20

La resignación

Harper estaba apoyada contra la mesa de la cocina mirando por la ventana hacia la casa de Álex. Desde que habían encontrado los cuerpos, Álex estaba en un profundo estado de conmoción, y Gemma había pasado casi todo el tiempo en su casa.

Tanto a Harper como a Brian les parecía mejor que Gemma estuviera con él que arriba en su cuarto castigada. Álex la necesitaba.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó Brian mientras se sentaba a la mesa, detrás de Harper, a beber una taza de café.

—Bien —le mintió Harper.

Las pesadillas la habían despertado tres veces antes de que desistiera por completo de tratar de dormir. Para mantenerse ocupada, ya había lavado toda la ropa sucia y ordenado la despensa para cuando Brian se levantó a las ocho.

—¿Estás segura? —preguntó Brian.

—Sí. —Harper se volvió hacia su padre y se obligó a sonreírle para tranquilizarlo—. No conocía tanto a Luke.

—Eso no importa. Ver algo así puede ser muy traumático.

—Estaré bien. —Sacó el banco que estaba frente a él de debajo de la mesa y se sentó.

Al igual que todos los sábados por la mañana, Brian tenía el periódico abierto sobre la mesa. La foto de los cuerpos había aparecido en primera plana, pero Brian había tenido la precaución de quitarla y tirarla a la basura para que su hija no la viera.

Harper estiró el brazo y cogió la página de los crucigramas. Su padre siempre empezaba a llenarlos, pero los abandonaba después de la primera o la segunda palabra. Brian le alcanzó el lápiz haciéndolo rodar por la mesa y Harper le dio las gracias.

—Entonces ¿vamos a hacer ver que no pasó nada? —preguntó Brian, tras beber un sorbo de café.

—No estoy fingiendo. —Harper acercó una rodilla al pecho para apoyarse en ella mientras llenaba el crucigrama—. Sé que pasó algo espantoso, pero no tengo mucho más que decir.

—¿Te conté alguna vez cómo murió Terry Connelly? —preguntó Brian.

—No sé. —Harper se detuvo a pensar—. Me acuerdo de cuando pasó, pero yo no tenía más de cinco o seis años en esa época.

—Sí —dijo Brian, asintiendo con la cabeza—. Se le vino encima una tabla que cayó de una grúa. Lo tumbó y la tabla acabó encima de su estómago. Yo estaba justo al lado de él cuando pasó y todavía estaba con vida. Me quedé con él hasta que llegó la ambulancia.

—No lo sabía. —Harper apoyó el mentón sobre la rodilla y se lo quedó mirando mientras hablaba.

—No éramos amigos, pero habíamos trabajado muchos años juntos y no quería dejarlo solo —dijo Brian—. Cuando finalmente llegó el equipo de rescate, tuvieron que levantar la tabla para poder sacarlo. Tenía todos los órganos aplastados. Hasta podías ver los intestinos aplastados debajo del tablón, colgando como un gusano pisoteado.

—Oh, Dios mío, papá. —Harper hizo una mueca de espanto—. ¿Para qué me cuentas eso?

—No te lo estoy contando para impresionarte —le aseguró—. Lo que estoy tratando de decirte es que fue horrendo. De algún modo, la madera que tenía encima lo mantuvo vivo, porque murió en cuanto la levantaron.

—Lo siento —dijo Harper, que no sabía qué otra cosa decir.

—Las pesadillas me persiguieron varias semanas. Tu madre te lo podría confirmar si no hubiese perdido la memoria. —Brian se inclinó hacia delante y apoyó los brazos sobre la mesa—. Yo ya era un hombre cuando ocurrió, y fue un accidente. No habían asesinado a nadie ni lo habían arrojado entre los árboles para que se pudriera, y aun así me torturó durante un tiempo.

—Papá. —Harper soltó un suspiro y se reclinó en la silla.

—No puedo imaginarme por lo que estás pasando, cariño —dijo Brian con dulzura—. Pero sé que es imposible que no te afecte de algún modo. Y está bien admitirlo. Está bien estar dolido y asustado a veces.

—Lo sé. Pero estoy bien.

