6
—Ha telefoneado Giulia —dice Anna.
Y se queda en silencio, no sigue hablando.
Durante la última semana se ha mostrado un poco distraída, un poco ausente, como si estuviera todo el rato pensando en otra cosa. Se le va el santo al cielo con facilidad. Y está más pálida de lo habitual. Pero Matteo no tiene ningunas ganas de preguntarle qué le pasa.
—No me parece un hecho extraordinario —replica él, irritado.
—Tiene una avería en un baño o algo así, no lo he entendido muy bien.
—¿Y qué?
—El fontanero no podrá ir hasta el lunes.
«Como siga en este plan, le saco un ojo con el tenedor», piensa Matteo. Empieza a sospechar que Anna habla así por algún motivo oscuro, tal vez solo para exasperarlo.
—Mi más sentido pésame —dice, sarcástico.
—Y, por lo tanto, esta noche no podemos reunirnos en casa de ella y Fabio, como sería lo normal.
—¡Por fin has llegado al meollo de la cuestión! Y entonces, ¿qué?
—Pues que esta noche nos reunimos en casa de Andrea.
No dice de Andrea y Rena; el nombre de Rena no quiere ni pronunciarlo.
—¡¿En la de Andrea?! Pero si no hemos ido nunca.
—¿Y qué?
—Pero ¿no podían venir todos aquí?
—¡Claro que podían! Pero Andrea ha insistido tanto en recibirnos que me ha parecido de mala educación seguir… ¿Te molesta?
—¿A mí? ¿Por qué iba a molestarme? Me da igual. —Y añade—: Voy a daros una buena sorpresa.
Anna ni siquiera levanta los ojos del plato.
—¿Vas a llevar a Gianni? —le pregunta.
Pero ¿cómo lo ha adivinado esa mosquita muerta?
¡Le ha costado Dios y ayuda convencer a Gianni de que volviera a ver al grupo! Pero lo ha hecho por una razón muy concreta. Como el asunto de las fotos lo obligará a quedar a menudo con él, alguien podría verlos juntos, ¡y menudo aluvión de rumores y maledicencias se desencadenaría entonces!
En cambio, de esta forma, si se encuentran con alguno de sus amigos, no tiene nada que temer.
A Anna, por el contrario, no le da igual.
Desde que adquirieron la costumbre de verse todos los sábados por la noche, y de eso hace ya unos cuatro años, siempre se han reunido en dos casas de forma alterna, la de Fabio y Giulia y la suya.
El piso de Andrea se descartó tácitamente desde el principio, sin una verdadera razón. Quizá porque Andrea, después de romper con Anna, había permanecido soltero.
En cuanto al piso de Rena, nunca lo habían tomado en consideración porque era demasiado pequeño.
Sin embargo, después de que Rena y Andrea se casaran, la casa de este último había pasado también tácitamente a ser un lugar de reunión del grupo, aunque todavía no se había presentado la ocasión de ir allí.
Así pues, el encuentro del sábado será una especie de inauguración. Y Anna no acaba de digerirlo.
—Hola, Matteo. ¿Te has enterado de la noticia? —dice Rena con voz alterada.
Está furiosa.
—Sí.
—Andrea nos ha jodido con esa desafortunada idea de reunirnos en casa. Esta tarde no podré salir; tengo que quedarme aquí, está todo patas arriba.
—Comprendo.
—Oye, ¿cuándo podemos vernos? Este contratiempo ha hecho que me entren unas ganas tremendas, unas ganas que no te puedes ni imaginar.
—Te llamo el lunes por la mañana, hacia las diez, y quedamos, ¿de acuerdo?
—Sí, pero intenta organizarte para que podamos vernos el mismo lunes. Estoy hambrienta.
* * *
No le hace ninguna gracia ir porque ha vivido en esa casa. Guarda muchos recuerdos de ella, recuerdos buenísimos.
Y ahora esos recuerdos quedarán manchados por la presencia de Rena, que se mueve como la zorra que es por las habitaciones que fueron suyas.
Desde hace una semana no para de pensar en Andrea. Antes le sucedía de vez en cuando, y en esos casos se las arreglaba para que su imagen desapareciera enseguida.
Hasta que una noche Andrea se coló dentro de ella a traición, cuando no estaba en condiciones de oponer resistencia.
Fue un sueño un poco ridículo pero impactante: Andrea se metía subrepticiamente en su cama de noche, vestido de Diabolik, y la poseía repetidas veces mientras Matteo, ajeno a todo, seguía durmiendo a su lado.
Además, la decisión de no seguir juntos la habían tomado de común acuerdo, con la mente fría, después de haber hablado con detenimiento del asunto.
