7
—Estará aquí enseguida. —Héctor derrapó en la cocina con los calcetines de vestir—. ¿Dónde demonios están mis zapatos?
—Papi, ¿por qué te molestas en ponerte zapatos? —Tony sonrió burlón mirando los pies de Héctor.
—Buf —resopló él—. No lo entenderá nunca —dijo pasando a toda velocidad junto a mí y frenando de golpe—. ¿Vas a ponerte eso? —Sus ojos oscuros examinaron mi camiseta de tirantes y mis vaqueros. Por su mohín de desaprobación, no creí que le gustara mi atuendo.
—Mona viene a hacer la cena, pensaba que era una ocasión informal —repuse.
Le di un tirón a mi camiseta para asegurarme de que me llegaba hasta la cinturilla del pantalón y no enseñaba nada. Llevaba el pelo suelto y revuelto. Era mi mejor rasgo. Eso y mis tetas. Mis tetas eran una pasada.
Tony me miró, hizo su propia evaluación y se encogió de hombros.
—Bueno, Héctor es el que tiene alma de estilista. Yo te veo bien.
Me puse en jarras.
—¿Lo ves? Él me ve bien —dije sacándole la lengua a Héctor—. Tú te has vuelto loco. ¿A qué viene tanto alboroto? —Héctor ignoró mi pregunta y se fue corriendo—. De verdad lo digo: ¿por qué se comporta como si estuviera de atar?
—Porque está de atar: se ha empeñado en convencer a mamma de que es el hombre perfecto.
—Lo es —dije, y Tony asintió. Miró el pasillo por el que Héctor había desaparecido—. Tú también lo piensas, ¿verdad?
—Por supuesto. —Sus cejas se juntaron y ladeó la cabeza—. No habría estado con él todos estos años si no lo creyera.
La hora de la verdad. Llevaba dos semanas de puntillas entre Héctor y Tony. Sentía que empezaba a llevar bien su dinámica. Héctor parecía ser el pasivo, el menos dominante de los dos, y Tony era el macho alfa. Tal vez pudiera apelar a ese lado suyo para hacerle ver lo que lo esperaba cuando me marchara si no le contaba a la familia la verdad sobre su relación con Héctor. Se arriesgaba a perder lo que había tenido siempre: la confianza de Héctor.
—Oye, Tony, es genial estar aquí y me lo paso muy bien con vosotros.
—Hemos disfrutado teniéndote con nosotros, Mia. De verdad. Puedes volver siempre que quieras. Significa mucho que nos estés ayudando con esto.
—Técnicamente, para eso me pagáis. —Le sonreí, y él me devolvió la sonrisa.
»Es sólo… Me preguntaba si has pensado en salir del armario. —La sonrisa de Tony se torció y se transformó en un ceño fruncido. Levanté las manos en son de paz y me acerqué a él—. Escúchame.
Se le desplomaron los hombros y se apoyó en la encimera, con los brazos cruzados. La leche…, qué brazos. Por muy gay que fuera, se me caía la baba. Meneé la cabeza y me recliné en la encimera opuesta.
—Verás, tu hermana Angelina sabe la verdad —confesé. Tony abrió unos ojos como platos y apretó la mandíbula—. ¡Yo no se lo he dicho, te lo juro! Lo descubrió ella sola cuando fuimos de compras la semana pasada. Dijo que lo sabe desde la universidad.
Tony cogió aire y lo dejó salir despacio, pasándose la mano por la incipiente barba. Jesús, qué hombre tan guapo.
—Mierda…, y ¿qué le respondiste? ¿Lo sabe Héctor?
—Héctor estaba allí —expliqué. Me miré los pies descalzos. Héctor me había pintado las uñas de color rojo sirena. Lo había hecho muy bien—. Tu hermana básicamente se pregunta por qué no has salido del armario.
—Y ¿qué le dijiste?
