Parecía evidente que la clave para empezar a destapar incógnitas pasaba irremisiblemente por descubrir el significado de los números que aparecían al final del manuscrito.

 

“Mi espada atravesará los cuatro puntos cardinales de norte a sur y el más pequeño de los hermanos guardará el tesoro más preciado. Solamente los descendientes de aquellos que han entregado su vida por la libertad tendrán derecho a su legado. Los números marcaran el camino.”

 

Fray Ramón de Saguàrdia

Miravet, a 29 de Setiembre del año 1.308 D.C

 

039,11 / 21,43=13,39    043,71 / 20,23=12,64    102,64 / 47,44=29,65    192,72 / 05,95=03,72

 

Reflexionó brevemente sobre el significado de aquellas palabras en su conjunto. Que la organización secreta existía en la sombra, después de lo que había visto, parecía una evidencia; que la historia de la Orden del Templo podía tener un final distinto al que estaba escrito en los libros, también era posible. Sólo necesitaba encontrar la prueba que lo demostrara, y eso, hoy por hoy, dependía de ella.

La realidad era que se sentía en el ojo del huracán y lo peor del caso era que no sabía muy bien qué pintaba en aquella historia; pensó que si llegaba a oídos de aquella organización el intento por su parte de averiguar las claves del manuscrito, aunque se escondiera debajo de las piedras, su vida no tendría ningún valor.

En cualquier caso, ahora debía aparcar momentáneamente el manuscrito. Tenía que ir al hospital a comprobar el estado de sus cervicales y también debía pensar en la próxima carrera, que según el calendario que se habían marcado con Sergi era el Cross de les Coromines en Aguilar de Segarra, el sábado once de agosto a las seis de la tarde. La carrera era de tan sólo cinco kilómetros, suficientes para comprobar el estado de sus cervicales. Esta vez, acudiría sola.

Habían acordado con Sergi, el día que se encontraron por primera vez en el piso de Cervera, que la cita sería en la plaza del Ayuntamiento del pueblo en que se celebrara cada carrera, el día antes, a la misma hora de la salida.

En este caso, la ruta que le marcaba el GPS saliendo de Miravet, era tomar dirección a Lleida, después continuar hasta Cervera y a continuación recorrer los 37 Km que faltaban para llegar a Aguilar de Segarra.

Pensó que esta sería la tercera vez que pasaba por Cervera en muy poco tiempo, y que eso podía poner en alerta a aquella organización de indeseables.

La mejor opción era ir a Barcelona. Le suponía unos kilómetros de más, pero sabía que solamente andando con pies de plomo conseguiría su propósito. Pasaría por su casa, aprovecharía para darle un vistazo y después, con calma, asistiría a la carrera.

Unos días antes, con toda la normalidad del mundo, le haría saber a Cardona y también a Robert su intención de participar en la prueba. Esta vez, encontraría una excusa para ir sola.

Apenas llevaba el collarín. No lo necesitaba. La sensación de vértigo había desaparecido y decidió, por propia iniciativa, dejar de tomarse las medicinas.

Aquella tarde tenía hora en el Hospital de Mora de Ebro. El doctor que la atendió, después de examinarla, le dio el alta médica.

Tenía curiosidad por conocer el nombre de aquella misteriosa ex mujer de Joan. Sabía que había acudido a visitarle durante su hospitalización y tenía ganas de hablar con ella para explicarle que todo lo que habían contado de Joan no era cierto.

Se dirigió hacia la salida y se detuvo ante el mostrador de recepción.

Buenas tardes. No sé si se acuerda de mí; soy familiar de Joan Capdevila, el arqueólogo que hace unos días le... bien, que nos dejó.

Sí, la recuerdo. Usted es prima suya, si la memoria no me falla.

–Sólo por curiosidad; querría saber si su ex mujer le visitaba a menudo.

Esta información no se la puedo dar. Es confidencial.

Ya me imagino –insistió–. Pero la relación de la familia con ella no era demasiado buena, y sólo si usted me lo dice, sabré si ella le dio su apoyo durante sus últimos días.

Eso tocó su punto débil y no tuvo más remedio que buscar en el libro de visitas.

Bien, en su caso creo que podemos hacer una excepción. Vamos a ver –dijo mirando a ambos lados de reojo, como si estuviera haciendo algo mal–. Aquí está. Nombre del visitante: «Raquel Laguàrdia». Familiar: «esposa» –afirmó– y también dos días antes. Por lo visto, en realidad venía cada dos o tres días.

¿Está segura de que se trata de su ex mujer? –preguntó Raquel con sorpresa.

Aquí lo dice muy claro –afirmó–. Raquel Laguàrdia, esposa.

Raquel no salía de su asombro. ¿Cómo era posible que la ex mujer de Joan hubiera utilizado su nombre?

Si esa mujer estuviera en esta sala, usted la reconocería, ¿verdad? –preguntó Raquel para asegurarse de que no se trataba de ningún malentendido.

¡Sin duda! –afirmó la chica– Mi memoria no me engaña nunca.

¿Fue ella misma quién se registró? –preguntó Raquel– ¿Cómo es que a mí no me pidieron el nombre para visitarle?

Mire, esto es cosa de los de seguridad. Los familiares más directos pueden quedarse por la noche y en este caso deben registrarse. Es el caso de la ex mujer de Joan Capdevila.

Pero supongo que deben pedirles algún documento acreditativo que les identifique.

Eso, ya no asunto mío. Es cosa de los de seguridad. A mí me pasan los nombres y yo los anoto en el libro de visitas.

Gracias por todo –concluyó–. Ha sido de gran ayuda.

Salió por la puerta del hospital pensando por qué razón aquella mujer tenía motivos para suplantar su identidad y cómo era posible que los de seguridad no se hubieran dado cuenta. Se preguntaba si todo aquel teatrillo formaba parte del plan que había tramado aquella organización para inculparla en la muerte de Joan. Decidió llamar a Cardona. La última vez que habló con él le había dado su número de móvil.

Tenemos que hablar. Tengo una información que debe conocer cuanto antes.

Supongo que es referente al caso que nos ocupa... –preguntó el policía.

No. Es referente a cómo combatir las picaduras del mosquito negro, si le parece. Claro que es referente al caso que nos ocupa.

Lo digo por su seguridad. No conviene hablar por teléfono. Estoy en la comisaría. Si lo desea, venga y hablamos.

Cinco minutos y estoy con usted –concluyó finalmente.

En unos minutos, Raquel estaba a la comisaría.

Está esperándome el subinspector Cardona –dijo al policía que estaba en recepción.

Puede pasar. Primer despacho a la derecha.

Raquel dio unos golpecitos suaves a la puerta y, sin esperar respuesta, entró.

Veo que ya no lleva el collarín –advirtió Cardona–. Siéntese, por favor. ¿Ya se encuentra mejor?

Mucho mejor, gracias. Ahora vengo del hospital.

Entonces –preguntó el policía– ¿A qué se debe tanta prisa? Debe de ser algo realmente importante.

Júzguelo usted mismo. La ex mujer de Joan Capdevila se registró en el hospital con mi nombre.

Raquel hizo un silencio esperando una reacción de sorpresa por parte del policía. Pero Cardona ni tan siquiera se inmutó.

¿Puede decirme el motivo? –insistió– ¿Cómo es que los de seguridad no se dieron cuenta? ¿Qué pretendía esa mujer suplantando mi identidad? ¿Quién hay realmente detrás de toda esta mierda?

La respuesta es más sencilla de lo que parece. Ya se lo dije; alguien tiene metido entre ceja y ceja que todo apunte hacia usted como responsable de lo que está ocurriendo. La muerte de Joan, la desaparición de Sergi y otras cuestiones que ahora no vienen al caso.

¿Otras cuestiones? ¿Qué cuestiones? –quiso saber Raquel.

No es necesario que se preocupe más de la cuenta. Estoy al caso de la presunta suplantación de identidad y no conviene hacer mucho ruido al respecto. No vuelva a preguntar en el hospital y no quiera llevar investigaciones paralelas. Cuanto menos se note nuestra presencia, mucho mejor.

Sólo por curiosidad. ¿Quién es la ex mujer de Joan? ¿Usted la conoce?

Olvídese, Raquel. No quiera saber más de la cuenta, de momento. En estos casos es necesario que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. ¿Me entiende usted? No olvide que detrás de todo hay una trama que, cuando se descubra, será tema de portada de los principales periódicos y telediarios durante una larga temporada.

Entendido –contestó Raquel–. Pero cuando pueda, me la presenta. Me muero de ganas de conocerla.

No debe preocuparse por eso, de momento. Cada cosa a su tiempo.

Raquel, como siempre, salió de la comisaría con sensaciones contradictorias. Por un lado parecía que no debía preocuparse por nada, pues la policía tenía todo controlado, pero por otro, tenía a toda una organización criminal detrás de ella, pendiente de cada uno de sus movimientos; lo único que le interesaba de ella era que la condujera hasta el manuscrito, y la pregunta que se hacía era:

¿Por qué motivo esa necesidad de involucrarme en la muerte de Joan y en la desaparición de Sergi?

Ahora más que nunca sabía que la forma de luchar contra aquellos indeseables era interpretar las claves del manuscrito y olvidarse del resto.

Eran las nueve de la mañana y un cielo completamente libre de nubes dejaba intuir que aquel día el termómetro alcanzaría de nuevo los cuarenta grados de temperatura.

¿Núria, puedes hechar un vistazo a mis cervicales? –preguntó Raquel después de ponerse la indumentaria para ir a correr.

Desde luego.

Esta vez de forma suave, ¿de acuerdo? –advirtió medio en broma.

Núria puso sus manos con suavidad en la zona afectada. Cerró los ojos y dejó volar la imaginación durante unos instantes mientras le practicaba un masaje relajante.

Está todo perfecto –dijo mientras le hacía una última caricia en forma de pellizco con la fuerza justa en el cuello.

Bien, pues. Me voy al castillo, ahora que el calor todavía lo permite.

Hacía días que no practicaba deporte debido a la lesión y sentía la necesidad de prepararse para la próxima carrera. A pesar de no estar en su mejor momento de forma, le gustaba competir y quería hacer un papel digno.

La visita al castillo tenía una segunda lectura. Después de haber leído el manuscrito, tenía la curiosidad de ver de nuevo las caballerizas e intentar imaginarse lo que había descrito Faruq en su relato. El lugar donde podía estar la salida secreta, la cisterna, la posible ubicación de la tumba de Nadira...

Al llegar al castillo se dirigió hacia la recepción. La chica encargada de atender a los visitantes la saludó.

Hola, Raquel. Hace días que no te veo por aquí. ¿Quieres pasar?

Claro –contestó–. Nos hemos visto en varias ocasiones y todavía no sé cómo te llamas.

Júlia. Me llamo Júlia.

He venido a correr un rato. Debo mantenerme en forma. Veo que no hay muchos visitantes...

La gente suele venir a partir de las diez de la mañana. La mayoría están de vacaciones y no les gusta madrugar.

Y las obras de restauración, ¿siguen adelante?

La administración no tiene ni un duro y nosotros somos los primeros que nos hemos visto afectados por los recortes. Cultura, enseñanza y sanidad, según los políticos, es lo menos importante; a partir de septiembre lo más seguro es que todo el grupo de arqueólogos se vaya a casa. Aquí en las Terres de l’Ebre ya empezamos a estar hartos de esa gente. Nos han sembrado nuestros campos de centrales nucleares y además ahora quieren llevarse el agua del río. ¿Qué quieren? ¿La mierda para nosotros y el agua para ellos? ¡De eso ni hablar! –gesticuló ostensiblemente como si su vida dependiera de ello.

Veo que eres de ideas fijas... –contestó Raquel sin mucha motivación por continuar aquella conversación– ¿Hay alguien que yo conozca del grupo de arqueólogos?

– El que está hoy de guardia no es arqueólogo. No sé si le conoces. Se llama Oscar.

¿Oscar? –preguntó Raquel. Sólo conocía a un Oscar, pero no se lo imaginaba trabajando en el castillo.

Sí, es el hermano de Jana, la que... bien, tú ya me entiendes.

La que se tiraba a Sergi, quieres decir.

Es lo que se decía en el pueblo... –contestó sorprendida.

Pues por mi parte, eso ya es agua pasada. No sabemos nada de Sergi, no sabemos nada de Jana y la vida continúa.

Júlia le hizo una señal con la mano para que se acercara y, bajando el tono de voz, le dijo:

Oscar debe tener unos buenos padrinos.

¿Ah sí? ¿Por qué lo dices?

El chico que se encargaba del material dejó el trabajo y al día siguiente se presentó Oscar para substituirle.

Tampoco parece tan extraño. Al anterior quizás le despidieron por algún motivo que no os quiso contar y Oscar es el recambio que tenían preparado. Es el hermano de Jana, quizás ella le recomendó.

Lo que es extraño es que ni siquiera se despidió de nadie, ni una palabra, ¡nada! Una persona que lleva dos años trabajando contigo, un día termina su trabajo con normalidad y al día siguiente se presenta Oscar en su lugar sin decir nada. ¿Lo encuentras tu normal?

¿Has intentado llamarle al móvil?

Sí. Sale constantemente el mensaje de teléfono apagado o fuera de cobertura.

Pues muy normal no parece. ¿Has hablado con alguien de este asunto?

¡Dios me libre! Después de todo lo ocurrido.

Y ahora ¿por qué me lo cuentas a mí?

