IX

 

 

 

Parker llevaba cuatro días en Arizona sin apenas salir de su cuarto. Sus padres estaban preocupados, pero la intuición les decía que su hijo no se sentiría cómodo hablando con ellos de sus problemas con Amy. Porque a nadie se le escapaba que solo el final de su relación podía ser la causa de que Parker hubiera vuelto a casa de forma inesperada y con un humor tan taciturno.

Mark, el mayor de los cuatro hermanos y el que siempre había estado más unido a Parker, llamó a la puerta de su cuarto y entró sin esperar respuesta. Parker estaba sentado en el ancho alfeizar de la ventana, fumando un cigarrillo que no tenía pinta de ser de los primeros del día.

—¿Me vas a contar de una vez qué cojones te pasa, Park?

—Nada.

—No pienso moverme de aquí hasta que me lo cuentes. —Mark se sentó junto a su hermano y le robó un cigarrillo—. Serás el responsable de que vuelva a fumar.

—¿No tienes algún otro hermano al que tocarle los huevos, Mark?

—Sí. Pero ninguno está hecho una mierda.

—Yo no estoy hecho una mierda —respondió Parker. Su mirada perdida a través de la ventana desmentía con rotundidad sus palabras.

—Vamos, no me obligues a darte una paliza. Desembucha lo que sea que te ha pasado con esa chica. ¿La has cagado?

—Siempre tengo que ser yo el que lo joda todo, ¿verdad?

—Yo no he dicho eso. ¿Ha sido ella, entonces?

—Tiene una hija, Mark. —Si le preguntaran más tarde, Parker no habría sabido decir de dónde había sacado las fuerzas para contarlo. Quizá, simplemente, su subconsciente había decidido que tenía que echarlo fuera—. Hemos estado meses juntos, creí que lo sabíamos todo el uno del otro, y, de repente, resulta que su supuesta hermana no era tal. Era su hija. ¡Dios! Debió de tenerla a los quince o dieciséis.

—Te cagaste de miedo, ¿no?

—¡No! ¡Joder, Mark! Deja de dar por supuesto que la jodí. Llevo tres semanas intentando hablar con ella. No me responde al teléfono y finge no estar en casa cuando voy a verla. Ni siquiera ha vuelto por la facultad. Lo peor de todo es que va a perder el curso si las cosas siguen así.

—¿La quieres?

—Más de lo que jamás pensé que se podía querer a alguien.

—Joder…

—No me puedo creer haber dicho eso en alto. Habértelo dicho a ti, de hecho. —Parker esbozó una breve sonrisa, la primera en muchos días, y su hermano le echó un brazo por el hombro y lo atrajo hacia él.

—¿Ella sabe todo de ti? ¿No le has ocultado nada?

—Mark… —Parker evitó la mirada de su hermano.

—Eso suponía. Ella ha tenido más cojones que tú, hermano. Habla con ella, sinceraos los dos, y, si ella también te quiere, aún estáis a tiempo de salvarlo.

—¿Que hable con ella? ¡Te estoy diciendo que es imposible localizarla! Lo he intentado por todos los medios y…

—¿Qué?

—No se me había ocurrido utilizar el correo de la universidad. Estoy seguro de que, aunque haya faltado a clase, no ha dejado de consultar el correo académico. Es lo único que me queda por probar. Cruza los dedos.

—¿Vas a contarle todo?

—Sí. —Los ojos de Parker amenazaron con llenarse de lágrimas, pero ya había mostrado suficientes emociones delante de su hermano mayor.

—Ya tienes algo que hacer el resto de la tarde —se despidió Mark, sonriendo—. Y, Park… estoy muy orgulloso de que lo vayas a hacer.

 

 

De: Parker Sullivan

Para: Amy Morgan

Fecha: 03.05.2015

Asunto: Confesiones

 

No borres este email, por favor. Sigue leyendo.

He intentado hablar contigo por todos los medios, y este es mi último cartucho, Amy. Estoy desesperado. Te he llamado miles de veces durante todas estas semanas. Lo único que pretendía era hacerte entender que nada va a cambiar en mí por el hecho de saber que Katie es tu hija. Lo único que deseaba era abrazarte y consolarte por lo que debió de suponer para ti hacerte cargo de una responsabilidad tan enorme cuando no eras más que una niña. Estaba en un error, había mucho más trabajo por hacer.

Lo que te ha llevado a alejarte de mí es el miedo a que te rechace por lo que te pasó, ¿verdad, nena? Hace un rato, hablando con mi hermano mayor, entendí que no puedo pretender que tú dejes de estar asustada, cuando yo mismo estoy aterrorizado. Lo he estado desde que te conocí, desde que me enamoré de ti. He tenido pánico a perderte, a que vieras dentro de mí lo que he sido en algún momento de mi vida y a que no quisieras volver a saber nada de mí. A que descubrieras mi secreto, como yo descubrí el tuyo, y no pudieras mirarme de nuevo a los ojos. Así que ahí va el turno de mi confesión:

Al poco tiempo de conocerte, te conté la historia de cómo mi hermano había atropellado a una chica a los dieciséis años, cuando iba pasado de alcohol y porros. Esa historia es rigurosamente cierta, Amy, pero hice un cambio de personajes. Porque soy un cobarde. Y porque soy yo el protagonista de ese cuento de terror.

