–¿Y convertir la carrera en una caza de brujas?
–No –aseguró rotundamente el policía–. Y convertir la carrera en un lugar seguro para ti.
Raquel no podía creerse hasta qué punto podían llegar a torcerse las cosas en un momento. No era capaz de imaginarse cuál podía ser el desenlace final de la prueba, teniendo en cuenta que coincidirían en Bagà Sergi, Robert, algunos efectivos de la policía y sin duda algún que otro representante de aquella organización secreta que más le habría valido no haber llegado a conocer nunca.
–Bueno, ¿puedo irme?
–Sólo una última cuestión. Hace unos días que el teléfono de Jana no da señales de vida. Te encontraste con ella, ¿no es cierto?
–¿Que si me encontré con ella? ¡Por el amor de Dios! A estas alturas ya sabes que sí, y también debes saber que trabaja para la organización.
–Exactamente, como informadora –puntualizó Cardona.
–¿Crees que puede haberle ocurrido algo?
–Eso nadie puede saberlo, pero si tú has descubierto que trabaja para ellos, estoy seguro que no les habrá hecho mucha gracia. El mismo día que hablaste con ella le perdimos la pista.
–¡Mierda! –exclamó Raquel– Todo lo que toco, acaba manchado de sangre.
–Eso, no es un juego –advirtió Cardona–. Ya puedes imaginarte que, para esa gente, las personas sólo somos un instrumento para conseguir sus objetivos.
Después de la advertencia que acababa de hacerle el policía, por un momento pasó por su cabeza la idea de abandonar y no participar en la prueba. El hecho de que alguien quisiera atentar contra su vida la horrorizaba, pero sólo fue un flash. No podía imaginarse a Sergi acudiendo a la cita mientras ella permanecía tranquilamente sentada en el sofá de su casa.
Sabía que la única forma de vencer las dificultades era enfrentándose a ellas y eso es lo que estaba dispuesta a hacer.
–Una cosa más –añadió Cardona–. Reconocerás a los efectivos de la policía por su maillot de color amarillo y el número de dorsal acabado en cero. ¿Está claro?
–Maillot amarillo y dorsal acabado en cero –repitió.
Había decidido ir a Barcelona y pasar la noche en su casa del Eixample. Recogería el equipaje para la prueba y saldría temprano para encontrarse con Sergi tal y como tenían acordado. Delante del ayuntamiento, el día antes, a la misma hora de salida de la carrera.
Aquel día, después de regresar a Miravet, habló con Núria.
–Necesitaré un masaje de descarga antes de la carrera.
–¿De verdad confías en mí? –preguntó sin poder disimular un sentimiento de culpa.
–Esta vez no romperemos nada, ¿no es cierto?
–Desde luego. Puedes estar segura.
Al día siguiente por la mañana, al salir de Los Geranios se despidió de Núria.
–Me voy a Barcelona. Deséame suerte –dijo en voz alta mientras le hacía un guiño, recordando que la casa estaba sembrada de micrófonos.
De camino a Barcelona tuvo la sensación de ser un cordero camino del matadero, como si una fuerza imaginaría la empujara con fuerza, sin poder hacer nada para evitarlo.
A la altura de Falset, instintivamente sintió que su mente se liberaba y lentamente rememoraba unos momentos que seguían vivos en su recuerdo. El Hostal Sport, las viñas de piedra licorella, el reloje de sol de Porrera... con el corazón encogido, respiró profundamente intentando pasar página de aquella etapa sin poder evitar mirar con nostalgia aquellas tierras que le habían hecho creer que su vida junto a Robert era posible.
La entrada a Barcelona por la Avenida Diagonal contrastaba con el transito casi inexistente que había en Los Geranios. Aparcó el coche y antes de entrar en su casa pasó por un cajero automático. Comprobó, decepcionada, que el dinero de la cuenta iba cada vez a menos por falta de ingresos, pero Sergi necesitaba ayuda y no estaba dispuesta a dejarlo en la estacada.
Se cambió de ropa, dispuesta a hacer un último entrenamiento suave antes de la prueba. Bajó por Via Laietana hasta llegar al Passeig Joan de Borbó y a continuación por la playa, hasta el Hotel Wela.
Aquel día se acostó temprano. Tenía que madrugar y necesitaba tener el cuerpo descansado para hacer frente a una carrera que se presentaba muy dura. No solamente por su dificultad manifiesta, sino agravada por las cuestiones extra deportivas que iba a encontrarse.
El día siguiente, el tránsito por la C-16 empezaba a ser bastante fluido a partir de Manresa, y en poco más de una hora, Raquel, siguiendo los indicadores, tomaba la salida a mano izquierda donde al final de un paseo se encontraba el pueblo de Bagà.
Aparcó en el mismo paseo con la intención de no mover el coche hasta el día de su regreso. Entró en un bar y preguntó por el ayuntamiento.
–Siga por la calle del Arrabal hasta llegar a la plazoleta del final. El Ayuntamiento es un edificio de color rosa. No tiene pérdida –afirmó la propietaria del bar.
Al llegar al ayuntamiento, aún faltaba una hora larga para su cita con Sergi y necesitaba dejar sus cosas para descargar peso. Unos días antes había reservado una habitación en una pensión para evitar tener que correr a última hora. No quedaba lejos del lugar donde se encontraba. Justo en una plazoleta contigua al Ayuntamiento, junto a la iglesia.
Después de dejar las cosas, Raquel miró su reloj. Todavía faltaba un cuarto de hora para que se cumpliera la hora establecida. Se sentó en una mesa de la terraza que hay frente el Ayuntamiento. Hizo una señal al camarero y le pidió un bocadillo de jamón y una Coca-cola.
Se observaban pequeños grupos de corredores paseando por el pueblo, empezándose a respirar este ambiente competitivo de las grandes ocasiones. De momento, de Sergi, nada.
Pasados unos minutos, las nueve campanadas del reloj de la iglesia se fueron sucediendo una tras otra, anunciando que la hora de la cita había llegado. Instintivamente, Raquel levantó la vista por encima de sus gafas de sol para ver si se producía algún movimiento pero todo continuó igual.
Hacía bastante frío y se cruzó de brazos mientras reseguía con la mirada cualquier rincón de la plaza que estuviera a su alcance, tratando de identificar a Sergi entre alguna de las personas que allí había. Definitivamente, no estaba.
Levantó la vista al cielo. El día estaba cubierto y un viento suave llevaba el olor a lluvia. Parecía que se cumplirían las previsiones meteorológicas. Sergi seguía sin aparecer.
Pasaba más de media hora de las nueve y estaba dispuesta a esperar un rato más; al fin y al cabo no tenía nada más que hacer en todo el día.
–Puede que no haya podido venir –empezó a dudar–. Quizás le haya ocurrido algo, puede que le hayan descubierto, ¡puede ser! ¡puede ser!
Tanta incertidumbre le hacía temer lo peor.
–Esperaré hasta las diez –pensó, mientras seguía pendiente de cualquier movimiento.
Pasaban ya diez minutos de las diez cuando empezó a comprender que su espera sería infructuosa.
–¿Es que nada va a salir bien? –se quejaba dando por hecho con resignación que Sergi no aparecería.
Tenía todo el día por delante hasta la noche, en que la organización de la prueba daría el briefing de salida. Para ganar tiempo, optó por dar una vuelta por el pueblo mientras iba pensando en cómo podría recuperar la comunicación con Sergi .
Se adentró en el barrio medieval. Todas las casas, casi sin excepción, estaban hechas de piedra. Sus calles estrechas conservaban el suelo adoquinado, dando la sensación que el tiempo se había detenido en una época muy lejana.
En algún lugar, incluso se podía oír el rumor del agua bajando por debajo de las calles en forma de pequeños riachuelos que ya formaban parte del paisaje del pueblo.
Uno de los callejones la llevó hasta la Plaça Emporxada, el lugar previsto para la salida de la carrera, donde parecía imposible pudieran caber el millar de participantes que aparecían inscritos.
En una esquina de la plaza, en un cartel luminoso podía leerse: «Horno y pastelería Obiols». Su interior desprendía el aroma agradable del pan recién horneado. Respiró profundamente, inhibiéndose por un momento de aquella incertidumbre que la preocupaba por lo que podía haberle ocurrido a Sergi.
Regresó a su habitación y repasó el circuito por enésima vez. Los puntos de avituallamiento, recorrido, distancias, desniveles. A continuación comprobó el material. Teléfono móvil, linterna, pilas de repuesto, bolsas estancas para líquidos, un vaso para los avituallamientos, manta térmica, paravientos, silbato, pantalones de Gore-Tex, mallas, chaqueta impermeable, camiseta térmica, gorra, guantes, hielo, electrólitos, barras energéticas, bastones, mini botiquín... lo llevaba todo.
El resto de la mañana lo pasó descansando en la habitación. Se había traído la comida de casa. Un tupper de pasta con atún, un plátano de postre, frutos secos y zumo de fruta.
Por la tarde, salió a dar una vuelta. Ya se veían a muchos de los participantes por las calles y se respiraba el ambiente de plena competición. Se acercó hasta la plaza del Ayuntamiento y se sentó en un banco, junto a la fuente que hay ante el edificio. Sus gafas de sol disimulaban la expresión de preocupación de su mirada. De Sergi, ni rastro.
Se acercaron dos chicas para preguntarle si participaba en la prueba. En un momento le contaron que era el segundo año que participaban, que se llamaban Laura y Carla, que vivían en Granollers aunque habían nacido en Almería y que el año anterior se habían retirado antes de terminar la carrera, pero este año se habían preparado a conciencia. Tenían la gracia innata de los andaluces y no le costó hacer amistad con ellas.
Pensó que durante la carrera trataría de no separarse de ellas en la medida de lo posible. En su situación, el hecho de correr con alguien conocido le daba seguridad, y si alguien quería jugarle alguna mala pasada, no lo tendría tan fácil.
A media tarde, juntas se dirigieron hacia el pabellón a recoger el dorsal. Laura y Carla aprovecharon para ver los diferentes stands, mientras Raquel fue directamente al salón de actos, donde a las ocho de la tarde tendría lugar el briefing de la carrera.
Cuando llegó, ya no había lugar para sentarse y se quedó de pie al final de la sala. Mientras, no paraba de entrar gente.
Pasaban unos minutos de las ocho, cuando el director de la carrera empezó a explicar el reglamento; a continuación se dedicó a describir cada uno de los tramos y después siguió con otras cuestiones de seguridad que Raquel ya había revisado un millón de veces.
De repente, oyó un voz detrás de ella:
–¡Hola, princesa!
Reconoció aquella voz al instante. Era Sergi.
Instintivamente sintió un impulso irrefrenable de darse la vuelta, pero no lo hizo. Sabía que podían haber mil miradas ocultas observándola. Abalanzó su cuerpo ligeramente hacia atrás buscando un mínimo contacto. Se puso una mano tapándose disimuladamente la boca como hacen los futbolistas en el campo, mientras con la otra furtivamente, fue a buscar la mano de Sergi. Enseguida notó como la estrechaba con fuerza y ella hizo el mismo.
–¿Qué te ha ocurrido? –le preguntó tratando de no hacer ningún movimiento que alertara a quién podía estar controlando sus movimientos.
–Están aquí. He visto a Alex y a Oscar, el hermano de Jana, rondando por el pueblo.
–Cuando he visto que a las nueve no estabas en el Ayuntamiento he temido no volverte a ver.
–Con toda esta pandilla de sinvergüenzas al acecho era demasiado arriesgado –aseguró Sergi.
–¿Sabías que lo que ocurrió con Jana fue una trampa de la organización secreta? –dijo Raquel con la intención de disculpar a Sergi por su infidelidad.
–Debía haberlo imaginado. Creía haber descubierto un nuevo mundo con ella y no me di cuenta de que contigo tenía todo el universo.
A Raquel le dieron ganas de darse la vuelta. De lanzarse a sus brazos y explicarle que también ella se había equivocado y que había sido víctima de aquella organización criminal, que no dudó en jugar con sus sentimientos. Quería pedirle perdón por haberse dejado engañar de la manera más inocente y decirle que si era capaz de perdonarla, desearía volver a su vida tranquila de siempre, lejos de sobresaltos y de aventuras. Sin embargo, ahora no había tiempo para ello.
–¿Qué querías decirme que era tan importante? –preguntó Raquel.
–Han descubierto que me escondía en Cervera. Saben que tú y yo nos comunicamos. Aseguran que tú eres descendiente de Fray Ramón de Saguàrdia. Quieren el manuscrito a cualquier precio y esa gentuza ya no solamente va detrás de mí, sino que también quieren acabar contigo –respondió Sergi con pesar–. Y yo, que creía que teníamos todo controlado –se lamentó–. Ahora más que nunca deseo estar a tu lado para no dejarte sola, pero no sé cómo hacerlo.
–Ya lo sé, pero no debes preocuparte. Tendré protección policial, al menos durante la carrera.
–Eso me deja más tranquilo, pero todavía queda una cosa muy importante– advirtió Sergi asegurándose que nadie a su alrededor podía escuchar su conversación–. Quiero que sepas que el primer manuscrito original sigue escondido en las caballerizas del castillo de Miravet. El otro debe seguir en casa del padre Manel, en La Guàrdia-Lada. ¿Encontraste el pen que te dejé?
–Sí, lo tengo.
–Entonces, en caso de que a mí me sucediera algo, los manuscritos deberían hacerse públicos ante los medios de más difusión del país. Si tú lo crees conveniente. Antes, deberíamos hablar de las consecuencias que esto supondría.
–A ti no tiene por qué ocurrirte nada –aseguró Raquel–. Pero ¿de qué consecuencias me hablas?
–No has leído el manuscrito ?
–Todavía no he llegado hasta el final.
–Pues termínalo y saca tus propias conclusiones –dijo Sergi–. Si realmente eres descendiente de Fray Ramón de Saguàrdia, tú eres una parte muy importante de esta historia.
–Pero ¿de qué me estás hablando?
–Es muy largo de contar y ahora no tenemos mucho tiempo.