—¿Yo? —Me llevé la mano al corazón y meneé la cabeza—. ¡Yo no le dije ni pío! —Podía oír cómo subía mi tono de voz, pero no podía evitarlo. La situación me molestaba y era como apretar el gatillo de una pistola cargada—. Héctor lo que hizo fue contarle que no querías decepcionar a la familia ni poner en peligro la empresa y la liga. Pero que, más que nada, lo que te preocupa es la reacción de tu madre.
Tony se hundió de hombros. Se volvió y se sujetó a la encimera con las dos manos. Era como si todo el peso del apellido Fasano colgara como un pesado lastre de su cuello.
—Es agotador, Mia. Siempre escondiéndome, siempre temiendo que alguien lo descubra, lo que podría significar para mamma y para la familia. Cómo se lo tomaría la gente. No podría soportar herir a mi familia y a Héctor sólo por mis deseos egoístas.
Recorrí los pocos pasos que nos separaban y le puse las manos en la espalda.
—No es nada egoísta querer estar con la persona a la que amas, Tony.
—¿Ah, no?
—No. Es un derecho básico. Y Héctor te quiere. Lo único que desea es que lo grites a los cuatro vientos o que, al menos, le permitas a él hacerlo.
Me reí y apoyé la frente en su espalda. Él se volvió y me abrazó. Ay, qué gozada de brazos. Fuertes, cálidos y seguros. Tal y como imaginaba. Tony daba los mejores abrazos del mundo.
—No sé qué hacer —susurró contra mi coronilla.
—Sí que lo sabes. Siempre lo has sabido. Sólo tienes que hacerlo.
Meneó la cabeza.
—Nunca he encontrado un buen momento.
Me recosté en sus brazos y lo miré a los ojos.
—Nunca es buen momento para hacerle daño a alguien. —Tony hizo una mueca y le puse la mano en el corazón—. Pero cuando esté hecho, estará hecho. No tendrás que volver a preocuparte. Saldréis adelante. Todo el mundo seguirá adelante.
—¿Y la liga?
—Angelina dice que ya no estás tan implicado como antes y que no es asunto de nadie. —Ladeó la cabeza sin dejar de mirarme a los ojos—. Además, como eres uno de los principales patrocinadores, no van a arriesgarse a perderte. Y estás muy bueno. Todo el mundo, y quiero decir todo el mundo, querría ver esto —con la mano indiqué su torso— sudoroso y dándole una buena paliza a otro tío…, seas gay o no. —Le guiñé el ojo y sonreí.
Tony se echó a reír y me soltó. Luego se pasó la mano por el pelo negro.
—¿Y la empresa?
—Angelina afirma que ella se encargará del marketing. Contratará a un publicista de primera para que haga magia a cambio de un pastizal. Ella cree que serás noticia pero por poco tiempo, unos meses a lo sumo. Luego todo el mundo se olvidará del tema y las cosas volverán a la normalidad. La comida es demasiado buena y asequible como para que todo se vaya a pique a causa de la orientación sexual del presidente de la empresa.
Tony suspiró, abrió la nevera, sacó una cerveza y la abrió. Se la bebió en dos tragos. Ver comer y beber a Tony era como ver a un profesional en un concurso de a ver quién come más. El tío engullía como si no tuviera ni que masticar.
—¿Y mamma y el apellido de la familia? No todo se arregla tan rápido —dijo en un tono algo cortante.
Asentí y ladeé la cabeza.
—Será muy duro y se enfadará horrores. Puede que llore o incluso rompa algo. ¡Es una italiana de armas tomar! —dije. Y de nuevo sonrió. Era una sonrisa blanca y perfecta, demasiado bonita por su propio bien. Aunque, según mi experiencia, casi todos los gais eran demasiado guapos o demasiado perfectos—. ¿Habéis hablado Héctor y tú de tener familia? —pregunté deseando enterarme de cómo terminó su conversación de la otra noche pero con miedo a meterme donde nadie me había llamado.
