21 de junio de 2010

—Doctor Maurizi… Soy el abogado Doria.

—Dígame, abogado.

—Sólo quería comunicarle que ayer se vendió el apartamento de Laura.

—Ah, bien.

—Un buen precio. Cuatrocientos veinte mil euros. He depositado el dinero en mi cuenta del banco.

—¿Alguien ha dado señales de vida?

—De momento, nadie. Pero antes o después lo harán.

—No queda más que esperar.

—¿Ha visto a Todini durante estos días?

—Sí.

—¿Cómo está?

—¿Qué quiere que le diga? Me ha llamado aposta para exponerme una teoría más que discutible sobre los…

—¿… sobre los mensajes que Laura le estaría enviando?

—Sí.

—También a mí me ha hablado de ello. Pobrecillo, está muy confundido. Mientras me exponía su delirio, tenía una sonrisa de endemoniado en la cara. Yo no he querido decepcionarlo. Si él se ha convencido de ello, mejor dejarlo tranquilo.

—Ha hecho bien.

—También le quería decir que, antes de ceder el apartamento al comprador, he cogido todas las cosas que Laura había dejado en él y las he llevado a mi casa.

—¿Por qué?

—Bueno… No me agradaba que fueran a terminar en la basura. La verdad es que había pocas cosas, algunos vestidos, dos pares de zapatos, pero muchos libros.

—¿Nada escrito por ella?

—Sí. Dentro de un libro había tres folios doblados y fechados. Dos pertenecen a una apasionada carta interrumpida y quizá no enviada a un tal Wilson.

—¿Una carta de amor?

—No, está claro que no escribe a un amante.

—¿Está en italiano?

—Sí.

—¿La señora nunca le ha hablado de este Wilson?

—No, nunca. Y eso es muy extraño. Sin embargo, por la carta parece ser una persona muy importante para Laura.

—¿Y el otro folio?

—En el otro folio hay un apunte.

—¿Son cosas recientes?

—De este año.

—¿Piensa que pueden interesarme?

—Diría que sí.

—¿Me manda una fotocopia?

—No hay problema.

—Y sobre todo avíseme en cuanto alguien se presente para retirar el dinero de la venta del apartamento.