–Tenemos un problema. Déjame tu teléfono móvil.
–¿Para qué lo necesitas?
–Déjame el móvil, por favor.
Raquel le alargó su teléfono móvil. Robert trasteó algo en la zona del motor y a continuación cerró el capó.
–¿Qué ocurre? –preguntó Raquel con cara de preocupación.
–Nada. Problema solucionado –respondió Robert dejando su chaqueta de piel en el asiento trasero.
–¿Y mi móvil?
–Se ha quedado al bolsillo de la chaqueta. Cuando lleguemos ya lo cogerás.
A pesar de que Raquel sabía que cada uno de sus movimientos estaba controlado por la policía, no podía dejar de sentirse como un cordero camino del matadero. No acababa de entender muy bien el porqué de aquella parada, ni tampoco por qué le había pedido su teléfono móvil. Lo único que le importaba era que la policía estuviera escuchando aquella conversación y que tuvieran localizada su posición en cada momento, mediante sus teléfonos móviles o por el sistema de seguimiento por GPS que, según le había asegurado Cardona, la policía había instalado en su coche.
Robert arrancó de nuevo el motor y se dirigió a toda velocidad en dirección a Hospitalet del Infante en busca de la AP-7.
–Me dijiste que estabas dispuesto a ayudarme a encontrar lo que estoy buscando. ¿Es eso lo que vamos a hacer ahora? –preguntó Raquel.
–Es exactamente lo que te ofrecí ayer por teléfono.
–¿Qué crees que estoy buscando?
–Lo sabes de sobra, Raquel, tú tienes una cosa que yo necesito...
–¿Te refieres al manuscrito? Creo que está en un piso de Cervera –respondió siguiendo el guión que tenía marcado.
–¿El manuscrito? Después de lo que te he contado, ¿cómo es posible que no te des cuenta de lo que te estoy hablando?
–¡Pues no! No sé de qué me estás hablando.
–¿Crees que todavía trabajo para esa gente? Ya te dije que te ayudaría aunque el precio que tuviera que pagar fuera muy alto. Es cierto que el objetivo de esta organización es conseguir el manuscrito al precio que sea y también es cierto que este era el principal objetivo que me habían marcado, pero desde el día que te conocí, tú eres lo único que me importa en esta vida. Ya no quiero saber nada ni de la organización ni del manuscrito, aunque me vaya la vida en ello. Es de ti, es de lo que estoy hablando. Es tu amor, lo que necesito. Tú eres el amor de mi vida. Nunca había vivido la felicidad hasta que nos conocimos. ¿Todavía no lo entiendes ?
Raquel se dio cuenta de que algo fallaba en el guión que se habían marcado con la policía, y la tensión se masticaba en el ambiente. O bien Robert era muy buen actor, cosa que no descartaba, o bien había perdido el juicio.
En aquel momento, Raquel decidió dejarse de guiones que no sabía donde la llevarían.
–Oye Robert. ¡Júrame que no tienes nada que ver con la muerte de Joan Capdevila!
En aquel momento, Robert detuvo el vehículo en el arcén.
–Tranquilízate, Raquel –dijo en tono conciliador–. ¿Quieres que hablemos?
–Sí, ¡quiero que hablemos ahora mismo!
–Bien pues, Joan llegó a imaginar que podías ser suya, el muy iluso...
–Así que fuiste tú –afirmó Raquel para arrancarle la confesión que llevaría a Robert ante la justicia.
–Quería entrar en tu corazón y yo no podía permitirlo.
–Pero fuiste tú, ¿sí o no?
–¡Claro que fui yo! Fue por amor, ¿no lo entiendes?
–Pero ¿cómo fuiste capaz de hacerlo? Así, tú también debes ser el cabrón que ha estado martirizando a Núria –insistió, esperando que todo aquel sistema de comunicaciones que había instalado la policía en el vehículo funcionara a la perfección.
–Núria es un caso distinto. Tiene un pánico terrible al sexo masculino. Llegó a imaginar que en ti encontraría lo que no encontraba en los hombres.
–No tienes ningún derecho a hacer sufrir a Núria de este modo. ¡Eres un hijo de la gran puta!
–No tanto como tú crees; a estas horas, Núria ya debe de haber dejado de sufrir.
–¿Qué estás intentando decirme? ¿Qué le has hecho, a Núria?
–Justamente lo que era necesario. Núria era un obstáculo para nosotros y no podía permitir que continuara interponiéndose en nuestras vidas.
–Pero tú, ¿de qué vas, desgraciado? Crees que puedes jugar con la vida de las personas como si fueran muñecos?
–¿No lo entiendes? Es lo que he visto hacer toda mi vida. ¿Hay alguna forma distinta de hacer las cosas? Así es como me trataron mis padres adoptivos. Así es como he visto actuar a la organización secreta. Esta es la manera en que siempre me he comportado y así es como conseguiré tu amor. ¿Cómo debería hacerlo, si no? La única vez que he querido comportarme de forma distinta fue cuando te conté la verdad y he estado a punto de perderte.
–Estás loco, ¡completamente loco!
–Sí, estoy completamente loco por ti. No vas a preguntarme nada, de Sergi?
–¿Qué pasa con Sergi? ¡No le llegarás nunca ni a la suela de sus zapatos!
–¿No te das cuenta de que es una historia del pasado? Ahora que por fin he encontrado a mi musa, no puedo permitir que caigas de nuevo en sus brazos.
–No conseguirás hacerle daño, a Sergi. Tendrías que enfrentarte a todo el cuerpo de policía.
–¿El cuerpo de policía? Debes referirte al imbécil de Cardona. Quizás has llegado a pensar que es un buen policía. No puedes fiarte de nadie. ¿Sabías que había instalado un GPS y un aparato para seguir nuestras conversaciones? No me ha costado deshacerme de toda esta parafernalia. Lo he dejado todo en el polígono industrial de Mora de Ebro , incluyendo los teléfonos móviles. Seguro que la policía nos está buscando como unos posesos por el polígono, o peor aún, por Cervera. ¡Mira que llegan a ser inocentes!
Rápidamente, se dio cuenta del peligro inminente que estaba corriendo. Si era cierto lo que había afirmado Robert, la policía no habría grabado su confesión y, lo que era peor, no tenían ni idea del lugar donde se encontraba.
Raquel intentó desesperadamente abrir la puerta para salir del coche pero vio que estaba cerrada.
–Quiero saber dónde me llevas. ¡Tú estás loco! ¡Abre la puerta ahora mismo! –gritó Raquel abalanzándose sobre de él a golpes.
En aquel momento, notó un pinchazo en el muslo que la paralizó casi al instante, sin poder hacer nada para evitarlo. Le acababa de inyectar un narcótico que la dejaría en un estado semiinconsciente durante un buen rato.
–Lo siento Raquel, no me has dado otra alternativa. Esperaba que nuestro viaje sería más plácido, pero en el fondo lo que realmente cuenta es que estamos juntos. ¿Quieres saber dónde vamos? Vamos a un lugar que tan sólo está reservado a los ángeles, desde donde verás el mundo con los ojos de Dios.
Raquel hacía un gran esfuerzo para mantener la conciencia, pero era incapaz de mover ni un solo músculo de su cuerpo. No podía creerse que aquel con quien habría querido compartir su vida hacía tan sólo unas semanas, ahora la llevaba hacia un destino tan incierto como desconocido.
En aquellas condiciones y sin ningún tipo de comunicación ni con Sergi ni con la policía, por primera vez en mucho tiempo sintió que su futuro colgaba de un hilo. Confiaba en que Cardona habría puesto a sus hombres en estado de alerta y que en algún control de carretera identificarían el vehículo, pero sus esperanzas se desvanecieron cuando Robert se dirigió a ella con estas palabras:
–Iremos en sentido contrario a Cervera y evitaremos las vías de peaje. Es lo más seguro para nosotros.
Robert colocó un CD en el reproductor de música.
–¿Te gustan las bachatas? Ya sé que te gustan –contestó el mismo Robert–. ¿Recuerdas este CD? Lo encontré en el piso de Cervera. Fuiste muy ocurrente poniendo que el autor era Frank Reyes. En aquel piso de mala muerte no estaba el manuscrito, tal y como has querido hacerme creer, ¿no es cierto? ¿Ves, como tú tampoco me dices toda la verdad? No somos tan distintos, tú y yo. La vida es una gran mentira. En realidad, sin mentiras, la humanidad se moriría de aburrimiento y de desesperación. No conozco una manera diferente de vivir, de otra forma no habría subsistido en mi profesión. La gente no quiere conocer la verdad, quiere historias que la conmocionen aunque no sean ciertas. Tú misma has llegado a creerte que eres descendiente de Fray Ramón de Saguàrdia. Habría sido una bonita historia ¿no es cierto? ¡Bendita inocencia! ¿Cuántas personas con el apellido Laguàrdia piensas que existen en el mundo? Tú sola, mil, diez mil, un millón… ¿Todavía no te has dado cuenta de que alguien está jugando contigo? Mi propia vida es una mentira constante, pero ¿crees que eso te ha hecho infeliz? Yo sé que no, bien al contrario. En cambio, todo se fue a pique cuando te dije la verdad...
Mientras tanto, Raquel seguía inmóvil en su asiento, asistiendo a aquel monólogo como un testigo virtual, mientras de reojo hacía un gran esfuerzo para intentar ver algún vehículo de la policía, esperando que se produjera el milagro.
Cardona acababa de localizar entre unos matorrales en el polígono industrial de Mora de Ebro los sofisticados equipos de seguimiento que habían instalado en el vehículo de Robert y, a unos metros de distancia, los dos teléfonos móviles.
Parecía evidente que Robert había descubierto las intenciones de la policía y a partir de ahora jugaría con la ventaja a su favor.
Cardona sabía que en un caso de secuestro convencional, habría ordenado un gran despliegue de fuerzas, utilizando toda clase de medios terrestres y aéreos a su alcance, pero aquel no era un caso como los demás. En esta ocasión, solamente Cardona sabía que en aquellos momentos se imponía actuar sin hacer ruido. Cualquier error podía poner en peligro el éxito de la operación.
–Las vías de circulación empiezan a estar muy concurridas y no podemos levantar sospechas –dijo Robert, dirigiéndose a Raquel mientras bajaba momentáneamente el volumen del aparato de música.
Salió de la vía principal y se adentró lentamente por un camino. Apagó el equipo de música, y cuando estuvo seguro que nadie podía estar observándoles detuvo el motor. Abrió la puerta de Raquel y con suavidad la tomó entre sus brazos. La emoción de percibir de nuevo el calor de su cuerpo contrastaba con la frustración de Raquel por no poder hacer nada para liberarse de aquel personaje de reacciones totalmente imprevisibles. Con mucho cuidado, la colocó dentro de aquel saco de dormir que, un rato antes, había observado Raquel en el asiento posterior.
–Aquí, en el asiento trasero, estarás cómoda, mucho mejor que en el maletero y lejos de las miradas curiosas de la gente –afirmó Robert mientras subía la cremallera y colocaba a Raquel con cuidado, de forma que no llamara la atención.
En unos minutos, el Audi TT regresaba a la vía principal. Raquel continuaba completamente inmóvil bajo los efectos del narcótico. De vez en cuando, intentaba sin éxito hacer algún movimiento para ver si los efectos de la droga empezaban a disiparse. Era evidente que aquella organización tenía verdaderos expertos que sabían calcular con precisión la cantidad de droga que necesita el cuerpo para producir los efectos deseados.
Pasado un tiempo de esfuerzos inútiles por volver a la normalidad, a pesar de que trataba por todos los medios mantener la conciencia, pudieron más los efectos del narcótico y, víctima del cansancio, Raquel cayó en un sueño profundo.
Robert sacó un móvil del bolsillo. Era de tarjeta y lo había adquirido sólo para aquella ocasión. Marcó un número de teléfono.
–Luis, ¿eres tú?
–Hola Robert, no te había reconocido con ese número.
–¿Lo tienes todo preparado?
–Tal y como ordenaste.
–Bien, espérame en el bar. Yo llego en unos minutos.
El Audi TT se detuvo ante la barrera. El guardia de seguridad reconoció rápidamente a Robert y sin salir de la caseta le hizo una señal levantando el pulgar. Pulsó el botón y se levantó la barrera para dejarle paso. Siguió avanzando lentamente hasta llegar al hangar número siete. Detuvo el vehículo junto a una avioneta. Comprobó la matrícula. EC-JQK era el aparato con el que en unos minutos despegarían desde el aeropuerto de Sabadell. Con cuidado, sacó a Raquel del asiento trasero y la trasladó al interior de la aeronave. Ni siquiera se movió. Dejó el vehículo en un lugar que no dificultara la maniobra de salida del avión del hangar y después de coger los auriculares y la bolsa, se dirigió hacia el bar.
Al entrar, dio un vistazo general. Luís era el piloto que les llevaría a su destino. Estaba sentado en una mesa. Iba con su camisa blanca y los pantalones azul marino reglamentarios. Se saludaron. Robert parecía tener prisa esta vez.
Luís no lo vio tan alegre como en otras ocasiones y le extrañó que fuera solo. Acostumbraba a salir a volar una vez por semana, siempre con presencia femenina, normalmente con mujeres mayores que él.
Al salir del bar, Luís, para suavizar aquel ambiente un poco enrarecido, le dijo señalando un cartel colgado en la pared, que había leído un millón de veces:
–Siempre me ha llamado la atención este cartel…
En el letrero podía leerse:
«Aerodinámicamente, el cuerpo de una abeja
no está hecho para volar; lo bueno del caso
es que la abeja no lo sabe»
Robert no prestó atención. Tenía el pensamiento muy lejos de aquel lugar.
Llegaron al hangar. Luís pidió el aparato arrastrador para sacar la avioneta al exterior.
–He realizado el check list mientras te esperaba… –afirmó Luís– o sea que ya podemos salir.
Al subir al aparato Luís se percató del saco de dormir que había detrás. Robert se había sentado justo al lado y lo había dejado de forma que no se notara que Raquel estaba adentro.
–¿Qué llevamos ahí detrás? –preguntó Luís.
–¡Publicidad! –respondió inmediatamente.
–¿Has cambiado de profesión? –observó el piloto– Hace tiempo que ya no llevas chicas de paseo, como antes.
–Sigo trabajando en la agencia, aunque por poco tiempo… lo de llevar chicas de paseo ya ha pasado a la historia. Ahora solamente pienso en una; hoy la conocerás.
–No me digas que me la vas a presentar.
–Antes de lo que crees –dijo Robert con una sonrisa que no podía esconder un punto de tristeza.
–Oye Robert, hoy que vamos solos, ¿por qué no te sientas delante?
–Siempre he ido detrás con mis acompañantes.
Luís arrancó el motor. Había hecho aquella operación miles de veces, pero el sonido de la hélice cogiendo revoluciones le hacía subir la adrenalina igual que la primera vez, y le transportaba hacia un mundo de libertad que sólo había conseguido hacerlo realidad navegando en las alturas.
Realizó los protocolos de rigor y se comunicó con la torre de control, notificando que realizaría un vuelo visual por la zona del Delta de l’Ebre, tal y como le había pedido Robert el día anterior.
Según había calculado en su plan de vuelo el tiempo estimado sería de 1 hora y 55 minutos.
La pista en servicio era la 3-1. Dirigió el avión hasta el punto de espera y después de realizar las comprobaciones que exige el reglamento, se comunicó de nuevo con la torre para anunciar que estaban listos para el despegue.
Después de la autorización se dirigió a la cabecera de pista, de novecientos metros de longitud. Pisó con fuerza los frenos mientras con el acelerador daba máxima potencia al motor.
Soltó de golpe los pedales y el avión empezó a acelerar. El indicador de velocidad marcaba 60 nudos cuando Luís echó los cuernos hacia atrás y el aparato empezó a tomar altura.
