5 – LA TEORIA DEL TODO
No me costó mucho encontrar el departamento de Alejo. Llamé a la universidad y después de varias idas y vueltas, los convencí de que era su médico y necesitaba ubicarlo. Sí, sabía que desde había ido a trabajar los últimos días. No, era un tema médico privado pero urgente que necesitaba discutir con él. Un nombre verificable y un tono perentorio fueron suficientes para que me dieran la dirección y recomendaciones para tratar con él. Parecía que mi amigo era una personalidad un poco particular en el ámbito académico y, a la vez que acumulaba publicaciones y la renuente admiración de otros docentes, generaba en la misma medida pero con el signo opuesto un rechazo basado en alguna cualidad personal que lo hacía poco digerible para el común del personal universitario, alumnos excluidos.
Era un departamento de puerta maciza en un edificio vetusto, lo cual hacía difícil que pudiera meterme a la fuerza, a diferencia de mi propio piso, que estaba a la merced de cualquier intruso de hombros medianamente fuertes. Apelé a mi ingenio pero no hubo tarjeta ni ganzúa improvisada que sirviera. Finalmente me rendí y me dirigí a la planta baja para hablar con el conserje.
—Soy el doctor de Alejo _____. Tenía turno para un chequeo importante conmigo hace unos días y no aparece, estoy un poco preocupado.
El conserje, un ser casi con certeza humano a pesar de lo hirsuto y malhumorado, me dirigió una sonrisa socarrona pero no necesariamente incrédula, más bien, curiosa.
—¿Y va a las casas de todos sus pacientes, Doc?
—No —respondí. —Sólo de aquellos con una condición crónica que me da motivos para preocuparme.
—¿Qué tiene el pibe?― dijo mientras salía de su letargo para buscar una llave.
—Una arritmia —dije. ―Se hizo un chequeo hace una semana y lo había citado nuevamente para un estudio más complejo, pero como verá, no apareció.
—No lo he visto estos días, pero ese chico anda en algo raro, no sale mucho. Yo sé lo que hace cada uno de los propietarios, pero ése no sale lo suficiente para que me haga una idea de su vida.
—Mmm... el sedentarismo es siempre un factor de riesgo en las enfermedades cardíacas.
—En fin —dijo. —Veamos si el chico está.
Subimos por las escaleras ya que el ascensor era un poco caprichoso, según dijo el conserje. No nos cruzamos con nadie en el camino, nada raro por ser un día laboral por la tarde, pero me dio una impresión agobiante, como si el lugar y toda esa escena estuvieran orquestados sólo para mi visita y fueran a desaparecer minutos después de que yo saliera por la puerta principal, conserje extraño incluido. Llegamos al piso de Alejo y el hombre se detuvo ante la puerta y golpeó.
—Abra... soy el conserje. Hay un doctor acá para verlo.
Previsiblemente, no hubo respuesta, pero el conserje, por hábito o cortesía profesional, golpeó de nuevo.
No hubo respuesta, por lo cual procedió a insertar la llave que había llevado y girarla. La puerta se trabó un poco, quizás producto de mi débil intento de forzarla, pero finalmente abrió. Las motas de polvo volaban serenamente por la habitación, impulsadas por el viento que se filtraba por un resquicio de la ventana. Las cortinas estaban corridas, iluminando la habitación como un cuadro estático, una imagen congelada de algo que había pasado pero de lo que no había registro alguno. Un campo de incertidumbre localizado, indicando claramente que había algo por descubrir.
La sala de estar era un desorden, con ropa por todos lados, pero no sabía si producto de una tendencia a la suciedad o por alguna intervención exterior. Mi propio dormitorio, visto por un detective, podría asemejarse a la escena de un robo, pero no por ello sería una conclusión certera, lo cual me obligó a buscar pistas más sutiles. El polvo en el piso no era suficiente para dejar rastros, y si hubiera alguno sería de la madre de Alejo que había venido unos días atrás. No se había tomado la molestia o no había querido limpiar por algún motivo. Mejor, pues podría haber quitado alguna pieza clave.