–Pero tenemos muchas cosas de las que hablar, Sergi; de ti, de mí, dónde irás mientras no se resuelva el lío en que estamos metidos... existen demasiados frentes abiertos. Debemos vernos de nuevo al finalizar la carrera –Raquel hizo una pausa y prosiguió–. En la Plaza Emporxada hay un horno de pan. Su nombre es Pastelería Obiols. ¿Nos encontraremos allí después de la carera, a las diez de la mañana?
–De acuerdo.
–Te he traído algo de dinero. ¡Toma!
–Gracias, no sabes cuánto te lo agradezco… pero escúchame –dijo Sergi intentando cambiar el rumbo de la conversación–. Me has dicho que querías hablar de ti y de mí. ¿De qué quieres que hablemos?
–Los dos hemos sido víctimas de la organización. Ya sé que esto no justifica nada, pero siento que me comportado mal contigo. Mientras tú te encontrabas tirado en un piso de mala muerte, yo vivía la vida tranquilamente. Cuando descubrí el engaño me sentí como una imbécil y no sé si eso tiene arreglo...
–¿Qué no tiene arreglo? –dijo una voz conocida detrás suyo.
Se dio la vuelta de golpe. Era Oscar.
Sergi había desaparecido como si se lo hubiera tragado la tierra.
–Hola, Oscar... –intentó improvisar, mientras buscaba a Sergi con la mirada– Esta gente es muy estricta con el material que debes llevar durante la carrera y no sé si llevo todo lo que piden. Es eso lo que no tiene arreglo.
–Pues yo sí llevo de todo. Material, sales minerales y un complejo vitamínico capaz de hacer resucitar a un muerto.
–¿También participas en la prueba? Nunca hubiera imaginado que fueras corredor.
–Estoy en perfecto estado de forma física y tengo un currículum envidiable –afirmó con autocomplacencia.
Raquel pensó que si Oscar formaba parte de la organización secreta no le habría costado lo más mínimo convertirle en corredor de la noche a la mañana, aunque para ello hubieran tenido que recurrir a todo tipo de artimañas.
–Mañana tendrás una oportunidad inmejorable para demostrarlo –respondió Raquel–. La montaña acaba poniendo a cada cual en su lugar.
Tenía la duda de saber si Sergi había llegado a escuchar lo que acababa de decirle antes de aparecer Oscar, pero lo que no quería por nada del mundo era que fuera precisamente Oscar quién hubiera escuchado la conversación y, ni mucho menos, hubiera advertido su presencia. En cualquier caso, no había advertido ningún movimiento extraño en el momento en qué el hermano de Jana había apareció inesperadamente detrás de ella.
–Seguramente Sergi se ha percatado de que algo no iba bien –pensó– y habrá tenido tiempo para huir.
Se daba cuenta que cada vez tenía aquella organización más cerca de ella, pero ahora por lo menos conocía las caras de algunos de sus miembros.
Intentó recapitular para saber cuál era la situación en aquel momento. Sergi había tenido que huir de Cervera a toda prisa y ahora no tenía un lugar fijo donde ir. No sabía tampoco si algún miembro de la organización había advertido su presencia. Robert le había jurado que la ayudaría aunque le fuera la vida en el intento, pero habiéndole confesado que trabajaba para la organización secreta, todas las precauciones serían pocas. La presencia de Oscar en la carrera, un posible mosquito según había anotado en su tabla, no tenía la pinta de ser un corredor experimentado. Eso ya era motivo suficiente para estar preocupada. Aquellas dos chicas que había conocido, Carla y Laura, quizás habían sido fruto del azar, pero a estas alturas ya no confiaba en nadie. Finalmente, Cardona le había asegurado protección policial durante la carrera; maillot de color amarillo y número de dorsal acabado en cero.
Para ponerlo todavía más difícil, Sergi le había dicho que ella podía ser una parte importante de la historia relatada en el manuscrito, y este hecho no se lo podía quitar de la cabeza por más que lo intentara.
El caso era que al día siguiente participaba en una Ultra Trial de ochenta y cuatro kilómetros en unas condiciones atmosféricas infernales y se sentía más sola que la una.
Antes de acostarse, repasó de nuevo el material y lo colocó dentro de la mochila para tenerlo a punto el día siguiente por la mañana. Se aseguró que la batería de su iPod estuviera a cargada y comprobó la música que tenía preparada para la carrera. Según el momento ponía un tipo de música a otro. Para aquella ocasión había elegido a Julia Stone. Sus canciones la motivaban especialmente, pues mantenían el equilibrio entre la fuerza, la suavidad y el ritmo que ella necesitaba para afrontar la prueba.
Tenía una foto del itinerario en el iPhone. Dio un último vistazo. Lo repasó mentalmente tramo por tramo, recordando el grado de dificultad de cada uno de ellos y se aseguró que tenía todo memorizado.
Eran las 6:45 de la mañana cuando sonó el despertador. Se dio una ducha y desayunó un bocadillo de Nutella, una bebida isotónica, un plátano y se puso una barrita energética en el bolsillo. Comprobó que llevaba todo el equipo, se ajustó cuidadosamente los cordones de sus zapatillas minimalistas, dio un último vistazo a la habitación y salió en dirección a la Plaza Emporxada.
La plaza estaba presidida, en uno de sus extremos, por la escultura del héroe local Galceran de Pinós. También estaban presentes otros héroes más actuales, que reconoció al instante, Kilian Jornet, Anton Krupicka, Tòfol Castanyer, Nuria Picas y Anna Frost, entre otros.
Todos participaban en la misma prueba, pero era evidente que los retos no eran los mismos. Mientras ellos corrían por alcanzar la gloria y entrar a formar parte del Olimpo de los Dioses, Raquel corría tan sólo para superarse a sí misma y para demostrarse que aquello que uno quiere conseguir en la vida sólo es necesario desearlo con la suficiente intensidad. Para ello, estaba dispuesta a luchar sin desfallecer, hasta las últimas consecuencias.
Una voz en off iba anunciando periódicamente el tiempo que faltaba para el inicio de la prueba, mientras por los altavoces sonaba de fondo la música de la película El último Mohicano.
Faltaba poco para el pistoletazo de salida, y a medida que se iba acercando el momento los participantes se daban ánimos entre ellos. Entonces, Raquel vio a Carla y a Laura acercándose en mitad de una muchedumbre que casi les cerraba el paso. Algo más alejado, Oscar levantó la mano mostrando su posición.
Finalmente se dio la salida y, de repente, la tensión acumulada durante los días anteriores, se desvaneció en un instante. El cielo estaba muy nublado, pero de momento el día se mantenía libre de lluvia.
A excepción de los corredores que empezaron a liderar la carrera desde el inicio, desmarcándose del resto, el grueso de participantes seguían amontonados sin ninguna posibilidad de marcar el ritmo individual propio de cada uno. Era el momento de tener paciencia y esperar que la montaña empezara a hacer su selección natural, dejando atrás a aquellos a quienes empezaran a flaquearles las fuerzas. No sería difícil. En los primeros 14 Km tenían que vencer un desnivel importante. Desde la altitud de 785 metros en que se encontraba el pueblo de Bagà, hasta la cota 2.500 en que estaba situado el Niu de l’Àguila.
El Refugi del Rebost, situado a 8,4 kilómetros de la salida, era el primer punto de avituallamiento. Tenía sed, pero sabía que en una prueba de aquellas características era importante controlar muy bien la hiponatrémia. El desequilibrio de agua y sales en el organismo.
El mito dice equivocadamente que para combatirla es importante beber a menudo aunque no se tenga sed. Su hermano, el “fisio”, le había contado en una ocasión que la principal causa de la hiponatrémia era precisamente el exceso de agua. Sólo debía saber el peso que perdía en cada carrera en función de la temperatura y la humedad y sabría la cantidad de líquido que tenía que ingerir.
Raquel tomó rápidamente algo de fruta y unos frutos secos y siguió adelante.
Acababa de salir del refugio cuando empezaron a caer unas primeras gotas de lluvia que ya no pararían en toda la carrera. Lo aprovechó para ponerse el paravientos.
A aquella altura de la prueba todavía había mucha concentración de corredores, pero la cola se había ido alargando hasta convertirse en una imaginaría procesión de hormigas.
Algunos aficionados y familiares de los participantes aún salían al paso, animándoles. En aquel momento, experimentó qué sienten los ciclistas de élite en las grandes carreras. Había visto por televisión como la gente les aplaudía y les daba ánimos, e incluso, como seguían a los corredores durante unos metros del recorrido.
Sabía que Oscar iba detrás suyo y que Carla y Laura iban por delante. Vio algún maillot de color amarillo, pero ninguno de ellos acabado en cero.
La lluvia iba arreciando cada vez con más intensidad y el viento empieza a soplar con fuerza, haciendo que las gotas que le golpeaban en la cara se convirtieran en pequeños alfileres que se le clavaban a medida que iba avanzando. En aquella situación de lluvia intensa decidió que era el momento de protegerse con la chaqueta de Gore-Tex.
Habían transcurrido exactamente 2h 49 m cuando llegó al refugio del Niu de l’Àguila situado en el Km 14,5.
Temblaba de frío y sentía como le castañeaban los dientes. Durante el ascenso había oído a un corredor afirmar que había una estufa de leña en el refugio. Cruzó la puerta con la intención de ir directamente a ella para entrar en calor. Imposible acercarse. Un número ingente de participantes se mantenían acurrucados a su alrededor, haciéndose pasar el frío, secando la ropa…
Se podía oír la lluvia golpeando con fuerza el tejado. Tenía las manos doloridas y no fue capaz de hacer la pinza con los dedos para coger algo de fruta. Pidió ayuda a un voluntario que le ofreció una taza de caldo caliente y con un tenedor le puso un poco de fruta en la boca. Cuando empezó a recuperarse dio una mirada a su alrededor. Unos médicos controlaban la temperatura corporal de algunos corredores que se les veía agotados, con la mirada ausente, seguramente maldiciéndose los huesos por haber sido incapaces de dosificar sus fuerzas.
No había recorrido ni una cuarta parte de la recorrido y notaba sus pies completamente empapados, pero no quería pensar en lo que le quedaba. Sólo tenía en su mente la idea de seguir adelante.
Al salir para continuar hacia la siguiente etapa vio llegar a Oscar. Tenía los labios amoratados y respiraba con la boca completamente abierta. Al ver a Raquel, le hizo una señal con la mano.
–¡Ayúdame!
–¡Entra, Oscar! –le dijo mientras sujetaba la puerta– Hay una estufa en el interior. Ponte enseguida en manos de los médicos.
–¡Estoy perfectamente! –respondió con un hilo de voz entrecortada– ¡Tómate ese complejo vitamínico! Te ayudará a continuar sin problemas.
–Te conviene más a ti que a mí ! Controlo muy bien lo que necesito. –respondió Raquel–. Es necesario que te vea un médico, tienes las manos congeladas y estás agotado.
–¡Espera! No te vayas. Ayúdame a sacarme la mochila.
Raquel le ayudó tal y como le había pedido. No le preguntó por qué se había apuntado a una prueba como aquella sin una mínima preparación y sin llevar el equipo adecuado. No hacía falta, seguramente él se estaba haciendo la misma pregunta.
–Me voy –dijo Raquel mientras se ponía un puñado de avellanas en el bolsillo–. Estoy perdiendo mucho tiempo. Aquí hay voluntarios que te ayudarán.
Raquel vio como Oscar se ponía algo a la boca y, después de beberse uno vaso de agua, parecía que empezaba a recuperarse.
–Espérame, voy contigo.
–Haz lo que quieras, pero yo voy a seguir mi ritmo.
Salieron juntos del refugio. Una primera bajada muy empinada de piedras empezó a poner a cada uno en su lugar. Oscar le empezaba a frenar el ritmo.
–¿Estás bien? –preguntó Raquel
–¡Perfectamente!
–Bien, pues yo pongo gas a tope.
Raquel llevaba un buen ritmo hasta que se encontró con una pendiente, esta vez completamente embarrada. Imposible de olvidar para aquellos que, como ella, habían participado en la carrera. Se cayó dos, tres veces, hasta perder la cuenta. Le pesaban las zapatillas por el barro acumulado. No se notaba las manos y sentía morirse de frío. Temía sufrir hipotermia, el descenso involuntario de la temperatura corporal por debajo de los 35ºC.
Levantó la vista y delante suyo vio un maillot de color amarillo, miró el dorsal y comprobó que acababa en cero. Sintió una alegría inmensa.
–Seguro que me estaba esperando –pensó mientras le saludaba
–¡Hola! Soy Raquel.
–Hola Raquel. ¿Va todo bien?
–Sí, todo controlado.
Continuaron el camino juntos casi en silencio. Necesitaba concentrar todos sus esfuerzos en la carrera y eso significaba que no había lugar para las palabras.
Divisó el Serrat de les Esposes, situado en el Km 29. Al llegar, habría completado la tercera parte de la carrera.
La humedad que llevaba encima había calado y se sentía el cuerpo destrozado. No se sentía capaz de soportar el frío que la invadía por dentro y por un momento pensó seriamente en la retirada.
Entró en el refugio. Su cara reflejaba la derrota. Faltaban todavía cincuenta y cinco kilómetros y no podía continuar en aquellas condiciones. Se sentó en el suelo, a punto de echarlo todo a paseo, pero no quería dar este paso. No a menos que un médico la obligara.
A su lado, una chica cubierta con una manta térmica pedía con la cara desencajada que alguien la sacara de aquel infierno, mientras médicos y enfermeras no daban abasto para atender a un gran número de corredores.
Cubrió su cara con las manos esperando despertar de una pesadilla que demostrara que aquello que estaba viviendo no era cierto.
Notó como una mano le sostenía el brazo. Levantó la mirada. Era Robert. Le llevaba ropa limpia y seca.
–Ven, Raquel. Te ayudaré a cambiarte de ropa.
