Capítulo III
—David, Lydia y yo hemos decidido vender esta casa —dijo Alfred—. Pensé que tal vez te gustaría guardar algunos de los objetos que pertenecieron a nuestra madre. Su sillón, su escaño. Fuiste su hijo más querido.
David vaciló un momento. Luego dijo:
—Gracias por la atención, Alfred, pero prefiero no guardar nada. Creo que me hará mucho bien romper con el pasado.
—Lo comprendo —asintió Alfred—. Tal vez tengas razón.