CAPÍTULO 15

18 de febrero de 2019

Enzo entró en su ático conteniendo la respiración. Le había pedido a Claudia que ya no estuviera allí cuando él regresara a casa, pero temía que no le hubiera hecho caso. Sin embargo, cuando accedió a su hogar después de un mes de ausencia, comprobó que estaba completamente vacío. Suspiró relajado. Cuanto más lejos estuviera de ella, mejor. No podía soportar su presencia. No desde aquel día. No desde aquella mirada llena de repulsión que no olvidaría jamás.

Avanzó por el apartamento, comprobando con alivio que todo estaba en su sitio, tal y como lo había dejado. Cruzó el pasillo con paso decidido hasta que llegó hasta una puerta metálica más pequeña que las demás, pero de aspecto firme e inquebrantable. Sacó un colgante con una llave que había llevado oculta bajo su camisa y abrió la puerta. El aire frío de aquel lugar le acarició la piel. Allí no había calefacción. De hecho, la luz eléctrica de las bombillas colgadas del techo era tenue y escurridiza, sumiendo aquella extraña habitación en una media penumbra. Se movió con lentitud, revisando especialmente un corcho con retratos antiguos, recortes y páginas de enciclopedias. Sacó una foto de Julieta de su bolsillo y la pinchó con una chincheta sobre aquellos documentos.

Dio por concluida su ronda y salió de la estancia, asegurándose de cerrar la puerta de aquel lugar secreto al que tan solo él tenía acceso. Se colgó la llave al cuello y la ocultó de nuevo bajo su ropa. Cruzó el salón de su ático dispuesto a prepararse algo para comer, pero el tono de un mensaje en su teléfono móvil hizo que detuviera sus pasos para comprobar el aparato. Era un mensaje de Julieta, que había avanzado bastante en el uso del móvil durante aquellas últimas semanas. Se quedó unos instantes pensativo, preguntándose si estaría haciendo lo correcto. ¿Hacía bien en ocultarle la verdad sobre quién era él en realidad? Sí. Estaba haciendo lo correcto, se repitió. Tenía sus motivos.

«Hoy tengo turno de tarde», leyó el mensaje de Julieta con desánimo. Sus textos eran cada vez más escuetos y su actitud se volvía más distante a cada día que pasaba. Cuando terminaba su jornada laboral, Julieta se limitaba a subirse a su coche como si ir con él se tratara de un mal necesario para velar por su propia seguridad. No hablaban en todo el trayecto y la joven esquivaba sus miradas. ¿Qué esperaba? Primero la había besado y después se había apartado de ella sin darle ninguna explicación. Quién sabe lo que habría pensado de él. Quizá incluso le tuviera miedo o pensara que era un desequilibrado. Enzo no tenía ni idea de cómo reconducir la situación. Nunca había sido bueno con esas cosas. A pesar de todo el tiempo que llevaba en este mundo, seguía siendo incapaz de relacionarse con normalidad con el resto de personas y, por qué no admitirlo, se le daba aún peor cuando se trataba de la mujer por la que se sentía atraído.

Preparó un poco de carne a la plancha y se apresuró en ir a la comisaría. Tenía el tiempo justo para revisar unos cuantos archivos antes de ir a buscar a Julieta a la salida del balneario.

Cuando llegó a la oficina, saludó a Mateo con un suave gesto de cabeza y enseguida se encerró en su despacho. No quería relacionarse con nadie ni enfrentarse a las miradas acusadoras de los demás inspectores que lo miraban por encima del hombro. Se sentía frustrado. Había pasado un mes entero sin ninguna novedad, no tenía ni una miserable pista que le acercara al asesino.

La puerta de su despacho se abrió de repente y Enzo levantó la vista molesto, dispuesto a soltarle algún improperio a Mateo por abrir sin su permiso. Sin embargo, las palabras se congelaron en su garganta cuando vio a una mujer de unos cincuenta años con el cabello corto plantada en el umbral.

—Eh… Buenas tardes, directora —dijo con todo el aplomo que pudo. No es que temiera a aquella mujer, pero sabía que le debía mucho. Era ella quien le había dado la oportunidad de estar en su posición y sabía que podía quitársela tan fácilmente como se la había brindado. No podía permitirse que le quitaran el caso. No ahora que había encontrado a Julieta. No cuando debía protegerla costara lo que costara. No justo cuando por fin alguien compartía su secreto.

—Me he visto obligada a hacerte una visita, Barese —dijo la mujer, sentándose en la silla frente a él. Enzo tragó saliva, sabiendo que lo que le diría después no serían buenas noticias—. No tenemos más tiempo. Por suerte el asesino no ha vuelto a actuar, pero me están presionando desde arriba. La prensa no para de hablar sobre el caso y tenemos que dar algunas respuestas. Lo que sea, pero debemos mostrarle al mundo que estamos trabajando día y noche para atrapar a ese asesino —explicó—. Porque es eso lo que estamos haciendo, ¿verdad? —añadió interrogativamente.

—Por supuesto, señora —se apresuró en contestar. Y no mentía. Pasaba gran parte de las noches repasando todas las pistas repetidamente. Tanto, que se sabía de memoria todos y cada uno de los datos que se recopilaban en los informes.