Estaba muerta de frío y se sentía empapada. Robert le dio una toalla caliente para que se secara. Se cambió de ropa y poco a poco se fue reponiendo. Le hizo un masaje en los pies con tanta delicadeza que le hizo recordar los mejores momentos de felicidad vividos con él.
Sin embargo, no estaba dispuesta a abrirle la puerta de nuevo. Robert formaba parte del pasado y así debía continuar para siempre.
Le curó las ampollas que tenía en los pies y se las protegió con unos apósitos especiales para estos casos. El calor y la suavidad de sus manos le dieron la fuerza necesaria para comprender que debía seguir adelante.
–Gracias, Robert –dijo casi recuperada–. Sin tu ayuda no habría podido continuar. Los calcetines y las zapatillas me los pondré yo.
–Te traeré algo de comer.
–Gracias, pero quiero ver qué hay. La comida quiero elegirla yo.
La cara le había cambiado y su rostro volvía a brillar mostrando la ilusión por terminar la carrera. Se dirigió hacia una mesa llena de comida que estaba a disposición de los corredores. Se comió un bocadillo de Nutella, medio plátano, un poco de melón y acompañó todo con una bebida isotónica.
Completamente recuperada, mostró de nuevo su gratitud a Robert con una sonrisa. Él hizo el intento de abrazarla, pero ella le ofreció la mano abierta quedando todo en un simple apretón de manos.
Un sincero abrazo de amigo es lo que más deseaba en aquel momento, pero no precisamente el de Robert.
En aquel momento Oscar hacía su entrada en el refugio. Se le veía destrozado. Se tumbó en el suelo panza arriba, respirando con dificultad. Se puso algo en la boca.
–¡Qué te estás metiendo en el cuerpo? –preguntó alarmada Raquel.
Oscar abrió los ojos pero no respondió a su pregunta. Robert se acercó a su lado. Raquel intentó descubrir a través de las expresiones de sus caras si entre ellos se reconocían. Oscar, o era muy buen actor o no había visto en la vida a Robert.
Raquel decidió continuar. Dudó por un momento en pedirle a Robert que ayudara a aquel pobre chico que no podía con su propia alma, pero seguramente no habría servido de nada. Los dos eran mosquitos o al menos eso es lo que ella creía, y debían de tener sus propios códigos de conducta marcados por aquella organización secreta de la que formaban parte.
Al salir se colocó los auriculares de su iPod.
–La música es como una luz que no se ve –afirmó convencida–. A su manera, también ilumina el camino.
El próximo refugio, Cortals de l’Ingla, quedaba a una hora como máximo. Se sentía cómoda. Se ajustó el paravientos y continuó su camino hasta desaparecer en medio de una lluvia intensa.
No se divisaba ningún dorsal de color amarillo a la vista. No acababa de entender muy bien la estrategia de la policía, pero tampoco le hacía falta. Ya tenía suficiente trabajo centrando sus esfuerzos en terminar la prueba.
Empezaba a notar de nuevo el cansancio. El exceso de confianza le había hecho forzar la máquina más de la cuenta y ahora empezaba a pagar las consecuencias. Se habría tomado un gel para recuperar fuerzas, pero se vio incapaz de abrir la mochila. Tenía las manos agarrotadas y casi insensibles al dolor. Buscó en los bolsillos y se puso en la boca el último puñado de avellanas que le quedaban. Seguramente podría aguantar hasta Cortals si no se encontraba antes con algún corredor por el camino que la ayudase a abrir la cremallera de su mochila.
El agotamiento físico iba en aumento y los brazos y las piernas le empezaban a pesar. Notó que se mareaba y que no podía continuar. Conocía los síntomas de una bajada repentina de azúcar y lo que le estaba ocurriendo tenía todo la pinta de serlo. Se sentó en el suelo e intentó sacarse la mochila de la espalda. Estaba completamente sola y el más mínimo movimiento suponía un esfuerzo titánico. Se ayudó de todo lo que tenía a su alcance para abrir la cremallera unos centímetros. El espacio mínimo para poner la mano y conseguir el gel.
Un vez se lo hubo tomado, esperó unos minutos hasta comprobar que se estaba recuperando de la hipoglucemia que había sufrido. La lluvia no daba tregua. Se levantó de nuevo y continuó hasta el refugio.
Al llegar, intentó recuperar fuerzas. Un caldo caliente, fruta, un poco de queso, dos vasos de agua y, antes de salir, aprovechó para cargar de nuevo los bolsillos con todo lo que tenía a su alcance. No quería volver a pasar por una situación como la que había vivido.
Al ir a cruzar la puerta se detuvo un instante. Le llamó la atención una participante sentada en una litera que aguantaba con la mano una botella de suero. Ni siquiera reflejó un solo gesto de dolor cuando una enfermera le pinchó la aguja en la vena. Se cruzaron las miradas y, antes de continuar, Raquel levantó el dedo pulgar dándole ánimos.
Se esperaba una carrera más movida. No tanto en el aspecto deportivo, sino en el extradeportivo. Apenas había advertido la presencia de la policía y no parecía que Robert le tuviera alguna jugada preparada. Mucho menos Oscar, que iba tan escaso de fuerzas que no tenía ni donde caerse muerto.
Le quedaba un largo trayecto hasta llegar a Prats d’Aguiló, el siguiente punto de avituallamiento.
Tenía buenas sensaciones. Parecía que se había recuperado del todo y se sentía con fuerzas para afrontar unos collados de los que no recordaba el nombre y el paso por la Serra de la Moixa, pero resultaron ser peor las bajadas, que debido a la lluvia estaban completamente embarradas.
En aquel punto, las caídas eran constantes y cualquier intento por mantener la verticalidad se hacía imposible. No cesaba de llover y la intensidad de un viento gélido era cada vez mayor. Hacía rato que le chorreaba la nariz; notaba su textura viscosa en los labios. Al principio se limpiaba con pañuelos de papel, después pasándose la mano, pero finalmente desistió.
Durante aquel tramo estuvo acompañada por diferentes corredores. Algunos la habían avanzado a una velocidad de vértigo; a otros, después de haber recorrido un tramo del circuito juntos, había sido ella quién les había avanzado.
Habían pasado 7 horas 48 minutos desde la salida de Bagà cuando cruzaba la puerta del refugio.
El panorama le pareció desolador. Muchos corredores estaban tendidos en el suelo. Otros más apurados tumbados en literas... se fijó en un chico que se había quitado las zapatillas y los calcetines. Sus pies eran una llaga en carne viva. A su lado, una chica con las rodillas ensangrentadas y las piernas llenas de arañazos. Los médicos no daban abasto.
Vio aquellas caras desdibujadas por el agotamiento y se imaginó que el aspecto de la suya no debía ser distinta a lo que estaba viendo. Pensó que aquellos deportistas debían amar mucho lo que estaban haciendo para estar dispuestos a pagar un precio tan alto.
Se disponía a reponer fuerzas cuando de nuevo se encontró a Robert delante de ella.
–¡No esperaba encontrarte aquí!
–Me juré a mí mismo que te ayudaría aunque me fuera la vida y aquí estoy.
De nuevo tenía preparada ropa nueva. Al verla, Raquel le dijo:
–Tenías razón cuando decías que, en estas condiciones, no basta con el apoyo de otros corredores ni con la ayuda que se recibe en los puntos de avituallamiento.
Se vistió con ropa seca quitándose la humedad que llevaba encima y se dirigió directamente a reponer fuerzas.
–He traído un tupper de pasta –le dijo–. No hay en el refugio y vas a necesitarla.
Raquel no las tenía todas consigo y, ante la duda, optó por desconfiar de las intenciones de Robert. Sabía de sobra como las gastaban los miembros de aquella organización criminal.
Robert, consciente de la situación, le dijo:
–Llevo dos tenedores. Yo todavía no he comido y creo que tenemos suficiente para los dos.
A pesar de que seguía desconfiando, finalmente Raquel accedió. Esperó a que empezara Robert y a continuación ella continuó. Tenía un hambre de mil demonios, pero sabía que debía comer poco y a menudo para evitar posibles problemas intestinales que, con toda seguridad, la habrían dejado fuera de combate. Acompañó la comida con una taza de caldo caliente, una rebanada de pan con tomate, fruta, dos vasos de agua y otra vez los frutos secos que iría consumiendo durante la carrera.
No le gustaba esta dependencia de Robert, pero tenía que reconocer que, sin él, no habría llegado hasta allí.
Estaba a punto de retomar su singladura cuando vio llegar a Oscar.
–Parece que me esté persiguiendo –pensó. Se acercó a él. Las piernas no le aguantaban y la expresión de su cara mostraba un agotamiento extremo.
–¡Estás hecho caldo!
–No. Estoy bien, y todo gracias a este preparado vitamínico. ¡Toma! –le dijo, sentándose en una silla, mientras le alargaba un sobre con sus manos temblorosas– ¡Tómatelo!
Raquel cogió el sobre y se lo puso en bolsillo con la única intención de no oír más aquella cantinela insistente que ya le empezaba a resultar pesada.
–Y ahora te digo que abandones la carrera –dijo Raquel con autoridad–. Voy a avisar a un médico para que te reconozca.
–¡No! Te pido por favor que no lo hagas –respondió medio inconsciente–. ¡Me va la vida en ello!
–¿Cómo que te va la vida? ¿De qué me estás hablando?
–No me lo permitirán. Ahora no puedo abandonar.
–¿Quién no te permitirá que abandones?
–Raquel, tú y yo deberíamos hablar.
–¡Venga, pues! ¡Hablemos de una vez!
–Hay demasiada gente; ahora no podemos.
–¿Cuándo, pues? ¿Mañana? –ironizó Raquel–. Nadie tiene asegurado el mañana. Di lo que tengas que decirme. El momento es ahora. Después puede ser demasiado tarde.
–Por tu culpa, Jana... –masculló entre dientes
–¿Por mi culpa Jana, qué ? ¿Qué pasa con Jana?
Oscar miró a su alrededor y al ver a la gente que estaba pendiente de él optó para no responder.
Robert se había puesto justo a su lado. No sabía cuánto rato hacía que estaba allí. También se dio cuenta del maillot de color amarillo que tenía delante suyo. Miró el dorsal de reojo. Acababa en cero.
–¡Dame lo que llevas en el bolsillo! –ordenó Robert.
–¿Qué quieres que te dé? ¿Las avellanas? –contestó Raquel dejando aflorar su punto de mala leche.
–¡El sobre! –respondió.
–Aquí lo tienes. Yo no lo necesito para nada.
Oscar hizo una señal a Raquel, pero ella no se dio cuenta. Dirigió la mirada al del maillot amarillo y le dijo:
–Por favor, ayúdale, está en las últimas.
Consciente de que no podía perder más tiempo, se dirigió a la salida para retomar la marcha. Robert se colocó a su lado y acercándose al oído le dijo:
–El contenido de este sobre habría podido acabar con tu vida –afirmó para justificar su acción.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Le había resultado sospechosa la insistencia por parte de Oscar para que se tomara aquel preparado vitamínico, pero todavía la sorprendió más la actitud de Robert para evitarlo.
Estaba confundida, pero ahora necesitaba centrar la mente en otras cosas. Había llegado a la mitad de la prueba y a partir de ahora empezaría la cuenta atrás.
La lluvia intensa dificultaba que los participantes pudieran imprimir el ritmo de carrera adecuado a las condiciones individuales de cada uno y ahora se encontraban, además, que a las primeras de cambio se enfrentaban de nuevo a una de aquellas temidas bajadas cubiertas de hierba y de barro.
Las caídas eran constantes y el cansancio estaba provocando un efecto devastador entre los participantes. Las conversaciones entre ellos se limitaban a una serie de gemidos monosilábicos que ponían de manifiesto la dureza de la prueba.
Raquel reconoció el Pas de Gosolans situado a una altitud de 2.410 metros. Había sido el verano pasado cuando había ido de vacaciones a la Cerdanya con Sergi. En unas condiciones meteorológicas distintas, recordaba que las vistas eran espectaculares.
En este punto, las gotas de lluvia que hasta entonces le habían parecido como puntas de aguja sobre la cara, ahora habían suavizado su contacto con la piel, volviéndose suaves como copos de algodón. Estaba nevando y una alfombra blanca se empezaba a extender bajo sus pies.
Alcanzó a un grupo de corredores entre los que reconoció a Carla y a Laura.
–¡Eh! ¿Cómo vais?
–¡Mal! Veremos cómo estamos al llegar a Estassen pero ya hace rato que tenemos en mente abandonar la carrera.
–¿Las dos? ¡Ni lo soñéis! Si os retiráis ahora, os juro que os perseguiré hasta el fin del mundo y os rompo la cabeza a escobazo limpio –bromeó Raquel.
Caminaron juntas durante un rato, pero ella se encontraba bien y empezó a imprimir un ritmo más alto hasta que el grupo la perdió de vista.
Empezaba a anochecer y encendió el frontal. Hacía rato que iba sola. La nieve se había convertido de nuevo en lluvia y las sombras se habían apoderado completamente del paisaje. El chapoteo acompasado de sus pasos asustaba los fantasmas de la noche y la ayudaba a sentirse viva.
Llegó al Refugi d’Estassen. No se entretuvo más de la cuenta; el tiempo justo para recuperar las fuerzas que le permitieran continuar hasta la etapa siguiente.
Seguía corriendo sola. Le habría gustado encontrarse con algún maillot amarillo con el dorsal acabado en cero, pero no fue así.
Se colocó de nuevo los auriculares de su iPod. Pondría el volumen a tope por más que se quejaran sus tímpanos. La música le daba aquel punto extra de motivación que le hacía falta y la desinhibía de todo lo que ocurría a su alrededor.
Silver Coin, la música de Julia Stone, que empezaba a sonar en aquellos momentos por los auriculares, iba marcando su ritmo de carrera.
«Heard the rattle... from the train...
Sounds of a hundred people... maybe more…
Cut through the ropes… before you came…»
Finalmente llegaba al Refugi de Gresolet. Llevaba 60 kilómetros de piedra y barro en sus piernas y empezaba a sufrir las consecuencias. Nada más entrar se encontró con Robert que la estaba esperando.