Porque sé que a ti te lo puedo contar. Creo que eres una persona noble y aquí ocurren cosas que no son normales y alguien debe saberlo. Hay muchos intereses en estas obras.

¿A qué tipo de intereses te refieres?

A intereses de todo tipo, económicos, políticos, de poder... Una por teléfono se entera de muchas cosas. Cuando tenemos la política de por medio, es como nadar en una balsa de mierda.

Estoy segura, pero me dejas intrigada. ¿Hay algo que yo deba saber? –preguntó Raquel.

Que tengas mucho cuidado y que no te fíes de nadie. Es mi consejo.

Gracias por la recomendación. Y de Oscar, ¿qué sabes?

Hace tiempo que vive en el pueblo y nunca ha destacado por nada en especial. Habla a menudo por teléfono con un tal Gerard.

¿Quién es ese tal Gerard? ¿Le has visto alguna vez?

Es quién decide la gente que va a trabajar en las obras de restauración. No conozco a nadie que le haya visto nunca y, por lo que parece, es un pez gordo de la política. Basta con que hables con alguno de los trabajadores y verás los tejemanejes en que está metido.

No me lo puedo creer.

Raquel... ¡es un político! –dijo bajando el tono de voz, buscando su complicidad.

Si hay algo que quieras decirme, sea lo que sea, sólo hace falta que hablemos –insistió viendo que Júlia tenía ganas de charlar.

Cuando vuelvas por aquí, si hay algo interesante ya te contaré.

–Por cierto, ¿dónde puedo encontrar a Oscar? Quizás él pueda ayudarme a encontrar un MP3 que regalé a Sergi. Me iría bien para llevármelo cuando salgo a correr.

Debe estar por ahí. No hay muchos lugares donde esconderse.

A pesar de que Cardona le había dicho que se mantuviera al margen de la situación, no quería perder la ocasión de saber qué estaba haciendo Oscar trabajando en el castillo sin ser arqueólogo; ahora se le presentaba una oportunidad de oro para averiguarlo.

No le costó coincidir con él. Estaba al almacén de materiales poniendo un poco de orden.

–Hola Oscar; qué sorpresa ¿Cómo es que trabajas aquí?

Me ayudó Jana. Estaba sin trabajo y les hacía falta un encargado de material. El que había antes acababa de largarse. Reconozco que tuve suerte.

Más que tener suerte, a eso esto se le llama tráfico de influencias. No me imaginaba que Jana tuviera tanto poder de convicción.

Hombre –contestó Oscar– quizás fue Sergi quien dio el último empujón.

¿Sabes por qué dejó el trabajo tu predecesor?

Me dijeron que habían echado en falta algún material. Por eso le despidieron.

¿Cómo es que no me dijiste que trabajabas en el castillo?

No me lo preguntó. No hemos tenido mucho tiempo para detalles, ¿no le parece?

Oye, trátame de tú; tampoco te llevo tantos años. Venga, vamos a dar una vuelta por ahí.

No me apetece mucho que nos vean juntos. Eres peligrosa...

¿Que yo soy peligrosa? ¿Quién te ha contado eso?

Todo el mundo sabe que Joan estaba coladito por ti y fíjate lo que ocurrió...

¿No fue un accidente? –se apresuró a preguntar Raquel.

Quizás sí. Pero toda la historia que le rodeaba, a mí me genera muchas dudas.

Oscar bajó el tono de voz y prosiguió.

Muy poca gente lo sabe, pero Joan estuvo involucrado en un caso turbio.

Mira, Oscar. No me creo nada de eso. Por lo poco que llegué a conocerle, estoy segura de que era una buena persona.

Escucha, Raquel. Tú no te relacionas mucho con la gente del pueblo, pero aquí se cuentan muchas cosas. Los que conocían su pasado hablan de un ajuste de cuentas. También hablan de su ex mujer, como venganza por lo que dicen que hizo. Hay quien dice que fue alguien que quiere protegerte...

¿A mí? ¿Quién tendría que protegerme? Y ¿de quién?

Es lo que dice la gente; hay muchos que podrían tener motivos en contra de Joan, incluso Sergi; le había quitado el trabajo.

¡Ya basta, Oscar! La policía está llevando a cabo sus investigaciones y, por lo visto, la gente se hace unas peras mentales que dan miedo.

¿Sabes algo de Jana? –preguntó Oscar.

No me preguntes por qué, pero estoy segura de que está bien.

¿Cómo puedes estar tan segura?

Si le hubiera ocurrido algo ya te habrías enterado.

¿Como con Sergi?

No es lo mismo. Son casos distintos.

¿Recuerdas la historia que te conté de la ONG y su relación con grupos islamistas? Pues pienso que puede haberle ocurrido algo relacionado con este asunto.

Salieron andando. Disimuladamente, Raquel trató de ir en dirección a las caballerizas.

Dicen –prosiguió Oscar– que la Orden del Templo no desapareció hace setecientos años, como se cree.

Mira por donde se descuelga éste –pensó Raquel.

Por otro lado, los descendientes de los musulmanes que lucharon en el otro bando también seguirían en activo.

Pero eso no es nada más que una historia sin fundamento –contestó Raquel para tranquilizarle.

¿Sin fundamento? ¿No lees las noticias? Cada día secuestran a cooperantes. ¿Sabes los motivos por los que Jana viajaba al África subsahariana? A hacer de intermediaria en el pago de rescates. Ahora ya lo sabes; te aseguro que lo que te digo es cierto.

Si es como tú dices, se supone que pedirán un rescate por tu hermana ¿no es cierto?

Es cierto.

¿Lo han hecho?

Todavía... no.

Entonces, quédate tranquilo. Ya lo habrían hecho. Y ahora Oscar, si no te importa –continuó Raquel– en realidad he venido a recoger un reproductor de MP3 de Sergi. Me iría muy bien mientras preparo mis carreras. Sabes dónde puede estar?

Voy a ver si lo encuentro.

Lo recojo a la salida. Yo voy a dar una vuelta por aquí.

Siguió andando tranquilamente hasta las caballerizas intentando, sin éxito, encontrar el lugar donde podía encontrarse la entrada secreta. Sin duda la restauración de la zona había eliminado cualquier vestigio. Permaneció un rato rememorando la historia que había tenido lugar muchos años antes.

Puso la mano sobre las piedras que otras manos expertas habían colocado con precisión unos siglos antes, configurando las paredes de aquel recinto.

Nosotros tenemos el conocimiento –reflexionó– pero estas piedras saben la verdad de la historia. La verdad es eterna, el conocimiento es cambiante.

Pensó en los números que aparecían en el relato que hasta el momento no tenían ningún significado para ella, e intentó relacionarlos con algún detalle de su entorno.

El lugar donde debía estar enterrada Nadira estaba alineado con la pared sur de la muralla, según había leído en el relato. Buscó con la mirada la última curva del río en dirección al paso de la barca. Aquel punto alineado con la pared sur determinaba la dirección exacta hacia La Meca, pero por más que buscó, no fue capaz de encontrar ninguna señal que le indicara el lugar exacto donde podía existir su tumba.

Entonces recordó el último párrafo del manuscrito «Los números marcarán el camino»

Aquellos números indicaban una dirección, como también lo hacían aquellos muros señalando el camino hacia La Meca y posiblemente también una distancia, que daría una posición exacta sobre un mapa. En aquel momento empezaron las prisas por regresar a Los Geranios.

Oscar ha dejado esto para ti –dijo Júlia alargándole un Mp3.

Dale las gracias de mi parte. Yo regreso al pueblo.

Mientras descendía por el camino del castillo pensaba que si le contaba a alguien todo lo que le estaba sucediendo la tomaría por loca. No sabía si era peor caer en manos de la organización secreta o ser secuestrada por los islamistas radicales.

¿Y qué pinto yo en todo esto? –pensaba– ¿Cómo puede ser que me sienta amenazada, si no tengo nada que ver ni con unos ni con otros?

¿Mosquito? Soy Camaleón. ¿Cuáles son las novedades?

Raquel es más dura de pelar que los demás, pero sin darse cuenta poco a poco va metiéndose en la ratonera.

No demos nada por hecho. Es más lista de lo que crees. Tu misión consiste en facilitarle el camino. Genérale confianza, pero sin exageraciones; debe estar convencida de que estás de su lado. Recuerda que el objetivo final es que te lleve hasta el manuscrito. ¿Ha quedado claro?

Como el agua. Hasta ahora no he fallado nunca.

Recuerda que para un soldado, la recompensa más grande que puede recibir es la satisfacción del deber cumplido. Hay soldados que no superan las expectativas o que desobedecen las órdenes y ya sabes qué ocurre. No es suficiente con hacerles desaparecer de este mundo. Quién traiciona la organización tiene que ser consciente de que dejará de existir con mucho sufrimiento. El miedo es la medicina que cura todos los males y el mejor ejemplo para todo el mundo. Finalmente, tengo una pequeña misión para añadir a la que ya tienes. Vigila a Núria de cerca. Quiero saber si tiene dudas sobre cómo debe de actuar.

Raquel llegó a Los Geranios. Quedaba menos de una semana para el encuentro con Sergi el día antes de la prueba y quería haber resuelto para entonces las claves del manuscrito.

 

Los números marcarán el camino.

Fray Ramón de Saguàrdia

Miravet, a 29 de Septiembre del año 1.308 D.C

 

039,11 / 21,43=13,39       043,71 / 20,23=12,64       102,64 / 47,44=29,65       192,72 / 05,95=03,72

 

–Un camino viene determinado por un rumbo, y el punto exacto del recorrido lo determina una distancia –razonaba Raquel intentando descubrir el enigma.

Pensó que aquella igualdad podía expresar una distancia en dos medidas distintas, por ejemplo millas y kilómetros, pero si aquellos números representaban una distancia, ésta estaría indicada en las unidades de medida de la época. A pesar de que la milla era una unidad de longitud que ya se utilizaba en la Roma Antigua, el sistema métrico decimal no se implantó hasta el siglo XVIII. La unidad de longitud más común de la época en que tuvieron lugar los hechos del castillo de Miravet debía de ser seguramente la legua, la unidad de longitud que expresaba la distancia que una persona o un caballo podían andar en una hora. Raquel sabía que esta distancia era diferente en cada región en función de la orografía del terreno predominante o según la conveniencia de cada país. Por este motivo y por lógica, la legua debía de alcanzar distancias de entre 4 y 7 km aproximadamente.

Una vez más, tenía que recurrir a Internet para averiguar cuál era el valor numérico de la legua en la región donde se encontraba, y ciertamente sabía que aquellos que le estaban intentando amargar la vida estarían observando todos sus movimientos por Internet.

Fue al Ayuntamiento. La conexión a la red para los habitantes del pueblo era gratuita.

En primer lugar preparó una cortina de humo para no alertar a aquella pandilla de indeseables que probablemente estaría al quite de sus consultas en Internet. Todas las precauciones eran pocas.

Entró en Google y clicó: radio de la tierra en millas.

El resultado lo encontró en Wikipedia: 3.959 millas

A continuación escribió: conversión millas a Km.

l resultado obtenido fue: 1 milla = 1,6093 Km

Finalmente, clicó: legua.

Descubrió que en aquella época, en Catalunya se utilizaban dos medidas diferentes; la legua jurídica, equivalente a 4,1985 km, y la legua antigua, equivalente a 6,7176 km.

Utilizó la calculadora de su smartphone para hacer la división entre los dos valores. El resultado era 1,6.

Su cara no reflejó la inmensa alegría que sentía en aquellos momentos. No le convenía.

Estaba convencida de que fray Ramón de Saguàrdia había anotado una distancia en clave en las dos medidas utilizadas en aquella época. Leguas jurídicas y leguas antiguas.

Aquel era un paso importante para descubrir las claves del enigma escondido en el manuscrito, pero antes debía rematar el trabajo para justificar lo que estaba haciendo ante quien la estuviera observando. Aquella consulta debía aparentar ser pura rutina relacionada con su trabajo. Por este motivo se apresuró en enviar un e-mail a su propia dirección de correo con el siguiente contenido:

Tema: Recordatorio preguntas examen de mates. Cuarto de la ESO.

Texto: El radio de la tierra es de 3.959 millas. Expresar el resultado en Km. Expresar el resultado en leguas.

Sabiendo que:

1 milla = 1,6093 Km

1 legua = 6 Km

Regresó a Los Geranios.

Te veo muy atareada –dijo Núria al verla entrar.

Estoy preparando trabajos de la escuela. Si quieres hacer las cosas bien, debes prepararte a conciencia y eso conlleva mucha dedicación.

Seguidamente se fue a su habitación. Si iba por el buen camino, las pistas la llevaban a cuatro lugares distintos.

El punto de partida sería seguramente el castillo de Miravet y tenía cuatro destinos diferentes. Tenía la distancia; el otro número que aparecía en el manuscrito tenía que indicar a buen seguro una orientación. Posiblemente en grados.

Para mejor comprensión, creó una tabla donde aparecían los datos del manuscrito, teniendo en cuenta que el primer número indicaba una orientación en grados y la igualdad siguiente una distancia en leguas. Finalmente una columna con la distancia equivalente en kilómetros.

Aquel cuadro podía indicar cuatro puntos exactos sobre un mapa. Si no iba errada, estaba a punto de descubrir las claves que se escondían en aquel manuscrito, que inteligentemente, fray Ramón de Saguàrdia se había encargado de anotar en forma de enigma.

Sabía que mediante la aplicación del Google Earth podría localizar aquellos puntos en el mapa en cuestión de minutos. Sólo había que abrir la aplicación, seleccionar la pestaña: «herramientas» y a continuación la opción: «regla».

