—¡No me puedes hacer eso, mamá! —lloré con más ganas en la sala de aquella casa en la que viví casi toda mi vida.
—Mi amor, no te pongas así… Es una gran oportunidad, sabes lo que he luchado para llegar ahí… no te obligaré a nada. Solo piénsalo. Regresarás en un año si lo deseas, pero dame este tiempo —la miré entre sollozos. No quería, no, no y no. ¡¿Qué haría yo en ese horrible lugar?! ¡¿Qué?! Estaba a nada de terminar high school, unos meses. ¿Cómo iría hasta allá? No conocía a nadie. A hacer nuevos amigos, adaptarme a las normas de la nueva escuela, las tutorías… ¡no!
Mamá subió a su habitación un tanto decaída. Nunca discutimos, en general hemos tenido una relación fácil, a pesar de mi edad. Sin embargo, esta vez era muy difícil mantenerme indiferente. Unas horas antes, cuando cenábamos, me dio la «gran noticia»: la ascendieron nuevamente. El cargo era de mucha mayor relevancia y el sueldo ni se diga. ¿El problema? El problema radicaba en que era del otro lado del país: Myrtle Beach, Carolina del sur. Absurdamente lejos de mi vida actual. Sin poder evitarlo y sin ser una chica propensa al drama, lagrimeé muchas horas sin moverme, ahí, en ese sitio que tanto amaba.
Al día siguiente, por la noche, y después de horas tristísimas en las que me la pasé sollozando con mis amigos, ella entró a mi habitación. Casi no ingerí nada en la cena y sabía que no había dormido bien.
—¿Podemos hablar? —Asentí limpiándome la nariz con el pañuelo desechable; jamás me había sentido más impotente, confundida y perdida. No obstante, es mi madre, nada le podría negar y aunque me dolía como los mil demonios sabía que no tenía opción, no desde que me lo dijo. —Si no puedes con esto... —cerró los ojos colocando una mano sobre mi pierna— Lo entenderé. No me iré sin ti, no cuando nos queda tan poco tiempo juntas —negué con tristeza conteniendo el llanto por milésima vez en el día. Dios, qué molesto era tener todo el tiempo ese maldito nudo en la garganta.
—Iré —casi fue en un susurro y con nada de convicción. Mi madre me miró asombrada, perpleja.
—¿Lo dices en serio? —no daba crédito a mis palabras.
—Sí, es un año. Pasará rápido. ¿Cierto? Yo… tampoco quiero separarme de ti y esto… siempre fue tu sueño —sus brazos se enroscaron alrededor de mi cuerpo agradecida, mientras yo sentía que me aventaba al precipicio sin ver.
—No te arrepentirás, mi cielo. Te lo juro. Es un lugar muy bello, con mucho turismo, hay mar también. ¡Dios, gracias, muchas gracias! No tienes idea de lo que significa esto —no sabía para ella, aunque lo imaginaba, pero para mí: un cambio total de vida; comprendí mordiéndome el labio mirando mi habitación aún envuelta en su cuerpo. Suspiré deprimida. Lo hacía por ella, porque la amaba más que a nada. Sin embargo, la decisión hizo sangrar mi corazón de una forma desconocida, a pesar de que mis amigos, tristes también, me aconsejaron hacerlo. Gracias a la tecnología, no sería difícil seguir en contacto, además irían y yo a mi vez, también. Diez meses no eran el fin del mundo y sí un viraje total en la vida profesional y personal del ser más importante para mí.
Nací en México, para ser más exacta en Monterrey, Nuevo León. Mis padres se separaron cuando era aún muy pequeña, ni siquiera tengo recuerdos de haber compartido el mismo techo algún día. Así que para mí eso no ha sido tan complicado o mejor dicho, nada.
Cuando cumplí seis años, a mi madre Irina, que estudió turismo, se le presentó una oferta de trabajo que no pudo resistir. Luchó incansablemente para que algo así sucediera. Sin embargo, el problema radicó en que era en Los Ángeles, California, en una agencia de viajes llamada Travel and Escape, muy conocida en el sur del país. Mi padre Leonardo, la apoyó, permitiéndole que me llevara, haciéndose responsable de mis gastos y bienestar, como siempre. Ahí hemos vivido los últimos doce años. Ella ha ascendido en puestos, en ese momento era la responsable de desarrollar los nuevos proyectos, y amaba con locura a lo que se dedicaba, tanto que no dudó en cambiar su residencia por lo mismo… y yo, yo no la detendría. Lo cierto es que no he tenido una vida difícil, complicada, llena de problemas. Al contrario, he sido feliz y estoy muy agradecida por ello.
La escuela a la que me inscribió estaba a unos diez minutos de la nueva casa, ubicada en un lindo barrio del condado de Horry. Algo a favor dentro de tanto cambio.
No dejaba de pensar mientras caminaba rumbo a mi nueva vida, en lo increíble que era encontrarme ahí, en lo triste que había sido dejar lo que hasta ese momento era mi entorno, mi mundo y en lo desesperadamente sola que me sentía sin mis mejores amigos, sin el asombroso ruido de la ciudad, sin… todo lo que me acompañó siempre.
Tuve varias fiestas de despedida. Millones de cartas rogándome regresar cuando pudiera. Una lista interminable de correos electrónicos a los que prometí escribir cuanto antes. Dios, todo era tan gris, o por lo menos así lo sentía. Aunque debo admitir que, una vez tomada la decisión, no me dediqué a quejarme, lo asumí e intenté poner buena cara… Sin embargo, cuando mi madre no me veía, lloraba en compañía de los chicos hasta que casi quedaba deshidratada. Me dolía mucho dejarlos, me dolía mucho todo.
