#1. La manzana podrida
«Siempre fui un rebelde, pero por otra parte quería ser amado y aceptado por todos, y no ser este gritón, lunático, músico y poeta. No puedo ser lo que no soy».
No, la culpa de todo no la tiene Yoko, desde luego que no. O al menos, no de todo. La dimensión del mantra[4] «la culpa de todo la tiene Yoko Ono», que ha revoloteado de boca en boca durante décadas y que ha llenado centenares de páginas de biografías y libros, es totalmente desproporcionada y falsa. Desde 1970, momento en el cual se sucede la ruptura de los Beatles, desde distintos sectores de la sociedad se ha atribuido a la nipona la separación de sus cuatro integrantes, algo absolutamente falso y alejado de la cruda realidad. Si acaso, ella sí contribuyó a la expansión mental y artística de John Lennon, el fundador y a la vez destructor del para muchos considerado mejor grupo de la historia de la música. Yoko Ono, nacida en Tokio en 1933, y descendiente de una importante familia de banqueros y samuráis, entró en la vida de Lennon en 1966 como elefante por cacharrería, a través de una exposición de arte en la que ambos conectaron nada más intercambiar la primera mirada en el recibidor de la galería Índica[5]. El desequilibrio mental de Lennon ya venía de serie y la llegada de Ono sirvió para hacerle ver a este que el mundo, tal y como se presentaba a finales de los sesenta, contenía un sinfín de retos y posibilidades en un infinito abanico por explorar. John Lennon no era un simple músico al uso, ni tan siquiera un mero cantante o el guitarrista de una banda de rock. Tampoco ocupaba el lugar del letrista convencional o del cabecilla del grupo. En 1966, Lennon era Dios, pero también teñía de rojo su piel y asomaba cuernos y rabo. Vulgar, ingenioso, inseguro, mordaz, irónico, sarcástico, bipolar, inteligente, líder, conformista… Icono. Era algo más grande que todo aquello. Encarnaba la figura del espíritu de toda una generación de niños bombardeados en la Inglaterra de 1940. John fue el espejo donde se miraron centenares de hombres y mujeres ansiosos por desabrocharse el angustioso yugo del establishment[6] anglosajón que provocó la marea que terminó por desembocar en la década de los sesenta; la de la apertura y eclosión sociocultural de la nueva Inglaterra de la segunda mitad del siglo XX, la Inglaterra de los Beatles, de los Stones, los Who…
Cuando John, Paul, George y Ringo se convirtieron en 1970 en Lennon, McCartney, Harrison y Starr, cuando sus caminos se bifurcaron hacia otros universos inexplorados, su antiguo líder tan sólo era la sombra de lo que en un lejano día llegó a significar: adicto a la heroína, consumidor habitual de cocaína, trastornado y totalmente exento de varias de sus responsabilidades más prioritarias, como la de atender a su hijo Julian[7]… La irrupción de Yoko Ono vulcanizó su existencia hasta el punto de terminar siendo una marioneta al servicio de una mujer que jamás lo trató como a un semejante. Hacia 1969, a sus socios musicales les irritaba la presencia en el estudio de la artista japonesa, quien lejos de amilanarse ante el destello del arte de los Beatles, optó por sugerir e incluso corregir varios aspectos técnicos a la banda. Yoko obtuvo sin pedirlo el mayor privilegio jamás concedido antes en la esfera Beatle —a excepción de técnicos y empleados—, ser testigo directo de las grabaciones de la banda. La japonesa jamás se cortó ante la atalaya de los Beatles a la hora de opinar; ella quería participar y dejar su firma sobre el trabajo del grupo. Por encima de cualquier otra idea en el planeta, Yoko era —y sigue siéndolo— una artista, y su concepción sobre sí misma era lo que crispaba a quienes la acompañaban. Abrumaba y avasallaba al mismo tiempo. En las largas y laboriosas sesiones de Abbey Road, llegó a tratar a los socios de su pareja con una prepotencia, superioridad y soberbia impropias de un huésped, como si su arte fuera súbitamente mejor que el de la agonizante banda. Su participación, cada vez más acentuada en el seno del grupo, terminó por debilitar el poder de Lennon entre sus socios. John abdicó de su corona después de dar por concluidas las últimas giras por Estados Unidos. Paul no se lo pensó dos veces al interceptar al vuelo aquella señal, y relevó a su buen amigo del liderazgo de los Beatles. Para cuando John quiso darse cuenta, el Titanic ya había colisionado con el iceberg.
