5
Observando las estrellas
El cubo de basura olía a animal muerto. Gemma se tapó la nariz y trató de no vomitar, mientras echaba la bolsa en el contenedor que estaba detrás de su casa. No tenía ni idea de qué habrían arrojado allí su padre o Harper, pero el olor a podrido era bastante fuerte.
Se alejó, abanicándose con la mano para ahuyentar el hedor. Después inhaló lo más profundamente que pudo el aire fresco de la noche.
Echó un vistazo a la casa de al lado. Se dio cuenta de que últimamente miraba en esa dirección cada vez más a menudo, como si buscara inconscientemente a Álex. Esta vez tuvo suerte. En el resplandor de la luz del jardín trasero, lo vio tumbado sobre el césped, mirando al cielo.
—¿Qué haces? —preguntó Gemma, mientras entraba en el jardín de sus vecinos sin esperar a que la invitaran.
—Miro las constelaciones —dijo Álex, pero ella ya sabía la respuesta antes de preguntar. Desde que lo conocía, Álex pasaba más tiempo con la cabeza en las estrellas que en la Tierra.
Estaba recostado de espaldas sobre una manta vieja, con los dedos entrelazados detrás de la nuca. La camiseta de Batman en realidad ya le quedaba un poco pequeña, fruto de su último gran estirón, y los músculos de los brazos y sus anchos hombros tensaban la tela. La camiseta se le había subido un poco, por lo que Gemma pudo vislumbrar su abdomen por encima de los tejanos, pero en seguida apartó la vista, simulando no haber visto nada.
—¿Te molesta si me siento a tu lado?
—Oh, no. Claro que no. —Álex se movió de inmediato para hacerle sitio en la manta.
—Gracias.
La manta no era muy grande, de modo que al sentarse Gemma, los dos quedaron casi pegados uno al lado del otro. Cuando Gemma se recostó, su cabeza chocó contra el codo de Álex. Para que ella estuviera más cómoda, Álex bajó el brazo, colocándolo entre ellos dos. Ahora su brazo estaba apretado contra el de ella, y Gemma trató de no pensar en la agradable sensación de calidez que le procuraba el contacto con su piel.
—¿Qué estabas mirando exactamente? —preguntó Gemma.
—Ya te he mostrado las constelaciones —dijo Álex, y efectivamente lo había hecho, muchas veces. Pero por lo general había sido cuando ella era más pequeña, y Gemma no había prestado atención a sus palabras como lo hacía ahora.
—Me preguntaba si estarías mirando algo en particular.
—En realidad no. Las estrellas simplemente me fascinan.
—¿Eso es lo que vas a estudiar en la universidad?
—¿Las estrellas? —preguntó Álex—. Algo así, supongo, pero no es que vaya a ser astronauta ni nada que se le parezca.
—¿Por qué no? —Gemma inclinó la cabeza para poder verle la cara.
—No sé. —Álex se movió sobre la manta y su brazo rozó el de ella—. Viajar al espacio sería mi mayor sueño, sí, pero prefiero quedarme en la Tierra y ayudar a cambiar algo. Quiero estudiar el clima y la atmósfera. Se podrían salvar muchas vidas si pudiéramos prever las tormentas con mayor anticipación.
—¿Prefieres estar aquí abajo mirando las estrellas que allí arriba, para poder ayudar a la gente? —preguntó Gemma.
Lo miró fijamente, sorprendida de cuánto había crecido. No sólo en las marcadas líneas de su mandíbula o la sombra de vello negro que había visto en su abdomen. Sino algo dentro de él. De algún modo, había dejado de ser el chico obsesionado con los videojuegos para convertirse en alguien interesado en el mundo que lo rodeaba.
—Sí. —Álex se encogió de hombros y giró su rostro hacia ella. Se quedaron ahí sin moverse, sobre la manta, mirándose el uno al otro durante unos segundos, y después Álex sonrió inquieto—. ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
—No te estoy mirando de ninguna manera —dijo Gemma, pero en seguida apartó la vista, por miedo de que él viera algo en sus ojos.
—Te parece raro, ¿no? —preguntó Álex, aún con los ojos fijos en ella—. Piensas que soy un friki porque me interesa estudiar patrones climáticos.
—No, para nada, no es eso en lo que estaba pensando. —Gemma sonrió algo avergonzada porque era eso lo que realmente le había pasado por la mente—. O sea, que sí eres un friki, pero no era eso en lo que estaba pensando.
—Soy un friki —admitió Álex, y Gemma rio. Después, sin pensarlo, dijo—: Eres tan guapa.
Tal como lo dijo, se apartó de ella, tenso.
—Disculpa. No puedo creer que haya dicho eso. No sé por qué lo he dicho —se apresuró a decir Álex—. Lo siento.
Gemma se quedó quieta unos minutos, mirando las estrellas, mientras Álex se retorcía incómodo de vergüenza a su lado. Al principio, ella no dijo nada, porque no sabía bien qué decir o qué hacer con su repentina confesión.
—¿Acabas de llamarme… guapa? —se animó a decir finalmente en tono dubitativo.