Notó la magia del instante en que el avión perdía el contacto físico con la pista; tenía la percepción de dejar el mundo atrás, alejándose de los problemas del día a día. La sensación de ingravidez se hacía presente y el ruido del motor se iba transformando lentamente hasta convertirse en una música agradable al oído. Las casas y los edificios dejaban de ser construcciones verticales para mostrar sus interioridades desde el zenit, convirtiéndose en vulnerables a la mirada de aquellos que desde el aire osaban invadir su intimidad, descubriendo todo un mundo imposible de imaginar desde tierra firme.
Robert conocía muy bien aquella sensación y sabía que para muchas de sus acompañantes, aquella representaba la estocada mortal para hacerlas caer definitivamente en sus brazos.
Al salir del circuito del aeropuerto desde el aire, Luís viró a 2-7-0 siguiendo su plan de vuelo con destino al Delta de l’Ebre. Al sobrevolar la ciudad de Rubí contactó de nuevo con la torre para comunicar que abandonaba la zona de influencia del aeropuerto de Sabadell.
–Tango Lima Yanqui - 065, cinco millas fuera.
Raquel empezaba a despertar de su letargo. No sabía muy bien dónde se encontraba. Estaba desorientada e intuía un mínimo de luz en un entorno que no le era familiar.
Robert mantenía la mano sobre el saco de dormir para comprobar si el efecto del narcótico empezaba a desaparecer. Había organizado aquel viaje sólo por ella y temía haberse pasado de la raya con la dosis.
Empezaba a observar pequeños movimientos y tenía ganas de sentarse junto a Raquel para mostrarle, desde el cielo, algunos de los lugares que le traían buenos recuerdos. Esta vez, tal y como le había dicho, lo verían con los ojos de Dios, desde un lugar que sólo está reservado a los ángeles.
–¡Raquel, despierta! –insistió Robert, viendo que seguía sin dar señales de vida.
–¿Qué ocurre? ¿Con quién estás hablando? ¿Te ocurre algo? –preguntó Luís.
–Es mi chica…
–¿Cómo que es tu chica? ¿Te has vuelto loco?
–Tú no puedes entenderlo. Este va a ser nuestro último viaje y quiero que juntos recordemos los lugares donde hemos pasado los momentos más maravillosos.
–Oye Robert, ¿me estás diciendo en serio que llevamos a una chica ahí detrás, dentro del saco de dormir?
Robert no contestó. Se había imaginado aquel último viaje junto a Raquel irradiando felicidad, viendo como las aves remontaban el vuelo a su paso, del mismo modo que en el lago Naivasha en Memorias de África, pero tenía claro que ni la situación ni los protagonistas eran los mismos. Habría preferido sacarla de aquel saco de dormir y tenerla entre sus brazos, pero no habría sido capaz de besar sus labios de vidrio helado, ni habría soportado mirarle a los ojos y ver reflejada en ellos su indiferencia. Parecía estar completamente abstraído de la realidad que estaba viviendo a su alrededor, mientras iba hablando con Raquel explicándole los lugares por donde iban pasando y describiendo hasta el más pequeño detalle cada uno de los momentos que había compartido.
Luís no se podía ni imaginar lo que estaba viendo con sus propios ojos y decidió no mostrar ningún tipo de emoción. Su única intención era aterrizar lo antes posible. Por ese motivo, simulando que se trataba de una operación normal de pilotaje, cambió el código transponder a 7-5-0-0. De esta forma estaba comunicando de manera silenciosa que estaba siendo víctima de un secuestro.
Raquel se dio cuenta de que, con mucho de esfuerzo, podía hacer pequeños movimientos. Seguía sin entender nada de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, y en medio de la oscuridad y en aquellas condiciones se veía incapaz de hacer algo coherente que la liberara de aquel loco que la retenía en contra de su voluntad. Una voz en su interior le había dicho que en aquella situación se mantuviera el máximo de inmóvil posible esperando que alguien acudiera en su ayuda.
De regreso, fueron siguiendo el río Ebre hasta llegar al pueblo de Miravet.
–La historia que tuvo lugar aquí hace setecientos años nos unió –afirmó Robert al sobrevolar el castillo– de la misma forma que ha sido la causa por la cual tú no quieres saber nada de mí. ¿Recuerdas la leyenda de la reina mora? Ella protegía a sus descendientes con su manto protector y tú, Raquel, que creías ser uno de sus descendientes, en esta ocasión, ni siquiera ella podrá hacer nada para salvarte. Luís, llévanos a la comarca del Priorato –ordenó Robert–. Nos trae muy buenos recuerdos.
–Bordearemos la zona para no invadir el espacio aéreo del aeropuerto de Reus –puntualizó Luís sin inmutarse–. La comarca del Priorato quedará a nuestra derecha.
Las viñas, desde el cielo, dibujaban formas sinuosas, contorneadas por pequeñas carreteras de incontables curvas que mantenían una armonía estética con el paisaje.
Robert seguía sin obtener respuesta a pesar de su insistencia para acaparar la atención de Raquel, mientras seguía describiendo los pueblos por donde iban pasando, repitiendo con precisión las conversaciones que habían tenido en cada uno de ellos y que Robert mantenía grabadas en su memoria.
Luís intentaba mantener la calma; no sabía hacia dónde le mandaría ir después de sobrevolar aquella zona, y deseaba con todas sus fuerzas llegar de nuevo al aeropuerto de Sabadell, donde esperaba aterrizar, si no había ningún contratiempo, en poco menos de unos inacabables cincuenta minutos.
Unos momentos antes, cuando la torre de control del aeropuerto de Sabadell recibió la señal de un posible secuestro aéreo, se pusieron en marcha los protocolos establecidos en casos como éste.
Cardona había dejado órdenes precisas en caso de identificar a Robert Codina en cualquier control policial de forma que se le avisara de forma inmediata. Así se procedió, y rápidamente advirtió a las autoridades que no se trataba de un secuestro convencional, sino de un acto delictivo llevado a cabo por una persona que su única intención era burlar los controles de la policía para que no supieran el lugar donde se dirigía.
El policía se comunicó con Sergi mediante el teléfono móvil que le había dejado.
–Sergi, siento tener que darte malas noticias. Raquel está en un grave peligro. Alex ha burlado todos nuestros controles y en este momento está volando con ella en avioneta desde el aeropuerto de Sabadell en dirección al delta del Ebre.
–Pero ¿no sabía la policía que Alex es agente secreto? –se quejó Sergi, muy molesto, convencido de que aquella situación habría sido totalmente evitable–. ¿Cómo es posible que no se hayan tomado unas medidas excepcionales?
–Oye Sergi, ahora no es momento de lamentaciones. Es necesario salvar a Raquel y eso es lo único que importa. Cualquier cosa que pueda ayudarnos a conocer las intenciones de Alex y la forma de reaccionar de Raquel, es vital para llegar a una solución satisfactoria.
–¡Joder, Cardona! –continuó quejándose Sergi– Alex quiere el manuscrito al precio que sea. ¡Ya lo sabes! Eso es lo que él me dijo la última vez que hablamos.
–¿Crees que existe la posibilidad de que Raquel le haya dicho el lugar donde está escondido? Si es así, sabremos dónde se dirigen.
–No conoces suficientemente a Raquel. Aunque lo supiera no abriría la boca, y si va a decirle algo a Alex sobre el lugar donde está el manuscrito le dirá que está en Cervera.
–¿En Cervera? ¿Por qué motivo?
–Precisamente porque sabe que estuve escondido en un piso de esta ciudad durante unos meses, y tendría su lógica que el manuscrito estuviera guardado en este lugar. Pero la verdad es que no encontrará ningún rastro del manuscrito.
–Escucha Sergi, si el manuscrito no está en Cervera, como dices, sólo puede a estar en La Guàrdia-Lada, y eso, a estas alturas Alex ya lo habrá descubierto. Deberías habérmelo dicho.
–Espero que no sea demasiado tarde –se lamentó Sergi.
–Ya es demasiado tarde, Sergi, ¡ya es demasiado tarde! Alex es muy listo. Quiere que vayamos a esperarle al aeropuerto de Sabadell mientras él se va a La Guàrdia-Lada para conseguir el manuscrito. A unos treinta kilómetros, en el pueblo de Calaf, hay una pista de aterrizaje. Estoy seguro de que es el lugar hacia donde se dirige. Yo me voy para allá a esperarle y le detendré por intento de secuestro.
–Pues para mí han terminado los ejercicios espirituales –dijo Sergi–. No me quedaré encerrado en este convento cruzado de brazos mientras Raquel está en peligro. ¡Se acabó!
–¡No lo hagas! Es un suicidio y podrías poner el plan en peligro! Si das señales de vida, la organización secreta no tardará en advertirlo y puedes ser hombre muerto en cuestión de horas.
–Ya todo me da igual. Raquel me necesita y no estoy dispuesto a esconderme entre las faldas de las monjas. ¿No es Alex el hombre a quien busca todo el mundo?
–Sí, pero no olvides que hay toda una organización que le respalda y sabemos muy bien de lo que son capaces. Ayudarás mejor a Raquel si estás vivo que si estás muerto.
–Raquel se encuentra en esta situación por mi culpa y ahora me necesita. He estado demasiado tiempo separado de ella. Si tú te vas a Calaf yo me voy al aeropuerto de Sabadell, y no intentes evitarlo porque lo haré de todos modos.
–Y ¿cómo piensas ir?
–Esto no debe preocuparte. ¡Iré y punto!
Sergi se fue a buscar a la madre superiora y le explicó en pocas palabras que Raquel estaba en peligro. Sabía que tenían una furgoneta que utilizaban para hacer desplazamientos cortos y la necesitaba con urgencia para intentar ayudar a Raquel.
–Nos la cedió un importante hombre de negocios de Ripoll –quiso aclarar la hermana Isabel mientras le entregaba las llaves–. Tratándose de una buena causa no puedo negarme.
Sergi cruzó Ripoll en dirección a Sabadell conduciendo la Citroën C-15 del año 1990 que le habían dejado las monjas, pensando sólo en llegar a tiempo de hacer algo por Raquel. En un momento llegó a la autovía. Hacía años que aquel vehículo no pasaba de los ciento veinte km por hora, pero en aquella ocasión los superaría con creces. La vida de Raquel estaba en juego y no se perdonaría nunca que le ocurriera algo malo. Hizo girar el interruptor. El aparato de radio tenía sintonizada la emisora de Catalunya Radio. Iría alternando con RAC1 por si daban alguna noticia.
Luís se mantenía en silencio. Pensaba que era la forma más inteligente de no despertar la bestia que Robert llevaba dentro. Continuó bordeando el espacio aéreo del aeropuerto de Reus y desde el aire fue a buscar la AP7, que sería su referencia hasta llegar a la ciudad de Martorell. No se detendría en la pista de Calaf. No entraba en los planes de Robert.
En poco menos de media hora llegaría a Sabadell. Sabía que si conseguía hacer un aterrizaje suave, quizás Robert ni tan siquiera advertiría que habían tomado tierra, y sería el momento de dejar intervenir a los Mossos de Esquadra.
Ya divisaba la montaña de Sant Llorenç y al sobrevolar la ciudad de Terrassa contactó de nuevo con la torre de control por solicitar instrucciones para la aproximación. La pista en servicio seguía siendo la 3-1. Los minutos se hacían interminables. Oía como Robert le cantaba a Raquel una canción mientras con la punta de los dedos acariciaba aquel cuerpo que se mantenía prácticamente inmóvil. Le pareció que era I’ll take you away de Julia Stone.
Tenía la pista delante de su vista. Tenía un viento de cara de cinco nudos y mantenía la senda ideal por un aterrizaje perfecto. Unos minutos y la pesadilla habría acabado. No se observaba ningún despliegue policial especial en la pista. Luís pensó que, sin duda las fuerzas de seguridad debían estar camufladas. Notó como un sudor frío le recorría el cuerpo. Se humedeció los labios. Sabía que la diferencia entre el éxito y el fracaso sólo era cuestión de pequeños detalles, y aquella vez no dependía sólo de él.
Ya había recibido la autorización para aterrizar y sintió un cosquilleo que le decía que aquella pesadilla estaba a punto de terminar. Unos metros más y realizaría una toma perfecta.
Nunca había deseado tanto oír el agradable chasquido de los neumáticos al entrar en contacto con la pista. El resto ya no era cuestión suya. La policía haría su trabajo y él se iría a su casa, donde su mujer y su hija le estarían esperando. Pensaba que, con el tiempo, contaría aquella aventura entre sus amigos como una anécdota divertida.
Estaba pendiente de cualquier pequeño movimiento sobre la pista, de cualquier señal desde la torre y tenía grabadas en el cerebro, segundo a segundo, las lecturas que registraban cada uno de los aparatos que tenía en el panel de control.
En aquel momento Robert se dirigió a él:
–El fuego lo purifica todo, Luis. Siento haberte metido en esto.
–Tranquilo Robert, saldremos de ésta –dijo en tono conciliador.
–Sigues sin entenderlo. ¡De aquí no va a salir nadie con vida! –dijo abalanzándose sobre los mandos de la nave desde el asiento trasero.
–¡Por el amor de Dios! ¡Suelta los mandos, joder!
El controlador, desde la torre, no daba crédito a lo que estaba viendo con sus propios ojos ni a lo que estaba oyendo por la radio. No había ningún protocolo capaz de detener un acto de aquella magnitud y sólo le quedaba esperar a que ocurriera un milagro para evitar lo que parecía inevitable.
Robert sabía muy bien lo que hacía. Se había preguntado infinidad de veces el motivo por el cual las autoridades competentes habían concedido el permiso a la BP para construir una estación de servicio a tan pocos metros de distancia de la cabecera de pista. Hoy descubriría la respuesta.
Sujetó con fuerza los mandos y, de un movimiento brusco, los empujó hacia adelante, lanzando el avión sobre la gasolinera.
–¡Te has vuelto loco! –gritó inútilmente Luis.
–¡Raqueeeel! ¡Si no vas a ser mía, no serás de nadie! –fueron sus últimas palabras antes de que la nave se estrellara contra la gasolinera en medio de una gran explosión.
Una nube de color rojo y negro se elevó rápidamente hacia el cielo de Sabadell mientras se llenaba rápidamente el ambiente del olor a gasolina quemada, dejando perpleja a la gente que había en el aeropuerto en aquellos momentos, que atónita observaba aquel espectáculo dantesco.
Sergi acababa de entrar en el aeropuerto cuando vio la columna de humo elevándose rápidamente hacia el cielo y temió lo peor.
Enseguida pensó en Raquel y se imaginaba al imbécil de Cardona esperando en solitario en una pista en la que hacía años no aterrizaban ni tan siquiera los ultraligeros.
Dejó el vehículo en el primer lugar donde encontró y se agarró con las manos a la reja que le separaba del campo, llorando amargamente y maldiciéndose los huesos por no haber estado junto a Raquel cuando más le necesitaba.
Las sirenas de los bomberos y las de la policía se confundían con las de las ambulancias que, como locas, no paraban de ir de un lado para otro, como si todavía quedara una brizna de esperanza para salvar la vida de alguno de los ocupantes del avión siniestrado.
–Eran tres personas –oyó que alguien decía a sus espaldas–. El piloto y una pareja.
Sergi no sabía qué hacer ni dónde ir. Sacó el móvil de su bolsillo y llamó a Cardona.
–¡Cardona, joder! ¡Ven inmediatamente al aeropuerto de Sabadell! –le dijo, incrédulo, sabiendo que no volvería a ver nunca más a Raquel con vida– Se ha estrellado una avioneta sobre una gasolinera, iban tres ocupantes. Estarás contento de tus planes, que lo único que sirven es ¡para cagarla!
En medio del desconcierto, entró deambulando en la pista donde habían llegado a quedar esparcidos algunos restos del avión. Las puertas permanecían abiertas para dejar paso a bomberos y ambulancias. Se arrodilló en el suelo sentado sobre los talones mientras buscaba alguna respuesta a un sinfín de preguntas que se le amontonaban en la mente y maldecía el momento en que había aceptado ser el jefe de arqueología del equipo de restauración del castillo de Miravet. Pensaba que, de no haber sido así, posiblemente en aquellos momentos estaría sentado en el sofá de su piso de Barcelona con Raquel entre sus brazos.
