Capítulo V

Simeon Lee tomó el sobre. De su interior extrajo la única hoja de papel que contenía. Sus cejas se arquearon, pero a pesar de ello sonrió.

—¡Todo esto es maravilloso! —exclamó. Luego, dirigiéndose al mayordomo, indicó—: Tressilian, haga subir a mister Farr.

—Bien, señor.

Al quedarse solo, Simeon murmuró:

—Hace un momento pensaba en el viejo Ebenezer Farr. Allá en Kimberley fue socio mío. Y ahora viene por aquí su hijo.

Tressilian anunció:

—Míster Farr.

Stephen Farr entró con cierta nerviosidad. Para disimularla remarcó más su acento sudafricano al preguntar:

—¿Míster Lee?

—Encantado de verle, muchacho. ¿Conque tú eres el hijo de Eb?

Stephen Farr sonrió.

—Es mi primera visita a Inglaterra —dijo—. Mi padre siempre me encargaba de que si venía no dejase de visitarle a usted.

—Muy bien hecho. Y ahora te presentaré a mi nieta, miss Pilar Estravados.

Stephen Farr pensó con profunda admiración: «Es todo un carácter. Al verme se llevó una profunda sorpresa, pero apenas lo ha demostrado».

—Tengo un verdadero placer en conocerla, señorita —dijo.

—Encantada de conocerle —murmuró Pilar.

—Siéntate y cuéntame qué ha sido de tu vida —invitó el viejo—. ¿Piensas estar mucho tiempo en Inglaterra?

—No pienso darme mucha prisa en marchar —replicó Stephen, echando hacia atrás la cabeza.

—Muy bien. Entonces te quedarás algún tiempo con nosotros —dijo Simeon.

—No quiero entrometerme en su casa. Faltan sólo dos días para Navidad.

—Puedes pasarla con nosotros, a menos que tengas otro compromiso.

—No tengo ninguno, pero no me gusta…

—Está resuelto —le interrumpió Simeon Lee. Y volviendo a su nieta, ordenó—: Pilar, ve a decir a Lydia que tendremos otro invitado. Dile que suba.

Pilar salió de la habitación. Stephen la siguió con la mirada. Simeon observó, divertido, el hecho.

—¿Has venido directamente de África del Sur? —preguntó.

—Casi directamente. Empezaron a hablar del país. Lydia entró un momento después.

—Te presento a Stephen Farr, hijo de mi viejo amigo y socio Ebenezer Farr —dijo—. Pasará la Navidad con nosotros si te es posible encontrarle una habitación libre.

—Desde luego —sonrió Lydia. Su mirada estudió al forastero.

—Es mi hija política —exclamó Simeon.

—Me sabe mal venir a estorbarles en una fiesta así —se excusó Stephen.

—Tú eres de la familia, muchacho —declaró Simeon—. No lo olvides.

—Es usted muy amable.

Pilar regresó a la habitación. Sentóse junto al fuego, con la mirada baja y perdida en un punto indefinido.