—Sí, se me ha escapado. —Álex se sentó, como tratando de poner distancia con ella—. No sé por qué lo he dicho. Se me ha escapado.
—¿Se te ha escapado? —le preguntó Gemma, incorporándose, para sentarse a su lado. Álex se inclinó hacia delante, apoyando los brazos sobre sus rodillas, de espaldas a Gemma.
—Sí —dijo Álex con un suspiro—. Te has reído y lo primero que he pensado es que eres realmente muy guapa y, por alguna razón, se me… lo he dicho: Ha sido como si hubiera dejado de controlar mi lengua por un instante o algo así.
—Espera —dijo Gemma con una sonrisa, el tipo de sonrisa que no podía contener—. ¿Piensas que soy guapa?
—Bueno, sí. —Álex volvió a suspirar y se frotó el brazo—. Claro que lo pienso, quiero decir que es obvio que eres muy guapa. Tú lo sabes. —Álex llevó los ojos al cielo y maldijo por lo bajo—. Maldición, no sé por qué acabo de decirte eso.
—Está bien. —Gemma se acercó, sentándose de espaldas a él, hombro contra hombro—. Yo también pienso que tú eres guapo.
—¿Piensas que soy guapo? —Álex sonrió y se volvió hacia ella de modo que sus rostros quedaron justo frente a frente.
—Sí —le aseguró ella con una sonrisa.
—No creía que pensaras eso de mí.
—Sí lo pienso. —La sonrisa de Gemma se suavizó, dando lugar a una mirada nerviosa y esperanzada.
Los ojos de Álex recorrieron ansiosos el rostro de Gemma y se puso pálido. Parecía totalmente aterrado y, aunque el momento era perfecto, Gemma empezó a pensar que Álex no lo resistiría.
Después, él se inclinó y presionó sus labios suavemente contra los de ella. El beso fue breve y dulce, casi inocente, pero en su interior hubo fuegos artificiales.
—Lo siento —dijo Álex una vez terminó de besarla, y apartó la mirada.
—¿Por qué te disculpas? —preguntó Gemma.
—No sé —rio él. Después sacudió la cabeza y volvió a mirar a Gemma, que le sonreía—. No lo siento.
—Yo tampoco.
Álex se inclinó para volver a besarla, pero antes de que sus labios se tocaran, Brian gritó el nombre de Gemma desde dentro de su casa.
Eso bastó para arruinar el momento. Álex se detuvo al instante y dio un salto alejándose de Gemma como si se hubiese electrocutado.
Gemma se levantó más despacio, ofreciéndole sus disculpas con una sonrisa:
—Lo siento.
—Sí, no, no hay problema. —Álex se rascó la nuca y se negó a mirar siquiera hacia Gemma o su padre.
—¿Nos vemos luego? —preguntó Gemma.
—Sí, sí, claro —respondió en seguida Álex, asintiendo con la cabeza.
Gemma se apresuró a volver a su casa por la puerta trasera, donde estaba su padre esperando, manteniéndola abierta. Una vez Gemma entró en casa, Brian se quedó unos segundos más fuera, observando a Álex doblar torpemente la manta.
—¡Papá! —le gritó Gemma.
Brian dejó pasar un par de segundos más antes de entrar. Una vez dentro, cerró la puerta con llave y apagó la luz del jardín. Cuando entró en la cocina, Gemma caminaba de un lado a otro comiéndose las uñas de las manos.
—No hace falta que me vigiles todo el tiempo, ¿sabes?
—Has salido hace quince minutos a sacar la basura. —Brian se apoyó contra la mesa—. He salido simplemente a comprobar que no te hubiesen raptado o te hubiesen atacado unos mapaches rabiosos.
—Bueno, pues no ha pasado nada de eso. —Gemma dejó de moverse y respiró profundamente.
—¿Quieres explicarme qué estaba pasando ahí fuera?
—¡No! —Gemma abrió mucho los ojos.
—Mira, Gemma, sé que tienes dieciséis años y que vas a empezar a salir con chicos. —Brian pasó el peso de un pie al otro—. Y Álex no es exactamente un mal chico. Pero es mayor que tú y eres demasiado joven para algunas cosas…
—Papá, sólo nos hemos besado, ¿de acuerdo? —El rostro de Gemma tenía una expresión de disgusto por tener que discutir aquel asunto con su padre.
—Así que… entonces… ¿estás saliendo con él? —preguntó Brian con cautela.
—No —respondió Gemma, encogiéndose de hombros—. Sólo nos hemos besado.
—Y no deberías pasar de eso —dijo Brian—. Se va en un par de meses y eres demasiado joven para comprometerte con ese tipo de cosas. Además, tienes que concentrarte en la natación.
—Papá, por favor —dijo Gemma—. Deja que yo resuelva estos asuntos por mí misma. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —dijo él a regañadientes—. Pero si te toca, lo mato. Y si te hace daño, lo mato.
—Ya lo sé.
—¿Y él lo sabe? —Brian hizo un gesto hacia la casa de sus vecinos—. Porque puedo ir a decírselo personalmente.
