7

Joder, joder. Le importaba. Se me inundó el corazón de felicidad al pensar en lo que había pasado hacía algunas noches, cuando Wes admitió que le había puesto al personaje principal de su película mi nombre. Incluso había cambiado su aspecto. En un principio iba a ser una mujer delgada con pinta de duendecillo llamada Allison, rubia y con los ojos azules, no una mujer de pecho generoso, de cabello negro como la pez y de belleza rubensiana como Gina DeLuca… o como yo.

No sabía qué pensar o cómo tomarme esa información. Habíamos acordado no involucrarnos sentimentalmente. Aunque, para ser sincera, yo no podía afirmar que no sentía nada por Wes. Claro que lo sentía. ¿Estaba enamorada de él? No lo creía. Me había pasado todo el tiempo tan obsesionada con no enamorarme que no me había planteado siquiera la opción de abrir mi corazón.

El timbre de mi móvil me sacó de aquel bucle de «y si» que me había estado planteando acerca de que Wes y yo nos convirtiésemos en una pareja real. Pero la triste realidad es que esa opción era imposible. Él lo sabía, y yo también. Y con eso debía bastar.

—¿Sí? —respondí al ver el nombre de la tía Millie en la pantalla.

—Hola, preciosa. ¿Cómo te va la vida de lujo?

El tono de mi tía estaba repleto de humor, pero no hizo sino recordarme la realidad de mi situación. Me habían contratado para hacer un trabajo. Y ese trabajo me había llevado a una vida de lujo… durante un mes. No era una vida propia, ni lo sería jamás. Suspiré sonoramente al teléfono.

—¿Hay algún problema?

—No, todo va bien. ¿Qué pasa? —Me cogí un mechón de pelo y lo inspeccioné en busca de puntas abiertas. Necesitaba un corte.

—Te llamaba para hablarte de tu próximo cliente, querida.

Oí cómo pasaba algunas hojas y cómo sus uñas golpeteaban un teclado mientras chasqueaba la lengua.

—¡Vas a ir a Seattle!

«Nunca he estado en Seattle, podría ser divertido», pensé al tiempo que ella continuaba:

—Éste va a ser interesante. El cliente se llama Alec Dubois. Treinta y cinco años, alto, moreno, atractivo… Encaja con lo que buscamos, aunque es excéntrico.

Me abstuve de comentar nada. Creía que todo el proceso era extraño, hasta que conocí a Wes. Entonces me había dado cuenta de que era posible que los hombres buenos, amables y normales necesitasen compañía por una razón u otra, y en esa circunstancia en particular me alegré de que así fuera. De lo contrario, jamás lo habría conocido, y Wes era, sin lugar a dudas, una persona que siempre estaría presente en mi vida. A mí también me importaba, aunque todavía no se lo había dicho.

—… te escogió a través de la página web al día siguiente de que te enviara a casa del señor Channing. Me hizo prometerle que pasarías el mes siguiente con él.

Asustada y algo avergonzada, me volví, cogí una manta de la silla y me envolví con ella.

—¿Es un pervertido?

Millie se echó a reír tan fuerte que tuve que apartarme el auricular de la oreja.

—No, pequeña, ¡es un artista! Tú serás su musa. Dijo que nada más verte supo que debía tenerte para su nueva serie «Amor en lienzo».

La oí teclear, y al instante me llegó un mensaje al teléfono.

Activé el altavoz y le eché un vistazo al correo electrónico que me había mandado.

—¡Madre mía!

Me quedé sin aliento.

—Es muy atractivo. Parece el negativo del señor Channing. Moreno, ojos marrones, de constitución normal.

Asentí mientras miraba embobada la fotografía de don Alec Dubois, artista, en la pantalla. No había nada de normal en aquel tipo. Era clavadito a Ben Affleck, sólo que llevaba el pelo largo y recogido en un pequeño moño en la coronilla, y barba y bigote. Tenía curiosidad por saber qué longitud tendría su pelo una vez suelto. ¿Que lo defina en una palabra? ¡Cañón!

Inspiré hondo y liberé el aire lentamente para expulsar parte del calor que inundaba mi cuerpo.

—Bueno, y… ¿qué quiere que haga como su musa?

—No lo sé. Sé que crea obras de arte originales, piezas únicas. Se venden por cientos de miles de dólares. Sin embargo, si tienes que quitarte la ropa, pagará más. Y punto. Si te acuestas con él, y, por Dios, ¿qué mujer no lo haría? —dijo riéndose—, debería pagarte los veinte mil adicionales aparte.