Tony cogió otra cerveza, la abrió y tiró la chapa sobre la encimera, junto a la de la cerveza anterior.
—Sí, dice que quiere tener críos y pronto. —Su sonrisa resplandeció aún más, como si el sol brillara justo sobre él—. Lo único es que quiere que nos casemos o celebremos algún tipo de ceremonia primero.
—Puedo entenderlo. Si vais a traer a un niño al mundo, lo más sensato es casarse primero.
Tony apretó los labios.
—Creo que nunca nos he imaginado casados. Me resulta demasiado anticuado y formal. Nosotros siempre hemos estado juntos sin pompa ni ceremonial. Simplemente encajamos bien, como dos piezas de un puzle.
—¿Héctor también lo ve así? Porque, aunque sólo lo conozco desde hace un par de semanas, a mí me parece la clase de persona a la que le gusta la pompa y el ceremonial. Las grandes demostraciones de afecto.
—Has pasado demasiado tiempo con Angie, Mia. Te estás convirtiendo en una de ellos.
Meneé la cabeza con énfasis.
—Qué va, de eso nada. Si alguna vez me caso, cosa que dudo, lo haré en Las Vegas.
Tony alzó un brazo como con un resorte y me señaló. Ahora sonreía de oreja a oreja.
—¡Eso! Estoy completamente de acuerdo: una boda en Las Vegas. ¡Es perfecto!
—Por encima de mi cadáver —dijo la voz de la mismísima Mona Fasano detrás de nosotros.
—Mamma! No te hemos oído entrar. —Tony se acercó a su madre y la besó en las mejillas; luego le dio un fuerte abrazo.
Héctor estaba detrás, arrojando dagas con la mirada. Meneé la cabeza e intenté explicarle por señas que no era lo que él creía.
Mona vino entonces hacia mí. Me dio un abrazo, me plantó un beso en cada mejilla y luego me sujetó por los brazos y me examinó de arriba abajo. Su mirada firme recorrió mi figura.
—Sí, perfecta para tener bebés —dijo con orgullo antes de dar una palmada—. Héctor, hijo mío —añadió sin mirar atrás.
—¿Sí, mamma? —contestó Héctor.
—¿Qué vamos a preparar hoy? —Se volvió y le acarició la mejilla. El modo en que le cogió la cara era muy afectuoso. Lo quería como a un hijo. Con suerte, ayudaría a que el golpe no fuera tan duro cuando se supiera la verdad… Si Tony dejaba de esconder la cabeza algún día.
—¡Enchiladas! —dijo él.
—¿No vamos a cenar comida italiana? —pregunté sorprendida.
¿La madre italiana madre de todas las madres italianas no iba a preparar uno de sus famosos platos?
Mona negó con la cabeza.
—No. Cuando cocino con mi Héctor, preparamos recetas de su familia. Me da la oportunidad de ampliar mis conocimientos. Algún día haré un plato de fusión de comida italomexicana y lo serviré en el restaurante. —Me cogió de las caderas y me empujó fuera de la cocina, hacia uno de los taburetes—. Ahora siéntate y hablaremos mientras Héctor y yo cocinamos, capisce?
La idea me encantó. Tony me ofreció una cerveza y se sentó a mi lado.
—¿Qué es eso que he oído sobre una boda en Las Vegas? —Mona fue directa a la yugular.
—Sólo estábamos hablando, mamma. No era nada importante —dijo Tony mirando fijamente a Héctor mientras su madre removía algo en el fogón, de espaldas a nosotros—. Nunca me fugaría para casarme con Mia. Jamás —añadió en voz baja, casi un susurro dicho lo bastante alto para que los demás pudiéramos oírlo.
