Caminé a casa pues ya no estaba Annie por ahí. Llegué rendida e hice lo de todos los días. Cuando mi madre entró, se puso feliz al saber que había sido seleccionada de nuevo para impartir tutorías.
—Ves, mi niña, todo va saliendo muy bien, Myrtle Beach no es tan mala después de todo. —Asentí aún nostálgica. No, no era malo, aun así, no era «mi» hogar. Me abrazó de pronto por lo que respondí al gesto con sinceridad. Estaría poco tiempo y las cosas iban mejor de lo que imaginé, así que no más quejas.
—Sí… lo sé, hasta ahora así parece. —Tomó mi rostro entre sus manos.
—Kyana, estoy muy orgullosa de ti. Sé el esfuerzo que el cambio está implicando para ti y te juro que te lo agradezco muchísimo —sonreí con los ojos rasados al igual que ella, últimamente las lágrimas salían con facilidad.
—Sé lo importante que es esto para ti, mamá, no hubiera podido vivir tranquila sabiendo que si no accedía a venir contigo, no habrías aceptado este trabajo.
—Hija, es el último año que probablemente estaríamos juntas, no iba a desaprovecharlo ni siquiera por esta oportunidad.
—Lo sé… —susurré volviendo a acurrucarme contra su pecho.
Terminé casi a medianoche mis deberes. Era demasiado perfeccionista, cualidad o defecto heredado por ambos padres, así que me demoraba mucho con cualquier cosa. Por supuesto, como consecuencia, al día siguiente tenía unas pequeñas ojeras. Me vestí cómodamente y dejé mi cabello suelto debido a la pereza. Bostezaba cada dos segundos. Cuando me vi al espejo decidí que un poco de máscara ayudaría, en serio se notaba mi cansancio. Tomé mi mochila, la ropa de atletismo, desayuné apenas si un jugo y pan. Un segundo después, mientras me lavaba los dientes, sonó la bocina del auto de Annie pues quedó en pasar por mí y salí a toda prisa, subiéndome de inmediato al Peugeot.
Al llegar, los chicos hicieron comentarios absurdos sobre mi cabello. ¿Qué tenía de raro? No pude evitar avergonzarme por sus miradas. No me consideraba fea, tampoco una beldad. Era delgada, por lo que estaba muy consciente de que no contaba con un cuerpo escultural, ni llamativo; sin embargo, me sentía contenta con mi figura, creía que era proporcionada sin tener demasiadas curvas, no muy alta, cabello largo ondulado en las puntas, piel apiñonada, nariz más bien pequeña, y boca, para mi gusto, un poco más carnosa de lo normal, aun así, no muy ancha. En general me sentía simplemente cómoda conmigo... siempre fue así. Lo cierto es que no me creía alguien a quien obligatoriamente se debía voltear a ver, como parecía sucedía en ese momento.
Matemáticas pasó rápidamente. En cuanto terminó nos dirigimos a la cafetería, ahí ya estaban los demás.
—¿Qué vas a hacer el fin de semana, Kyana? —De inmediato me observaron esperando mi respuesta. Ya comenzaba a sentirme parte de ellos, era una sensación agradable.
—No lo sé… acabar de acomodar la casa, supongo…
—Y… ¿No te gustaría ir a la playa? Pronto llegará el frío y no será posible.
—¿Cuándo?
—Mañana, desde mediodía. Por la noche encienden fogatas. Se pone muy bien.
—Suena divertido… Sí, sí voy —sonreí entusiasmada. Sin perder el tiempo comenzaron a intercambiar anécdotas acerca de sus excursiones al mar en los años anteriores. De verdad eran divertidos y lo mejor: me caían muy bien.
Ya en literatura me hallaba revoloteando entre la poesía y el cómo la narraba el profesor Jhonson, cuando sentí una mirada clavada en mí, intenté ignorarla, pero al seguir percibiéndola giré buscando él o la responsable.
¡Era Liam! Me observaba triunfante. Que lo viera era justo lo que estaba buscando. Enarqué una ceja en señal de indiferencia volcando los ojos con fastidio y volví a perderme en las líneas del profesor. Si creía que me iba a desbaratar o le iba a abanicar las pestañas, estaba completamente perdido. Varias veces durante la clase sentí que insistía, como ya sabía que era él, me forcé a no voltear de nuevo. Engreído.
Cuando terminó la hora, salí junto con mis amigos, ignorándolo por completo. Si soy sincera era complicado no verlo; su presencia era imponente o es que yo así lo percibía. Escuché una carcajada procedente del salón que se parecía mucho a su voz. En serio no lo soportaba ¿Qué quería probar? ¿si era cierto lo que dije la tarde anterior? Se llevaría una sorpresa, estaba decidida a que se topara con la pared, no me iba a humillar ante nadie y mucho menos ante alguien como él, por otro lado, en serio amigos como esos, no me interesaban en lo absoluto.
Ciencias fue la tercera clase, después atletismo. Calentamos media hora y luego la maestra Hilling nos puso a dar vueltas, trotando en la pista. Tras unos minutos todo el equipo de americano salió. Sentí un poco de nervios, esperaba de verdad que ese tal «Roger» se hubiera olvidado de mi existencia. Pero un par de balones salieron disparados en dirección a mí. Al parecer, el entrenador se molestó, le gritó frente a todos y no volvió a suceder. Gorila vengativo.
Me puse como propósito no voltear ni una vez a la cancha, había demasiados indeseables ahí. Sí, ya sé, es increíble que apenas llevara una semana y ya tuviera… «conflictos» con dos tipos de esa calaña. Lo positivo era saber que contaba con esos chicos amables y bastante agradables.
Al terminar el día quedamos en que Annie pasaría por mí y nos veríamos con los demás en la playa a las doce. Mi madre habló avisándome que no hiciera de cenar, quería comer fuera de casa y ya había reservado. Comida italiana, mi favorita.
Eran las doce del día y la playa se encontraba abarrotada, prácticamente la escuela trasladaba ahí. Pronto encontramos a los chicos, se hallaban sentados bajo un par de grandes sombrillas muy coloridas y con varias toallas tendidas sobre la arena.
Sara y Susan tomaban el sol relajadas. Dejé todas mis cosas y buscando un poco de sombra me acomodé cerca de ellas. El clima era realmente agradable. Me quité la blusa y me dejé el short exponiendo así el bañador naranja con azul de dos piezas que llevaba puesto. Unos comenzaron a jugar voleibol de playa, otros se metieron directo al mar.
Billy, al ver que solo observaba sonriendo, me invitó a jugar cartas. Unos minutos después se hallaba frustrado porque no lograba ganar. Cuando los que estuvieron en el mar salieron, empezaron a provocar a los demás para que nos metiéramos. Así que sin mucha insistencia fuimos para allá gritando y corriendo. Eran muy divertidos, chapoteamos, reímos y jugamos como unos niños. Siempre me gustó el agua y aunque estaba fría, la gocé. Más tarde, Max y Lana sacaron unos pequeños refrigerios y todos nos sentamos relajadamente.
