2 de diciembre
Me pongo a dormir esperando despertar en otro lugar donde deseo volear.
Despierto... En un Lager, en una cama que comparto con otra chica que ronda los veinticinco. Dormimos las dos juntas, mi cabeza contra sus pies y los míos casi en sus narices.
Ella está calva y lleva un pijama a rayas. Yo me toco la cabeza y creo que me la noto pelada, mi pijama está más descolorido.
Seguramente estoy soñando pero tengo miedo, es demasiado real. Me falta el aire. Miro a aquella chica, está tan delgada... Tiene una energía extraña, una belleza que me cautiva.
—¿Quién eres? No eres de este barracón, ¿verdad? —me pregunta.
No sé si responder. Temo que si lo hago, despertaré. Me falta la respiración.
Se acerca un soldado, va directo hacia mí, como si supiera que yo no pertenezco a aquel lugar, me da con la culata en la cabeza. Grito y de repente todo tiembla a mi alrededor, y desaparece.
Despierto en mi celda moderna de psiquiátrico. Continúo gritando. Estoy empapada en sudor.
La puerta se abre, la enfermera de las noches que ni tan siquiera desea parecer simpática me mira y se queda extrañada.
—¿Dónde te has hecho la herida? —dice tocándome la frente.
No contesto. Me mira, debo de poner cara asustada. Llama a un médico. Éste me hace más preguntas. No contesto tampoco.
Recibo, como siempre, unas dosis extra de pastillas. Quizá es lo peor que podían darme porque vuelvo a caer dormida.
A los pocos segundos vuelvo a estar en ese Lager. No sé por qué lo llamo Lager; es un campo de concentración alemán, pero la palabra "Lager" viene a mí. Es como si conociera la estructura de aquel lugar, como si no hubiera simplemente aterrizado desde mi sueño, sino que hubiera llegado con toda la información cargada dentro de mí.
La chica con la que compartía cama está calzándose los zapatos, no se sorprende excesivamente con mi presencia.
De repente los gritos de un par de soldados nos hacen movernos a toda velocidad. Sigo a la chica muy de cerca, es como mi faro. Va en dirección a un Kommando de veinte personas. Me voy con ella.
Sé que un Kommando lo forma gente fija y mi presencia puede ser fácilmente detectable. No sé por qué, pero no me importa. Es como si supiera que aquello que estoy viviendo no es real. Que cuando quiera puedo despertarme, pero sé que las pastillas que me han dado me mantendrán en ese sueño más tiempo del que me gustaría.
La Kapo, la jefa de aquel grupo, que no deja de ser una de nosotras pero con derecho a pegarnos, nos observa una a una. Está a punto de cruzarse con mi mirada cuando uno de los soldados la llama y se olvida de la cuenta que estaba haciendo.
Ahora es el soldado quien le grita a ella y hasta le da un par de golpes con su arma.
Debemos marchar, yo no lo he hecho nunca, jamás. Pero intento copiar lo que hacen mis compañeras. Me sorprendo porque no se me da mal.
A la salida del Lager hay más soldados armados y unos cuantos perros. Perros nazis, me imagino.
Cuando estudié en el colegio el tema de los campos de concentración, siempre me pregunté por qué los reclusos no se rebelaban contra los soldados. He contado apenas una veintena de ellos y he visto más de trescientos cautivos. Supongo que el miedo paraliza o cada vida individual no piensa de manera colectiva. No sé, se lo consultaré a la chica junto a la que he despertado cuando tenga ocasión.
A los veinte minutos de marcha llegamos a nuestro lugar de trabajo. Creo que debemos coger unos troncos casi imposibles de transportar y llevarlos a un camión. El tamaño de los troncos es impresionante, creo que se necesitarían como mínimo cinco personas en buena forma, pero en realidad lo están haciendo grupos de tres de estos seres que están casi en los huesos.
Me doy cuenta de que no sé qué tipo de rostro tengo yo en este sueño. ¿Es mi propia cara o es una recreación de mi yo en ese campo de concentración?
Me acerco al agua del lago que colinda aquel bosque, espero poder verme bien en el reflejo.
La chica, de la que desconozco el nombre, comienza a gritarme en tono bajo, creo que me desaconseja que lo haga. Hace muchos aspavientos, pero no se acerca a mí. Ya casi estoy cerca del agua, creo que en pocos segundos podré divisar mi rostro.
Pero justo cuando creía que podría salir de dudas, recibo un nuevo golpe en plena cabeza de una de las armas de los soldados.
Duele, realmente duele mucho. Comienza a preguntarme cosas en alemán, lo más increíble es que lo comprendo y hasta le puedo contestar.
Me pide que levante el brazo y le enseñe el número. Temo que ahí será mi fin. Pero lo hago y allá está mi número tatuado en mi brazo.