Y lo absurdo es que no tomaron la decisión porque hubiera disminuido la intensidad de su relación, sino porque los asustó el hecho de que iba en aumento y podía llegar a un grado peligrosamente incontrolable.
En definitiva, fue el miedo lo que los empujó a separarse.
Fabio está en su despacho. Se ha llevado el trabajo a casa porque el lunes se celebra la primera audiencia de un juicio muy complicado. Se trata de un delito que interesa a todo el país, si se tiene en cuenta el espacio que le han dedicado periódicos y televisiones. Fabio se hará cargo de la acusación, pero de la culpabilidad del imputado no hay pruebas, solo indicios.
Desde hace tiempo, tiene la costumbre de consultar sus casos a Giulia, y a menudo le pide ayuda y consejo. Es cierto que Giulia es civilista, pero también es inteligente y aguda.
Por eso, ese sábado han decidido inventarse una excusa para que la reunión no sea en su casa. Todos los baños funcionan perfectamente. Pero Giulia se habría pasado toda la tarde ocupada con los preparativos para recibir a los invitados.
De esta forma, en cambio, podrán seguir estudiando juntos las actas del sumario hasta el momento de ir a casa de Andrea.
«Nuestro fortín».
Así es como Fabio llama a su casa.
Pero únicamente cuando nadie ajeno los oye; en resumidas cuentas, cuando está a solas con ella. Sus amigos jamás considerarían su casa como un fortín. Es más, les sorprendería oír que la llama así. En realidad, está abierta a todos, y el recibimiento siempre es cálido y cordial.
Pero Fabio tiene razón.
Los sábados por la tarde, y solo ese día, Andrea se tumba en la cama una horita después de comer. Los domingos no, porque va al fútbol.
Cuando estaba con Anna, ella siempre lo acompañaba al estadio. Ahora va solo, porque a Rena la aburre el fútbol.
Pero esa tarde, en cuanto se pone en posición horizontal, se le pasa de golpe la ligera somnolencia que tenía.
Ha recordado que dentro de unas horas Anna estará de nuevo con él en esa casa, donde ha vivido mucho tiempo y donde no hay un solo rincón en el que no se hayan abrazado, besado, amado furiosamente.
Rena está en la cocina, vigilando cómo la asistenta saca brillo a los cubiertos de plata. Está convencida de que, en cuanto aparte los ojos, la moldava se meterá en el bolsillo como mínimo un tenedor.
—¡Rena!
Es Andrea, llamándola desde el dormitorio. ¿Por qué no duerme? ¿Qué mosca le ha picado? Ella decide fingir que no lo ha oído; no puede dejar sola a la asistenta.
—¡Rena!
No tiene más remedio que ir. A saber qué le pasa. Cuenta rápidamente los cubiertos y va al dormitorio.
—¿Qué ocurre?
—Mira —dice él levantando la sábana.
Está en estado de gracia.
Rena ríe a carcajadas, glotona, con los ojos brillantes, cierra la puerta con pestillo y empieza a desnudarse.
Al infierno la cubertería. Una ocasión así no hay que desaprovecharla.
Una noche en Monticello, mientras estaban sentados en el banco contemplando la puesta de sol, delante de la fuente, Fabio le preguntó:
—¿Tu madre ha vuelto a la carga?
Giulia pilló al vuelo a qué se refería.
—Sí. Ahora me habla de eso por lo menos dos veces a la semana. Yo me enfado y le contesto mal, pero ella no desiste.
—Vaya lata.
—Es insoportable. Precisamente ayer atacó nada más empezar a comer, así que me levanté y me fui. Ella salió detrás de mí insultándome.
—¿En serio?
—Sí, me dijo que soy una imbécil.
—¡Encima!
—Asegura que estoy desperdiciando mi juventud por darle demasiada importancia a algo que sucedió cuando era pequeña. «Pero ¿tienes idea de a cuántas les ha ocurrido lo mismo y no lo han convertido en la gran tragedia en que lo has convertido tú?», me soltó. —Giulia hizo una pausa antes de continuar—. Estoy pensando muy en serio en irme de casa. Total, económicamente soy autónoma.
—No sería una mala…
—Pero…
—¿Sí?
—Ya lo sabes, la soledad me da miedo. Aunque mis padres me den la tabarra, no dejan de ser una presencia.
—Mis padres también han vuelto a la carga con su tema preferido. El domingo pasado, sin ir más lejos, incluso me presentaron el nombre de una candidata mientras comíamos.
—¿Y quién es? —preguntó Giulia, sonriendo.
—Una prima mía. La he visto dos o tres veces.
—¿Cómo es?
—Simpática. Debe de ser una chica maja.
El Sol se había puesto. Empezaba a refrescar.
