No ir con los tiempos
Y en fin, para terminar por ahora, lo mismo que las miserias y tiranías atrasadas de que el Desarrollo se rodea pueden acaso usarse al revés de como las usan los Medios de Formación de Masas, no para horrorizarlas vanamente y hacerles sentir lo bien que están en el Bienestar, sino para revelar, como en un espejo, lo que el Bienestar es en verdad, análogamente las barbaries medievales y paleolíticas, los martirios inquisitoriales, las guerras de nazis y nipones, las escabechinas napoleónicas, las invasiones de los tártaros o las matanzas de los romanos, imágenes que también está la Televisión insaciablemente reponiendo ante los ojos cada día, a fin de que los estupefactos contemporáneos reconozcan, hundidos en su sillón, lo mucho que hemos progresado y la Gran Paz de que disfrutamos, pueden tal vez usarse del revés, para percibir mejor por ellas, como si fuesen caricaturas de lo mismo, las barbaries, tormentos y administración de muerte en que consiste el Estado del Desarrollo.
El que sepa reconocer en la combustión de cada autobusada de jubilados las llamas de la hoguera royendo los pies de Juana de Arco o de Giordano Bruno, en las reatas de niños corcovados bajo las mochilas de la Cultura la matanza de los inocentes con Herodes, en los papeleos y pantallazos de Ordenador de nuestras burocracias el relumbrar de dagas y rechinar de huesos de las campañas de Troya o del Gurugú, en la afable sonrisa sobre la corbata del Ejecutivo en desayuno de negocios la siniestra sonrisa de la película de Tamerlán o de Bocasa mandando sus prisioneros a la carnicería, a ése quizá las imaginerías de la Historia le sirvan para algo.
Todas las épocas están en ésta, que no es época ninguna.
No pueden las gentes disconformes o rebeldes creer en la Historia para nada: la Fe en la Historia la cultiva y promociona el Estado-Capital, a fin de que, creyendo los Individuos de la Masa en la existencia de las otras épocas, crean también en el Futuro a que el Capital-Estado los tiene condenados; y que, al creer que hay otras épocas, lleguen a creerse que esto es una época también (en realidad, la Televisión, con el solo encuadrarlo en la pequeña pantalla, está haciendo Historia de la actualidad misma), y, como es sabido que en las épocas no vive más gente que Jerjes o Napoleón, los muertos, la administración de muerte de las Personas de las Masas queda así cumplida.
Pero es claro que las otras épocas no son más que imaginerías que forman parte de esto que nos pasa; y que esto no es época ninguna, sino tiempo vivo, tiempo en el que hablamos mientras hablamos, el que se quiere dejar muerto en el Tiempo de los relojes y la Historia.
Por eso, no se puede creer en los tiempos; y el ir con los tiempos, ese afán, dominante desde las chácharas de chavales sobre motos hasta los Congresos velocípedos de los varones culturales, por estar al día, es la manera de entregarse al Dinero y al Poder, la Muerte.
¡Nunca pués ir con los tiempos! La última y verdadera revolución es la de los muertos, que se niegan a estar muertos; y la evidencia, palpable y actual, es que sigue siempre latiendo, por debajo del Dominio, un corazón que sabe decir «¡Qué bueno esto!» y sabe decir «No», sin importarle un rábano ni la Orden del Día ni las Modas.
Y no hay prisa. El pueblo tiene esa inmensa ventaja de que, como no tiene que existir, no muere nunca.