–Te he traído ropa limpia...
–Gracias... –contestó de forma casi inaudible.
Tenía mucho frío y no se notaba las manos. Se tomó la temperatura corporal. El termómetro marcó los 35ºC que determinan el límite de la hipotermia y que, por debajo de esa temperatura, se habría visto obligada a abandonar.
Se cambió de ropa como habría hecho un autómata y comió algo caliente. A los pocos minutos empezaba a entrar en calor.
–Oscar se ha retirado –le dijo Robert–. Ha sufrido una hipotermia severa acompañada de una bajada de azúcar.
–¡Eso es grave!
–Se lo han llevado en una ambulancia medicalizada al hospital de Puigcerdà. Por lo visto no ha sido el único.
–En un momento la montaña se puede convertir en una trampa mortal –reflexionó Raquel–. A la naturaleza le importa un rábano tu salud y lo que a uno le ocurra.
Empezaba a estar muy limitada de fuerzas, pero estaba decidida a terminar. Sólo quedaban veinticuatro kilómetros, casi el recorrido equivalente a medio maratón, y ya lo tendría superado.
Antes de retomar la marcha quiso enviar un SMS a Cardona alertándole de lo que le había ocurrido a Oscar, pero tenía los dedos tan insensibles que no fue capaz de acertar las teclas de su iPhone. Lo dejaría para cuando llegara a Bagà.
Se tomó un gel y salió del refugio dispuesta a afrontar uno de los últimos escollos importantes; la mítica subida de Els Empedrats. Algunos de sus tramos los hizo a gatas.
Mientras subía, notaba el sabor de la sangre en la boca y le parecía tener alfileres clavados en las piernas, que ya no obedecían las órdenes de su mente.
Continuaba sola; ni polis, ni maillots amarillos... nadie.
Temía que si aquella organización criminal tenía alguna carta escondida, aquel podía ser el momento de actuar.
Empezaba a ir bastante apurada; a cada zancada, cada paso que daba, salía el agua disparada desde dentro de sus zapatillas e intentaba ignorar el escozor que le producían las ampollas de los pies rozándole los calcetines.
Ya no oía los ruidos del bosque, las manos le temblaban de frío y empezaba a verle la cara al temido «límite».
Por un instante le pasó por la cabeza abandonar, pero se juró a sí misma que, antes de que ella abandonara, la estatua de Colón del puerto de Barcelona bajaría su brazo.
Intentó poner la mente completamente en blanco. A partir de aquel momento, nada existiría ya fuera de la carrera. Su vida, su único universo, sería únicamente cruzar la línea de llegada. El resto sería sólo un sueño imaginario de hacía miles de años.
No paraba de llover y el lugar donde pisaba acabó convirtiéndose poco a poco en una sombra incapaz de distinguirla del paisaje.
Ya no sentía el dolor, pero veía como se iba quedando sin fuerzas y tuvo de enjuagarse las lágrimas para poder ver el camino y ser capaz de seguir adelante.
Vio unas primeras luces que se iban multiplicando a medida que avanzaba. Después vio la muralla. Tenía la gloria a tocar con la punta de los dedos.
Ahora sí que acabar la carrera era un sueño posible. Necesitaba un último esfuerzo. Sólo tenía que vencer aquella fuerza invisible que parecía la estaba empujando hacia atrás.
Seguía lloviendo. Ya estaba en el pueblo de Bagà, recorriendo sus calles que, ahora, se mostraban completamente desiertas. Sólo un centenar de metros la separaban de la gloria y no había fuerza en el mundo capaz de detenerla. Alzó la vista. Vio el arco de los campeones. El cronómetro que había en él instalado marcaba en números rojos: «17 horas 43 minutos y 27 segundos». Por fin había cruzado la línea de llegada.
Era ya de madrugada y, a pesar de tener la sensación de tener mil miradas acechándola, no vio ni un alma en aquel lugar de gloria para ser testigo de su proeza, salvo los miembros de control de la carrera que, con cara de sueño, le pidieron la mochila para comprobar que contenía lo que marcaba el reglamento. La gloria, los micrófonos, las entrevistas y los aplausos estaban reservados a los mejores mientras los verdaderos héroes quedarían sólo para la estadística.
Sin embargo, ella competía para ella misma y no para el resto de la gente, y por ese motivo había valido la pena. Se agachó para tocar el suelo y tenía ganas de llorar para quitarse de encima toda la tensión acumulada, pero ya no le quedaban lágrimas; sólo consiguió sollozar de alegría por lo que acababa de conseguir.
Robert le había dicho unos días antes que tres eran las condiciones necesarias para finalizar la carrera con éxito: una alimentación adecuada, el equipo necesario y la preparación física. Había olvidado la más importante: la firme voluntad de conseguirlo.
Cuando empezó a recuperarse se enteró de que una chica de Sabadell había muerto durante la carrera. Pensó que quizás se habían saludado en algún momento del día y le supo mal por ella y por los que la estaban esperándola en aquella línea que nunca llegaría a cruzar. Pensó que la gloria y la tragedia, a menudo, se encuentran en un cruce de caminos mal señalizado.
Antes de tomar una merecida ducha y de acostarse envió un SMS a Cardona.
«Oscar evacuado en ambulancia. Hipotermia severa y bajada de azúcar. Gracias. Estoy segura de que me has salvado la vida»
Inmediatamente obtuvo respuesta.
«De nada. Todavía no te hemos salvado la vida. De momento, sólo la hemos alargado. Buenas noches»
Al día siguiente la organización comunicó un dato demoledor. De más de mil participantes inscritos, solamente doscientos veintitrés corredores se habían clasificado.
En el momento del reparto de premios la organización decretó un minuto de silencio.
Raquel era consciente de que si la organización secreta había sido capaz de descubrir el escondite de Sergi en Cervera, no le sería difícil adivinar que a ocho kilómetros de allí, en la rectoría de La Guàrdia-Lada, podía esconderse algo valioso para sus intereses. Recordó que el original del segundo manuscrito estaba en una librería a la vista de todo el mundo y, a pesar de que el padre Manel le había dicho que era el lugar más seguro del mundo, no estaría de más mandarle un mensaje para alertarle de que la organización secreta le estaba pisando los talones.
«Buenos días,
Tengo que decirle que terminé la prueba, y en parte creo que fue gracias a usted. La música de actualidad que me recomendó me dio la motivación necesaria. Gracias.
Raquel»
El padre Manel no tardó en contestar su mensaje. Había entendido perfectamente que según su código secreto hablar de música actual quería decir que algo no andaba bien.
«Buenos días Raquel,
Me alegro mucho de que terminaras la carrera. Quizás la música te ayudó, pero puedes estar segura de que gracias a tu esfuerzo conseguiste aquello que te habías propuesto.
Bienvenidas sean las nuevas tecnologías cuando están al servicio de las personas.
Manel»
–No será necesario que nos persigas hasta el fin del mundo –oyó una voz detrás suyo.
Raquel se dio la vuelta. Eran Carla y Laura.
–¿Eso significa terminasteis la carrera?
–A duras penas y en más de veinte horas, pero no estábamos dispuestas a que nos persiguieras a escobazos y preferimos cruzar la línea de llegada.
–Sabía que lo conseguiríais. Tal vez nos veamos en otra ocasión.
–Es posible. Nosotras regresamos a Barcelona.
Mientras se estaban despidiendo, hablando de sus anécdotas particulares durante la prueba, Cardona observaba la escena desde una cierta distancia. Cuando las dos chicas se fueron se acercó.
–¿Qué Raquel, haciendo amistades?
–¿Qué haces tú aquí?
Instintivamente miró el reloj. Había quedado con Sergi en diez minutos, en el horno que tenía justo detrás, y Cardona podía complicarle la vida.
–Vamos a hablar tranquilamente –dijo en tono serio.
–¿Tranquilamente? –contestó con ironía– ¿Tú crees que eso es posible?
–Hay novedades importantes. Vayamos a un lugar tranquilo. Ahí detrás tenemos uno.
–¿Aquí? ¿No hay demasiada gente?
–Todo el mundo está entretenido fuera en la plaza. Dentro estaremos tranquilos.
–De acuerdo, siempre y cuando el almuerzo lo pague el cuerpo de policía.
Se sentaron en una mesa retirada, lejos de las miradas indiscretas de la gente. Raquel se situó de forma que la entrada quedara delante de ella para poder hacerle alguna señal a Sergi en caso de aparecer por la puerta. Cardona pidió un café solo. Raquel, pan con tomate, jamón y una bebida isotónica.
–Entonces, ¿no vas a preguntarme cómo fue la carrera?
–No es necesario, la seguí minuto a minuto.
–Ya veo que sigues tan detallista como siempre –ironizó Raquel–. Así pues, ¿cuáles son esas novedades tan importantes?
–¿Cómo supiste que trasladaban a Oscar al hospital? –preguntó Cardona.
–Me lo dijo Robert. Me lo fui encontrando en diferentes puntos durante la carrera.
–¿Sabes que Oscar no figura en ningún registro de entrada? Ni en Puigcerdà ni en ningún hospital en cien kilómetros a la redonda.
–¿Qué quieres decir?
–Quiero decir que Oscar se ha volatizado. Que ha desaparecido.
–Entonces, ¿dónde está?
–De momento, no creo que lleguemos a averiguarlo, pero seguramente tendremos noticias de él dentro de unos días.
–Es cosa de la organización secreta, estoy segura. Quería decirme algo. Me decía no sé qué de Jana...
–Bien, Raquel, ¡tranquilízate! Antes de sacar conclusiones hay más cosas que debes saber.
–Venga, me muero de ganas por ponerme al día. Soy toda oídos– dijo Raquel mientras clavaba el primer mordisco al bocadillo de jamón.
–Robert es el hombre que buscamos –sentenció Cardona.
Raquel dejó de masticar de golpe.
–¿Robert? ¿Estás seguro?
–Él es quien dirige todas las operaciones. De algunas se ha encargado personalmente, como es tu caso...
–¿Mi caso?
–Sí, tu caso… Ya me entiendes... Aunque te sepa mal, vuestra historia sólo fue una parte del plan para conseguir su objetivo final: «el manuscrito». Incluso se encargó de otras acciones, digamos, no tan placenteras. Fue él quien puso fin a la vida de Joan Capdevila con sus propias manos.
Raquel no daba crédito a lo que estaba oyendo.
–Pero ¿no fue Alex quién acabó con la vida de Joan Capdevila?
–Alex, Gerard, Daniel Brunet, Robert... son todos el mismo personaje. Es la principal habilidad del Camaleón; el camuflaje.
–No me lo puedo creer. Robert me confesó que él era una víctima de la organización, que de pequeño había recibido malos tratos, que le tenían pillado por los huevos...
–¿Sabes por qué te hizo esta confesión?
–¿Por arrepentimiento?
–¡Nada de eso! El número de teléfono que tú tenías de él era exclusivo para ti. Un día llamó una persona haciéndose pasar por la presidenta de una organización de mujeres, ¿recuerdas?
–Sí. Fui yo quien le dio el número de teléfono.
–Pues a partir de este momento supo que le habías descubierto. La única forma de mantener tu confianza hasta conseguir su objetivo era confesando su culpa. Es el acto supremo del arte del camuflaje; disfrazarse como su propia víctima antes de cazarla.
El policía hizo una pausa y después continuó:
–Las últimas noticias que tenemos de Jana nos llegan desde Marruecos y no son muy alentadoras. Durante los próximos días, los medios de comunicación difundirán la noticia sobre una cooperante de una ONG que ha sido secuestrada; se tratará de Jana. Pasados un meses, es muy posible que las noticias digan que la han encontrado muerta. ¿Versión oficial? Cooperante española ha sido víctima de un grupo de islamista radical. ¡Fin de la historia!
–La última vez que vi a Jana me dijo que teníamos que hablar –reconoció Raquel.
–Eso es precisamente lo que la perdió. No admiten traidores entre sus filas. Aquel mismo día, le perdimos la pista.
–¿Qué tiene que ver aquella trama islamista de la que me hablaste un día con todo lo que me estás contando?
–¡Todo, tiene que ver! Y nada es lo que parece. Es la forma de actuar de esta organización criminal. Su regla número uno es conseguir lo que quieren de forma justa. Si esto no es posible, lo consiguen de cualquier manera.
–Sí, ya sé –respondió Raquel–. Y si tampoco es posible, echan el muerto a quien haga falta. ¿No es cierto?
–¡Exactamente !
–¡Mierda! –se lamentó Raquel sin poder evitar que se le nublaran los ojos– Y ¿cómo es que Oscar ha desaparecido?
–La ambulancia se dirigía al hospital, pero al llegar, no era Oscar la persona que iba adentro. En algún momento del recorrido hicieron el cambio.
Raquel intentaba poner en orden sus ideas. Las sensaciones que había tenido durante la carrera se contraponían con lo que le estaba contando el policía.
–Vamos a ver si soy capaz de entender lo que está ocurriendo. Oscar me estuvo insistiendo durando la prueba para que me tomara un complejo vitamínico. Deduzco que era una consigna de la organización secreta con no muy buenas intenciones para mi salud.
–Esta era exactamente la orden que había recibido Oscar. Su misión era conseguir que te tomaras el preparado vitamínico. Lo que no sabía es que precisamente él era la víctima. No tú.
–¿Oscar la víctima? ¿Qué me estás contando? ¡No entiendo nada! ¿Y si llego a tomarme el maldito sobre de los cojones?
–Sabíamos que no lo harías, pero en cualquier caso yo no lo habría permitido.
–Sigo sin entenderlo. Fue Robert quien me quitó el sobre de las manos y fue precisamente él quien me alertó del peligro.