Apple
Huérfano, sin Brian Epstein[8], el grupo transitó por una desvergonzada travesía por el desierto y derrochó una exagerada cuantía de dinero que por poco acaba por enterrar antes de tiempo a los Beatles en el fondo de un oscuro pozo. Una vez conocida la trágica muerte de Epstein hacia 1967, John y Paul se comunican por carta con varios economistas de Estados Unidos con el fin de buscar a un administrador, un asesor fiscal que pueda encargarse de las maltrechas cuentas bancarias de Beatles & Co, que entre todos habían dejado liquidadas. Desde sus círculos más próximos, los contables de confianza de McCartney sugieren a la dupla la creación de una nueva sociedad para, de esta manera, «evitar pagar más impuestos» al fisco inglés. Tanto John como el resto de los Beatles no tenían ni idea de la herencia recibida después de la muerte de su mánager. Nadie imaginó la que se avecinaba por aquel entonces. A Brian Epstein cabe agradecerle el hecho de situar el foco sobre la banda cuando nadie los conocía y que, gracias a ese desinteresado gesto, se pudieron alcanzar los objetivos de la fama, las mujeres, viajar alrededor del mundo, el dinero… Y el descontrol más absoluto. Con perdón de Epstein, aquello significó todo un «muerto» que había que amortajar sin más demora. Al desempolvar el libro de cuentas del tinglado montado a lo largo de todos esos años llenos de gloria, glamour y chequeras, Lennon se sintió estafado por su difunto amigo. Maldijo la memoria de Epstein hasta la saciedad: «ese maldito judío», aunque más tarde se arrepintió de lo dicho y hecho. Según los papeles, Epstein había hecho perder a los Beatles más dinero que el ganado, regalando prácticamente a las partes contratantes todas las plusvalías de los contratos en marketing, publicidad, merchandising o derechos de autor. En un parpadeo, los cuatro se dieron cuenta de que si no llega a ser por la muerte de su gerente, los Beatles hubieran dejado de existir jurídicamente mucho antes de finalizar el año. Paradójicamente, siempre se atribuyó al vacío dejado por Epstein el final de la banda. Los intentos por desmitificar la figura del malogrado mánager perduraron un tiempo, pues pese al dolor humano originado por su pérdida el cuarteto hizo un pacto para no tener que rememorar todo por lo que Brian había tenido que pasar para llevar a la cima musical a los Beatles. Epstein no gestionó como es debido el patrimonio de la banda, pues este se le vino encima y el traje como responsable de las finanzas —pese a estar acompañado por colegas a quienes puso salario y chófer— se le quedó infinitamente grande. Tampoco supo exprimir ante las productoras cinematográficas las regalías por derechos de imagen que el grupo había obtenido en las películas A Hard Days Night y Help!. Según las distintas vertientes que han narrado la historia de la banda, Brian Epstein firmaba contratos por doquier sin ni tan siquiera detenerse a una simple lectura y sin tampoco calcular los costes y peajes que el grupo iba a sufrir en el futuro. Prefería mil veces fiarse de quien se sentaba frente a él en las mesas de negociación y apalabrar gestiones con un apretón de manos.
A día de hoy, resulta incalculable conocer el verdadero patrimonio que hubiera podido adquirir el grupo de no ser por la intermitente incompetencia como mánager de Brian Epstein.
John, Paul, George y Ringo convocaron una reunión con carácter de urgencia para lograr atajar el delicado problema y dar con una solución que satisficiese al grupo por unanimidad. Ya no eran unos críos que frivolizaban con ser estrellas del rock, ahora el objetivo vital consistía en detener la sangría existente en sus finanzas, algo ajeno a sus desatadas cabezas. Propusieron varios planes sobre la mesa, desde estafar a Hacienda hasta colocar su dinero en distintos paraísos fiscales, pasando también por inversiones de dudosa reputación fuera del país. «Los administradores vinieron y nos dijeron: “Tenemos esta cantidad de dinero. ¿Queréis dárselo al Estado o hacer algo con él?”. Así que decidimos jugar un poco a hombres de negocios, la verdad es que no queríamos meternos en los putos negocios, pero la cosa era que, si teníamos que meternos, por lo menos íbamos a elegir algo que nos gustase», relataría John dos años después de dejar los Beatles.
Una vez visto el terreno que Paul había conseguido con el éxito del Sgt. Pepper, Lennon no dejaría que McCartney volviera a capitalizar otro proyecto, así que hizo las maletas y viajó junto con su socio rumbo a Nueva York. En La Gran Manzana todo estaba preparado para presentar al mundo la nueva marca de los Beatles: Apple Corps[9], un plan con una doble vertiente. La primera de ellas serviría para lograr una deducción en los porcentajes de los impuestos que se llevaba el Estado respecto a todo el fruto del trabajo en equipo, mientras que la segunda, decían ellos, tenía como finalidad formar a las futuras promesas artísticas del país. «Seremos sus mecenas». De forma muy inteligente, Lennon y McCartney publicaron su ideario empresarial titulado bajo el rótulo de «comunismo occidental», un concepto maquinado en el universo Ono. Lennon diría que «queremos organizar un sistema mediante el cual la gente que simplemente quiere hacer una película sobre algo no tenga que ir a ponerse de rodillas en el despacho de alguien. Nuestro objetivo no es juntar un saco de dientes de oro en el banco. Esa parte ya la hemos hecho. Es más bien un truco para ver si podemos conseguir libertad artística dentro de una estructura comercial, y ver si podemos crear cosas bonitas y venderlas sin cobrar tres veces lo que cuestan». Tan astuto como habituaba, Paul también publicitó que «nosotros estamos en una posición feliz de no necesitar más dinero, en realidad, así que por primera vez los jefes no están en el negocio por los beneficios. Ya hemos comprado todos nuestros sueños, de modo que ahora queremos compartir esa posibilidad con otros». Apple fue diseñada con varias subdivisiones que trabajarían con material musical, cinematográfico, publicitario, electrónico e incluso de moda; un ambicioso conglomerado de estaciones que servirían para canalizar la incipiente vena artística que, según John, «demandaba la sociedad».