Esa mañana desperté muy temprano, en realidad los nervios no me dejaron dormir en absoluto, así soy yo, de sueño ligero. Desayuné cereal, mientras mi madre caminaba nerviosa de un lado a otro. Ella y yo somos muy similares, así que difícilmente teníamos problemas, excepto cuando insistía que le contara todo lo que me pasaba con lujo de detalle, y yo, que suelo ser algo reservada, poco detallista, no la podía complacer. Eso le pone los nervios de punta, aun ahora.
Como buena madre quisiera saber todo sobre mí, y yo pienso que sabe lo más importante, solo que dar detalles es algo que me fastidia. Ambas leemos mucho, disfrutamos viendo películas románticas con un gran tazón de palomitas y helado a un lado y vivimos nuestras vidas entre semana sin coincidir hasta la cena. Siempre la esperaba con la comida ya preparada y ella se encargaba de recogerlo todo después. Nuestra organización siempre fue perfecta.
Arribamos a ese sitio hacía apenas tres días, por lo que todo era un gran caos. Lunes: mi madre comenzaba en su nuevo trabajo y yo tendría que asistir a finales de septiembre a mi nueva escuela. ¡Oh, qué emoción!... no, para nada.
La casa era agradable. Tres recámaras amplias en la planta alta. Cada habitación tenía su propio baño y ventanas enormes que permitían entrar chorros de luz por doquier, eso me encantaba. La planta baja tenía una estancia donde estaba el comedor y la sala compartiendo un inmenso rectángulo, pero que a la vez brindaba cierta privacidad en cada parte. La cocina no era grande, aun así, un sitio ideal para que las ideas culinarias fluyeran. Todo era madera, cada detalle, así que resultaba muy acogedora.
La recámara que elegí era espaciosa, con un gran armario. No es que tuviera mucha ropa, sin embargo, sí tenía demasiados recuerdos: libros, películas, en fin… cosas que se van acumulando en dieciocho años sin que te des cuenta. El cuarto tenía una gran ventana que daba hacia la parte trasera de la casa. Adoro perder la mirada en el exterior, por lo mismo eso era ideal y una de las razones por las que lo elegí.
Para esas fechas ya refrescaba, a pesar de estar tan cerca de la playa. En realidad el clima no era muy diferente de donde vivía, así que para mí eso era lo común. Esa mañana, decidí vestirme con lo que solía: jean, playera negra con manga corta cuello «V» y Converse del mismo color. Mi cabello largo, castaño muy claro y un poco ondulado, lo sujeté con una coleta baja ya que no solía complicarme por esas cosas del arreglo si he de ser sincera. Soy un tanto perezosa a la hora de invertir tiempo en trivialidades absurdas. Me puse un poco de máscara, sabía que enfatizaba el color miel de mis ojos y favorecía a mis largas pestañas no tan oscuras como me gustaría. Miré satisfecha el espejo que proyectaba mi reflejo. Sí, me sentía lista para el primer día. Resoplé. Ahí iba yo, derechita a un mundo que cambiaría mi vida.
Al estar a unos metros de la escuela me detuve observándola. Era grande, no tanto como la anterior, aun así… imponente. Las palmas de las manos me sudaron y mi corazón brincó un poco nervioso.
Chicos caminaban hacia aquellas puertas apresurados. Otros llegaban en sus autos y los iban estacionando en donde podían. Existía algo que me hacía sentir muy ansiosa. Ser la nueva ¿qué más?
Avancé respirando hondo, queriendo mostrar mucha más seguridad de la que en realidad sentía. Si no hubiera sido porque me consideraba inteligente y poco temerosa, seguramente hubiera dado la media vuelta y huido rumbo a casa. Revisé otra vez todo en mi cabeza y decidí que no me dejaría intimidar, enfrentaría como siempre lo que sucediera. Llené de aire mis pulmones por milésima vez sujetando bien mi mochila y moví los pies con decisión.
Al entrar a la escuela no fue difícil dar con la oficina principal. Empujé una pesada puerta y justo frente a mí, una señora regordeta con cara amable me sonrió, estaba de pie tras un mostrador, tenía papeles y folletos a su alrededor.
—Hola, ¿necesitas ayuda? —preguntó al verme desorientada. Sentí un rubor subir hasta mi rostro. Solté un suspiro y me acerqué.
—Hola, soy Kyana Prados, es mi primer día aquí. Vengo de California —sonrió asintiendo y de inmediato me explicó con paciencia todo lo concerniente al instituto y mis clases.
Salí de ahí expectante. Los pasillos ya estaban abarrotados, se escuchaba el bullicio por doquier. Mi escuela anterior tenía el cuádruple de estudiantes; sin embargo, me sentía familiarizada y nunca me resultó tan amenazante. Ingresé, intentando no poner atención a las miradas curiosas sobre mi persona.
La primera clase era matemáticas. Gracias al cielo el salón no se encontraba retirado, así que di sin problema con el aula. Al sonar el timbre entré junto con el río de personas y me acerqué tímida al maestro mientras todos se acomodaban y murmuraban, con un poco de delirio de persecución imaginé sobre mí. Eso de ser «la nueva» apestaba.
—Buenos días… Soy Kyana, la señorita Stevens dijo que esta es mi primera clase —el profesor me observó serio, tomó el papel que le tendí e indicó un lugar sin decir más.