–Ya te lo he dicho. Pon mucha atención a lo que voy a contarte. ¡Nada es lo que parece! Robert, a medida que ha dejado de necesitar a sus soldados colaboradores, los mosquitos como él les llama, se ha ido deshaciendo de ellos, sencillamente para eliminar pruebas y no dejar ningún rastro. Oscar había hecho su trabajo a la perfección. Fue él quien preparó el cianuro para envenenar a Joan Capdevila en el castillo. Pero es un mosquito y ahora ya no le necesitaba y era preciso borrar todas las evidencias. A eso ellos le llaman daños colaterales.
–¿Todo ese teatrillo de la carrera, sólo para cargarse a Oscar?
–No, Raquel. Recuerda sus reglas básicas y entenderás todo. Este montaje tenía tres objetivos; en primer lugar, capturar a Sergi. Le habían localizado en un piso de Cervera y sabían que acudiría a la carrera, posiblemente para intentar ponerse en contacto contigo. Teniendo a Sergi en sus manos, estaban seguros de conseguir el manuscrito, su objetivo principal. A partir de aquí ya no necesitaban a Oscar; por lo tanto sólo había que eliminarlo.
–¿Y yo? ¿Qué pinto yo en esta historia? –preguntó Raquel
–Tú eras el objetivo numero tres; inculparte de la desaparición de Oscar. Recuerda que estuviste mucho tiempo corriendo en solitario. No te extrañe que encuentren el cuerpo de Oscar tirado por estos bosques en poco tiempo.
–¿Qué quieres decir? ¿Que alguien quiere cargarme el muerto de nuevo? Harán falta pruebas para demostrarlo.
–Es cierto. Recuerda que fue el propio Robert, en presencia de un policía, quién te pidió el sobre que llevabas en el bolsillo. ¿Sabes qué contenía, este sobre? Lo mismo que encontrarán en el cuerpo de Oscar.
–¿Cómo se puede tener tan mala leche?
–¿Entiendes, ahora, su forma de actuar? Consiguen lo que quieren y echan el muerto a quién haga falta. ¿Te suena de algo todo eso? Pero no debes de preocuparte; afortunadamente mis hombres estaban allí y conocen la verdad.
–Y ¿por qué la policía no detiene a Robert, o Alex o quien cojones sea?
–Básicamente, por un motivo. Los testigos que podrían declarar en su contra ante un tribunal, o bien están muertos o están demasiado asustados para hacerlo.
–Pero aparte de los testigos supongo que la policía debe tener todo tipo de pruebas y evidencias.
–En una operación de esta magnitud, a veces debemos trabajar, digamos, un poco al margen de la ley. ¿Entiendes?
–La verdad es que no. ¿Qué quieres decir?
–Quiero decir que ante un juez las pruebas de que dispone la policía no sirven para nada.
–¿Me estás diciendo que todo el trabajo hecho hasta ahora ha sido inútil?
–No exactamente. Nos ha sido útil para descubrir la trama de lo que está ocurriendo. Ahora sólo nos queda poder demostrarlo.
–Bueno, algo es algo. ¿Qué me has dicho antes de Sergi? –prosiguió Raquel– ¿Que querían capturarle? ¿Aquí, en Bagà?
–Bien, Raquel. Ahora hablaremos de Sergi –dijo Cardona, apoyando los brazos sobre la mesa–. Esta es la situación; tenemos a Sergi.
–¿Qué significa que tenéis Sergi? ¿Quién tiene a Sergi?
–Tranquila Raquel, en estos momentos, está bajo mi protección.
–Oye Cardona, ¿vas a decirme de una puñetera vez dónde está Sergi?
–Raquel… lo que voy a decirte es altamente confidencial –contestó haciendo una larga pausa–. Sergi está en un lugar seguro en Ripoll.
–¿En Ripoll? ¿Por qué en Ripoll?
–En primer lugar, porque está muy cerca de aquí; en segundo lugar, porque la organización secreta ya estuvo buscando a Sergi en esta población hace un tiempo hasta que se dio cuenta de que era una trampa que le había preparado el propio Sergi. Ahora, es el último lugar donde le buscarían.
–Así pues, está en la comisaría de policía de Ripoll.
–No. Está en otro lugar. Hay miembros de esta organización criminal infiltrados dentro del cuerpo de policía y no podemos permitirnos el más mínimo error. No debes preocuparte por nada. Sergi está en un lugar seguro y le proporcionaremos la protección que necesita. Hoy mismo tendrás tiempo para estar con él, ¿estás de acuerdo ?
–Más o menos, pero ¿cómo habéis encontrado a Sergi ?
–Como ya te he dicho antes, sabíamos que esta organización criminal tenía planeado capturarlo aquí, en Bagà, y nos hemos avanzado. Hacía días que le seguíamos la pista y ha sido esta mañana que le hemos localizado en el mismo lugar donde nos encontramos.
Raquel había llegado a pensar en algún momento que controlaba la situación y se daba cuenta de que sólo era un muñeco en manos de unos y de otros. Se había citado en secreto con en Sergi y resultaba que todo el mundo sabía que estaba en el pueblo. Aquel plan tan perfecto que había preparado para encontrarse con él el día antes de cada carrera era ya tan de dominio público que sólo hacía falta que saliera publicado en la portada de La Vanguardia.
–Así pues, estando Sergi a salvo, ¿podemos considerar que esta historia ha terminado? –concluyó Raquel.
–No, Raquel, todo lo contrario. Esto apenas acaba de empezar. Nos queda lo más importante; reunir las pruebas para poder poner en manos de la justicia a Robert, o al Camaleón, si prefieres nombrarle así, y de este modo hacer salir a la luz el entramado de esta organización criminal. Eso sólo lo conseguiremos con tu ayuda.
–¿De verdad crees que una profe de ESO puede ayudar a desenmascarar a toda una organización de esa magnitud?
–Una profe que los tiene muy bien puestos. Tú sola has conseguido llevar de cabeza a toda una organización criminal como, quien dice, casi sin despeinarte.
–Hombre... casi sin despeinarme... qué quieres que te diga. Me han dejado sin trabajo, han destrozado mi vida sentimental, he presenciado al menos un homicidio...
–¡Es cierto! –admitió Cardona–. Pero cuando todo termine podrás recuperar lo que te han quitado.
–Te agradezco todo lo que haces, pero lo único que yo quiero es regresar a mi escuela del Barrio del Raval… y me imagino que Sergi se muere de ganas por volver a dar clases de Historia del Arte en la Universidat de Bellaterra.
–Me parece muy bien, pero mientras no se resuelva el conflicto, tanto tú como Sergi continuáis en el punto de mira de la organización.
–Supongo que, como siempre, ya habrás planificado los pasos que vienen a continuación –insinuó Raquel, resignada a hacer lo que hiciera falta para acabar con aquella pesadilla–. ¿Me equivoco ?
–Bien. De momento lo más importante para la policía es recoger pruebas para detener a Robert.
–¿Cómo piensas hacerlo?
–Ofreciéndole lo único que desea: «¡el manuscrito!»
13 de Noviembre del año 1.308 D.C.
El tiempo transcurre muy lentamente en el castillo de Miravet. El asedio a que están sometidos sus habitantes por parte de las tropas del rey se está convirtiendo en un proceso de agotamiento infinito.
Ha terminado el tiempo de las negociaciones; a partir de ahora, ningún tipo de acuerdo parece posible. Sólo queda la rendición, a no ser que acontezca algún milagro.
La moral de sus habitantes está cada día más abatida. Muchos de ellos están enfermos y ni siquiera tienen fe en las palabras de Fray Ramón de Saguàrdia cuando les dice que deben confiar en Dios, pues todo el mundo es consciente de que ya no quedan alimentos y que la rendición parece, a todas luces, inminente.
Cuando Fray Ramón dijo que las banderas de la Orden de los Hospitalarios ya ondeaban a media asta, significaba que Faruq había tenido éxito en su misión. Yo confío en el éxito de esta misión. Lo que no sé es el precio que tendremos que pagar para conseguirlo.
A Guillem de Cardona y Garrigans parece que se lo haya tragado la tierra. Sabemos que tiene prisionero a Faruq y él es conocedor de que nosotros lo sabemos. También sabe como administrar nuestro sufrimiento de la forma más dolorosa; con el silencio.
1 de Diciembre del año 1.308 D.C.
Hoy estaba con fray Ramón intentando encontrar la forma de liberar a Faruq cuando finalmente Guillem de Cardona y Garrigans ha dado señales de vida. Se ha plantado ante la muralla, rodeado de sus incondicionales, y con voz amenazadora ha gritado:
–¡Fray Ramon! Saca la cabeza por la ventana, ¡enseguida!
El soldado que estaba de vigilancia ha ido a buscarle a sus aposentos. Mientras tanto, fuera se oían las risas acompañadas de burlas e improperios que Guillem no paraba de profesar a los habitantes confinados en la fortaleza.
–¿Qué quieres? –ha dicho Fray Ramón desde una de las ventanas de la torre del tesoro.
–No quiero nada que no sea del rey. Quiero que me entregues el castillo con todas sus riquezas y también quiero la rendición incondicional de la Orden del Templo.
–No puedo aceptar eso que me pides. Somos guerreros y sabes de sobra que si tenemos que elegir entre la rendición con deshonor y la muerte, elegiremos morir luchando con dignidad.
–Déjate de discursos estériles y mírate las cosas desde un punto de vista más práctico –ha osado decir Guillem–. No es por ti que debes decidir, ¡desgraciado de mierda! Tu destino ya está escrito desde hace días. Lo que tienes que decidir es cuál será el destino de tus hombres. Esos a quien dices estar protegiendo, ¿quieres que vivan dignamente o prefieres que les aniquile a ellos y a sus familias?
–Esta actitud que muestras no es digna de un caballero.
–Quizás no, pero es más efectiva de lo que piensas –ha interrumpido Guillem–. Y por el bien de tus hombres conviene que en este asunto empecemos a ir al grano. Ya sabes que yo no tengo mucha prisa; en cambio, me parece que tu gente empieza a tener carencias básicas importantes y mantener a los habitantes del castillo en estas condiciones. ¿Crees que eso sí es digno de un caballero?
–Tú no puedes hablar de dignidad porque no la has conocido nunca. Eres tú quien habla de aniquilar a mis hombres y a sus familias. ¿Cómo podría entregarlos a aquel que ha sido capaz de traicionar a su propia gente a cambio de dinero?
–Fray Ramon, te imaginas que vives en un mundo que en realidad no existe. Los héroes como tú siempre terminan bajo tierra. La historia la escribimos los vencedores, y yo me encargaré de que nadie recuerde ni tan siquiera donde está tu tumba.
–Quizás tu historia quedará escrita en los libros, pero la verdad es eterna, y contra eso ni tú ni nadie podrá cambiarlo nunca.
–¡Basta de palabrería! Si no quieres hacerlo por esta pandilla de muertos de hambre, quizás tendrás que hacerlo por tu hijo.
En aquel momento ha hecho una señal con la mano y de entre sus hombres ha salido Faruq encadenado y con signos evidentes de haber sido torturado. Sin embargo, su semblante mostraba la entereza de un caballero, y su mirada se ha cruzado por unos momentos con la de fray Ramon.
–¡No os rindáis! –ha gritado Faruq en una reacción que no se esperaba Guillem–. Desde hace días ya tienen decidido mi destino.
–¡Cállate, desgraciado! –ha dicho Guillem mientras le propinaba un puñetazo en el estómago que lo ha doblado hasta caer de rodillas al suelo.
Fray Ramón ha mostrado su cara serena, pero los que lo conocemos hemos visto un gesto que delataba que el sufrimiento iba por dentro.
–Tenéis hasta mañana al amanecer para rendiros. Y después... –haciendo una señal recorriendo su cuello de lado a lado con la punta del dedo, ha continuado– ya no habrá clemencia para nadie.
Esta ha sido una noche muy larga. El ultimátum amenazador de Guillem junto a la sentencia de Faruq advirtiéndonos que este loco ya había decidido cómo actuar, hace inútil cualquier acercamiento para llegar a una solución beneficiosa para ambas partes, y un mal presagio planea sobre el castillo de Miravet.
La vida de Faruq, igual que la de los habitantes del castillo, está en manos de Guillem.
Si fray Ramón decide rendirse acabarán con su vida y tampoco tenemos la seguridad que deje libres al resto de habitantes del castillo.
Si decide resistir, las fuerzas invasoras acabarán de todas formas conquistando el castillo e igualmente pasarán por las armas a todos sus habitantes.
He propuesto a fray Ramón la salida de todos los hombres a través de una de las salidas secretas para coger por sorpresa a Guillem, intentando liberar de este modo a Faruq.
–No tenemos ninguna posibilidad de éxito –ha asegurado–. No nos quedan fuerzas para luchar, y en su terreno estamos completamente desprotegidos. Si, por otro lado, les ordeno a mis hombres que huyan por la salida secreta, se pasarán el resto de sus vidas huyendo y no es ese el espíritu de los caballeros templarios.
Me ha asegurado que su plan es la mejor alternativa. Si sale bien, salvará a sus hombres y dará continuidad a la Orden del Templo, aunque corremos el riesgo de pagar un precio muy alto.
2 de Diciembre del año 1.308 D.C.
Esta mañana a punta de día ha empezado a oírse un rumor de caballos acercándose. Poco a poco, el ruido ha ido disminuyendo hasta convertirse en un murmullo de gente hablando. Entonces, ha resonado de nuevo entre los muros del castillo la voz de Guillem.
–¿Voy a tener que esperar mucho?
Fray Ramón de Saguàrdia ha aparecido por la misma ventana en qué lo hizo ayer.
–Guillem –ha dicho fray Ramón con solemnidad–. Tengo una propuesta que quiero hacerte.
–Espero que sea interesante –ha contestado en tono altivo–. Hace tiempo que tengo alguna cabeza por cortar y quiero borrarlo de mi lista de cosas pendientes.
–En contra de lo que te dije ayer, te ofrezco la rendición de los seis máximos dirigentes del castillo de Miravet. Yo, fray Ramón de Saguàrdia, lugarteniente de la provincia catalana; fray Millàs y fray Siscar, el comendador de la casa fray Berenguer de Santjust y sus dos sobrinos templarios fray Ramón y fray Guillem de Santjust.
