5.2.— Organización Militar.
El armamento sufre profundos cambios. El pilum se transforma y, según el tamaño, adopta el nombre de spiculum, vericulum o verutum. De éstos últimos, provistos de una bola de plomo en la junta de hierro y el asta para determinar el equilibrio del dardo, asegurar la fijación del hierro y dar más impulso al golpe, llevaban los soldados 5 ó 6 en la parte cóncava del escudo. Muchas lanzas pierden su punta arponada, en un signo de decadencia, por lo que resulta más fácil extraerlas y pierden la mayor parte de sus propiedades ofensivas.
Aparece el legionario acorazado y armado de arco y flechas, hondas con balas de plomo y ballestas. Forman en segunda línea, dispuestos junto a la infantería pesada. El arco usado es de doble curvatura, de inspiración oriental.
Se pierde el gladius hispanicus, que es sustituído por la spatha y semispatha. La primera, de hoja larga y plana, con anchura constantes y buena punta y filo, prende de un tahalí y se lleva al lado izquierdo. La segunda, de la que nos habla Vegecio, será el puñal, que irá suspendido del cinturón al lado derecho.
En cuanto a los escudos, desaparecen todos menos el ovalado. Se usan también rodelas y escudo (clipeus y pelta); este último presenta la forma de un triángulo de lados curvos, con el borde superior escotado. El uso del casco disminuye progresivamente con el tiempo, perdiéndose los modelos clásicos aunque aparecen cascos completos que no dejan más resquicio que las ranuras para los ojos y la nariz. Desaparece la coraza, incluso se ve a un Emperador en el siglo V entrar en batalla sin casco ni coraza.
Poco a poco, la caballería va ganando en importancia, se arma mucho mejor. Cuerpos de coraceros, o catafractas, son nombrados en tiempos de Alejandro Severo. Sin embargo, la ausencia de estribos provoca una cierta inestabilidad en el jinete, lo que disminuye su potencia de choque. Nos dice de ellos Amiano: “Iban todos los escuadrones cubiertos de hierro, protegidos todos sus miembros por láminas de metal de forma que coincidían sus junturas con los pliegues de los miembros del cuerpo.” Acorazaban hasta los caballos, constituyendo, excepto por la falta de estribos, el más claro exponente del caballero medieval que imperaría en los campos de batalla en los siguientes mil años.
En conjunto, el abandono de las armas de que se sirvieron los conquistadores del mundo, como el gladius hispanicus o el pilum, que por su parte aceptaron sus enemigos, como el gladius por los britano y el pilum por los germanos, es muestra de una inversión de valores, de decadencia por parte de Roma, de disminución de la potencia ofensiva de las legiones y la ruina, por fin, del Imperio Romano.
Por lo que hace al sueldo anual de las legiones, aportaremos el siguiente cuadro, correspondiente aproximadamente a la época de Caracalla:
GRADO DENARIOS
Legionario 750
Cohortes Urbanas 1.250
Pretoriano 2.500
Centurión 12.500
Primi Ordines 25.000
Primi Pilum 50.000
Praefectus castrorum 200.000
Además, ya en vida de Alejandro Severo, todo el equipo del soldado es proporcionado por el Estado, quien establece una serie de factorías encargadas de suministrar lo preciso. Pese a la ya estudiada disminución del equipamiento (corazas y cascos desaparecen poco a poco), la asunción por el tesoro imperial del equipamiento no es un gasto desdeñable para un ejército de 400.000 hombres, lo que había de sumarse a la ya delicada situación de las finanzas romanas.
En cuanto al reclutamiento de las tropas, después de Adriano se trata de conseguir que cada provincia ofrezca un contingente de legionarios. Las legiones de España se sacan sobre todo de la Tarraconense; las de Bretaña y Germania de la Bretaña; las Galias, la Germania y la Retia darán las legiones para el Ilírico y las provincias del Danubio; las del Oriente se reclutan en Macedonia, Siria y Egipto; las del Africa se nutrirán de la misma Africa. Todavía se hacen levas en Italia, pero es para proveer de centuriones a la mayor parte de las legiones. Progresivamente, el número de reclutas originarios de las provincias disminuye y las legiones son cada vez más unidades de bárbaros mandados por romanos; más tarde serán unidades de bárbaros mandados por bárbaros que lucharán contra otros bárbaros..., hasta que se pregunten por qué han de luchar entre ellos si pueden unirse y ser los amos del Imperio.
Pese a que desde Caracalla todos los hombres libres del Imperio son ciudadanos romanos, persiste la división del ejército entre legiones y fuerzas auxiliares. Otras de las reformas de este Emperador consisten en excluir a los senadores de los altos mandos, que ahora se componen de oficiales profesionales, y en la creación de fuertes columnas móviles y ligeras, que acuden a los puntos atacados por el enemigo bajo las órdenes del Emperador o de legados muy fieles. Galieno completa esta última reforma convirtiendo tales fuerzas en caballería.