Llegados a este punto, sabía que era una opción demasiado arriesgada y que supondría dar unas pistas muy concluyentes a aquella pandilla de indeseables que le iba detrás, si realmente estaban observando sus incursiones en Internet tal y como ella suponía.

No le quedaba más remedio que conseguir un mapa de carreteras y situar en él aquellos cuatro puntos. Necesitaba también un transportador de ángulos y una regla de las que se utilizan para dibujar.

Si iba a comprarlo a una librería no tardarían ni un instante en darse cuenta de que estaba tramando algo. Todo lo que necesitaba lo tenía en su casa de Barcelona y tenía pensado pasarse por allí el día antes de camino a la prueba de Aguilar de Segarra. Esta era la mejor opción. Desde su casa, tranquilamente, tendría tiempo de localizar los puntos en el mapa y después podría acudir a la cita con Sergi y hablarle de su descubrimiento.

Hola Cardona, soy Raquel.

Hola Raquel. ¿Qué hay de nuevo?

No recuerdo si te había comentado que mañana me voy a Aguilar de Segarra a participar en una prueba deportiva.

No me lo habías dicho, pero recuerda que soy policía. Tengo entendido que la carrera es pasado mañana.

Efectivamente –reaccionó con rapidez Raquel–. Siempre trato de practicar en el circuito el día anterior. Me gusta saber las dificultades que voy a encontrarme.

En este caso no creo que te encuentres con muchas dificultades. Se trata de una prueba de cinco kilómetros en terreno llano. Es la fiesta mayor del pueblo y parece una carrera de andar por casa.

Cardona estaba bien informado y sabía de qué hablaba, pero Raquel no estaba dispuesta a dejarle decir la última palabra.

Para los deportistas no existen las carreras de estar por casa. Si algún día te aficionas, sabrás de qué te estoy hablando.

Le quedaba por hacer la llamada a Robert. En esta ocasión acudiría sola a la prueba. Tenía que hablar con Sergi sobre su descubrimiento relacionado con las claves escondidas en el manuscrito y lo que menos necesitaba era compañía.

Robert notó la vibración de su móvil en el bolsillo.

Empezaba a echarte de menos –respondió cariñosamente al ver que se trataba de Raquel.

Pues eso tiene solución. Este sábado podríamos vernos. Por la mañana tengo una carrera.

¿Ya estás bien de las cervicales?

Estoy mejor que nunca.

Entonces voy contigo –respondió al instante.

No es necesario. Es una prueba de sólo cinco kilómetros y me irá bien para comprobar mi estado de forma. Al acabar la prueba regreso a Barcelona.

Cualquier momento contigo, aunque sólo sea un instante, ya vale la pena. ¿Dónde se celebra la competición?

Es en Aguilar de Segarra. En realidad este pueblo está formado por otros pequeños núcleos de población diseminados.

El lugar no es importante. Lo importante eres tú –insistió Robert.

Por ese motivo pensé que podíamos vernos en Barcelona, después de la carrera. Ya hace un mes que estoy viviendo en Miravet y tengo ganas de ciudad y de mar. Soy urbana y echo de menos la gente, las luces, las prisas, el ruido...

Si es así, sabré soportar la espera. Te recojo, pues, el sábado en Pau Claris. ¿De acuerdo?

A las diez de la noche.

Esta vez parecía que por fin tenía vía libre. El Seat Ibiza de color blanco dejaba atrás el pueblo de Miravet cuando el sol apenas asomaba por detrás de las montañas que quedaban a su derecha.

Tenía prisa por llegar a su piso de Barcelona para ubicar en el mapa los puntos que creía haber descubierto y que, sin duda, eran la clave para averiguar el contenido del mensaje que fray Ramón de Saguàrdia había anotado en el manuscrito.

Se observaba bastante movimiento en Barcelona a pesar de estar en los primeros días de agosto. Sin duda la crisis empezaba a hacer estragos entre la sufrida clase trabajadora y, por este motivo, muchos habían decidido quedarse en la ciudad durante la época estival. Aparcó sin dificultad cerca de su casa. A pesar de que la temperatura era inferior a la de Miravet, la humedad del ambiente debida a la proximidad con el mar hacía que la sensación de calor fuera más acusada.

Abrió la puerta. Después de dar un vistazo general, a diferencia de la vez anterior, parecía que todo estaba tal y como lo había dejado. Pensaba por qué motivo en aquella ocasión habían entrado en su casa y no se habían llevado nada. Solamente podía ser por dos motivos; encontrar alguna pista que les llevara al paradero de Sergi o instalar cámaras y micrófonos ocultos.

Tenía que tomar el máximo de precauciones posibles; si aquel supuesto era cierto, el lugar de la casa que podía haberse librado de la instalación de aparatos electrónicos, por lógica, tenía que ser el baño.

Puso la ropa en la lavadora mientras la música de bachata comenzaba a sonar desde su ordenador.

Buscó en un cajón una pequeña regla y el transportador de ángulos y con disimulo se los puso en el bolsillo. Tomó una guía turística de la comarca de la Segarra del mueble del comedor y se dirigió al baño.

Volvió a salir en ropa interior. Si alguien la estaba observando, estaría más pendiente de ella que de lo que estaba haciendo.

La guía Campsa era del 2005. No tenía por qué suponer ningún contratiempo, pues como mucho podían figurar algunas carreteras convertidas actualmente en autovías. Miravet estaba en el mapa número 34 de la guía.

Había hecho desaparecer el papel donde tenía anotados los datos y los había memorizado. Entró de nuevo en el lavabo con la guía y una vez dentro abrió los grifos de la ducha. A continuación sacó el mapa de la espiral y lo extendió sobre el suelo.

Espero que las distancias sean sobre el mapa y no directamente sobre el terreno –pensó Raquel cruzando los dedos.

El primer punto estaba situado a una distancia de 90 km con un ángulo de 39,11º. La escala de la guía era de 1/300.000, por lo tanto, para ubicar el punto sobre el mapa debía multiplicar por tres el valor en Km y obtendría el resultado en milímetros sobre la regla, en este caso 270 milímetros.

Con el transportador de ángulos completamente alineado, colocó la regla hasta medir los 270 milímetros. Pasados unos instantes de emoción contenida.

¡Cervera! –exclamó.

El siguiente punto sobre el plano tenía que estar muy cercano a esta ciudad. Según la tabla que había confeccionado, el ángulo era de 43,71º y la distancia de 84,94 km, orrespondiente a 254,82 milímetros.

Quedaba localizado al sudeste del punto anterior. Colocó la regla buscando con la mirada el punto de coincidencia.

¿La Guàrdia-Lada? –se preguntó Raquel.

Aquel nombre ya lo había oído con anterioridad. Había sido Jana quien en una de las ocasiones en que se encontraron de incógnito en el camino del Galatxo le había hablado de esta localidad. Recordó que en este lugar estaba ubicada una de las sedes menores de la Orden del Templo.

Se veía claramente que el tercer punto quedaba ubicado fuera de los límites, en un mapa situado más al norte. Según le indicaba una flecha en la parte superior, el número de mapa era el 24.

La orientación en este caso era 102,64º y la distancia de 199,2 km, que pasados a milímetros correspondían a la cifra de 597,6.

Colocó los planos, uno a continuación del otro. La distancia medida en la regla marcaba Monzón, provincia de Huesca.

Finalmente quedaba el último punto. Los datos de 192,72º y 24,99 km la llevaron hasta Tortosa.

Había conseguido ubicar los cuatro puntos en el plano. Cervera, La Guàrdia-Lada, Monzón y Tortosa. Ahora estaba segura de que con la ayuda de Sergi acabarían descubriendo el enigma.

Colocó de nuevo los mapas en la espiral y finalmente se dio una merecida ducha.

Iba en albornoz cuando salió del baño. Se dirigió hacia el comedor y desplegó el mapa número 34 sobre la mesa. Sabía de sobra que la organización secreta estaría enterada de su participación en la carrera. Por ese motivo se aseguró de que el mapa quedara bien a la vista de posibles observadores e hizo un círculo a lápiz sobre el pueblo de Aguilar de Segarra. Internamente hizo su brindis particular:

Esto va por los que me estáis observando.

Al ir a recoger su vehículo para dirigirse a la comarca de La Segarra, se dio cuenta de la hoja de publicidad que alguien había colocado en el parabrisas. Era la portada del CD de bachatas que ella le había llevado a Sergi.

¡Es Sergi! –exclamó mirando a ambos lados. Lo cogió y en el reverso había escrito: «Bar de los mini croissants».

Sin duda aquella nota se refería a un bar inmenso ubicado muy cerca de su casa, en el Passeig de Gràcia, en que servían unos mini croissants deliciosos, donde en días festivos a menudo iban juntos a desayunar.

Se dirigió hacia el bar. El espacio constaba de dos semi plantas, era muy amplio y con una decoración de vanguardia.

Sergi estaba sentado al fondo, en una de las mesas desde donde había una buena perspectiva que controlaba la zona de entrada al local. Al verla entrar, Sergi se levantó, se acercó a ella y la abrazó.

Hola princesa, estaba seguro de que vendrías.

Hola Sergi –contestó con emoción–. Esperaba verte en Aguilar de Segarra. ¿Cómo sabías que vendría a Barcelona?

Pensé que te venía de paso y que querrías pasar por casa para ver cómo estaba el piso, mirar el buzón, hacer alguna lavadora. Ocho años viviendo contigo tienen que servir de algo.

En realidad, a Sergi le atormentaba la idea de que el verdadero motivo de Raquel era encontrarse con su amigo, aquel que le había robado el tesoro que más quería. Seguramente vivía en Barcelona y por lógica no querría perderse la ocasión de estar al lado de aquel regalo de Dios que era la mujer que tenía delante.

No quiso hablar de eso. Lo único que conseguiría sería estropear la magia del momento y, si tenía alguna posibilidad remota de recuperarla, no era ese el camino, sino cambiando de forma radical su actitud de los últimos años.

¿No es peligroso que estés aquí? –preguntó intranquila.

He hecho un cambio de planes. Ya te lo contaré en detalle; no te preocupes por mí, el último lugar en el que me buscarían sería aquí. ¿Has avanzado en algo?

Raquel le explicó con todo lujo de detalles como había llegado a descubrir la localización de los cuatro puntos en el mapa.

Lo que no entiendo es qué significan estas poblaciones...

Las cuatro fueron sedes de la Orden del Templo –contestó Sergi–. Monzón, Cervera y Tortosa eran sedes principales; en cambio La Guàrdia-Lada era una de las sedes menores. Eres una crack, Raquel. Sabía que lo descubrirías.

Sí, pero aquí nos hemos quedado. ¿Qué relación hay entre esas poblaciones?

Por el momento, tú ya has resuelto uno de los enigmas: los números marcarán el camino. ¿Recuerdas?

Claro que lo recuerdo. En realidad hace días que no dejo de pensar en ello.

La complicidad que había entre ellos se palpaba en el ambiente. Los ojos de Sergi brillaban de emoción a cada palabra de Raquel y ella tampoco se quedaba atrás.

Pues yo creo que la siguiente pista está muy clara –añadió Sergi–. «Y el más pequeño de los hermanos, guardará el tesoro más preciado...». El más pequeño de los hermanos se refiere a la más pequeña de las cuatro sedes...

¡La Guàrdia-Lada! –afirmó Raquel.

¡Exacto!

Un impulso irrefrenable, hizo que Sergi tomara sus manos y las besara con emoción.

Llegaremos hasta el final. Ya verás, Raquel, nada nos detendrá.

Sergi se conocía de memoria la parte final del relato.

Ya sólo nos quedan por descubrir las últimas claves.

 

«Mi espada atravesará los cuatro puntos cardinales de norte a sur y los descendientes de aquellos que están dispuestos a dar su vida por la libertad tendrán derecho a su legado».

 

–El castillo de Laguàrdia nos dará la respuesta –afirmó finalmente.

Sergi, deberás ser tú quien vaya al castillo de Laguàrdia. A mí me tienen muy controlada. A cualquier movimiento poco habitual, estoy segura de que tendría a toda la organización detrás de mí.

Yo me encargo del castillo. Cualquier avance hablamos el día antes de la carrera siguiente y, si es necesario, ya sabes que me cuesta poco comunicarme contigo.

De acuerdo. Mientras, ¿necesitas algo?

Tengo el piso de Cervera pagado hasta final de mes, pero me estoy quedando sin dinero. Alex me dio algo al principio, pero si resulta que trabaja para esta organización secreta no puedo contar con él.

Sergi, no puedes arriesgarte. A mí también me han dejado sin trabajo y ya sabes que las reservas son limitadas. Esta organización hará lo posible para que salgas del agujero y esto lo conseguirán cortándonos el grifo del dinero. Cuando salga del local paso por el cajero automático, retiro una cantidad en efectivo que no levante sospechas y te lo llevas. Cada vez que nos veamos te iré dando pequeñas cantidades para no alertar a esta pandilla de sinvergüenzas.

Con eso me arreglaré. Y ahora, atención. He preparado una trampa para desenmascarar a Alex. Le llamé para decirle que necesitaba dinero. Como siempre, le pregunté por ti y me dijo que participabas en esa carrera. Mi respuesta fue que quería verte, aunque fuera a distancia, y por ese motivo acordamos encontrarnos en Aguilar de Segarra. Si realmente nos está traicionando, es su oportunidad de oro para pillarme. Sabe que hoy irás al Ayuntamiento para saber los detalles de la prueba. Este sería el momento en que, en teoría, yo aprovecharía para verte desde una cierta distancia, tal y como acordamos. A continuación yo regresaría a la estación y, una vez allí, él me daría el dinero. Pero la verdad es que yo no voy a asistir a la cita; en realidad me quedaré en el piso de Cervera.