—Sé que no siempre quieres hablar conmigo, pero espero que lo hagas con alguien. —Bebió un sorbo de café—. ¿Vas a ir a ver a Álex hoy?

—No, Gemma está con él —respondió Harper.

—¿Y? También es tu amigo. Podéis estar los tres juntos.

—Lo sé, pero… —Harper se encogió de hombros.

—Puedes seguir siendo su amiga, aunque él ahora tenga novia. —Brian hizo una pausa—. ¿Gemma es su novia?

—No sé —dijo Harper, meneando la cabeza—. Algo así, supongo.

—Hum. —Brian frunció el entrecejo—. Supongo que podría haber chicos peores que Álex.

—Sí, papá, podría —le confirmó Harper.

—¿Y tú?

—¿Y yo qué?

—¿Estás saliendo con alguien?

—¡Papá! —Harper lanzó un gruñido y se levantó de la mesa.

—¡Harper! —le gruñó a su vez Brian.

—¿Por qué de golpe todo el mundo está tan interesado en mi vida amorosa? —Fue hasta la nevera y sacó el zumo de naranja—. Bueno, no es que tenga ninguna. Porque de hecho no la tengo. —Luego, mientras se servía un vaso de zumo, dijo en voz baja:

»No me gusta nadie.

—¿Todo el mundo está interesado en tu vida amorosa? —preguntó Brian—. ¿Quién es todo el mundo?

—No sé. Tú. Álex. —Harper pareció incomodarse y se bebió el zumo para no tener que decir nada más—. Sé que es sábado, pero no creo que hoy vaya a ver a mamá.

—De acuerdo.

—Gemma está ya bastante ocupada hoy, pero tal vez mañana quiera ir a verla. —Harper miró hacia la casa de Álex—. No sé. O tal vez no. Es probable que yo vaya mañana, aunque ella no quiera ir.

—De acuerdo —asintió Brian—. Me parece bien. Os hace bien ir a ver a vuestra madre.

—¿Sabes qué? Quizá también a ti te haría bien verla —le dijo Harper con cuidado, y Brian se incomodó ante la sugerencia.

Justo entonces sonó el timbre de la puerta, ahorrándoles otra tensa conversación sobre la madre de Harper. En realidad, a ninguno de los dos le gustaba hablar de ella, al menos entre ellos, pero una vez que salía el tema, se sentían obligados a hacerlo.

—Voy yo —dijo Harper, aunque todavía estaba en pijama y Brian ya estaba vestido.

Pensó que podía ser la policía. Dijeron que pasarían si tenían más preguntas, pero en realidad Álex y Harper no habían podido decirles mucho. En el fondo no sabían nada, salvo el lugar en el que habían encontrado los cuerpos.

En lugar de la policía, encontró a Daniel de pie en el umbral de la puerta. Él le sonrió y al principio Harper se lo quedó mirando, ahí parada, con la puerta abierta, sin poder decir una palabra.

—Disculpa. ¿Te he despertado? —preguntó Daniel—. Si molesto, me voy…

—No, eh, está bien. —Harper negó con la cabeza, pero de golpe se dio cuenta de que sólo tenía puesto un top y un short de pijama. Instintivamente se cruzó de brazos—. Ya estaba despierta.

—Bien. —Daniel se rascó el brazo y luego la miró—. ¿Puedo pasar?

—Oh, sí, por supuesto. —Harper se hizo a un lado para dejarlo pasar, de modo que ahora los dos se quedaron inmóviles, mirándose sin saber qué decir, pero ahora en el hall de la entrada, en lugar de en el umbral—. ¿Qué haces aquí? —le soltó ella finalmente.

—Oh, eh, me enteré de lo que le pasó a tu amigo. —Sus ojos castaños se llenaron de compasión—. El que había desaparecido, y quería ofrecerte mis condolencias.

—Oh, gracias —dijo Harper con una ligera sonrisa.

—Pasé por la biblioteca para ver si estabas en el trabajo —le explicó Daniel—. Quería saber cómo lo estabas sobrellevando, porque parecías bastante angustiada el día que te enteraste de que había desaparecido.

—Los sábados no trabajo —le dijo Harper, evitando así decirle cómo estaba.