—¿Volvemos a casa?
—Espera —dijo Fabio—. Se me ha ocurrido una idea. ¿Y si te vinieras a vivir conmigo, a mi casa?
Giulia se quedó desconcertada.
—Pero ¿qué…?
—Me explico. Todo el mundo cree desde hace tiempo que somos amantes. Y nosotros hemos dejado que lo crean porque nos trae sin cuidado. Si vienes a vivir conmigo, pensarán que hemos decidido consolidar nuestra relación con la convivencia. Les parecerá lógico. A mis padres les diré que he descubierto que estoy enamorado de ti. Y tú les dirás lo mismo a los tuyos. De esa forma, nuestra casa se convertirá en una especie de fortín que nos protegerá de todos los ataques con fines matrimoniales. Y, en casa, tú y yo seguiremos siendo libres de comportarnos como nos parezca, sin tener que rendir cuentas el uno al otro. ¿No te parece una buena idea? ¿Qué me dices?
Giulia, una sombra ya en la oscuridad, lo miró. Se le había formado un nudo en la garganta. De felicidad.
—¿Qué me dices?
—¿Te va bien si voy mañana por la tarde con todas mis cosas?
Y lo abrazó fuerte.
Rena va a coger el teléfono.
—Nos vemos esta noche.
Es Gianni. Es la primera vez que la llama a casa.
—No, esta noche no puedo. Vienen…
—Sé quiénes van. Lo que he dicho no era una pregunta, sino una afirmación. Esta noche, yo también estaré entre tus invitados.
—¡Anda ya!
—Me ha convencido Matteo.
—Vaya. Pues ha hecho bien. ¿Querías algo?
—No, nada; solo avisarte.
—Hasta luego, entonces.
Andrea, que acaba de levantarse, se está dirigiendo a la cocina para tomarse el café que la asistenta le ha preparado.
—¿Sabes quién va a venir esta noche?
—¿Quién?
—Gianni.
—¿Quién?
—Gianni Rocchi. ¿No te acuerdas de él? Nuestro…
—Ah, sí. Pero ¿quién lo ha resucitado?
—Matteo.
—¿Y cómo es que tiene nuestro número de teléfono?
—Se lo di yo.
—A ver si lo entiendo. ¿Gianni y tú ya os habíais visto?
—Fue un encuentro casual, hace tiempo.
—¡Ah! —dice Andrea.
Y va a tomarse el café.
Han decidido hacer un pequeño descanso.
—Esta noche me divertiré viendo cómo Rena representa el inédito papel de ama de casa —dice de pronto Giulia.
—No se puede decir que te caiga bien —replica Fabio.
—En efecto, no se puede decir.
—Nunca llegaste a digerir mi historia con ella, ¿verdad? —le pregunta Fabio con una sonrisita.
—Pues, ya que lo mencionas, no.
—¿Por qué?
—Me causó demasiados trastornos. Cada vez que me decías que vendría aquí, me veía obligada a salir corriendo y estar por ahí a veces hasta cuatro horas. Algunas tardes tuve que ver dos veces seguidas la misma película.
—¿Quieres saber una cosa? ¡No te puedes imaginar cuánto he esperado poder devolverte el favor! Da igual que sea hombre o mujer, me decía, con tal de que traiga a alguien a casa. Pero no ha habido manera; he tenido que resignarme a convivir con una monja.
Ríen.
—Hablando de Rena —dice Fabio—, mientras consultaba un expediente muy antiguo, he encontrado por casualidad unos recortes de periódico que me han sorprendido. Hacían referencia precisamente a Rena.
—Si eran muy antiguos, ¿cómo podían…?
—Pues sí. En aquella época, Rena tenía casi cuatro años. Su hermana Tilde, tres años mayor que ella, murió ahogada en una cisterna para el agua de lluvia que había en el jardín de su casa.
—¿Un accidente?
—Verás, Tilde, que no era una niña precisamente tranquila, cuando hacía una de las suyas se escondía. En aquella ocasión fue a meterse en la cisterna, que estaba seca. Unos albañiles estaban haciendo obras y por eso había una escalera que llegaba hasta el fondo.
—Perdona, pero, si no había agua, ¿cómo es que la niña…?
—Ahí está la cosa. Cuando a su madre se le ocurrió que Tilde podía haberse escondido dentro de la cisterna y fue a mirar, vio que la tapa de hierro estaba puesta y…
—Perdona que te interrumpa otra vez, pero ¿la tapa pesaba mucho?
—¿Por qué?
—Porque la niña podría haberla levantado empujando desde dentro.
