VI
Los siguientes meses parecieron minutos para Parker y Amy. Pasaban juntos todo el tiempo que las responsabilidades académicas de ambos, y las laborales de ella, les permitían. Amy vivía en un permanente estado de agotamiento, pero su sonrisa hacía que pareciera siempre relajada. A veces, aún sentía miedo por la facilidad con la que Parker se había hecho con el control de sus sentidos, pero algo le decía que podía confiar ciegamente en él.
Parker, en cambio, no tenía ningún interés en analizar por qué Amy se había introducido bajo cada uno de los poros de su piel, como si se tratase del tatuaje definitivo de su vida. Estaba más preocupado por la comodidad con la que hacía planes de futuro con ella. Hubo muchas conversaciones en aquellos meses en las que Parker esperaba con paciencia la llegada del agobio asociado al compromiso, pero jamás lo vio aparecer. Por el contrario, había decidido ya quedarse en Nueva York en su último spring break[4] universitario. Le había costado semanas de burlas por parte de sus compañeros de fraternidad, que ya se visualizaban rodeados de silicona en una piscina de Florida, pero todo quedó compensado al pasar aquellos días junto a ella. Amy pidió un par de jornadas libres por primera vez en su vida y quiso pasarlas con las dos personas que más quería en el mundo. Ni en el mejor de sus sueños habría podido imaginar que Parker y Katie congeniarían de la manera en que lo hicieron. Casi se sentía tentada a estar celosa de su hermana de cinco años, ya que, cuando ella aparecía en escena, Parker se convertía en su esclavo sin remedio.
Una mañana en que se suspendieron las clases por un apagón en el edificio principal de la facultad, Amy y Parker se refugiaron de la lluvia en la fraternidad de él. Cuando sus padres le propusieron una videoconferencia desde Arizona, él no dudó de que aquella era la ocasión perfecta para presentarles a su chica. Amy se sintió intimidada al principio, pero la alegría que sentían los padres de Parker al verlo feliz y asentado junto a ella se le contagió de inmediato. La invitaron a pasar parte del verano con ellos en su rancho de las afueras de Phoenix, y ni toda su timidez y su prudencia le impidieron ver la ilusión en las pupilas de su novio.
El fin de curso se acercaba, la primavera amenazaba con llegar a Nueva York, y el calendario iba dejando un recuerdo de meses de películas compartidas, libros leídos a medias, paseos por el campus cuando ya no quedaban apenas estudiantes en él, cenas de jueves, cigarrillos de primera hora de la mañana y noches de amor a contrarreloj.