–¡Interesante! Y tanta generosidad, ¿a cambio de qué ?
–Quiero que dejes en libertad a mis hombres, incluyendo al prisionero. Pondré sólo una condición.
–¿Vas a ponerme condiciones? –preguntó Guillem–. No creo que estés en condiciones de exigir nada, ¿no te parece?
–Quiero que la ejecución de los seis máximos representantes del castillo de Miravet tenga lugar con las espadas de los seis caballeros de más alta graduación de las tropas del rey. Tú mismo los elegirás. Por nuestro honor, debe ser dentro del castillo, en el patio sagrado que hay sobre el Refectorio. Después de la ejecución, los seis verdugos guiarán al resto de mis hombres por la salida principal y les conducirán hacia su libertad. En ningún caso habrá ni perdón ni clemencia, pues tanta vergüenza no sería soportable. Mi propuesta sólo será válida si está firmada por el rey Jaime II en los términos y condiciones en que las he descrito.
Los ojos de Guillem han mostrado un interés especial al oír una propuesta tan golosa. A pesar de que la rendición del casillo es inminente, he podido leer en la expresión de su cara que el hecho de convertir la propuesta de fray Ramón en un acto ceremonial le convertiría en uno de los principales protagonistas. Siempre puede hacerse más escarnio de una rendición que no de un asalto con las armas. Estoy segura de que no podrá resistirse a la oportunidad de poner fin a la vida de fray Ramón de Saguàrdia con la legalidad que le dará una orden firmada por el rey.
–¡Toma! –ha dicho Fray Ramón lanzando a sus pies el pergamino donde estaba escrita la propuesta.
Guillem ha hecho que se lo llevaran a sus manos y dándose la importancia que requería el momento, ha contestado:
–Parece interesante, pero creo que pides demasiado. ¡El prisionero no entra en el trato!
–Mi propuesta es muy generosa. ¿No me hablabas ayer de la historia? Si liberas a los inocentes es una forma de pasar a la historia con dignidad.
–Parece que tú y yo no acabamos de entendernos. No me importa mucho, a mí, la dignidad. Encuentro más interesante el dinero. Pero en fin, hoy me siento infinitamente generoso y quiero hacerte una propuesta que no podrás rechazar. La vida de tu hijo a cambio de las riquezas que tienes escondidas.
–Ya sabes que, según nuestras reglas, la orden no puede dar ningún rescate por un caballero caído cautivo. Tampoco hay riquezas escondidas. Todo lo que hay, lo encontraréis en el castillo. ¿Cómo podríamos haber escondido ningún tesoro si las tropas del rey nos asedian desde hace casi un año?
–Pues yo estoy seguro de que sí. Vuestras riquezas están escondidas en algún lugar y quizás por un hijo podrías saltarte las reglas... aunque sea sólo por una vez en la vida. Dios, en su infinita misericordia lo entenderá… Y nosotros somos personas muy discretas, ¿verdad? –ha dicho dándose la vuelta hacia sus hombres buscando su aprobación.
–No me está permitido hacer lo que me pides. Lo sabes de sobra –ha respondido fray Ramon.
–Deduzco, pues, por tus palabras, que la vida de tu hijo no te importa demasiado. Al fin y al cabo, es hijo del pecado y de una mora asquerosa. ¡Traédmelo! –ha ordenado con un tono de voz que no hacía presagiar nada bueno.
En aquel momento, uno de sus hombres, abriéndose paso entre el resto, ha llevado a Faruq a su presencia obedeciendo sus órdenes.
–¿Sabías que la línea que separa la vida y la muerte a veces depende tan sólo de pequeños detalles?
Guillem ha abierto los brazos de forma teatral y mirando a su alrededor, girando lentamente sobre sí mismo, ha continuado:
–No veo por ninguna parte a tus antepasados acudiendo en tu ayuda. ¿Dónde está su manto protector? Ni siquiera tu padre ha tenido la más mínima voluntad de salvarte –prosiguió–. Y ahora, ¡quiero verte lloriqueando como un cobarde! Quiero verte de rodillas implorando mi clemencia!
Faruq ha hecho honor a su valentía mostrándose inflexible ante aquel alud de intentos inútiles de sumisión, mientras la cara de Guillem iba cegándose al ver que era incapaz de conseguir sus propósitos.
–Y tú, ¡hijo de mala madre! –ha dicho dirigiéndose a fray Ramón de Saguàrdia– ¿Qué se siente cuando has sido incapaz de mover ni siquiera un sólo dedo para salvar la vida de tu propio hijo?
De repente, ha levantado su daga y en un instante su hoja afilada ha cortado el viento como un latigazo segando en su trayecto la yugular de Faruq, mientras apretaba con fuerza los dientes y sus ojos rojos de venganza buscaban la mirada de fray Ramon, mostrando la rabia que llevaba dentro.
Dios me ha dado la fuerza necesaria para contemplar los últimos momentos del hombre que amo. La última mirada de Faruq ha sido para mí. Me he puesto la mano sobre el vientre y he notado como en aquel instante sus ojos adquirían una brillantez especial. Tengo la certeza de que en su último suspiro ha sabido que llevaba una nueva vida dentro de mí.
No he querido que mi rostro reflejara el dolor infinito y el desconsuelo que he sentido en aquellos momentos, y mientras todavía observaba una brizna de vida en sus ojos me he jurado a mí misma que su sacrificio no sería inútil y que saldríamos victoriosos de esta pesadilla, aunque sólo sea para dedicar toda mi vida al hijo que llevo dentro.
Todavía le han quedado fuerzas para qué de su boca salieran unas palabras casi inaudibles.
–Alhamdulilah...
En el momento en que en Faruq se desplomaba sobre el suelo para no volver a levantarse nunca más, Guillem se ha mantenido impasible al pie de la muralla, a la espera del reconocimiento por parte de los suyos por el acto de villanía que acababa de cometer.
En aquel preciso instante, la mano que aún mantenía en alto se ha abierto repentinamente como si un poder invisible la golpeara con fuerza. La daga se ha escurrido de entre sus dedos como si hubiera adquirido vida propia y ,en un instante, ha ido a clavarse delante de sus pies.
Ha sido entonces cuando se ha producido un silencio sepulcral entre todos los presentes. No en vano corre una leyenda antigua entre la gente, que asegura que cuando una daga señala a aquel que ha cometido un crimen, el espíritu de los antepasados de la víctima maldicen su descendencia durante setecientos años sin tregua y al autor material le perseguirá la desgracia y los maleficios hasta el fin de sus días.
Guillem ha mirado a todos lados, sorprendido de la impasividad de sus hombres. Él también era conocedor de aquella leyenda, y a fin de romper aquel silencio tan inquietante se ha dirigido a ellos alzando la voz:
–¡No existen las leyendas! Sólo sirven per atemorizar al populacho. Lo único que cuenta es la realidad, y la realidad es que acabaré contigo –ha dicho señalando a fray Ramón con las manos manchadas de sangre–. Acepto tu propuesta. Antes de diez días regresaré al castillo de Miravet con la orden firmada por el rey Jaime II con las condiciones que has dicho. Quiero que sepas que juro públicamente delante de todos los presentes y delante de mi rey que no habrá clemencia para ninguno de vosotros seis, por más que me lo supliquéis cuando llegue el momento de entregar vuestra alma al diablo.
A continuación, después de recoger su daga, ha hecho una señal a dos de sus hombres y señalando el cuerpo sin vida de Faruq ha dicho:
–Quitad eso de mi vista y llevadlo a la entrada del castillo. ¡Tú! –ha dicho dirigiéndose a fray Ramón con menosprecio–. Tienes mi permiso para enterrarlo. Aquí no podríamos soportar su pestilencia. Os advierto; aquellos profanos que quieran apropiarse de los tesoros escondidos serán ejecutados de forma cruel por los soldados de Dios y sus familias serán malditas para siempre.
Acto seguido, ha montado sobre su caballo y, chasqueando repetidamente la lengua, ha iniciado su huida al galope seguido de sus hombres, consciente de que no había conseguido su principal propósito: saber donde se escondía el tesoro de los templarios.
Sé que fray Ramón había intentado hasta el último momento salvar la vida de Faruq aunque fuera a cambio de la suya propia, pero estoy segura qde ue en el fondo de su alma sabía que Guillem no se detendría hasta consumar su crueldad.
Hemos enterrado a Faruq al lado de Nadira como habría sido su deseo.
Me cuesta mucho suportar su ausencia. Cada día cuando se pone el sol me siento a su lado y sigo uniendo mi pensamiento al suyo y le hablo de las historias que cuento al hijo que llevo dentro. Le digo también que necesitaremos su ayuda cuando dentro de unos días aparezca Guillem de Cardona y Garrigans con sus hombres, dispuesto a poner punto final al asedio al que están sometidos los habitantes del castillo de Miravet.
Se dirigían hacia Ripoll con el vehículo de Cardona. Raquel había dejado el suyo en Bagà. Si alguien le seguía los pasos, le mantendría entretenido durante unas horas. Justo el tiempo que necesitaba para verse con Sergi.
Era día de mercado y las paradas se sucedían una junto a la otra sin interrupción a lo largo de la calle de la Estación. La variedad de colores, los olores de las verduras frescas y el griterío de los tenderos intentando vender sus productos, se mezclaban formando el ambiente típico de un mercado de pueblo.
–Así pues, ¿es cierto que no vamos a la comisaría de policía? –preguntó Raquel.
–No. Vamos al convento de las Carmelitas. Ya te he dicho que hay miembros de la organización secreta infiltrados dentro del cuerpo de policía.
–Después de tantas semanas fuera de circulación... un convento de monjas... no sé si es el lugar que más le conviene.
–En el convento mantendrá el anonimato que necesita y tendrá todo lo necesario –concluyó dando el tema por zanjado.
Cardona se detuvo en una de las paradas del mercado.
–¿Le gustan los dulces, a Sergi?
–Sí, ¿por qué lo preguntas?
–Aquí en Ripoll debe probar las Moixaines. Si le llevas, Sergi estará contento.
Cardona se sacó la cartera de su bolsillo, pagó lo que le pidieron y entregó la bolsa a Raquel.
Después de atravesar el mercado cruzaron el puente sobre el rio Ter. El río bajaba crecido. Arrastraba pequeños troncos y el color del agua era marrón, sin duda debido a la lluvia del día anterior.
Subieron por la calle Abat Morgades hasta la plaza del Ayuntamiento. A la derecha sonaron las campanas del monasterio de Sta. María.
–Cualquiera diría que estamos haciendo turismo! –insinuó Raquel.
–Ya casi hemos llegado.
Continuaron por la calle Berenguer el Vell y, a mano derecha, después de subir unas escaleras, llamaban a la puerta del convento. Les abrió la puerta una monja. Pasaba de largo de los ochenta. Les saludó y les invitó a entrar.
–Hola, buenos días, soy la hermana Teresa. Hoy me toca estar en la portería, ¿en qué puedo servirles?
–Buenos días, hermana Teresa. Por favor, ¿puede anunciar a la madre superiora que ha llegado la visita que esperaba...?
La religiosa les hizo pasar a una salita y los dejó solos.
Pasados unos minutos entró en la sala una monja bastante más joven que la que les había recibido en la portería.
–Buenos días madre Isabel –se va avanzó Cardona–. Le presento a Raquel, es la... bien... la...
–La ex pareja de Sergi –dijo Raquel–. Ahora tan sólo somos buenos amigos.
–Ya me han hablado de usted.
–Bien hermana, no es necesario que entremos en detalles –interrumpió Cardona–. No disponemos de mucho tiempo.
–Pues ya sabe, inspector, que colaboraremos con la policía todo lo que haga falta. Como usted me dijo, se trata de un acto de caridad, pero tiene que entender que esta casa, aparte de un convento de monjas, también es una escuela… y un hecho como este debo comunicarlo a la madre provincial y, por supuesto, a la asociación de madres y padres de alumnos.
–Entiendo lo que me está diciendo, hermana Isabel, pero ya le dije que eso ahora no es posible. Se trata de un operativo policial en el cual hay en juego la vida de muchas personas. Sólo necesito que cuide de Sergi durante los próximos tres días. Yo me encargaré de hablar personalmente con la madre provincial. Nadie más debe saberlo. Ya sé que en condiciones normales, un hecho de estas características debería comunicarse a la asociación de madres y padres de alumnos, pero si lo hace le aseguro que pondrá seriamente en peligro la vida de Sergi. Deje que la policía haga su trabajo y, una vez se aclare todo, yo me encargaré de dar las explicaciones pertinentes.
–Bueno, ¡confío en usted! Tres días, ni uno más. Lo que no podemos hacer, obviamente, es esconderlo a la comunidad. A las hermanas les diremos que Sergi es un jesuita que está haciendo sus Ejercicios Espirituales y que Dios me perdone. Y ahora –continuó la hermana Isabel– síganme, por favor.
Subieron unas escaleras hasta la última planta. Al final del pasillo, la religiosa sacó un llave de su bolsillo y abrió la puerta de una habitación.
–Pueden pasar. Yo esperaré fuera.
–Cardona, ¿te importa dejarnos solos un momento? –dijo Raquel.
–Sólo un minuto. Después os daré las instrucciones de los pasos a seguir a partir de ahora.
Al oír que se abría la puerta, Sergi se levantó de su silla.
–¡Hola princesa!
–¡Hola Sergi! No haces muy buena cara...
–Puedes comprobar que no me sienta nada bien eso de vivir solo, pero al menos parece que la pesadilla está llegando a su fin.
Raquel dejó la bolsa de las Moixaines encima de la mesa, se acercó a Sergi y con suavidad le puso los dedos sobre sus labios, como si quisiera evitar que dijera algo más.
–Sergi, ¿recuerdas aquellas bachatas de Frank Reyes? Para mí siguen vivas y solamente las quiero seguir bailando contigo hasta el resto de mis días.
Sergi asintió con la cabeza.
–Abrázame Sergi, ¡Abrázame muy fuerte!
