3.1.— Expansión por el Mediterráneo. Las Guerras Civiles. Cayo Julio César.
Ni siquiera tras terminar con Cartago tuvo Roma un momento de respiro. Grecia se rebelaba, en parte por culpa de los mismos romanos, quienes no gobernaban y tampoco permitían la formación de un gobierno fuerte. Un aventurero llamado Andrisco se proclamó rey en el 148 a.d.C., pretendiendo ser hijo de Perseo. Se alió con varias ciudades-estado griegas y con la agonizante Cartago. Quinto Cecilio Metelo le derrotó con facilidad en la llamada Cuarta Guerra Macedónica. Macedonia fue transformada en provincia. Al sur, la Liga Aquea desafió a Roma, quizá confiada en la suavidad con que Metelo, un filoheleno, había tratado a los derrotados. No contaron con el Senado, que le reemplazó por Lucio Mummio, buen militar y poco amigo de extranjeros. Los griegos no pudieron mantener su pose y Corinto, la principal instigadora de la rebelión, se rindió sin lucha; no le sirvió de mucho pues fue asaltada y saqueada igualmente.
En el oeste, desde el 149 a.d.C. al 133 a.d.C., Viriato y Numancia trajeron en jaque a las legiones romanas. Solo la presencia de un jefe prestigioso como Escipión el Joven impuso disciplina y moral a las tropas italianas. Viriato murió asesinado por los suyos y Numancia resultó completamente destruida. Excepto el noroeste peninsular y algunas zonas de los montes cántabros y vascos Hispania era romana. El 133 a.d.C. fue un buen año para la República. Destruyeron a los numantinos y pusieron el pie en Asia Menor.
Cuando Atalo III, rey de Pérgamo murió sin descendencia, se cumplió su testamento, por el que legaba el reino de Roma. No era traición, en modo alguno; así lo preservaba de la rapiña de los reinos vecinos. ¿Quién osaría enfrentarse a la vencedora de Aníbal?. El país pasó a ser la provincia de Asia y, tras sofocar una pequeña rebelión, quedó definitivamente pacificado en el 129 a.d.C.
Toda la orilla mediterránea estaba en manos romanas o de aliados romanos. Solo el imperio seleúcida, en Oriente Medio, conservaba un cierto poder que pronto se esfumaría al conquistar Roma la que se convirtió en la provincia de Siria.
Pero la acumulación de riquezas no fue la única consecuencia de las conquistas. La afluencia de esclavos minó la competitividad del pequeño agricultor que, sobre el 250 a.d.C. era la base de la ciudadanía. Los ejércitos fueron progresivamente profesionalizándose, ya que resultaba imposible mantener tan largas campañas y regresar para las labores agrícolas, como antaño. La gente emigraba a Roma, donde su ciudadanía se transformaba en un voto que estaba en venta. Panem et circenses, decían, y era cierto. En el 133 a.d.C. y en el 121 a.d.C. vieron la muerte de cada uno de los hermanos Gracos, tribunos que consiguieron que el cargo fuera reelectible y que plantearon una reforma agraria extensa que devolvería sus medios de vida a buena parte de los antiguos agricultores y que proporcionaría tierras en Italia y otras provincias donde establecer como colonos a los soldados licenciados. Fallaron los Gracos y sus sucesores porque mantenían junto a las demás propuestas la del otorgamiento de la ciudadanía romana a todos los habitantes de las ciudades italianas, siquiera fuese por su lealtad en los momentos difíciles. El espíritu egoísta y conservador de los más pobres quiso negarles (y lo consiguió durante 50 años) ese derecho. Solo la necesidad de disponer de paz interna, justo cuando se produjo la Guerra Social (de socios, aliados) por la rebelión de unas ciudades italianas de mayoría samnita, al tiempo que el Ponto estallaba consiguió para los italianos un derecho que tenían bien merecido.
Sila y Mario, Mario y Sila, disputaron en suelo italiano un terrible guerra civil que solo amainó, que no cesó, con la muerte de ambos (de muerte natural) y el debilitamiento de un Senado que no quiso nunca devolver el poder que el pueblo le había otorgado de modo extraordinario en el momento de las Guerras Púnicas.