La habitación mostraba un caos consistente con el resto del departamento, pero nada anormal. Anotaciones de todo tipo llenaban pequeños papeles de colores pegados a libros y hojas sueltas, manuscritos tipeados a máquina apilados sobre otros libros que actuaban como mesa de luz o, en algunos casos, para colgar la ropa.
—Por dios —dijo el conserje. ―Esto es un chiquero.
Era el producto de una mente desordenada, quizás brillante, que no se preocupaba por la disposición espacial de los elementos más anodinos de su existencia. Rebusqué entre los libros y notas para encontrar algo significante, bajo la mirada inquieta del conserje.
—Relájese. ¿Qué me voy a robar, la mugre?
Sonrió un poco y se puso a caminar con aire aburrido por el departamento, de manera que si tropezaba de casualidad con el dueño de casa podría alegar que él sólo estaba mirando, que el intruso era yo. No le presté más atención y la volqué hacia las notas dispersas por el departamento. Parecía que Alejo estaba trabajando en un libro o una tesis doctoral. Había una carpeta con copias de artículos suyos que habían publicado en una revista académica y un cuaderno con diagramas un tanto abstractos y febriles, que se conectaba aparentemente con el manuscrito principal, un manojo de hojas borroneadas y con los márgenes llenos de anotaciones en verde y rojo, con aun más diagramas incomprensibles. Sobre éste había una pequeña figura de metal, de un hombre o soldado medieval corriendo. Quería echar un vistazo al material con más detenimiento, pero no podía llevarme todo así nomás, así que doblé el manojo de hojas y el cuaderno y los metí entre mi chaqueta y el pantalón, apretados contra mi espalda. Por impulso, tomé también la estatuilla y la metí en mi bolsillo.
—Esperaba encontrar alguna nota que indicara su paradero, pero nada.
—Al menos no lo encontró aquí muerto, ¿eh?
No me agradó su comentario, especialmente después de ver el susto en el rostro de la madre de Alejo.
—No. Tampoco están sus pastillas en el baño, así que si decidió irse de viaje o algo así por lo menos tiene su medicación. Gracias, si lo llega a ver dígale que me llame. Éste es mi número.
Le di el papel y lo empujé cortésmente hasta la puerta. Al salir del edificio, miré atrás para ver si todavía estaba allí y me metí en el auto con cierto apuro, deseoso de echar un vistazo a aquello en lo que estaba trabajando mi amigo, ansiando algún tipo de respuesta. Entre tantas cosas inentendibles que escapaban a mi comprensión básica de la física y la matemática, encontré un artículo que al menos parecía estar escrito en lenguaje más simple, como si lo hubiera escrito para una revista de divulgación científica.
Algunas reflexiones
sobre la posibilidad de intervenciones
externas en el contínuo 4D.
Basándonos en la teoría de Randall-Sundrum sobre los Brane Worlds (mundos membrana), podemos extrapolar un tipo de intervención extra-dimensional con un poco de gimnasia matemática. Recordemos primero el esquema (simplicado aquí) de las once dimensiones que se hacen necesarias por la teoría de cuerdas (y posteriormente, por la teoría-M).
Tomemos entonces un espacio tridimensional como el nuestro. Agreguémosle una magnitud escalar (en nuestro caso, el más simple de postular es el tiempo), y tendremos un espacio-tiempo regular. Hasta aquí es simple.
Ahora bien, por ciertas complejidades del modelo del Big Bang en las que no entraremos en esta ocasión, y las limitaciones ontológicas del modelo inflacionario del universo, la argumentación más interesante del origen de la materia es la dada justamente por las membranas. Éstas no son reducibles simplemente a la noción de “universo,” pues pueden contener infinitos “universos de bolsillo.” Pero para los propósitos de este artículo, asumamos que son idénticos. Tenemos entonces un espacio-tiempo cuatridimensional en un universo-membrana. Ahora bien, no nos alcanza con cuatro dimensiones para explicar las incongruencias a nivel subatómico. ¿Entonces dónde están las otras 7 dimensiones faltantes?