Héctor cerró los ojos despacio. Cuando los abrió, volvían a estar llenos de amor, deseo y esperanza. Saltaba a la vista lo mucho que adoraba a Tony, y viceversa. El estigma que acarreaba su amor estaba abriendo una brecha entre ellos que al final acabaría por derrumbar los muros de su relación. Si eso ocurría, saldría todo a borbotones, una inundación capaz de ahogar lo que tenían. Sólo de pensarlo me dolía el corazón como si le estuvieran clavando alfileres.
—Me alegro, porque eres un buen chico católico. Os casaréis en nuestra iglesia, en San Pedro. La misma en la que nos casamos tu padre y yo hace ya muchos años —explicó Mona triunfante—. He de confesar que alguna vez llegué a pensar que no ibas a casarte nunca, pero ahora que tenemos a Mia… —volvió la cabeza y me dedicó una sonrisa gloriosa. La culpabilidad me partió el corazón en mil pedazos—, nuestra familia estará completa y el apellido Fasano pasará a la siguiente generación.
Mona dejó el cucharón de madera que tenía en la mano, se volvió y abrazó a Tony.
—Tu padre y yo estamos muy orgullosos de ti. Si estuviera aquí, le daría la bendición a vuestra unión. —Se enjugó las lágrimas, se aclaró la garganta y volvió al fogón.
Héctor tragó saliva, conteniendo la emoción que yo sabía que amenazaba con destrozarlo.
—Hablando de la iglesia: el padre Donahue estará encantado de celebrar la ceremonia. Aunque es probable que os hagan ir a clases de preparación. ¿Este fin de semana os viene bien?
Estoy segura de que se me salieron los ojos de las órbitas. ¿Iglesia? ¿Clases de preparación? Meneé la cabeza.
—Pues, no estoy muy segura… —empecé a decir, pero Tony me cortó.
—Aún no hemos fijado fecha, mamma. Tampoco hemos hablado de religión.
Mona volvió la cabeza a la velocidad de la luz.
—¿Qué? Es lo primero que hay que hablar. Mia, cariño, ¿eres católica?
—No soy nada. Me… —Los ojos de Mona se clavaron en los míos como si fueran teas ardientes—. Me crie en un ambiente laico.
Bufó.
—¿Te bautizaron en una iglesia cristiana? —preguntó en tono acusatorio.
Al instante noté el cosquilleo del miedo, que automáticamente activó mi mecanismo de defensa.
—No. —Apreté los dientes y tensé la espalda.
—¿Ya has estado casada antes? —Se llevó una mano a la cadera mientras la otra sostenía el cucharón.
Negué con la cabeza y ella imitó mi gesto.
—Hijo mío, va a tener que empezar a venir a nuestra iglesia cuanto antes. Para poder casaros tiene que estar integrada en San Pedro, y es probable que os toque hacer el cursillo largo para que nuestro cura acceda a casarte con una mujer que no es católica. Además, habrá que bautizarla, pronto. Eso es primordial. Tenemos que empezar de inmediato.
El peso de sus palabras me chafó como un rodillo. Tenía que salir de allí.
—¡Ay, Dios mío! —Me levanté alarmada de la silla. Me dolían los pulmones y notaba gotas de sudor en la frente. No podía respirar. Aire. Necesitaba aire y ya.
Tropezando con todo, salí corriendo a la terraza, abrí la puerta de par en par y respiré el aire gélido de marzo en Chicago. Gracias a Dios. No, a Dios no. No más Dios por esa noche. Ya me encargaría yo de eso.
Dos fuertes brazos me rodearon por detrás. Aunque eran maravillosos, no eran los que yo quería. Yo quería a Wes. Deseé tenerlo a mi lado. Él se habría partido la caja con la situación: de escort a novia por catálogo.
—Mia, relájate. No dejes que mamma te ponga de los nervios. Lo solucionaremos. —Tony me sujetaba desde atrás mientras yo tomaba lentas bocanadas de aire.
Los latidos acelerados de mi corazón empezaron a volver a la normalidad. Cuando sentí que podía mantenerme en pie, me di la vuelta y agarré a Tony de la mano.