La legión sigue formada por cohortes, manípulos y centurias, pero se le añaden unas turmae de caballería legionaria. Vegecio nos informa de que en su época (375-395), la legión se divide en 10 cohortes, la primera de 1.105 infantes y 132 jinetes (4 turmae); las otras 9 de 555 infantes y 66 jinetes (2 turmae). Cada legión lleva también artillería, un carrobalista por centuria y un onager por cohorte. Las legiones y los auxilia coordinan sus fuerzas y aparecen consolidadas las cohors equitatae, o sea, formadas a la vez por infantes y jinetes. Conforme avanza el tiempo, además, se van formando divisiones de caballería, como se ha mencionado antes.
A lo largo del siglo III se afianzan las diversas tácticas y formaciones adoptadas en batalla por los legionarios. No se debe olvidar que, si bien el inicio de la decadencia suelen situarlo muchos historiadores en esos años, militarmente el Imperio se mantuvo firme y victorioso hasta mediados de la cuarta centuria de nuestra Era. El desplome final, militar y político, que a nosotros nos parece fulminante, se prolongó durante más de 150 años; tiempo más que suficiente, entonces, para que se sucedieran cuatro generaciones.
Así pues, sus líneas para iniciar el ataque se constituían de varias formas. Además de la formación en cuña, muy útil para evadirse de un cerco, o romper las líneas enemigas por el medio, Vegecio presenta las siete siguientes:
1.— Formar un rectángulo alargado presentando al enemigo una de las caras prolongadas.
2.— Formar el orden oblicuo, reservando el ala izquierda y atacando con la derecha, en donde se habían colocado las mejores tropas.
3.— Formar el orden oblicuo y atacar con el ala izquierda reservando la derecha. Esta disposición es muy peligrosa puesto que presentaba al enemigo el flanco derecho que era el no protegido por el escudo.
4.— Atacar al enemigo por las dos alas, dejando descubierto el centro del ejército; así combatió Escipión en la batalla de Ilinga y Aníbal en Cannas.
5.— Reforzar el centro en el momento en que las dos alas se lanzan al ataque. Esta disposición modifica un poco a la anterior.
6.— Atacar por su derecha dejando el centro en columna y la izquierda desplegada detrás de él, pero colocada paralelamente al enemigo para caer sobre él si se mueve, para apoyar a la parte atacada.
7.— Apoyar una de sus alas en un obstáculo natural, aunque esto es más bien buscar una posición que una formación de combate. Tal fue la disposición de Pompeyo en Farsalia.
En conjunto, como se habrá advertido, todo se reduce a tres disposiciones del ejército: orden paralelo, orden oblicuo y ataque por las dos alas. Gelio, recogiendo de otros autores las formaciones por ellos mencionadas, nombra las disposiciones en frons, cuneus, orbis, globus, forfices y serra, que propiamente no son órdenes de batalla, sino formaciones de las tropas en momentos oportunos. La frons coincide con la primera de Vegecio. El cuneus era el ataque en cuña, al que se lanzaban los soldados formando un triángulo que trataba de perforar y dividir al ejército enemigo. Lanzando toda la fuerza hacia un punto muy concreto difícilmente se podía resistir su empuje y era fácil que consiguiera su objetivo, pero contra tal disposición se ordenaban los enemigos en forma de V, las forfices o tenazas, que trataba de estrangular el cuneus por los costados, dejándolo penetrar y cortándole luego la retirada. Si los extremos del forfices llegaban a unirse sin perder su conexión con el vértice, cogían al enemigo en una bolsa de la que no podía salir. El orbis era la disposición que tomaba el ejército cuando se hallaba en apuros o copado agrupándose para defenderse por todos los costados. Los globi (o drungi) eran pequeños pelotones de soldados encargados de hostigar al enemigo y de hacerlo volver. La disposición en serra la recuerda Vegecio y, según Festo, estaba constituida por una serie de ataques y golpes de mano sobre la línea enemiga, atacando y retirándose oportunamente.
Los emperadores León y Mauricio no dan más que cuatro disposiciones de batalla: escítico, alánico, africano e italiano. El primero es una línea continuada y las alas se inclinan hacia adelante para envolver al enemigo; en el segundo toda la primera línea avanza para atacar, dejando intervalos para poder retirarse, es un avance como sobre un tablero de ajedrez; en el tercero el centro queda inmóvil y el avance corre a cargo de las alas; y en el cuarto, el ejército se forma en dos líneas, constituyendo dos cuerpos separados para cubrir los flancos y tener un cuerpo de reserva para acudir al punto donde haga falta.