–No hay supervivientes –oyó como decía un empleado del aeropuerto desde su walkie-talkie–. Tenemos confirmado el nombre del piloto y el del acompañante. La tercera persona no aparecía en el plan de vuelo.
Sergi
se agarraría a un clavo
ardiendo si fuera necesario, hasta que no se identificara a la
tercera víctima. Con los ojos enrojecidos se pellizcó las manos en
un último intento de despertar de aquella pesadilla, pero la
realidad era otra muy distinta.
Habían pasado casi tres cuartos de
hora desde el accidente y la gasolinera seguía humeando. Desde su
distancia sólo podía observarse un montón de chatarra retorcida por
el efecto del fuego y las mangueras de los bomberos lanzando una
espuma blanca sobre la zona siniestrada, en medio de luces
intermitentes. No se acababa de creer que su Raquel se hubiera
convertido en un instante en un montón de
cenizas.
Mientras se limpiaba las lágrimas, recordaba el sabor de sus besos. Se imaginaba que salía sonriendo de entre las llamas mientras él se levantaba y corría a buscarla para abrazarla por última vez. Con la voz rota, le decía que la quería y que daría la mitad de su vida para echar el tiempo atrás, hasta el día antes de la carrera, en el pueblo de Bagà, cuando en el pabellón se situó detrás de ella. En aquel momento se arrepentía de no haberla abrazado con fuerza entre sus brazos y de haberla llenado de besos y de enfrentarse de una vez por todas a toda aquella banda de criminales que le querían mal y que finalmente se habían salido con la suya.
Notó como el teléfono vibraba en su bolsillo. Sólo podía ser Cardona.
–Sergi, ¿dónde estás ? Acabo de llegar al aeropuerto.
–Estoy dentro del campo. Frente al hangar número siete.
–No te muevas del lugar. Voy para allá.
Sergi tenía la mirada clavada en la gasolinera, esperando que se produjera un milagro imposible. Sintió la presencia de alguien detrás de él. Era Cardona. El policía dio un vistazo a su alrededor. Dentro del hangar observó el Audi TT de Robert, aparcado al fondo.
El policía le puso la mano en el hombro.
–Vamos Sergi. Aquí no hay nada que hacer.
Quería alejarlo de los comentarios catastróficos de la gente. Sergi le dirigió una mirada de resignación como respuesta, mientras se alejaban de aquel espectáculo macabro. De vez en cuando seguía mirando atrás con la esperanza que, en un último momento, algún movimiento en el lugar del accidente, mostrara todavía una mínima posibilidad de esperanza pero no fue así.
–No puedo llegar a imaginarme lo que debe haber sufrido Raquel– se lamentó Sergi.
–Ni siquiera se habrá dado cuenta. Iba drogada, pero no pienses más en ello. Seguro que su último pensamiento ha sido para ti.
El policía no obtuvo respuesta.
11 de Diciembre del año 1.308 D.C.
Hace unos días que se observa concentración de tropas en las inmediaciones del castillo de Miravet.
El plazo dado por Guillem aceptando la propuesta de Fray Ramón de Saguàrdia firmada por el rey Jaime II termina mañana. El momento es crítico. No sabemos hasta qué punto nuestros enemigos tienen la intención de respetar el pacto establecido. Tanto ellos como nosotros sabemos que, en realidad, no les es necesario ningún tipo de acuerdo para conseguir la victoria, pues la resistencia de los habitantes del castillo está muy debilitada y su victoria es sólo una cuestión de tiempo.
Pero la rendición da pié a hacer burla y, en este caso, eso representa un valor añadido por los ganadores.
Recuerdo también el mensaje que Faruq me dio para Fray Ramon:
Guillem se mueve por una ansia desmesurada de riqueza y poder. Esta será la clave de nuestra victoria.
Ruego cada día a Dios para que esta vez estas ansias desmesuradas de protagonismo de Guillem jueguen a nuestro favor.
Fray Ramón dice que tengamos confianza en el plan que tiene establecido. Todo el mundo sabe que nuestra libertad es a cambio de su vida. Los seis máximos mandatarios del castillo de Miravet serán ejecutados en el patio situado sobre el Refectorio, con tal de que, a cambio,se liberen al resto de los asediados.
Al mediodía se ha presentado Guillem junto a su comitiva y, acto seguido, el monje encargado de la vigilancia ha avisado a Fray Ramon.
–¡Ya puedes encomendar tu alma al diablo! –ha dicho Guillem desde el pie de la muralla mostrando un pergamino– ¿Sabes qué es, esto ?
–No, pero tú me lo contarás. Creo que te mueres de ganas de hacerlo.
–Eres muy valiente a pesar de pertenecer más al mundo de los muertos que al de los vivos, pero vayamos por partes. ¿Reconoces que eres uno de los seis máximos representantes del castillo de Miravet?
–Lo soy –afirmó Fray Ramón con firmeza.
–Entonces, mañana yo mismo te cortaré el cuello con tu propia espada. Fuiste tú quien lo pidió expresamente, y el rey Jaime II es el firmante de este documento que autoriza y da legalidad a esta acción. Reconozco que no fue fácil convencerle. No deseaba vuestra muerte. Se conformaba tan sólo con vuestras riquezas, pero el rey está seguro de que vosotros no dais por perdida una guerra, ni siquiera cuando la guerra ha terminado y ha llegado a la conclusión que es preferible teneros bajo tierra que en una prisión de alta seguridad. Ya ves a dónde le lleva a un hijo de puta como tú, hacerse el valiente. ¿Sabes que las tumbas están llenas de desgraciados como tú?
Fray Ramón ha dejado que Guillem continuara vomitando toda la rabia que llevaba dentro. Se percibía que con su actitud, perdía autocontrol y eso acabaría haciéndole cometer algún error.
–Mañana, cuando estés agonizando –prosiguió– me mearé en tu boca. Quiero ver la última expresión de tu cara ahogándote en mis orines. Al amanecer, estad preparados para cumplir vuestra promesa. Seis caballeros de alta graduación militar, nombrados por el rey Jaime II, entre los que yo me encuentro, nos presentaremos a las puertas del castillo para cumplir las órdenes del rey. No habrá perdón ni compasión. ¡Aunque lo supliquéis de rodillas! Y a continuación, un nuevo orden mundial empezará a ver la luz.
–Toda la fuerza se te va por la boca –ha afirmado Fray Ramon, arruinando todo su protagonismo ante la multitud desplegada ante las murallas del castillo– Aunque acabes con nuestras vidas, nunca conseguirás tus propósitos. Este nuevo orden mundial del que tú hablas nunca verá la luz, al menos en nombre de la Orden del Templo. Puedes tener por seguro que antes que el nombre de los templarios vaya asociado al tuyo, se acabará el mundo, porque lo que es sagrado y la traición jamás en la vida pueden ir unidos. ¿Crees que con los tesoros de los templarios crearás un mundo perverso? No lo conseguirás, aunque tenga que perseguirte hasta las mismas entrañas del infierno, y yo me encargaré de que las generaciones futuras conozcan las verdaderas intenciones de esta nueva orden que predicas y sus doctrinas, de forma que el mundo os pueda reconocer.
–Pues apresúrate, porque te queda muy poco tiempo –ha contestado Guillem, seguro de sí mismo–. Tú sólo eres un perdedor desgraciado que no tiene ni donde caerse muerto y me muero de ganas por saber si mañana, cuando esté a punto de rebanarte el cuello, sigues pensando lo mismo. A continuación, ha espoleado a su caballo y ha huido como alma que lleva el diablo, seguido de sus hombres en medio de una gran polvareda.
12 de Diciembre del año 1.308 D.C.
Los veintidós caballeros templarios que todavía permanecen en el castillo han acompañado toda la noche a sus seis máximos mandatarios rezando por sus almas que, cuando salga el sol, si Dios no pone remedio, serán ejecutados en el patio del Refectorio.
Poco antes del amanecer, Fray Ramón de Saguàrdia se ha dirigido a los veintidós supervivientes del asedio y con voz firme les ha dicho:
–Mañana iniciaréis el camino hacia la libertad, pero nunca antes el camino había sido tan amargo. En poco tiempo, la Orden del Templo desaparecerá como tal. Nuestros amigos y aliados se han convertido en nuestros peores enemigos. Han utilizado la calumnia como arma principal y el reclamo del dinero para poner de su parte a los que todavía creían en nuestra inocencia. Nuestros enemigos se han propuesto instaurar un nuevo orden mundial. Si lo consiguen, tendrán el control total de la humanidad y convertirán a la humanidad en su esclava, sin ella ni siquiera darse cuenta. Debéis manteneros vigilantes para saber cómo actúan y no os será difícil identificarles. Así es cómo les reconoceréis:
Cambiarán los valores fundamentales de convivencia y construirán un mundo imaginario de bienestar que ellos mismos derrumbarán al cabo de un tiempo, a su conveniencia. Os harán creer que podéis ser ricos como ellos, pero nunca os permitirán sobrepasar un umbral que ellos mismos marcarán sin vosotros saberlo. Cuando os aproximéis a ese umbral, encontrarán la excusa perfecta para robaros todo el que habéis ganado con vuestro esfuerzo y darán las culpas a los demás y a la mala suerte.
A algunos de vosotros os dejarán saborear el poder. Limitado, pero suficiente como para que os creáis que sois superiores a los demás. Sus argumentos serán los de las razas, las clases sociales y la cultura. Lo único que intentarán es poneros a su servicio para controlar a los más débiles. Utilizarán el miedo para asegurar que la humanidad hace lo que ellos quieren y no necesitaran comprar a la gente. El miedo y la extorsión no les cuestan dinero.
Crearán un mundo de ganadores y de perdedores, donde obligarán a las personas a competir entre ellas, incluso con sus propias familias y amigos. Querrán que estéis de su lado para pertenecer al grupo de los ganadores, puesto que en su mundo no habrá cabida por los perdedores.
Inventarán guerras y conflictos inexistentes lejos de sus fronteras. Regularán selectivamente el número de ricos y pobres que habrá en el mundo con guerras, crisis y enfermedades, y sabrán encontrar explicaciones lógicas para justificar las acciones más escandalosas.
Las grandes fortunas no contribuirán al beneficio de la humanidad. Con sus miserables limosnas apaciguarán los remordimientos de sus almas, mientras sque u dinero servirá para seguir engordando los bolsillos de los más ricos. Serán los pobres quiénes finalmente deberán contribuir a ayudar a aquellos todavía más pobres que ellos.
En el futuro, si acaban saliéndose con la suya, habrá un momento en que la humanidad no tendrá tiempo ni para pensar, ni siquiera para decidir su propio destino.
–Subinspector Cardona, ¡dígame!
Cardona puso cara de sorpresa mientras dirigía su mirada hacia la pista del aeropuerto.
–¡Que nadie toque nada! –ordenó– Voy para allá.
–Vamos Sergi. Tú no puedes quedarte solo. Me dicen que algo pasa en el hangar número siete.
Se dirigieron de nuevo hacia la zona de los hangares. A la entrada del número siete había un empleado del aeropuerto esperándoles.
–Subinspector Cardona –dijo enseñando su placa reglamentaria– ¿Qué ocurre?
–Me ha parecido oír unos ruidos extraños dentro del vehículo –respondió el empleado del aeropuerto señalando el Audi TT que había aparcado al fondo.
–Ven conmigo, Sergi. Este es el coche de Alex, o de Robert, o de Daniel Brunet, todos eran el mismo personaje...
–Eso ya me lo contarás en otro momento –exclamó Sergi–. Quiero saber qué ocurre en el interior de ese vehículo.
Se acercaron. Efectivamente, parecía que se producía algún movimiento en el interior. En aquel rincón reinaba la penumbra.
Cardona desenfundó su arma reglamentaria mientras se daba la vuelta haciendo con el dedo la señal de silencio. Con el brazo le indicó a Sergi que se mantuviera a un lado. Las llaves estaban puestas. Miró en el interior del vehículo. No vio nada sospechoso. Cardona las cogió y con el mando a distancia abrió el maletero.
La portezuela se abrió lentamente. Se acercó despacio, con mucha precaución. En el interior parecía haber un cuerpo tumbado. Le apuntó con la pistola. Lentamente el cuerpo se dio la vuelta hasta mostrar su cara. Era Raquel.
–¿Dónde estoy? ¿Qué ha ocurrido?
–¡Raquel! –gritó Sergi mostrando una alegría incontenible– Creía que tú... que...te habías...
La ayudó a salir del maletero y la abrazó entre sus brazos mientras la llenaba de besos.
–Entonces, ¿quién es la chica que iba en el avión? –preguntó Cardona.
–Tiene que ser Núria –respondió Raquel, que todavía no estaba del todo recuperada de los efectos del narcótico.
–¡Imposible! –afirmó Cardona– La señal de su teléfono móvil indica que ha pasado todo el día en su habitación, en la casa de Los Geranios.
–Es ella. Estoy segura –se reafirmó de nuevo–. Alguien me ha trasladado desde el coche hasta el avión dentro del saco de dormir y se ha marchado. Debía ser Robert. Tenía la mente espesa. No sabía qué ocurría ni donde estaba. Pasados unos minutos, he reconocido la voz de Núria. Yo no podía moverme. Me ha cogido en brazos. Debía estar escondida en el maletero. Me ha parecido que me decía en voz baja que no me moviera hasta que alguien viniera a buscarme. Debe de haber sido entonces cuando me ha puesto dentro del maletero del coche. No recuerdo nada más. Seguramente ella ha subido al avión y se ha colocado dentro del saco haciéndose pasar por mí.
Cardona hizo un resumen rápido de los hechos para dar una explicación a todo lo que había ocurrido, pero no acababa de comprender que si Núria era la tercera persona que iba dentro de la avioneta, su teléfono seguía emitiendo una señal que ubicaba su posición en la casa de Miravet.
–Núria me ha salvado la vida a cambio de la suya –reflexionó Raquel con tristeza.
En aquel momento dedicó unos momentos a su recuerdo y pensó que si la estaba viendo desde algún lugar se alegraría de lo que había hecho por ella; comprendió la historia del gato, del jersey de lana que había tejido y del bolsillo para dejar el teléfono móvil en su interior, mientras ella se escondía en el maletero del coche aquella mañana, antes de salir de Miravet.
Ahora empezaba a entender el verdadero significado de sus palabras cuando le decía: «quiero que me recuerdes como una amiga que ha estado a tu lado hasta el final».
Empezaba a tomar conciencia de que, gracias a Núria, ahora no formaba parte de aquel montón de chatarra y se quedó con la duda de si Robert se había dado cuenta del engaño en el último instante. Sin embargo, esto ya no tenía ninguna importancia, y pensaba que cuando accediera a la tabla que tenía en su portátil, borraría la palabra mosquito de la casilla de Robert y escribiría: «Camaleón».
–No han salido las cosas tal y como esperaba –reflexionó Cardona– pero lo que cuenta es que, al fin y al cabo, vosotros seguís vivos. Ahora no podemos perder ni un minuto. La noticia de lo ocurrido puede anunciarse ante la prensa como un accidente, pero de ninguna forma puede silenciarse la verdad ante la organización criminal. A partir de ahora, esto se ha convertido en una carrera contrarreloj. Un personaje muy representativo de su organización como era Robert ya no existe, y no creo que se queden de brazos cruzados esperando que nosotros demos a conocer al mundo la existencia del manuscrito. Yo me encargaré de convocar a los medios de comunicación en La Guàrdia-Lada mañana a las doce del mediodía para hacer público el documento. Nosotros tres iremos a primera hora. Toma, Raquel. Aquí tienes tu teléfono móvil –añadió el policía alargando la mano–. Y ahora vamos a pasarnos un momento por el hospital para que te vea un médico.
CAPÍTULO VI
Al día siguiente, la noticia ya era portada de todos los periódicos. La única explicación que encontraban algunos de los testigos presenciales a aquella maniobra repentina que hizo el avión en el último momento, era que sólo podía ser debida a un error mecánico. Ningún piloto profesional en su sano juicio habría lanzado el avión contra la gasolinera; por lo que nadie dudaba de que se trataba de un trágico accidente.