—En tal caso, mañana por la tarde darás una rueda de prensa en el auditorio de la comisaría. Ya he enviado el aviso a todos los periódicos.

—¿Qué? ¿Mañana por la tarde? —preguntó intentando controlar su voz intranquila. No tendría ni siquiera veinticuatro horas para prepararse la información que iba a dar al respecto. Además, por la tarde debía ir a recoger a Julieta.

—Sí. Tendrá lugar a las siete. —Enzo se limitó a asentir y la directora se puso en pie—. Nos jugamos mucho en esto, Barese. Espero que no me decepciones.

El hombre asintió de nuevo y vio cómo la mujer se marchaba con paso elegante, cerrando la puerta con un golpe seco. Enzo se cubrió la cara con las manos, agobiado. Se preparó un café para despejarse y repasó por enésima vez las pruebas que tenía, para estructurar del mejor modo posible el discurso que daría a la prensa al día siguiente.

El tiempo pasó deprisa y antes de que pudiera darse cuenta tuvo que marcharse a buscar a Julieta. Llegaba tarde. Se dirigió a la entrada de comisaría y se encontró con Mateo, que seguía enfrascado en unos informes.

—¿Trabajando hasta tarde? —preguntó Enzo, intentando ser agradable. El pobre chico siempre estaba haciendo horas extra mientras sus compañeros se marchaban a casa mucho antes.

—Eso parece —contestó con una sonrisa resignada.

—Quería pedirte un favor, Mateo.

—Claro, lo que sea, inspector —contestó con pasión, contento de poder colaborar.

—Elena Guzmán me está ayudando a investigar desde dentro del balneario. Por eso, debemos protegerla como informante. La he estado yendo a recoger cada día para evitar que el asesino se acerque a ella, pero mañana no podré escoltarla hasta la posada. Tengo que hacer una rueda de prensa sobre el caso justo a esa hora. ¿Podrías recogerla tú?

—Por supuesto. No hay problema. La llevaré a la posada sana y salva —prometió con una sonrisa de oreja a oreja. Por lo menos, podría salir un rato de la oficina y hacer un poco de trabajo de campo, aunque fuera una simple escolta, pensó Mateo ilusionado.

* * *

Julieta se balanceaba de una pierna a otra tratando de sacudirse el frío que se colaba por su ropa. Enzo no solía retrasarse y normalmente la esperaba a la salida del balneario. ¿Dónde demonios estaba? Llevaba más de un cuarto de hora en la calle sin ver rastro del inspector. Como si lo hubiera invocado, el coche oscuro de Enzo apareció por la carretera a una velocidad completamente ilegal. Se detuvo a su lado con un frenazo brusco y Julieta entró en el vehículo enfurruñada. Estaba congelada.

—Llevo un buen rato esperando —dijo molesta.

—Lo siento, me ha surgido un imprevisto en la comisaría —dijo Enzo, sin revelarle nada sobre la rueda de prensa. No quería preocuparla más aún. La chica le dedicó una mueca, pero no dijo nada más—. Mañana no podré venir, en mi lugar te recogerá Mateo.

Julieta lo miró arqueando las cejas, sin comprender.

—¿Y quién es Mateo?

—Es el oficial que me está ayudando con el caso. Estarás en buenas manos.

Seguro que mejor que en las tuyas, gruñó Julieta para sus adentros. No podía evitarlo. Estaba enfadada con él. Por haberla rechazado, por hacerla sentir como si fuera una apestada. ¿Por qué no le había dado ninguna explicación? Enzo se había limitado a actuar como si nunca hubiera existido aquel beso que ella, en cambio, no podía sacarse de la cabeza. Había sido como estar en las nubes y, de repente, cuando sus labios se separaron, se sintió descender hasta las puertas del infierno. Para él no había supuesto nada. Ningún comentario, ninguna disculpa. Justo como si lo hubiera olvidado. Lo peor de todo era que lo tenía más cerca que nunca. Hacía más de un mes que Enzo no dormía en su ático, sino que pasaba todas las noches en la posada, como si se hubiera instalado ahí definitivamente. Escuchar sus pasos en la habitación de al lado y verlo cada mañana durante el desayuno era prácticamente una tortura para su corazón dolido. Trataba de esquivarle todo lo que podía y hablaba con él tan solo cuando era justo y necesario.

Pronto llegaron a la posada y Julieta bajó del coche para dirigirse a su habitación, pero al ver que Enzo se quedaba en el vehículo, se detuvo.

—¿No vas a bajar? —preguntó extrañada.

—Esta noche dormiré en casa.

—Pensé que te habías instalado en la posada —comentó ella, intentando que su voz no reflejara ninguna emoción—. Como últimamente estabas siempre aquí…

—Estuve haciendo reformas, pero ya he terminado —mintió, sin saber muy bien por qué no quería decirle la verdad. No le apetecía en absoluto explicarle que una mujer de su pasado había aparecido de nuevo en su vida pidiéndole alojamiento y que él se lo había dado todo sin apenas preguntar. No quería por nada del mundo que Julieta pensara que Claudia todavía significaba algo para él. Temía que aquella historia la alejara aún más.

—Muy bien. Pues ya nos veremos, supongo —contestó la joven. Enzo la miró fijamente, pero su rostro era inescrutable. Era incapaz de saber lo que estaba pasando por su mente.