—¡Ey! Veo que hay un nuevo integrante en tu «clan» —estábamos tan inmersos en nuestros asuntos que nadie notó cuando alguien se acercaba. Era Roger junto con otros tres chicos. ¡Diablos! Max lo miró con indiferencia entendiendo que el comentario iba para él.
—Hola, Roger…
—Esta… —dijo, señalándome despectivamente— «amiguita» tuya, no tiene muy claro que aquí hay… ¿cómo decirlo?… Que no somos iguales. Así que… «mexicanita», espero entiendas que no hay mucho espacio para gente como tú… —sentí que la furia e impotencia viajaban vertiginosas por todo mi cuerpo. ¡¿Qué le ocurría?!
Lana, que estaba a mi lado, me tomó del brazo en clara advertencia de que no hiciera nada.
—Esa es tu opinión y si no tienes más que decir… —contestó Max muy tranquilo mostrándole con un ademán que se marchara. Roger soltó una gran carcajada de burla.
—Solo advertirte —giró, al mismo tiempo que con su pie aventaba arena sobre mi rostro y comida. ¡Estúpido! ¿quién se creía? Max, Ray y Robert se levantaron furiosos. ¡Dios! Parecía que no iba a terminar bien. Me incorporé rápidamente para tratar de calmarlos soltándome de Lana.
—¡Ey! ¡Ey! Tranquilos… —escuché otra voz que comenzaba a conocer.
—¡Dile a tu amigo que nos deje en paz! —Vociferó Max rojo de rabia. Liam me vio apenas si un segundo y se puso en medio de los dos grupos.
—Roger, vámonos. Te estamos esperando para comenzar el juego… —posó una mano sobre su pecho para tratar de tranquilizarlo y alcancé a notar una mirada de amenaza. El gorila patán, como lo apodaba en mi cabeza, respiró hondo y levantó las manos como rindiéndose. Sin embargo, me miraba con clara advertencia. Liam entendió el mensaje girando para verme de nuevo un instante. No logré comprender lo que intentaba decirme con los ojos, pero quedé más angustiada, no parecía relajado, al contrario.
—Tienes razón… allá seguro está más divertido —escupió Roger de repente. Robert y Ray tenían cada uno, una mano en los hombros de Max. Desaparecieron igual de rápido como llegaron.
Muda y con los ojos bien abiertos, permanecí ahí, de pie. ¿Era en serio todo eso?
—¿Estás bien? —Me preguntó Billy preocupado.
—¡Imbéciles! —Bramó Max soltándose de sus amigos—. Kyana, no vamos a permitir que pase nada ¿de acuerdo? —Todos se encontraban ya muy cerca de mí, una lágrima de furia resbaló por mi mejilla. Nunca me sentí tan impotente y asustada. En Los Ángeles tenía muchos amigos, conocía a mucha gente y aunque nunca intenté ser la más popular ni nada parecido, sí mantenía una buena relación con casi todos, jamás viví algo semejante.
—No se preocupen, esto tiene que pasar ¿no es así? —se miraron sin poder contestar.
—No estás sola… —susurró al fin Sara intentando relajar el ambiente, situación que no logró. Respiré hondo, no iba arruinarles el día, así que intenté sonreír quitando con la mano la arena de mi boca. Sacudí el sándwich y le volví a dar una gran mordida. Todos sonrieron aliviados.
La tarde ya no transcurrió igual a pesar de que nadie volvió a tocar el tema. No me dejaron sola ni un segundo, aunque no se veía ese aquelarre de monstruos por ningún lado.
Más tarde comenzaron las fogatas y música. Los observé sentada sobre la arena abrazando mis rodillas. Todos se portaban conmigo genial, apenas llevaba seis días de conocerlos y me sentía bastante cómoda a su lado. Sin embargo, al verlos, extrañaba demasiado mi hogar anterior.
El sábado por la noche, seguramente habría en la casa de alguien una pequeña reunión o una gran fiesta de las que solía celebrarse cada fin de semana. Mis mejores amigos: Jane y Raúl, estarían junto a mí y discutiendo algún tema inútil, al mismo tiempo que veíamos bailar a los demás. Eran muy especiales para mí, por lo mismo la despedida fue muy dura. Los conocía casi desde los siete años, crecimos juntos y teníamos miles de sueños que ya no presenciaría o permanecerían congelados hasta mi regreso. Era triste comprender el porqué yo me encontraba en Myrtle Beach y ellos allá, justo donde moría de ganas por estar.
Billy se acercó y me jaló para que bailara con los demás. Dudé un segundo… al final accedí. Después de todo, esa ya era mi vida, haría que también valiera la pena.
El domingo nos dedicamos a terminar de acomodar la casa. Para la hora de la cena ya no había más qué hacer. Acabé todas mis tareas y preparé la tutoría que tendría que darle a ese insufrible. Debí decir que no cuando tuve oportunidad, reflexioné evocándolo. Sentada en mi escritorio, con el lápiz en la boca, recordé su mirada del día anterior. ¿De dónde salió? ¿por qué me vio así?... Sacudí la cabeza para despejarla. Qué importaba lo que él pensara o cómo llegó ahí. Era la misma clase de persona que sus amigotes ¿no? Fue así como mi mente de nuevo voló a Roger, no comprendía por qué me odiaba tanto, en realidad no le había hecho nada… y ahora tendría que tener cuidado de no cruzarme por su camino, cosa poco complicada por el tamaño del instituto.
Bufé frustrada. Cerré mis libros abatida, guardé todo y me acosté muy inquieta. Lo que ese tipo practicaba se llamaba acoso psicológico.
Por la mañana no tenía muchos ánimos. Annie fue por mí, ya era una rutina. Comenzaba la segunda semana en ese colegio y habían pasado tantas cosas, que no lo podía creer. Llegué justo a tiempo a matemáticas. En el receso volvieron a planear el siguiente fin de semana, no pude negarme.
Cuando sonó el timbre, me dirigí al salón con los compañeros que compartía literatura. Justo en la puerta y obstruyendo el paso se encontraba Liam, junto con otro de los chicos con los que siempre se sentaba. ¡Fabuloso, jamás se cansaban!
—Hazte a un lado —exigió Max irritado, comenzaba a pensar que lo odiaba. Liam lo miró por debajo del hombro burlándose. En serio era pedante. Se quitó con un ademán de reverencia, como si fuera a pasar la realeza. Mi amigo pasó sin importarle y cuando fue mi turno, me observó ya serio, lo ignoré de inmediato siguiendo a los demás. Era a propósito, verificaba si cumplía mi parte del trato y claro que lo cumplía. No solo por él, sino también por mí, no deseaba que me relacionaran con alguien así, ni siquiera en algo tan simple como las tutorías.