Se abriría una investigación para determinar las causas oficiales, pero las conclusiones no se conocerían hasta dentro de unos meses, cuando los hechos ya habrían dejado de ser noticia.
Mientras, la Citroën C-15 del año 1990 se dirigía hacia La Guàrdia-Lada. Aquella noche, sus ocupantes, por su propia seguridad, la habían pasado en la comisaría de policía y las reflexiones que tenían lugar entre ellos no tenían nada que ver con lo que publicaban los periódicos.
–Hay una cosa que no me encaja y espero que tú me lo aclares, Raquel –dijo Cardona.
–Si está en mis manos.
–Hace unos días, en tu piso de Barcelona, en la Guía Campsa, marcaste con un círculo cuatro ciudades: «Barcelona, Miravet, Cervera y Tossa de Mar». Todas tienen relación con nuestro caso, excepto una. ¿Qué significado tiene Tossa de Mar?
–Es el lugar donde Sergi y yo pasamos nuestras primeras vacaciones juntos –respondió sin inmutarse.
–Y ¿ya está?
–¿Te parece poco? Son unos de los mejores momentos que hemos pasado juntos, aparte de que no deja de ser una forma de despistar a aquellos que nos persiguen. ¿No te parece? Por cierto –añadió Raquel–, y tú, ¿cómo sabes lo del mapa?
–Robert tenía una aplicación en su móvil que le permitía ver a tiempo real lo que ocurría en vuestro piso de Barcelona. Como puedes imaginar, su teléfono estaba intervenido por la policía.
–Entonces –repuso Raquel contrariada– ¿la policía podía ver y oír todo lo que hacía Robert?
–¡En efecto! –contestó Cardona sin poder disimular su satisfacción.
–Pero ¿todo… todo?
–Debo decir que en sus momentos de intimidad desconectaba el móvil. Incluso, por seguridad, sacaba la batería.
Raquel intentó disimular un suspiro que le salía del fondo del alma sin conseguirlo. No podía imaginarse a Cardona como espectador privilegiado de sus escenas románticas con Robert.
–Robert era una pieza clave en el organigrama de la organización –continuó contándoles a Raquel y a Sergi, que era quien conducía la furgoneta–. En su papel de gigoló tenía acceso a una información privilegiada que le proporcionaban las mujeres de personajes muy relevantes dentro del mundo de la arqueología. Es por ese motivo que conocía la existencia de documentos secretos de los templarios. Desgraciadamente, tú, Sergi, sólo fuiste un juguete en sus manos para ayudarle a encontrarlos. Bueno, Raquel, no es necesario que te diga que a ti te ocurrió lo mismo. Era conocedor de los tesoros escondidos por los templarios, que a día de hoy nadie ha sido capaz aún de encontrar. En realidad –añadió el policía– su trabajo consistía en destruir el manuscrito que ahora vamos a hacer público y la recompensa, a cambio, era quedarse con estos tesoros.
–¡No lo entiendo! –afirmó Raquel– Si su misión era destruir el manuscrito, qué sentido tenía lanzarse sobre una gasolinera, teniendo la certeza que no saldría vivo de allí?
–Para mí también fue una reacción sorprendente. Las declaraciones del piloto, las del controlador de la torre del aeropuerto de Sabadell e incluso las tuyas, Raquel, habrían sido suficientes para conseguir uno de nuestros objetivos: ¡inculparle! Y el plan habría funcionado a la perfección. Creo que el verdadero motivo de lo que hizo era que se había enamorado locamente de ti. Nunca en su vida había experimentado una relación sincera, y contigo creía haberlo conseguido.
Sergi, que hasta entonces apenas había abierto la boca, decidió hacerlo en aquel momento.
–¡Déjate de historias de amor, Cardona! Alex, Robert o quien cojones fuera este personaje ¡era un hijo de puta! Me hizo creer que era mi amigo, pero él sólito se cargó a Joan, a Núria, ha querido acabar con Raquel y estuvo a punto de hacerlo conmigo. Mezclar el amor con este individuo es un insulto a la especie humana.
–¿Todavía no te has dado cuenta de lo que son capaces esta gente, Sergi? –respondió Cardona– ¿Crees que después de que tú escaparas de entre sus manos, que Raquel le toreara a cada momento y que, encima, no fuera capaz de conseguir el manuscrito, podía acudir a la organización secreta, diciendo que había fracasado? Yo creo que no. Por otro lado, aunque a ti te sepa mal, amaba a Raquel, y no habría soportado verla de nuevo en tus brazos. Quizás sí que era un amor enfermizo, pero él, eso, ni siquiera lo sabía y en realidad para él el hecho de morir juntos era un final digno que solucionaba su doble fracaso. Con la organización y con Raquel.
A Sergi le molestaba que Cardona hablara constantemente de la relación que había habido entre Robert y Raquel simplemente como una parte más de la investigación, ignorando por completo su sufrimiento desde aquel día en el piso de Cervera, en que Raquel había dictado sentencia cuando le dijo que había otra persona a su vida.
–Todo lo que dices son suposiciones, pero en el fondo ese tipejo no es más que un asesino –concluyó Sergi para cerrar definitivamente un tema que le inquietaba.
Al entrar en la comarca de La Segarra, el sol empezaba a iluminar aquellos extensos campos que en verano, con el trigo maduro, habían adquirido tonos dorados y ahora mostraban una tierra completamente desnuda, dejando al descubierto sus lomas que iban cambiando de tonalidad, simulando olas en medio de un mar de secano. En aquel momento, Raquel recordó que fue precisamente Robert quién le habló por primera vez, en aquellas mismas tierras, de la leyenda de la reina mora; le producía una profunda sensación de rechazo y de asco imaginarse com también habría susurrado la misma historia al oído de otras mujeres, mientras las llenaba de besos hasta hacérselas suyas.
Fray Ramón se ha despedido uno a uno de cada fraile, mientras en el firmamento la máxima brillantez de Venus anunciaba la proximidad del amanecer.
Apenas las primeras luces empezaban a apartar las penumbras del paisaje cuando se ha oído a lo lejos un rumor de caballos acercándose. Era la comitiva que llevaría a cabo la rendición del castillo y la posterior ejecución de sus seis máximos mandatarios, tal cy omo habían pactado fray Ramón de Saguàrdia y Guillem de Cardona y Garrigans con el beneplácito del rey.
Cerca de doscientos soldados rodeaban el castillo, la mayoría de ellos concentrados en la puerta principal, dejando un pasillo central para ceder el paso a los seis caballeros nombrados por el rey para llevar a cabo la ejecución de los máximos mandatarios del castillo.
–¡Ha llegado vuestra hora! Por fin, las ratas ya pueden salir de las cloacas –ha anunciado solemnemente Guillem en medio de las risas de sus incondicionales.
–Antes de empezar, quiero saber dónde está el rey –ha solicitado Fray Ramón desde una ventana del castillo.
–Muy cerca de aquí, pero no te servirá de nada. Vendrá una vez se haya consumado la rendición y vuestra ejecución. Cuando vea que la bandera de los templarios haya dejado de ondear en el castillo. ¿Qué te creías? ¿Que podrías poner me marcha alguna de tus estratagemas? ¿Nos tomas por imbéciles? No tendrás la oportunidad de pedirle clemencia. Aunque lo hicieras, no te serviría de nada. Bien, dejémonos de tonterías y vamos a lo que realmente interesa. Antes de empezar leeré el decreto del rey que dará legalidad a los hechos que van a tener lugar.
Entonces, Guillem ha desplegado el manuscrito con el mensaje del rey y, con gran solemnidad, ha anunciado:
Estos son los términos y condiciones de la rendición del castillo de Miravet:
1. Rendición de sus máximos mandatarios:
fray Ramón de Saguàrdia, lugarteniente de la provincia catalana. Fray Millàs y fray Siscar. El comendador de la casa fray Berenguer de Santjust y sus dos sobrinos templarios fray Ramón y fray Guillem de Santjust.
2. La ejecución...
–¡Un momento! –ha interrumpido fray Ramon, levantando la mano– Antes de continuar es necesario seguir fielmente el protocolo establecido por el rey. Debemos formalizar nuestra rendición.
–¡De ninguna forma! –ha respondido Guillem– Y ¡deja ya de interrumpir! De este modo sólo conseguirás alargar tu asquerosa agonía.
–O seguimos escrupulosamente el protocolo o no hay rendición –ha reafirmado fray Ramón con firmeza– O lo hacemos de este modo o ya puedes ir a comunicarle al rey que has fracasado en tu intento.
–¡Venga! Rápido, pues. Di lo que tengas que decir de una vez.
Entonces, fray Ramón se ha dirigido a todos los presentes y ha anunciado solemnemente:
–Yo, fray Ramón de Saguàrdia, lugarteniente de la provincia catalana, entrego a partir de este momento el castillo de Miravet al rey Jaime II, quedando la Orden del Templo desposeída de este castillo y otorgando al rey, de esta forma, la propiedad y los bienes materiales que permanecen entre sus muros.
–¿Has terminado? –ha dicho Guillem con impaciencia.
–Sí, he terminado. Puedes continuar.
Guillem, visiblemente irritado por aquel golpe de autoridad que acababa de dar fray Ramon, ha continuado leyendo:
2. La ejecución de los seis máximos representantes del castillo de Miravet tendrá lugar en el patio sagrado situado sobre el Refectorio, y en ningún caso habrá ni perdón ni clemencia.
3. Los seis caballeros elegidos por el rey para llevar a cabo las ejecuciones son:
–Guillem de Cardona y Garrigans, sobrino de fray Jaime de Garrigans.
–El magistrado, Bernat Cespujades.
–El inquisidor Joan de Llotger.
–El oficial Mascarós Garidell, encargado de administrar los bienes confiscados a los templarios.
–El oficial y alcalde de Tortosa, Guillem de Ceret y finalmente...
–El comandante de las tropas, Bernat de Llibià.
4. Una vez consumados los hechos, los seis verdugos, conducirán el resto de monjes que permanecen en el castillo por la puerta principal, hacia su libertad.
S.M. Jaime II. Miravet, a 12 de Diciembre de 1.308
–A partir de ahora se acabaron las concesiones! –ha dicho Guillem con los ojos rojos de ira– Ahora, haremos las cosas a mi manera. ¡Venga, abrid la puerta principal!
–Un momento –ha interrumpido de nuevo fray Ramon–. ¿No quieres saber cuál es mi último deseo?
–Me da exactamente lo mismo. Venga, ¡abre la puerta de una vez!
–Estás a punto de escribir una página importante de la historia y ¿no quieres saber cuál es el deseo de tu principal adversario?
–¡Di cuál es tu jodido último deseo y abre la puerta de una maldita vez!
–Tengo la curiosidad de saber por qué me odias tanto a mí y a mi gente –ha querido saber fray Ramon.
–¿De verdad quieres saberlo? Tú eres el culpable de que mi tío Fray Jaime de Garrigans haya caído en desgracia y pagarás con creces todo el mal que le has hecho.
–Te equivocas. Él es el único responsable de sus actos. Fray Jaime de Garrigans ha vendido a sus compañeros de armas a cambio de su libertad y, por ello, el deshonor le perseguirá hasta el fin de sus días. Esta será su penitencia, y hasta entonces no descansará en paz. Tú, en cambio, llevas el odio instaurado permanentemente en tu corazón y ni siquiera la muerte te permitirá descansar en paz. He conocido a muchos como tú y puedo asegurarte que a todos los he visto morir como lo hacen los cerdos; mostrando asustados el terror en sus ojos y en medio de gritos de desesperación. La historia no hablará nunca de ti. Sólo quedará escrito lo que cuenten aquellos a quienes has quitado la vida, y ruega a Dios para que, o bien a ti o a tus descendientes, os conceda el arrepentimiento de tus actos, pues sólo de este modo conseguirás la paz definitiva. Finalmente, debes saber que no conseguirás los tesoros de la Orden del Templo que tanto anhelas; sólo los descendientes de aquellos que están dispuestos a dar su vida por la libertadtendrán derecho a este legado.
Sergi, cuando unos días antes había leído esta parte del manuscrito, se había dado cuenta de que el mensaje de Fray Ramón de Saguàrdia adquiría todo su significado. Con la ayuda de Raquel habían descifrado las claves que les habían llevado por primera vez hasta el castillo de La Guàrdia-Lada, y ahora estaba descubriendo que sólo los descendientes de aquellos que habían dado su vida por la libertad tenían derecho al legado de los templarios. Faruq había dado su vida por esta causa y si Raquel era realmente descendiente de Fray Ramón de Saguàrdia, podía ser la destinataria del tesoro de los templarios escondido durante más de setecientos años.
Mi espada atravesará los cuatro puntos cardinales de norte a sur y el más pequeño de los hermanos guardará el tesoro más preciado. Solamente los descendientes de aquellos que están dispuestos a dar su vida por la libertad tendrán derecho a su legado. Los números les marcarán el camino.
Fray Ramón de Saguàrdia
Miravet, a 29 de Septiembre del año 1.308 D.C
–¿Has terminado de decir disparates? –ha dicho Guillem después de aguantar, impasible, el discurso de fray Ramon– Venga. ¡Se acabó! Abre las puertas. Quiero ver a los veintidós frailes en la plaza de Armas, a la izquierda, todos de pie y uno al lado del otro. Las manos en alto y las armas en el suelo. Vosotros seis, los máximos mandatarios del castillo, os mantendréis a la derecha.
–No, Guillem, nosotros nos mantendremos arriba, en el patio del Refectorio –ha contestado fray Ramon–. No me fio de ti y no quiero que mis hombres sean testigos de maltratos. Nuestras armas estarán en el suelo. Son las ejecutoras de las órdenes del rey. Es lo que acordamos.
–Bien, pero con las manos en alto y quiero veros a los seis desde abajo, desde la plaza de Armas. Cualquier movimiento sospechoso, empezamos a cortar cabezas entre tus hombres.
En este momento se ha oído un sonido metálico que indicaba que las puertas iban a abrirse. Sus enormes bisagras han chirriado mientras las puertas empezaban a moverse de forma pesada, evidenciando que se han mantenido cerradas desde hace más de un año.
El aspecto de los veintidós frailes mostraba una imagen deplorable. El agotamiento ha hecho estragos entre este grupo de aguerridos caballeros que han conseguido mantenerse con vida a pesar del asedio, en unas condiciones casi infrahumanas.
Guillem ha ordenado a sus hombres que le siguieran. Él iba al frente. Lo primero que ha hecho ha sido contar los frailes que ya se habían rendido.
–Uno, dos, tres... doce, trece... veintiuno y veintidós. Bien, están todos –ha dicho dirigiéndose a sus hombres.
A continuación se ha dirigido a los prisioneros y con voz potente ha advertido:
–Última oportunidad. Buscad en vuestros bolsillos. Si a alguno le encuentro un arma, se la hincaré en medio del pecho. ¡Conmigo no se juega!
En este momento se ha producido un silencio que los prisioneros ni siquiera han advertido. A continuación Guillem se ha situado en mitad de la plaza de Armas y, alzando la vista, se ha cerciorado que en el patio situado sobre el Refectorio se encontraban los seis máximos mandatarios del castillo con las manos en alto.
–¡Registradles! –ha ordenado a sus hombres, señalando al grupo de prisioneros–. Si alguien lleva alguna arma, traédmelo. Jugaremos un rato con él antes de matarle.
Acto seguido, ha ordenado a uno de los suyos que advirtiera a los seis caballeros nominados por el rey para llevar a cabo la ejecución que ya podían entrar en el castillo.
–¡Tú! –ha dicho a uno de sus hombres–. Quédate aquí y no pierdas de vista ni un instante a ninguno de los seis frailes que permanecen en el patio del Refectorio. ¿Has entendido?
–Sí señor ! Cualquier movimiento, os lo hago saber.
–De acuerdo. Vamos, no quiero perder más tiempo.