Sergi la estrechó firmemente entre sus brazos y Raquel le correspondió de la misma forma. Permanecieron un rato en silencio. Aquel abrazo transmitía todo aquello que no podía decirse con palabras, donde cada pequeño gesto llevaba un gran mensaje. Los dos sabían que si alguien hubiera presenciado aquella escena habría jurado, sin riesgo a equivocarse, que se trataba de una invitación a la reconciliación en toda regla. Pero sólo Sergi sabía que había algo más detrás de aquel cálido abrazo. Raquel le estaba advirtiendo; todavía debían estar alerta.
Cardona llamó a la puerta, arruinando la magia de un momento que habrían querido convertir en eterno.
–¡Tenemos trabajo! –ordenó tomando la iniciativa–. Ahora hablaremos de lo que vamos a hacer a partir de ahora.
Raquel y Sergi aún se dedicaron una última mirada de complicidad antes de poner atención a las palabras del policía.
–Tú, Sergi, sé que debes tener muchas dudas, pero ya tendremos tiempo para hablar de ello. Te quedarás aquí, en el convento; serán tres días como máximo. De cara a las monjas, eres un jesuita que ha venido a hacer sus Ejercicios Espirituales. Recuerda que una de les reglas principales es el silencio, por tanto ni tan solo es necesario que hables con ellas. Aquí no debes de preocuparte por nada, pues tendrás todo lo que necesitas. Cuando llegue el momento, yo vendré a buscarte personalmente. Recuerda que este trabajo no lo delegaré en nadie. ¿Comprendes?
–¡Perfectamente!
–Aquí tienes este teléfono móvil. Es nuevo y solamente yo conozco su número. Sólo debes utilizarlo para llamarme a mí en caso de emergencia. ¿Alguna duda?
–Creo que no.
–Raquel, yo me encargaré de Alex, pero tu tendrás que ayudarme. De momento te vas a Miravet. Mañana por la mañana nos vemos en la comisaría de Mora de Ebro , donde te daré los detalles del plan. Podéis quedaros tranquilos. El riesgo es mínimo y todo está bajo control. Finalmente, y una vez tengamos a Alex, con tu permiso, convocaremos a la prensa escrita y a las cadenas de televisión más importantes, y entonces haremos público el documento. Nadie, por más poderoso que sea, será capaz de ocultar la noticia a los ojos del mundo. ¿Alguna pregunta?
Nadie alzó la voz.
–Venga, pues ¡a trabajar! Y tú, Sergi, no hagas ninguna tontería. Unicamente silencio, oración y recogimiento; deja que las monjas cuiden de ti. ¿De acuerdo?
Antes de salir de la habitación Raquel y Sergi se despidieron.
–Nos veremos pronto, Sergi, y la próxima vez no será necesario que te escondas de nadie.
–Bailaremos juntos este baile, princesa, no te quepa la menor duda.
Salieron del convento. Raquel tenía que recoger su coche en Bagà y desde allí se iría a Miravet.
–¿Sabías que fray Ramón de Saguàrdia, tu antepasado, era de Ripoll?
–Sí, de Les Llosses, para ser más exactos.
–Creo que hay un monumento suyo, pero no estoy seguro de que esté aquí en Ripoll.
–Lo he visto en Internet, pero no he sabido ubicarlo.
Recordaba que iba vestido de caballero templario, como no podía ser de otra forma. Sostenía en su mano derecha un espada que le recordaba la que había visto en La Guàrdia-Lada, junto a la chimenea del padre Manel. En aquella ocasión, imaginó que aquella piedra esculpida cobraba vida y le juró que haría todo lo posible por ver cumplidos sus deseos; necesitaba su ayuda para librarla de aquella organización secreta que haría todo lo posible para evitarlo.
–El hecho de conocer la historia debería permitirnos prever el futuro, ¿no te parece Cardona? –reflexionó dirigiéndose al policía–. Pero los humanos llegamos a ser tan estúpidos que el hecho de conocer la historia no nos sirve de nada.
Cardona no supo qué contestar. Su trabajo como policía no estaba basado en la prevención; eso dependía de otras personas. Su trabajo, se basaba en hechos consumados.
Después de recoger su Seat Ibiza en Bagà se dirigió a Barcelona. Aquella noche la pasaría en su piso del Eixample. Sabía que su casa estaba repleta de cámaras y micrófonos ocultos y le apetecía hacer su última interpretación delante de aquella organización criminal antes de afrontar el plan final que había preparado la policía. Al día siguiente por la mañana se levantaría temprano y tranquilamente acudiría a su cita en la comisaría de Mora de Ebro .
A su paso por Manresa, al fondo, la montaña de Montserrat se mantenía aún tímidamente iluminada por un sol lateral, que irremediablemente iba en busca del horizonte. Los faros de los vehículos que circulaban en sentido contrario reflejaban su luz sobre el asfalto, mientras por los altavoces la voz grave del solista del grupo norteamericano Eels, interpretaba una de sus canciones preferidas: «The beginning».
Al llegar a su piso del Eixample, lo primero que hizo fue extender la Guía Campsa sobre la mesa del comedor, cerciorándose de que quedara a la vista de posibles cámaras ocultas. A continuación, con un rotulador trazó un círculo sobre Barcelona, después Miravet, a continuación Cervera y finalmente sobre la localidad de Tossa de Mar.
–Estaréis un buen rato entretenidos –pensó.
Se dirigió al baño y se dio una ducha. Cogió lo que encontró de sus reservas en la despensa y a continuación se fue a la cama.
A la mañana siguiente, Cardona ya la estaba esperando en la comisaría de Mora de Ebro .
Raquel justo entraba por la puerta cuando el policía que estaba en la recepción la mandó ir directamente a su despacho. No dejaba de pensar en la movida que habría montado la policía y deseaba conocer todos los detalles.
–Buenos días Cardona. ¿Qué le contaste a la madre superiora de las Carmelitas de Ripoll?
–La verdad hasta donde era posible. Lógicamente, no sabe nada de la organización secreta. Ya sé que lo que estamos haciendo es arriesgado, pero ya te dije que en estos asuntos hay que hacer cosas que están al límite de la legalidad. Haremos público el manuscrito y daremos a conocer al mundo lo que está ocurriendo. El periodismo en general está ávido de noticias como ésta. Ellos harán el resto.
–¿No crees que la prensa puede estar controlada por la organización secreta?
–Puede que algunos medios de comunicación, pero no todos.
–¿Crees que dejando todo en manos de los medios de comunicación es suficiente?
–Mira Raquel, Europa y los Estados Unidos están sufriendo la crisis económica más dura de su historia y en un momento como éste las grandes masas sociales no permitirán que el mundo esté controlado por una pandilla de sinvergüenzas. La prensa se encargará de difundir la noticia al mundo y, de esta forma, se pondrá fin a esta organización criminal.
–Y eso Cardona, según tú, vas a solucionarlo sólo con la ayuda de una profe de la ESO del Barrio del Raval. ¿No basta con el FBI, Scotland Yard o la Interpol?
–No, Raquel, no es suficiente. En primer lugar porque ellos forman parte de la trama y en segundo lugar porque nosotros tenemos algo que ellos no tienen; el manuscrito. Su difusión demostrará el origen de esta organización, y la única forma de desenmascararlos es haciéndolo público.
–¿Estás seguro de que el manuscrito puede llegar a demostrar el origen de esta organización? Estamos hablando de algo que tuvo lugar en el siglo XIV.
–Completamente. Durante este tiempo he investigado y he recogido pruebas. Sólo debemos relacionar a Robert o el Camaleón o como quieras llamarle, con la existencia del manuscrito y el resto vendrá solo.
–Bien, pues ya me contarás cuál es el plan.
–¡Presta atención! A través de un contacto, le hemos hecho creer a Robert que tú tienes información sobre la ubicación exacta del manuscrito. Él llamará y sólo debes seguirle la corriente.
–Y si me pregunta dónde está el manuscrito, ¿qué le digo?
–Hazle sufrir un poco. No se lo digas de entrada. Espera a que crea que tienes su confianza. Finalmente, le dices que Sergi tenía el manuscrito guardado en un piso de Cervera. Él sabrá a qué te refieres. Le dices que en Bagà tuviste el tiempo suficiente para que te lo contara.
–Y entonces, ¿qué va a ocurrir?
–Ésta es la parte más complicada. Iréis juntos a Cervera y seguramente en este momento querrá deshacerse de ti...
–¡Joder Cardona! Y ¿no podría ir un policía en mi lugar?
–Eso no resultaría. Sólo tú puedes hacerle caer en la trampa, pero no debes de preocuparte. Estaremos permanentemente muy cerca de ti e intervendremos en el momento oportuno. Hemos instalado micrófonos y un sistema GPS en su vehículo y oiremos vuestra conversación a cada instante. También tendremos localizada en todo momento la posición de vuestros teléfonos móviles; por lo tanto, el riesgo por tu seguridad es mínimo. Si actúa tal y como pensamos tendremos las pruebas necesarias para llevarlo ante un juez.
–Qué quieres que te diga. Hemos recorrido un largo camino, total, ¿para llegar hasta aquí? La verdad es que no me hace ni pizca de gracia.
–Ya me imagino, pero es el precio de la libertad. No podemos enfrentarnos a ellos con las mismas armas; nos aplastarían. La única forma de combatirles es haciendo una guerra de las guerrillas. Eso les va a descolocar y eso es exactamente lo que estamos haciendo. Recuerda que así es como has actuado tú hasta el momento y no podemos quejarnos de los resultados, pero a partir de ahora, Raquel, debemos hacerlo a mi manera.
–Te equivocas, Cardona. Lo seguiremos haciendo a mi manera. A ti te va la reputación, pero yo me juego la vida. Seguiré el plan de la policía, pero si veo que las cosas se tuercen, actuaré como a mí me plazca. Tanto si te gusta como si no.
Aquella mañana, cuando Núria abrió el buzón encontró un sobre. En su interior había una fotografía en la que aparecían ella y Raquel desayunando a la sombra del olivo, en el patio trasero. Alguien la había hecho sin ellas darse cuenta. En la parte posterior, en rotulador, podía leerse:
«Todo lo que posees te ha sido dado. Quien todo te ha dado, tiene el derecho a quitarte lo que desee»
Conocía aquella letra. Era la misma que unos días antes había visto escrita detrás de aquella foto macabra de Joan dentro de la ambulancia.
–Todo lo que me han dado, ¿me lo pueden volver a quitar? –se preguntó Núria– ¿Quién coño me ha dado nunca nada? Y ¿qué tiene que ver Raquel en todo esto?
No entendía muy bien el significado de aquel mensaje, pero le daba a entender que su separación de Raquel era inminente y, conociendo de donde venía, no dejaba de ser un mal augurio.
Sentía una atracción especial por ella, quizás por el hecho de tener la fuerza y la decisión que a ella le faltaba. A pesar de que había descubierto que estaba a las órdenes de una organización criminal, no solamente no le había dado la espalda, sino que además la había alentado a enfrentarse a aquella banda de sinvergüenzas.
A media mañana, recibió una llamada. El solo hecho de oír sonar el teléfono ya le inquietaba. Al otro lado del hilo oyó de nuevo aquella temida voz distorsionada que no la dejaba vivir.
–¿Mosquito? Presta atención. Una persona que se identificará con el nombre de Robert acudirá mañana por la mañana a recoger a Raquel a Los Geranios. Deben marcharse juntos. Esto significa que si Raquel te habla de este tal Robert, tú debes convencerla para que se vaya con él. ¿Has entendido?
–Sí, lo he entendido.
–También significa que si Raquel tenía otros planes, como por ejemplo ir a correr o alguna de esas tonterías a las que nos tiene acostumbrados, debes evitarlo. En cualquier caso, todo lo que esté relacionado con este asunto debes comunicármelo. Mañana debe pasarse la mañana en casa hasta que la recoja la persona que te he dicho. Utiliza los medios que sean necesarios. ¿Está claro?
–Muy claro.
–Te conviene no equivocarte. Esta es tu última oportunidad.
Para Núria, aquella era la gota que colmaba el vaso, y ya había decidido que no estaba dispuesta a seguir viviendo atemorizada de forma permanente. A pesar de que aquel que le estaba destrozando la vida le había asegurado que aquella era una última advertencia, sabía que después de aquella vendría otra y luego otra y después otra. Sólo ella podía poner fin a aquella pesadilla y el momento había llegado.
Raquel estaba en peligro. La fotografía aparecida en el buzón aquella mañana y la llamada posterior lo confirmaban, y si alguna vez en la vida debía demostrar que se podía confiar en ella, ahora tenía una oportunidad inmejorable para hacerlo.
Al mediodía, el Seat Ibiza se detuvo ante el transformador.
–Hola Núria –dijo Raquel al entrar en casa.
–¿Cómo fue la carrera? Ya he visto por TV3 que fue muy dura.
–Más de lo que yo pensaba, pero finalmente acabé, que en mi caso es lo que cuenta.
A Raquel le llamó la atención que Núria estuviera tejiendo una pieza de lana. Se acercó para verlo con más detalle.
–No te había visto nunca tejiendo con estas agujas. ¿Qué estás haciendo?
–Estoy haciendo un jersey. Es para un gato.
–¿Para un gato? ¡Pero si tú no tienes de gato!
–Es una sorpresa. Cuando veas al gato vestido con este jersey lo entenderás.
–Así pues, debo esperar.
–Exactamente. También quiero que sepas que no soy como la zanahoria; ahora soy como el café. ¿Recuerdas? Cuando peor están las cosas, mejor es la reacción.
Raquel recordó el ejemplo de la zanahoria, el huevo y el café que les había puesto el padre Manel cuando estuvieron juntas en el pueblo de La Guàrdia-Lada, pero no acababa de entender tanto secreto. Sabía que a Núria siempre la rodeaba un halo de misterio, pero había momentos en que no era aconsejable insistir y aquel era uno de ellos.
–Esta tarde no saldré de la habitación –dijo Raquel mientras subía las escaleras.