En ciencias Edwin no me dejaba sola ni un momento y yo ya no sabía cómo actuar. Era un buen chico, consiguió que volviera a dar las tutorías, era inteligente y existían temas de conversación con él, pero no deseaba nada con nadie. ¿Eso era tan difícil? Tenía ya muchas cosas en la cabeza como para que se agregara un pretendiente que no llamaba mi atención en lo absoluto. Robert lo notó y como no queriendo la cosa, me libró los últimos treinta minutos de él. Le agradecí con la mirada, gesto que respondió con una linda sonrisa.
En el receso no los pude ver porque fui a buscar unos libros a la biblioteca de la escuela, apenas si tuve tiempo de cambiarme para atletismo. Caminando a la cancha sudaban mis manos, estaba nerviosa. Lana me encontró casi al entrar, la calma llegó al verla, enseguida se nos unió Susan con gran aspaviento, como siempre. Ya habíamos terminado de calentar, la profesora Hilling tomaba el tiempo a cada uno al correr, mientras los demás repetíamos abdominales, lagartijas y puros ejercicios extenuantes… Definitivamente el atletismo no me encantaba, pero ahí seguiría, era lo que menos me desagradaba, digamos que ya le tenía un poco, solo un poco de cariño.
En mi turno comencé a correr alrededor de la pista lo más rápido que podía, cuando sin más, sentí un golpe seco en mi costado que provocó saliera disparada en dirección opuesta logrando que me diera un fuerte raspón del lado derecho y cayera sobre uno de mis dedos que tronó enseguida. Levanté el rostro adolorida y lo vi de nuevo. ¡Maldición!
Roger jamás se rendiría, alguien debía ponerlo en su lugar.
—¡¿Qué te pasa?! —grité aún sobre el piso con grava hasta dentro de la boca. Liam llegó en un segundo, incluso antes que nadie. Se puso en medio de los dos mirándolo furioso.
—¡¿Qué sucede contigo, Roger?! —Él reía cínicamente sin contestarle, solo observándome.
—Te dije que no era lugar para ti… —abrí los ojos atónita, ese tipo estaba loco.
—No digas estupideces… —lo regañó Liam.
—Ahora resulta que defiendes «mexicanitas», no me vengas tú con eso, Liam —vi cómo apretaba la quijada al escucharlo, mientras yo no lograba ni siquiera moverme.
—Si te suspenden un partido nos vas a joder la temporada ¿comprendes?
Mi expresión se congeló, por un momento creí que le reclamaría por lo que me hizo. Me sentí una estúpida, claro que le preocupaban sus propios intereses, era el capitán del equipo, algo así no podía permitirlo.
De repente, sin que me diera cuenta, ya todos estaban ahí. Mi maestra y el que reconocí enseguida como el entrenador de su equipo, se encontraban uno de cada lado mío.
—¿Estás bien, muchacha? —Asentí adolorida. La profesora Hilling me ayudó a incorporarme.
—¡Es increíble que sucedan estas cosa, Josh! ¡Date cuenta del tamaño de Roger y el de Kyana! —gritó furiosa. El entrenador parecía afligido.
—Lo sé… jamás había sucedido… —Yo estaba en medio de los dos escuchándolos discutir—. ¡Roger!… —lo llamó su maestro muy molesto. Este apareció enseguida sin remordimiento en los ojos—. Llévala a la enfermería en este instante y asegúrate de que esté bien… después hablaremos —Al escucharlo sentí que mis piernas fallaban.
—¡Por supuesto que no! —Vociferó gracias a Dios mi maestra—. No quiero que ninguno de tus hombrecitos se le acerquen, son demasiado… toscos —sentí que volvía a entrar aire en mis pulmones—. Lana y Susan, acompáñenla ustedes y después vengan a decirme qué pasó —Ambas se acercaron a mí enseguida—. ¡Y tú! —dijo señalando a Roger—, no quiero volver a ver algo así o te juro que te borraré esa sonrisita cínica del rostro —De verdad estaba furiosa, supongo se daba cuenta de que había sido deliberado.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó Lana preocupada. Sonreí para tranquilizarlas, nunca he sido partidaria del melodrama, por otro lado, no solía tener accidentes de ningún tipo.
—Creo que me di un buen raspón, lo que duele mucho es el dedo —Ambas agarraron mi mano y vieron que mi dedo meñique estaba completamente fuera de su lugar.
—Dios… te lo rompiste… —murmuró Susan llevándose una mano a la boca. Protegí el dedo con la palma, un tanto asustada. Jamás me había roto un hueso, dolía horrible por muy pequeño que este fuera. Suspiré aguantando la sensación.
—No es nada, seguro me entablillan y ya… —Sus rostros estaban completamente desencajados, así que opté por hacerme la fuerte, era lo mejor, ¿no?
—Cuando sepan los chicos se van a poner furiosos, sobre todo Max, desde que terminaron su amistad no lo soporta.
—De qué hablas… ¿cuál amistad? —Ya iba a poner mis ojos en blanco, cuando escuché esas palabras. No entendía nada, entre ellas se miraron mortificadas.
—Es una larga historia, Kyana. En resumen: Max y Liam fueron mucho tiempo muy amigos hasta que un día, todo cambió.
—Liam cambió… —corrigió Susan a Lana—. Incluso Kellan, Roger y el resto no eran así… —De pronto se detuvieron frente a una puerta, entré y vi a dos enfermeras escribiendo algo en los ordenadores. Ingresé confiada.
—Hola… sucedió un accidente en la cancha y la maestra nos mandó —anunció Susan. Una de ellas se levantó rápidamente.
—¿Qué pasó? —Le expliqué grosso modo—. ¿Algo más que te duela? —En un acto reflejo froté mi costado derecho a la altura de la cadera y las costillas. Ardía. La mujer se percató con suficiencia—. Ahora te atiendo… Una de ustedes vaya con la señorita Hilling y dígale que ya nos estamos encargando, ¿de acuerdo? —Susan salió enseguida.
En efecto, me rompí el dedo, la enfermera dijo que era una fractura limpia ¿Qué era eso? No tengo idea, parecía ser buena noticia y ella una experta pues no tomó radiografía alguna. Lo inmovilizó pidiéndome que así lo dejara quince días. Limpió y desinfectó los horribles raspones, luego me dio unos ungüentos para evitar grandes moretones, pero debía ponérmelos después de un necesario baño. Veinte minutos después ya estaba fuera.
—¿Todo bien? —preguntó Lana que se quedó esperándome.
—Sí… me siento mejor —faltaba media hora para las cuatro—. Debo irme, tengo tutoría… —recordé de pronto. Torció la boca.