—Debéis contarle la verdad a tu madre. Esto está yendo demasiado lejos.
Él agachó la cabeza avergonzado.
—Lo sé… Es que es mucha tela, sólo eso.
—Ya.
Nos sentamos en las hamacas, el uno frente al otro.
—Pero yo no soy la única que las está pasando canutas —repuse—. Héctor tampoco lo lleva nada bien.
Tony levantó la cabeza de golpe, con arrugas de preocupación en el rabillo de los ojos.
—¿Qué quieres decir?
Le cogí las manos y se las estreché con fuerza.
—Al no aceptar quién eres, tampoco lo estás aceptando a él. —Él entornó los ojos, pero no dijo nada—. El hecho de omitir la verdad… Detesto tener que decírtelo, Tony, pero alguien tiene que hacerlo. —Alzó la barbilla para indicarme que continuara—. Míralo desde la perspectiva de Héctor. Básicamente, lo que le estás transmitiendo es que no es lo bastante bueno para ti, que no vale la pena correr el riesgo por su amor.
Tragó saliva y se echó atrás.
—¡Eso no es cierto! ¡Lo quiero!
—¿De verdad? Entonces ¿por qué lo ocultas?
—Sabes muy bien por qué —contestó en tono cáustico, apretando la mandíbula.
—No me vale. Eso son excusas, y llevas años y años escondiéndote tras ellas. ¿Cuánto hace? Casi quince años. Es hora de que te liberes, de que hagas de Héctor tu prioridad. Igual que él hace contigo. Podría haberte delatado a tu familia, a tus amigos y a tus socios hace años, pero no lo ha hecho. Se ha conformado con mantenerse en la sombra con tal de estar a tu lado. A él le importa tu felicidad, pero te juro que este plan tuyo de engañar a tu familia y mantener la farsa… lo está matando. Se le nota en la cara; ¿cómo no te has dado cuenta?
—¡Mierda! ¿Por qué ha tenido que complicarse tanto?
—Así es la vida, Tony. Madura un poco. Elige a Héctor cueste lo que cueste. Eso ha hecho él contigo. Ha antepuesto tu felicidad a la suya porque él te eligió a ti.
Con esa perla, lo dejé en la terraza y entré de nuevo en el apartamento. Héctor y la madre de Tony nos estaban esperando en la sala de estar. La atravesé de camino a mi habitación.
—Mia… —dijo Héctor con voz temblorosa, pero seguí andando.
Luego me di cuenta de que, a causa del enfado, estaba siendo una maleducada. Con mis clientes, con Mona y con las personas que habían llegado a significar tanto para mí.
Me paré antes de llegar al vestíbulo y me volví.
—Perdona. De repente me he encontrado mal. Me voy a retirar ya, necesito meterme en la cama. Mona, muchas gracias por venir. Estoy segura de que la cena habría estado deliciosa.
Héctor me detuvo de camino al vestíbulo. Me dio un abrazo y se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Perdóname. Perdónanos a los dos —dijo en voz baja para que solamente yo lo oyera. Jesús, era una maravilla de hombre.
—Lo sé —dije—. Es que esta noche necesito estar sola.
Me soltó y me fui a mi habitación. Me tumbé en la cama, cogí el móvil y llamé a la persona a la que no debería llamar. Sonó cuatro veces antes de que saltara el contestador.
—Soy Wes, deja tu mensaje después de la señal y te llamaré en cuanto pueda. —La voz de Wes era un poderoso arrullo que me llegó directo al corazón.
Piiip.
—Hola, soy yo, Mia. Sólo quería… —Respiré hondo e intenté pensar en lo que deseaba decir, pero no se me ocurría nada que no sonara a desesperación—. Necesitaba oír tu voz. —Cerré los ojos—. Hablamos pronto, ¿vale? Ciao.