3.3.2.— La Batalla de Farsalia.
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Ya se ha explicado la situación política que condujo al enfrentamiento de César y Pompeyo. Tras el asedio de Dyrraquium, cuyo final podemos considerar como una derrota cesariana, ambos ejércitos se encontraron en la llanura de Farsalia, más allá de los montes Cinoscéfalos (cabeza de perro, en griego); Pompeyo había unido sus fuerzas a las de Escipión en Larissa y César hizo lo propio en Aeginium con las de Domicio.
Julio cruzó el Enipeo cerca de Farsalia y acampó en la orilla norte. Pompeyo estableció su campamento a unos cinco kilómetros al noroeste del de su enemigo, en las faldas del monte Dogandzis. Diariamente formaba César su ejército en línea de batalla fuera del campamento, avanzando cada vez un poco más en dirección al adversario. Pero éste no se mostraba dispuesto a abandonar el terreno favorable en que se hallaba situado, y cuando César empezó a comprobar que sus graneros se vaciaban, decidió marcharse al nordeste, hacia Scotussa, para amenazar las comunicaciones pompeyanas y forzarles a abandonar su posición actual.
La mañana del 9 de Agosto del 48 a.d.C., a punto ya de iniciarse la marcha, César notó que Pompeyo estaba formando a su ejército y, volviéndose a sus hombres, les dijo: “Tendremos que suspender la marcha por el momento y pensar en librar la batalla como siempre hemos deseado. Preparémonos con ánimo para el combate, puesto que podemos ahora librarlo.”
De sus 80 cohortes (8 legiones), con un total de 22.000 hombres, dejó a dos para proteger el campamento y maniobró con las otras 78 hasta situarlas en 3 líneas: el ala izquierda se apoyaba en el Enipeo. Su enemigo contaba con 110 cohortes (11 legiones) con un total de 45.000 soldados aproximadamente. Sin embargo, en disciplina y moral el ejército cesariano era muy superior al de su contrincante..., por no mencionar la tremenda diferencia cualitativa entre ambos jefes.
El orden de batalla de Pompeyo era el siguiente: Colocó a la derecha 600 jinetes del Ponto y a continuación toda su infantería en tres líneas, agrupada en tres divisiones, la de la derecha al mando de Léntulo, la del centro bajo Escipión y la de la izquierda dirigida por Domicio Enobarbo. Concentró en el ala izquierda toda la caballería, menos los 600 hombres ya mencionados, junto con los arqueros y los honderos bajo el mando de Labieno. Destacó a siete cohortes para proteger el campamento e intercaló entre las líneas a algunas tropas auxiliares para que actuaran como infantería ligera.
César, comprendiendo las intenciones de su rival, concentró en el ala derecha a sus 1000 jinetes apoyados por la infantería ligera, para enfrentarse a los 6.400 de Labieno. Toda el ala derecha iba mandada por Publio Sila, el centro por Domicio Calvino y la izquierda por Marco Antonio. Temió César que el ala derecha quedase envuelta por la numerosa caballería adversaria y retiró varias cohortes de la tercera línea (unos 3.000 hombres en total), formando con ellos una cuarta situada oblicuamente al frente, tras la caballería, para no ser detectados por su adversario. Dio estrictas órdenes de que nadie hiciera nada sin las instrucciones correspondientes.
Dejó Pompeyo que los de César iniciaran el combate, en la confianza de que llegaran al mismo fatigados por la marcha de aproximación. Este consideró las cosas de otro modo, como él mismo dice: “... aquello nos pareció un acto insensato por parte de Pompeyo, porque el hombre posee por naturaleza cierta impetuosidad y agudeza de espíritu que se ven incrementadas por el ardor de la batalla. Es deber de todo jefe no reprimir dicho sentimiento, sino, por el contrario, incrementarlo. No en vano se instituyeron desde antiguo señales que eran lanzadas en todas direcciones mientras los hombres prorrumpían en estentóreos gritos, con el propósito de aterrorizar al enemigo y estimularse a sí mismos”.
César lanzó su ataque, pero al ver que Pompeyo no se adelantaba para hacerle frente, detuvo a sus hombres cuando éstos habían recorrido aproximadamente menos de 200 metros, para que recuperasen el aliento. Al reanudar el avance, Pompeyo lanzó su caballería, arqueros y honderos contra la derecha de César, obligando a retroceder a la caballería cesariana y comenzando a rodear su flanco.
Al observar esto, César dio la señal a la cuarta línea, la cual avanzó con rapidez desplegando sus estandartes, y atacaron con tal furia a la caballería pompeyana que ésta no pudo resistir y emprendió la huida. Aquí hemos de mencionar la costumbre instituida por Julio de instruir a sus tropas ligeras para actuar junto a la caballería, usando jóvenes ligeramente armados, de entre los mejores del ejército, provistos de armas de fácil manejo. Así, 1.000 jinetes pudieron luchar y vencer a los 7.000 pompeyanos sin aterrorizarse ante su gran número.
Sin la protección de la caballería, los arqueros y honderos pompeyanos fueron aniquilados. Llevados de su ardor, las cohortes rodearon la izquierda de Pompeyo y atacaron su retaguardia. Al ver derrotada su caballería, Pompeyo se refugió en su campamento, donde esperó el resultado de la batalla. César animó a sus hombres para que echaran el resto y asaltaran el campamento, con el brillo del rico botín que les esperaba. Despojándose de su manto de general, Pompeyo montó a caballo y huyó hacia Larissa. Ni siquiera entonces quiso César detenerse. Prohibió a sus hombres entretenerse con el pillaje, arrojó a los restos del ejército enemigo de un monte, los obligó a refugiarse en otro, rodeándolos, y les forzó a rendirse. Se mostró magnánimo con ellos y salió inmediatamente hacia Larissa.
Según Apiano, César perdió 30 centuriones y 200 soldados muertos por 6.000 muertos de Pompeyo quien sería asesinado, como ya vimos, en Egipto, donde huyó.