Desde los círculos más escépticos de la prensa conservadora londinense, acusaron al grupo de tejer una red que únicamente serviría como artimaña propia de la ingeniería económica moderna, con el fin de evadir la mayor cantidad posible de impuestos. «Los Beatles no quieren pagar impuestos». La realidad oficial era una y la soterrada en el sótano de la banda era otra bien distinta. Los Beatles estaban aburridos y, simplemente, quisieron jugar a ser empresarios, mánagers, músicos y activistas. Uno de los caprichos de Lennon tuvo como resultado la creación del departamento Apple Electronics, una subsidiaria de la nueva sociedad que se adelantaría en el tiempo para trabajar con productos del futuro. El encargado de aquel tinglado sería el griego «Magic» Alex[10], otro visionario colega chupóptero de Lennon que despilfarró el presupuesto de todo un año en apenas dos meses. En este departamento llegaron a esbozarse planos de máquinas del tiempo, sónares para la inteligencia militar y teléfonos portátiles, entre otras locuras tecnológicas imposibles para el alcance de la época. La revolución electrónica que Apple, o más bien John Lennon quería llevar a cabo, duró menos que un caramelo a las puertas de un colegio.
Otro de los ingeniosos planes llevados a cabo por el heleno «Magic» Alex fue la fabricación de un futurista estudio de música portátil en el sótano del edificio donde los Beatles instalaron el cuartel general de Apple: el número 3 de Savile Row. Mardas diseñó el Apple Studio, una novedosa mesa compuesta por 16 pistas que, según su propio inventor, «revolucionaría la industria del Rock». El fracaso fue mayúsculo cuando el cuarteto tuvo que reemplazar el costoso equipo por otro cedido por EMI al ver que este no operaba debidamente durante las grabaciones de Get Back Let it Be. Este hecho motivó la salida de «Magic» Alex y puso fin al año y medio de su trabajo en Apple. El estudio, corregido por unos ingenieros norteamericanos que Paul contrató a golpe de talonario, sería reutilizado años después por otros artistas que firmaron bajo el sello de la casa, Apple Records, la joya de la corona.
Otra de las cagadas de Brian Epstein tuvo que ver con el reparto de los derechos de autor del grupo. Entre Capitol, Parlophone y Northern Songs, los Beatles apenas cataban el sabor del pastel que ellos mismos cocinaban gracias a su trabajo. Se sentían estafados. A George se le ocurrió crear su propia editorial musical, Harrisongs[11], y ni él ni Ringo no estaban de acuerdo con el porcentaje de royalties que recibían con los discos de la banda, así que ambos dejaron morir el contrato firmado a regañadientes en 1963 con Northern Songs. La nueva compañía sería la encargada de dar salida a sus futuros temas musicales. Ringo no se quedó a la zaga y también fundó Startling Music para, de paso, aparcar a un lado su sentimiento de músico de segunda. Hacia 1968, George y Ringo poseían menos de la mitad del dinero que John y Paul, quienes erróneamente —como demostrará la historia— dejaron que la firma Lennon-McCartney permaneciera en Northern Songs[12]. Como explicaremos más adelante, el conflicto de los derechos de autor de los Beatles, y especialmente los del catálogo de la principal dupla compositora, aún colea en la actualidad.
Con la constitución de Apple Records, los Beatles se aseguraron una mayor participación como autores de su propio trabajo, además de un control más férreo y riguroso en las ventas de sus grabaciones. Dicho esto, cerraron un sustancial acuerdo con EMI para que esta pudiera distribuir sus álbumes hasta la disolución empresarial de la compañía en 1975. Estos ajustes aliviaron transitoriamente la fatal situación económica de los Beatles y despejaron el horizonte para proyectos venideros. Después de la demanda que Paul interpuso a sus tres socios empresariales a finales de 1970, el proceso de disolución de los Beatles como ente jurídico duró hasta el mismo día en el que John garabateó su firma en Disneyland para acabar con la empresa y, de esta forma, desbloquear el montón de millones de dólares que los esperaba al otro lado de la barrera. El veredicto final del jurado determinó que el ochenta por ciento de los futuros beneficios de la banda los gestionaría con pudor Apple Records y el resto de los frutos irían a parar a John, Paul, George y Ringo por partes iguales. Sin embargo, desde 1968 hasta 1975, los Beatles volvieron a las andadas dilapidando todo lo que les llegaba al bolsillo. No es que vivieran al día, pero si ganaban diez mil, gastaban diez mil. Las fiestas, los vicios, los caprichos, los viajes o el enchufismo del que tiraron para delegar sus asuntos fue alarmante. Personajes tan escasos en formación empresarial como Derek Taylor, Peter Brown, Neil Aspinall, Barry Miles, Petter Shotton o el mismísimo «Magic» Alex, entre muchos otros, fueron colocados a dedo por los Beatles para manejar los mandos de control de su emporio artístico. Excentricidades como Zapple Records, que tenía como fin representar y realizar el mecenazgo de todo aquel trabajo vanguardista que previamente fuera supervisado por Yoko, fueron pruebas de que la locura empresarial rozaba el ridículo y lo grotesco cada mes. La penúltima chaladura de los Beatles fue la de querer imitar a los grandes diseñadores y modistas del momento. Ninguno de los cuatro tenían le menor noción de lo que significaba aquella maraña de ropa, complementos y calzado. Pese a ello, impulsaron su propia línea de moda: la Apple Boutique. La tienda fue construida en el 94 de Baker Street, en Londres, y para que apenas pasase desapercibida entre los peatones, mandaron pintar un mural psicodélico que indignó al resto de pequeños y medianos comercios del distrito. El final de la historia trajo varias polémicas bulliciosas para el grupo: el Ayuntamiento mandó pintar de nuevo la fachada para, de esta manera, no alterar a los negocios colindantes. Asimismo, Paul McCartney publicitó Hey Jude en uno de los escaparates de la boutique. Para colmo, y sin conocer el futuro éxito del tema musical, los vecinos tacharon de antisemita al bajista por colocar la palabra Jude (judío en alemán) en la pared de la entrada, tal como hicieron los nazis con los negocios judíos en los prolegómenos de la II Guerra Mundial. Finalmente, a los ocho meses de su apertura, la directiva de Apple (que no era otra que John, Paul, George y Ringo) optaron por regalar todo su stock al público. La boutique fue cerrada con considerables pérdidas económicas y dejó tocada las arcas del cuarteto.
