Supongo que debéis de estar asombrados.

No había más, así acababa aquella primera misiva.

Aquella carta parecía escrita por una chica que no estaba bien, pero mi padre se mostraba entusiasmado, decía que quería saber dónde había despertado, qué le había ocurrido, qué era verdad y qué mentira.

He releído tantas veces esas páginas, hay cosas que no me cuadran pero mi padre decía que había verdad, que algo le pasaba.

Comentaba que quizá no se encontraba exactamente en un psiquiátrico, que se lo imaginaba, que fabulaba. Pero de lo que estaba seguro era de que sufría abusos.

Y eso era su imán vital para ir allí, él jamás dejaba de combatir las injusticias. Era un voleador.

Opinaba que toda la imaginación que había en la carta hablaba y ocultaba algo más importante, un dolor inmenso.

Y por ello hicimos las maletas y nos fuimos a Como.

Creo que por fin os puedo contar el viaje, cómo empezó. Ya tocaba.

Recuerdo como si fuera ahora cuando estábamos allá preparándonos para salir de su casa.

—¿Qué temperatura hará en Como? —me preguntó de pronto.

No sé por qué desde hace tiempo me consultaba tantas cosas pequeñas y cotidianas. Antes siempre sabía las respuestas. Pero desde que enfermó, me trasladaba a mí esas dudas sin valor. Había perdido ese octavo sentido con el que se adelantaba a todos los detalles que podían producir esperas o molestias.

Musité que haría calor. Tampoco lo comprobé. Su simple pregunta me hizo pensar que quizá no era buena idea que fuéramos.

—¿Calor o mucho calor? ¿He de coger también gabardina? ¿Lloverá algún día?

A veces me planteaba si realmente me preguntaba tantas cosas para ponerme a prueba. Él había sido un hacha toda su vida y nunca necesitó a nadie.

Durante toda mi infancia, él cada semana tenía una maleta preparada para ir a buscar a sus niños perdidos. Jamás le preocupó el tiempo que haría, el equipaje era el mismo fuera donde fuese... Los años le habían transformado.

La vida es curiosa, bueno, más exactamente los años, el paso de los mismos transforma a tu padre. Puedes llegar a ver cuatro y, si tienes suerte, hasta cinco versiones de él.

No deja de ser tu padre, pero se mezcla con el hombre, el viejo, el amante, el sexual, el soñador y hasta el torpe.

Mi padre era un misterio para mí desde siempre. En aquel viaje quería preguntarle muchas cosas sobre él y sobre mí. Yo no dejaba de ser fruto de sus consejos, advertencias y miedos. Y todo eso no dejaba de ser fruto de los consejos que él había recibido, advertencias y miedos ajenos que le inculcó una tercera persona.

No sé si os he dicho que estaba enfermo. Creo que ya toca que lo sepáis. Tenía cáncer en el esófago y un poquito de párkinson. Su fin estaba cerca.

El cáncer le trajo dolor. Y el párkinson le había traído a visitantes, sombras que veía y con las que se peleaba muy a menudo.

A veces se dormía en el sofá y le veías mover los brazos luchando contra aquellos seres que sólo estaban en su mente. Les daba puñetazos, les insultaba, pero sobre todo les gritaba para que se fuesen.

Aquello me dolía. Duele tanto que no puedas salvar a alguien a quien aprecias. Ya me había pasado una vez y ésta era la segunda.

Y es que yo pensaba que lo salvaría de su muerte. Un hijo debería ser siempre un súper héroe para su padre.

Le echo de menos, ésa es la verdad.

Continúo. No me quiero distraer.

Al final cogió la gabardina y hasta ropa de abrigo, daba igual lo que le dijera.

El taxi avisó vía mensaje de móvil de que estaba abajo.

Quise llevar su maleta, pero no me dejó.

Ahora ese detalle me duele, ya que nunca más podré llevar su maleta.

No miró la casa por última vez, creo que él tampoco se dio cuenta de que no volvería a pisarla. Tampoco creo que su hogar se diera cuenta de que él no volvería.

La mayoría de aquel oxígeno que quedó allí le pertenecía. ¿Esperaba ser respirado por él? ¿Añoraría a su dueño?

El taxi nos llevó veloz al aeropuerto. Casi no hablamos, todo su ser hacía ruidos. Había dejado de ser silencioso hacía unos cinco años. Me recordaba a su nevera, habían envejecido juntos y hacían los mismos ruidos fruto del fin de la vida útil.

En aquel taxi recordé mi infancia cuando yo era un niño, enfermé y él me cuidó.

La vida te devuelve una imagen distorsionada de ti mismo. Es como un espejo de lo que fuiste años antes. Todo es cíclico aunque no lo quieras creer porque deseas pensar que evolucionas elípticamente.

La gente es tan idiota que cree que su existencia será eterna. Nadie les dice que la vida va rápida, que lo que no hagas, lo que no decidas, lo que no actúes... No será jamás hecho, actuado o decidido por otros.

Supongo que ya toca que os hable de mi enfermedad, la que me dejó sordo. En ese instante mi padre era joven y me cuidó como nunca.

Sí, toca hablaros de ello y del taxi que cogimos rumbo al hospital hace ya tantos años. Un taxi diferente del de ahora. En aquella época yo era el enfermo, ahora lo era él.