—¿Segura? —Asentí serena. Mi amiga se encogió de hombros, besó mi mejilla y se marchó en dirección opuesta.
Me duché y coloqué el ungüento en los raspones. Tenía grava por todos lados, el chorro del agua sobre la piel dolió bastante. Aun así, lo logré sin problemas. Llegué puntual, él ya estaba ahí. Jugaba con un lápiz entre sus dedos, estaba serio. En cuanto entré, giró estudiando mi mano, intenté esconderla tras la cadera.
—Tu dedo, ¿está fracturado?
—Sí… —me senté sin darle mucha importancia sacando las cosas que necesitaba de la mochila sin mirarlo, no obstante, sentía sus ojos fijos sobre mí—. ¿Comenzamos? —alcé la vista. ¡Dios! Era demasiado guapo. Me veía confuso. Extendí un libro frente a él, empecé a explicarle y a subrayar algunas cosas. No ponía atención, seguía estudiándome, alcé los ojos ya molesta, un pequeño escalofrió recorrió mi cuerpo.
—Kyana… siento lo que pasó —apretó la boca dejándola tan solo en una línea. Me encogí de hombros indiferente, no tenía ganas de hablar, menos con él, si era sincera—. Eres muy extraña, ¿sabes? —volqué los ojos hastiada ¿Ahora se había comido un perico? O ¿por qué no se callaba? No tenía ánimos de escucharlo—. No vas a preguntar ¿por qué?... —negué pestañeando. ¿Qué le pasaba?
—¿Continuamos? —lo alenté de nuevo al mismo tiempo que pretendía seguir explicándole. No se movió ni un centímetro, estaba comenzando a colmar mi paciencia. Cerré fuertemente el libro, logrando que pestañeara—. Okey, veo que hoy no tienes ganas de esto… —comencé a meter todo en mi mochila—. Créeme, estoy muy cansada y hago un gran esfuerzo… —Ya iba a levantarme cuando me detuvo sujetando mi antebrazo. Miré su mano y luego su rostro abriendo los ojos de par en par sin poder evitarlo. Su contacto provocó una pequeña descarga que al parecer a él también, porque me soltó enseguida. Mi pulso enloqueció, incluso puedo jurar que no escuché nada por un microsegundo.
—Espera… eso es a lo que me refiero… cualquiera hubiera montado un drama y… no estaría aquí… —resoplé un poco exasperada.
—Es un compromiso que acepté y créeme que no lo estás poniendo fácil —sonrió. Mi boca se secó con tan solo ese gesto. Y es que… se reía con los ojos. ¡Por Dios! Era demasiado… perfecto. ¿Qué me estaba pasando?, seguro el golpe ya estaba provocando alucinaciones. No existía otra explicación.
Tomó mi mochila como si fuese suya, sacó lo que recién usábamos, lo tendió frente a nosotros y me miró enarcando una ceja, esperando. Sonreí al comprender que iba a dejar que le diera la clase al fin.
La hora pasó rápidamente. Cumplía con lo que le pedía y hablábamos fluidamente sobre esos temas que detestaba. Todavía le faltaban varias cosas por entender, pero era evidente que había leído lo que le había pedido. Por otro lado, captaba todo con una velocidad asombrosa, en definitiva, dentro de sus cualidades se encontraban la retención e inteligencia. Debido a eso comprendí que tenía algún problema con el maestro o… mejor dicho con su carácter, lo segundo era más factible.
Faltaban tres minutos para las cinco, cerró todo sin que yo pudiera reaccionar.
—Te ves muy agotada y creo que ya fue suficiente… —abrí la boca para objetar. ¿Desde cuándo tanta consideración?, aunque la verdad era que sí me sentía adolorida, el golpe ya se había enfriado y comenzaba a sentirse peor. Asentí resignada. Tomó mi mochila y metió todo en su interior. Lo observé incrédula, así que en un arrebato de molestia se la quité frunciendo el ceño.
—Gracias, pero me rompí un dedo, no el brazo, puedo sola —lo dejé de nuevo confuso, levantó las manos simbolizando rendición.
—Solo quería ayudar, me queda claro que puedes, deseaba ser cortés —terminé de guardar lo que faltaba ignorándolo y me dirigí a la puerta—. ¿Tienes auto? —Me preguntó con interés. Negué y abrí—. Espera… —De verdad que era obstinado y yo ya no tenía ni paciencia, ni nada. Volteé irritada.
—¡¿Ahora qué!?...
—Yo te voy a llevar… —Y antes de que pudiera decir nada, me quitó la mochila y se la colgó en su ancho hombro. ¡¿Qué diablos se creía?!
—¡No te entiendo! —grité frustrada, sintiéndome en el límite—. El jueves me pediste no decir nada acerca de que estás aquí, ni siquiera quieres que mencione a alguien que te conozco —Me estaba mordiendo el labio desesperada, furiosa y confusa, lo hice tan fuerte que sangró, paré.
—Lo sé… y así va seguir siendo, pero…
—Pero nada… —intenté quitarle la mochila, era inútil, él reía divertido—. Yo también quiero que así siga siendo… —Le escupí. De pronto se puso serio, acercó una mano a mi costado derecho y levantó la blusa levemente sin pedir autorización.
—¿Eso también? —miraba impresionado el enorme raspón. Bajé la tela de un tirón—. No lo voy a discutir, te llevo a casa —Y caminó sin esperarme. De verdad me sacaba de quicio, era un pesado, además ¿quién se creía para ordenarme? Bajó las escaleras a toda prisa, intenté seguirle el paso, pero me dolían los músculos del lado donde caí. ¡Maldición!
Cuando por fin llegué a la planta baja, no estaba. Lo que me faltaba. Resoplé sintiéndome fuera de mí. Anduve lentamente hasta el estacionamiento y lo busqué con la mirada unos minutos. ¡Agh, lo odiaba! Un enorme Jeep oscuro se estacionó frente a mí y bajó él. Torcí el gesto. Un vehículo así tendría que tener. Abrió la puerta del copiloto para que subiera, crucé los brazos sin tener la menor intención de moverme. Ni en sueños me treparía.
Se carcajeó ante mi actitud.
—Si no subes sola, yo te traeré cargando —Jamás se atrevería. Sin embargo, al ver que se acercaba de nuevo decidido, no quise ponerlo a prueba y caminé hasta él refunfuñando. Cuando llegué a la puerta tomó mi brazo y me ayudó a subir. Era la segunda vez que me tocaba, la sensación fue la misma que la primera, así que me aparté de inmediato. Abroché el cinturón de seguridad perdiendo la mirada en el exterior.
No entendía qué pasaba conmigo, en un segundo decía una cosa y al siguiente, me contradecía. Sabía que parecía una chiquilla, aunque él no se veía más maduro que yo de todas formas. Además, lo último que deseaba era quedar bien, así que no me importó. Ya sé, lo único que faltaba era sacarle la lengua y ganas no me faltaban, pero mis nervios estaban demasiado alterados en esos momentos, por su culpa obviamente y la del gorila patán por supuesto, así que no me moví.