El veintisiete de noviembre del año 2008, pocas semanas después de cumplir los dieciséis, aprobé el carnet de conducir, y mis padres me regalaron un descapotable, como habían hecho con todos mis hermanos. Mis amigos, que eran igual de descerebrados que yo, me montaron una fiesta en el sótano de uno de ellos. Sus padres no estaban en casa, su hermano vendía hierba en el instituto, habían conseguido comprar alcohol con un carnet falso… Todo apuntaba a una gran fiesta. Estaba muy borracho y bastante fumado cuando me pareció una idea brillante volver a casa conduciendo mi flamante coche nuevo. Iba rápido y me salté un paso de peatones. Lo único que recuerdo, y ojalá pudiera llegar a olvidarlo algún día, es el cuerpo de una chica de catorce años volando por encima del capó del coche. La casualidad quiso que mi hermano Preston anduviera cerca. Él llamó a mi padre, y el resto ya lo sabes. Pusieron dinero encima de la mesa, movieron todas las influencias del mundo y la historia no llegó a los tribunales ni a la prensa. Estuve más de seis meses sin salir de mi casa, perdí el curso en el instituto y me convertí en el imbécil que era hasta que te conocí.

Cuando regresé a casa en las vacaciones de Navidad, supe que me habías transformado en alguien diferente. Lo supe porque lo primero que necesité hacer en cuanto puse un pie en Phoenix fue ir a hablar con aquella chica. Mis disculpas llegaron seis años tarde, y ella me lo hizo saber. Me dijo que le había jodido la vida. Me explicó que, cuando me crucé en su camino, su sueño era convertirse en bailarina. Por culpa del accidente, aún ahora tiene algunas dificultades para caminar. Cuando salí de su casa, lloré durante horas y tuve una tentación enorme de no volver a Nueva York. No quería verte, no quería que me vieras, no quería que te enamoraras de alguien que había sido capaz de hacer algo así.

Pero volví. Volví porque me di cuenta de que contigo soy mejor. De que solo tú puedes hacer que olvide durante un rato el horror de lo que hice, y solo tú comprendes por qué odio tanto que el dinero pueda comprar injusticias, en vez de ayudarnos a ser felices, como en la última tarde que pasamos juntos.

Los dos cometimos errores en nuestra adolescencia, Amy. Del mío, quedó una vida truncada y un sentimiento de culpa del que sé que nunca me desharé del todo. Del tuyo, salió una niña preciosa y una mujer fuerte que supo hacerse cargo de ella y cumplir su sueño de llegar a la universidad, pese a todas las dificultades. Yo jodí una vida; tú creaste una vida.

Si no quieres saber nunca más nada de mí por lo que te acabo de contar, lo entenderé. En realidad, llevo todos estos meses preparándome para ello. Pero, por favor, no te mantengas alejada porque ahora sepa que eres madre. Me enamoré de ti porque te admiraba como estudiante, porque me fascinaba tu manera de discutírmelo todo, porque sabía a cuántas dificultades te habías enfrentado para llegar a donde a mí solo me había llevado el dinero de mi padre. Bueno, por todo eso y porque eres preciosa. Ahora que lo sé todo de ti, ya no es solo que esté enamorado de ti. Es que te quiero, Amy. Sí, soy un imbécil y tenía que haberlo dicho antes. Pero es la verdad: te quiero. Te quiero como no sabía que se podía querer.

Hemos vivido más de medio año maravilloso cargando con grandes secretos a nuestras espaldas, y aun así hemos sido felices. Por favor, dame la oportunidad de demostrarte que, ahora que estamos liberados, podemos ser lo que nos propongamos.

Te quiero. Siempre te querré.

Parker.

 

 

Parker no se atrevió a albergar ninguna esperanza de que Amy le respondiera. Salió a montar a caballo con Mark por el rancho y agradeció que su hermano respetara su silencio. No se sacaba de la cabeza a Amy, pero sí se había sacado de los hombros el peso del secreto que jamás había compartido con nadie ajeno a su familia.

Cuando abrió el correo de la universidad aquella misma noche, a punto estuvo de salírsele el corazón del pecho al descubrir un mensaje de Amy.

 

De: Amy Morgan

Para: Parker Sullivan

Fecha: 03.05.2015

Asunto: Re: Confesiones

 

Nos vemos el sábado 30 de mayo, a las ocho en punto de la tarde en la esquina de Union Square con la 14. No hace falta que me lo confirmes, yo estaré allí.

Amy.