Se lo apunta en una libreta y nuevamente me golpea para que me dirija a los grupos.
Me ha tocado el grupo de mi compañera de cama y de una mujer que ronda los cuarenta pero que parece que tenga sesenta.
Cogemos uno de los troncos. Todas ponemos de nuestra parte, pero es una auténtica locura; no tenemos la fuerza necesaria.
Vamos tan deprisa como podemos, pero me da la sensación de que nuestra lentitud es excesiva y dolorosa.
Decido que quiero despertar porque realmente el dolor es inaguantable. Pero no lo logro, las pastillas me han dejado muy KO. Decido hablar con la chica, estoy segura de que, cuando hable con ella, despertaré.
—Hola.
No me contesta.
—Perdona, escucha, ¿me puedes hablar?
No parece estar nada interesada en mí, pero al final me contesta.
—Cuanto más hables, más te costará —me contesta al fin.
—No soy de aquí —le digo.
Me mira, no me entiende.
—¿Qué quieres decir? Nadie es de aquí.
Decido ser directa, qué importa.
—Vengo del futuro. Ahora estoy ingresada en un psiquiátrico cerca de un lago porque me intenté suicidar y no sé cómo pero estaba durmiendo y este sueño que tengo es real, más que ninguno de los que he tenido en mi vida.
De repente se pone a reír, creo que hacía tiempo que nadie se carcajeaba en aquel lugar porque todas las presas que acarreaban troncos dejan de moverse a la vez.
La Kapo viene directa a nosotras. La coge del cuello y le suelta un par de puñetazos. Los soldados no se han movido, creo que la Kapo lo ha hecho para evitar que ellos se acercaran.
El tronco ha caído sobre la tercera chica y creo que le ha lastimado el pie. Me mira con mucho odio.
Me sentiría muy culpable si no fuese un sueño. Nos ponemos en marcha otra vez.
—No me vuelvas a hablar. ¿Lo entiendes? —me dice la chica junto a la que desperté—. Nunca más.
No pienso hacerle caso.
—No es culpa mía que te hayas reído. Es verdad todo lo que te he dicho.
Me mira y noto que su odio va en aumento. Pienso que necesita que le dé más detalles para que me crea.
—Dentro de dos años liberarán este campo. Los ingleses y los americanos llegarán y os liberarán.
—¿Dos años? ¿Todavía dos? Estás de broma, ¿no?
—Lo siento, pero es la verdad. Si te sirve de consuelo todo lo que estáis pasando será conocido. La incineración, el dolor, todo quedará juzgado. Y los culpables, presos o muertos. Vuestro dolor residirá en toda persona que lo conozca. Hasta permitirán que se visiten estos campos para que aprendamos de ellos y no se vuelva a repetir esta salvajada.
Creo que quiere volver a reírse, pero no lo hace. La tercera chica nos recrimina nuestra falta de fuerza, que hace que ella tenga que poner más de la suya.
—¿Y a qué has venido? ¿A contarnos desde el futuro que nos quedan dos años de esta mierda? —me replica—. ¿No puedes acabar tú con esta barbaridad?, ¿no vienes del futuro?, ¿por qué no has traído una ametralladora o una bomba y lo has solucionado? ¿Qué sentido tiene lo que dices?
Tiene razón. Ciertamente la tiene. Decido hablarle de los voleadores, de mi vida, de mis abusos, de mi madre, de mi suicidio, de la mujer del psiquiátrico y de lo que me ha dicho sobre que puedo volear a quien quiera en este mundo.
Ella me escucha atentamente. Creo que no cree ni una palabra de lo que digo, pero hace tiempo que nadie le cuenta una buena historia y lo agradece.
Estamos a mitad de camino junto al tronco cuando acabo de contarle mi vida con todo detalle.
Ella me mira. Me doy cuenta de que es lo más parecido a una amiga que he tenido en mi vida. Lo digo por la forma en que me escucha y me mira. No sabría explicarlo mejor.
—Volea a alguno de aquí. —Me señala con la mirada al soldado que está más lejos de todos—. Ése es el más cabrón, cada día se carga a una, sin razón, sólo para que trabajemos más. Cada día tenemos una nueva, hoy has sido tú, pero mañana será otra porque el Kommando siempre pierde un componente. Y no elige ni a la que peor trabaja ni a la más débil, simplemente creo que lo hace sin ningún tipo de metodología. No merece vivir, voléalo.
Me quedo en silencio, no sé volear, no sé cómo cargarme a gente. Aquella mujer no me ha explicado cómo hacerlo.
—No puedes, ¿verdad? —me dice enfadada—. Pues cállate ya.
Decido callarme. Seguimos transportando el tronco en silencio absoluto durante un rato largo. No digo nada más.