—¿Por dónde me voy? —parecía muy divertido con mi actitud. Le di las señas rápidamente y en cinco minutos ya estaba frente a casa. Tomé mi mochila sin mirarlo.
—Gracias…
—De nada, Kyana —alcancé a escuchar cuando noté que salía del auto. Lo observé estupefacta, caminaba frente al cofre rumbo a mi puerta. Puse los ojos en blanco. ¡No podía ser, el chico se sentía un caballero! ¿Qué más iba a suceder ese día?, ¿llovería chocolate? Bueno, eso no sería trágico, al contrario… ¡Ah! Definitivamente estaba desvariando. Abrió sonriendo, parecía muy relajado. Bajé sin tomar la ayuda que ofrecía—. Espero que sigas mejor…
—Sí, yo también… hasta luego y… gracias otra vez —anduve hasta mi casa sin voltear, ni esperar respuesta. Sabía que lo sucedido no fue su culpa; sin embargo, el hecho de que ese «Roger» fuera su amigo me obligaba a guardar cierta distancia. Por otro lado, él tampoco me inspiraba confianza, eso sin contar que alteraba mi sistema nervioso de una forma inusual.
Cuando abrí la puerta escuché su motor alejarse. Suspiré más tranquila sintiéndome de nuevo yo, aunque un poco adolorida, bueno, bastante adolorida. Subí arrastrando los pies. Encontré algo cómodo que ponerme y le hablé a mamá para infórmale sobre mi pequeño accidente y que deseaba dormir. Una vez segura de que me encontraba bien, salvo los raspones y la fractura diminuta de mi dedo, colgó: ella llevaría la cena.
No supe ni en qué momento con mi libreta en las manos y unos libros a un lado, quedé perdida en el país de los sueños. Mi madre intentó despertarme para que ingiriera algo, no tenía ganas, así que quitó todas las cosas que dejé sobre la cama y me cubrió con una cobija.
Por la mañana ella fue la que logró que abriera los ojos. Nunca me pasaba, normalmente yo ponía el despertador, pero por lo ocurrido el día anterior, ni siquiera me acordé. Me dolía todo, la playera del pijama se adhirió a los raspones y no tenía idea de cómo la quitaría, la buena noticia fue que el dedo inmovilizado no causó problemas. Tomé una ducha con sumo cuidado, me puse pantalones deportivos y una sudadera a juego, no aguantaba el roce del jean.
Apenas si alcancé a meterme algo en la boca cuando Annie tocó la bocina, debía irme.
—Te ves fatal —la observé torciendo la boca. Robert apretaba la quijada.
—Sí, Kyana, ¿no prefieres quedarte? —Mi amiga me observaba de reojo. Negué con firmeza. Ciertamente no me sentía muy bien; sin embargo, no me agradaba faltar a la escuela. Además ¿a qué me quedaba?, mi aprensión no me dejaría ni siquiera descansar.
—Ayer te esperé… me preocupaste —Le sonreí agradecida. Ambos me miraban mientras esperábamos que se pusiera la luz verde.
—Me trajeron… —solté bajito.
—¿Quién? —quiso saber Robert de inmediato. Giré hacia la parte trasera del auto donde él siempre se sentaba.
—A quien le doy tutorías —frunció el ceño extrañado.
—¿Y quién es?
—Me pidió que no lo dijera… lo siento, fue un trato —Me encogí de hombros indiferente. Todavía recordaba en lo que quedamos y presentía que ellos no comprenderían cómo podía seguir ayudando a alguien como él después de lo sucedido el día anterior. Para mi sorpresa Robert colocó una mano sobre mi hombro sonriendo.
—Menos mal que no te viniste caminando. Dijo Lana que te veías fatal —sonreí más serena.
Al llegar todos se me acercaron preocupados. Los tranquilicé intentando no darle tanta importancia. Pero Max, Ray y Edwin lucían molestos.
—Por favor… no pasó nada… estoy sana y salva —Les hice ver para que pararan. Apenas los conocía y no quería que se enfrentaran a ellos por mi causa. Sería absurdo. Los tres asintieron, supe que no logré convencerlos.
Matemáticas pasó sin nada de relevancia. En el receso no permitieron que pagara mi almuerzo. Me sentía inservible, pero a la vez no era tan malo saber que podía contar con ellos en tan poco tiempo. ¿Quién lo diría? Ya estaba de verdad muy encariñada con esos chicos.
—Ese imbécil —bramó Max por lo bajo a mi lado viendo a la puerta de la cafetería. Seguí su mirada intrigada. Era Liam y observaba nuestra mesa, bueno, en realidad a mí, me examinaba con ojos penetrantes. ¡Dios! Volteé al lado contrario de inmediato completamente ruborizada. ¿Qué le sucedía?
—¿Por qué mira para acá? —preguntó Annie un minuto después.
—Que ni se acerque, porque ahora sí ya no respondo —amenazó Ray. Gracias al cielo no lo hizo, porque mis nervios no estaban para eso.
—Te veía a ti —soltó Susan repentinamente. Enarqué las cejas fingiendo no entender.
—A lo mejor le remordió la conciencia… —Todos miraron a Lana atónitos y casi riendo.
—¡Claro que no! Para eso necesitas tenerla y él no la tiene… todos lo sabemos —Al parecer las cosas no eran tan sencillas en esta escuela. Demasiado resentimiento, demasiado odio, demasiado rencor acumulado y una larga historia. Me sentí insegura, comenzaba a sospechar que no tenía ni idea del suelo que pisaba. Billy me guiñó un ojo, probablemente mi rostro reflejaba mi preocupación.
—Tranquila, Kyana, olvídalo, «esos» ya eran así antes de que tú llegaras, es solo que… ahora no vamos a permitir que suceda más… —Ray parecía muy seguro. El timbre sonó y nos dirigimos a literatura. Lo que dijo ¿debía relajarme? Porque estaba siendo todo lo contrario.
Cuando entré, varios compañeros dejaron de hablar para verme sin disimular su pena por mí. Intenté ignorarlos. Max pasó un brazo por mi hombro, no lo quitó hasta que me senté. Parecía que quería mostrarles que no estaba sola. Creo que funcionó, ya que la clase transcurrió tranquila, bueno, eso sin contar que Liam mantenía fija su mirada en mi espalda. Lo ignoré todo el tiempo. Estaba decidida a demostrarle que era una persona de palabra y que además, no me interesaba en lo absoluto. No entendía su juego…
La mañana pasó así, sin nada de sobresaltos. Terminamos historia y fue ahí cuando comenzó la ansiedad: otra vez lo vería y… eso me alteraba demasiado.