—¿Puede exigirme que me quite la ropa? —pregunté sintiéndome sucia de repente.

De inmediato me estrujé los sesos para recordar qué era lo que había firmado en el contrato.

—No, no, no, de ningún modo. Sin embargo, lo mencionó cuando te reservó. Le expliqué que le costaría un veinticinco por ciento más de la tarifa, y que sólo sucedería en caso de que tú estuvieras de acuerdo. Y, en realidad, no tiene que tocarte, sexualmente hablando.

El veinticinco por ciento eran veinticinco mil dólares.

—¿En serio? ¿Ganaré veinticinco mil dólares más si dejo que me pinte desnuda?

—No, preciosa, tú sólo ganarás veinte mil. Exquisite Escorts se queda con el veinte por ciento de tu tarifa. Eso significa que cinco mil dólares son para nosotros y veinte mil para ti.

Me encogí de hombros. Lo cierto es que me daba igual. Pensaba quitarme la ropa igualmente. Esos veinte mil dólares me ayudarían a conseguir mi objetivo mucho antes. Y, en todo caso, me permitirían pagar los préstamos que debía del primer año de universidad de Maddy.

—¡Dile que sí! Mientras no tenga que acostarme con él, posaré desnuda.

Incluso diciéndolo en voz alta sonaba falso. Joder, ¿qué coño me pasaba? Todavía no había dejado a Wes y ya estaba babeando por el siguiente tipo. Soy una chica fácil.

—Como quieras. Tu vuelo saldrá a primera hora de la mañana del día 1. Asegúrate de coger ese avión. Oficialmente, tu último día con el señor Channing debería ser el 26 de enero. Así tendrás unos días para ir a la esteticista, arreglarte el pelo, depilarte, ir a hacerte una revisión ginecológica, etcétera. —Esta vez fui yo la que se echó a reír con ganas—. Si no tienes más preguntas…

—Eh…, tía Millie…

—Señora Milan, ¿recuerdas? —me corrigió.

—Perdona. Sabes que nunca voy a llamarte así a menos que estemos delante de algún cliente, ¿verdad? —le dije muy en serio.

—¿Qué pasa, Mia? —Esta vez su voz carecía del tono cariñoso de un miembro de la familia.

—¿Es posible que una escort siga viendo a sus clientes? Fuera del trabajo, quiero decir.

—Ay, no. Por favor, no me digas que te has enamorado del señor Channing.

—¡No! No, no es eso. —«No lo es», me dije a mí misma. «No lo es. De verdad que no. Puede que no»—. Es que nos hemos hecho muy buenos amigos y me gustaría poder mantener esa amistad sin romper ninguna regla.

La tía Millie suspiró sonoramente.

—No existe ninguna regla en sí, pero debes tener cuidado, Mia. Los hombres como él pueden prometerte la luna y no cumplir nunca su palabra. Créeme, he oído todo tipo de promesas. Demasiadas veces, de hecho.

—Entonces ¿no hay ninguna regla?

—No —dejó escapar una larga exhalación—, pero protege tu corazón. No todo el mundo vale para este trabajo, y tú ya lo has pasado bastante mal. Aprovecha tu tiempo libre para divertirte, para disfrutar y para experimentar lo que la vida puede ofrecerte. Es probable que sea una de las pocas veces que la vida te brinde esa posibilidad. —Me tragué la emoción que se apoderaba de mí bajo mi dura fachada—. Llámame cuando te reúnas con el señor Dubois. Te enviaré todos los datos por correo electrónico —añadió, y colgó el teléfono.

Mi tía tenía razón. No debía permitir que Wes me convenciera de que eso era algo más de lo que en realidad era. Tenía que ir a Seattle. Iría a Seattle. Miré el teléfono. Don Artista Buenorro sería mi siguiente experiencia.

—¡Cielo, ya estoy en casa! —La voz de Wes resonó por toda la casa y llegó hasta el exterior, donde estaba relajándome en la piscina climatizada.

Salió al patio, vestido de traje y con una sonrisa en la cara. Joder, el tío estaba muy bueno. Siempre estaba guapo, pero cuando se ponía elegante tenía algo que me volvía loca. Puede que lo que más me gustase fuera el hecho de desnudarlo.

—Hoy has llegado pronto. —Eran sólo las dos y media del mediodía.

Salí de la piscina impulsándome sobre el borde y me senté encima de éste.