Sentí un nudo en el estómago y caminé por el salón, nerviosa. Sentía las miradas sobre mí, por lo mismo no quise ver a nadie a los ojos, sabía que debía encontrarme ya colorada por la vergüenza. Justo en el extremo derecho del salón, a un lado de la ventana, estaba el sitio que señaló el maestro; me senté sin perder tiempo.
—Muy bien, clase, hoy se integra a esta escuela la señorita Kyana Prados —todos giraron con descaro a verme. Diablos. Me sentía como una rata de laboratorio o un mono de circo. Perfecto—. Ella cursa el último año, viene de California, así que espero que cuente con su apoyo —los cuchicheos no se hicieron esperar. Saqué mi cuaderno e intenté ignorarlos fingiendo una amigable media sonrisa.
—Bienvenida señorita Prados. Soy el señor Edwards, su nuevo maestro de matemáticas. —Asentí con gentileza. Un segundo después comenzó la cátedra. Bien.
—Pz, pz —escuché tras de mí. Volteé con discreción para evitar que mi nuevo profesor me viera.
—Hola, soy Lana, bienvenida —parecía simpática. Tenía el cabello corto y unos grandes ojos que me estudiaban amistosos.
—Gracias, soy…
—Kyana, lo acaba de decir… lindo nombre —sonrió guiñando un ojo como percibiendo que me hallaba nerviosa. Regresé el gesto mordiéndome el labio como solía hacer cuando me sentía así y puse de nuevo atención a lo que se explicaba.
La clase pasó rápido, las matemáticas no eran mi fuerte, pero me defendía y las encontraba entretenidas.
Una hora y media después sonó de nuevo el timbre, justo en ese momento el señor Edwards gritó atareado la tarea para la siguiente clase. La anoté con velocidad y metí todo en mi mochila.
—¿Así que vienes de California? —deseó saber un chico como de mi estatura de cabellos castaños y rostro atractivo que se encontraba al lado de Lana.
—Sí —tendió su mano para presentarse.
—Soy Max… —le di la mía sonriendo un poco más relajada. Solía ser recelosa. Por otro lado, no conocer a nadie era algo que nunca había experimentado, así que supongo que mi actitud era normal.
—Hola… tú ya sabes quién soy… —señalé mirando a Lana un tanto divertida y dejando de lado mi nerviosismo.
—Sí, Kyana, es poco usual, ¿no? —se refería a mi nombre. Nos dirigimos los tres hacia afuera del salón.
—Mi madre… es de ideas claras y siempre le gustó, o eso dice…
—Kyana, suena bien y… no lo había escuchado, ¿no, Max? —este asintió observándome fijamente, parecía que se repetía una y otra vez mi nombre en su cabeza. Sonreí tímida.
—Acompáñanos, vamos a la cafetería, ¿te sientas con nosotros? —preguntó aún pensativo sin quitarme el ojo de encima.
—Sí, ¡muy buena idea!, acompáñanos. Ha de ser muy difícil cambiarse de escuela a estas alturas. Imagino todo lo que tuviste que dejar. —Lana parecía muy parlanchina y en ese momento era justo lo que necesitaba; aunque el recuerdo de mi vida anterior me entristeció de inmediato. Lo notó, porque se colgó de mi brazo riendo—. No te preocupes, nosotros te vamos a ayudar, ¿verdad, Max? —El chico asintió comprensivo.
El comedor era muy agradable y muy… veraniego. La mitad se encontraba al aire libre y la parte techada contaba con grandes ventanas. Al fondo se encontraba la barra de comida, había mesas rectangulares y circulares por todos lados. Una vez que compré el almuerzo, los esperé y me guiaron hasta una mesa en la terraza donde se hallaban otros chicos. Por un instante no pude evitar percatarme que las divisiones eran las mismas que en mi otra escuela. Los grupos se diferenciaban, no se mezclaban y cada quien parecía tener su propio territorio ¡qué novedad!
—¡Eh! Ella es Kyana, viene de California, está por terminar igual que nosotros —levantó la voz Lana efusiva. Todos saludaron sonriendo mientras me hacían un hueco en la gran mesa. Comencé a masticar mis papas fritas sonriendo.
—Hola, soy Billy —era un muchacho alto, demasiado rubio para mi gusto, lleno de pecas por todo el rostro, pero se veía agradable y sonriente. En segundos el resto comenzó a presentarse. La más alta se llamaba Sara, otra chica de rasgos asiáticos era Annie, Robert lo identifiqué como el rellenito y apuesto, Emma la de grandes pestañas, Ray el de lindos ojos y Susan la más extrovertida a mi parecer.
—Y… ¿Cómo es que llegaste aquí, Kyana? En general la gente se muda a Los Ángeles, no al revés —indagó la última en presentarse. De inmediato pusieron atención a lo que contestara. Dejé de comer.
—Bueno… a mi madre la ascendieron, tenía que venirse a vivir aquí —contesté y enseguida volví a morder mi almuerzo.
—¿En qué trabaja tu mamá? —quiso saber Ray.
—Desarrolla proyectos en una agencia de viajes que se llama Travel and Escape.
—Sí, ya sé cuál es —intervino Annie—. Y… ¿eres de California?
¡Oh no! Pensé. ¿Por qué tenían que preguntar eso?, mis amigos de Los Ángeles me advirtieron que ese condado era un tanto… conservador. No todos veían con buenos ojos a los latinos. Sin embargo, me arriesgué, nunca he negado mis orígenes y no iba a comenzar a hacerlo, si se levantaban y desaparecían… vería qué hacer.