Entonces, ¿dónde está la trampa? –preguntó Raquel.

Ahora es cuando necesito que tú hagas acto de presencia. Verás que el Ayuntamiento está en un edificio aislado. Cuando sepas los detalles de la prueba, dirígete hacia la terraza del único bar que hay en la zona. No tiene pérdida. Trata de estar ahí alrededor de las seis de la tarde. Se presentará una persona, que en realidad es un vendedor de enciclopedias. Le localicé por Internet. Creé una cuenta falsa de hotmail y me puse en contacto con él, citándole en este lugar y a esta hora. Sabe que tiene que encontrarse con una chica pero no conoce su nombre. Ten cuidado. Por e-mail me dio la impresión de que es un sinvergüenza, bien, un ligón. Intentará venderte una enciclopedia bastante cara. Síguele el rollo durante un rato. Cuando veas que intenta tirarte los trastos, móntale un escándalo que no olvide en la vida.

Pero Sergi, ¿qué culpa tiene un honrado vendedor de enciclopedias?

No tan honrado Raquel. Leí en la prensa que la empresa que representa es una de esas que se dedican a engañar a jubilados y a gente mayor.

Recuerdo un programa de televisión que hablaba del tema.

Lo siento mucho por el pobre vendedor –lamentó Sergi irónicamente –pero si realmente Alex o alguno de los indeseables que nos persiguen están pendientes de la situación, le saltarán encima, pensando que está relacionado con mi presencia. Entonces tú sólo debes llamar a tu amigo de la policía y le cuentas que un tío que no conoces de nada se quiere ultrapasar contigo. Mataremos dos pájaros de un tiro y, si realmente han picado el anzuelo como yo espero, verás todo el despliegue de fuerzas que son capaces de movilizar esta gente. Descubriremos si Alex es un traidor y de paso haremos pasar un mal rato a un indeseable que se dedica a estafar a los abuelos. ¿Qué te parece el plan?

Sergi –dijo Raquel después de permanecer unos instantes con cara de póquer–, después de ocho años no dejas de sorprenderme.

¿Eso significa que te parece bien?

Esto significa que me parece perfecto. Pero si tú no estás ahí, ¿cómo sabrás la forma en que se han desarrollado las cosas y, por tanto, si puedes fiarte de Alex o no?

Los organizadores de la prueba han creado un Blog. Escribe un comentario, algo cómo: «en mitad de la carrera me quedé en blanco», significa que todo ha salido según hemos planeado. Si dices: «veo mi futuro negro debido a mis cervicales», significa que la organización secreta no ha intervenido y por lo tanto nuestras sospechas eran infundadas. En cualquier caso, al día siguiente yo llamaré a Alex excusándome por no haber asistido a la cita. De este modo pensará que yo no tengo nada que ver con lo ocurrido.

Por un instante, Sergi fijó la mirada en sus labios. Deseaba como nunca llenarlos de besos, pero sabía que aquellos besos ya no le pertenecían. Serían para aquel desconocido, que en un maldito descuido le había robado la vida.

Raquel reconoció aquella mirada. La había visto en infinidad de ocasiones y sabía de sobra su significado. Dudó por un instante, pero hacía días que había elegido otro camino y no quería generar falsas esperanzas que sólo añadirían más sufrimiento al que ya estaba padeciendo Sergi en aquellos momentos.

Cuídate mucho Sergi –dijo Raquel–. Si te ocurriera algo no me lo perdonaría nunca.

No te preocupes más de la cuenta. A pesar de tener detrás de mí a toda una organización criminal, estoy seguro de que juntos saldremos adelante. ¿De acuerdo, princesa?

Raquel salió en dirección al cajero automático, sacó una cantidad de dinero y regresó al local.

Toma Sergi, espero que sea suficiente.

Sergi tomó suavemente su brazo y le dijo:

Sería suficiente con tenerte a mi lado... aunque fuera solamente un instante más...

Pero eso no es posible –dijo en tono nostálgico, intentando disimular la tristeza que suponía la separación–. Ya sabes que esta tarde me espera una buena...

Raquel se fue alejando hasta salir por la puerta. En aquel momento miró hacia atrás y le regaló una amplia sonrisa, a la que Sergi correspondió con un saludo.

El Seat Ibiza seguía impasible en el mismo lugar en que lo había dejado, como no podía ser de otra forma, esperando que Raquel lo condujera hacia su nuevo destino. Dejó el bolso en el asiento trasero y se dirigió hacia la Ronda Litoral, bajando por Vía Layetana, dispuesta a afrontar el nuevo reto que la estaba esperando.

Esperaba encontrarse un pueblo como los demás, con sus calles, la iglesia, la plaza mayor, el ayuntamiento... pero aquel era distinto. La estación de tren estaba situada en un lugar casi solitario y el pueblo lo formaban casas aisladas dispersas de forma irregular. Al final de un camino, una antigua masía que había sido restaurada en 1985, según podía leerse en una placa colocada en la entrada, se había convertido en el ayuntamiento. Entró para informarse de los detalles de la prueba. Tenía lugar en las Corominas. A pesar de pertenecer al mismo municipio, estaba situado a 24km de distancia. Para llegar, debía seguir por el eje transversal hasta tomar la salida de Sant Pede Sallavinera.

El momento se iba aproximando y un cosquilleo le recorrió la garganta. Se imaginaba la cara del pobre vendedor de enciclopedias, al advertir un grupo de hombres abalanzándose sobre él, sin entender muy bien qué delito había cometido. No tardó mucho en sentarse en una mesa de la terraza y pedir una Coca-cola en un vaso largo, un cubito y su rodaja de limón de rigor.

Aquel núcleo rural, que durante los meses de invierno estaba habitado por unas pocas familias, ahora estaba inusualmente concurrido. Estaba claro que la gente que ocupaba aquella terraza estaba de veraneo.

En apariencia, nadie parecía ser un vendedor de enciclopedias. En realidad no sabía muy bien cómo imaginárselo; si con corbata y americana, repeinado y rezumando gomina, o conjuntado de una forma más deportiva.

Pasaban unos minutos de las seis de la tarde y nada de lo que había dicho Sergi parecía que iba a tener lugar en aquella terraza de bar, perdida a mitad de camino entre Manresa y Cervera.

De repente, como aparecido de la nada, salió de detrás de ella un personaje que con un movimiento perfectamente estudiado se quedó plantado delante suyo. Con una sonrisa de oreja a oreja, dirigiéndose a ella, le dijo:

Perdone si la he asustado. No era mi intención, pero usted debe de ser la que me pidió información sobre la enciclopedia, ¿me equivoco?

De momento todavía no sé si se equivoca o no –contestó Raquel para empezar a marcarle el terreno–. Pero… ¡Siéntese! –añadió con autoridad señalándole la silla.

No iba vestido de ninguna de las formas que se había imaginado y de largo pasaba de los cincuenta. Pantalones tejanos y camisa blanca con un cerco de sudor debajo de cada axila. Del hombro le colgaba la maleta del ordenador y sus zapatos de cordones, de color marrón, pedían a gritos la dosis periódica de crema reparadora que por derecho les correspondía.

Si, tal y como le había advertido Sergi, aquel fantoche tenía intenciones de ligar, no era capaz de adivinar qué argumentos esgrimiría.

Sonó el móvil. Era Cardona.

No digas mi nombre –dijo antes de que Raquel pudiera articular una sola palabra–. Esto es una trampa.

De acuerdo, pero ahora no estoy en Barcelona –dijo para disimular ante el supuesto vendedor–. ¿Podría decirme de qué se trata?

No te des la vuelta ni hagas ningún movimiento extraño; síguele el rollo tanto como puedas a este personaje que tienes delante y no te preocupes, que estoy cerca.

Muy bien, pues ya hablaremos en otro momento. Espero su llamada.

Raquel dejó el móvil encima de la mesa y, dirigiéndose al supuesto vendedor, dijo:

Bien, hábleme usted de esa enciclopedia maravillosa.

Al oír que Raquel le daba el pistoletazo de salida con sus palabras, aquel profesional de la venta ambulante desplegó todo su arsenal comercial ante una posible compradora en potencia.

Pasado un buen rato, y viendo que se le iba terminando la pólvora, Raquel, para ganar tiempo, mostró su interés con nuevas preguntas que daban aire fresco al vendedor, haciéndole volver a un estado cercano al éxtasis.

No se intuía ningún movimiento que hiciera pensar que algún miembro de la organización secreta estuviera merodeando por aquellos lares, pendiente de lo que estaba sucediendo. Ni tan siquiera había ningún rastro de Cardona, a pesar de que le había dicho que estaba muy cerca de ella.

Usted no me comprará ninguna enciclopedia, ¿verdad? –preguntó el vendedor, después de emplearse a fondo sin éxito.

¿Qué le hace pensar lo contrario? –respondió, viendo que no podía estar más tiempo representando aquella comedia.

¡Tú has venido a echar un clavo!

Raquel se dio cuenta de que había llegado el momento de seguir el plan de Sergi. Al fin y al cabo, si los de la organización hacían acto de presencia, allí estaba Cardona para hacer su trabajo.

Pero ¿quién te has creído que eres, saco de mierda? ¿Tú de qué vas? –le recriminó Raquel.

La gente de las mesas más próximas se dio la vuelta para ver qué estaba sucediendo. En aquel preciso momento apareció un camarero.

¿Ocurre algo? –preguntó. Sin dar tiempo para una respuesta y dirigiéndose al supuesto vendedor, le cogió por el brazo y le dijo– ¡Aquí no queremos follones! Haga usted el favor de acompañarme.

El vendedor opuso una ligera resistencia al principio, pero finalmente se sometió a las exigencias del camarero.

Mientras tanto, Raquel se mantuvo al margen. Esperaba ver aparecer a Cardona o a Alex, incluso a alguien armado hasta los dientes, pero no apareció nadie.

Rápidamente llamó a Cardona.

¿Dónde estás? –preguntó Raquel

Muy cerca de ti.

No debes estar tan cerca –dijo Raquel–. Aquí han ocurrido cosas; el camarero se ha llevado al vendedor, le ha cogido por el brazo y han desaparecido juntos dentro del local...

Tranquilízate Raquel, no es un camarero; es uno de mis hombres. No te muevas; puede que eso aún no haya terminado.

En unos minutos aparecía Cardona vestido de paisano. Con una mirada se cercioró que estaban separados suficientemente de las mesas más próximas para hablar sin temor a que alguien oyera su conversación.

Estaba siguiendo los hechos desde el Ayuntamiento.

¡Qué sorpresa! Podías haberme avisado de esa movida. ¿No éramos socios? –le increpó Raquel.

Ha sido todo muy rápido y no quería poner en riesgo la operación. Justo ayer, el equipo de expertos en comunicaciones de la policía interceptó un correo haciendo referencia a una cita en Aguilar de Segarra. Nos pareció muy extraño, y más sabiendo que aquella cuenta de correo se acababa de crear con un nombre falso. Todo me lleva a pensar que quien está detrás de la trama puede haber localizado a Sergi; lo que ha ocurrido hoy aquí está directamente relacionado.

¿Que han localizado a Sergi? –preguntó con inquietud.

Perdona si no puedo darte más detalles, pero eso es lo que parece. Sergi está vivo; esa es la buena noticia. La mala es que nos llevan ventaja y ahora más que nunca no podemos perder ni un minuto.

Y el de las enciclopedias, ¿qué hacía por aquí?

Es algo que tendremos que averiguar durante el interrogatorio. Alguien había concertado una cita contigo y debemos averiguar por qué.

Bien Cardona, antes de que no sea demasiado tarde, me voy a hacer el circuito.

Ten mucho cuidado. Habrás comprobado que esos no se andan con chiquitas. En la carrera de mañana están inscritos algunos de mis hombres.

¿Quieres decir que no exageras? A este paso acabaré sin tener un momento de intimidad y esto ya empieza a fastidiarme.

Me gustaría poder evitarlo, pero esta es tan sólo una situación transitoria. Desgraciadamente, tú estás metida hasta las cejas.

A medida que se iba alejando de la zona para dirigirse al circuito, dejaba atrás aquella zona boscosa para adentrarse en la meseta, donde tomaban todo el protagonismo extensos campos de cultivos, que se perdían por el horizonte.

El incendio que había tenido lugar a finales de junio teñía de negro y cenizas aquellos campos malogrados por las llamas, y pequeños bosques de pino rojo diseminados en el paisaje emergían quemados como testigos del desastre ecológico ocurrido tan sólo unas semanas antes.

Hizo el circuito andando para tener un referente de la dificultad que podía representar la prueba, pero cinco kilómetros en llano no daban para muchas sorpresas.

El olor a quemado seguía presente en el aire y durante el recorrido buscó con la mirada algún lugar desde donde alguien pudiera estar observándola, pero parecía que nadie estaba pendiente de sus movimientos.

Tenía serias dudas sobre como se habían desarrollado los hechos aquella tarde. Seguía sin saber si Alex era alguien de quien no debía fiarse, pues ignoraba si no había aparecido a causa de la intervención de la policía o simplemente porque no era su intención.

Lo que sí tenía claro era que tenía que decidir entre hablar con Cardona sobre quién era Alex o seguir manteniendo el secreto.