Wes dejó de avanzar hacia mí y se quedó quieto, justo al otro lado de la piscina. Me estaba mirando, pero no a los ojos. Admiraba mi figura con esas dos esmeraldas que tenía por ojos, y éstos reflejaban tanto deseo que casi podía sentir dónde los posaba sobre mis pechos, mi vientre, mis muslos… Observé cómo se quitaba los zapatos y dejaba caer el blazer al suelo de madera. Como si me hubiese dado pie, me apoyé en las manos y me incliné hacia atrás, arqueé la espalda de manera sugerente, levanté el pecho hacia el cielo y eché la cabeza atrás. Separé ligeramente las piernas para mantener el equilibrio de la postura. El minúsculo biquini que llevaba puesto no dejaba nada a la imaginación, y cuando levanté la vista para ver si mi pequeño espectáculo estaba funcionando, oí un fuerte chapuzón. Del todo vestida, la figura de Wes atravesaba el agua. Era como un oscuro tiburón que nadaba hacia su presa.

Llegó al borde de la piscina sin salir a respirar. Su cuerpo emergió del agua como si de algún dios acuático se tratase. Me incliné hacia adelante, agarré su corbata mojada y tiré de él entre mis piernas. Él posó las manos sobre mis rodillas y me las separó.

—Eso ha sido muy impulsivo —dije contra sus labios sin llegar a besarlo y dejando que el agua de la piscina gotease entre nuestras bocas.

—¿Tú crees? Entonces esto te va a encantar. —Pegó su boca a la mía y su lengua se abrió paso a través de ella.

Me besó como si no fuese a tener otra oportunidad de hacerlo, como si se muriera por saborear mis labios. Yo sabía que me moría por saborearlo a él.

—Llevo todo el maldito día pensando en tu sabor —gruñó antes de pasar la lengua por mi torso y entre mis senos.

Coló los dedos por debajo de los diminutos triángulos del biquini y apartó la tela para dejar mis pechos al descubierto. Mis pezones se endurecieron instantáneamente al percibir el cambio de temperatura.

—Sueño con estas bellezas —dijo lamiendo la punta de uno de ellos con la lengua antes de absorberlo entero en el calor de su boca.

Solté un grito de placer y mis manos se aferraron a su cabeza para sostenerlo contra mí.

Wes continuó chupando hasta que empecé a estrujar su cuerpo contra el mío para obtener algo de fricción. Cuando me llevó al borde del orgasmo jugando con mis tetas, cosa que le encantaba hacer, me empujó hacia atrás. Me quedé tumbada sobre el gélido hormigón, y el frío me alcanzó los huesos, hasta que sus inteligentes dedos hallaron las tiras laterales de la parte inferior del biquini y tiró de ellas. Joder. Iba a hacerlo en ese mismo lugar, a plena luz del día.

—Wes… —dije a modo de advertencia, pero sonó poco convincente.

Estaba demasiado borracha de placer como para oponer mucha resistencia. Si la señora Croft aparecía, se marcharía sin decir ni mu. Era así de discreta. Yo, no tanto. Wes mordisqueó la parte más carnosa de mis muslos al sacarme las dos piernas del agua y colocó mis pies sobre el borde de la piscina. Me dobló las piernas en un ángulo de noventa grados y me separó las rodillas como si fuese un pájaro con las alas extendidas a punto de echar a volar. Y volé. En el momento en que su lengua rozó la parte más sensible de mi sexo, mis manos se aferraron a su cabeza para mantenerlo ahí. Él me las apartó y me las colocó en el suelo, bajo mi trasero.

—Déjalas quietas. Nada de tocar —me reprendió.

Vaya, así que ése era el juego del día. Quería tener todo el control. Mierda, eso significaba que iba a llevarme más allá de mis límites, que iba a hacer que me corriera una y otra y otra vez. Ya lo había hecho en una ocasión. Me había provocado tantos orgasmos que me había desmayado montando su polla. Había sido la experiencia más sensual y más carnal de mi vida, hasta entonces.

Con la punta de los dedos, me separó los labios y usó la lengua para lanzarme fuera de órbita. Después de que me hubiera corrido, siguió aferrado a mí, sosteniendo mis piernas abiertas mientras gruñía contra mi carne húmeda. Sus siguientes palabras fueron un cántico obsceno.

«Follarte.»

«Lamerte.»

«Chuparte.»

«Más. Más.»

Soltó un grave gruñido.

—Joder, Mia, podría pasarme todo el día devorándote —dijo con los dientes apretados antes de sorber mi clítoris con fuerza.

Ese gesto hizo detonar mi segundo orgasmo. Me temblaba todo, hasta que Wes me agarró de la cintura, levantó mi peso muerto y me metió en el agua.