El disco Magical Mystery Tour y su homónima película fueron los primeros planes serios llevados a cabo por los Beatles bajo el sello de Apple Records y Apple Films, respectivamente. Lo que continuó en los meses venideros no hizo más que acentuar la penosa moral del grupo que, más allá de sus nuevas ocupaciones y responsabilidades como hombres de negocios, debían hacer engordar Apple Corps, es decir, el grupo tenía que seguir componiendo y grabando discos para inyectar capital en el conglomerado empresarial. Sin representante, con John recién divorciado de Cynthia[13] y con un horizonte que subrayaba la necesidad de una separación bien definitiva o temporal de los integrantes del grupo, la salud financiera de los Beatles volvía a correr serio peligro, todo ello motivado por los egos, las diferentes capacidades creativas de cada uno de sus componentes y las visiones cada vez más distorsionadas del momento de John y Paul, que no ayudaban a conseguir fijar unos objetivos determinados. George emprendió pequeños trabajos en solitario que en primer momento no fueron tomados en cuenta por sus compañeros, pero que a la postre servirían como puntilla en la muerte artística de la banda. Alguien había dado un enorme bocado a la manzana de Apple —logotipo de la empresa— y quien fuera debía reponerlo. Pero, ¿quién?
Allen Klein
Los medios especializados en Rock pronto se hicieron eco del complicado momento financiero por el que atravesaban los Beatles. Sin poder contener su diarrea verbal, Lennon comenzó a dar titulares a las principales cabeceras del país donde señalaba otros de sus propios males y de los de la banda. Como animal de costumbres, John Lennon lanzó balones fuera ante el asedio de los periodistas y dejó claro que Apple corría riesgo de desaparecer, puesto que apenas disponían de la liquidez suficiente para sacar adelante los siguientes trabajos. El parloteo de John Lennon requería una doble lectura: por un lado, Lennon quería llamar la atención a posibles futuros candidatos que quisieran hacerse cargo del entramado de Apple, pero también utilizó estratégicamente las entrevistas para llevar la voz cantante y reafirmarse como líder, ya que veía a través del retrovisor el acercamiento, cada vez más inminente, de Paul hacia su estatus en la banda. El primer enfrentamiento público entre ambos tuvo lugar en esta ocasión: Paul recogió el guante lanzado por Lennon y convocó a Ray Coleman, un periodista con el que Macca había hecho buenas migas. McCartney desmontó la versión de los hechos de Lennon y dejó claro que el grupo estaba por ahora tranquilo: «John ha hablado más de lo debido». Lennon interpretó aquel mensaje como la primera de las muchas balas que ambos cruzarían en una encarnizada guerra sin precedentes en la historia del Rock. Las grietas internas terminaron por dividir en dos bloques a la banda: Paul contra el resto. McCartney, deseoso de reconducir la senda del grupo, contactó con Lee y John Eastman, su futura familia política. Los Eastman pertenecían a una saga de gestores contables con buena reputación en Estados Unidos, así que fue Paul quien invitó de manera formal al padre de su prometida a sanear las cuentas de Apple Corps.
El gesto de Paul ofendió bastante a John, aunque también enojó a George y Ringo. Los tres no se habían sentido especialmente cómodos ante la despótica dirección de McCartney en las sesiones de rodaje de Magical Mystery Tour, así que acusaron abiertamente al bajista de querer hacerse con el mando de la situación. Primero, por llevar la iniciativa en los proyectos de las películas de Magical Mystery Tour y Get Back / Let it Be, y también por tener la idea de colocar en la cúpula directiva a su suegro. John convenció a George y a Ringo con la idea de que Paul quería adueñarse de la banda y de que aquello no podía suceder bajo ningún concepto. «Si Lee y John Eastman entran en Apple beneficiarán a Paul», parecía querer explicar John a George y Ringo. Una vez reunidos, sin Paul, los tres llegaron a la conclusión de que había que contratar a un pez gordo de las finanzas con suficiente experiencia previa en la industria musical, un magnate capaz de llevarse por delante a quien hiciera falta con tal de salvaguardar la marca de los Beatles. El tiburón financiero tenía un nombre que jamás iban a olvidar, el de Allen Klein. Este personaje sin escrúpulo alguno había representado a los Rolling Stones, entre otros afamados artistas, durante un buen tiempo, y su dura fama le precedía en el estado de Nueva Jersey.