Tenía la intención de seguir leyendo el manuscrito. Le picaba especialmente la curiosidad desde que Sergi le había dicho que ella podía tener un papel relevante en caso de ser verdaderamente descendiente de fray Ramón de Saguàrdia, y no estaba dispuesta a esperar más para averiguarlo. Estaba en plena lectura cuando sonó su móvil. Era Robert.
–Hola Raquel. Debemos vernos.
–Creo que ya nos hemos dicho todo lo que debíamos, ¿no crees? –contestó para darle a entender que no se lo pondría fácil– Para mí esta historia ya forma parte del pasado.
–Ya sé que las posibilidad de un futuro juntos son mínimas...
–¡Te equivocas Robert! –interrumpió– ¡Las posibilidades de un futuro en común son nulas!
–Pero aunque las posibilidades sean nulas, yo quiero ayudarte. Es lo único que te pido. Lo hice en la carrera de Cavalls del vent y quiero continuar haciéndolo hasta donde haga falta.
–Y ¿cómo crees que puedes ayudarme?
–Con lo que tú me pidas. Estoy dispuesto a ayudarte a encontrar lo que estás buscando, si con esto soy capaz de recuperar tu confianza.
–A mí, lo único que me interesa de esta historia es Sergi. El resto para mí sólo tiene un valor simbólico. Si estás dispuesto a ayudarme, ¿no sería mejor que acudieras directamente a la policía?
–De ninguna forma. No serviría de nada.
–¿Tú crees que yo puedo solucionar algo de espaldas a la policía?
–¡Olvídate de esa gente! Se trata de una cosa entre tú y yo.
–No acabo de entenderlo, pero en fin, ¿qué propones que hagamos?
–No es un asunto para hablarlo por teléfono. Mañana por la mañana te paso a recoger por Miravet y te lo explico. ¿De acuerdo?
–De acuerdo. Mañana nos vemos.
A pesar de que todo salía según había planeado la policía, el aumento de su ritmo cardíaco evidenciaba la subida de adrenalina y la mantenía en alerta por lo que podía ocurrir en aquel inevitable encuentro con Robert.
Los últimos rayos de sol todavía eran visibles en el firmamento y empezaba a soplar un viento frío.
Aquel día, Núria estaba especialmente atenta. Esperaba que, como cada día a la misma hora, una mujer mayor de aspecto débil, con la espalda encorvada y cargada con una bolsa de plástico, pasara lentamente por delante de Los Geranios seguida de un número incontable de gatos.
La vio doblar la esquina en el preciso instante en que tocaban siete campanadas en el reloj de la iglesia. Era la hora de dar de comer a toda aquella pandilla de animales abandonados que corrían habitualmente por el pueblo. Más arriba, allí donde el camino del castillo tenía su inicio, tendría lugar el pequeño festín para aquellos animales que tenían en aquella mujer a su única fuente de suministro de alimentos.
Núria se acercó.
–Hola, ¡buenas tardes! Soy Núria y me encargo de Los Geranios. Me gustaría quedarme con uno de esos gatitos. Yo cuidaría de él y él me haría compañía...
–Puedes coger el que quieras. Están abandonados y les harás un favor acogiendo a cualquiera de ellos en tu casa. Mantendrá la casa limpia de lagartijas y de ratones. Coge un macho. Las hembras empiezan a tener crías y luego todo son líos.
–Prefiero una hembra. Los machos son muy dominantes y no lo soportaría.
–Pues toma una que tenga el pelo de tres colores distintos, es una hembra seguro.
A Núria no le costó mucho, con la ayuda de aquella mujer, hacerse con una gatita que, como el resto, había perdido su origen salvaje y su existencia dependía totalmente de la buena voluntad de los humanos.
Unos minutos más tarde, Núria regresaba a Los Geranios con la gatita entre sus brazos, satisfecha por haber tenido la suerte de encontrar a alguien que se encargaría de proporcionarle la ración de rancho diaria que, por justicia, le correspondía.
Al día siguiente por la mañana, Núria ya había preparado el desayuno cuando Raquel hizo acto de presencia.
–¡Buenos días, Raquel! –la saludó mientras hacía una señal invitándola a salir al patio. Una vez fuera prosiguió–. No quiero que oigan esta conversación. Mira Raquel, ya me he enterado que esta mañana vendrán a recogerte. Me lo han dicho por teléfono. Quieren quitarte de en medio, ten mucho cuidado, sé cómo actúan...
Se notaba un aire de tristeza y preocupación en sus palabras, y a pesar de que Raquel quiso intervenir, Núria hizo una señal con la mano para que no lo hiciera.
–Quiero que sepas que he decidido poner punto final a mi sufrimiento. No soporto más este acoso constante. Te pido que me perdones por lo que te he hecho pasar, pero quiero que me recuerdes como una amiga que ha estado a tu lado hasta el final.
Aquellas palabras sonaban a despedida y un sexto sentido la estaba alertando que lo que le estaba pasando a Núria por la cabeza no podía ser bueno de ninguna de las maneras.
–Oye Núria, no voy a permitir que hagas ninguna tontería.
–No es lo que piensas, lo único que pretendo es salvarte de esta banda de criminales.
–No tienes por qué hacer nada, Núria. Todo está a punto de finalizar y dentro de unos días, quizás dentro de unas horas, nos habremos librado de esta gente.
–De eso puedes estar muy segura.
En aquel momento sonó el timbre de la puerta. Núria fue a abrir mientras Raquel se disponía a desayunar.
–Me llamo Robert y vengo a recoger a Raquel.
Núria le lanzó una mirada que Robert notó como le atravesaba el alma. Le mantuvo la mirada todavía durante unos momentos, satisfecha por haber sido capaz de enfrentarse por primera vez en su vida a un miembro de aquella banda de asesinos sin importarle las consecuencias.
–Espere fuera, ¡en el patio! Raquel está terminando de desayunar –dijo en tono desafiante, mientras le señalaba una silla, dispuesta a hacerle pasar frío.
–Sólo quiero que me contestes a una pregunta. ¿Hay más huéspedes en la casa?
Aquella mañana a primera hora había marchado la única pareja que había estado alojada durante dos días y no esperaba a nadie más hasta el próximo fin de semana, pero no estaba dispuesta a dar esa información a un personaje que no le merecía el más mínimo respeto.
–Esta es una cuestión que a usted no le interesa. Por favor, tráteme de usted, porque estoy segura de que usted y yo no nos conocemos, ¿verdad? O ¿tal vez nos hemos visto o hemos hablado en alguna ocasión?
–No sabría decirle, acostumbro a recordar las caras y la suya no la recuerdo.
Núria sí recordaba aquella mirada. Había tenido que esconderse detrás de las cortinas para no ser vista, la vez que Robert había ido a recoger a Raquel en aquel flamante Audi TT, el mismo que estaba aparcado junto al transformador. Lo había advertido unos instantes antes, al abrirle la puerta.
Núria se conocía aquel coche como la palma de su mano. Desde aquel día, se había bajado toda la información que encontró en Internet y se conocía hasta el más mínimo de los detalles.
–¡Que pase! –dijo Raquel desde el interior.
Núria salió al patio y le invitó a entrar:
–Puede pasar... al fondo, en el comedor...
Antes de que se levantara de su silla, Núria ya se había dirigido a la cocina. No quiso tener la delicadeza de acompañarle hasta donde estaba Raquel. Bien al contrario, quería que percibiera su desprecio, pero principalmente no estaba dispuesta a que captara el más mínimo indicio de miedo por su presencia. Un miedo de la que intentaba sobreponerse, ahora que había decidido romper definitivamente la relación con aquella banda criminal.
Al entrar, Robert dejó disimuladamente un botellín de agua sobre la mesita de la entrada. A continuación se sacó los guantes de piel y se dirigió hacia el comedor tal y como le había dicho Núria.
–No te esperaba tan temprano. ¿Te importa que acabe de desayunar?
–A ti Raquel, sabes que te esperaría toda una vida. –respondió sin poder evitar empezar a desplegar su poder de seducción.
Mientras, Núria, desde la cocina, intentaba captar la conversación que estaban manteniendo en el comedor. Oyó como Raquel le invitaba a comer algo. El resto le pareció que hablaban de cuestiones triviales.
Había llegado el momento de llevar a cabo aquello que Núria se llevaba entre manos y quería despedirse de Raquel sin hacer mucho ruido.
–Que te vaya bien, Raquel. Yo me voy a mis cosas. Recuerda cerrar la puerta de entrada cuando salgas.
–Hasta luego Núria, nos veremos pronto.
Al salir de la cocina, le llamó la atención aquella botella de agua. No recordaba haber dejado ninguna, en aquel lugar. Era de la marca que ella utilizaba, y a pesar de parecerle extraño, pensó que seguramente alguno de sus huéspedes se la había dejado olvidada aquella mañana. No le dio más importancia. La cogió y se la puso en el bolsillo.
Núria se fue a su habitación. Al abrir la puerta, la gatita se acercó maullando de agradecimiento. Le puso el pequeño jersey de lana que había acabado de tejer durante la noche y colocó su teléfono móvil dentro de un bolsillito que cerró con un botón. Junto a la cama dejó un platillo de pienso para gatos. Abrió la botella que llevaba en el bolsillo, dispuesta a llenar un bol de agua. Nada más quitar el tapón, notó un olor casi imperceptible, pero ella tenía una nariz privilegiada y nada escapaba a su olfato. Era el inconfundible olor a almendras amargas que ella conocía tan bien y que marcaba el origen del vía crucis particular que mantenía con aquella banda asesina.
Unos años antes, cuando todavía tenía fresco el recuerdo de los abusos que había sufrido durante su infancia, una persona había aparecido en su vida ofreciéndole su ayuda incondicional para superar el calvario que había vivido en el pasado.
Fue de este modo que la organización se encargó de proporcionarle un veneno que, según le explicaron, bien administrado no dejaba rastro.
Una noche se presentó a su casa. Explicó a sus padres que le habían ofrecido trabajo en una casa de turismo rural en las tierras del Ebre y por este motivo iba a despedirse.
A la hora en que su padrastro iba a tomarse las medicinas se fue a la cocina, sacó una botellita de su bolsillo y vertió su contenido en el interior de un vaso de agua. Lo removió para que quedara completamente disuelto y lo llevó a la mesa.
Pasados unos minutos, después que su padrastro se hubiera tomado las medicinas, advirtió que la respiración se le hacía pesada y un baño de sudor frío invadía todo su cuerpo. Ordenó a su madre que se quedara en el comedor mientras ella le acompañaba a la habitación.
En aquel momento, le dijo que sentía náuseas. Al primer intento de vomitar, ella misma, con sus manos, le tapó la boca con todas sus fuerzas para que se tragara sus propios vómitos mientras le decía: «Tan sólo tenía trece años...»
Al oírlo, sus ojos reflejaron el horror de una muerte segura mientras sus manos se aferraban a las sábanas entre convulsiones, en un intento inútil de evitar abandonar este mundo.
Una vez consumado su propósito, se limpió las manos con la ropa de su padrastro mientras observaba su mirada inexpresiva, satisfecha por haber puesto punto final a su miserable existencia.
Se dirigió hacia el comedor donde todavía su madre se mantenía impasible con la mirada clavada en el infinito, y le dijo que no avisara al ambulatorio de la Seguridad Social hasta la mañana siguiente.
Así es como se liberó de la pesadilla que la había perseguido desde su niñez y ese era también el verdadero motivo por el cual la organización la tenía en sus manos.
La gatita maulló, haciendo regresar a Núria de nuevo a la realidad. Tiró el contenido de la botella por el desagüe del lavabo y llenó el bol con agua del grifo. Bajó la persiana y al salir cerró la puerta de forma que la habitación quedara completamente a oscuras.
Al salir de Los Geranios, Raquel cerró la puerta de entrada con llave, tal y como le había dicho Núria. Hacía tiempo le había dejado una para que entrara y saliera cuando ella quisiera.
–¿Todavía tienes el Audi TT? –preguntó, sorprendida– Creía que ya no trabajabas para esa banda de asesinos...!
–He dejado sólo la parte de... bien... en realidad sigo en el departamento de publicidad. Desde que te conté la verdad no has querido saber nada más de mí. Este trabajo es el único vínculo de unión que hay entre nosotros, y por nada del mundo estoy dispuesto a perder el hilo de conexión que me queda contigo.
–Ya te dije que podías contar conmigo si necesitabas algún tipo de ayuda, pero no quiero saber nada de esta banda de impresentables. ¿Cómo puedo confiar en ti sabiendo que sigues trabajando para esa gentuza?
–Trabajo en publicidad y nada más. Y será por poco tiempo. Mi única desgracia fue caer en manos de esta organización, pero esa pesadilla está a punto de llegar a su fin. Ya verás –afirmó, en el momento en que los ciento ochenta caballos rugían con fuerza, consiguiendo que la vecina de enfrente sacara la cabeza por el balcón.
–Y ahora, ¿dónde vamos? –quiso saber Raquel.
–A un lugar maravilloso, allí dónde la tierra se junta con el cielo y dónde por la noche las estrellas guiarán nuestro camino...
–Te estoy hablando en serio. ¡Dime donde vamos! –insistió.
–Yo también te hablo en serio. ¿Tú confías en mí?
–Qué quieres que te diga –dijo Raquel intentando seguirle la corriente–. No me hace nada ni pizca de gracia que trabajes para esa gente.
–Hay sentimientos que no se pueden fingir. Sólo por ese motivo deberías saber que lo único que deseo es lo mejor para ti.
El Audi TT recorrió los cerca de seis kilómetros que separan Miravet de Mora de Ebro , en el momento en que el vehículo se detuvo en el polígono industrial La Verdaguera a la entrada del pueblo. Robert paró el motor.
–Sólo será un momento.
Tiró de la palanca para abrir el capó y bajó del vehículo. Raquel miró en el asiento trasero. En aquel espacio minúsculo había una especie de saco de dormir, unos auriculares bastante voluminosos y una bolsa parecida a la de un ordenador.
No transcurrió ni un minuto.