De vez en cuando la Kapo o un soldado nos azotan sin ningún sentido, casi aleatoriamente, justo cuando ven que alguna de nosotras está perdiendo fuerza o brío.
Me pregunto qué demonios deben hacer con estos troncos. Creo que si nos lo explicaran quizá trabajaríamos con más energía. Ahora mismo pienso que tan sólo nos tienen entretenidas.
¿Cómo se voleará? No lo sé realmente. Quizá con el pensamiento.
Dejamos el primer tronco en el camión, veo que todavía tenemos que transportar cinco más.
No hablo con mi amiga, sólo pienso. Me imagino que ella me ha dicho todo eso para que me calle. Me ha confrontado con mi historia para demostrarme que no tenía sentido.
Intento nuevamente despertar, noto que casi lo consigo, no sé cuánto llevaré durmiendo. ¿Cuál es la correlación entre sueño y realidad? Quizá cada minuto aquí equivale a treinta en mi realidad.
No le digo nada más. Conseguimos llevar cuatro troncos.
El quinto es realmente una misión imposible. La jornada se está acabando.
El soldado más alejado (el que quería que yo voleara, no sé qué graduación tiene, pero todos los otros se cuadran ante él) muestra una sonrisa extraña en su rostro.
Noto que nos está mirando. Imagino que hará lo que me ha dicho la chica junto a la que desperté. Ahora matará a alguna.
De repente, escucho un sonido. Es como un latido, que poco a poco se va haciendo más fuerte dentro de mi cabeza.
Se mezcla con otros ruidos, no sabría definir cuáles son, pero poco a poco los comienzo a distinguir, son los sonidos de los intestinos, del hígado, de los pulmones. Sonidos que normalmente son imposibles de escuchar y yo los oigo dentro de mí. Son los ruidos que emite cada persona de aquel lugar. Es horripilante cómo se mezclan dentro de mi cabeza.
El soldado se dirige a nuestro pequeño Kommando. Va directo hacia la tercera chica, escucho su corazón. Le late a una velocidad que parece casi un trote. El corazón del soldado va a una velocidad normal.
La chica junto a la que desperté me mira esperando que haga algo, pero yo no sé qué hacer. El soldado saca su pistola, la pone en su sien, nos mira a todos y le dispara.
No he sabido pararlo.
El dolor ha sido máximo dentro de mí, he visto extinguir una vida delante de mí. Estoy casi en shock.
Me concentro en él. Le miro fijamente, consigo escuchar sus sonidos internos, todos los que emite su cuerpo.
Él me mira, se extraña de que no baje la mirada. Se dirige a mí, yo no dejo de observarle, quiero y deseo ser una voleadora, volear esa situación tan injusta.
Va a dispararme, yo cojo cada sonido de su cuerpo y decido acelerarlo. Parece complicado, pero en mi mente es sencillo, como si subiera o bajara el volumen de un aparato musical.
Corazón, células cerebrales, hígado, esófago... Todo eso lo pongo a mil, le multiplico su velocidad. En sus ojos noto que siente lo que estoy haciendo en su interior.
Y de repente se desploma, justo antes de poder dispararme. He escuchado cómo reventaban tres o cuatro de sus órganos. Creo que le he producido un fallo multiorgánico.
La chica que despertó junto a mí me mira extrañada y agradecida. Sabe que he sido yo.
Me siento bien, lo he voleado. Con mi mente me he cargado una parte considerable de la maldad de este mundo. Me siento pletórica y noto que estoy despertando. No quiero irme de aquel lugar y abandonarlas... Quiero salvarlas a todas.
A los pocos segundos despierto en mi habitación, sola. Sonrío. Sé que he voleado el pasado y he cambiado algo en el futuro.
No consigo volver a dormir, he decidido apuntar en una de las paredes todo lo que recuerdo con todo tipo de detalles. No quiero olvidar nada por si vuelvo.
Mañana cuando salga de la celda, lo primero que haré será buscar a la mujer mayor de al lado. Quiero contarle lo que hice.
No sé si he matado a ese nazi, pero tengo la sensación de que ha sido real.
Doy vueltas por la habitación hasta que a las siete de la mañana abren la puerta.
Tengo visita, dice la enfermera matutina.
No he tenido ninguna en todo el tiempo que llevo aquí. Sospecho que será mi padre, que querrá saber si acepto volver y olvidar todas las tonterías que dije.
Quizá le podría volear si me concentro bien, no sé si sabré hacerlo. Temo que no. En el sueño parecía fácil, pero en la vida real no escucho más sonidos que normalmente.
Me acompaña un celador que no me quita ojo. No sé qué nota en mí, pero me observa demasiado.