—¡No, papá! —Gemma alzó las manos—. Ya lo he entendido. Ahora, si no te molesta, me voy a ir a dormir para poder levantarme temprano mañana.
—Mañana es domingo. La piscina está cerrada.
—Voy a ir a nadar a la bahía. Esta noche no he ido y quiero nadar.
Brian asintió con la cabeza, dando por terminada la conversación, y Gemma fue directa a su habitación. Había una franja de luz debajo de la puerta de Harper, lo que significaba que todavía estaba despierta, probablemente leyendo. Gemma se metió sigilosamente en su habitación, para no alertar a su hermana.
Desde la ventana de su dormitorio, Harper podría haber visto a Gemma y a Álex besándose, o podría haberla escuchado hablando con su padre sobre el tema. Y lo último que quería Gemma era hablar de aquello con su hermana, en especial cuando ella misma no sabía qué sentía al respecto.
Gemma cerró la puerta de su habitación y se dejó caer en la cama. Sobre el techo había pegadas unas estrellas de plástico fosforescente, pero sólo un par de ellas lograban emitir todavía un pálido resplandor. Se quedó mirándolas, con una sonrisa en el rostro, porque le recordaban a Álex.
Había sido Harper la que las había colocado, cuando Gemma tenía ocho años y sufría serios ataques de terror por las noches. Pero Álex la había ayudado, colocando las constelaciones con la mayor exactitud de que fue capaz.
Era tan extraño cómo había cambiado todo. Gemma estaba acostumbrada a verlo como el amigo empollón de su hermana. Pero ahora, cuando pensaba en él, su corazón latía más rápido y en su estómago notaba una fuerte sensación de calor.
Le picaban un poco los labios por el beso y se preguntaba cuándo podría besarlo de nuevo. Se quedó despierta hasta tarde, reviviendo la escena una y otra vez en su imaginación. Cuando al fin se durmió, lo hizo con una sonrisa en el rostro.
El despertador la arrancó del sueño. Estaba amaneciendo, y una luz anaranjada entraba por las cortinas de su habitación. Estuvo tentada de apagarlo y seguir durmiendo, pero ya había perdido todo un día de entrenamiento, así que debía recuperarlo.
Para cuando estuvo levantada y lista, la cálida luz del sol bañaba todo el pueblo de Capri. Tanto Harper como Brian seguían durmiendo, y Gemma dejó una nota en la nevera, recordándoles que se había ido a la bahía de Ante musa.
Puso Lady Gaga en su iPod y saltó sobre su bicicleta. Todavía era temprano, y el resto del pueblo dormía. A Gemma le gustaba más así, cuando las calles no estaban repletas de turistas.
El viaje hasta la bahía fue más rápido de lo habitual. Incluso pedalear parecía más fácil. Gemma se sentía flotando en una nube. Un simple beso de Álex había vuelto todo su mundo más liviano.
Como había ido en bicicleta, no podía nadar cerca del bosque de cipreses, como hacía generalmente. La bicicleta no podía subir por ese camino, y no había ningún lugar donde dejarla atada. Por eso fue al puerto, cerca de donde trabajaba su padre.
Supuestamente no se podía nadar en ese lugar, ya que era peligroso por la cantidad de embarcaciones que lo transitaban, pero en realidad no pensaba nadar ahí. Después de encadenar la bicicleta, se zambulliría en el agua y nadaría hasta un lugar más seguro. No había nadie a esa hora que pudiera verla.
Gemma dejó la bicicleta junto a un poste en el muelle. Después de quitarse la ropa y quedarse en bañador, metió los tejanos, el top y las sandalias en la mochila que había llevado con ella. Pasó la cadena por las correas de la mochila, enroscándola al caño de la bicicleta, y lo enganchó todo junto al poste.
Fue corriendo hasta el final del muelle y se zambulló. El aire de la mañana era un poco fresco y el agua estaba algo fría, pero a Gemma no le importaba. En realidad le daba igual cuál fuese la temperatura o cómo estuviese el agua. Gemma sencillamente se sentía a gusto allí dentro.
Nadó durante todo el tiempo que pudo, pero hacia el final de la mañana la bahía se empezó a llenar de gente. Se estaba perfilando un hermoso y cálido día de verano, de modo que la playa estaba a reventar. El agua más cercana al puerto se había llenado de embarcaciones que se dirigían mar adentro, de modo que Gemma sabía que si no regresaba corría el riesgo de que un motor fuera borda le pasara por encima.
A la escalera del final del muelle le faltaban varios escalones, por lo que tuvo que hacer un gran esfuerzo para poder trepar por ella. Estaba a punto de conseguir subir al muelle, cuando alguien le tendió la mano. Tenía las uñas largas muy bien cuidadas, de color rojo sangre, y su piel olía a aceite de coco.
Con el agua chorreándole por el rostro, Gemma alzó la vista y vio a Penn justo enfrente, con la mano extendida hacia ella.
—¿Te echo una mano? —preguntó Penn, sonriendo de una manera que automáticamente le recordó la imagen de un animal hambriento.