Los generales se habían dado cuenta de que un ejército, inteligencia y la suficiente ambición bastaban para conseguir el poder frente a un Senado cada vez más débil y cada vez más dispuesto a ceder ante uno de los suyos con tal de mantener su posición. Pompeyo, aún en vida de Sila, celebró un triunfo completamente ilegal por una campaña en Africa mediante la que consiguió hacerse con el control de las fuerzas partidarias de Mario que allí había. Se enfrentó a Sertorio en España, donde éste había acaudillado a las tribus nativas y fracasó en los combates, si bien Sertorio fue asesinado el 71 a.d.C. (asesinato pagado con buen dinero romano, según se sospecha), lo que salvó a Pompeyo de perder su prestigio militar.
También sonó la hora para Craso el Rico con motivo de la rebelión de Espartaco. Buen militar, consiguió derrotar al ejército de esclavos y gladiadores y hacerse de fama y gloria. Justo cuando se dedicaba a barrer las bandas dispersas, Pompeyo regresó de España, se unió a él y recibió más méritos de los que le correspondían. Ambos ganaron el consulado en el 70 a.d.C. y se dedicaron a seguir debilitando aún más al corrupto Senado, donde destacaba uno de los ladrones más competentes de la Historia: Cayo Verres. Este individuo actuó en Asia, donde se embolsó una gran cantidad de riquezas en compañía del gobernador de la provincia. Cuando fueron llamados a Roma para ser juzgados presentó pruebas contra su superior y él quedó libre. Después fue enviado a Sicilia donde llegó a quedarse hasta con el dinero destinado a fletar los buques que debían llevar el cereal desde la isla hasta Roma. Era algo acostumbrado: el gobernador de una provincia siempre se enriquecía..., pero todo tenía un límite y Verres tuvo la mala suerte de encontrarse frente al único hombre que podía conseguir lo que fuera hablando: Marco Tulio Cicerón, el más grande orador romano de todos los tiempos.
En una República donde la locuacidad del abogado podía decidir el resultado de un juicio, Cicerón era un arma formidable para los expoliados sicilianos. Cayo Verres huyó a Massilia con parte de sus bienes y vivió allí, cómodamente instalado durante los siguientes veinticinco años, aunque sin atreverse a volver a Roma.
La estrella del momento era Pompeyo. En el 67 a.d.C. limpió en tres meses las costas mediterráneas de piratas; Roma enloqueció de placer con su niño mimado. Marchó a Asia donde enfrentó a Mitrídates, rey del Ponto. Lo derrotó y el Ponto se convirtió en provincia el año 64 a.d.C., al igual que los territorios de Siria y Judea, regresando finalmente a Italia el 61 a.d.C. Recibió un gran triunfo, licenció sus tropas y pasó a ser un ciudadano más. Supuso, erróneamente, que la sola magia de su nombre bastaría para dominar Roma.
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Hasta debió soportar la República la rebelión de Catilina. Cicerón, cónsul por entonces, le descubrió, acusó y derrotó, haciéndole ejecutar sin juicio ante la premura de la amenaza que suponía el ejército que el rebelde había conseguido reunir a las afueras de Roma. Esa fue la cima del poder de Cicerón. Cinco años más tarde se vería obligado a exiliarse al Epiro tras la acusación de no haber respetado la ley que exigía un juicio para el conspirador.
César, nacido en el 100 a.d.C., había estado en Asia, combatiendo y fue hecho prisionero por unos piratas a los que persiguió y ejecutó después de ser liberado. Marchó a España, donde ganó gloria militar sometiendo a diversas tribus, allí consiguió una clientela que le sería de utilidad más tarde, cuando se enfrentó a Pompeyo; y también reunió el suficiente dinero para pagar sus deudas con Craso, quien le había asistido en el pasado. Formó triunvirato con ambos y, deseoso de superarles en poder, comprendió que necesitaba un triunfo militar; fijó su mirada en la Galia Transalpina y en el 58 a.d.C. se hizo asignar ambas Galias. Luchó contra los helvéticos, contra Ariovisto (caudillo germano), derrotó e hizo pagar tributo a Casivelauno en Gran Bretaña (donde entraron, siquiera por poco tiempo, las caligæ de los legionarios), en el 52 a.d.C. se rebelaron los galos nuevamente al mando de Vercingetórix, lo derrotó y llevó a Roma cargado de cadenas donde murió en la cárcel mamertina. En el año 50 a.d.C. la Galia quedó en paz y fue transformada en provincia.