—No, soy de Monterrey… México —se quedaron por un momento todos en silencio. Deseé salir corriendo.
—Guau… mis padres han ido ahí y yo a algunas playas, es hermoso… —soltó Sara relajando el ambiente. Todos comenzaron a hablar acerca de sus experiencias en el país vecino y el hecho de que fuera de allá pasó de lado. Volví a respirar con tranquilidad.
—¿Hace cuánto que vives aquí? —Lana sonreía curiosa, parecía que a ella la conversación nunca se le acababa.
—Desde los seis…
Las preguntas siguieron, me gustó que las formularan, no tenía nada que esconder y debíamos conocernos ¿no? Para cuando sonó el timbre ya sabían parte mi vida y yo casi nada de ellos. No me importó, habría tiempo. Por otro lado, siempre intentaba no ser tan complicada. Mi autoestima estaba en perfectas condiciones en aquellas épocas, así como la seguridad en mí misma, por lo que me dejé llevar como solía. Era tan fácil ser abierta y quien quería…
Todos caminamos hacia nuestras aulas. Sara, Ray, Max y Annie iban conmigo a literatura. Max hizo las presentaciones con el maestro Jhonson, este me saludó afectuoso y nos sentamos los cinco juntos del lado derecho del salón. Varios seguían viéndome tratando de investigar quién era. Pero como estaba mucho más tranquila para ese momento, y era mi materia preferida, no presté atención. El profesor, al percatarse de que ya conocía a algunos, no me presentó y entró de lleno a la explicación del tema del día. Estaban viendo literatura renacentista, de hecho el maestro comenzó recitando un pasaje de la Divina comedia, adoraba esa obra, la forma en que Dante viaja por el infierno y purgatorio para luego conocer el paraíso de la mano de Beatriz.
Absorta en su manera de narrar no hacía caso a nada más. Era asombrosa mi suerte, el señor Jhonson lo explicaba divinamente. De pronto, unas risotadas del lado opuesto donde me encontraba comenzaron a interrumpir la cátedra. Varios del grupo intentamos ignorarlos; sin embargo, cada vez eran más fuertes.
—Señor Russell, Drawson y Michaels. Los quiero ver acabando la clase y más vale que terminen de reírse porque a su entrenador no le va a gustar nada que se queden en detención y no puedan asistir a su entrenamiento esta tarde —las risas se extinguieron de inmediato. Me permití, ya sin poder evitarlo, voltear a ver a quién se dirigía mi maestro.
Eran tres muchachos enormes y bastante atractivos si he de ser sincera. Uno de ellos llamó mi atención. Cabello rubio, algo oscuro, tapaba parte de su frente dejando al descubierto unos ojos alargados e impresionantes, casi grises; rasgos masculinos y labios duros, grandes, bien proporcionados. Miraba al maestro irritado, aun así, no se atrevió a decir nada. Los otros dos lo observaban expectantes; al ver que se rendía ante la batalla, cedieron. Guapos brabucones, pensé riendo en mi interior con sorna.
El señor Jhonson continuó su narración, enseguida volteé dispuesta a deleitarme. Lo cierto fue que ya no pude poner mucha atención, arruinaron el momento. No soportaba a ese tipo de chicos por muy galancitos que fueran.
En mi escuela anterior también los había, bueno ¿en qué lugar no?, siempre prepotentes, seguramente estrellas del equipo de fútbol del instituto o algo por el estilo. Sentían que todo el mundo les tenía que rendir pleitesía. Creían que por dinero, o por su rostro, todos los mortales les temían y tenían que hacer lo que desearan. Definitivamente no los aguantaba… y al verlos menos. Sobre todo el que parecía llevar el título de «líder» se adivinaba asombrosamente insufrible. La mirada que le mandó al profesor era algo que ni en mil años yo hubiera hecho. Fue como si intentase probar quién tenía el poder. En este caso fue evidente que quien llevaba el sartén por el mango era el maestro, cosa que me agradó y me arrancó una pequeña sonrisa de satisfacción.
Terminó la clase y todos salimos, excepto los castigados ¡ja!
—Son increíbles, ¿viste la mirada de Liam? —Sara preguntó a Max excitada y ruborizada.
—Sí, pero ya saben que no les sucederá nada… siempre es así —contestó un poco molesto.
—Yo creo que esta vez no les va a ir del todo bien… a Liam y Kellan les va fatal en literatura —les hizo ver Annie seria.
—¿Qué les pueden hacer?… nada… a ellos jamás le hacen nada, son las estrellas de la escuela, la temporada está por empezar, no se arriesgarán —replicó Ray sarcástico.
Los escuchaba e iba atando cabos poco a poco. Estaban en tensión, parecía que los admiraban y odiaban a la vez.
—Oigan… —y de pronto los cuatro me observaron como recordando que ahí estaba— la clase que sigue es ciencias… ¿saben dónde queda? —Ray sonrió aliviado por haber cambiado el tema.
—Sí, sígueme, yo también la tengo junto con Billy, Robert y Emma. —Rodeó mis hombros caminando de prisa. Solo alcancé a escuchar las risas de los demás mientras intentaba seguirle el paso.
En ciencias fue igual que en literatura, solo que esta vez fue mi acompañante veloz el que me presentó, por lo que el maestro le dio la tarea de conseguir un equipo para mí, así que me integró junto con él, Robert, Emma, Billy y otro chico que no había visto en el desayunador.
