Capítulo XL

Nogent-le-Rotrou, noviembre de 1305

La noche había sido tranquila y cadet-Venelle acababa de vestirse en la espaciosa habitación que ocupaba en la posada de la Hase Guindée. Se estaba poniendo sus botas de piel flexible cuando un golpe dado en la puerta le hizo levantar la cabeza. No era el modo de llamar de maîtresse Hase.

—¿Quién es?

—Eh… yo —respondió una voz masculina que Hardouin reconoció de inmediato.

Abrió el picaporte de la puerta. Arnaud de Tisans, con marcados rasgos de cansancio y su ropa tiesa por el polvo de los caminos, entró.

Mess

—Tisans será suficiente en este lugar —lo interrumpió el vicebaile, con el rostro grave y cerrado—. Tengo que hablaros de un asunto… espinoso.

—Que explica vuestra visita.

Sin esperar invitación, Arnaud de Tisans se dejó caer en la única silla de la habitación, extendiendo las piernas por delante y gesticulando.

—Parecéis fatigado —comentó el verdugo.

—Sí. Ya no tengo edad de galopar a toda velocidad hasta París, para volver rápidamente también.

—¿París?

—Hum… Allí me entrevisté discretamente con un personaje de gran poder, que no nombraré, con la seguridad de que adivinaréis su identidad.

—¿Muy gran poder? —preguntó el ejecutor.

—Considerable poder. Poco conocido por su longanimidad.

—Ya veo. En fin, por lo demás, no veo nada.

—Nos han utilizado, Venelle. ¡Al menos yo me he dejado engañar como un pánfilo! Una sensación enojosa.

«¡Ten cuidado! ¡Te están manejando, querido mío!» había soltado la vieja mendiga. «Tú crees y te equivocas».

Una lenta sonrisa estiró los labios de cadet-Venelle, que declaró:

—¿Lo importante no es darse cuenta? Los pequeños vagabundos, ¿no es así? Esta historia es turbia y yo… ¿cómo decirlo?… yo he tenido la sensación… en pocas palabras, de que os encontrabais en situación difícil.

—Hábil acrobacia para acusarme de mentir o, por lo menos, de disimulo con respecto a vos —tradujo Tisans.

Venelle quiso protestar por la forma, pero el vicebaile lo interrumpió con un gesto.

—Por favor, la verdad tolera palabras duras. En realidad, he tratado de abusar de vos. Insisto en «tratado» porque, evidentemente, vuestro poco interés por secundarme en esta investigación me indica que no os embauqué. El engaño de otro engaño.

—Mi sensación era mucho más confusa. No sabría decir lo que me retenía —rectificó Hardouin—. Sin duda, la certeza de que estos niños os importaban poco, a diferencia de sus asesinos. Quizá también, la convicción de que vuestras relaciones con messire Guy de Trais eran más distantes de lo que hacíais ver y que él no podía serviros de ayuda, a pesar de un eventual reconocimiento, si vos lo sacabais de este delicado asunto.

—Exacto: apenas conozco a Trais. Escuchadme, Venelle. Lo que voy a decir me consume: ¿Puede uno perder su honor si lo pasa por alto?

—Lo dudo.

—Por lo menos, me quitáis esta espina del pie —ironizó el vicebaile en un tono tan derrotado que Hardouin percibió en él una auténtica desesperación.

Con voz baja, átona, el vicebaile le relató lo que había deducido, sin mencionar nunca a Adelin d’Estrevers, evocando la voluntad de un poderoso de incriminar a Guy de Trais y, de rebote, a Juan II de Bretaña, con el fin de recuperar el señorío de Nogent-le-Rotrou.

Cuando hubo terminado, observó:

—No parecéis sorprendido, Venelle.

—¿Por qué iba a estarlo? El alma humana tiene pocos secretos para mí y ciertamente no lo tiene su frecuente perfidia. ¡Vaya!, messire de Trais no sabrá nunca que acaba de escapar a lo peor. ¿Monseigneur de Valois ha participado en este monstruoso plan?

—En realidad, lo ignoro… pero el… poder colosal al que aludí antes se asegurará de ello.

—Un poder colosal cuyo nombre comienza por una «N», ¿no es así? Hum… Si os comprendo palabra por palabra, estos inmundos asesinatos han sido por encargo.

—Sí, yo llego también a esta conclusión.

—¿De quién? ¿De quién vos calláis la identidad con tanto cuidado que creo haberla adivinado? Prosigamos con las adivinanzas, que me entretienen mucho. Su nombre empieza por una «E», ¿no es exacto?

—¿Quién, si no? Sin embargo, aunque se confirmara su repugnante responsabilidad, vos no podríais prenderlo directamente. Os destrozaría, Venelle.

Una risa suave se escapó de la garganta del verdugo:

—¿Lo creéis así? ¿Por qué iba a destrozarme? Nadie escapa de entre mis garras. Además, yo conozco sus rasgos y él ignora los míos, al no haber visto de mí más que una máscara de cuero, con ocasión de ciertas ejecuciones a las que se dignó asistir.

—Por favor —insistió Tisans—. Ya estoy bastante avergonzado por haberos mentido conscientemente. El hecho de que a mí me hayan utilizado no redime en absoluto mi falta.

—Como os plazca —concedió el verdugo, encogiéndose de hombros.

Sin embargo, el vicebaile de Mortagne estaba seguro de que, si se presentare la ocasión, si llegare a estar seguro de su culpabilidad, el ejecutor iría contra Adelin d’Estrevers.

—¿Venelle? ¿Pensáis… que nos deshagamos cuanto antes del monstruo que tortura, viola y mata?

—Por supuesto. Para encontrar un trozo de queso mohoso, basta con seguir la pista a la rata.

—Siendo la rata…

—¡Callad!… Dejadme un poco de mi magia —ironizó Hardouin.

—Como os plazca. El… poder colosal a quien revelé vuestra implicación pide que pongáis vuestro precio. Yo he señalado que vuestra fortuna os ponía al abrigo de necesidades, sin extenderme más. Pero él ha insistido. Yo creo que pagar lo tranquiliza.

—¿Teme estar en deuda? Que no se inquiete. Yo tengo hecha una promesa a un niño martirizado. Vuestro poder colosal no me debe nada porque no le sirvo a él. Hasta la vista, mess… Tisans. La caza a ultranza[282] comienza.