11

Fabio

No, ni siquiera lo intenta, ni poniéndose de puntillas y alargando el brazo al máximo conseguiría llegar a la manilla y abrir la puerta. Se queda mirándola desconsolado hasta que por fin lo acepta: no le queda más remedio que volver a la cama, lo que significa que no verá a papá hasta mañana.

Entra en su cuarto y de pronto tropieza con la sillita que mamá le regaló, junto con una mesa pequeña, por su cumpleaños. A él le gusta mucho dibujar con los lápices de colores. Hace árboles y cielos con nubes y pajaritos volando. Mientras se frota la pierna, se le ocurre una idea. Coge la sillita, que no pesa demasiado, y la lleva delante de la puerta del dormitorio de papá y mamá. Sube a la silla. Ha sido una idea buenísima; ahora llega con facilidad a la manilla.

Abre la puerta unos centímetros. No lo han oído; ahora es mamá quien está hablando bajito. Desciende de la silla, empuja la puerta, la abre de par en par y entra corriendo mientras grita, feliz:

—¡Papá! ¡Papá!

Giulia

—Ven a mi habitación, que voy a enseñarte una cosa —dice tío Eugenio, levantándose.

—¿Qué?

—Ven.

Ahoda voy.

El tío sale arrastrando la pierna torcida. Ella saca a Gogghi, la coloca en la posición de antes, termina de peinarla. ¿Y ahora qué hace? ¿Viste a Gogghi de verde o va a la habitación del tío? Seguro que le da otro caramelo. Vuelve a acostar a Gogghi y la tapa con la colcha.

Espádame, ahoda vuedvo.

El tío está sentado a su mesa, en la silla giratoria con ruedas que tanto la divierte. A veces la sienta sobre sus rodillas y se pone a girar la silla, y parece que esté en el tiovivo. Esta vez también la coge por las axilas y se la sienta encima. En la palma de la mano tiene una moneda.

—Mira bien.

Cierra la mano, mueve el puño en círculos y lo abre: la moneda ya no está.

—Ooohhh —dice ella, asombrada.

Agarra la mano del tío, la mira por todas partes, le estira los dedos uno a uno. No hay nada que hacer: la moneda ha desaparecido.

—¿Dónde está?

—La tienes tú —contesta el tío.

—¡¿Yo?!

El tío alarga la mano, le coge una oreja, da un tirón y la moneda aparece de nuevo en su mano.

Otda vez —pide ella.

* * *

Andrea

El marinero que viene a ver a Erminia se ha levantado gesticulando. Se aleja del banco, se para, retrocede, luego se aleja todavía más, se para de nuevo, se vuelve, le grita algo a Erminia, echa a andar otra vez, se va.

Mara ha empezado a ganar de nuevo. Así no tiene gracia jugar.

Erminia se queda un rato más sentada, con la cabeza entre las manos, los codos apoyados en las rodillas; luego se levanta, coge el bolso, va hacia él, que está mirándola, y dice decidida:

—Es hora de volver a casa.

Tiene los ojos enrojecidos. El marinero la ha hecho llorar. El marinero es malo y a él no le gusta. Les dice «adiós» a Mara y Simone; a Luca no, porque se ha portado bastante mal.

Cogen el autobús de vuelta, bajan en la parada que queda a unos metros de casa. Erminia abre la puerta de la calle con la llave, lo hace entrar, lo sigue.

Después de la puerta hay seis peldaños que llevan al ascensor. Él los sube corriendo.

Se detiene de golpe porque el marinero ha salido de detrás del ascensor.

Erminia también lo ve.

—¿Cómo has entrado? —le pregunta muy enfadada.

Anna

Angelo, que la oye llorar y gritar, aparece en el pasillo atontado y tambaleante; tiene que apoyarse en la pared para andar. Lleva todo el pijama manchado de vómito.

—¿Qué te pasa?

—Papá se ha ido y mamá no quiede abdid.

Angelo tira de la manilla. La puerta está cerrada por dentro. Él también llama, pero no obtiene respuesta.

«A lo mejor mamá se encuentra mal», piensa.

Y entonces Angelo corre hasta la puerta de la señora Conticello, que es amiga de mamá. Ella lo sigue, le da miedo quedarse sola. Angelo toca el timbre ininterrumpidamente, hasta que por fin se oye una llave girando varias veces en la cerradura y un pestillo. Ella y Angelo se encuentran frente al señor Conticello, que los mira perplejo y alarmado.