—Él es Edwin, es un genio en ciencias, da tutorías. —Rápidamente le di la mano sonriendo. No podía creer mi suerte. Tutorías…
—Yo soy Kyana, también daba tutorías en mi escuela anterior —me presenté feliz por conocer a alguien que hiciese algo así. Él se acercó de inmediato colocándose a mi lado mostrándose interesado.
—¿De verdad?, y ¿cuál es tu fuerte?
—Literatura, aunque también daba matemáticas, inglés y ciencias —me puso nerviosa de pronto su mirada tan penetrante, acomodé un pequeño mechón detrás de la oreja que se soltó de mi floja coleta sonriendo.
—Y… ¿te gustaría seguir haciéndolo? —preguntó curioso.
—Sí… la verdad sí…
—Perfecto, hoy mismo hablaré con el señor Laurence, sé que le va a encantar. Justo ahora andamos cortos de tutores —¡Guau! Excelente noticia. Me sentía feliz, todo parecía ir de maravilla y ¡era el primer día!
—¿En serio?... ¿puedes hacer eso por mí?
—Por supuesto. Ellos investigarán en tu antigua escuela y si les gustas... listo —dijo chasqueando los dedos sonriendo.
Me encantaba la idea, era una manera de estudiar, de garantizar una posible beca y ocupar el tiempo como solía. Así lo hice los últimos tres años y todo iba muy bien. Permanecía un rato después de clases y llegaba justo para hacer la cena en la casa. Mis días era ajetreados y llenos de cosas que hacer, así que la idea de que volviera a ser igual, me llenaba de tranquilidad. Por lo menos iba a tener cosas similares a mi antigua vida. Genial.
En el receso todos se conglomeraron en el jardín y continuamos conociéndonos. Eran muy agradables y fáciles. Su distintivo, y lo que tenían en común, era que pertenecían a diferentes clubes de alto rendimiento académico.
Atletismo fue mi última clase. La señorita Stevens me proporcionó unos pants del instituto, color verde chillón, de nylon, con una playera amarilla de manga corta. Junto conmigo estaban de nuevo Lana y Susan, así que en cuanto terminé de cambiarme, nos fuimos juntas hasta la gran pista de tartán que rodeaba la cancha de fútbol americano. Ahí la profesora Hilling se acercó, se presentó amablemente y separándome del resto del grupo mientras los ponía a trabajar en el calentamiento, intentó convencerme de que la pasaría bien allí, en su clase. Lo dudaba, sin embargo, no me desagradaba tanto como las demás.
Realizaba unas flexiones y ya estaba al punto del desmayo —no recordaba la última vez que había ejercitado mi cuerpo a tal punto—, sentí un balón rozar prácticamente mi mejilla. Elevé la vista buscando de qué dirección este provenía. El equipo de fútbol americano estaba en medio de la gran cancha, ni siquiera me percaté del momento en que comenzaron sus prácticas. Un muchacho corría a donde me encontraba. Lo miré fijamente esperando una disculpa porque casi me da de lleno en el rostro.
Pasó al lado de mí, tomó el balón que quedó a unos metros y regresó trotando aventándoselo a alguien que se encontraba en medio.
—No hay problema… —musité molesta, sin pretender que escuchara, sin embargo, lo hizo. Paró en seco, giró y me miró fulminándome. Sentí ganas de que la tierra se abriera; no era la mejor manera de comenzar en una escuela, aunque odiara a esos presumidos brabucones, sabía que no debía meterme con ellos. Aun así no era ninguna chica asustadiza, por lo que decidí sostenerle la mirada firmemente.
—Roger, ¡vamos! —le gritaron desde la cancha. Él ignoró al que lo llamaba y continuó perforándome. Entendí a la perfección el mensaje: me estaba amenazando. Tragué saliva con dificultad y lo volvieron a nombrar. Sonrió al ver que bajaba la vista al fin y se fue corriendo triunfante. ¡Idiota! Grité en mi mente.
—¿Qué pasó?... —Se acercó Lana desconcertada. Sentía la boca seca y ganas de aventarle un poco de grava roja a la cara a ese gorila.
—No sé… creo que se molestó… —Mi reciente amiga miró a la cancha.
—Pero… ¿por qué? —preguntó frunciendo el ceño.
—Porque ¡¿casi me da de lleno en la cara?! —bramé.
—¡Dios, Kyana!… Roger es muy vengativo y no le gusta que nadie le diga nada…
—Pero no dije nada malo —argumenté enojada, sacudiéndome el uniforme deportivo, estando ya de pie. Odiaba tener que cuidar lo que decía o pensaba simplemente por miedo.
—Lo sé, pero ellos son… muy especiales, ¿comprendes? —negué sin querer reconocer lo que ya sabía.
—Todos esos tipos siempre se creen «especiales» Lana. En todos lados es así, eso no es nuevo —continué caminando en dirección a mis compañeros, esperando que la maestra diera la siguiente instrucción.
—Max enfurecerá —enarqué una ceja intrigada.
No llevaba ni siete horas de conocer a Lana y veía que Max no le era indiferente, se expresaba de él como si fuera un sueño. Ciertamente era guapo, pero no era mi tipo. No es que tuviera uno bien definido, nunca me gustó alguien lo suficiente como para aceptar algo más que una amistad. Además prefería estar sola y hacer de mi tiempo un papalote. Tener novio me daba una tremenda flojera, por otro lado, en serio estaba convencida de que era una absoluta pérdida de tiempo. No, eso algún día vendría, quizá a los treinta, bueno, igual antes, por ahora estar así era genial.