La impresión sacudió mi sistema. Mis nervios se disparaban por todas partes conforme el cosquilleo de mi orgasmo se disipaba. Antes de recuperar del todo la razón, rodeé su cintura con las piernas y apoyé la espalda contra el borde de la piscina.

—Voy a hacértelo tan bien que voy a asegurarme de que me sientas incluso cuando ya no estés aquí, nena —dijo, y me penetró con fuerza.

No sé cuándo se los había quitado, pero sus pantalones flotaban en alguna parte de la piscina y me recordaban a una raya en el fondo del océano. Todavía llevaba puesta la camisa y la corbata, y me aferré a la tela empapada mientras me aguijoneaba. El cántico comenzó de nuevo. Creo que él ni siquiera era consciente de estar hablando. Pero yo sí, y me aferré a cada una de sus palabras, dejando que todas sus breves frases se grabasen en mi memoria para poder revivir ese momento siempre que lo necesitase…, siempre que lo echase de menos.

«Yo estuve aquí.» Empujón.

«Juntos.» Empujón.

«Joder.» Empujón.

«Me encanta esto.» Empujón.

«Recuérdame.» Empujón.

—Recuérdame —repitió, esta vez con más fuerza, y me penetró rozando ese punto que me provocó el orgasmo más intenso y más largo de mi vida.

Grité.

Ya no era dueña de mi propio cuerpo. Mi voz ya no era mi voz. Me corrí con su boca contra la mía, sintiendo las caricias de su lengua.

Seguíamos conectados cuando me llevó, empapada y en brazos, hasta su dormitorio y me tumbó sobre la cama. Se apartó de mí sólo el tiempo justo para quitarse la corbata y la camisa, y después se colocó de rodillas sobre mi cuerpo. Me separó las piernas y se deslizó entre el tejido inflamado e hipersensible una vez más. Conectados.

Esta vez no me folló, sino que me hizo el amor de una manera lenta y dolorosamente dulce.

—¡Hola, putón! ¡Cuánto tiempo! —me saludó Ginelle por teléfono con un tono de reproche y algo enfadada.

—He estado trabajando, zorra —intenté mentir, pero no lo conseguí.

—Ya, ya. Bueno, supongo que montar la polla de Wes puede considerarse un trabajo —respondió con una pequeña nota de humor en su tono.

Mi chica me estaba perdonando.

—No todas tenemos talento y podemos bailar como una diosa —le espeté.

—Cierto… —dijo alargando unas cuantas sílabas la palabra.

—Te echo de menos —repuse con voz temblorosa, y quise abofetearme por mostrar así mis emociones.

Oí un profundo suspiro al otro lado de la línea.

—Yo también te echo de menos, fea. Follo mucho más cuando estoy contigo, como soy la guapa… —Y… ya éramos las mejores amigas otra vez.

—¿Cómo está mi padre? —pregunté con miedo a su respuesta.

—Físicamente mejor. Aún no se ha despertado, pero ya no está en cuidados intensivos, y eso es buena señal.

Era buena señal. Eso significaba que viviría, pero todavía no estaba todo ganado.

—¿Han dicho por qué no ha despertado del coma?

—A mí no me dicen gran cosa, Mia. Técnicamente no soy de la familia, ya lo sabes.

Esta vez fui yo la que suspiró. Ginelle para mí era más familia que la extensa familia que tenía por parte de ambos progenitores. Era la única amiga en la que confiaba.

—Gracias por estar pendiente de él por mí. ¿Cómo está Maddy? Sólo he hablado con ella una vez, y apenas fueron unos minutos entre sus clases. Parecía bastante agobiada.

—Sí, lo está. Y también está preocupada por el dinero. Se amontonan las facturas. ¿Quieres que le dé algo de pasta?

—¡No, no! Yo tengo dinero. Bueno, tendré un montón de dinero dentro de una semana. Lo suficiente como para enviarle algo para que pague las facturas y compre comida. ¡Pero pronto tendré un montón más! Sólo debo subirme a un avión la semana que viene, y esos cien mil irán a mi cuenta. Y es muy posible que me paguen otros veinte mil, que serían sólo para mí.

—¿Cómo vas a ganar esos veinte mil de más? —La oí dar una calada.

Debía de estar terminando su descanso para comer con un cigarrillo.

Me mordí la uña del pulgar y me quedé mirando el borde mordido.

—Mi próximo cliente es un artista. Voy a ser su musa o alguna mierda así. Quiere que pose desnuda. Si lo hago, serán veinte mil pavos más.