Nada de lo que había planificado hasta entonces había salido según lo esperado. El contacto con Sergi el día antes de cada carrera había sido un fracaso total. Lo que debía ser un encuentro secreto se había convertido en un despliegue policial en toda regla; lo único que, de momento, le permitía comunicarse con él con garantías suficientes eran los mensajes que se enviaban en clave musical.

Hacía días que no entrenaba. El problema de las cervicales la había tenido apartada de la práctica del deporte durante unos días, suficientes como para que no llegara a la carrera con la forma física esperada.

Cinco kilómetros se hacían muy rápidamente, y su objetivo en aquella ocasión no era competir, sino conocer cuál era su estado de forma.

Se dio la salida de la prueba correspondiente a su categoría. Algunos de los participantes se alejaron rápidamente mientras ella se mantenía en un grupo compacto de participantes. Entre ellos debían estar algunos de los policías que le había asegurado Cardona el día antes. Imposible reconocerles. Como era de esperar, no llevaban rotulado en la frente el nombre que les identificara como tales.

A mitad de la prueba, empezó a reducir deliberadamente el ritmo de carrera. Uno de los corredores se le acercó:

¿Te encuentras bien?

Estaba segura de que era uno de los policías.

Acabo de salir de una lesión de cervicales –contestó forzando la respiración–. Pero de esta espero salir viva.

Si necesitas ayuda sólo tienes que decírmelo..

No te preocupes que lo haré.

A pocos metros de la llegada, Raquel se detuvo simulando un gran cansancio. Pasados unos instantes, continuó hasta atravesar finalmente la línea de llegada. Reconoció al corredor que se había interesado por ella durante la prueba.

No creía que estuviera en tan baja forma –le dijo al pasar junto a él.

Al día siguiente, Sergi leería el siguiente comentario anónimo en el blog de la organización: «“Una prueba corta pero muy interesante. Lástima que a mitad del recorrido me quedé en blanco, sin duda debido a mis cervicales, lo que me lleva a pensar que tengo un futuro negro para seguir compitiendo. Firmado: una participante”».

Un mensaje indescifrable para cualquier ser humano. Solamente Sergi sería capaz de interpretar que las cosas habían tenido lugar según lo previsto, pero que no podía asegurar que Alex hubiera picado el anzuelo.

En esta época del año, las horas de luz se iban acortando unos minutos cada día y de vuelta a Barcelona se podía observar como las primeras estrellas empezaban a poblar el firmamento.

En la C-58, a su paso por Sabadell, una nube de polución que emergía por encima de la montaña de Montcada señalaba la posición exacta de la ciudad de Barcelona. Por los altavoces sonaba Big jet plane, la música suave de Julia Stone, que ponía el contrapunto a dos días de verdadero vértigo; primero, con el encuentro inesperado con Sergi en el bar de los mini croissants en Barcelona, y después con los acontecimientos que rodearon la prueba.

Todavía quedaba el encuentro con Robert aquella misma noche, y éste era siempre un hecho de consecuencias imprevisibles.

No sabía muy bien por qué, pero la invadía aquel sentimiento de culpabilidad que no podía acabar de quitarse de encima. Sergi la necesitaba más que nunca y, a pesar de que se estaba jugando la vida por él, la sensación que le corría por las venas era que le estaba dejando de lado.

Por otro lado tenía la necesidad de conocer más a Robert. Tenía que saber más cosas de él para continuar aquella relación. Quería saber como había sido su pasado, su presente y, sobre todo, como se planteaba la vida con ella en el futuro.

En una ocasión, él ya le había dicho que cuando se resolviera el lío en que estaba metida, quería compartir la vida con ella, pero ahora tenía la necesidad de saber con más detalle qué significaba por Robert compartir el futuro juntos.

Su relación actual con él era tal y como se lo habría imaginado el mismo Louis Armstrong cuando con su voz quebrada pregonaba a los cuatro vientos un mundo maravilloso. Quizás se estaba haciendo unas ilusiones que iban más allá de la realidad y un tropiezo en este terreno le costaría mucho de superar. Temía que toda aquella efervescencia que estaba viviendo aquellos momentos con él, con el paso del tiempo, pudiera convertirse en nada.

Tenía muy claro que la diferencia entre lograr un sueño o vivir una pesadilla a veces depende tan sólo de pequeños detalles.

El ruido y las prisas la devolvieron a la realidad de las grandes ciudades. Casi sin darse cuenta, se había plantado ante la puerta de su piso de Barcelona.

Después de una merecida ducha se arregló para salir. Dejó pasar los cinco minutos de rigor de la hora en que había quedado con Robert. Al pasar por delante del espejo de la entrada se dio los últimos retoques y, antes de salir, guiñó el ojo a su imagen reflejada en el espejo, como si de otra persona se tratara, convencida de su capacidad para seducir a quien se le pusiera delante.

Robert ya hacía unos minutos que la estaba esperando en el chaflán de Pau Claris esquina Consejo de Ciento cuando ella llegó.

Al verla, con una sonrisa en los labios, le dedicó una larga mirada de admiración y la abrazó con delicadeza.

¡Estás guapísima! Parecía que este momento no iba a llegar nunca.

Pues ya ves, tarde o temprano todo llega.

¿Cómo ha ido la carrera? –preguntó con interés sin dejar de abrazarla.

Muy mal. Sólo eran cinco kilómetros en llano y por poco no termino.

No es posible –respondió con sorpresa mientras daba un paso hacia atrás, mirándola a la cara para asegurarse de que no estaba bromeando.

Puedes creerme. A mitad de la prueba me he desfondado. Quizás no esté aún recuperada de las cervicales, la falta de entrenamiento...

¿Has cenado?

He comido un bocadillo después de la carrera y he tomado algo de la nevera esta tarde al llegar a casa.

Conozco un lugar muy tranquilo en la calle Montcada, cerca del museo Picasso, que estoy seguro que te ayudará a recuperarte por completo –propuso Robert con aire de misterio.

¿Estás seguro de que es ése el tipo de recuperación que necesito?

Recomendada por los mejores especialistas –contestó con seguridad Robert levantando la mano derecha–. ¡Palabra de experto!

El Audi TT bajaba por Via Laietana llamando la atención de un peatón despistado que iba siguiéndole de reojo con la mirada, a la esperaba de que su semáforo cambiara a verde.

En el interior del deportivo, empezaban a sonar los primeros acuerdos de una canción de Mishima, mientras Robert continuaba agasajando a Raquel con su repertorio inagotable de caricias.

¿Estás seguro de que llegaremos en condiciones a este lugar tan tranquilo donde quieres llevarme? –advirtió Raquel, viendo que Robert estaba más pendiente de ella que de lo que sucedía en el exterior del vehículo.

Puedes estar segura. Con tu presencia, el coche adquiere vida propia y sabe qué tiene que hacer para protegerte.

Venga, centra tu atención en conducir. Todavía nos quedan muchas cosas por hacer en esta vida –advirtió Raquel quitando importancia a las constantes muestras de afecto que le estaba regalando.

Una guía turística, ayudándose de una bandera que emergía por encima de todas las cabezas, lideraba un grupo de japoneses que, con cara de admiración, hacían el recorrido embobados ante el espectáculo arquitectónico que ofrecía la calle Montcada.

La enorme puerta de madera del número veinte se mantenía milagrosamente libre de grafitis. El vigilante de seguridad abrió la portezuela ante la presencia de los dos nuevos clientes.

Palau Dalmases. Espai Barroc, oodía leerse en una placa situada en el interior.

Se trata de un palacio construido enel siglo XVI y que fue la residencia de una de las familias más acomodadas de Barcelona en aquella época. Hay días en que puede escucharse música clásica en directo, incluso ópera.

Al fondo a la izquierda, una vez pasado el jardín del patio interior, se abría un espacio con muchos rincones que invitaban a la intimidad, donde una luz tenue iluminaba las pinturas que decoraban las paredes combinando a la perfección con el mobiliario de la época.

Un gesto casi imperceptible de Robert hizo que un camarero de aspecto sudamericano se acercara rápidamente al lugar que acababan de ocupar.

–¿Qué desean los señores?

Pera mí, un zumo de naranja natural –pidió Raquel.

A mí me va a traer un Macallan 25 años, en vaso corto y sin hielo.

¿Sabes que casi no conozco nada de ti? –dijo Raquel poniendo sobre la mesa el tema que hacía días le preocupaba–. Creo que lo mismo te debe ocurrir a ti. A parte del hermano que tengo en Perú y la desaparición de Sergi en extrañas circunstancias, poca cosa sabes de mí.

Sé que a tu lado me siento bien y creo que tú sientes lo mismo. Para mí, de momento, es suficiente.

Pues yo necesito contarte cosas mías y saber más de ti. No quiero basar nuestra relación solamente en encuentros esporádicos, un rato de diversión y después... ¡Hasta luego!

Nunca te he preguntado por tu entorno. No me ha hecho falta. Sé que estás a gusto; y no sabes la suerte que tienes –afirmó Robert.

Raquel intuyó un punto de amargura en aquellas palabras, pero se había propuesto hablar y nada evitaría que siguiera adelante.

El día de Cervera me hablaste del futuro de nuestras vidas y quiero saber cómo te imaginas ese futuro.

¿De verdad quieres saber cómo imagino nuestro futuro?

No deseo oír otra cosa.

Robert dejó el vaso sobre la mesa y, haciendo un gesto para que apoyara la cabeza sobre su hombro, dejó pasar unos instantes en silencio y le dijo a continuación:

El futuro, quiero ignorarlo. Prefiero ir descubriendo como será cada día y cada instante. Deseo levantarme cada mañana con la incertidumbre de saber si aquella noche la hemos pasado juntos o no. Guardar el recuerdo de la última vez y esperar con ilusión el momento en que volvamos a reencontrarnos. Disfrutar tanto de la espera por volverte a ver, como del momento en sí de tenerte entre mis brazos. No quiero tenerte siempre a mi lado, porque acabaríamos convirtiendo nuestra vida en una rutina, en un guión escrito a seguir, paso a paso, día a día.

¿Cuántas parejas han vivido esta situación, antes de convertir sus ilusiones en una permanente decepción? Quiero vivir nuestra relación de forma explosiva. Prefiero vivir sólo un minuto de pasión juntos que toda una eternidad de monotonía.

No quiero aferrarme a la seguridad de tenerte, porque la vida son emociones y para disfrutar plenamente hay que afrontar riesgos; yo quiero correr el riesgo de tener que sorprenderte cada vez y de manera distinta para que desees seguir a mi lado.

Aquella declaración de intenciones rompía todos sus esquemas. No era exactamente lo que habría querido oír Raquel, más partidaria de la estabilidad de vivir juntos el día a día, pero la forma de entender la vida que había experimentado con Robert tampoco le acababa de desagradar del todo.

Y ¿cuánto tiempo crees que vamos a aguantar este ritmo? ¿No crees que eso mismo también puede convertirse en una rutina? Han sucedido más cosas en las últimas semanas que en el resto de mi vida.

Démonos una tregua hasta que pase todo y mientras tanto sigamos como hasta ahora. Cuando llegue el momento, el tiempo pondrá las cosas en su lugar –propuso Robert.

Bien, pues mientras no se resuelva todo, ¡de acuerdo! –contestó Raquel dispuesta a darse aquel tiempo de tregua, a pesar de no estar del todo convencida pero sabiendo que no tenía argumentos suficientes para rebatirle.

Un día me hablaste de un hermano que vive en Perú –dijo Robert volviendo al inicio de la conversación–. Es el que tiene un restaurante en Cuzco, ¿no es cierto?

Sí, es cierto. En realidad somos cuatro hermanos. Tengo otro en Francia; ya hace unos años que se marchó, es “fisio”, encontró trabajo y se quedó allí. El otro es ingeniero y vive en el Caribe. Obtuvo la licencia de piloto privado en el aeropuerto de Sabadell por afición. Continuó estudiando y en un viaje a la República Dominicana encontró trabajo en una empresa privada de transporte aéreo. Desde entonces, vive en Punta Cana. Transporta turistas y gente rica en avioneta por toda la isla e incluso a los Estados Unidos. De toda la familia, la única que se ha quedado en casa soy yo.

¿Sabías que en la empresa donde trabajo, tenemos una avioneta en el aeropuerto de Sabadell? –intervino Robert–. La utilizamos para llevar a los clientes importantes de paseo.

¡Vaya, qué nivel!

¿Y tus padres? –se interesó Robert, viendo que Raquel estaba dispuesta a soltar todo lo que llevaba dentro.

Mis padres están jubilados. Viven en Barcelona, pero con la excusa de visitar a los hijos, se pasan la mitad del tiempo viajando. Ya ves, tengo la familia distribuida por todo el mundo.

Raquel tuvo la sensación que después de aquella presentación familiar, acababa de poner la primera piedra para que su relación dejara de ser una relación entre dos desconocidos.

¿Y tú? ¿Qué me explicas de tu vida?

Aquel no era un momento fácil para Robert, pues tenía que decirle que una parte importante de su vida estaba marcada por la tragedia.

Yo no tengo hermanos, como tú; soy hijo único. Mis padres murieron en un accidente cuando yo era pequeño –dijo con una sonrisa triste–. El destino me llevó a vivir con unos parientes cercanos y este hecho marcó el rumbo de mi vida. No sé muy bien por qué motivo, pero ellos hicieron que me sintiera culpable de la muerte de mis padres. Esto justificaba los malos tratos y vejaciones de todo tipo por parte de los dos. No quiero entrar en detalles, pero puedes imaginarte que mi niñez no fue precisamente un camino de rosas, para no hablarte de una adolescencia bastante complicada.