—Eso es lo que me dijo la chica que estaba allí. Una chica bastante antipática con flequillo liso hasta aquí. —Daniel se llevó la mano a la frente, justo por encima de las cejas, para mostrarle hasta dónde le llegaba el flequillo.

—Esa es Marcy.

—¿Tu compañera a la que no puedes dejar sola? —preguntó Daniel.

—Sí —dijo y rio un poco, sorprendida de que Daniel le hubiese prestado atención y lo recordase—. La misma.

—Me dijo dónde vivías y espero que no te parezca muy raro que haya pasado. Puedo irme, si quieres. —Daniel se volvió hacia la puerta que tenía a su lado.

—No, no —dijo Harper decidida—. Está bien. Yo sé dónde vives tú, de modo que parece justo, ¿no es cierto?

—Supongo que sí. —Daniel sonrió, en apariencia aliviado—. ¿Cómo estás?

—Bien —dijo ella encogiéndose de hombros.

—¿Harper? —preguntó Brian que llegaba desde la cocina—. ¿Quién es este joven?

—Papá, este es, hum, Daniel —dijo Harper señalándolo—. Daniel, este es mi padre, Brian.

—Encantado, señor. —Daniel le tendió la mano y Brian lo miró pensativo, mientras se la estrechaba.

—Me suena tu cara —dijo Brian—. ¿Te conozco de alguna parte?

—Probablemente me haya visto en mi yate. —Daniel metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón—. La gaviota sucia. Está amarrado en el puerto.

—Oh. —Brian lo miró tratando de recordar por qué lo conocía—. ¿Tu abuelo era Darryl Morgan?

—Ese era mi abuelo —dijo Daniel asintiendo con la cabeza.

—Era capataz en el puerto —dijo Brian—. Perdimos a un buen hombre el día que se fue.

—Sí que fue una pérdida, señor —respondió Daniel.

—Solías venir al puerto con él, ¿verdad? Pero entonces eras apenas así… —Brian sostuvo la mano en el aire a la altura de su cadera, demostrando lo pequeño que era el joven Daniel cuando iba al puerto, pero ahora era unos centímetros más alto que Brian—. Y te has convertido en todo un hombre. —Brian miró a Harper—. ¿Y vienes a visitar a mi hija?

—Papá —dijo Harper en voz baja, y le lanzó una mirada.

—De acuerdo. Bueno, encantado de verte —dijo Brian—. Pero creo que será mejor me vaya al garaje a arreglar el coche de Gemma. —Dio la vuelta alrededor de ellos para ir hasta la puerta de la entrada, pero después de abrirla se detuvo un segundo—. Estaré aquí fuera por si me necesitas. Con herramientas pesadas.

—¡Papá! —le gritó Harper.

—Divertíos, chicos —dijo Brian, mientras desaparecía por la puerta.

—Lo siento —dijo Harper una vez que su padre se fue.

—No hay problema. —Daniel dibujó una sonrisa burlona en su rostro—. Adivino que es por eso que no tienes muchos pretendientes.

—¿Estás dando a entender que tú eres un pretendiente? —Harper alzó una ceja y lo miró.

—No estoy dando a entender nada —dijo él, pero le sonrió de una manera que le hizo apartar los ojos.

—¿Quieres beber algo? —preguntó Harper, yendo hacia la cocina—. He preparado café hace un ratito.

—Un café sería fantástico.

Daniel la siguió hasta la cocina. Harper cogió dos tazas de la alacena y las llenó de café. Cuando le dio a Daniel el suyo, él se sentó a la mesa, pero ella prefirió quedarse de pie, bebiendo su café apoyada contra la encimera.

—Este café está muy bueno —dijo Daniel después del primer sorbo.

—Gracias. Es Folgers.

—¿Entonces? —Daniel apoyó su taza sobre la mesa—. Todavía no me has dicho cómo estás.

—Sí, te lo he dicho. Te he dicho que estoy bien.

—Sí, pero eso es una mentira. —Daniel inclinó la cabeza y la observó—. ¿Cómo estás realmente?

Harper se burló de él, después miró hacia otro lado y sonrió con nerviosismo.