La clase terminó en tranquilidad, aunque de vez en cuando sentía la mirada del tal «Roger» clavada en mi espalda. Lo ignoré todo el tiempo. Cuando la maestra silbó, todos corrimos a los vestidores.
Al salir encontré a mis nuevos amigos. Lana ya les contaba lo sucedido. Max me miró un poco consternado y preocupado. Sonreí relajada. No era para tanto ¿O sí?
—Espero que esto no te traiga problemas, Kyana…
—Si es así, no estás sola… Que ese imbécil no se atreva a hacerte algo, estoy cansado de sus estupideces —Ray me guiñó un ojo muy sonriente. Max suavizó su expresión.
—No le harán nada —todos asintieron tratando de darme un apoyo moral que no comprendía totalmente. No pude salvo agradecerles confundida. ¿Tan terribles eran? Dios, esperaba no haberme metido en un gran lío.
—¿Vives por aquí? —indagó Susan cambiando el tema.
—Sí, en Mayfair St…
—Mi casa queda muy cerca y la de Robert también, si quieres nos vamos juntos… traigo auto.
—Gracias, Annie… —me sentía tan cansada que acepté de inmediato.
Preparé la cena mientras mi madre llegaba. Más tarde me duché, me puse unos pantaloncillos deportivos y comencé a realizar las tareas. Para cuando ella regresó, prácticamente ya había terminado.
El día siguiente no fue muy diferente del anterior; no tuve atletismo y sí historia. Esa clase solo la cursaba con Emma. El tema que se veía, lo comprendí con rapidez.
Cada vez sabía más sobre mis nuevos amigos, en general me caían bien e intentaban no dejarme sola ni un segundo. Debía admitir que eso era agradable, ya que aún sentía un poco de nervios por no conocer del todo el lugar. Además, me inquietaba el evento del día anterior con aquel jugador de fútbol americano, del que todos me advirtieron.
El miércoles ya fui prácticamente sin preocupaciones. En vez de ciencias tocó inglés, esa sí que era aburrida y más aún sin estar ninguno de mis nuevos amigos. Como si eso no fuera suficiente, las que parecían ser las «divas» de la escuela, me miraban como un bicho a punto de aplastar. De verdad no comprendía qué tenían en la cabeza como para sentirse hechas a mano. Seguro pertenecían al mismo clan que los brabucones de literatura, estos últimos no volvieron a dar problemas, sin embargo, era inevitable no notarlos en el salón. Grandes, bien formados, y parecía que llevaran tatuada la palabra «prepotencia» en la frente. Típico ¿no?
El día anterior me topé con Edwin, dijo que pronto tendría noticias acerca de las tutorías. No me quise ilusionar, así que solo le volví a agradecer.
Al dirigirme a atletismo me sentí de nuevo un poco ansiosa. No sucedió nada. Los del equipo no estaban. Lana comentó que entrenaban en el gimnasio todos los miércoles, sonreí más tranquila. Esos días y los viernes eran pesados, contaba con cinco clases. Agotada fui a historia, la última materia. Un día largo ¿no es cierto?, pero gracias a Dios, Annie también tenía el mismo horario, por lo mismo me pudo dejar en casa cuando acabamos.
Para el jueves ya me sentía, casi, completamente familiarizada. Lo cierto es que fue muy sencillo, hasta ese momento…
Aún puedo recordar aquellas semanas con claridad asombrosa y cómo no, fue el parte aguas en mi vida, momentos decisivos estaban por venir y yo ni lo podía adivinar.
Estaba acomodando mis libros en el casillero cuando golpearon con algo mi costado. Sin poder evitarlo, resbalé, dándome un gran sentón. Cuando busqué al responsable, Roger me miraba enarcando una ceja, divertido. Sentí de nuevo la boca seca, sin más, se alejó soltando una enorme carcajada junto con otros tres gigantones que lo esperaban más adelante. Edwin llegó casi enseguida y tendió su mano para levantarme. La acepté indignada. Me sentía furiosa e impotente, ¡nadie hizo o dijo nada!, todos los que presenciaron lo ocurrido, en cuanto él desapareció, volvieron a ocuparse de sus asuntos. ¡Increíble!
—¿Estás bien, Kyana?
—Sí… —tenía la cara roja de rabia. Comencé respirar hondo intentando calmarme. Tenía ganas de salir tras él y gritarle unas cuantas cositas. No obstante, sabía que eso me perjudicaría más… así que me dediqué a intentar oxigenar de nuevo el cerebro.
—Eso era justo a lo que nos referíamos —masculló Edwin a mi lado.
—No te preocupes, ya se le pasará… —rogaba que así fuera, porque no me dejaría pisotear, pero tampoco podría permanecer mucho tiempo en ese lugar si yo me rebelaba. Tomé mi cuaderno de matemáticas y le sonreí, más tranquila. Respondió a mi gesto.
—En fin… eso espero yo también… Bueno, lo que venía a decirte es que… —parecía muy contento— ¡ya tienes el puesto! El señor Laurence quiere verte a las cuatro en Tutorías, creo que incluso ya tienes la primera.
—¡Estás de broma! ¿De verdad? —No lo podía creer, esa era una excelente noticia, ya no recordaba ni siquiera lo que acababa de suceder.
—¡Sí! Claro que es cierto, Kyana. Dice que tienes un gran historial —señaló con un gesto indescifrable, mirándome de pronto incisivamente.