Robert hizo una pausa mientras parecía rememorar con tristeza aquella etapa de su vida. Apuró el whisky que le quedaba de un trago. Levantó el vaso vacío, mostrándolo al camarero. Este asintió con la cabeza y pasados unos minutos le sirvió otro.

A los dieciséis años me marché de casa –prosiguió–. Mis tutores legales no me reclamaron. Les amenacé con hacer pública aquella historia de maltratos en los periódicos de más tirada y en las televisiones públicas del país. Nunca más he sabido de ellos.

Aquel relato centraba toda la atención de Raquel. Nunca se habría imaginado que aquel hombre que tenía delante, que parecía dispuesto a comerse el mundo, hubiera tenido una juventud tan complicada.

Durante un tiempo trabajé en el mundo de la hostelería. La casualidad hizo que conociera a una persona que se convirtió en un buen amigo a quien debo de todo lo que ahora soy. Me ayudó a salir del agujero en el que estaba metido y, gracias a él, empecé a trabajar en la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona. El resto ya lo sabes.

Raquel respiró profundamente. El contacto suave de sus manos sobre la cara de Robert fue desvaneciendo lentamente la tensión del momento, dando la impresión de que los dos se acababan de quitar un gran peso de encima.

Era ya casi la una de la madrugada y el día se había hecho muy largo.

Hoy estoy muy cansada –se quejó Raquel.

¿Quieres que te lleve a casa?

Sí, por favor.

Al salir, se dirigieron hacia el aparcamiento de la plaza de la catedral. Al dejar atrás la calle Montcada, Raquel levantó la mirada. Calle de la Princesa, pudo leer. Era el nombre de la calle que acababan de cruzar y, por un instante, un pensamiento impreciso le hizo recordar que Sergi seguía presente en su vida.

El deportivo de color negro se detuvo majestuosamente ante el portal de la casa de Raquel. Robert detuvo completamente el motor, se acercó a ella y se despidió con un inacabable beso en los labios.

¿Estás tan cansada como para irte directamente a la cama? –preguntó Robert en un intento inútil de estar un rato más junto a ella.

Para eso y para mucho más. Hoy estoy rendida.

Al llegar a casa se tumbó encima de la cama. Cogió una almohada entre sus brazos y con la mirada clavada en el techo de la habitación, intentó poner un poco de orden a todo lo que le había sucedido en los últimos días.

Tenía aquella sensación que ya había experimentado en otras ocasiones; la de dar dos pasos hacia delante y un paso hacia atrás.

No había conseguido normalizar su relación con Robert de la manera en que a ella le habría gustado, pero tampoco le parecía mal darse algo más de tiempo. Por otro lado, desde aquel día tanto ella como Robert se conocían mejor el uno al otro.

En cuanto al manuscrito, había avanzado mucho con Sergi. Él se iría a La Guàrdia-Lada. Ese pueblecito de la comarca de la Segarra parecía tener la solución definitiva al enigma. Por el contrario, no había podido determinar si realmente Alex era alguien de fiar, a pesar de la trampa que le había preparado el propio Sergi.

Dio media vuelta, pensando que precisamente hoy, que había puesto en claro muchas cosas con Robert, no le tenía a su lado halagándola con sus caricias.

Al día siguiente, a media mañana, Raquel regresaba a Miravet. Aquella noche se había despertado en diversas ocasiones pensando en Alex y en la situación de incertidumbre que le generaba. El riesgo era muy grande y el intento por parte de Sergi de desenmascararle había sido del todo infructuoso. Debía actuar rápido para resolver este asunto, y si alguien podía hacer algo en aquel momento era Cardona.

Debería ser muy precavida al hablar con la policía. Tenía que evitar por todos los medios dar a conocer los dos secretos más preciados; que estaba en contacto con Sergi y que conocía el contenido del manuscrito.

Al salir de la AP-7 a la altura de Reus, marcó el número del móvil de Cardona.

–Buenos días Raquel, ¿ocurre algo?

En realidad no lo sé, pero he recordado un detalle de Joan Capdevila que quizás sea interesante para la investigación. En media hora llego a Mora de Ebro . Nos vemos en la comisaría. ¿De acuerdo?

De acuerdo.

Mientras se dirigía a Mora de Ebro se preguntaba si Sergi ya estaría de camino a aquel pueblecito de la comarca de la Segarra para poner un poco de luz a la increíble historia que estaba viviendo.

Se preguntaba por qué motivo María y Faruq acudieron al castillo de aquel pequeño pueblo y, sobre todo, como se las arreglaría Sergi para averiguarlo, si es que todavía se mantenían en pie alguno de sus muros. Confiaba en la capacidad de análisis y de deducción que le había dado la arqueología. Sergi era capaz de reescribir la historia a partir de detalles casi insignificantes a los ojos de la mayoría de los humanos.

En una ocasión le había contado que el solo hecho de imaginar cómo era la vida de las personas miles de años atrás, tener entre sus manos alguno de sus objeto personales o respirar los aromas que llevaba el viento, le transportaban a aquella época y revivía cada momento como uno persona más del pasado manteniéndolas vivas a lo largo de la historia.

Puedes pasar, Raquel. ¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme de Joan Capdevila?

En realidad no sé si es importante o no, pero recuerdo que en una ocasión que fui a visitarle al hospital, Joan me susurró un nombre; Alex... me lo dijo con un hilo de voz y con cara de pocos amigos. En aquel momento no le di importancia, pero hoy puede ser que la tenga.

¿Por qué crees que antes no era importante y ahora sí? –preguntó Cardona poniéndose en el papel de policía.

Pues, básicamente porque Joan iba sedado hasta el mismísimo tuétano y parecía estar divagando.

Y ahora, ¿por qué crees que puede ser importante? –insistió el policía.

¡Joder! Con todo el despliegue de medios que hiciste el día antes de la carrera. Me has dicho un montón de veces que tenga cuidado porque tengo una organización detrás que no me quita el ojo de encima. Por eso puede ser importante… ¡Por eso!

Tranquilízate, Raquel. Sabemos quién es Alex.

Entonces, ¿no piensas hacer nada teniendo en cuenta que a las pocas horas Joan había muerto?

Has hecho bien en decírmelo, pero cada cosa a su tiempo. Ya te he dicho en otras ocasiones que no quiero que hagas de policía. Lo único que conseguirás será echarlo todo a perder –contestó enérgicamente–. Limítate a informar y punto.

Hay una cosa más –añadió Raquel–. El día que fui al castillo oí hablar de un tal Gerard como si fuera alguien que colocó a Oscar como responsable de materiales.

Se trata de un funcionario de La Generalitat que trabaja en el departamento de subcontrataciones. Veo que, a pesar de mis recomendaciones, no puedes dejar de hacer de policía.

Me juego demasiado como para quedarme de brazos cruzados.

¿Fue Oscar quién te habló de Gerard?

Fue la chica de recepción.

Ya no trabaja allí. Este trabajo la hará una empresa de seguridad. Son las noticias que tengo –lamentó el policía.

Mientras recorría los cerca de seis kilómetros que separaban Mora de Ebro de Miravet, se sorprendía de no haberse encontrado todavía, a la vuelta de una esquina, con algún mercenario vestido con uniforme militar empuñando su kaláshnikov reglamentario. En su lugar, se había encontrado con arqueólogos, amas de casa y funcionarios y eso rompía todos los esquemas que se había formado sobre cómo tenía que ser una organización de esta magnitud. Al menos así no es como lo pintaban en las películas ni en las novelas.

Al llegar a Los Geranios aparcó su vehículo junto al transformador, como de costumbre. Parecía que los vecinos ya le habían concedido oficialmente el privilegio de utilizar aquel espacio, pues algunos de ellos ya la consideraban del pueblo.

Buenos días Núria, soy Raquel –anunció nada más entrar.

Pensaba que ya no venías, después de tantos días… –contestó desde la cocina.

Tres días tampoco es tanto de tiempo –contestó Raquel mientras dejaba sus pertinencias en la entrada.

Quizás sea porque aquí en el pueblo los días pasan más lentamente, pero dime, ¿cómo fue la carrera?

No muy bien. Estoy en una forma física que da pena –se lamentó–. Y el caso es que debo prepararme a conciencia. Me he inscrito en una serie de pruebas y quiero hacer un buen papel.

Quizás tengas que tomarte las cosas con algo más de calma. Estando en tan baja forma como dices, ¿no crees que tanto ejercicio te perjudica?

Me he inscrito en la Cavalls del vent. La prueba tiene lugar en Bagà, entre la sierra del Cadí y el Pedraforca, a finales de septiembre. Son casi ochenta y cinco kilómetros de montaña. Es un caña y ya hace tiempo que me estoy preparando. Se está acercando la fecha y no puedo relajarme.

Si lo llevas entre ceja y ceja, dudo que haya alguien en el mundo capaz de hacerte desistir.

Aquí, en el pueblo, acabaré de prepararme a conciencia. Ahora mismo me pongo la ropa de deporte y me voy a correr por estas montañas.

Mientras estaba en la habitación, pensaba si no había hablado más de la cuenta contando a Núria su plan de participar en diferentes carreras, pero puesto que tarde o temprano tenía pensado explicárselo, no le dio más importancia.

Estaré un par de horas fuera –dijo Raquel en voz alta al cruzar la puerta.

Al llegar a la primera curva, se dio cuenta de que se había olvidado la botella de agua. Dio media vuelta inmediatamente. No podía correr el riesgo de deshidratarse.

Al entrar en Los Geranios oyó a Núria hablando por teléfono. Aquella forma de hablar, más que una conversación normal le parecía más bien algún tipo de juego. Prestó atención de forma que Núria no se percatara de su presencia.

¿Camaleón? Soy mosquito. Se ha apuntado a una serie de carreras de montaña, de aquí hasta finales de septiembre...

Pero ¿a quién está contado eso? –pensó Raquel, haciendo un esfuerzo para no agarrar el teléfono y colgarlo de golpe.

Una de ochenta kilómetros, en Bagà... –prosiguió Núria sin advertir la presencia de Raquel–. No sospecha nada, estoy segura...

¡Hija de la gran puta! –pensó internamente, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no lanzarle a la cabeza lo primero que le viniera a las manos.

Espero órdenes. ¡Esta vez no fallaré! –concluyó Núria dando la conversación por finalizada.

Por un instante Raquel se habría abalanzado sobre ella para darle una de guantazos que no olvidaría en su vida, pero su instinto la frenó.

Pensó que era mejor que Núria siguiera pensando que ella no sabía nada. Se mordió la lengua hasta no poder más, en contra de lo que dictaba su corazón, pues sabía que actuando con inteligencia, de alguna u otra forma, esta situación acabaría jugando a su favor.

Núria se sobresaltó al verla entrar.

–¿Qué ocurre? –preguntó con cara de sorpresa.

Nada, he olvidado la botella de agua. Voy a buscarla y me voy.

Ufff, ¡por los pelos! –suspiró Núria.

Sergi se dirigía hacia la parada del bus que le llevaría al pueblecito de La Guàrdia-Lada. El día anterior había ido a comprar el billete de ida y vuelta a la plaza Creu de les orenetes en Cervera, donde la compañía de transportes locales Cots Alsina tenía su sede central.

La salida estaba prevista a las 7:55, según podía leerse en el horario colgado en la misma parada del bus, que en poco más de veinte minutos le llevaría a su destino.

Llevaba la barba de un mes. Lucía una coleta en el pelo y llevaba colocadas unas gafas redondas sin graduación, imitación a carey. Todo para evitar que le reconocieran.

Iba con el dinero justo y debía sacar el máximo rendimiento de cada céntimo. Su táctica era, por lo tanto, muy simple; encontrar lo que buscaba en el menor tiempo posible.

Había algunos detalles que debía cuidar para no levantar sospechas. Cómo se identificaría y qué iba a hacer a aquel pueblo perdido en medio de campos de trigo, era un ejemplo.

El bus dejó atrás la ciudad de Cervera para adentrarse en el corazón de aquella comarca eminentemente agrícola. A cada curva de la carretera, Sergi percibía aquella sensación de libertad que como ser humano le correspondía y que le liberaba momentáneamente de las rejas impuestas por la situación en que se había visto involucrado.

A medida que se iba acercando, empezaba a distinguirse el castillo en la cumbre de un cerro y, a sus pies, el pueblo que empezaba a despertar, esperando afrontar los rigores de un nuevo día de verano.

Los veinte minutos que empleó el bus para hacer el recorrido de doce kilómetros que separan las dos poblaciones se le hicieron más cortos de lo que esperaba.

Con la mochila colgada a sus espaldas, bajó en la parada de La Guàrdia-Lada. Su vena de arqueólogo hizo que su primer pensamiento fuera el de dirigirse directamente al castillo.

Subió por una calle empinada que se iniciaba al final de unas escaleras, dejando la iglesia a mano derecha. Por su profesión, sabía que el estado de conservación de aquella fortaleza no era como él habría deseado, pero le cayó el mundo encima cuando se plantó ante la entrada principal; sólo se mantenían en pie las paredes exteriores; en su interior se apreciaba cómo el paso del tiempo, combinado con la acción de la intemperie, había hecho estragos, haciendo irreconocible la historia vivida entre sus muros.

Pensaba en cómo se las arreglaría para encontrar el enigma que se escondía en medio de aquel montón de piedras malogradas por el paso del tiempo, y más teniendo en cuenta que sus recursos económicos eran escasos y que aquella tarea posiblemente le llevaría más tiempo del que inicialmente se había imaginado.