—¿Qué ocurre, niños?

—Mamá se ha encerrado en su cuarto y no…

El señor Conticello no lo deja acabar. Lo aparta, entra en el piso vecino, llega ante la puerta cerrada, acciona la manilla una y otra vez, no sucede nada, llama:

—¡Laura! ¡Laura!

Mamá tampoco le contesta a él.

Entonces el señor Conticello, que es alto y muy robusto, da un paso atrás y empuja la puerta con un hombro.

Matteo

Levanta delicadamente la cabeza de Popeo, que sigue durmiendo, le rodea el cuello con un extremo del cordel dando varias vueltas y lo ata.

Es papá quien le ha enseñado a hacer nudos.

Papá, que está al mando de un barco muy grande, dice que todos los marineros saben hacer nudos y que él tiene que aprender a hacerlos para llegar a ser comandante. Y él ha aprendido.

Luego, con el otro extremo del cordel en la mano, se aleja unos pasos. Da un tirón.

Popeo abre los ojos de golpe, emite un maullido sofocado, se levanta.

Él da otro tirón, esta vez con las dos manos, y Popeo cae de la cama.

Ahoda vienes conmigo a cazad adañitas.

Gianni

Es tanta la emoción de acostarse en la cama grande, en el sitio de papá, que se le pone piel de gallina.

—¿Tienes frío?

—No, mamá.

Mamá rodea la cama, se quita las zapatillas y se mete entre las sábanas. Pero en vez de ponerse de cara, como él se espera, le da la espalda. Se queda un ratito así. Él la oye sorber por la nariz de vez en cuando.

A lo mejor llora porque papá no ha querido salir de la caja.

De pronto, mamá se vuelve y lo abraza con fuerza. Él tiene la nariz hundida entre sus pechos. ¡Qué bien huele mamá! El olor de papá, en cambio, nunca le ha gustado.

Poco a poco se le empiezan a cerrar los ojos.

Rena

Espera a que mamá vaya al teléfono para hablar con la abuela, que está en un país muy lejano y le trae muchos regalos cuando viene a verla con el abuelo.

Le han dicho que el abuelo es un hombre muy importante porque es muy bueno curando enfermos, y ella, cuando sea mayor, quiere ser enfermera para estar con el abuelo y ayudarlo.

Las conversaciones telefónicas entre mamá y la abuela suelen ser muy largas.

—¿Puedo ir al jardín?

Mamá asiente con la cabeza sin dejar de prestar atención a lo que le está contando la abuela. Mientras ella sale, oye que mamá le dice:

—Rena, si ves a Tilde, dile que venga inmediatamente a casa.

Por supuesto que verá a Tilde, pero no le dirá que vuelva a casa. Toma corriendo el sendero que conduce a la cisterna.

Fabio

Se detiene en seco. Porque el hombre que está desnudo sobre las sábanas al lado de mamá, desnuda también, no es papá, sino un señor al que nunca había visto en casa, ni siquiera cuando vienen los amigos, y que lo mira con expresión divertida.

Giulia

Tío Eugenio está mostrándole otra vez la moneda en la palma de su mano.

Luego la cierra y empieza a moverla en círculos. Ella está muy atenta.

El tío abre la mano: la moneda ha desaparecido.

—Veamos adónde ha ido a parar.

Le acerca la mano a la oreja, le da un tirón un poco más fuerte que antes y abre la mano, pero la moneda no está.

—Probemos con la otra oreja.

La moneda tampoco está ahí.

—Veamos si la tienes en la boca.

Nada. El tío se rasca la cabeza.

Ella ríe por lo tonto que es el tío, porque no encuentra la moneda y parece muy confuso.

—Tengo una idea —dice él al final.

La coge por las axilas, la deja en el suelo y hace que retroceda unos pasos. Se arrodilla delante de ella.

—Ahora la encuentro seguro.

Le levanta el vestidito verde.

—Mantenlo levantado así.

Ella coge el borde de la falda con las dos manos. El tío le baja las braguitas, hurga con los dedos entre sus piernas. Se ve que no encuentra la moneda fácilmente, porque está un buen rato buscando.

—¡Aquí está! —exclama por fin en tono triunfal.

Andrea

El marinero no le responde. Da un salto hacia delante, rodea con las manos el cuello de Erminia, la empuja contra una pared.

