Capítulo I
Bajo el brillante sol del mediodía de Navidad, Poirot entró en los jardines de Gorston Hall. La casa no tenía ninguna pretensión arquitectónica. En el extremo sur veíase una amplia terraza de piedra. En los intersticios de las losas crecían numerosas hierbas y plantas. Unos pequeños sumideros estaban dispuestos en jardines en miniatura.
Poirot los examinó aprobatoriamente, murmurando:
—C’est bien imaginé, ça!
A lo lejos descubrió dos figuras. Pilar era fácilmente reconocible; en cuanto a la otra, Poirot creyó, de momento, que era Stephen Farr, luego observó que el compañero de Pilar era Harry Lee. De cuando en cuando echaba hacia atrás la cabeza y soltaba una alegre carcajada.
—Ése sí que no está triste —se dijo Poirot.
Al notar un ruido a su espalda, Poirot se volvió. A su lado descubrió a Magdalene Lee. También ella miraba a Pilar y a Harry.
—¡Qué día más hermoso! —comentó, dirigiendo una deslumbrante mirada a Poirot—. Resulta difícil creer que son ciertos los horrores de ayer, ¿verdad, monsieur Poirot?
—Tiene usted razón, señora. Magdalene suspiró:
—Es la primera vez que me veo mezclada en una tragedia. Por cierto, que es muy rara la aparición de Pilar. Se presentó de repente.
—Tengo entendido que su suegro la envió a buscar. El consulado británico en Madrid le había tenido siempre al corriente de los movimientos de su hija Jennifer.
—Pues lo guardó muy secreto. Ni Alfred ni Lydia sabían nada.
—¡Ah!
Magdalene se acercó más.
—Hay algún misterio en relación con el marido de Jennifer. Murió al poco tiempo de casarse. Alfred y Lydia parece que saben la verdad. Debiéramos conocer mejor los antecedentes de la muchacha. Si su padre fue un criminal…
Magdalene hizo una pausa, pero Poirot no replicó nada. Parecía admirar la belleza de aquel día de invierno. La esposa de George continuó:
—No puedo dejar de pensar en que la muerte de mi suegro es muy significativa. No tiene nada de inglesa. Hércules Poirot volvióse lentamente hacia Magdalene, mirándola con afectada inocencia.
—¿Cree usted que se advierte la huella española?
—Los españoles son muy crueles, ¿no? Todo eso de las corridas de toros y otras cosas…
Amablemente, Poirot inquirió:
—¿Opina usted que mademoiselle Estravados degolló a su abuelo?
—¡Oh, no! —exclamó Magdalene—. Nunca he dicho semejante cosa.
—Puede que no.
—Pero, de todas formas, opino que resulta sospechosa. Por ejemplo, la forma tan furtiva que tuvo de recoger algo del suelo del cuarto, ayer noche, al descubrirse el crimen. La voz de Poirot sufrió una alteración.
—¿Dice usted que mademoiselle Estravados recogió algo del suelo al entrar en la habitación de míster Lee?
—Sí. Dirigió una rápida mirada a su alrededor, como si buscara algo, y luego lo recogió en seguida. Pero el inspector la vio e hizo que se lo diera.
—¿Sabe usted qué fue lo que recogió?
—No estaba lo bastante cerca para verlo —se excusó Magdalene—. Pero era algo pequeño.
Poirot frunció el ceño.
—Es muy interesante eso que me ha dicho.
—Sí, creí que convenía que usted lo supiera. Al fin y al cabo, nada sabemos de cómo se ha criado Pilar. Alfred es tan bueno y Lydia tiene tantas cosas que hacer… Tal vez sea mejor que vaya a ayudarla a escribir algunas cartas.
Se separó de él, con una sonrisa, y se alejó por la terraza, dejando a Poirot sumido en profundas meditaciones.