Cada uno de los caballeros nombrados por el rey ha dejado su caballo en la plaza de Armas y Guillem, haciendo un movimiento con el brazo, ha dado la orden para que le siguieran.
–Subiremos por la torre del tesoro. No os entretengáis –ha advertido Guillem–. Antes de llenarnos los bolsillos, primero tenemos una misión más importante que cumplir.
Los seis, liderados por Guillem y en medio de la expectación de soldados y prisioneros, han enfilado la escalera de la torre del tesoro dispuestos a cometer la atrocidad de cortar el cuello a unos monjes, cuyo único delito había sido defender su inocencia. Mientras tanto, desde el centro de la plaza de Armas, un soldado no quitaba el ojo del patio del Refectorio, atento a cualquier movimiento sospechoso de los frailes.
Desde la plaza de Armas, se ha oído una voz, ordenando a los seis frailes que se dirigieran hacia el centro del patio del Refectorio. Con el brazos en alto, han obedecido la orden, hasta desaparecer de la vista de los presentes. Ha transcurrido todavía un buen rato hasta que finalmente en medio de un silencio sepulcral, se ha oído el sonido de las espadas cortando el viento y, a continuación uno tras otro hasta seis veces, el golpe seco de un peso rodando sobre el patio del Refectorio.
El estallido de júbilo que ha acontecido inmediatamente después entre las tropas asaltantes celebrando la victoria contrastaba con el estado de desaliento y frustración que se vivía entre los prisioneros, que se miraban entre ellos incrédulos, lamentando la muerte de sus máximos representantes a pesar de que aquel hecho ponía fin a más de un año de calvario. Habían conseguido la libertad, pero habrían perdido a sus referentes.
Ha tenido que transcurrir todavía un tiempo antes de que la bandera de los templarios empezara a descender lentamente de su mástil por última vez, después de haberlo hecho durante casi doscientos años. Era la señal que advertía al rey Jaime II que los hechos se habían consumado y que podía acudir a tomar posesión del castillo de Miravet, que por ley le pertenecía.
Eran casi las nueve de la mañana cuando la Citroën C-15 hacía su entrada en el pueblo. El humo de las chimeneas se intuía a duras penas en medio de la niebla, que aquella mañana de octubre había transformado el paisaje cálido del verano en un irreconocible lugar gélido y cargado de humedad.
–Sigue por esa calle y aparca al final, junto a la iglesia –ordenó Cardona.
Sergi siguió las instrucciones del policía. A aquella hora de la mañana no se veía gente por las calles. Los jóvenes ya habían marchado a su trabajo, y los viejos estarían acurrucados avivando las brasas alrededor del fuego antes de emprender el monótono trabajo del día a día.
–Los medios están convocados a las 12:00 del mediodía en la plaza de la iglesia. Este es el mejor escenario para difundir al mundo el contenido del manuscrito –advirtió Cardona, pendiente a cada momento de todo lo que ocurría a su alrededor–. Cuando aparques el coche, iremos juntos a la rectoría. Yo seré el primero en bajar del coche, y hasta que no os haga una señal, no saldréis los dos. ¿Entendidos?
–Y tanto misterio, ¿a santo de qué? –preguntó Raquel.
–Es por seguridad –respondió rápidamente Cardona–. Pueden haber miembros de la organización secreta al acecho. En caso de un ataque por su parte, podéis estar seguros de que se acabó el manuscrito, se acabó Raquel y se acabó Sergi. ¿Te parece poco?
–¡Joder Cardona! –replicó Raquel–. Tienes una capacidad innata de acojonar a la gente que tumba de espaldas.
–No te preocupes. Más tarde vendrán diferentes dotaciones de efectivos de la policía, pero ahora, más que nunca, no podemos bajar la guardia. Cuando parece que ya todo está resuelto es el momento más crítico para cometer errores.
Sergi se disponía a aparcar la furgoneta en el lugar donde le había dicho Cardona. El rumor característico de sus ruedas desplazándose lentamente por el camino de grava daban un aire de misterio al momento. En el interior del vehículo se había producido repentinamente el silencio. No era para menos, después de las palabras de Cardona.
–Venga, es el momento –advirtió el policía controlando con la mirada todos los posibles focos de peligro en el exterior.
Raquel y Sergi se cruzaron las miradas. Aunque no habían hablado abiertamente del tema, ahora que se habían reencontrado después de aquel largo periplo no estaban dispuestos a perderse de nuevo el uno al otro, y mucho menos de una forma tan trágica, como insinuaba Cardona.
Sergi tomó su mano con suavidad y, mirándola a los ojos, le dijo:
–¡Vamos! A mi lado no tiene por qué ocurrirte nada.
Abrió la puerta del vehículo. El olor húmedo de la niebla le recordó el parque de Collserola, el pulmón de Barcelona que hacía que su aire fuera algo más respirable. El tramo hasta llegar a la rectoría era corto, pero a la vez se hacía interminable. La niebla reinante, mezclada con el paisaje, creaba un ambiente intrigante y tanto Sergi como Raquel iban mirando de reojo a ambos lados del camino, pendientes de cualquier sombra que se moviera a su alrededor. Mientras tanto, un gallo rompía el silencio con su canto desafinado, recordando desde la lejanía, que él era el dueño del gallinero.
Por un instante, Raquel rememoró el momento en que llegó con Núria, a aquel mismo lugar, un día de verano. No le había perdonado que hubiera explicado sus intimidades a la organización secreta y le supo mal la actitud que había mantenido hacia a ella. Al fin y al cabo, Núria le había salvado la vida a cambio de la suya propia, y esto no lo olvidaría nunca. Se juró a sí misma que jamás volvería a juzgar a las personas ni por lo que son ni tampoco por las equivocaciones que hayan podido cometer a lo largo de su vida.
Sergi llamó a la puerta. Aquella sucesión de pasos procedentes del interior le resultó familiar. Hoyó la llave girando en la cerradura y apareció el padre Manel mostrando cara de satisfacción por aquella visita tan agradable.
–¡Buenos días padre! –dijo Sergi mostrando una cierta prisa por entrar– Si no le importa, haremos las presentaciones dentro de la casa.
–Buenos días. Me llamó vuestro amigo diciéndome que vendríais –dijo el padre señalando a Cardona–. Veo que los de la capital seguís con tantas prisas, como siempre.
–Hola, padre –contestó Raquel–. Ya sabe que a los de ciudad nos hace falta un poco de música para tranquilizarnos.
–¿Qué prefieres, música clásica o actual? –preguntó el padre Manel, dándole a entender que recordaba su código para comunicarse en caso de que las cosas no andaran bien.
–De la que usted prefiera. En este momento, le aseguro que no sabría qué elegir, pero si tuviera que decidirme por alguna le aseguro que sería de rabiosa actualidad.
Una vez en el interior de la rectoría, Cardona hizo un resumen rápido de la situación para poner al padre Manel al día de los hechos que estaban a punto de suceder.
–Eso significa que tendremos un día bastante agitado –observó el cura.
–Quizás más de lo que usted se imagina.
A continuación, el padre Manel se dirigió hacia su ordenador, seleccionó el reproductor de Windows Media y al instante empezó a sonar la música de Julia Stone.
Raquel empezaba a contarle al padre Manel el final de Núria con todo lujo de detalles cuando Cardona interrumpió repentinamente:
–Venga, vamos al trabajo. Ahora no tenemos tiempo para explicaciones. ¿Dónde está el manuscrito?
–Aquí, en la librería –respondió el cura.
–Un buen lugar para esconder las cosas. A la vista de todo el mundo. No se me habría acudido nunca. ¿Me permitís? –dijo Cardona empezando a hojear el libro por la última página.
En aquel momento se creó una atmósfera de suspense, como si Cardona tuviera la potestad de dictar sentencia sobre la importancia del manuscrito para resolver un enigma que podía cambiar la historia.
Iba asintiendo con la cabeza y cambiando la expresión de su rostro a medida que iba pasando las páginas, como si realmente lo que estaba leyendo fuera de una relevancia vital para el futuro de la humanidad.
A pesar de que Raquel había leído el manuscrito hasta el final, tenía la impresión de que Cardona había ido directamente a algún punto concreto del documento que a ella le había pasado por alto.
–¿Piensas decirnos algo? –reclamó Raquel para poner fin a aquel compás de espera insoportable.
–Creo que tenemos en nuestras manos lo que muchos han estado buscando sin éxito durante siglos –aseguró–. Pero dejadme unos minutos más para acabar de confirmarlo.
Cardona seguía enfrascado de lleno en la lectura, levantando la vista de vez en cuando para evitar que ningún detalle de lo que estaba ocurriendo escapara a su atención.
–Manel, supongo que no ha podido resistirse a la tentación de leer el manuscrito –preguntó Sergi para poner fin a aquel silencio tenso.
–Tienes razón. No he podido resistirme, y debo deciros que hay una parte que me ha resultado muy familiar; incluso para alguno puede representar una verdadera sorpresa.
–¡Estas son las claves que necesitaba! –exclamó finalmente Cardona– Por fin se cerrará definitivamente el círculo de unos hechos que se han mantenido en la oscuridad durante más de setecientos años. Tengo la impresión de que lo que os voy a decir no os hará ni pizca de gracia.
El rey Jaime II se ha situado delante del castillo para tomar posesión oficialmente de la fortaleza. Los veintidós prisioneros han iniciado su salida cabizbajos por la puerta principal. Los seis verdugos, cubiertos con la capucha, les acompañaban montados a caballo, tal y como establece el protocolo; dos a cada flanco, uno delante y otro cerrando la comitiva.
El monarca ha levantado el brazo y el grupo de prisioneros se ha detenido al llegar a su altura.
–¡Sois libres! –ha proclamado solemnemente– Y como no podía ser de otro modo, como siempre, se ha impuesto la justicia.
En aquel momento se ha producido una explosión de vítores entre los soldados de las tropas vencedoras. El rey ha levantado de nuevo la mano y poco a poco los gritos han ido disminuyendo hasta desaparecer completamente.
–Y vosotros, no es necesario que mostréis vuestra tristeza –ha dicho dirigiéndose a los seis que custodiaban a los prisioneros–. Sólo habéis cumplido mis órdenes; al fin y al cabo, este era también el deseo de los seis máximos representantes del castillo. ¡Acércate! –ha ordenado al caballero que lideraba la expedición.
El caballero ha golpeado suavemente con los tacones el vientre de su yegua de color blanco y el animal ha empezado a avanzar lentamente hasta detenerse junto al monarca. Ha levantado la cabeza buscando su mirada, y en aquel momento el estupor se ha reflejado en el rostro del rey. Instintivamente, ha puesto la mano sobre su espada, pero el caballero, que ha sido más rápido, se ha acercado a su oído y le ha dicho:
–No os conviene, majestad. Sólo nos hemos limitado a cumplir vuestras órdenes.
Unos momentos antes, cuando los seis caballeros nominados por el rey para llevar a cabo la ejecución subían por las escaleras de la torre del tesoro, yo les estaba esperando a la salida, fuera del alcance de las miradas de sus soldados. Esperaban encontrarse a veintidós frailes y a los seis dirigentes del castillo y es exactamente lo que se han encontrado. Sin embargo, no contaban con mi presencia.
Guillem ha sido el primero en aparecer. Iba muy confiado y seguramente sus ansias de acabar con la vida de fray Ramón han ayudado a que estuviera totalmente desprevenido. No me ha costado lo más mínimo sorprenderle poniendo mi daga afilada alrededor de su cuello, haciendo la presión suficiente para que se diera cuenta de que aquello no era un juego. Sin perder ni un sólo instante, me he acercado a su oído y en voz baja le he dicho:
–¡Rápido! Ordena a tus compañeros que esperen a recibir tus órdenes antes de salir al patio del Refectorio. Invéntate cualquier excusa... que vas a hacer un juramento, un ritual, lo que sea… y reza a Dios para que te crean.
Guillem ha pretendido negarse, pero he aumentado la presión sobre su cuello.
–¡Ahora mismo, o te arranco la nuez de cuajo!
Eso le ha hecho ver que no tenía otra salida, y finalmente ha obedecido sin oponer más resistencia.
–Y ahora, diles a los frailes que se dirijan hacia el centro del patio. Venga, ¡deprisa! Y quiero que te oigan los que están abajo, en la plaza de Armas. ¿Has entendido?
Guillem ha asentido con la cabeza y ha hecho lo que le he dicho.
–No te saldrás con la tuya –ha dicho mientras los frailes se iban alejando, quedando fuera del alcance de las miradas de los soldados–. Estáis completamente rodeados y vuestras posibilidades de éxito son nulas.
–¡Cállate, hijo de puta! Y limítate a hacer lo que yo te diga.
Cuando los frailes han llegado al centro del patio del Refectorio, han recogido sus armas del suelo y se han dirigido hacia el lugar dónde yo estaba.
–Ahora quiero que les digas a tus compañeros que ya tienes a los frailes a punto para la fiesta y que pueden hacer acto de presencia. Quiero que tus palabras sean convincentes, de esa forma tan especial que tienes tú de decir las cosas… y escucha, hijo de mala madre... si algo no sale como yo quiero, te juro que te arrancaré las tripas y saldrás rodando por las escaleras. Estoy segura qde ue no te costará traicionar a tus compañeros, como ya hizo tu tío, fray Jaime de Garrigans con los frailes del castillo.
Guillem ha acabado entendiendo que era mejor hacer lo que yo le decía si quería mantener alguna esperanza de conservar la vida.
Ha intentado, sin conseguirlo, utilizar su lenguaje soez habitual para ordenar a sus compañeros que ya podían hacer acto de presencia. Estaba demasiado nervioso para comportarse con naturalidad, pero sus compañeros ni siquiera lo han advertido.
El primero en aparecer ha sido el inquisidor Joan de Llotger. En aquel instante, fray Ramón se ha abalanzado rápidamente sobre él, arrastrando escaleras abajo con su caída a sus compañeros que le iban detrás. El efecto sorpresa ha sido determinante para no dejarles reaccionar a tiempo y la acción les ha cogido completamente desprevenidos al no esperar encontrarse con ningún tipo de resistencia. Los seis frailes, en un momento, los han reducido y en un instante han salido al patio del Refectorio esposados y amordazados.
Les han ordenado sacarse sus ropas y los frailes las han intercambiado por las suyas.
–¡No lo conseguiréis! Es inútil lo qué intentáis –repetía insistentemente Guillem con la voz apagada fruto de la presión de la daga en su cuello.
–¡Cállate, bastardo! –le he dicho– Aquí lo único inútil que hay es tu existencia.
Una vez los seis frailes y los seis elegidos por el rey se han intercambiado sus vestimentas, fray Ramon, haciendo un gesto con la espada, les ha ordenado ponerse de rodillas alineados en mitad del patio. Sus gemidos eran del todo inaudibles fuera del recuadro del patio donde estaban situados, debido a las mordazas que les presionaban la boca, casi sin dejarles respirar.
Guillem buscaba insistentemente con la mirada alguien que pudiera ayudarle, pero el centro del patio quedaba muy alejado del alcance de las miradas de las tropas del rey.
–A éste, dejádmelo para mí –le he pedido a fray Ramon.
Ha asentido con la cabeza y me ha cedido su espada. Después se ha acercado a Guillem hasta quedarse frente a él y le ha dicho:
–Entonces, Guillem, ¿qué es eso que tanto te sorprende? Sólo nos limitamos a cumplir las órdenes del rey.
Fray Ramón le ha mostrado el documento firmado por el monarca y le ha dicho:
–Nosotros, al entregar el castillo, hemos dejado de ser sus máximos representantes. Lo hemos dicho públicamente. Todo el mundo ha sido testigo de ello y aquí, en el documento firmado por el rey, lo dice muy claro.
1. La ejecución de los seis máximos representantes del castillo de Miravet...
–Está muy claro que nosotros no somos los que dice el documento. También dice que no habrá clemencia ni perdón. Lo ha firmado el mismísimo rey, y eso es irrefutable. Y si nosotros, los frailes, no somos los seis máximos representantes del castillo, estos solamente podéis ser tú y tus compañeros. Aquí lo dice bien claro:
3. Los seis caballeros elegidos por el rey para llevar a cabo las ejecuciones son:
–Guillem de Cardona y Garrigans.
