II
—¡No puedes estar diciendo en serio que los pobres se han buscado su situación! —gritó Parker, indignado. Era la cuarta vez que se reunían para trabajar en el infernal proyecto que les habían asignado, y todavía no habían escrito ni una sola línea.
—¡No he dicho eso, Parker! Deja de poner en mi boca cosas que no opino. Solo digo que no se puede presuponer que los ricos vayan a corromper la justicia por el simple hecho de tener una situación económica privilegiada.
—Una situación económica privilegiada con la que pueden contratar a los mejores abogados y, si nos ponemos en lo peor, incluso comprar a algún juez. —Quizá el proyecto lograse arrancar si toda la sangre de Parker no abandonara su cerebro con destino sur cada vez que Amy y él iniciaban una de sus habituales batallas dialécticas. Odiaba que fuese así, pero aquella chica se le colaba en el pensamiento con más asiduidad de la necesaria. Ella, sus sempiternas sudaderas de GAP, sus ojos azules y su aspecto de inocente niña de clase alta.
—¿Podemos dejarlo por hoy? Está claro que no vamos a llegar a ningún acuerdo —propuso Amy, frotándose los ojos con ansia. Eran más de las seis de la tarde, y su jornada había comenzado catorce horas antes.
—Por mí, perfecto. Pero en algún momento deberíamos ponernos de acuerdo en algo o jamás aprobaremos la asignatura.
—¿Nos vemos el viernes en la biblioteca? —preguntó Amy.
—¿No podemos quedar en otro sitio? Vas a acabar gritándome, como siempre, y acabarán prohibiéndonos la entrada —bromeó él.
—¡Yo no te grito! Solo defiendo mis posiciones con vehemencia. ¿Quedamos en la cafetería, entonces? —propuso ella, sonriendo. De forma casi inmediata, retiró el gesto. Tenía que cumplir, al menos, su tercer propósito: mantenerse alejada de los hombres. Sería todo mucho más sencillo si le gustaran un poco menos los chicos malos, sobre todo aquel, con sus profundos ojos verdes, sus hoyuelos ligeramente asimétricos y el aro en su labio inferior, que deslizaba entre los dientes cuando ella lo exasperaba. Tenía que quitárselo de la cabeza. Le recordaba demasiado a un pasado que quería olvidar, que tenía que olvidar. Que no se podía repetir.