No habla; hace como el perro de los señores Nespola, que siempre gruñe. Ni siquiera Erminia consigue hablar o gritar; las manos del marinero le aprietan el cuello demasiado fuerte. El marinero, sujetando a Erminia solo con la mano izquierda, mete la derecha en el bolsillo de los pantalones y saca una navaja cerrada en la que, de repente, aparece la hoja con un destello metálico.

Él mira, paralizado de terror.

Anna

Pero la puerta resiste al empellón. Entretanto ha aparecido la señora Conticello en bata y zapatillas, con rulos en la cabeza.

—¿Qué pasa?

—Coge a los niños y vuelve a casa —le ordena el señor Conticello.

Ella no pide más explicaciones.

—Venid conmigo.

Nada más entrar en casa de los Conticello, a Angelo le entran arcadas de nuevo. La señora lo lleva al cuarto de baño.

Y Anna aprovecha la ocasión para volver a su casa; quiere saber si mamá tiene pupa.

Oye al señor Conticello llamando por teléfono en el despacho de papá. Avanza por el pasillo, la puerta del dormitorio está ahora abierta, entra.

Matteo

Ha obligado a Popeo a seguirlo hasta el recibidor. Hay que empezar desde ahí, porque por ahí es por donde entran las arañitas en casa, arrastrándose por debajo de la puerta. Pero Popeo no tiene ganas de ir de caza, solo tiene ganas de dormir, porque de vez en cuando se le doblan las patas de sueño.

* * *

Gianni

Mientras duerme, un movimiento de mamá lo despierta. Abre los ojos. Mamá ha apagado la luz, en la habitación hay ahora una oscuridad total.

Ya no está debajo de las sábanas, sino encima.

Está acostado boca arriba y mamá está bajándole lentamente los pantalones del pijama. ¿Se habrá hecho pipí encima y mamá está cambiándolo?

Pero mamá no le quita del todo los pantalones; se los deja a la altura de las rodillas.

Luego, la mano de mamá se posa con levedad sobre su colita y empieza a acariciársela suavemente.

Rena

Ha llegado a la cisterna, cuya boca está rodeada por una pared circular el doble de alta que ella. Para entrar con más comodidad, Tilde ha colocado una gran piedra al pie de la pared.

Ella se sube a la piedra, pero aun así le cuesta llegar al borde de la pared. Un gran disco de metal oxidado cubre la entrada del pozo. Pero ella sabe que Tilde puede levantar ese disco; se lo ha visto hacer, así que no debe de pesar mucho.

En un lado, el disco tiene una especie de lengüeta con un orificio, que coincide con otra lengüeta fijada en la pared; los dos agujeros sirven para pasar un candado que está allí, abierto, encima del borde. Al lado está la llave. En el disco también hay un agujero bastante grande.

Se acerca a la boca, llama:

—¡Tilde!

Ninguna respuesta.

Prueba otra vez y acerca la oreja al agujero. Oye la voz de Tilde, que la asusta; es cavernosa como la de un ogro.

—¡Vete!

Ha acertado. Tilde está en el fondo del pozo.

Fabio

Mamá se levanta de la cama hecha una furia, lo agarra de un brazo, lo zarandea violentamente, lo saca a rastras.

—¡Idiota! ¡¿Qué haces aquí?! ¡Vete a la cama!

Lo lleva a su cuarto y le da un bofetón que hace que se tambalee.

—¡A la cama ahora mismo!

Sale y cierra la puerta. Pero no con llave, porque nunca ha habido llave. A él le duele la mejilla por el bofetón, pero no llora.

Está muy enfadado, mucho, con ese señor desconocido que se ha hecho pasar por papá.

Giulia

El tío ha conseguido que la moneda desaparezca de nuevo.

—Ahora tienes que buscarla tú —dice.

—¿Dónde?

—La tengo yo encima.

Ella lo mira, dudosa.

—Pero ¡tú eres muy grande, tío!

—Es verdad. Te ayudaré.

—¿Cómo?

—Jugaremos a frío, frío, caliente, caliente.

Ya han jugado otras veces a eso, cuando le esconde los caramelos y ella tiene que encontrarlos.

Tío Eugenio se sienta en la silla giratoria e inclina el busto hacia ella, que le toca una oreja.

—¡Frío, frío!

Andrea

El marinero echa atrás la mano con la navaja y luego la lanza hacia delante. La navaja entra toda entera en el estómago de Erminia. Después la saca sin dejar de gruñir como el perro de los señores Nespola y, levantando la mano, se la clava a Erminia justo donde está el corazón.