—Podría si no hubieran puesto el candado, cuya llave, como se descubrió después, había desaparecido. En resumen, cuando la madre llegó a la cisterna y la vio cerrada, lógicamente pensó que su hija no podía estar dentro y siguió buscándola en otros sitios.
—Vuelvo a preguntártelo: si la cisterna estaba seca, como has dicho, ¿cómo pudo morir ahogada la niña?
—Fue el padre, que mientras tanto había llegado a casa y se había sumado a la búsqueda, el que reparó en que una gran manguera estaba echando agua dentro por un agujero de la tapa.
—Un momento. La niña podría haber subido por la escalera y sacado la manguera del agujero. Así habría detenido la entrada de agua en la cisterna.
—Eso es lo que intentó hacer. Pero la escalera se había mojado, y ella resbaló y cayó al fondo. Se dio un golpe en la cabeza y se ahogó en unos centímetros de agua.
—¿Y los albañiles qué dijeron?
—Ese día los albañiles no estaban porque era domingo. En cualquier caso, declararon que ellos aún necesitaban tener la cisterna vacía unos días más.
—¿Tenían jardinero?
—Sí, pero lo habían despedido tres días antes. Era un tipo violento; durante una discusión con la asistenta, le pegó tan fuerte que le hizo sangre.
—¿Interrogaron a Rena?
—Sí. Dijo que Tilde le había gastado una broma, que le había metido una lagartija por dentro del vestido y después había salido corriendo para esconderse porque ella había ido a contárselo a su madre. Dijo también que había visto al jardinero.
—Pero ¿no lo habían despedido?
—Sí, pero se había llevado las llaves de la verja. Podía entrar cuando quisiera. Al final, eso fue su perdición: lo condenaron a cadena perpetua. ¿Continuamos?
Mientras está vistiéndose, Anna siente un repentino y fuerte impulso de inventarse una excusa y quedarse en casa. Sin duda, Matteo fingirá lamentarlo, pero seguro que no renunciará a ir a la reunión por quedarse a hacerle compañía; le importa demasiado presentarse del brazo de Gianni, el resucitado. Pero después piensa que sus amigos intuirán fácilmente que se trata de una excusa, sabrán que le ha dado miedo encontrarse incómoda en aquella vivienda que durante mucho tiempo fue la suya. Continúa vistiéndose. Con todo, tiene la desagradable sensación de estar cometiendo un gran error.
* * *
Suena el teléfono.
—Voy yo —dice Giulia.
—¿Giulia?
Es la voz de Rena.
Giulia todavía está afectada por lo que le ha contado Fabio hace un rato y se sobresalta, se siente culpable hacia ella, pobrecilla, porque después de todo sufrió una terrible desgracia. Antes de contestar, se ve obligada a aclararse la garganta.
—Sí. Dime.
—Quería avisaros, a Fabio y a ti, de que esta noche también vendrá un compañero al que perdimos de vista hace años. Se trata de Gianni. Gianni Rocchi. ¿Te acuerdas de él?
Giulia tiene que hacer memoria.
—¿No era amigo de Matteo?
—Exacto. De hecho, es Matteo quien lo ha invitado. Me ha parecido oportuno decíroslo porque no sé si os apetece…
—No hay ningún problema. Gracias. —Y cuelga—. Era Rena —le dice a Fabio—. Quería avisarnos de que esta noche también irá a su casa Gianni Rocchi. ¿Te acuerdas de él?
—Claro que me acuerdo. ¡Vaya por Dios!
—¿Qué pasa? ¿No te cae bien?
—No se trata de si me cae bien o mal.
—Entonces, ¿tienes algo contra los gais?
—¡¿Yo?! ¿Contra los gais? Pero ¡qué dices!
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Que al final me ha tocado un caso que le afecta y que inicialmente le había correspondido a un compañero que ha caído enfermo. La denuncia se presentó en Nápoles, pero los hechos son de nuestra competencia.
—¿Lo sabe él?
—¿Que el juicio se celebrará aquí? Por supuesto.
—No; me refería a si sabe que te lo han asignado a ti.
—Todavía no. Me llegó hace muy pocos días. Hojeé el expediente por simple curiosidad, pero no he tenido tiempo de estudiarlo.
—¿En qué sentido le afecta a Gianni?
—Se lo acusa de apropiación indebida y otras cosillas. No sé si es adecuado que nos veamos.
—Imagina que todavía no has abierto el expediente.
—¡Vamos, Giulia!
—Más aún: si yo estuviera en tu lugar, aprovecharía la situación.
—¿En qué sentido?
—Le haría alguna preguntita indirecta pero certera. Y como él no sabe que tú te ocupas del caso, te dará respuestas verdaderas, no las que más le convengan.
No obstante, Fabio parece poco convencido.