—¿Cómo sabes que es mentira? ¿Por qué tendría que mentir? —Harper sacudió la cabeza—. ¿Por qué no debería estar bien? Sólo conocía a uno de ellos y ni siquiera lo conocía muy bien.

—Eres una mentirosa pésima —dijo Daniel moviendo la cabeza—. En serio eres la peor mentirosa que he visto jamás. Cada vez que dices algo que no es verdad, no puedes quedarte quieta y esquivas la mirada.

—Yo… —empezó a protestar Harper, y después suspiró.

—¿Por qué no quieres admitir cómo te sientes en realidad? —preguntó Daniel.

—No es que no quiera. —Harper bajó la vista y se quedó mirando el café que tenía en la mano—. Es que… no siento que tenga derecho a sentirme mal.

—¿Cómo que no tienes derecho a sentirte mal? Estás en todo tu derecho de sentirte como quieras.

—No, no es verdad. —De pronto Harper tuvo ganas de llorar—. Luke era… yo apenas le conocía. Sus padres perdieron a un hijo. Lo amaban. Ellos perdieron algo. Ellos tienen derecho a sentirse desconsolados. —Meneó la cabeza a un lado y a otro, como si no fuese para nada eso lo que quería decir—. El otoño pasado compartimos un par de besos babosos y torpes y después se podría decir que lo dejé. —Harper se mordisqueó el labio tratando de contener el llanto—. Quiero decir que era un tipo agradable. Sólo que no era eso lo que yo sentía por él.

—¿Porque saliste con él y se terminó no tienes derecho a sentirte mal? —preguntó Daniel.

—Puede ser. —Harper negó con un gesto de la cabeza—. No lo sé.

—De acuerdo, probemos de esta manera. Olvídate de cómo deberías o no deberías sentirte. ¿Por qué no me dices exactamente lo que sientes y piensas en este momento?

—No es… —Harper tragó con fuerza, dispuesta a descartar la pregunta de Daniel, pero después cambió de opinión—. No puedo parar de pensar en su cara cuando lo encontramos. Tenía un gusano caminándole por el labio. —Inconscientemente se pasó la mano por el suyo—. Por unos labios que yo había besado.

»Y no soy capaz de sacarme de la nariz el olor de esos cuerpos. Por más que me duche y me perfume, no puedo dejar de olerlo. —Su voz se cargó de congoja y se le llenaron los ojos de lágrimas.

»Es la imagen de sus labios y de su rostro la que me viene todo el tiempo a la mente, pero su cuerpo estaba todo deshecho. —Harper señaló su propio torso—. Lo habían abierto en canal y… no puedo dejar de pensar en lo asustado que debió de estar. —Las lágrimas le rodaban ahora por las mejillas—. Debía de estar aterrado cuando le hicieron eso. Todos debían de estarlo.

Daniel se levantó de la silla y fue hasta donde estaba ella. Se quedó enfrente de Harper y apoyó las manos sobre sus brazos, pero ella no lo miraba. Tenía los ojos fijos en un punto del suelo y lloraba.

—Lo vimos ese día —siguió diciendo Harper—. El día que desapareció, en el pícnic. Y no puedo dejar de pensar que si lo hubiésemos invitado a ir con nosotros, todavía estaría vivo. Cuando lo vi estaba molesta, porque ahora todo era tan raro y poco natural entre nosotros. Y él era un buen tipo. Si yo le…

En ese momento Harper empezó a sollozar y sus palabras se ahogaron entre las lágrimas. Daniel le quitó la taza de café de las manos y la puso en la encimera, detrás de ella. Después, estiró las manos y, con mucho cuidado, la acercó hacia él y la abrazó.

—No es culpa tuya —le dijo Daniel mientras ella lloraba sobre su hombro—. No puedes salvarlos a todos, Harper.

—¿Por qué no? —preguntó ella, con la voz apagada contra el hombro de Daniel.

—Porque así es como funciona el mundo.

Harper se permitió seguir llorando unos minutos más, sintiéndose a la vez agradecida y avergonzada por estar en brazos de Daniel. Cuando se tranquilizó lo suficiente, se apartó de él y se secó los ojos. Daniel se separó un poco, pero se quedó justo enfrente de ella, por si lo necesitaba.