Al adentrarse, vio un gran orificio en el suelo que daba a un habitáculo situado en un nivel inferior, también medio derrumbado. No podía imaginarse que aquel montón de piedras fuera todo lo que quedaba de aquella historia, que tanto él como Raquel habían tenido el privilegio de conocer y por la cual los dos se estaban jugando la vida.

Un sentimiento de frustración invadió momentáneamente su mente, pensando que la tarea que se había impuesto tenía que salir del montón de escombros que tenía delante, pero también sabía que si aquella organización secreta que movía el destino del mundo estaba dispuesta a evitarlo, era porque realmente valía la pena.

Fotografió los restos del castillo desde todos los ángulos posibles, incluyendo los detalles más insignificantes. No le convenía estar trabajando permanentemente en aquel lugar, pues podría levantar sospechas sobre sus verdaderos propósitos. Las fotografías le permitirían trabajar desde su ordenador con más tranquilidad, pasando desapercibido de las miradas indiscretas de la gente. De este modo, podría seleccionar con más criterio sus visitas al castillo.

El bus de vuelta a Cervera tenía la hora de salida prevista a las 17:20. Esto suponía una pérdida de tiempo considerable en viajes innecesarios y no estaba dispuesto precisamente a perder ni un solo minuto. Había tardado dos años en averiguar que el manuscrito encontrado en Miravet estaba escondido en las caballerizas del castillo y ahora, sin ningún tipo de recursos, debía hacer lo mismo en una semana.

Pensó que lo mejor para ir rápido era quedarse unos días en el pueblo, siempre que no le costara más dinero de la cuenta. Preguntaría al cura; seguramente él sabría darle la mejor opción, la que más se adaptara a sus necesidades. Regresó por el camino hasta llegar a la plaza situada justo delante de la iglesia. Al fondo, una pequeña puerta de madera parecía indicar la entrada a la rectoría. Llamó y pasados unos momentos un rumor de pasos acercándose desde el interior le indicaban que estaba en lo cierto.

¡Buenos días joven! Soy el padre Manel, el cura del pueblo. ¿En qué puedo ayudarte? –preguntó solícitamente.

Aparentaba unos sesenta y cinco años. Vestía unos pantalones de color gris, camisa blanca y zapatos negros de cordones. Su aspecto era alegre y jovial, y su persona transmitía confianza.

¡Buenos días! –contestó amablemente–. Me llamo Joan y soy arqueólogo. Estoy haciendo un inventario de los castillos de la comarca y ahora toca el de su pueblo –mintió intencionadamente.

Pues tengo la impresión de que aquí irás muy rápido. Ya debes haberte dado cuenta de que lo que queda del castillo está formado por cuatro piedras a punto de desmoronarse. Tu acento es de Barcelona –afirmó seguro de sí mismo–. ¿Te alojas en Cervera?

No, precisamente de eso quería hablarle. Busco un lugar en el pueblo donde dormir y hacer alguna comida de vez en cuando, pero que no me cueste mucho dinero. La cosa no da mucho de sí.

Me imagino que trabajas para La Generalitat.

Este trabajo lo hago por mi cuenta. Quizás algún día La Generalitat se interesará por lo que estoy haciendo y saque algo de dinero.

Ésos no tienen ni un duro –se apresuró a decir el cura–. Y si algún día se interesan por tu trabajo, a saber cuándo te pagarán.

Pagarán como siempre –respondió Sergi–. En tres plazos: tarde, mal y nunca.

¡Tienes toda la razón! –dijo el padre sin poder evitar disimular la risa– Así que buscas cama y mesa, aquí en el pueblo.

Y, a ser posible, que no me salga muy caro.

Si no te importa, tenemos la casa de Colonias, que en esta época del año está vacía. Si quieres puedes utilizar una de las camas. No tienes por qué darme nada a cambio. Lo único que te pido es que lo dejes todo igual que lo has encontrado. ¿Qué me dices?

Pues no se hable más, padre. No sé cómo agradecérselo.

Cojo la llave y ahora mismo te acompaño. Puedes dejar tus cosas y te cuento dónde está todo.

El padre Manel acompañó a Sergi hasta la casa de Colonias, explicándole con detalle todo lo que debía saber para que su estancia fuera el máximo de agradable posible. Desde una de las ventanas se divisaba el castillo. En su época de máximo esplendor debería de haber sido impresionante.

¿Te gustan las patatas y las judías tiernas? –preguntó el cura al salir de la casa.

Menos los tortazos, creo que me gusta casi todo, padre.

Pues si lo deseas, estás invitado a cenar esta noche. No acudas más tarde de las nueve. ¿De acuerdo?

De acuerdo y muchas gracias. Bien, pues hasta las nueve.

Se acababa de establecer una relación de confianza que Sergi hacía tiempo no experimentaba. Le parecía extraño que alguien compartiera con un desconocido como él todo lo que tenía, mientras otros iban detrás suyo para arrebatarle lo poco que le quedaba.

Sergi regresó al castillo. La emoción le embargaba. Según el manuscrito, debían de ser los primeros días de octubre cuando María y Faruq pisaron aquellas tierras. Cerró los ojos y desde el interior de la fortaleza se imaginó, con emoción, a la joven pareja entrando por la puerta principal situada en la pared este de la edificación. Aquellos muros se empezaron a reconstruir mágicamente hasta la última almena y el suelo empedrado recuperaba su aspecto original. Las banderas ondeaban al viento y podía oír el rumor de la actividad del castillo tal y como si todo estuviera ocurriendo en aquel preciso momento. Se imaginó los olores que debían estar presentes; el olor de la forja al herrar los caballos, el aroma del trigo en el granero, el de la hierba recién segada...

Se preguntaba cuál había sido el destino de toda aquella gente que se imaginaba a su alrededor, que con el tiempo había desaparecido del recuerdo de cualquier mortal y que, injustamente, ni tan siquiera la historia la recordaba.

Se había aprendido de memoria el mensaje de Fray Ramón de Saguàrdia: «Mi espada atravesará los cuatro puntos cardinales de norte a sur y el más pequeño de los hermanos guardará el tesoro más preciado. Solamente los descendientes de aquellos que están dispuestos a dar su vida por la libertad, tendrán derecho a su legado. Los números marcarán el camino».

Los números marcarán el camino, era la pista descubierta por Raquel que le había llevado hasta aquel lugar.

El más pequeño de los hermanos se refería al castillo, justo donde se encontraba.

Todavía quedaban dos claves por descubrir.

La primera: «“Mi espada atravesará los cuatro puntos cardinales de norte a sur”». Sin duda se refería a la ubicación exacta de aquello que estaba buscando.

Y la segunda: «“Sólo los descendientes de aquellos que están dispuestos a dar su vida por la libertad tendrán derecho a su legado”». De momento seguía siendo una incógnita.

Se preguntaba qué quería decir Fray Ramón diciendo que su espada atravesaría los cuatro puntos cardinales de norte a sur.

Se puso en la piel de Faruq. Si había escondido el manuscrito en las caballerizas del castillo de Miravet, justo en la puerta de una de las salidas secretas, era posible que hiciera lo propio en aquel lugar para esconder aquello que le había encomendado fray Ramón de Saguàrdia.

Nada a su alrededor parecía, de momento, relacionar una espada con los cuatro puntos cardinales, pero sólo era una cuestión de tiempo el averiguarlo. Un tiempo del que, por otro lado, no disponía.

Ya llevaba mucho rato en aquel lugar y decidió regresar a la habitación de la casa de Colonias para continuar trabajando con las fotografías. Al día siguiente, dedicaría una parte del tiempo a investigar en el nivel inferior del castillo. Había visto que se podía acceder allí desde la parte oeste por un caminito. Era un lugar bastante oscuro y todavía no había hecho ninguna fotografía. Se pasó el resto de la tarde poniendo en orden sus ideas y pensando cómo organizaría su tiempo.

No podía quejarse del balance del primer día. Tenía un lugar donde dormir asegurado y había conocido al padre Manel, una persona que le generaba confianza. Por otro lado, se había hecho una idea general de la composición del castillo que, de alguna forma, le daba pie a plantear sus primeras hipótesis.

Eran ya casi las nueve de la noche y no era cuestión de quedar mal con el padre Manel el primer día. Se dirigió a la rectoría. Desde la plazoleta dirigió su mirada hacia el castillo, como si quisiera dedicarle su despedida particular, antes que los últimos rayos de sol desaparecieran por el horizonte.

La puerta estaba entreabierta.

¿Puedo entrar?

¡Adelante! –contestó el cura desde el interior–. Puedes poner la mesa. En el primer cajón encontrarás los cubiertos y el mantel. Yo termino de hacer la cena.

Sergi saludó al cura, que seguía en la cocina, y a continuación hizo lo que le acababa de mandar.

Pues ya tenemos todo listo –dijo el padre Manel mientras le hacía una señal con la mano para que se sentara.

A continuación cruzó las manos, dijo unas palabras en voz baja, hizo la señal de la cruz y como despertando de un sueño dijo:

Podemos empezar. Qué, ¿cómo te ha ido el primer día? –preguntó mientras empezaba a servir los platos.

Pues sólo tengo palabras de agradecimiento, y del trabajo no me puedo quejar. Ya he empezado a conocer el terreno.

Oye, Joan –dijo el padre mientras cortaba las patatas con el tenedor–, tú no estás haciendo un inventario de los castillos de Catalunya, ¿verdad?

¿Por qué me lo pregunta? –se sorprendió Sergi.

En primer lugar, trátame de tú. Me llamo Manel, ¿de acuerdo?

De acuerdo, Manel...

Te lo pregunto porque cuando uno se dedica a hacer un inventario, toma medidas, hace dibujos, escribe informes, busca la orientación, hace algunas fotos…pero no se queda inmóvil en medio de unas ruinas durante media hora, como has hecho tu esta mañana.

He sacado bastantes fotos... –se justificó Sergi

¿Cien, doscientas…? ¿Seguro que necesitas tantas para el inventario de un castillo que se está cayendo a pedazos?

Sergi se dio cuenta de que no podía defender lo indefendible y que tarde o temprano acabaría claudicando ante aquel cura que parecía más listo de lo que en un principio se había imaginado.

En realidad, por el trabajo que estoy haciendo, sí que necesito las fotos. Pero tiene usted razón, le he mentido. Usted se ha portado muy bien conmigo y me sabe mal, pero no puedo contarle la verdad. ¡Créame! Lo único que puedo decirle es que lo que hago es por una causa noble. Si usted quiere, mañana cojo mis cosas y me voy.

No es necesario que se vaya nadie –dijo el padre Manel–. Si me dices que se trata de una causa noble, con tu explicación es suficiente. No necesito saber nada más.

No sabe cuánto se lo agradezco.

Ni siquiera debes llamarte Joan, ¿me equivoco?

No... sí... bien, en realidad me llamo Sergi.

Bien pues, ahora que ya nos conocemos y que sabemos lo que debemos saber te diré que puedes contar conmigo para lo que necesites. ¿De acuerdo, Sergi?

De acuerdo.

Se produjo un silencio momentáneo que a Sergi le resultó muy incómodo.

Lo que sí es cierto es que soy arqueólogo –intervino para poner fin a aquella situación.

Eso, lo habría jurado sobre la mismísima Biblia –afirmó el cura–. Alguien como tú, que es capaz de quedarse inmóvil en mitad de un castillo en ruinas durante el rato que tú lo has hecho, sólo puede tratarse de un arqueólogo que siente pasión por su profesión.

Es cierto –respondió Sergi–. Amo lo que hago y quizás por este motivo me encuentro en una situación difícil. Gracias por la cena, pero me gustaría trabajar todavía un rato antes de acostarme.

Gracias a ti por la compañía. Si lo deseas, mañana puedes volver a cenar, pero con una condición; que laves los platos.

¡Cuente con ello!

Sergi se despidió y a continuación se levantó de la mesa para dirigirse a la casa de Colonias.

Confiaba plenamente en el padre Manel, pero su vida, y sobre todo la de Raquel, estaban en juego. Quería estar del todo seguro de que aquel cura que aparentemente irradiaba honradez por los cuatro costados no tenía ninguna conexión con la organización secreta.

Al llegar a su habitación, puso la almohada dentro de su cama simulando una forma humana y esparció por el suelo una fina capa de harina, imperceptible a la vista en la oscuridad. Si alguien entraba en la habitación durante la noche, dejaría marcadas sus huellas, y si el padre Manel no era de fiar, la organización lo sabría y aquella misma noche acudirían a ajustarle las cuentas.

Salió de la habitación y fue a pasar la noche en la buhardilla de la casa de Colonias. Parecía ser el lugar más seguro.

Quizás pasaría la primera noche en blanco pendiente del más mínimo ruido, pero se aseguraría la tranquilidad para el resto de los días.

Se tumbó sobre el suelo de madera, pendiente de cualquier señal que denotara peligro, pero sólo el canto insistente de los grillos evidenciaba la única presencia de vida en el exterior. Mantuvo los ojos abiertos hasta que el cansancio y el sueño le fueron ganando la partida.

De madrugada, las primeras luces del día le despertaron. Le dolían todos los huesos. Parecía quedar a años luz aquella época en que se tumbaba directamente en el suelo de su tienda canadiense, cuando iba de camping por la montaña.

Rápidamente, se dirigió hacia su habitación. Abrió la puerta y de un vistazo pudo comprobar que todo estaba como lo había dejado.