–El magistrado Bernat Cespujades.
–El inquisidor Joan de Llotger.
–El oficial Mascarós Garidell.
–El oficial Guillem de Ceret.
–El jefe de las tropas, Bernat de Llibià.
–Te aseguro que he tenido algunas dudas para interpretar el comunicado del rey, pero el caso es que, en este momento, no podemos preguntárselo. Me has dicho que hasta que no se ejecuten sus órdenes no piensa acudir. ¿No es cierto?
–No saldréis con vida. ¡Te lo juro!
–Te aconsejo que no jures en falso antes de morir –ha replicado fray Ramon–. No debes de preocuparte por nosotros. Será el propio rey quien protegerá nuestro camino hacia la libertad. Él mismo lo ha firmado. Aprovecha el tiempo que te queda para arrepentirte de todo el mal que has hecho. Recuerda que pesa una maldición sobre ti por lo que hiciste, y esto te perseguirá a ti y a tus futuras generaciones durante los próximos setecientos años.
Mientras los seis verdugos pasaban a ocupar el papel de víctimas y las víctimas el de verdugos, fray Ramón daba las últimas instrucciones a los frailes para llevar a cabo su plan.
–¿Qué se siente, sabiendo que tú eres el imbécil que ha dado la orden de su propia ejecución? –le he preguntado a Guillem–. ¿Dónde están aquellas risas cuando te ibas a mear en la boca de fray Ramón mientras estuviera agonizando? ¿De verdad tienes curiosidad por saber qué es reventarte los pulmones, ahogado en orines hasta morir? O quizás prefieres que te corte una oreja y la eche a los perros. Han pasado mucha hambre durante el asedio a que los habéis sometido… o mejor la lengua. Estoy segura de que se lanzarían sobre ti y te la arrancarían a mordiscos. ¿No es lo que tú querías hacerle a Faruq?
Guillem ha empezado a gemir de desesperación, consciente de que no tenía escapatoria.
–¡Perdón! –ha implorado de rodillas, entre gemidos, con la cara desencajada–. Te daré todo lo que me pidas, riquezas, propiedades, posición social, poder...
Lo he cogido por el pelo y he levantado su cabeza hasta la altura de mi vista.
–¿Puedes devolverle la vida a Faruq? –le he preguntado–¿Puedes devolverle la vida a Nadira?
Su mirada seguía reflejando el pánico de saber que no tenía respuesta a aquella pregunta.
–No, ¡no puedes! –le he contestado–. Entonces, no hay nada de tu maldita existencia que me interese.
A continuación he levantado la espada. He dirigido la mirada hacia fray Ramón y al recibir su orden la he apretado con todas mis fuerzas entre las dos manos y de un golpe seco y preciso le he cortado el cuello. En un instante, su cabeza ha salido rodando por el suelo del patio del Refectorio, mientras su cuerpo se desplomaba como un saco de basura.
A continuación, el resto de frailes ha hecho lo propio y las cabezas de los enviados del rey han ido cayendo una tras otra dejado un inmenso charco de sangre.
Uno de los frailes ha puesto las cabezas de los seis pobres desgraciados dentro de un saco y lo ha cargado a sus espaldas, dejando el trabajo de enterrar sus cuerpos a los soldados del rey.
Antes de abandonar aquel lugar, fray Ramón ha dado un último vistazo y dirigiéndose a los frailes ha decretado:
–A partir de ahora este lugar se denominará El patio de la sangre.
Los seis se han colocado la capucha de su capa y han salido del castillo por la puerta principal, custodiando a los veintidós caballeros, tal como estaba escrito en el protocolo firmado por el rey.
Yo abandonaré el castillo por la salida secreta para reencontrarme con fray Ramón de Saguàrdia y así dirigirnos juntos hacia el norte, hasta La Guàrdia-Lada.
Ayer, antes de que las tropas del rey entraran en el castillo, me despedí de Faruq. Sentada junto a su tumba, le pedí que protegiera a nuestro hijo y que guiara sus pasos y las de sus futuras generaciones.
Los tesoros y documentos importantes se mantendrán en Miravet, a la espera de que se tranquilice la situación actual y que la Orden del Templo continúe su camino. Seguirán enterrados en el patio de la casa dónde siempre he vivido. Ayudé a Faruq durante una semana a esconderlos por orden de fray Ramon. Se accede desde el pueblo y también por la entrada secreta de las caballerizas, que llevahasta el río.
El rey Jaime II no daba crédito al hecho de tener ante sus propias narices a Fray Ramón de Saguàrdia.
–Majestad –ha dicho fray Ramon–. Vos sois el principal artífice de lo ocurrido dentro de las paredes de este castillo. Vuestras órdenes han sido cumplidas y la gloria de lo sucedido sólo corresponde al rey. Nosotros dejamos de ser los máximos mandatarios del castillo desde el momento en que lo entregamos a su majestad. Tuve la precaución de hacerlo antes de que el desgraciado de Guillem leyera la sentencia de la ejecución. Con todos mis humildes respetos, permítame decirle, majestad, que no considero que el rey sea un mentiroso y, por lo tanto, cumplirá todo aquello que está escrito y que se ha difundido a los cuatro vientos.
El rey ha hecho una señal a fray Ramón para que le siguiera hacia un lugar más retirado, lejos de los oídos de su gente.
–¿Entonces? –ha dicho el rey dirigiendo su mirada hacia el castillo
–Sí, majestad. Vuestros hombres encontrarán seis cuerpos descabezados con nuestras vestimentas. Vos mismo firmasteis la orden de ejecución.
–¿Qué queréis? –ha dicho el rey visiblemente contrariado.
–Nada que no nos corresponda. Queremos nuestra libertad. Vos mismo acabáis de anunciarlo ante vuestros hombres.
–Y ¿mi honor? ¿Cómo quedará mi honor si os concedo lo que me pedís? El mundo no debe saber que he sido víctima de un engaño.
–Vos escribiréis la historia –ha dicho fray Ramon–. Por el momento, el mundo no tiene por qué saber la verdad de lo ocurrido hoy aquí. La historia dirá que fray Ramón de Saguàrdia se vio obligado a ordenar la capitulación del Castillo de Miravet, entregándose junto a sus hombres al comisionado del rey Bernat de Leyba y que todos sus bienes fueron confiscados. Sólo quiero que el nombre de Guillem de Cardona y Garrigans no aparezca nunca en los libros de historia.
–¿Puedo saber los motivos? –ha querido saber el rey.
–Una persona a quién yo quería mucho así lo vaticinó.
–Y ¿qué pedís a cambio?
–Muy poca cosa. Dejaréis en paz por siempre jamás la Orden del Templo y todos sus representantes.
–Y ¿qué pensáis hacer con la orden?
–Esto, majestad... ahora no os lo pienso decir. Con el tiempo, tendréis noticias. Os lo aseguro. De momento, deberéis conformaros con saber que la Orden del Templo seguirá viva, a pesar de que Papas y reyes intenten ponerle fin.
–Bien, pues en este caso, es mejor conservar un enemigo intacto que destruirlo. Esta conversación, jamás ha tenido lugar. ¡Palabra de rey!
El rey y fray Ramón han regresado de nuevo al grupo. Jaime II ha levantado el brazo señalando el norte y con voz firme ha anunciado:
–¡Sois libres! El rey siempre cumple su palabra. ¡Comisionado! –ha dicho dirigiéndose a fray Ramon– Conducid a estos hombres hacia su destino. Ellos son sus únicos propietarios.
El rey ha ordenado darles provisiones para el viaje y a continuación la comitiva ha empezado a avanzar lentamente hacia el norte.
Yo me he reencontrado con ellos más adelante, en un lugar desde el que todavía se divisaba el castillo. He recordado la última vez que hice el mismo recorrido. Íbamos juntos con Faruq. Ahora, él ya no está, pero llevo a su hijo dentro de mí y estoy segura de que desde donde él esté, seguirá protegiéndonos como lo ha hecho hasta ahora.
En aquella ocasión, me había dicho que debíamos ser magnánimos con nuestros enemigos, que la crueldad no es más que la fuerza de los cobardes. No considero haberme comportado de forma cruel con Guillem. Sencillamente, ha tenido el final que se merecía.
Fray Ramón ha levantado el brazo, haciendo una señal para que el grupo se detuviera, y nos ha dirigido unas palabras. En aquel momento, todos habían visto con sus propios ojos que sus máximos representantes seguían vivos y atribuían aquel milagro al hecho que Dios había escuchado sus oraciones. Las caras de aquellos hombres reflejaban la victoria y su esperanza de futuro como caballeros de la orden seguía intacta.
–Habéis sido muy valientes alresistir el asedio durante más de un año, y esto os honora. Estoy orgulloso de cada uno de vosotros. Os anuncio que la orden seguirá viva, pero no debe pasar ni un solo día sin que tengáis presente lo que os dije la noche antes de la entrega del castillo al rey Jaime II. De ello depende nuestro futuro. Ahora vamos a separarnos en seis grupos, y cada uno irá a un destino diferente. Seguiremos en contacto entre nosotros y durante los próximos días tendréis noticias mías.
Fray Ramón ha hecho los grupos y ha asignado un destino por cada uno de ellos. Sólo él y yo iremos a La Guàrdia-Lada.
–Este castillo pertenece a la familia –ha asegurado justificando el porqué de su decisión–. Bernat de la Guardia fue el primer propietario desde principios del siglo XI.
–Fray Ramón –he preguntado una vez habíamos iniciado nuestra marcha en solitario– ¿Cómo es que ninguno de los seis conocía su plan?
–Había la posibilidad de que hubiera un traidor entre nosotros y podía estar tanto entre el grupo de los seis como en el grupo de los veintidós. Nos iba la vida en ello y, por ese motivo, solamente a ti te dije cómo actuar.
–Así pues, ¿es posible que haya más traidores infiltrados en otras sedes?
–Sí, y este es el verdadero motivo por el que nuestro futuro está en peligro y por el que alguien haga suyas las ideas del sinvergüenza de Guillem para crear un nuevo orden mundial. Su muerte no es más que una pequeña tregua para nosotros. Hemos cortado el tronco, pero las raíces siguen vivas.
La vida es una gran mentira. La historia dirá que seis frailes fueron vencidos y desterrados; que la orden se disolvió y que, después de ser juzgados y absueltos, vivieron en paz hasta el resto de sus días. La leyenda popular dirá que estos seis frailes murieron decapitados en el patio de la sangre. Sin embargo, la única verdad es la que quedará escrita en este manuscrito.
–¿Qué es lo que no va a hacernos ni pizca de gracia? –preguntó Sergi.
–Supongo que los tres habéis leído el manuscrito. ¿Me equivoco?
–No, no te equivocas –contestó Sergi
–¿Creéis que alguien, aparte de nosotros, puede haberlo leído?
–¡Imposible! –afirmó Sergi– Pero eso, ahora ya no tiene ninguna importancia. Dentro de poco, su contenido será conocido por el mundo entero.
–No tan deprisa, Sergi. Hay tres claves muy importantes en el manuscrito. El resto no pasa de ser una bonita historia.
–¿De qué claves nos estás hablando?
–¿Os habéis dado cuenta de que la Carta Magna de la fundación de una nueva orden no aparece por ninguna parte?
–Es cierto. El manuscrito no habla directamente de la Carta Magna, pero sí que dice que los templarios escondieron sus tesoros y los documentos importantes de la orden con el deseo de volver a salir a la luz cuando la situación fuera más favorable para ellos.
–Ciertamente, estas eran sus intenciones pero ¿estáis seguros de que es así como sucedió?
–Nadie puede asegurarlo –afirmó Sergi–. Pero de lo que sí estoy convencido es de que alguien de su entorno con ideas más perversas así lo hizo.
–Ante la opinión pública, no deja de ser una nueva forma de alimentar la leyenda de los templarios, pero ante los expertos no tiene ningún rigor histórico. Además, quizás estas ideas no eran tan perversas.
–No te entiendo, Cardona. ¿Me estás diciendo que esta organización criminal que va tras nuestros pasos no es tan mala gente?
–Lo que digo es que no hay ninguna evidencia que demuestre la existencia de una organización secreta actual. Lo único que hay es una bonita historia que añade una nueva hipótesis a otras ya existentes.
–Has hablado de tres claves importantes. Faltan dos.
–Bien. La segunda habla de las coordenadas exactas donde se encuentra el tesoro de los templarios. Aquí, en La Guàrdia-Lada.
Raquel y Sergi se miraron sorprendidos por lo que acababa de afirmar Cardona.
–¡Dejad que hable el policía! –interrumpió repentinamente el padre Manel, al darse cuenta de la expresión de sus miradas.
La intervención del cura acabó de sorprenderles aun más. El manuscrito decía claramente que el tesoro estaba escondido en Miravet, pero sin duda había algo de lo que tanto el policía como el cura estaban enterados y ellos desconocían.
La intuición estaba advirtiendo a Raquel que se estaba perdiendo algo importante, y su olfato no acostumbraba a jugarle malas pasadas. Después de haber vivido los últimos cuatro meses de forma frenética, cualquier desenlace era posible.
–¿Os imagináis el caos que puede formarse cuando contemos al mundo dónde se esconde el tesoro de los templarios? –advirtió Cardona– La cantidad de gente que vendría hasta aquí en busca de sus riquezas sería peor que la marabunta.
–Entonces, ¿para qué hemos venido hasta aquí? –preguntó Sergi– Al fin y al cabo, es mejor que la humanidad conozca la existencia del tesoro de los templarios y pase a formar parte de algún museo de historia, que lo encuentre alguna organización criminal y lo utilice para financiar sus acciones.
–Eso, precisamente, es lo que nos lleva a la tercera clave del manuscrito, Sergi; este tesoro no pertenece a la humanidad. Ni siquiera a una organización criminal. Este tesoro tiene un destinatario desde hace setecientos años. Raquel sabe muy bien de qué estoy hablando.
–Los descendientes de aquellos que están dispuestos a dar su vida por la libertad tendrán derecho a su legado –dijo Sergi, repitiendo las palabras de fray Ramón de Saguàrdia.
–¡Efectivamente! –reafirmó el policía– Entonces, sólo hay que entregarlo a su digno destinatario.
–Y ¿eso es todo? –exclamó Sergi con sorpresa– Han muerto varias personas por culpa de esta historia, Raquel ha salvado la vida por los pelos, yo mismo me he pasado cuatro meses escondido para salvar la piel y ahora nos dices que sólo hay que coger el tesoro de los templarios, se lo damos a su legítimo dueño, y ¡hala, todos a su casa! y ¿tú crees que la organización secreta se quedará de brazos cruzados?
–No, Sergi –intervino Raquel–. Me da la impresión de que aquí hay algo más. ¿Qué pasa Cardona, que la organización secreta, de repente, ha dejado de preocuparnos?
–Mira, Raquel, quizás sea cierto que hay organizaciones criminales que controlan el mundo. La verdad es que no tengo ni idea, pero de lo que puedes estar segura es que ninguna de ellas está detrás de este asunto, incluso pienso que las cruzadas hace siglos dejaron de existir. Sencillamente, los hombres se matan entre ellos y basta. Como lo han hecho desde hace diez mil años.
–¿Qué pretendes decir con que no hay ninguna organización secreta? –insistió Raquel– Entonces, ¿qué está pasando? ¿Quién está detrás de todo esto ?
–Al fin y al cabo, siempre vamos a parar al mismo lugar; el dinero –afirmó el policía–. Dicen que el dinero no hacen la felicidad, pero mucho, mucho, mucho dinero os puedo asegurar que sí.
–Joder Cardona, de una vez por todas, ¡dinos quién está detrás de todo esto!
–En esta sala sólo estamos cuatro personas. Las únicas que conocemos la ubicación exacta del tesoro… no puede estar mucho lejos el responsable de todo lo que está ocurriendo –aseguró el policía.