Llegué antes que él. A las cuatro en punto se abrió la puerta y apareció. Era tan alto que se veía pequeño el lugar. Cuando lo miré, me dedicó una gran sonrisa.
—Hola —le regresé un escueto saludo. Esperé a que se acomodara, fingiendo que hojeaba algo en mis apuntes—. ¿Cómo sigues?...
—Mejor… ¿comenzamos? —Le acerqué el libro señalándole con un lápiz lo que debía leer.
—Veo que ya tienes varios amigos. —Asentí desconcertada. ¿Por qué hablaba tanto? Me pregunté fastidia. Ah sí, el perico, eso debía ser, porque en serio no entendía a ese chico que tenía frente a mí y que sonreía como los mismísimos ángeles. Su celular sonó, por supuesto lo observé molesta. Lo sacó de su bolsillo sin perder la conexión de nuestros ojos y lo apagó—. Listo… —hice un gesto que pretendía ser una sonrisa, creo que no lo logré—. ¿Siempre eres así de… cuadrada? —lo fulminé molesta. ¡¿Cómo se atrevía?! No era enojona en lo absoluto, pero tal parecía que él sacaba lo peor de mí. Era pura contradicción.
—Si soy cuadrada, circular o la figura geométrica que prefieras, es algo que tú jamás sabrás, ¿de acuerdo? Ahora, ¿podemos empezar o vas a seguir parloteando?
—De verdad que eres difícil… —sonrió despreocupado y divertido. Iba a contestarle algo mordaz cuando elevó las manos en rendición—. Está bien, está bien, ya entendí, nada de parlotear —Y comenzó a leer con suma atención lo que indiqué.
Lo observé perdida en mis pensamientos. Así… concentrado, no parecía tan malo. Su cabello rubio y oscuro caía tapándole los ojos, tenía unas manos grandes y bien formadas, su espalda era muy ancha y parecía que el sol lo favorecía aún más ya que su tez era bronceada, envidiable a decir verdad.
—Listo —alzó la mirada sin que tuviera tiempo de girarme a otra dirección. ¡Dios, qué vergüenza! Sonrió tiernamente. No supe qué hacer, pestañeé varias veces confusa. Rápidamente logré recuperarme y comencé a preguntarle como si no me hubiera encontrado admirándolo deleitada. ¡Maldición!
Todo lo contestó sin error. Comentó algunas dudas y había cosas que anotaba concienzudamente.
Los dos miramos el reloj justo un minuto antes de las cinco. Tomé el libro para guardarlo, él lo detuvo sin tocarme.
—¿Te llevo?
—No… una amiga me está esperando, gracias… —alcancé a percibir decepción en sus ojos. Estaba enloqueciendo gracias a él. Ese chico me desconcertaba con mucha facilidad. Le sonreí sintiendo el labio temblar y guardé todas mis cosas. Al levantarme, sujetó mi hombro con cautela.
—¿Tienes algo con Max? —Me ruboricé enseguida. ¿Qué clase de pregunta era esa? Me solté observándolo confusa. Me sentía perdida, extraña, fuera de mí. Me gustaba y a la vez no, pues no comprendía la razón.
—No —sonrió y se puso de pie. Mi cabeza llegaba justo a su pecho, con mi metro sesenta y tres no daba para más. Giré de inmediato y salí de prisa como un animalillo asustado huyendo del cazador.
Annie me esperaba en la entrada principal junto con Robert.
—¿Sabes? Me parece tan gracioso lo de tu «alumno secreto»… me intriga… —encogí los hombros con indiferencia, ya no quería evocarlo.
—Sí, es algo extraño —acepté recordando la última hora, sin poder evitarlo. Aún me sentía alterada, con cierto hormigueo incómodo y desconocido en mi estómago.
Por la tarde hablé con Jane, mi amiga de L.A., más de dos horas, cosa común entre nosotras.
—Y ¿qué?… Hay chicos guapos, o son todos como los de aquí… —Me mordí el labio aliviada de que no pudiera verme. Me conocía muy bien y con tan solo ese gesto, se hubiera dado cuenta de que algo sucedía. Liam eclipsó mi mente de repente. Suspiré molesta por esa intromisión a mi cabeza. ¿Qué estaba pasando? Me caía mal, no debía estarlo evocando cada dos por tres, ¿o sí?
—Pues… algunos… los típicos…
—Mmm… pensé que ya pescarías novio —Siempre le intrigó el porqué a todos les decía que no. Por supuesto que yo le intenté explicar una y otra vez mis razones; sin embargo, parecía que para ella no eran lo suficientemente válidas. Me creía más un ratón de biblioteca, que una adolescente común, decía que debía salir de los libros un poco y experimentar.
—Pues no… ya sabes que me gusta disfrutar de mi tiempo, Jane, eso no ha cambiado aunque esté a miles de kilómetros de allá.
—Ya esperaba esa respuesta —rió decepcionada. Ella sí había tenido algunas parejas al igual que Raúl y a ambos los vi sufrir en más de una ocasión, así que prefería permanecer sin problemas de ese tipo.
Al terminar la llamada, lágrimas de tristeza y nostalgia escaparon de mis ojos. En general no podía quejarme, pero los extrañaba demasiado, sentía un pequeño agujero en el pecho cada vez que pensaba en el día de la graduación y que yo no estaría…
La mañana siguiente llegó barriendo un poco, como suele pasar en esos casos, la tristeza. Me sentía mejor físicamente aunque no del todo en el área sentimental. Escogí unos jeans más holgados, sujeté de nuevo el cabello y no hice más, mi ánimo se encontraba un tanto oscuro.
El día fue tranquilo, comenzaba a sentirme parte de ese nuevo mundo. En la clase de literatura volví a ser consciente de esa, ya familiar mirada clavada en mí varias veces. Continué ignorándolo, a pesar de que conseguía poner mis sentidos en alerta. Saberlo en el mismo salón generaba en mi interior una sensación… desconocida, era como tener erizados los vellos de todo el cuerpo sin descanso.
La maestra de atletismo me dio la hora libre debido a mi condición. Fui a la biblioteca y adelanté mis deberes.
Por la tarde mamá llegó radiante. Al parecer todo le estaba saliendo de maravilla. De vez en cuando me observaba de una forma peculiar. Yo le sonreía intentando despistarla. Piqué un poco de la cena y en cuanto terminamos me encerré en mi habitación. No dijo nada, me conocía mejor que nadie, sabía que ese día estaba muy triste. La sensación de nostalgia no conseguí apartarla de mí. Supongo era normal con todo ese cambio. No tenía tareas pendientes, todo lo hice en la escuela. Sobre la cama, abrazando una almohada, dejé brotar unas cuantas lágrimas de melancolía, extrañaba mucho a mis amigos, mi antigua escuela, mi antiguo hogar.