Lennon se personó con Klein para tratar el espinoso asunto de las finanzas de la banda. El fangoso terreno por el que caminaban podía dejarlos enterrados de por vida si Klein no arrimaba el hombro, así que John, una vez explicado grosso modo lo que entraba y salía de su cuenta bancaria, estrechó la mano de Klein y lo insertó en el círculo Beatle. Klein prometió adelantos, jugosos contratos y regates a los impuestos. Había que replantearse el negocio de arriba abajo: echar a los gorrones, deshacerse de los parásitos y cerrar las subsidiarias que provocaban serias hemorragias en el sistema nervioso de Apple. Klein también se encargaría de hablar con Parlophone y Capitol para dejarles claro que a partir de ahora quienes estaban al mando eran los Beatles y no las compañías discográficas. La seguridad con la que Klein narraba sus futuras acciones terminó por convencer al trío disidente de Paul, así que pasaron la pelota al tejado de McCartney para obligarlo a firmar el increíble contrato que había logrado Allen Klein y que los uniría hasta 1975. «Nos hará de oro». Las proposiciones de Klein sedujeron a Harrison y Starr, lo cual terminó por colocarlos unilateralmente con Lennon. Ahora eran tres contra uno.
Tal como relataría Paul McCartney en el serial The Beatles: Anthology, la democracia interna que siempre había funcionado en el núcleo de la banda se había ido al traste en las negociaciones con Klein. Al mismo tiempo, John continuaba con sus problemas personales: el divorcio con Cynthia, la custodia de Julian, sus cada vez más fuertes adicciones… Y no fue algo que ayudase al carismático músico. Ahora también había sido detenido por posesión de drogas y multado por exhibir obras pornográficas, todo aireado por los tabloides sensacionalistas. Lennon protagonizaba día sí y día también escandalosos titulares que no ayudaban en absoluto a lograr la paz y la armonía que necesitaban los Beatles. Indirectamente, Yoko también supuso otro grano en el culo para la banda. John quería que su futura esposa formara también parte del grupo e hizo que la instalasen en los estudios de Abbey Road para que pudiera llevar cómodamente el primero de sus embarazos, que terminó en un trágico aborto retransmitido en uno de los vanguardistas discos publicados por Apple. Lennon y Ono grabaron los últimos latidos del bebe no-nato y lo introdujeron en una de las pistas del vinilo.
Ante la presión que ejercía el resto del cuarteto, Paul fue perdiendo su autoestima a pasos agigantados. Se sentía solo, acorralado y señalado por quienes consideraba algo más que compañeros de profesión. Para más inri, Paul percibía cómo era presionado en casa por su esposa Linda, la hija de Lee Eastman. Esta aciaga situación terminó por desbordarlo, ya no se sentía capaz de encontrar una salida al embrollo en el que se hallaba y la música pasó a un segundo plano. La solución pareció encontrarla sumergida, pues en un pozo entre alcohol y cubitos de hielo McCartney entregó su alma al diablo y también a la bebida. Macca[14] era ahora el destinatario de toda la ira profunda que Lennon tenía acumulada en su interior, y que exteriorizaba en cada encuentro. Ahora era el enemigo. Así funcionó John Lennon hasta bien entrado en la treintena: «o estás conmigo o te destruyo», tan primario como cualquier otro animal que veía ante sus ojos la posibilidad de una amenaza seria a su hábitat. Para Paul, John, George y Ringo eran hermanos, y ahora un tío que venía desde fuera para lucrarse gracias al grupo más popular del planeta iba a separarlos. El individualismo tan obvio que mostraron a lo largo de las grabaciones del White Album ya había marcado un punto de no retorno en el recorrido por reencontrar el espíritu de los primeros años de la banda. Paul insistía una y otra vez en que salir sobre el escenario «alejaría todos los males» del ambiente. «Hagamos música, simplemente música». Pero el concierto en la azotea no tuvo el impacto esperado y John, George y Ringo prefirieron posponer más directos hasta que McCartney rubricase su disposición y acuerdo con el contrato de Klein. Pero Paul ya había sido advertido por las malas artes de Klein y declinó amablemente la oferta, lo que hizo enloquecer al resto. Paul llegó a un acuerdo con su suegro y este fue instalado en Savile Row para llevar las finanzas de Paul. Si bien Lennon había firmado exclusivamente con Allen Klein, McCartney entendió que su estatus no demandaba menor calibre y que él no iba a ser menos, así que nombró mánager a Lee Eastman, todo ello bajo una tensión acuciante que desembocó en una bicefalia administrativa en el consejo directivo de Apple Corps. Paul McCartney era visto como el culpable de la situación al no querer estrechar la mano de Klein. En una de las últimas reuniones del grupo, poco antes de idear Abbey Road, Paul McCartney vivió en sus propias carnes la frustración de no poder mover un dedo para detener la locura y estupidez que se había apoderado del otrora humor, ingenio y creatividad de la banda. El momento se traducía en broncas, más broncas y después más broncas. Paul se peleó con sus socios y estos amenazaron al bajista para que se atuviese a las futuras consecuencias, nada halagüeñas.