—Lo lamento —dijo ella, presionando las manos contra sus mejillas para secarse las lágrimas.

—No lo lamentes. Yo no lo lamento.

—Bueno, tú no tienes nada que lamentar. No estás haciendo el ridículo como yo.

—Tú tampoco. —Daniel le quitó un mechón de la frente y ella se lo permitió, pero se negaba a levantar la vista para mirarlo.

—Y sé que tienes razón. En eso de que no es culpa mía —dijo ella, moqueando—. Pero no puedo dejar de pensar en el día del pícnic. Quiero decir que lo vimos esa tarde, y esa misma noche desapareció. Si le hubiese dicho, «Eh, ¿por qué no vienes con nosotros?», en vez de dejar que se fuera con esa chica…

—No puedes castigarte de esa manera. —Daniel sacudió la cabeza—. No había manera de que pudieras saber qué pasaría.

—Sí, debería haberlo sabido. —Harper abrió los ojos de par en par al darse cuenta de algo, y alzó la mirada hacia él—. La última vez que lo vi se fue con Lexi…

—¿Quién es Lexi? —preguntó Daniel.

—Una de esas siniestras chicas.

—¿De modo que se fue del pícnic con esa Lexi y después desapareció? —preguntó Daniel—. ¿Se lo dijiste a la policía?

—No, quiero decir, sí. —Harper meneó la cabeza—. Les dije lo que sabía, pero eso no me pareció importante. Después del pícnic fue a su casa y cenó con sus padres. Luego volvió a salir y fue entonces cuando desapareció. Pero sí estuvo con Lexi un rato.

—¿Crees que Lexi y Penn y esa otra chica están de algún modo involucradas en los asesinatos?

—No sé —dijo Harper, y después cambió de opinión—. Sí, creo que podrían estarlo.

—A riesgo de parecer un cerdo machista, voy a decir algo: son sólo chicas. —Daniel retrocedió un paso, como si esperase que ella le golpeara, pero se equivocó—. Entiendo que estamos en un nuevo milenio con igualdad de derechos y que las chicas pueden ser asesinas en serie igual que los hombres. Pero esas chicas no parecen tener la fuerza suficiente como para, ya sabes, sacarle las vísceras a alguien.

—Lo sé… —Harper frunció el entrecejo—. Pero esas chicas son diabólicas, y seguro que tuvieron algo que ver con los asesinatos. Tal vez no entienda bien de qué manera, pero sé que están involucradas.

Daniel se la quedó observando unos segundos, pensando; después asintió con la cabeza.

—Te creo. ¿Y ahora qué?

—No sé —dijo Harper con un suspiro—. Pero no pienso dejar que Gemma se acerque a ellas de nuevo por nada del mundo. La ataré a la cama si es necesario.

—Eso suena muy razonable.

—Las situaciones desesperadas exigen medidas desesperadas.

—¿Dónde está Gemma? —preguntó Daniel.

—Está con Álex. —Harper señaló hacia la casa de al lado—. Lo está consolando.

—¿De modo que sabemos que está a salvo y bien cuidada? —preguntó Daniel, y ella asintió con la cabeza—. Bien. Entonces ¿por qué no hacemos algo que quieras hacer?

—¿Como qué?

—No sé. ¿Qué te gustaría hacer?

—Hummm… —Su estómago rugió, ya que llorar siempre le provocaba hambre—. Me gustaría desayunar algo.

—Qué casualidad —dijo Daniel con una sonrisa—. Porque a mí me gusta preparar tostadas.

—Buena combinación, ¿no es cierto?

Harper y Daniel prepararon el desayuno. Su padre entró cuando olió el aroma a tostadas y desayunaron los tres juntos. Podría haber sido un poco raro, pero no lo fue. Daniel era respetuoso y divertido, y a Brian parecía agradarle.

Sabía que cuando Daniel se fuera, su padre le haría mil preguntas sobre la naturaleza de su relación, preguntas que ella no estaba preparada para responder. Pero aun así valió la pena.