—Eso es genial, Edwin. Muchas gracias… ahí estaré a esa hora —cerré mi casillero viéndolo entusiasmada. Observaba atento mis labios poniéndose serio de repente.
—Bueno… si quieres te veo aquí a las cuatro, para decirte dónde es…
—Muchas gracias, está bien… de todas formas nos vemos en el almuerzo —parecía desconcertado. Pestañeé encogiéndome de hombros. Me sentía feliz y lo demás no me interesaba.
—Sí, claro… hasta más tarde. —Lo dejé ahí confuso y me dirigí al salón casi dando brinquitos de la emoción.
Cuando llegué al comedor, ya todos comentaban lo sucedido frente a mi casillero. Era increíble cómo los chismes volaban a esa velocidad. Fingí demencia. Max me miraba irritado, y Ray, preocupado.
—Oigan, acabo de ver algo sobre una fiesta… —deseaba despistarlos. Funcionó. Todos se engancharon rápidamente y prefirieron cambiar de tema.
Faltaba un mes para la noche de brujas, ese mismo día pegaron la propaganda por todos lados, ya que también era el inicio de temporada de los «Piratas de Myrtle Beach», el equipo de fútbol americano. Todos comenzaron a discutir sobre lo que llevarían puesto y especulando el marcador de aquel partido. Al parecer el equipo era bueno. Los escuché sin participar. No negaré que me gustaban las fiestas ¿a quién no?, era una adolescente, se supone que eso me tendría que entusiasmar. Sin embargo, deambulaban algunas situaciones en mi cabeza que no me permitían total concentración: las tutorías, el evento con ese granuja y el comportamiento tan extraño de Edwin en la mañana… En fin, mi mente se hallaba un poco ocupada en ese momento.
Sonó el timbre, nos dirigimos a mi clase favorita: literatura.
Así pasó la mañana, logré salir despierta de inglés y terminé historia sin novedad. Poco antes de las cuatro ya estaba de pie frente al casillero esperando.
—Vamos… sígueme, Kyana —sonrió Edwin al llegar pasando un brazo por mi hombro posesivamente. Fruncí el ceño sin que lo notase. Lo seguí incómoda. No era muy afecta a ese tipo de demostraciones de cariño, prefería la distancia con las personas que percibía sentían algo por mí que no era amistad y eso era precisamente lo que temía en ese momento. Fingí que caía mi cuaderno, él lo levantó sonriendo. De inmediato puse distancia y comencé a preguntarle sobre el manejo de las tutorías. Las contestó todas muy amablemente sin darse cuenta de mi recurso. Sonreí más tranquila—. Es aquí —señaló un edificio que estaba a un lado de la escuela. Era pequeño, pero contaba con dos pisos. Se veía movimiento. Gente entraba y salía, parecía muy formal.
Abrió la puerta, me dejó pasar y caminamos por un angosto pasillo. Era muy agradable el lugar.
Tocó en el último cubículo.
—Adelante —entramos y enseguida un hombre bien parecido de unos cuarenta años se levantó de su silla—. Hola, muchachos —Me tendió la mano y yo hice lo mismo con una sonrisa—. Tú debes ser Kyana ¿cierto?
—Sí… y usted el señor Laurence.
—Así es… siéntate —Me indicó una silla mirando a mi compañero—. Gracias, Edwin.
—Nos vemos luego, Kyana —Me guiñó un ojo antes de salir. Ese chico tenía una personalidad intelectual bastante interesante, pero… siempre tenía «peros». Seguro algo extraño sucedía conmigo, nadie era lo suficiente como para que yo quisiera dedicarle un tiempo exclusivo. Mamá siempre decía que se debía a que era demasiado independiente y poco afecta a las demostraciones de cariño.
—Bueno, Kyana. Edwin me habló de ti e investigué en California y se expresaron muy bien. Así que quería invitarte formalmente al equipo de asesorías. ¿Qué dices? —Me evaluaba sonriente al tiempo que hablaba.
—Que gracias… a mí me encanta hacer esto —contesté un poco nerviosa.
—Perfecto, requeríamos gente y qué mejor que alguien con tu experiencia.
—Gracias, Señor Laurence.
—Clay, ¿está bien? —Asentí y repetí su nombre de pila para indicarle que así me dirigía a él—. Ven, sígueme —dimos un pequeño tour por el sitio. Me mostró donde dejaría los recados cuando tuviera tutorías próximas o algún pendiente. Intentaba que fuera una asesoría a la vez para dar mejor calidad y me pidió mi horario para poder sincronizarse—. Kyana, ahora que veo tus clases, me doy cuenta de que solo tienes miércoles y viernes completos ¿Te interesaría tomar un caso que va muy mal en literatura a partir de hoy? —¿Qué? Lo miré un tanto consternada. Edwin mencionó algo sobre ello, pero de repente me pareció que necesitaba tiempo para analizarlo—. Sé que es muy pronto, sé también que dominas esa materia. No creo que te represente ningún problema, además, es un caso… algo especial, no se lo puedo dar a cualquiera y es urgente —Me veía atento esperando mi respuesta. Pensé con rapidez. Adoraba los retos y no podía negarme, menos después de darme esa oportunidad. Asentí.
Puso una mano en mi hombro aliviado.