No obstante, el tiempo daría la razón al bajista y dejaría a la altura del barro al tiburón de Nueva Jersey. Los rumores sobre una posible disolución de la banda llegaron incluso a oídos de los Rolling Stones, y estos volvieron a avisar a Lennon sobre su error al contratar a Klein: «Te desangrará».
El 31 de diciembre de 1970, el último día del año más oscuro de la banda, Paul McCartney interpuso una demanda contra Allen Klein y todo el lote que se cobijaba bajo su paraguas financiero, es decir; John Lennon, George Harrison y Ringo Starr. Los tres habían abandonado la banda antes que Paul, quien bien es cierto que fue el último en dar el último portazo y bajar la persiana. Ninguno perdonaría la impertinente salida de tono de McCartney al anunciar públicamente el 10 de abril de 1970, contra el consejo del resto, el abandono de los Beatles y la salida al mercado de su primer álbum en solitario. Paul quería marcharse de todo el lodazal administrativo y pernicioso que significaban los Beatles y Apple para él, así que inició los procedimientos judiciales para hacer desaparecer su firma de la sociedad. Allen Klein, que de tonto no tenía un pelo, se las vio venir y comenzó con la purga en Apple Corps. Para empezar, adelgazó la nómina de la empresa despidiendo al cincuenta por ciento de los empleados, gorrones y amiguetes del grupo que quemaban dinero como si no hubiera mañana. Puso a la venta el inmueble de Savile Row y se centró en los extravagantes reclamos de un John Lennon totalmente enganchado a la heroína. Lennon justificó en una entrevista que los Beatles eran los «culpables» de que tanto él como Yoko se hubieran metido «toda esa cantidad de mierda» en el cuerpo. El trato que recibía Yoko por parte de los otros tres integrantes de la banda le indignó de sobremanera, hasta el punto de querer «desconectar» por completo de la realidad en la que habitaba.
Volviendo a la demanda contra Apple Corps, la primera idea de Paul nunca fue la de sentar en un banquillo a sus amigos. Era muy doloroso y, en el fondo, McCartney creyó que, una vez quitado de en medio Klein, el grupo podría volver a reunirse en un futuro no muy lejano. Macca intuyó que, con Klein fuera, el grupo volvería a imantarse para componer música. Y razón no le faltaba, pero primero tocaba disolver su asociación al resto de componentes. En las 11 sesiones que tuvo la vista, el único protagonista que prestó declaración dentro de la sala fue Paul. Aquello significó la vergüenza mundial, pues tanto John como George enviaron sendas declaraciones juradas basadas en nimiedades, hachazos y cierto malmeter absurdo contra Paul, con la finalidad de echar mierda sobre la espalda del bajista y culparlo directamente a él de la disolución de la banda y de la mala situación económica. También asearon la imagen pública de su nuevo mánager, al asegurar que fue Klein quien salvó a los Beatles de una bancarrota aún mayor de la que tenían entre manos y que si no llega a ser por su espíritu salvador hubieran terminado a tiros.
Paul aguantó el tipo y no perdió los estribos. Se ciñó básicamente a las estrictas peticiones que sus abogados le habían aconsejado para encarar el mal trago: la figura de un administrador judicial, una auditoría de la empresa y alejar las garras de Klein de sus asuntos legales.
Lo macabro y bizarro del asunto se destapó a finales de 1975, una vez vencido el contrato que unía a los Beatles con Klein y EMI, Klein se embolsó cerca de cinco millones de dólares, además de las regalías, comisiones y recobros atrasados desde 1969, a cambio de su renuncia a los derechos del cuarteto. John Lennon, en uno de sus pocos ejercicios de introspección y autocrítica pura, admitió que debían haber escuchado más a Paul cuando este alertó a sus socios sobre las oscuras y tenebrosas intenciones del último mánager que tuvieron los Beatles. La victoria, más allá de significar un respiro económico para los bolsillos de los cuatro, otorgó un rango heroico a McCartney, que obtuvo el respaldo unánime de la prensa y crítica mundial. Paul siempre quiso salvar al grupo y lo mantuvo unido incluso con el juicio. Como veremos más adelante, el milagro de la reunión estuvo a punto de producirse y, si no llega a ser por absurdas carambolas, los Beatles hubieran vuelto. En 1974, John Lennon dedicó a su exmánager un tema: Steel and Glass, una canción donde lo dejaba a la altura del barro.
Phil Spector
Hacia 1969 los Beatles olían a muerto. El hedor cadavérico e insoportable que destilaban desde las sesiones del White Album apestaba tanto en el interior de los estudios de Abbey Road como en las oficinas de Savile Row. En su ambición autodestructiva, John Lennon comenzó a derribar ladrillo a ladrillo el mural que los Beatles habían construido en la década de los sesenta. Comenzó por dinamitar los cimientos de la banda, creando las fricciones internas que causaba la presencia de Yoko Ono en las jornadas de trabajo del White Album y de Get Back / Let it Be. Después de tomarla con Paul, el turno ahora era para George Martin. El productor de los Beatles siempre desenfundó una actitud paternalista hacia sus «muchachos», a quienes todavía hoy llama de esta cariñosa forma. Lennon sabía que había perdido el control y la credibilidad en el núcleo de los Beatles y optó primero por la pataleta y la desidia, para después atacar a tumba abierta a todo aquel que pareciera llevarle la contraria. Aunque Martin produjo Abbey Road, Lennon lo apartó unilateralmente de la posproducción de Get Back / Let it Be. La hombría del macho alfa del grupo estaba en el aire y Lennon, consciente de lo que estaba en juego, quiso dar un golpe sobre la mesa con la destitución de George Martin como productor del último disco del grupo, el hombre que junto con Brian Epstein colaboró sustancialmente en el crecimiento artístico de los Beatles.
