19

El áspero humo se ha asentado, el penetrante olor se ha evaporado. El hombre por fin está descansando. Esta vez le ha llevado más tiempo.

Ha sido un día largo.

Ahora es de noche.

Es de noche en el salón.

Cuando las primeras notas del piano se deslizan por el salón, él está reclinado en el sofá contemplando al hombre. Las notas del piano suben y bajan, van y vienen, entra el saxofón y se une al piano. Los mismos pasos, el mismo pequeño itinerario.

Cuando el saxo se libera y, al fondo, el piano empieza a desplegar unos acordes ilusoriamente perezosos, es como si el hombre se levantara del suelo. Un par de pequeños redobles de la batería. Y al soltar el saxo un gorjeo bastante alejado de la tonalidad es como si el hombre se pusiera de pie, como si se inclinara hacia delante sobre el vacío. El saxo se sacude, embiste, acelerando el ritmo de la ascensión. La sangre fluye de la cabeza del hombre. Es como si pegara un puñetazo en todo el estómago al vacío que hay ante él. Cuando el piano calla, llega un segundo golpe más fuerte a las entrañas del vacío.

Es una pantomima, una peculiar danza de la muerte.

Yeah, u-hu. La primera patada. En la rodilla.

El saxofón sigue ascendiendo hacia las alturas, cada vez más rápido. Ay. La segunda patada. En el bajo vientre.

Hay una coreografía muy exacta. Cada golpe, cada patada contra el invisible cuerpo del vacío está predeterminada, se dirige al lugar exacto.

Lo ha visto muchas veces.

Y justo cuando se oyen los aplausos, propina un puñetazo decisivo. El público charla, el piano toma el relevo. En ese preciso instante llega el golpe. Los dientes del vacío chapotean bajo la lengua; ocurre justo allí. Precisamente allí.

El piano empieza a dar pasos tambaleantes. Se suelta. Recorridos cada vez más libres, cada vez más bellos. Ahora está seguro de la belleza. Es como si el hombre dirigiera una patada contra el invisible cuerpo tumbado en el vacío. Es como si diera una, dos, tres, cuatro patadas. El piano canta pausadamente.

El vacío ya no está.

El bajo desaparece. El piano vuelve a caminar. Exactamente como al principio.

Es como si el hombre se dispusiera a lanzar otra patada, una quinta, cuando de repente se abre una puerta en el recibidor.

—¿Papá? —se oye la voz de una chica.

El hombre se desploma y queda tumbado. Exactamente como antes.

Ya ha abandonado el salón, la casa, el jardín.

Está tan lejos que se libra de oír el desgarrador grito.

Fue ésa la razón por la que echó a correr.