—¡Muy bien!, muchas gracias por aceptar así… Sin previo aviso. Prometo que esto no volverá a suceder, siempre informamos con antelación, pero como te digo… es algo especial. Está esperando en el cubículo quince, sube las escaleras y la tercera puerta de lado derecho. Cualquier complicación me avisas de inmediato, ahora tengo una junta por lo que no puedo acompañarte, aun así, no dudes en interrumpirme si no van las cosas bien ¿de acuerdo?… ¡Mucha suerte! —Al subir la escalera me observó sonriente y con sus manos en las bolsas del pantalón, parecía más relajado que cuando lo vi unos minutos antes. Al llegar al segundo piso, conté tres puertas y abrí expectante. ¿A qué se refería con «especial»?
El cubículo se veía aún más diminuto con él adentro, estaba de espalda tocando la pantalla del móvil distraído. Tragué saliva mordiéndome el labio. ¡Diablos! Era uno de los muchachos de mi clase de literatura. Respiré profundo y caminé hasta él.
Alzó la vista un segundo y de inmediato volvió a su celular. Era realmente guapo, no pude evitar fijarme que iba vestido con una playera gastada, jeans kilométricamente largos, para poder cubrir aquellas interminables piernas, y tenis negros. Lástima de persona. Últimamente cuando parecía que tenía buena suerte, la vida me daba un revés.
Dejé de observarlo. Me senté frente a él y comencé a sacar mis apuntes de la materia.
—Me dijo el señor Laurence que necesitas ayuda en literatura —soné más dura de lo que pretendía. No se inmutó y asintió muy concentrado con su aparatito riendo por algo que ahí veía—. Soy Kyana y…
—Un segundo —Me silenció con un ademán. Sentí humillación y una furia desconocida aflorar dentro de mí. ¡En serio todos esos chicos eran iguales! Aguardé perforándolo con la mirada intencionalmente. Se tomó su tiempo el muy descarado. Cuando dejó de escribir, se dignó a verme con esos ojos asombrosamente grises. Lo cierto era que moría por aventarle justo en medio de la frente ese aparatito que acababa de dejar sobre la mesa. ¡Idiota!
—Ahora sí… ¿Me decías?
—Yo no te decía nada, tú eres el que está aquí por algo —Le recordé alzando las cejas, retadora. Su quijada se tensó. No lo conocía aún, pero parecía algo… descolocado. Quise reír.
—Sí, porque el maestro de literatura me amenazó…
—Espera… —Lo silencié con el mismo gesto que usó hacía un segundo—. Yo solo vine a explicarte literatura, las razones por las que estás aquí, créelo… me dan lo mismo ¿de acuerdo? —Gocé con la manera en que se le distorsionó la expresión engreída, me miró confuso y sin comprender. De pronto se puso serio, recargó ambos brazos sobre la mesa y se acercó a mí sin miramientos. No me moví ni un centímetro aguantándole la vista.
—No pensaba decirte los motivos por los que estoy aquí…
—¿Ah, no? Muy bien… entonces comencemos —continué retándolo. No se movió, parecía divertido e intrigado.
—Solo una cosa, no pienses que por esto podemos llegar a ser amigos, tú y yo no nos conocemos afuera de estas cuatro paredes, ¿de acuerdo? No quiero que hables de mí con nadie, ni que digas que me das estas clasecitas ridículas —sentí su aliento muy cerca de mi rostro. Evaluaba mi reacción.
—Me parece perfecto… tú y tu amistad no me interesan y será un placer cumplir tu petición, se hará justo como dices —Ese juego de palabras comenzaba a alterarme, sentía mi lengua cada vez más filosa y lista para contestar lo siguiente. Yo no solía ser así, ese chico en menos de diez minutos logró exasperarme con su pedantería.
No supo reaccionar, me evaluó un momento más, como buscando alguna señal de arrepentimiento. Al no verla, se sentó de nuevo en su lugar. De pronto su celular sonó. Fui más rápida que él, puse una mano sobre el aparato, logrando así que me observara atónito.
—Yo también tengo condiciones… mientras estemos aquí, no quiero que nos interrumpan, ¿de acuerdo? —Me mordí enseguida el labio sintiendo que había ido demasiado lejos.
Lo tomó evadiendo mi mano y contestó mirándome con asombrosa prepotencia.
—Ahora no puedo hablar, te marco en una hora —Y colgó. Ya no lo veía, buscaba en mis apuntes el punto de partida.
—¡Ah! Y por favor sé puntual —agregué sin prestarle atención. No contestó, aunque sentí sus ojos clavados sobre mi cabeza, eso no logró que le hiciera caso. Engreído.
Comencé preguntándole temas al azar para saber por dónde podía empezar. Pensé que no podría contestar nada, no obstante, para mi sorpresa, respondió bastante. Continué sin mirarlo a los ojos casi el resto de la tutoría.
—Muy bien, entonces partimos de la literatura medieval… —jugaba ya con un lápiz asintiendo indiferente. El tiempo se fue volando, el tema me apasionaba. Yo le indicaba qué anotar y él lo escribía extrañado. Parecía que no estaba muy acostumbrado a las órdenes. De pronto cerró su libreta levantándose rápidamente.
Observé el reloj, las cinco en punto. Me miró desde la puerta sonriendo.
—Recuerda: puntualidad, Kyana, y por cierto… me llamo Liam —salió sin que pudiera decir nada más.
Tomé mis cosas sin poder definir bien lo que sentía. Por un lado quería reírme, de verdad su cinismo resultaba refrescante y algo nuevo para mí. Pero por el otro, quería ir y darle un buen puntapié para verlo perder esa envergadura de prepotencia.