1 de julio de 2010
—Profesor Soncini, soy el comisario Luca Maurizi, de la Jefatura de Roma. ¿Se acuerda de mí?
—¿Cómo no? Buenas tardes, dígame.
—Perdone si me atrevo a molestarlo a esta hora, pero aún necesito su inestimable ayuda.
—¿Se trata de Laura?
—Sí.
—¿En qué puedo serle útil?
—Quisiera entender, recurriendo a su cultura y al conocimiento que tenía de la Garaudo, si hay un sentido, un recorrido lógico, en su peregrinación por Italia. Yo creo que sí, pero no consigo comprender cuál puede ser.
—¿Podría explicarse mejor?
—Lo intentaré, aunque no es fácil. Tengo la clara sensación de que el suyo no es un desplazamiento casual, sino que Laura está siguiendo un trazado preciso. Con etapas obligadas. Como si hiciera un viaje iniciático o un rito purificador o una verdadera peregrinación.
—Perdone, pero ¿por qué se dirige a mí?
—Porque he pensado que hay algo que tiene que ver con sus estudios universitarios, no sé, con su juventud… En los días anteriores a la desaparición no hacía más que hablar de su tesis y del Noli me tangere.
—¿Sabe en qué ciudades ha estado?
—Sin duda, se ha dirigido a Florencia, a Pisa, a Milán, donde fue al castillo Sforzesco, después a Padua, a Venecia, para luego trasladarse a Murano y, por último, a Madrid.
—Por favor, repítame todas las ciudades, así las escribo. Llámeme mañana por la mañana.
—Profesor, me da vergüenza y sé que abuso de su paciencia. Pero mañana por la mañana podría ser demasiado tarde.
—¿Demasiado tarde? ¡Dios mío! ¿Por qué?
—No se alarme. Decía que podría ser demasiado tarde para localizarla.
—Entonces, le devuelvo la llamada dentro de dos horas. Repítame el nombre de las ciudades. ¿Algo ligado a sus estudios, ha dicho?
—Sí.
—Doctor Maurizi, soy Soncini.
—Lo escucho.
—Quizá usted tenga razón. Hay un posible vínculo entre las ciudades que la señora Garaudo ha visitado. Pero no quisiera…
—¿No quisiera qué?
—Ponerlo sobre una pista falsa.
—Por amor del cielo, ¡no tenga tantos escrúpulos! ¡Hable libremente! ¿Cuál sería el vínculo?
—Noli me tangere.
—¿Qué significa?
—Este tema, el Noli me tangere, ha fascinado a numerosos artistas en el curso del tiempo.
—¿De veras? No lo sabía.
—Entre los más importantes, le doy los nombres de Giotto, Tiziano, Correggio, Tintoretto, Hans Holbein el Joven, Rembrandt, Poussin… Para no hablar de la caterva de los menos conocidos.
—¿Y qué tiene esto que ver con los desplazamientos de Laura Garaudo?
—En Florencia, además del pintado por Fra Angelico, pueden verse los Noli me tangere en terracota de los hijos de Della Robbia y el de Mariotto di Nardo; en Pisa hay un fresco de Ghetto di Jacopo; en Milán, en concreto en el castillo Sforzesco, está conservado el de Bramantino; en Padua hay un maravilloso Giotto en la capilla de los Scrovegni; en Murano hay otro de Salviati; y, por último, en el Prado está el de Correggio.
—Por tanto, como suponía, se trata de un viaje que tiene algo de ritual, de purificatorio…
—¿En qué sentido?
—Es una ceremonia de despedida.
—¿De qué?
—Del propio cuerpo vivido como lo ha vivido ella.
—No entiendo.
—Perdone, profesor, pero sería largo de explicar. Tengo una última pregunta que hacerle, pero es importantísima.
—Hágala.
—Reflexione un momento antes de responderme. En su opinión, ¿cuál podría ser la última etapa de este viaje?
—Sólo podría ser Londres.
—¿Por qué?
—Porque en la National Gallery está el Noli me tangere de Tiziano. Que es el que más se acerca a la intuición que Laura tuvo delante del fresco de Fra Angelico.
—Es decir…
—En ese cuadro, la mano derecha de María Magdalena se dirige con decisión al paño con que Jesús se cubre el muslo. El espectador tiene la precisa sensación de que acaban de tocarse. Y de que no volverán a tocarse nunca más.