Mientras Erminia se desploma, el marinero limpia la hoja en el vestido de ella, cierra la navaja, se la guarda en el bolsillo, baja los peldaños, abre la puerta de la calle, sale. La puerta se cierra a su espalda.

Anna

Mamá está atravesada en la cama, con la cabeza colgando; el largo cabello toca el suelo, el brazo izquierdo le cuelga también al lado de la cabeza, mientras que el otro está extendido junto a su costado. La colcha está empapada de sangre, y la alfombrilla también está manchada de rojo.

Ella se acerca un poco más. La sangre le ha salido a mamá de las muñecas; debe de haberse cortado con la navaja de afeitar de papá. Y, en efecto, ahí está, en el suelo, al lado de la alfombrilla. Mamá duerme.

Mejor, así no siente dolor por la pupa que se ha hecho con la navaja. No tendría que haberla cogido; una vez que ella la cogió porque estaba encima del taburete del cuarto de baño, papá le echó una buena regañina.

Matteo

Popeo ya no anda; ha caído de lado, dormido, y él no tiene más remedio que arrastrarlo. Pero no quiere darse por vencido. Aunque duerma, le hará recorrer toda la casa. Así aprenderá.

Gianni

Mamá ha dejado de acariciarle la colita. Lástima, porque esa caricia, que hasta entonces nunca le había hecho, le gustaba. Mamá continúa abrazándolo fuerte y él la oye jadear como cuando uno ha corrido mucho.

Rena

Mientras está sentada sobre la pared se le ocurre una idea, porque ha visto que cerca de allí hay una gran manguera que el jardinero utiliza para regar. Va a cogerla, la arrastra con dificultad hasta el pozo, la mete en el agujero, va a abrir el grifo, sube de nuevo. Apoya entonces una oreja en el disco y oye el ruido del agua cayendo. Le parece oír también los gritos de Tilde. Que se desgañite si quiere; total, nadie puede oírla.

* * *

Fabio

Él está con una oreja pegada a la puerta. Mamá y el señor que se ha hecho pasar por papá hablan ahora en voz alta.

—¡Date prisa! —exclama mamá.

—Deja que acabe de vestirme, ¿no? —replica el señor. Y al cabo de un momento—: ¿Te llamo mañana?

—¡Vete, vete!

Oye que el señor sale del dormitorio y entonces, ¡pataplaf!, tropieza con la sillita que él ha dejado en el pasillo y se cae. Dice palabrotas. Él se ríe. ¡Lo tiene bien merecido!

Giulia

¡Por fin ha encontrado la moneda! Se había escondido en los calzoncillos del tío, en un sitio donde tiene una cosa larga que ella ha tenido que apartar para encontrar la moneda. Pero ¡qué peludo es tío Eugenio! Oyen que se abre la puerta de casa; es Gemma.

—Ahora vuelve a tu cuarto —dice el tío—. Mañana por la mañana jugaremos a otra cosa mejor.

Andrea

Erminia ya no hace ese ruido similar al del grifo cuando no sale agua. Él no puede apartar los ojos de Erminia.

De pronto nota calor entre las piernas. Se ha hecho pipí encima.

Pero no de miedo, no.

* * *

Anna

Avanza por la habitación hasta llegar junto a la cabeza de mamá. Mira el brazo que cuelga fuera de la cama. Despacio, alarga un dedo, lo posa sobre el corte de la muñeca, se lo acerca a la nariz para olerlo, después lo baja hacia la boca, saca la lengua y lame la manchita de sangre hasta que desaparece del dedo.

Matteo

En vista de que Popeo no tiene ninguna intención de despertarse, más vale que lo lleve a dormir a los pies de la cama, donde estaba antes. ¿Debe quitarle el cordel del cuello o no? Decide que no, porque así mañana por la mañana, cuando se despierte, le hará dar otra vuelta.

Gianni

Ahora mamá está besándole la colita y lo abraza tan fuerte que él empieza a asustarse. Mamá está haciéndole daño. Y, además, ¿por qué respira cada vez más deprisa y se queja tanto?

Rena

Se ha cansado de oír cómo cae el agua dentro del pozo. Coge el candado, lo mete en los dos orificios y lo cierra. Después recoge la llave y baja. Yendo por el sendero, se encuentra con un viejo árbol que tiene el tronco hueco. Arroja la llave dentro.