Con Allen Klein a bordo, Lennon ya tenía cubierto el hueco para que alguien con mala baba obrase por él cuando tenía que delegar en sus asuntos financieros. Lo que ahora tocaba era reconducir su senda musical, algo desdibujada respecto a las nuevas tendencias que tocaban a la puerta de la nueva década. Phil Spector fue el elegido —a dedo por Klein—, un peculiar personaje que se había ganado la fama en el mundo musical gracias a sus innovadoras técnicas a la hora de producir discos. El creador del Muro del Sonido estaba considerado como el número 1 en su gremio, y si en la cima descansaban los raquíticos Beatles sólo el mejor y más espabilado productor musical podía volver a resucitarlos. Nuevamente, al igual que ocurriera con Klein, Spector fue contratado a petición expresa de Lennon y sin el consentimiento previo del resto de compañeros. La democracia interna que Paul demandó boicoteada de nuevo por la locura en la que nadaba John Lennon. Con Yoko, Klein y Spector, Lennon completó otro cuarteto que funcionaría durante un sinuoso periodo temporal de manera independiente a los Beatles.
Al circo de Apple le seguían creciendo los enanos por doquier con otro problema sumado a los financieros y personales, que más bien colapsó la enorme lista que colgaba en alguna de las paredes de las oficinas de Savile Row: ¿qué hacer con todo el material de Get Back / Let it Be? ¿Y la película? Con Abbey Road finiquitado, los Beatles dieron por terminada su andadura como grupo, bien de manera temporal o definitiva. Ya no tenían ganas de volver a sentarse alrededor de una mesa para debatir sobre los temas candentes de siempre. Paul todavía mantenía la esperanza de que si Get Back / Let it Be funcionaba, quizás John podría pensárselo mejor y dar marcha atrás. Sin embargo, McCartney subestimó a su socio compositor, ya que todos estos años juntos parecían haberse borrado de la memoria del bajista. Para empezar, el proyecto cambió de nombre y utilizó el del tema melancólico de Paul, Let it Be, un amigable eufemismo que venía a significar el adiós definitivo de los Beatles. Entre los dos polos opuestos, Get Back (volver a los orígenes) y Let it Be (déjalo estar), Apple denominó el proyecto rescatado a esta segunda versión triste para la metáfora del adiós del grupo. Klein envió a Spector el material del proyecto con un «haz lo que tengas que hacer» escrito a mano en una nota pegada. Dicho y hecho, Phil Spector mezcló, ensambló y acopló a las canciones ciertos elementos que, a ojos de McCartney, desvirtuaron el origen de un álbum que tenía como meta hacer sentir el vivo y el directo una vez enchufado el vinilo. Spector se tomó una libertad inexistente hasta la fecha en la figura del productor de los Beatles y desafió a Paul edulcorando la crudeza primigenia de temas como Let it Be y The Long and Winding Road. Spector contrató una orquesta para revestir los errores garrafales que ilustraban la música de varios temas, introdujo varias voces ajenas a la banda y también efectos que mancillaban todo el esfuerzo realizado un año atrás, dejando a un lado el sonido de la banda que tan característico y reconocible se había convertido en el imaginario colectivo del momento. Pero Spector seguía contando con el beneplácito de Klein, Lennon, Harrison y Starr, y eso era más que suficiente. Con estas embestidas, John dio por concluido su golpe de Estado en la banda y dejó en manos del azar —y del dolor de Paul— el destino a medio plazo de los Beatles. Tenía la situación en el lugar que había ideado con Klein. Sólo era cuestión de tiempo que alguien firmase el certificado de defunción de los Beatles.
La rabia de Paul al escuchar la nueva versión en la que Spector había convertido Let it Be sirvió como remate para agotar la paciencia del bajista. McCartney despertó de su letargo y decidió seguir los pasos del nuevo productor para así actuar por su cuenta: anunció su salida de los Beatles y aprovechó la idílica ocasión mediática para dar a conocer su primer trabajo fuera de los márgenes del cuarteto de Liverpool. Otra cornada. Ni tan siquiera su recién estrenada paternidad, el trabajo en solitario en el estudio con su primer disco o el apoyo de Linda fueron suficientes para aliviar el daño sufrido por su amor propio. Prefirió enjuagarse las lágrimas con whiskey y demandar a sus compañeros para liquidar Apple Corps. Pese a que Let it Be no fue bien acogido por los fans —ya que era visto como el disco de la separación—, finalmente la película obtuvo el premio Oscar a la mejor banda sonora, pero ni John, Paul, George o Ringo acudieron al estrado para recibir la distinción.
En 2003, con John y George ya fallecidos, Paul McCartney capitaneó una avanzadilla para cobrarse la venganza por las maniobras que Spector había realizado en el disco editado en 1970. McCartney sacó a la venta Let it Be… Naked, un álbum remasterizado que no contenía ninguno de los arreglos de Spector y que tenía como intención refrescar el sonido originario de la banda.