Al oír estas palabras, se produjo de forma espontánea un cruce de miradas entre los cuatro.
–Reconozco a un hijo de puta en muchos kilómetros a la redonda y mi olfato me dice que tengo a uno justo delante de mí –afirmó Raquel–. Alguien con responsabilidad como tú, que deja que la gente muera ante sus propias narices, sólo puede ser un imbécil o un hijo de puta. ¿Cuál de las dos cosas eres, Cardona?
–Esto, puedes decidirlo tú misma. Al fin y al cabo, ahora ya nada cambiará las cosas. ¿Pensabas en un final feliz para esta historia? Para la gente de tu clase, un final feliz es sencillamente un final inacabado.
–¡Eres las dos cosas juntas! –afirmó decepcionada– Y además, ¡un policía corrupto! Nunca he confiado en ti, Cardona. Tú eres quien está detrás de esta trama y eres tú quien se ha encargado de ir liquidando a todos aquellos que habías obligado a poner a tu servicio. ¿No es verdad?
–Es cierto, pero siempre lo he hecho a través de mis mosquitos. Lo único que existe en este mundo es gente que obedece órdenes y otros sin escrúpulos que las dan; es inherente a la especie humana. Aquellos que se saltan las reglas en beneficio de todos son tratados como héroes. Los que lo hacemos en beneficio propio, dicen de nosotros que somos corruptos, pero realmente ¿crees que hay tanta diferencia entre unos y otros?
–De verdad, ¿no eres capaz de ver ninguna diferencia? ¿Todo lo has hecho simplemente por una cuestión de dinero? ¡Te juro que me das asco! ¿Crees que hacía falta tanta crueldad? ¿Eres consciente de las vidas que has arruinado, hijo de la gran puta?
–Dicen que la fe mueve montañas. Eso es lo que diría usted, padre. ¿No es cierto? Pues es totalmente falso. ¿Por qué motivo creéis que se mueve, el mundo? ¿Por dinero? ¿Por poder? Esos sólo son los hermanos pequeños. Lo que realmente domina el mundo ¡es el miedo! Cuando la gente pierde el miedo es libre y, lo que es peor, se siente libre.
–¡Tú eres el único Camaleón! –replicó Raquel– El resto sólo han sido tus víctimas. ¿No es cierto?
–Debes tomarte las cosas con un poco más de calma –advirtió el policía–. En este mundo en el que vivimos nada es lo que parece, pero al fin y al cabo lo que realmente cuenta es aquello que la gente quiere creer. Así es como funcionan las cosas.
–¡Te equivocas de lleno, desgraciado! Así es como funciona un mundo podrido como el tuyo. No como el de la mayoría de las personas. Entonces, ¿nos estás diciendo que todo ha sido un montaje tuyo y que detrás no hay ninguna organización criminal?
–¿Tú crees que si realmente, detrás de esta historia existiera una organización secreta que controlara el mundo todavía seguiríais vivos? Sergi ya haría tiempo que estaría bajo tierra, y tú, Raquel ¿de verdad crees que habrías podido moverte tranquilamente de un lugar a otro con total impunidad? Tú, que has llegado a imaginarte que ibas a comerte el mundo, todavía no entiendo cómo has sido tan ingenua de creerte una historia como ésta.
–¿Me estás diciendo que te has inventado un Código da Vinci de aficionado, haciéndome creer que detrás había una organización criminal y que yo era descendente de fray Ramón de Saguàrdia? Entonces, ¿qué pretendes? ¿Quedarte con el tesoro de los templarios? ¿Todo ese lío sólo por eso?
–Un Código da Vinci no tan de aficionado. Debes admitir que, aunque hoy en día, la gente se lo cree todo, he tenido que trabajarme de lo lindo el hecho de implicarte en la desaparición y la muerte de cada uno de los mosquitos. Reconoce que no ha sido una tarea fácil.
–¿Serás hijo de puta?
–Reconozco que, en el buen sentido de la palabra, sí. ¡Soy un hijo de puta. Para empezar, debes saber que tú eres la última persona que vio a Jana con vida. Así consta en el informe policial y eso ya te convierte en sospechosa.
–¿No me dijiste que la habían secuestrado en Marruecos?
–Sí, y tú como una inocente lo creíste. No hace falta que te diga la cantidad de pruebas que te inculpan en la muerte de Joan Capdevila.
–Pero fue Robert. Él mismo me lo confesó.
–¿Quién va a creer una cosa así? Recuerda tus huellas en la botella de agua, los restos de tu perfume en la sangre, tus idas y venidas a los distintos hospitales, que están registradas. Incluso en alguno de ellos habías dado un nombre falso, pero lo más concluyente es que la autopsia reveló que fue asesinado en el hospital de Mora de Ebro por arma de fuego, la misma que acabó con la vida de Oscar.
–Sabes de sobra que no es cierto que Joan muriera por arma de fuego. Podría hacerse una segunda autopsia que demostraría que esta afirmación es falsa.
–¿Cómo? Si se incineró el cuerpo por deseo expreso de su familia más cercana. Fue Núria, su ex mujer, quien lo firmó. Así consta en el informe.
–Pero ¿cómo se puede ser tan desgraciado? Y ¿qué has hecho con Oscar?
–Tus huellas estaban en el sobre del combinado vitamínico adulterado. Lo ha confirmado el policía del maillot amarillo terminado en cero, ¿recuerdas? Hace dos días encontraron a Oscar muerto en medio del bosque. Asesinado por arma de fuego. No hace falta que te diga que las moixaines que le diste a Sergi en Ripoll estaban adulteradas. La madre superiora del convento de Ripoll jurará ante la misma Biblia que fuiste tú quien llevaba la bolsita de dulces.
–Pero el caso es que no le ha ocurrido nada, a Sergi.
–¿Estás segura, que ni le ha ocurrido ni va a ocurrirle nada?
–No te preocupes, Raquel, nosotros somos tres –advirtió Sergi.
–Conmigo no contéis... –dijo el padre Manel– Yo no estoy acostumbrado a las peleas.
–Vosotros sois tres, pero yo voy armado –replicó el policía sacando su arma reglamentaria de dentro de la funda–. Y ya que estamos en ello, tú Raquel ¿no tienes curiosidad por saber algo más de Robert?
–Por lo que tengo curiosidad es por saber cómo un rastrero como tú piensa acabar con nosotros y después salir impunemente por esa puerta.
–¡Cada cosa a su tiempo! Te sorprenderás de lo que soy capaz, pero antes debéis saber qué ocurrió en el aeropuerto de Sabadell… y esto también va por ti, Sergi. ¿Todavía no te ha contado nada Raquel, de Robert?
–No, y espero que me lo diga un poli corrupto que tiene que esconderse detrás de su pistola porque no tiene huevos suficientes para decirlo a la cara –respondió Sergi.
–¡Muy bien, valiente! En realidad no me costó nada convencerle de que era mejor morir junto a Raquel y hacerle creer que de ese modo convertiría su historia en una leyenda. ¿No te diste cuenta de que iba un poco subidito de vueltas? Era debido a la droga que llevaba en sus venas. Estaba completamente desinhibido de las consecuencias de lo que estaba haciendo. El caso es que tú tenías que morir con él, pero se interpuso Núria; reconozco que he tenido que reajustar mis planes. En cualquier caso, encontrarán entre la chatarra una pieza del avión manipulada. Ya veo los titulares de la noticia: «“Asesina en serie mata a su amante al descubrir que le era infiel”». Recuerda que Robert iba con Núria cuando se estrelló la avioneta. ¡Qué paradojas tiene la vida! Entre las dos me lo pusisteis a huevo.
Sergi, que hacía mucho rato se había quedado de piedra por aquella interpretación magistral de Cardona, intervino de nuevo.
–Así que Alex o Robert era un simple mosquito a tu servicio.
–En realidad se trata de una historia muy sencilla. Robert, por su trabajo, disponía de mucha información sobre la existencia de este manuscrito, y yo lo ayudé a salir del pozo en que lo habían metido sus padres adoptivos. Bien, el resto ya os lo podéis imaginar.
–Y ¿qué hiciste con el resto de los pobres mosquitos? –preguntó Sergi– ¿Tuviste que sobornarles?
–Qué queréis que os diga de los mosquitos. Eran gente con muchos problemas. Al terminar el trabajo que les tenía encomendado sólo había que suprimirlos para eliminar cualquier prueba… y nada de sobornar, Sergi. El soborno cuesta dinero; en cambio la extorsión es un método muy efectivo y además es gratuito. Bien, ¿alguna pregunta más o pasamos a la fase siguiente?
–Sí, yo tengo una pregunta –afirmó Raquel–. Imagino que no estarán los medios de comunicación esperándonos, ¿no es cierto?
–¡Te equivocas! Sí, estarán, pero no para difundir al mundo ningún manuscrito, sino para asistir a la detención de una asesina en serie.
En aquel momento Cardona cogió el manuscrito y empezó a arrancar sus hojas arrojándolas al fuego.
–¿Qué estás haciendo, desgraciado? –advirtió Sergi abalanzándose sobre el policía–. No puedes cargarte la historia de esta forma.
Cardona se lo quitó de en medio golpeándole con la culata de su pistola en la sien. Raquel, que había hecho el intento de saltarle encima, se detuvo cuando Cardona la apuntó con el revólver.
–¡Qué prisa tenéis por morir! Pero cada cosa a su tiempo. Todo lo que se menciona en este manuscrito es un gran fraude a la humanidad, pero lo que hay de cierto es la existencia del tesoro, y eso no debe saberlo nadie.
El manuscrito entero acababa de consumirse por el efecto de las llamas ante la mirada incrédula de Sergi, que lanzó una mirada inquisidora a Cardona sin poder disimular el desprecio que sentía por él en aquel momento, mientras un hilo de sangre bajaba por su cara.
–¿Sabes qué acabas de hacer, desgraciado? –se lamentó Sergi.
–Sí, poner fin a unos hechos vergonzosos que nunca debían haber salido a la luz. Esa es mi venganza.
–Entonces, no se trata solamente de quedarte con el tesoro de los templarios. ¿No es cierto? –replicó Raquel– Quieres inculparme de unas muertes de las que sólo tú eres responsable. ¿De qué quieres vengarte? ¿Puedo saber el motivo por el que me odias tanto?
–Debo confesarte que es cierto que todo ha sido un montaje, excepto en una cosa...
–¿De qué me estás hablando, Cardona?
–Nuestras familias hace mucho tiempo que están enfrentadas... –afirmó el policía– Algo más de setecientos años. Durante todo este tiempo te he permitido que me llamaras Cardona a secas, pero ha llegado el momento de que me llames por mi verdadero nombre: «¡Cardona... y Garrigans!» No eres tú la destinataria del tesoro de los templarios. Se trataba de un botín de guerra y su digno heredero era por derecho Guillem de Cardona y Garrigans. Fue él quien dio su vida por la libertad, y yo seré su destinatario. ¿Entiendes ahora? Es una historia antigua que se ha ido transmitiendo de padres a hijos. Debes saber que la maldición que caía sobre mis antepasados ya ha prescrito; a partir de ahora, el apellido de Laguàrdia pasará a la historia de forma indigna, asociado de por vida al nombre de una asesina. Reconozco que has sido una adversaria muy dura de batir. Contigo lo he intentado de todas formas. Por las buenas, pero no ha sido suficiente con los favores de Robert. Por las malas, tocándote el bolsillo y dejándote sin trabajo. Ni siquiera ha sido suficiente intentando ponerte el miedo en el cuerpo. Curiosamente –prosiguió Cardona– el arma que acabó con la vida de Oscar y de Joan es ésta… –dijo mostrando una pistola que sacó de su bolsillo–. La que también pondrá fin a la vida de Sergi y que encontrarán en tus manos. ¿El móvil del homicidio? De cara a la opinión pública, todo el mundo sabrá que se trata de un crimen pasional. No es necesario que te recuerde la cantidad de evidencias que hay en tu contra. Lo siento por usted, padre. Sabe usted demasiado y eso le perjudica. El informe dirá que en un acto heroico que le honra, se pondrá delante de Sergi para protegerle y Raquel, una mujer sin escrúpulos, no tendrá piedad de usted y le abatirá a disparos. Finalmente, yo intervendré acabando con la vida de Raquel. A continuación, la policía entrará en la rectoría y se hará cargo de la situación. Bien, no es necesario entrar en detalles de cómo los medios difundirán al mundo la noticia. Desapareciendo vosotros, ya no quedará ningún testigo, y finalmente yo, el verdadero Camaleón, acabará comiéndose a todos los mosquitos sin dejar ni rastro de lo sucedido. Cuando todo haya pasado, con calma, recuperaré el tesoro de los templarios. ¿No creéis que este es un final sencillamente maravilloso para cerrar una historia que ha durado algo más de setecientos años?
Se produjeron unos momentos de un silencio tenso en que casi podía cortarse el aire con un cuchillo. El padre Manel, que se había mantenido al margen desde que Cardona había empezado su disertación, decidió que era el momento idóneo para intervenir.
–Veo que a usted, Cardona, le mueven los mismos sentimientos que al sinvergüenza de Guillem, y son precisamente estos sentimientos los que le traicionaron. Tanto Raquel, como Sergi, como yo mismo, hemos tenido mucho tiempo para memorizar cada pasaje del manuscrito. En cambio, usted lo ha leído en un momento, y estoy seguro de que se ha perdido lo más importante. Usted, Cardona, hablaba de tres claves, pero debo decirle que hay una cuarta, todavía más determinante que las anteriores. Desgraciadamente para usted, el manuscrito ya es un montón de cenizas.
–¿Qué quiere decir? –preguntó con sorpresa el policía.
–¿Sabe usted realmente qué debía hacer para poner fin al maleficio que ha perseguido a los descendientes de Guillem de Cardona y Garrigans durante más de setecientos años? Yo le contestaré, ¡no, no lo sabe! Y posiblemente no lo sepa nunca.
–No me engañarás –afirmó el policía–. Sólo es una treta para ganar tiempo.
–¿Sabe por qué Guillem cayó en la trampa que le llevó al fracaso? –insistió el cura.
–Padre, por más que lo intente no conseguirá evitar lo inevitable.
–¿Sabía usted que está cometiendo los mismos errores que cometió Guillem? –continuó el padre Manel
–¡Ya es suficiente! –explotó finalmente Cardona– ¡Ha llegado vuestra hora! ¡Disponeros a morir!
–No, Cardona... está usted muy equivocado –replicó con calma el padre Manel– Es su hora la que ha llegado. Ni siquiera setecientos años han sido suficientes para aprender que toda vuestra fuerza se os va por la boca.
En aquel momento el padre Manel señaló su ordenador y anunció solemnemente:
–¡Que Dios le perdone, Cardona! Las imágenes y las conversaciones que han tenido lugar aquí han sido enviadas en directo por Skype a los principales medios de comunicación, tal y como estaba anunciado. ¿Se da cuenta de que las nuevas tecnologías también sirven para hacer un bien a la humanidad?
Inmediatamente se oyó un fuerte golpe en la entrada que echó por tierra la puerta de la rectoría.
–¡Todo el mundo quieto! ¡Que nadie se mueva! ¡Policía!
En aquel instante, instintivamente, Cardona dio un paso hacia atrás con tan mala fortuna que con la cabeza golpeó un objeto metálico. Lo vio pasar como una exhalación junto a su cara, hasta ir a clavarse delante suyo, entre sus pies, sobre el suelo de madera. Era la espada de fray Ramón de Saguàrdia. Sergi la había dejado en aquel lugar cuando se encontró por primera vez con el padre Manel unas semanas antes y, en aquel momento, encontró la respuesta al porqué la espada había llegado hasta allí. No había sido el azar; todavía le quedaba una última misión que cumplir. Instantáneamente, el policía recordó el origen de la maldición que pesaba sobre sus antepasados cuando una daga se clavó de la misma forma entre las piernas de Guillem, setecientos años antes. Cardona levantó de nuevo la mirada y vio como un grupo de policías estaban delante suyo apuntándole con el arma.