Noté cómo Gin se quedaba sin aliento al otro lado del teléfono.

—¡Joder! ¡Yo me quito la ropa todos los putos días y no me pagan veinte mil dólares! Ponme en contacto con tu tía Millie. ¡Estoy perdiendo un montón de pasta! —protestó, y yo me eché a reír.

Ginelle nunca había salido de Las Vegas. Joder, era genial poder hablar con mi amiga. Me recordaba todo cuanto era, dónde estaban mis raíces, y que seguía siendo yo. Incluso a pesar de ir vestida como una Barbie y de estar interpretando el papel de mujer florero, seguía siendo Mia Saunders. La chica que había criado a su hermana desde que tenía cinco años, que había cuidado de sí misma y que iba a salvarle el culo a su padre… una vez más. Y ojalá fuera la última. Esperaba que, cuando despertase, viese lo que había hecho y lo que había pasado por culpa de las malas decisiones que había tomado, y aprendiese la lección. Que buscase ayuda para superar su alcoholismo. Que viese a algún psicólogo. Yo le proporcionaría información sobre un montón de programas gratis junto con los folletos de la asociación de Alcohólicos Anónimos local. Tal vez, sólo tal vez, esa vez fuese consciente de los errores que había cometido.

—¿Vas a venir a casa? —preguntó Gin mientras me ponía el vestido que iba a llevar al acto social de esa noche.

Wes iba a llevarme a una especie de fiesta del cine con el nuevo reparto. Sonaba divertido. Así podría conocer a algunos famosos, a gente con la que esperaba llegar a trabajar algún día. Por el momento, esa carrera parecía algo muy lejano. Es curioso cómo son las cosas. Por fin había conocido a alguien que trabajaba en el mundillo y no podía comprometerme con nada ni asistir a ningún casting. Esa parte de mi vida estaba en pausa indefinida hasta que lograra sacar a mi padre de ese embrollo.

—Ojalá. Pero me marcho directamente a Seattle tres días después de dejar Malibú. Mi tía me ha organizado un montón de citas de belleza entre ese día y el día en que me voy. Intentaré ir el mes que viene —dije sin mucha convicción.

—Oye, sé que quieres venir a casa tanto como yo verte ese culo gordo que tienes, pero no pasa nada. Aquí todo irá bien mientras tú limpias la mierda de tu padre. Pero, joder, Mia, espero que esta vez aprenda la lección. No puedes seguir posponiendo tu vida por él.

—No me queda otra —me lamenté—. Si no lo hago, lo matarán. Y está en coma, Gin. No puede defenderse.

Estaba un poco harta de esa conversación. Quería a Ginelle más que a nada, pero pasaba demasiado tiempo dándome por el saco con el tema de mi padre y sobre el hecho de que siempre estuviera salvándole el culo. No era que quisiera hacerlo, pero no podía dejar que le hicieran daño o que lo mataran. Blaine y sus matones eran unos auténticos hijos de puta. Blaine era una serpiente despiadada. Mataría a mi padre sin pensarlo dos veces. Joder, le preocuparía más el hecho de mancharse su caro traje de sangre que la vida de mi padre. Las personas no eran más que daños colaterales para él, y yo había sido una de sus víctimas. ¡Cerdo cabrón mentiroso!

Al otro lado del teléfono podía oír el barullo y el perpetuo sonido de las máquinas tragaperras mientras Ginelle regresaba al casino.

—Prométeme que encontrarás el modo de vivir tu vida.

—Lo haré, lo haré. Además, me lo he pasado muy bien en Malibú. ¡Wes me ha enseñado a hacer surf!

—Vaya, eso es genial. Yo nunca he visto el mar —protestó—. Cuando te hagas rica siendo escort, ¿me llevarás para que vea el océano?

Me eché a reír.

—¿Para ver tu culo de zorrón en biquini? —Fingí que me daban arcadas.

—Eres lo peor. Renuncio a mi estatus de mejor amiga.

—No puedes renunciar a tu estatus de mejor amiga. Es algo que no puedes cambiar. Como los mandamientos escritos en piedra. Es así y ya está —dije otra vez débilmente.

—¿Acabas de comparar nuestra amistad con los diez mandamientos de Dios? ¿En serio?

—Eh…, sí.

—Vas a ir al infierno —dijo con rotundidad.

—Si lo hago, espero que la zorra de mi mejor amiga esté allí para recibirme.

Le entró la risa y yo sonreí agarrando el teléfono con fuerza.

—Sabes que sí.

—Te quiero, perra.

—Yo a ti más, putón.