Pero los acontecimientos se precipitaron al morir Craso en Partia. En el año 52 a.d.C. Pompeyo fue nombrado cónsul único por el Senado que le pidió protección contra César. Este se las compuso para mantener su mando provincial hasta el 49 a.d.C. En el 50 a.d.C. el Senado decretó que cada ejército debía ceder una de sus legiones para hacer frente a los partos. Además de la suya, César había pedido prestada a Pompeyo una de sus legiones para usarla contra los galos; ahora el Senado (a instancias de Pompeyo) le reclamaba ambas legiones. Con la Galia pacificada, César podía permitírselo; las legiones fueron entregadas y el Senado creyó que aquello era una muestra de debilidad por parte de César.
El 7 de enero del 49 a.d.C. decretaron que Julio debía disolver sus legiones y entrar en Roma como un ciudadano más. Era perfectamente legal..., y también una trampa para acabar con él. Afortunadamente, los dos tribunos de la plebe eran partidarios suyos y huyeron a refugiarse en el campamento de César diciendo que sus vidas (inviolables por ley) corrían peligro. Julio tenía que defender a los tribunos; tal vez ello fuese considerado traición por los senadores, pero el pueblo común apreciaba demasiado a sus únicos representantes ante el poder aristocrático como para disentir de la defensa. El 10 de enero cruzó el Rubicón: “Alea jacta est”.
Tres meses después César dominaba toda Italia y Pompeyo había huido a Grecia. Controló las Hispanias, donde unió al suyo el ejército senatorial allí estacionado, con lo que dobló sus fuerzas. En el 48 a.d.C. se hizo nombrar cónsul y pasó a Grecia, donde Pompeyo había reunido un ejército y una flota. El 29 de Junio del 49 a.d.C. Pompeyo fue derrotado en Farsalia, su ejército se pasó a César y él tuvo que huir a Egipto, tras impedírsele desembarcar en Antioquía. Sin embargo, llegado al reino de los faraones, el 28 de septiembre del 49 a.d.C., con 58 años, Pompeyo es asesinado por Aquila y Septimio.
César llegó a Egipto y contempló, horrorizado, la cabeza de su rival asesinado... Poco podía sospechar que, casi cinco años más tarde, él habría de correr la misma suerte bajo la mirada de la estatua de Pompeyo. Entre tanto, César libró algunas batallas en apoyo de Cleopatra, con quien su hermano Tolomeo no quería compartir el trono, como estaba dispuesto. Tras algunas dificultades iniciales provocadas por la escasez de tropas cesarianas, Tolomeo XII murió y su hermana gobernó en unión de su pequeño hermano Tolomeo XIII. Una marcha al Ponto acabó con las últimas tentativas de independencia de Farnaces y una célebre frase fue enviada, a modo de informe, al Senado: Veni, Vidi, Vinci.
Regresó a Italia y, en contra de lo habitual, mostró generosidad y magnanimidad: incluso perdonó a Cicerón. Aún hubo de luchar en Africa y España contra los restos de los ejércitos pompeyanos. Elegido para el consulado para cinco años, tras la victoria de Farsalia, le fue ampliado el plazo a diez tras la victoria de Tapso, en Africa. Vuelto de España, en el 45 a.d.C. fue nombrado dictador vitalicio y a nadie se le ocultaba su intención de proclamarse rey. Hasta su muerte, ocho meses después, hizo reformas contundentes: aumentó el número de senadores a 900, incluyendo a muchos provincianos. Extendió la ciudadanía romana a la Galia Cisalpina y a algunas ciudades de la transalpina y de España. Reformó el sistema de impuestos, comenzó la reconstrucción de Cartago y Corinto, creó la primera biblioteca pública de Roma, reformó el calendario (reforma que, con el retoque del papa Gregorio, ha llegado hasta nuestros días) con ayuda de Sosígenes, un astrónomo egipcio. Si hubiese ideado un tipo de gobierno como el que habría de iniciar su hijo adoptivo Augusto, en vez de juguetear con la (para un romano medio) odiosa idea de convertirse en rey, tal vez hubiera podido eludir la muerte. El 15 de marzo del año 44 a.d.C. fue asesinado por un grupo de senadores conjurados entre los que se contaba su propio hijo adoptivo, Bruto. Aún hoy, en las ruinas del foro de Roma, hay un ramo de flores perenne sobre el túmulo en que se incineró a Caius Iulius Cæsar.