–¡Ni un solo movimiento!
Cardona sintió que se ahogaba y le costaba respirar. Miró al suelo y vio un charco de sangre. Con el pánico reflejado en su rostro, se puso la mano en el cuello. Aterrado, notó el tacto cálido y viscoso de la sangre. De reojo vio como su brazo se iba tiñendo de rojo y se dio cuenta de que la sangre brotaba imparable de su garganta.
En su recorrido, la espada le había segado la garganta. En un instante, había pasado de la gloria a la ruina más absoluta. Dobló las rodillas hasta clavarlas en tierra. En aquel momento, un ráfaga de aire helado sopló repentinamente por la chimenea, apagando sus llamas y haciendo golpear violentamente l0s postigos de las ventanas.
Raquel estaba absorta. Cerró los ojos y se imaginó por un instante que en aquella sala, de repente el tiempo había corrido unos siglos atrás. Sólo vio a María, blandiendo la espada entre sus manos y a Guillem de Cardona y Garrigans, de rodillas delante suyo, con las manos en el cuello, tratando inútilmente de detener la hemorragia. Reconoció aquella mirada, tal y como se la había imaginado cuando María le partió el cuello en el patio del Refectorio. La misma mirada que había visto en los ojos de Cardona.
La historia se repetía después de setecientos años para hacer de nuevo justicia. Por un momento le pareció que María dirigía su mirada hacia ella y le dedicaba una sonrisa de complicidad. Entonces, vio a Guillem completamente vencido, tendido en el suelo, con la mirada perdida. Raquel abrió los ojos y en su lugar, en la misma posición, Cardona había dejado de respirar. La pesadilla había terminado.
–¿Está usted bien? –oyó la voz de un policía a su lado.
–Sí, muy bien –respondió, mientras un gran número de efectivos tomaban posiciones.
Sergi se acercó hacia ella y la abrazó, estrechándola con fuerza entre sus brazos.
–¡Nunca más volveré a dejarte sola! –le dijo bajo la atenta mirada de padre Manel, que haciendo un guiño y levantando el pulgar le hacía una señal de aprobación.
Una vez se calmó la situación, el cabo de la policía se dirigió al padre Manel con estas palabras:
–No sabe cuánto le agradezco todo lo que ha hecho y me sabe mal las molestias que le estamos causado.
–No se preocupe, ya me hago cargo. Supongo que no podemos quedarnos en la rectoría mientras se lleven... en fin... mientras hagan sus indagaciones.
–Sólo será cuestión de un par de días. Mientras, les ruego que no toquen nada. En primer lugar, mi equipo les tomará declaración, y después, ¿tienen algún sitio donde ir?
–Tenemos la casa de colonias –contestó el padre–. En esta época no hay nadie...
Al oírlo, Raquel y Sergi se miraron.
–Si no le importa padre, esta noche podríamos pasarla juntos en la casa de colonias –propuso Sergi
–Os lo iba a proponer. Después de todo lo ocurrido, no me gustaría quedarme solo la primera noche.
–¡Cabo! Antes de que se me olvide –dijo Raquel
–¿Qué ocurre?
–Sería conveniente que alguno de sus hombres se acercara hasta Miravet, a la casa de Los Geranios. Estoy segura de que hay un gato encerrado en una habitación con el teléfono móvil de Núria. Necesitará comida y agua.
–No se preocupe. Así lo haremos –respondió el policía
Raquel y Sergi abandonaron la casa discretamente por la iglesia, esquivando como pudieron a los periodistas, mientras el padre Manel atendía a la prensa unos instantes desde la puerta de la rectoría.
–No puedo decirles gran cosa –dijo el cura–. La policía está haciendo su trabajo y, cuando acaben, estoy seguro de que les contarán todo lo que deseen saber.
A media tarde, los medios de comunicación habían abandonado el lugar y aquel pueblecito de la comarca de la Segarra volvía a convertirse en un rincón tranquilo y pacífico donde nunca ocurría nada digno de ocupar la portada de los periódicos.
–Manel –dijo Sergi, una vez estuvieron los tres en la casa de Colonias–. Usted debe aclararnos una cosa. ¿Por qué Cardona afirmó que el tesoro de los templarios estaba aquí en La Guàrdia-Lada ?
–Es lo que leyó en el manuscrito.
–Pero todos sabemos que no es cierto.
–¿Recordáis que mi profesión es la química? También os dije que soy experto en restauración. No me costó mucho reemplazar la hoja del manuscrito que hablaba del tesoro de los templarios por otro que escribí yo mismo a mano, dando unas coordenadas falsas. El trabajo para conseguir el envejecimiento del documento fue relativamente sencillo. Un experto lo habría advertido enseguida, pero Cardona estaba tan cegado que le pasó por alto. La hoja original sigue guardada en la librería.
–¿Entonces, qué nos queda? –le preguntó Raquel a Sergi.
–Fotografié cada página del manuscrito y las tengo guardadas en el ordenador. Por otro lado, como ha dicho el padre Manel, también conservamos, al menos, una página del documento original.
–Y ¿qué dice, esa página ? –preguntó Raquel
–Desgraciadamente, nada que aporte o desmienta algo que ya diga la historia –respondió el cura–. Habla, sin decir sus nombres, de seis pobres desgraciados que fueron decapitados en el patio de la sangre y que veintidós frailes salieron custodiados por la puerta principal, según había ordenado el rey Jaime II. Habla, también, de una salida secreta, sin hacer referencia a su ubicación. También dice que el autor del manuscrito se despidió de un tal Faruq y que se reuniría con fray Ramón de Saguàrdia y que la fortuna y los documentos importantes de la Orden del Templo se encuentran en Miravet, enterrados en el patio de una casa, sin dar más detalles.
–No tenemos el manuscrito original, pero sí lo tenemos en fotografía –recordó Raquel
–Es cierto, pero en realidad –advirtió Sergi– las fotografías pueden manipularse y, por tanto, de cara a los historiadores no son una prueba concluyente que demuestre la existencia del documento original.
–Entonces, debemos ir a Miravet, localizar el tesoro de los templarios y sacarlo a la luz. Se accedía a la casa de María por la entrada secreta. Eso demostrará la veracidad de la historia... tú, Sergi, descubriste esa entrada secreta.
–El manuscrito estaba justo en la entrada, pero os aseguro que el resto del pasadizo se había derrumbado, seguramente por el efecto del paso del tiempo. El tesoro, si todavía existe, debería localizarse a través del patio de la casa donde vivía María y después de setecientos años, ¿alguien puede decirme dónde se encuentra esta casa?
–También tenemos la primera parte del manuscrito que escribió Faruq –aseguró Raquel–. Tú, Sergi, lo escondiste de nuevo en la salida secreta del castillo de Miravet.
–Y ¿qué nos pone en claro este documento? –se preguntó Sergi– Sencillamente, una bonita historia que, como mucho, nos llevará hasta el castillo de La Guàrdia-Lada para descubrir la segunda parte de un manuscrito que ya no existe.
–En pocas palabras –resumió Raquel–. Primero: no podemos demostrar la autenticidad de un documento que explica un final distinto al que se conoce de la historia de los templarios, debido a que Cardona quemó el original. Segundo: tenemos una página auténtica, la que no se quemó, que lo único que dice es que el tesoro de los templarios está enterrado en el patio de una casa de Miravet, sin saber de qué casa se trata. Tercero: tenemos el documento auténtico escrito por Faruq, que explica detalles vividos desde el interior del castillo durante el asedio. En resumen, la realidad es que no tenemos nada de nada.
–Bueno –intervino el padre Manel–. En realidad, quizás ese era el deseo de fray Ramón de Saguàrdia. Tanto él como María tuvieron la oportunidad de hacer público el manuscrito a lo largo de su vida, pero el caso es que no lo hicieron. Por otro lado, cuando dice que sus descendientes tienen derecho a su legado, en realidad les está dando la potestad para que utilicen este legado de la forma que más convenga. La historia es una parte muy importante de su legado, de tu legado, Raquel.
Mientras tanto, ya había anochecido y la luna brillaba con todo su esplendor en el firmamento. Era una noche de luna llena.
–Tiene usted razón, padre. Creo que si mis antepasados todavía no descansaban en paz, hoy han tenido un motivo para hacerlo. ¡Vamos al castillo! –dijo Raquel
–¿A estas horas? –protestó el padre Manel– Debe hacer mucho frío.
–No crea, Manel.
Finalmente, el padre Manel accedió. Después de las emociones a que le habían sometido aquella pareja las últimas semanas, no estaba dispuesto a perderse ni un detalle de aquella historia. Raquel iba delante. Se ponía fin a un largo periplo que había durado más de setecientos años y parecía que aquella noche sería especial.
Al llegar al castillo, Raquel puso las manos sobre aquellas piedras que, con toda seguridad, sus antepasados también habían tocado. Levantó la vista al cielo. La luna brillaba de una manera especial.
–Dice la leyenda –empezó a decir Raquel– que todavía hoy en día, puede verse a la reina mora, en noches de luna llena, extendiendo su capa por el firmamento para proteger a sus descendientes de cualquier maleficio, pero sólo ellos son capaces de verla.
Con la vista fijada en el firmamento, se dio cuenta de aquella innumerable lluvia de estrellas que ella nunca había imaginado, mientras una pareja que ella muy bien conocía la invitaba a beber de su copa, dando vida a una leyenda que empezaba a resultarle muy familiar. Duró solamente un instante, pero a Raquel le pareció que se había detenido el tiempo. Momentos después, vio como su imagen se iba difuminando y lentamente se alejaba hasta desaparecer definitivamente por la línea del horizonte. De pronto, oyó detrás suyo el ruido de unos cristales haciéndose añicos que la despertó de aquel estado casi hipnótico en que se encontraba.
–¿Qué ha sido este ruido? –dijo Sergi
–Seguramente habrá sido algún animal –se aventuró a decir el padre Manel.
–¿Habéis visto? –preguntó Raquel.
–¿Qué teníamos que ver? –contestaron a la vez el padre Manel y Sergi.
–Podéis estar seguros de que los grandes héroes del pasado nos contemplan desde estas estrellas –afirmó Raquel.
Al día siguiente por la mañana, cuando Raquel y Sergi se levantaron, se encontraron la mesa puesta. Se disponían a regresar a su piso del Eixample de Barcelona, pero el padre Manel se había levantado más temprano para ir a comprar algo de desayuno.
–¡Buenos días chicos! Espero que esto os ayude hasta la hora de comer.
–¡Seguro! –respondió Raquel– Padre, todavía no le hemos dado las gracias por salvarnos la vida. Sin su ayuda, seguramente ahora no estaríamos aquí juntos.
–No he sido yo, ha sido el de arriba –aseguró el padre Manel–. Cuando vi el lío en que estabais metidos, le pedí a Dios que os salvara la vida. A cambio, le juré que estaba dispuesto a pasar cien años en el purgatorio. Espero que no me lo tenga en cuenta.
–De eso, puede estar seguro –respondió Raquel–. Los juramentos de los amantes, Dios no los tiene en cuenta. Usted mismo lo dijo, ¿recuerda? Y usted es un amante de la justicia.
Antes de despedirse, Raquel se lamentaba de que los libros de historia no explicaran nada de lo que se relataba en el manuscrito y que ellos, de alguna forma, habían vivido.
–Sólo sabemos, según dicen las crónicas de la época –contestó el padre Manel– que la mujer del propietario del castillo enviudó. Entonces, cedió el castillo a la Orden de los Hospitalarios y ella entró a formar parte de la orden regentándolo como Comendadora, pero no se conocen muchos detalles. Podría tratarse de nuestros protagonistas, pero ni los nombres ni las fechas coinciden.
–Esto no significa nada –aseguró Sergi–. Sabemos que a veces, lo que cuenta la historia y la realidad no se asemejan en nada.
–Una última cosa, padre –dijo Raquel–. Me gustaría que la espada de fray Ramón de Saguàrdia y la única página que queda del manuscrito volvieran de nuevo al castillo. Es el lugar que les corresponde.
–¡Así lo haré!
El padre Manel les saludó levantando la mano mientras observaba como la Citroën C-15 se alejaba lentamente de aquel pueblo para poner un digno final a una aventura que le había tenido muy entretenido las últimas semanas.
–Cuando se lo cuente a mis amigas no van a creer ni una sola palabra –dijo Raquel.
–¡Seguro! Cardona se encargó de mantener nuestros nombres en el anonimato. Fuera de su entorno inmediato, estoy seguro de que nadie conoce nuestra historia –respondió Sergi.
–Esta furgoneta, algún día deberemos devolverla a las monjas de Ripoll –dijo Raquel.
En aquel momento oyó el sonido característico que le anunciaba que tenía un nuevo SMS. Lo leyó:
«Sra. Raquel Laguàrdia:
Lamentamos profundamente lo sucedido y le rogamos se ponga con contacto con la escuela lo antes posible. La Dirección»
–Bueno Sergi, parece que volvemos a la normalidad. Me dicen de la escuela que quieren que nos veamos.
–Esto es una muy buena noticia. Yo mañana iré a la Universidad de Bellaterra. Después de la excedencia que pedí, espero dedicarme de nuevo a lo que siempre me ha gustado: «la docencia».
–Y, tú y yo, ¿qué vamos a hacer, Sergi? –preguntó Raquel– ¿Hasta dónde estamos dispuestos a luchar para seguir juntos, a pesar de haber roto todas las reglas?
–Por mí parte, hasta donde haga falta, Raquel.
–Pues por la mía también, Sergi.
Acto seguido Raquel apoyó su cabeza sobre el hombro de Sergi, mientras por los altavoces de aquella vieja furgoneta empezaba a sonar la música de Supertramp.
–Esta es la música de las piedras blancas y la piedra negra, ¿no es cierto? –preguntó Raquel
–¡Exacto! –contestó Sergi mientras, satisfecho, se ponía las gafas de sol.
–¿Sabes en qué estoy pensando? –dijo Raquel– Si la prensa ha difundido lo ocurrido en la rectoría, ha salido a la luz un gran secreto oculto hasta hoy y el mundo querrá saber más sobre el contenido del manuscrito y la ubicación del tesoro.
–Eso, ahora, ya no debe de preocuparnos. El tesoro de los templarios te pertenece, así lo decidió fray Ramón de Saguàrdia.
–Sí, pero por desgracia, no sabemos dónde está.
–No sabemos dónde está la parte más importante del tesoro, pero yo descubrí donde se escondía una parte insignificante de él. Justo en la salida secreta de las caballerizas. Lo he sabido desde el principio, pero ¿te imaginas qué habría ocurrido si lo hubiera hecho público? Quizás ya no estaríamos vivos. Además, no era un tesoro lo que andábamos buscando, sino la carta magna de una organización secreta, ¿recuerdas?
–Ya lo sé, pero esa carta magna no existe, Sergi, y ¿puede saberse dónde está esa pequeña parte del tesoro?
–Donde la he llevado siempre. Mira en la mochila que está en el asiento trasero.
Raquel cogió la mochila. En el fondo había una pequeña bolsa de cuero. La abrió.
–Sergi, ¿qué es todo eso?
–Son monedas de oro. A pesar de estar escondidas, tenían muy fácil acceso, como si alguien las hubiera dejado expresamente. Estoy seguro de que fue Faruq por si el plan de Fray Ramón no salía tal y como ellos creían y finalmente tenían que huir de forma rápida. He buscado información sobre estas monedas –añadió Sergi–. Estoy seguro de que algunas de ellas son únicas en el mundo. De ser así, su valor seria incalculable. ¡Son tuyas !
–Y tú, ¿Sergi?
–Mi recompensa es que estamos de nuevo juntos. Mi vida, sin tu sonrisa no sería lo mísmo. Con eso me conformo.
–Eso, Sergi, merece una celebración. Durante el tiempo que hemos estado separados también he aprendido algunas cosas interesantes. ¿Te gustan las fresas con chocolate? Conozco un lugar privilegiado en Barcelona con vistas al mar que las preparan como nadie. ¿Te apuntas?