El fútbol como anécdota
Uno de los risibles trastos que se tiraron el uno al otro, aunque no haya sido reconocido en muchos de los numerosos relatos sacados a la venta post mortem, fue el fútbol. Además de las disputas legales, de los porcentajes, de las distancias insalvables y demás roces, en una de las últimas erosiones directas entre los dos líderes de la banda, fue una rencilla de antaño que solía dividir la ciudad de Liverpool —tal como lo hace hoy en día—, la que tiñó de «sangre» aquella noche del 20 de septiembre de 1969. La eterna dicotomía entre Liverpool y Everton.
Puestos a reprocharse lo que fuere, el fútbol también abrió su hueco entre ambos genios para crear más barreras y distanciarse. En un principio, a John Lennon no se le conoció públicamente su filia por el Liverpool FC, el club que en la década siguiente dominaría el panorama futbolístico en el viejo continente. Brian Epstein prohibió taxativamente a sus muchachos cualquier tipo de expresión pública en favor o en contra de cuestiones candentes, por temor a espantar fans. Lo de «mojarse» no iba con ellos, al menos, en sus primeros años; pero eso a Lennon nunca le importó.
John, criado en un ambiente convulso, frío y sin referentes paternos, siempre buscó refugiarse en lo artístico para expresarse. Uno de sus dibujos más celebres de la infancia fue el de la final de la FA Cup de la temporada 51-52, que disputaron Arsenal y Newcastle, con victoria para los magpies por 0-1 y con gol del chileno Jorge Robledo, ídolo del Lennon niño. Veintidós años más tarde, John Lennon ilustraría la portada de su disco Walls and Bridges con aquel esbozo elaborado a los 11 años.
Asimismo, en una de las últimas entrevistas realizadas a Mimi Smith, la tía que se hizo cargo del músico desde los cinco años, esta reconoció el anhelo que siempre tuvo su sobrino de realizar una prueba de acceso a las categorías inferiores del Liverpool FC, si bien es cierto que jamás llegó a dar una patada a un balón ante los ojos de cualquier ojeador del principal club de Merseyside.
Ya en el apogeo de la Beatlemanía, el mundo vio cómo, además de reconocer la invasión británica en la industria musical, la selección inglesa se alzaba con el Mundial de fútbol de 1966 en Wembley. Aquella épica victoria de Inglaterra por 4-2 sobre Alemania Federal fue celebrada durante varios días seguidos por Lennon, McCartney y Ringo, en ausencia de George Harrison, el Beatle menos futbolero, que ya había focalizado su atención en la India. Lennon y Yoko Ono también apoyaron a George Best en varios momentos de la temporada 67/68, en la que el Manchester United consiguió ante el Benfica de Eusebio el primero de los tres entorchados europeos que guarda en sus vitrinas de Old Trafford.
También es conocido que durante los descansos del rodaje de la pavorosa y psicodélica Magical Mystery Tour, la banda solía practicar partidillos de fútbol con el equipo técnico, encuentros que se alargaban durante horas y que hicieron retrasar varios días más el plan de rodaje del film.
Una vez separado el conjunto, ya en 1973, la anécdota futbolística volvió a salpicar las oficinas de Savile Row. Ante la necesidad de saciar a los fans en el mercado, el sello discográfico del grupo decidió dividir en dos la herencia musical de los Beatles lanzando dos recopilatorios: los conocidos como Disco Rojo y Disco Azul. Los colores no fueron escogidos aleatoriamente y en vano, tampoco fue cuestión de estética, sino que se trató de un guiño hacia los dos equipos de la ciudad que vieron nacer a la banda, el Liverpool y el Everton, o lo que es lo mismo, una maniobra para limar las asperezas entre Lennon y McCartney, hinchas de los reds y de los toffees, respectivamente, y tan dueños de la compañía el uno como el otro.
La bipolaridad y el espíritu contradictorio caracterizaron a John Lennon cada vez que un micrófono se interponía entre él y una cámara. Pese a que Lennon amaba Escocia, en una memorable entrevista dejó aflorar la histórica rivalidad entre Inglaterra y Escocia, una guerra que el genio de Liverpool trasladó al universo balompédico. Ante el estupor e incredulidad de los periodistas congregados, un Lennon colocado se autoproclamó fan incondicional de Racing de Avellaneda, para dejar ojiplática a media Inglaterra. La explicación de aquel galimatías tenía origen en que el Celtic disputaba la final de la Copa Intercontinental ante el equipo argentino y, claro, había que dejar patente que el origen futbolístico pertenecía a los ingleses y no a sus vecinos. Para su regocijo, el Celtic de Glasgow recibió un duro correctivo en una final a tres partidos.
Una vez alejado de Europa, John Lennon abandonó su pasión por el fútbol para centrarse en otro tipo de tareas. No obstante, después de su asesinato en 1980, los homenajes póstumos y las celebraciones varias dedicadas a Lennon siempre dejaron varias incógnitas. El Everton ha llegado a reconocer a Sir Paul McCartney como embajador de su fútbol, aunque el bajista aclaró en el backstage de uno de sus conciertos en Anfield que, después del Everton, su segundo equipo era el rival vecino. El Liverpool FC está por nombrar socio de honor a John Lennon, pero por ahora únicamente son palabras que parecen llevárselas el viento en el aeropuerto de la ciudad, el único que lleva su nombre.