Definitivamente, podía confiar en el padre Manel.

Con la tranquilidad que suponía el saber que estaba en lugar seguro, sacó un paquete de galletas y un tetrabrik con zumo de naranja de la mochila dispuesto a desayunar.

Aquel día, la exploración del habitáculo situado en la parte inferior del castillo no le aportó nada más que frustración. Le haría falta Dios y ayuda si lo que estaba buscando se encontraba escondido en aquella zona. Con el paso del tiempo, toneladas de tierra habían ido cubriendo aquel espacio y le parecía casi imposible conseguir algún avance sin la ayuda de un equipo de arqueólogos dedicando doce horas al día por lo menos durante tres meses. Totalmente impensable, tal y como estaban las cosas.

Regresó a su habitación. Pensaba que la cita de fray Ramón de Saguàrdia, refiriéndose a su espada atravesando los cuatro puntos cardinales de norte a sur, parecía un contrasentido. Faltaban el este y el oeste, precisamente los lugares donde estaban situadas las dos puertas de acceso a la fortaleza, y no acababa de encontrar ningún indicio en las fotografías que había tomado el día anterior que le indicara el camino a seguir.

Podía tratarse, también, de una forma inventada de expresión. Los cuatro puntos cardinales podrían estar evocando los cuatro brazos de la cruz de los templarios, los cuatro evangelistas, los cuatro elementos de la naturaleza, las cuatro estaciones, los cuatro jinetes del Apocalipsis... en fin, podían evocar cualquier cosa que contuviera el número cuatro...

Pensaba en Raquel. No solamente porque deseaba tenerla a su lado, sino también por su intuición y su capacidad para resolver las cosas de la forma más sencilla. Estaba seguro de que juntos ya habrían encontrado la solución al enigma.

Necesitaba tomarse un descanso y pensó que lo mejor era ir a charlar un rato con el padre Manel.

Llamó a la puerta...

¿Puedo entrar? –preguntó desde el exterior.

¡Adelante! Como si estuvieras en tu casa. ¿Necesitas algo?

Me he tomado un receso, y como no quiero llamar demasiado la atención paseando por el pueblo, he venido a verle.

Todo el pueblo sabe que estás aquí –afirmó el cura–. Nada pasa desapercibido en un pueblecito como este. Pero por el hecho de que estás conmigo, la gente deja de hacer preguntas. Es lo que necesitas, ¿verdad?

Realmente sí, padre –respondió Sergi–. Cuanta menos expectación despierte mi presencia, mucho mejor para todos.

Escucha, Sergi –dijo el cura bajando el tono de voz–. ¿Te has fijado que el reloj de la iglesia no toca las horas?

Pues no. No me había dado cuenta.

Hay una palanca para bloquear el mecanismo. Yo tengo fácil acceso a ella. Si algún día oyes tocar las horas en el reloj de la iglesia, será la señal para alertarte de que hay un peligro inminente.

No sé cómo agradecérselo.

Tienes una forma muy fácil de hacerlo; consigue aquello que te has propuesto. Me dijiste que se trataba de una causa noble, ¿verdad?

Puede estar seguro. Y ¿cómo sabrá que hay un peligro inminente? Ya le dije que no puedo explicarle quién me persigue.

Dicen que en esta tierra, la mirada alcanza hasta el infinito y el viento trae sonidos lejanos. Así sabemos reconocer los problemas antes de que lleguen.

Sergi no dejaba de sorprenderse. Todo lo que le había necesitado durante aquel mes y medio que duraba su calvario se lo estaba dando una persona a la que ni siquiera conocía.

Tengo unos libros antiguos que hacen alguna referencia a la historia del castillo –prosiguió el padre–. Quizás sean de tu utilidad. Están en la librería –dijo señalando el mueble que tenía justo al lado–. Ya estaban aquí cuando yo llegué, hace cuarenta años.

Está muy bien restaurada, esta librería –observó Sergi.

La restauré yo mismo, igual que el resto del mobiliario. Es una afición que tengo desde hace tiempo y la he convertido en mi entretenimiento.

Si no le importa, después me llevaré los libros a la habitación de la casa de Colonias. Deben aparecer fechas y acontecimientos históricos... –preguntó Sergi.

Sólo los más notorios. Los he comparado con otros libros de historia y coinciden, por tanto, tienen rigor histórico. También hacen referencia a algunas leyendas de aquella época...

Las leyendas forman una parte importante de la historia de los pueblos –afirmó Sergi, haciendo gala de su condición de arqueólogo–. En aquella época, casi toda la gente del pueblo estaba involucrada en las tareas relacionadas con el castillo. Lo mismo que ocurre actualmente con una multinacional ubicada cerca de un pueblo; familias enteras dependen de ella.

Durante las noches de verano, la gente acostumbraba a reunirse a su alrededor. Aparte de tomar el fresco, hablaban de las cosas del pueblo. Había quién se dedicaba a explicar cuentos e historias, la mayoría de moros y cristianos. Muchas de las leyendas estaban basadas en hechos reales y, con el paso del tiempo, adornadas por la imaginación de quien las contaba.

Esa costumbre aún se mantiene en los pueblos –intervino el padre Manel–. La gente mayor sale a la calle y sigue haciendo lo mismo que hacían sus antepasados mil años atrás. Ahora los jóvenes, en cambio, habéis elegido otros lugares para reuniros y, además, utilizáis las redes sociales. Si lo piensas, verás que en esencia todo sigue siendo lo mismo.

Manel –dijo Sergi en tono trascendental, cambiando el rumbo de la conversación–. Si algún día me ocurriera algo malo, me gustaría que se lo dijera a mi chica, o quizás debería decir a mi ex pareja, pero en cualquier caso, nadie más debería saberlo. Ninguna comunicación por Internet, ni por teléfono, ni redes sociales, ni una sola palabra a nadie, ¡nada! Desgraciadamente, quién me persigue manipularía la noticia a su conveniencia y ella podría salir perjudicada.

Por lo que veo, estás metido en un buen lío...

No se lo puede llegar a imaginar. Simulé que alguien me había envenenado con cianuro para que estos que me andan buscando creyeran que había muerto. Me va la vida en ello.

¿Cómo se llama ella?

Tanto por su seguridad como la de ella es mejor que no lo sepa.

Entonces, ¿cómo nos comunicamos? y ¿cómo voy a reconocerla?

Por eso no debe de preocuparse. Ella contactará con usted y la reconocerá con facilidad. Su mirada es limpia y clara como una mañana de primavera y la nobleza de su corazón es diáfana y cristalina como los ríos de las montañas. Confíe en ella y trátela como si lo hiciera conmigo mismo.

Sergi, a pesar de tratarse de tu ex, me da la impresión que sigues queriéndola de verdad.

Todavía no sé si la he perdido del todo o no.

¡Oye Sergi! O es tu chica o no es tu chica. Lo que no es posible son las dos cosas a la vez. ¿En qué quedamos?

Pues mire Manel, es muy sencillo. Nuestra vida en común fue maravillosa al principio, pero fue transcurriendo el tiempo y, sin darme cuenta, me fui instalando en la monotonía del día a día. Para acabarlo de arreglar, tuve una aventura con una compañera de trabajo y cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo ya era demasiado tarde. Por mi culpa, la serví en bandeja a otro más listo que yo. ¿Qué le parece? He perdido una batalla, pero incluso puedo haber perdido también la guerra.

¿Qué me parece? –respondió el cura– ¿Tú quieres de verdad a esa mujer?

¡Cómo nada en la vida!

Pues en primer lugar, piensa que una guerra no está perdida, ni siquiera cuando la guerra ha terminado. Serías el imbécil más grande que he conocido nunca si dejaras escapar a la chica que quieres.

He pensado hablar con ella cuando acabe todo este lío. Intentaré demostrarle con hechos que nunca he dejado de quererla...

Mira Sergi –respondió el cura, después de escuchar atentamente su planteamiento–. Si vas por ese camino, ésta sí que es una guerra perdida. Difícilmente resolverás nada hablando con una mujer, mostrándole cifras y hechos. Nosotros pensamos, pero ellas sienten y se guían por el instinto. Hace falta más que una conversación y unos números... hacen falta sensaciones y que ella sienta que realmente tú eres su vida. Esto amigo mío, no se arregla con las matemáticas.

A pesar de ser cura parece que entiende mucho, de mujeres –insinuó Sergi.

Hace muchos años que las mujeres vienen a contarme historias como la tuya, y si pensabas que eres el primero a quien le ocurre algo parecido estás muy equivocado. Cuando me hice cura yo sólo quería salvar almas, pero con el tiempo me he dado cuenta de que lo primero es ayudar a las personas. Toma, Sergi. Es de la puerta de la entrada. Puedes entrar y salir cuando quieras, como si estuvieras en tu casa –dijo el cura mientras le alargaba la llave.

Gracias, Manel, por la confianza. Me voy a la casa de Colonias a leer estos libros.

Una vez en su habitación Sergi se puso cómodo, dispuesto a revisar los libros que le había dejado el padre Manel. Le interesaba todo lo que relacionara la Orden del Templo, con las fechas en que María y Faruq habían ido al castillo allá por el año 1308 y, en especial, alguna referencia de ellos que evidenciaran su existencia.

Hablaban de por qué Felipe IV de Francia había convencido el papa Clemente V para iniciar un proceso contra los templarios. Habían adquirido muchas deudas con la orden y la envidia por el poder económico y religioso que ostentaban fue el motivo principal. Les acusó falsamente de herejía, de sodomía, de sacrilegio a la cruz, de tener contacto homosexual entre ellos y de adoración de ídolos paganos, entre otras acusaciones.

Casi sin darse cuenta, ya eran casi las nueve de la noche; si de algo se podía acusar al padre Manel era de la manía por la puntualidad.

La puerta estaba entreabierta; a pesar de haberle dado una llave, llamó a la puerta.

Hola, soy Sergi. ¿Puedo pasar?

¡Adelante!

La mesa ya estaba puesta y parecía que todo estaba a punto para empezar a cenar.

Entonces –preguntó con interés el cura después de bendecir la mesa–, ¿has podido leer algo?

Sí. He encontrado algunas citas interesantes en relación a la Orden del Templo y con las acusaciones que, según la historia, les condujeron a su desaparición.

Siempre vamos a parar a lo mismo. La envidia, el dinero y finalmente el poder, que acaba imponiendo la razón de su fuerza. Dicen que se cazan más moscas con una cucharada de miel que con un bidón de vinagre. Con las personas ocurre lo mismo; se consigue mucho más tratando a las personas con dignidad que de malas maneras. Tú como arqueólogo –añadió– debes de conocer bien la historia.

En realidad no hace mucho tiempo que me dedico a la arqueología. Más bien ha sido un trabajo temporal –contestó Sergi–. Mi ocupación principal durante los últimos años ha sido en la Universidat de Bellaterra, dando clases de Historia del Arte. De aquí viene mi interés por la historia. Así es como conocí a la mujer de mi vida. Acudió a la universidad para hacer un curso de formación. El primer día, cuando entró en clase, cruzamos nuestras miradas y enseguida la reconocí; era ella, la chica que siempre había imaginado en sueños. Nunca podré olvidar aquella primera sonrisa.

¿Cómo es que dejaste las clases de Historia del Arte para dedicarte a remover piedras? –bromeó el padre Manel.

Fue precisamente Alex, un ex compañero de la universidad que me consiguió el trabajo y me animó a dedicar un tiempo a la arqueología. Mientras, pedí una excedencia. Espero que todavía me mantengan la plaza y así poder regresar pronto…si soy capaz de acabar con éxito lo que me he propuesto y de recuperar a la mujer que amo.

Si es realmente lo que deseas, no tengas ninguna duda de que lo conseguirás –afirmó el cura–. La vida a menudo te cierra algunas puertas, pero también te abre otras.

Si no salen las cosas como yo espero, regresaré a Ripoll, el lugar donde nací –se lamentó Sergi con resignación–. Mis padres y la mayoría de mi familia siguen viviendo en la comarca del Ripollès.

Pero ¿estás seguro que es este tu caso? Te estás jugando la vida por una buena causa y tu espíritu de lucha es innegable. De ésta saldrás adelante Sergi. ¡Yo te ayudaré!

Ya habían terminado de cenar y Sergi se sentía a gusto hablando con el padre Manel. Le daba confianza y le ayudaba a combatir sus miedos. En los momentos de desaliento, sabía encontrar la palabra adecuada que más falta le hacía y, por encima de todo, tenía una persona que le escuchaba. Podía hablarle de su profesión, de historia, de su vida sentimental, de sus temores, de sus planes de futuro, y siempre estaba dispuesto a escucharle con interés.

Bueno, Manel, gracias de nuevo por la cena. Si me lo permite voy a leer un rato antes de acostarme.

Buenas noches y que descanses.

Una vez en la casa de Colonias, Sergi fue anotando por orden cronológico en una libreta los hechos históricos más relevantes que aparecían en los libros que el padre Manel le había dejado.

Siglo XI: Primera mención documentada de Bernat de la Guàrdia.

Año 1075: Hug Dalmau de Cervera y su esposa Adalen encomendaron el castillo de La Guàrdia-Lada a Guifré Bonfill y a su mujer Sicarda.

Año 1179: Ramón de la Guàrdia, que tenía algunos derechos sobre la fortaleza, lo legó a su hija Berenguera.

Año 1261: La Orden de los Hospitalarios adquiere el castillo por herencia o por compra, estableciendo la Comandància de la Guàrdia.