué te refieres?

—Me refiero a esto —dijo Gemma con un gesto—. La manera en que me miras. La manera en que me hablas.

—¿No te estoy hablando como te hablo siempre? —Álex se apartó de ella un poco, realmente sorprendido por su comentario.

—No. Estás… —Gemma se encogió de hombros, por no poder encontrar la palabra que lo explicara—. Distinto. Como si fueras otro.

—Lo siento. —Álex contrajo el rostro en un esfuerzo por tratar de imaginar a qué se refería—. Supongo que… me asusté esta mañana. Harper no quería decirme qué pasaba y tuve miedo de que te hubiese sucedido algo.

—Lo lamento de veras —dijo Gemma, decidida a creer que esa debía de ser la razón por la que lo notaba tan extraño. Se había preocupado por ella, y por eso ahora la miraba de una manera excesiva, como a veces hacía Harper—. No era mi intención asustarte, ni a ti ni a nadie.

—Pero ¿ahora no te dejarán salir? —preguntó Álex.

—No, puedes estar seguro de eso —dijo ella con un suspiro.

—¿No podré verte? —preguntó Álex, igual de deprimido que se sentía ella—. No sé si lo soportaré.

—Con suerte no creo que dure más de unas semanas. Tal vez menos si me porto bien. —Gemma esbozó una pequeña sonrisa—. Y quizá a veces puedas venir a verme cuando Harper y mi padre estén en el trabajo, como ahora.

—¿Cuánto tiempo tenemos hasta que vuelva Harper del trabajo?

Gemma miró el reloj y se dio cuenta de que ya hacía una hora que Harper había salido.

—No mucho.

—Entonces tenemos que aprovecharlo todo lo que podamos mientras todavía haya tiempo —dijo Álex muy decidido.

—¿Qué quieres decir?

—Me refiero a esto. —Álex se inclinó hacia ella, y apretó sus labios contra los de Gemma.

Al principio, la besó con la misma dulzura de siempre: con suavidad, cuidadoso y contenido. Pero algo cambió. Un ansia se apoderó de él y pasó los dedos por su cabello presionándola contra su cuerpo.

Cuando las cosas cambiaron, cuando Álex empezó a besarla con insistencia casi a la fuerza, Gemma se alarmó. Estuvo a punto de apartarlo de un empujón para sugerirle que fueran más despacio, pero sintió como si él hubiese despertado algo en ella, un apetito que ella ni siquiera sabía que tenía.

Lo empujó contra la cama, sin dejar de besarlo. Las manos de Álex recorrieron su cuerpo, al principio por encima de la ropa, pero después se deslizaron por debajo de la camiseta hacia donde supuestamente tenía la marca de la larga herida. En todas las partes en que sus pieles se tocaron, Gemma empezó a sentir el mismo cosquilleo que había sentido en la ducha.

Sus besos se volvieron más desesperados. Como si Álex sintiera que moriría si no la besaba. La voracidad que Gemma sentía por él era casi la de una fiera. Lo deseaba, lo necesitaba, no podía esperar para devorarlo. Sentía que ese apetito primario la atravesaba como un fuego y en alguna parte oscura de su mente se dio cuenta de que lo que quería hacer con él no tenía nada que ver con la pasión.

—¡Ay! —Álex contrajo la cara y dejó de besarla.

—¿Qué? —preguntó Gemma.

Ella estaba encima de él y los dos jadeaban sin aliento. Los ojos de Álex estaban más despejados ahora, ya no estaban nublados por la pasión. Su mano la había estado aferrando por la cintura, atrayéndola hacia él, pero la soltó y se tocó el labio. Al mirarla vio que tenía una gota de sangre en la punta del dedo.

—¿Me… has mordido? —preguntó Álex desconcertado.

—¿Te he mordido? —Gemma retrocedió, todavía con las piernas de Álex enlazadas con las suyas.

Al pasarse la lengua por los dientes, de pronto los sintió más afilados. Los incisivos eran tan puntiagudos que casi se pinchó la lengua con ellos.

—No ha sido nada. —Álex le acarició la pierna, tratando de tranquilizarla—. Ha sido un golpecito, estoy bien.

Gemma sintió que su estómago rugía, y hasta pudo oírlo retorciéndose de hambre. Puso la mano sobre él, como si de ese modo fuera a silenciarse.

—Me muero de hambre —sentenció, algo confundida por admitirlo.

—Ya lo he oído —dijo él riendo.

Gemma sacudió la cabeza sin saber cómo explicarlo. Besarlo de algún modo le había despertado un apetito voraz. Y aunque no recordaba haberlo hecho, no estaba segura de que le hubiese mordido accidentalmente.

—Harper va a llegar en cualquier momento —dijo Gemma, buscando una excusa para poner fin al encuentro. Se apartó de encima de Álex y se sentó en la cama.

—Sí, por supuesto —dijo él, sentándose al instante y sacudiendo la cabeza como si quisiera despejarla de algo.

Los dos se quedaron completamente callados durante varios segundos. Sólo miraban hacia el suelo, al parecer confundidos por lo que acababan de hacer.

—Escucha, Gemma. Lo… lo lamento —dijo Álex.

—¿El qué?

—No fue mi intención venir y… —lo dijo entrecortando las palabras—. Y que pasara esto, supongo. Quiero decir que ha sido bonito, pero… —Suspiró—. No tenía intención de presionarte y… —Sacudió la cabeza—. Yo no soy así. No soy de esa clase de tipos.

—Lo sé —dijo Gemma asintiendo con la cabeza. Le sonrió, con una sonrisa que esperaba que no dejara entrever lo avergonzada que estaba—. Yo tampoco soy de ese tipo de chicas. Pero tú definitivamente no me has presionado para que hiciera nada.

—Me alegro. Mejor así. —Se paró y volvió a tocarse el labio, comprobando si todavía sangraba, y después volvió a mirar a Gemma—. Supongo que nos veremos de nuevo, cuando puedas.

—Sí.

—De verdad me alegro de que no te haya pasado nada.

—Lo sé. Gracias.

Álex hizo una pausa, después se inclinó y la besó en la mejilla. Fue un poco largo para ser un beso en la mejilla, pero aun así terminó demasiado rápido. Después Álex se fue.

De todos los besos que habían compartido esa tarde, el que le dio antes de irse fue el que más gustó a Gemma. Tal vez fuera el más inocente, pero a la vez, también el que le pareció más genuino.