Pasamos junto a la habitación de la señora mayor de al lado; miro por el ventanuco y veo que hay otra persona, es alguien de mi edad. No entiendo nada.
—¿Y la señora mayor? —pregunto.
No parece que me quiera responder. Decido insistir.
—La señora mayor que estaba a mi lado, ¿le habéis dado el alta?
Me mira, creo que no desea contestarme, pero tampoco quiere escuchar mi voz. Hay muchos como él por aquí, no sé por qué demonios trabajan aquí si odian el trabajo y a nosotros.
—No hay ninguna señora mayor a tu lado desde que llegaste.
No le creo. Da igual, no importa, quizá la han trasladado. Aquí las entradas y salidas sin motivo aparente acostumbran a ser normales.
Llego a la sala de visitas. Me revisan muchas veces, tienen esa manía de que no llevemos nada puntiagudo. Creo que temen que matemos a alguien.
No llevo nada, pero me gusta que me toque otro ser humano, el contacto aquí es muy escaso.
De pronto se abre la puerta y no aparece ni mi padre, ni mi hermano ni la mujer que me vende las meriendas. Sino la señora mayor.
Me quedo fascinada. Miro al celador a ver cómo reacciona, pero parece que no la conoce. Ella está casi igual excepto que sus ojos ya no están vacíos.
Se sienta delante de mí. No dice nada. Sólo llora.
—Gracias —murmura.
No sé a qué se refiere.
—Conocer que aquello acabaría en dos años hizo que luchara de otra manera. Supe que no era interminable y que venceríamos. Y sobre todo saber que no caerían en el olvido nuestra lucha y nuestro dolor. Me ayudó mucho. También te agradezco que lo mataras, me hubiera disparado a mí en pocos días.
Me la miro bien, reconozco en aquella mujer a aquella chica bella junto a la que desperté. Era ella. No me lo puedo creer, era real, ella lo vivió.
Me coge la mano.
—Ahora salva a mi marido y a mi hijo pequeño. Vuelve y sálvalos.
No sé qué decirle.
—Gracias a ti mi cabeza es otra, mi mente es diferente, pero aún no olvido a mi marido y a mi hijo. Retorna, sálvalos, volea a quienes les quieran hacer daño.
Me tiende dos fotos. El chico es más pequeño que yo, es muy bello, posee su dulzura. El marido me recuerda a mi padre, su aspecto es parecido. Decido responder a su petición.
—No sé cómo lo hice, pero lo intentaré. ¿Tú cómo saliste de aquí?
Me mira extrañada.
—Yo nunca he estado aquí ingresada. Me costó encontrar este psiquiátrico junto a un lago, pero al final lo logré. Sálvalos, por favor.
Me doy cuenta de lo que ha ocurrido, hasta ahora no había caído. Le salvé también la mente, con una única visita al pasado y con una muerte a mis espaldas; su mente está perfecta, ya no tiene ese vacío en sus ojos.
—Les salvaré, te lo prometo.
El celador la avisa de que la visita ha acabado. A mí no me habla, como si no contara. Ella me abraza como nadie lo ha hecho jamás. Hay gratitud y mucho amor.
Mientras me abraza largamente pienso en ese súper poder, puedo volear.
De repente, recuerdo aquel parking donde mi padre guardaba el coche. Y aquel hombre, ya no creo que esté vivo, que decía que yo tenía una "fuerza súper". Creo que lo de súper era por la gasolina.
Me hacía empujarle coches cuando tenía seis años y sé que no era yo sino él desde el otro lado con el coche en punto muerto. Pero él no me decía eso, sino tan sólo que poseía la fuerza súper, siempre me hacía sonreír. Yo me lo creía, me sentía la muchacha más fuerte del mundo.
Me gustaba aquel hombre; no tenía grandes aspiraciones, bueno, no lo sé, yo sólo tenía seis años. Pero jamás dejó de decirme que tenía la "fuerza súper". Creo que él era quien tenía esa fuerza súper, pero nadie se daba cuenta de ello porque siempre estaba en aquel parking oscuro moviendo coches de arriba abajo.
Creo que se sentía solo.
Ahora que sé que tengo esa fuerza súper, no he de volver a escribir este diario, sería peligroso si alguien sabe lo que hago, podría querer arrebatarme mi energía y mi fuerza.
Mi vida ha cobrado sentido. Iré a sitios y volearé a personas para salvar mentes. Eso haré.
Primero iré a aquel campo de concentración y salvaré al hijo y al marido de aquella mujer. Y después viajaré por el mundo y salvaré a la gente del dolor que les producen otras personas para que vivan sin campos de concentración interiores.
Uno mismo puede encerrarse en un dolor terrible por culpa de otros seres humanos. Es incomprensible que estemos creados para dar amor y sólo demos odio.