Por la mañana la tristeza no era tan fuerte. Miré por la ventana, más serena, el cielo estaba despejado y las copas de los árboles se mecían decadentemente, como presas de un lindo vals, sonreí.
Jueves ya, no cabía duda que el tiempo no se detenía nunca, este avanzaba sin piedad, estuvieran las cosas bien o estuvieran mal.
A la hora del almuerzo todos planeamos el día en la playa, parecía que iba a ser el último en algunos meses; el meteorológico pronosticaba que el frío comenzaría la siguiente semana.
Inglés fue, como solía, muy aburrido. Después historia. Emma ya me esperaba apartando un sitio para mí. Al acabar, ella y yo nos pusimos de acuerdo para realizar un trabajo en común que nos dejó el profesor y salí disparada al edificio de tutorías.
«Mi alumno secreto» ya estaba ahí… Sobre la mesa redonda donde solía explicarle, se encontraban todas sus cosas, él se hallaba de pie a un lado de la ventana. Tragué saliva sintiendo que costaba pasarla.
—Lo siento… —conseguí decir agitada. Liam me sonrió triunfante, no comprendí ese gesto, lo miré desconcertada.
—Parece que no eres tan cuadrada después de todo —observó enseguida el reloj para luego verme. Me mordí el labio, nerviosa. ¿A qué venía eso? Me senté y en tiempo récord saqué todo lo necesario de mi mochila—. Tranquila… —dijo al acomodarse frente a mí relajadamente.
—Lo siento, tenía que ver lo de un trabajo en equipo. No vuelve a suceder —recargó sus brazos sobre la mesa acercándose a mí mirándome de una forma que no entendí, pero que me alteró muchísimo.
—No te preocupes… esas cosas pasan, ¿no es así? —Mi boca se secó sin saber qué decirle—. Aunque sí, ya rompiste tú una de tus reglas, ¿no es cierto? —enarcó una ceja con burla.
—Yo… bueno… sí… ya te dije que no vuelve a suceder… —Me costaba respirar teniéndolo tan cerca, lo peor era que parecía disfrutarlo.
—Entonces… yo puedo romper una de las mías, ¿no? —quiso saber examinando mi reacción. Pestañeé sin comprender.
—¿A qué te refieres? —volvió a alejarse cruzando sus enormes brazos detrás de la cabeza.
—Pues, a que jamás seríamos amigos —Cada vez entendía menos y al parecer eso lo divertía porque soltó una enorme carcajada. Volvió a acercarse a mí un poco más serio. No pude evitar emitir un gemido de sorpresa—. Me gustaría conocerte más… —Me quedé muda, perdida en su mirada, sentía un millón de hormigas caminando frenéticas dentro de mí. Sacudí la cabeza intentando comprender.
—Yo creo que no es buena idea… —solté de pronto pegándome al respaldo de la silla para poner distancia entre los dos. ¡Dios! ¿qué le ocurría?
—Y eso… ¿por qué? —preguntó extrañado e inquisitivo. Tomé un mechón de mi cabello intentando pensar. ¡Agh!, mis neuronas parecían haber renunciado.
—Pues… porque… no. No te comprendo —acepté por fin.
—Kyana, me gustaría ser tu amigo, ¿soy más claro?
—¿Mi amigo?, ¿para qué? —Ahora él parecía confuso, frunció el ceño.
—¿No puedes tener más amigos?
—Sí… —estaba enrulándome uno de mis mechones, nerviosa.
—¿Entonces? —sus ojos tenían una mezcla de verde botella con gris increíblemente única y por si fuera poco, su mirada me estaba provocando mareos, me sentía como flotando. ¡Diablos, eso no era normal!
—Liam… ¿podemos comenzar? —rogué tratando de encontrar algo seguro a lo cual sujetarme, jamás había sentido cosas así.
—¿Lo pensarás? —Y se acercó aún más a mí. Temblé sin poder evitarlo, olía… delicioso. Asentí sin poder articular palabra. De inmediato relajó su postura—. ¡Perfecto! Comencemos —sudaban mis manos, aun así, conseguí terminar la tutoría dignamente—. ¿Te esperan de nuevo? —quiso saber cuándo guardábamos nuestros materiales.
—Sí.
—Bien, te veo mañana entonces… —Asentí y enseguida salió de ahí. Cuando se fue solté por fin el aire. Lo mantuve ahí desde que comenzó con su conversación tan extraña. Intenté relajarme y unos minutos después crucé el marco de la puerta.
Toda la tarde estuve confusa, distraída.
Emma fue a casa, se la presenté por supuesto a mamá, de inmediato congeniaron, las observé conversar animadas sin participar. No podía dejar de pensar en lo sucedido unas horas atrás. ¿Para qué quería ser mi amigo?, ¿sería un plan para molestarme? ¿o para fastidiar a Max? Era evidente que habían muchas cosas extrañas entre los dos.
—¿En qué piensas, cielo? —preguntó mamá sacándome de golpe de mis pensamientos.
—En el trabajo, ¿comenzamos, Emma? —asintió sonriendo.
Dos semanas de haber arribado a Myrtle Beach, el tiempo estaba pasando rápido. No volví a ver a Roger, así que... me sentía más tranquila. La mala noticia es que era viernes y ese día tenía atletismo, allí seguro me lo toparía.
La primera hora transcurrió en calma, al igual que el almuerzo. En literatura llegué a temer por un momento que Liam se acercara. No lo hizo. Solo me observó al entrar dejando de hablar con uno de sus compañeros. Lo miré un segundo y enseguida me giré intentado ignorarlo.
La situación parecía complicada. ¿Cómo fue que llegué a eso en quince días? Mis recientes amigos lo odiaban, su compañero de equipo estaba decidido a hacerme la vida de cuadritos por algo que no alcanzaba a comprender, le daba asesorías clandestinas y ahora… quería ser mi amigo por alguna extraña razón. Me sentía confusa y desorientada. No quería traicionar la insipiente amistad de los chicos, además ¿qué sentido tenía que nos conociéramos más?, éramos sumamente diferentes. Yo odiaba a los de su clase y él se dedicaba a fastidiar y cansarle la vida a la gente que no pertenecía a su círculo, como yo.
En atletismo, hice lo mismo que el resto. Los del equipo de americano llegaron unos minutos después de haber comenzado el calentamiento. Pasaron justo frente a nosotros sin los cascos puestos.
Ahí lo volví a ver.
Me dedicó una sonrisa que no pude contestar. Giré a mi alrededor nerviosa para ver si alguien lo notó, todos seguían practicando sus ejercicios. Me concentré de inmediato intentando regularizar la respiración. Su sola presencia me alteraba demasiado, gracias a eso no vi cuando salió Roger.
