intacto, grande, pulsante y fuerte. Creía que si se lo contaba a la psicóloga que me atendía, estaría poniendo en riesgo lo que había logrado, pues aunque los correos electrónicos hacía un par de años dejaron de llegar, yo no podía sacarla de mi mente… Por otro lado, hablar de… «él», resultaba terriblemente doloroso y solo servía para abrir más la herida. Sí, ya sé que estaba en un enorme y gran lío, lo que me tranquilizaba era que Santiago iba avanzando, yo le permitía hacerlo, así que con el tiempo, debía, en teoría, lograrlo ¿no?
Un día antes de que mi madre se regresara a Myrtle Beach ese diciembre, terminamos las dos solas conversando, en la mesa de la cocina en casa de los abuelos, cosa ya muy esporádica entre ella y yo.
Ralph era todo para ella, la cuidaba y no se separaba nunca de su lado. Ahora tenían su propia agencia y no les iba nada mal. Ambos eran muy inteligentes y tenaces, era obvio que la vida les sonreiría. Esa era la única parte que me hacía sentir bien, era el resultado del enorme esfuerzo que realicé años antes. Ella era feliz y encontró el amor, ¿qué más daba lo que hubiera tenido que hacer para que mamá tuviera esa vida?
—Hija, por primera vez en años me voy… más tranquila… Santiago se ve que es un buen hombre y te quiere… —nuestra relación con el tiempo se tornó lejana, yo no regresé en más de ocho años a Myrtle Beach y ella intentó rehacer su vida con lo que allá tenía y por lo que tanto luchó.
—Lo sé… yo también lo quiero… —sujetó mi mano que descansaba sobre la mesa.
—Kyana… intenta ser feliz, probablemente a su lado lo logres… —no estaba muy segura de eso, pero era lo que pretendía.
—Eso es lo que quiero, mamá…
—Hija… ya han pasado más de ocho años y aunque nunca he tocado el tema siento que debo hacerlo… Por favor, te lo ruego, olvídalo… olvida lo que sea que allá haya pasado —enseguida me puse tensa y quité mi mano seria. Ella siempre supo que algo sucedía, que mi actitud no fue normal al igual que mis decisiones, pero nunca le diría la verdad, aunque eso implicara sentirla tan lejos como entonces—. No me mires así, yo sé quién eres, sé que estás ahí adentro, eres mi hija, te crié, te vi crecer, en todo este tiempo has logrado engañar a todos, no a mí. Sé que aún sufres, que lo que sucedió no te deja vivir en paz… Mucho tiempo pensé que lo superarías, nunca fue así. Ahora sé que se metió muy dentro de ti y que te marcó para siempre… no lo demuestras, veo que has logrado ser feliz a tu manera. Sin embargo, te conozco y sé que te limitas todo el tiempo, que no te dejas llevar, sé que esos meses te transformaron y tratas inútilmente de enterrarlos.
—Mamá, no digas más… te lo suplico… —sentía un nudo en la garganta, en todo ese tiempo jamás se refirió a tales días y no quería escucharlo, si pronunciaba su nombre sabía que estaría perdida.
—No, Kyana, ya me callé demasiado, te he visto andar por la vida intentando engañar a todos, incluso a ti misma. Nunca supe qué pasó y ya perdí la esperanza de saberlo. Jamás entendí el porqué de tu decisión, pero sea lo que sea, estoy convencida de que no merece la pena que te hayas dejado de esta forma. Kyana, vive, sé feliz, olvida, dale una verdadera oportunidad a Santiago y a la vida que tienes por delante.
—Eso es lo que intento, te lo juro… —tenía la mirada perdida en mis manos, sus palabras estaban llenas de razón, pero… ¿cómo olvidar?... Irme jamás fue una opción para mí, tenía una vida planeada, sueños por cumplir y metas por las cuales luchar, no tuve otra salida y me forzaron a dejar todo lo que yo era y eso me cambió por completo, sin siquiera darme cuenta.
—Lo sé y creo que es un gran paso. Pero por favor sal de esa penumbra en la que te has metido todos estos años, enséñale lo que realmente eres a ese muchacho, sé que le encantará conocerte…
—Créeme que lo intento —le confesé con absoluta sinceridad. Se levantó de su silla y me abrazó.
—No sabes todo lo que hubiera dado para que las cosas hubieran sido diferentes, para que no hicieras lo que hiciste, para que no huyeras y no sufrieras de esta forma… para poder ayudarte a superar lo ocurrido —una lágrima resbaló por mi mejilla al sentirla tan cerca y al revivir todo lo que me atormentaba.
—Yo también… créeme…
Los meses continuaron pasando, me sentía… contenta y con más ánimos que en mucho tiempo. Él era mucho más de lo que estaba segura merecía, dedicaba cada minuto a intentar arrancarme una sonrisa, a buscar la raíz de mi encierro y hacerme sentir amada. También lo quería, no puedo negarlo y ¿cómo no hacerlo?… Era maravilloso, aunque no lograba alcanzarlo en la intensidad de su amor por mí, eso me hacía sentir impotente; no obstante, estaba decidida a seguir intentándolo y a dejarme llevar. A mi manera y dentro de mis limitaciones… sabía que estaba muy cerca de la felicidad, eso me hacía sentir bien.
En la empresa nadie se opuso a nuestra relación, al contrario, parecían muy contentos de saber que éramos un verdadero equipo. Sin darme cuenta me fui abriendo más, le dije casi todo sobre mí y podía hablar con él por horas, a nadie le tenía esa confianza. Lo quería, lo quería mucho, más de lo que llegué a pensar que volvería a ser capaz. Y aunque me daba cuenta de que no era con la misma intensidad, ni desesperación, con la que amé hacía muchos años, comenzaba a sentir que era suficiente para toda una vida. Su amor me brindaba paz, tranquilidad, seguridad y certeza. Pero aún existían noches que lo soñaba, sin poder evitarlo, me perdía en sus ojos grisáceos y rogaba porque el sueño nunca terminara.