Digamos que están aquí mismo, y en los intersticios. Son magnitudes escalares, indetectables hasta ahora, probablemente más difusas que la energía nuclear débil. Pero están allí, 6 de ellas “dobladas” sobre la misma membrana, y otra dimensión extra en el espacio intramembranal. Eso significa que tenemos necesariamente otra membrana (y llevando a la conclusión lógica, si no hay una sola, y asumimos como mínimo dos, es posible e incluso probable que sean infinitas, o parte de una magnitud completamente nueva).
Esa segunda membrana ejerce influencias sutiles sobre nuestra membrana. Es, pongámoslo de manera simple, un universo oculto, separado del nuestro por un “sangrado” intramembranal, que explica en cierta medida la imposibilidad de la formación de las galaxias según el modelo gravitacional actual. Tiene que haber un elemento extradimensional que ejerce una fuerza “gravitacional” extra, y ésa es la tan elusiva materia oscura. Tanto ella como su prima, la aun más misteriosa (y no ayudan sus nombres portentosos) energía oscura, interactúan de maneras incomprensibles con la materia y las fuerzas “normales” de nuestro contínuo (gravedad, electromagnetismo, fuerza nuclear fuerte y fuerza nuclear débil).
Es razonable suponer entonces que no son más que “influencias fantasma” de esa otra membrana que se cierne sobre la nuestra, la forma detectable en que ese otro universo actúa sobre el nuestro, y lo mismo sucedería en la otra membrana. Eventualmente, la dimensión que las separa tenderá a cero y tendremos un nuevo Big Bang, una segunda colisión, compresión e inflación de la materia, y todo comenzará de nuevo.
Es una hermosa noción, renovable, cíclica, llamada ekpyrosis por los griegos, que no tenían tanta ciencia para soportar sus argumentos pero que en muchas cosas básicas tenían razón.
Pero todo esto es a alto nivel, y prometí explicar fenómenos más mundanos. Creo que este marco nos provee una manera de entender las cosas que suceden a micrones de distancia de nuestras propias existencias. Específicamente, las dislocaciones espacio-temporales y las luces y figuras extrañas en los cielos que tanto ocupan las tapas de revistas de misterio y ciencia.
Una explicación posible para el caso de las dislocaciones (ver caso Bauman, 19XX, su desaparición y reaparición repentina a quinientos kilómetros en el lapso de una hora, sin medio de transporte detectable ni recuerdo de lo ocurrido), es una aceleración o un paso a través del contínuo debido a una influencia puntual desde una de estas dimensiones adicionales. Cualquier intensidad de fuerza generada sobre una de estas dimensiones “dobladas” podría causar un impacto sobre el continuo espaciotemporal, ocasionando a nivel humano una variabilidad en los ejes xyz y escalar (t) que perturbe a nivel mínimo (algunos kilómetros, algunas horas) a un sujeto de prueba. Por supuesto que las energías necesarias para un movimiento de este tipo son no tanto inconmensurables como incomprensibles, ya que requieren un entendimiento de la teoría cuántica que no tenemos aún. Pero quién dice si estos fenómenos no han ocurrido ya. Inevitablemente, si las teorías son correctas, llegaremos a descifrarlas en algún momento futuro. (CUIDADO, HUNDIÉNDONOS EN TERRENO PELIGROSO). Y si son factibles, ¿qué impide ese movimiento temporal que ubique esa tecnología y esos fenómenos en nuestra propia época? Es posible que incluso eventos como las pruebas nucleares o experimentos de choque de partículas a velocidades cercanas a la luz hayan generado pequeños bolsillos de energías más allá de las fuerzas nucleares débiles, que hayan permitido la medición y el uso enfocado de algún tipo de máquina translocadora, capaz de tensar las vibraciones de las cuerdas que unen las partículas de una a otra dimensión.
Si bien no es más que especulación (¿MMM... CORTAR ESTA PARTE?), todas las incompatibilidades espaciotemporales y manifestaciones de energía en el espectro visible en los cielos reportadas cada vez con más frecuencia en los últimos cuarenta años podrían ser remitidas a fuentes controlables pero ajenas a la comunidad académica oficial, y cuyo uso irresponsable podría tener consecuencias desastrosas, generando incluso ocurrencias accidentales.
Y debajo, en líneas dudosas y tachadas, sólo un comentario: ¿Es esto lo que nos pasó?