Por fin terminó la mañana. Annie me avisó que no iba para su casa pues se tendría que quedar para realizar unos trabajos junto con Robert en la escuela. Quería pensar, así que me quedó estupendo el hecho de poder caminar y dejar volar mi cabeza.
Especulaba sobre lo que haría de cenar evaluando mentalmente mi despensa y frigorífico. Cocinar me encantaba y perder el tiempo pensando en alguna nueva receta era una de mis aficiones.
—¿Te llevo? —No había escuchado ningún auto acercarse, sin embargo, su voz era inconfundible. Lo miré sonriendo, sintiendo cómo de nuevo todo mi cuerpo despertaba, cosquilleaba completa y un calorcito desconocido me inundaba.
—No gracias, prefiero caminar. —Y eso hice. Las palmas de mis manos sudaban. No se rindió, me siguió despacio en su todoterreno.
—Kyana, no me cuesta nada. ¡Dios, eres tan difícil! —Se reía.
—Gracias, pero no… ¿qué sucede contigo? —Le pegunté sin dejar de caminar.
—Nada —dijo inocente—. Solo quiero ayudar a una amiga, ¿eso es un crimen?
—Tú y yo no somos amigos…
—¡Auch!… eso dolió, Kyana —detuve mi paso y lo evalué desconcertada.
—¿Qué quieres de mí, Liam? —Él también detuvo el auto asomando parte de su cuerpo por la ventana, ya serio.
—Ser tu amigo, creí habértelo dicho.
—Sí… pero… ¿por qué? —Se demoró en contestar con sus ojos fijos en mí.
—Porque… me intrigas…
—¿Te intrigo? —enarqué una ceja un tanto divertida. Otra cosa que jamás me habían dicho. Era una mujer de pocos misterios. Ese chico estaba loco, pero sin poder evitarlo mi boca se secó, otra vez… ¿Qué me estaba sucediendo?
—Por favor, sube… —miré a ambos sentidos de la calle, torcí la boca indecisa—. Por favor… —caminé hasta su camioneta dándome por vencida. Me abrió la puerta enseguida. Tomó mi brazo para ayudarme a subir y por sus ojos, supe que sentimos la, ya tan común, descarga recorrer nuestros cuerpos. Manejó tranquilo—. ¿Ves qué no hago nada? —Tenía su mirada atenta al exterior. Perdí la vista por mi ventana un poco nerviosa. Con él no sabía qué sucedería, era como estar en suspenso todo el tiempo—. Entonces… ¿en qué estábamos? —preguntó relajado y sonriendo.
—En que… te intrigo —admití ruborizada. Su rostro cambió y frunció el ceño asintiendo—. Liam… ¿no podemos seguir así?, como hasta ahora —Me aventuré a preguntar ya bastante perdida con aquel juego.
—¿Por qué? —Ya se aparcaba frente a mi hogar. Giró y me estudió en el momento que apagaba el motor.
—Porque… no sé… no quiero problemas, acabo de llegar. —Se acomodó en su asiento viéndome pensativo.
—¿Qué clase de problemas? —quería sacudirlo, me desesperaba que fingiera no saber de qué hablaba. Por Dios, si él era parte del conflicto con esa forma que tenía de ser—. Kyana, no te estoy pidiendo nada grave o… insultante —bajé la vista hasta mis manos que tenía aferradas a la mochila.
—Lo sé…
—¿Sabes? Eres la primera persona que se comporta así conmigo… —parecía que lo decía más para sí mismo que para mí. Lo volví a ver fijamente ahora un tanto decepcionada.
—¿De eso se trata?, ¿por eso te intrigo? —noté cómo lo sacaba de sus pensamientos. Abrió los ojos, atónito.
—No… Kyana, es solo que siento como si te estuviera pidiendo algo malo —desvié la vista a la calle mordiéndome de nuevo el labio.
—Es que… compréndeme, no sé qué sucedió entre tú y los chicos… Veo que no se soportan, Liam. Además está Roger —levanté mi dedo entablillado para que recordara a qué me refería. Sujetó el volante, noté enseguida como sus nudillos se ponían blancos de lo fuerte que lo apretaba, miró al frente con fijeza.
—Lo sé…
—La verdad es que creo que lo haces por… fastidiarlos —solté sin más. Sus ojos se volvieron a posar en mí más serio aún.
—¿Por qué haría algo así? —Me encogí de hombros en señal de no saber—. Lo de Max y el resto… es algo que no tiene nada que ver contigo —intentó explicarme—. Max y yo solíamos ser amigos…
—Eso he escuchado.
—No sé, la vida de pronto cambia —Ya veía él de nuevo a la calle. Sonreí comprendiendo muy bien a qué se refería—. Hagamos una cosa… —me observó nuevamente acercándose más. Yo abrí los ojos sin querer moverme, mi corazón martilleó tan fuerte que creía que se saldría por la garganta—, seamos amigos secretos, ¿qué te parece? —Eso sí que era descabellado, pensé. Enseguida solté una carcajada—. ¿Qué? ¿no te parece buena idea?... lo haríamos por ti, a mí no me importa lo que digan los demás o piensen… —A mí nunca me interesó tampoco, no entendía por qué ahora sí, en especial todo lo referente a él—. ¿De qué te ríes? —quiso saber. Con un ademán que comenzaba conocer, se echó el cabello hacia atrás sin tocarlo.
—Pues… es extraño… ¿no te parece? —intenté advertirle aún risueña.
—Entonces, ¿qué propones? —parecía entusiasmado con su loca idea.
—Lo pensaré —sentencié convencida de que era lo mejor. Me giré para abrir la puerta, pero quitó mi mano de la manija y quedó a unos centímetros de mi rostro observándome de la misma forma en la que se ve un delicioso pastelillo que está listo para comerse.
—No te vas a ir de nuevo sin darme una respuesta —tragué saliva con dificultad—. Vaya que me estás costando trabajo, Kyana… —Su aliento acariciaba mi rostro, olía tan bien. Me mordí el labio de nuevo sin poder evitarlo. Observó el gesto muy atento—. ¡Dios! ¿es qué siempre haces eso? —preguntó con la voz ronca deleitándose con mi gesto. Sentí que se acercaba más y más a mí lentamente, me iba a besar, ya no podía respirar. Se humedeció la boca con su rosada lengua, sentía su aliento sobre mí y no sabía qué más hacer, me quedé ahí, congelada, petrificada.
Un auto pasó de pronto, volteé enseguida la cabeza evitando así que lo hiciera. Él se alejó desconcertado, parecía muy confuso. Aproveché su actitud y bajé de inmediato del auto.
Caminé de prisa hasta mi casa, sin virar, abrí rápidamente y entré. Me recargué en la puerta respirando agitadamente. No quería moverme o más bien, no podía, después de unos minutos escuché cuando prendió el motor y se alejó. Resoplé sintiendo las mejillas encendidas. ¡Dios, me sentía mareada!