Muy claro.

Pues ¡a trabajar!

 

8 de Agosto del año 1.308 D.C.

Las conclusiones a que ha llegado el consejo formado por los hermanos de mayor experiencia son las siguientes:

1. A excepción de los monjes, los habitantes del castillo que deseen entregarse a las tropas del rey, podrán hacerlo si existe la garantía de que ,una vez entregados, serán bien tratados y mantendrán sus pertenencias y propiedades.

2. El lugarteniente fray Ramón de Saguàrdia redactará una carta dirigida al Papa Clemente V explicándole la versión de los hechos en primera persona, a fin de que ante las evidencias, modifique su actitud hacia los monjes y de esta forma se ponga de parte de la Orden del Templo.

Al mismo tiempo, en la carta, se le pedirá que conmine al rey a deponer su actitud y deje a los monjes vivir en paz, puesto que la máxima autoridad reconocida por la comunidad es el Papa.

3. Racionar todavía más los alimentos y rogar a Dios para que conceda el bien de la lluvia, para disponer de agua para beber.

4. Trasladar los documentos más importantes de la orden, el dinero y el resto de riquezas, desde la Torre del Tesoro a un lugar de más difícil acceso y más seguro.

 

12 de agosto del año 1.308 D.C.

Fray Ramón de Saguàrdia hizo saber a los habitantes del castillo que, para evitar más sufrimiento, aquellos que quisieran abandonarlo, podrían hacerlo. Antes, se negociarían las condiciones de forma que los que se entregaran a las tropas del rey mantuviesen sus pertenencias y posesiones. Un pequeño grupo de trabajadores estuvo de acuerdo. Entre ellos había quienes se encargaban del cultivo de la tierra, otros cuidaban del ganado y otros prestaban servicios a la comunidad.

Fray Ramón ordenó parlamentar con el representante de las fuerzas del rey. Después de cuatro días de negociación aceptó las condiciones a cambio de algunas concesiones.

A partir de ahora nos repartiremos los trabajos, pues habrán menos personas en el castillo y el trabajo será el mismo, pero por otro lado, al ser menos habitantes, también necesitaremos menos provisiones.

 

13 de agosto del año 1.308 D.C.

Hoy, el último de los hombres que accedieron a entregarse a las tropas del rey ha dejado el castillo. Parece que todo ha ido según las condiciones pactadas. En cualquier caso, María sabrá decirme si se han cumplido las condiciones establecidas por ambas partes. Estoy seguro de que los soldados les han interrogado nada más cruzar la puerta para conocer con exactitud nuestra situación.

He pedido al comendador de la casa fray Berenguer de Santjust, encargarme personalmente de las caballerizas y me lo ha concedido. Quien hacía este trabajo hasta entonces era uno de los hombres que se avino a entregarse a los soldados de Jaime II y el lugar había quedado libre.

Fray Berenguer ha reunido a los habitantes que permanecen en el castillo para anunciar que la actual situación de escasez de agua y de alimentos obliga a aumentar su racionamiento. También ha anunciado que cada día se harán plegarias a Dios, pidiéndole que nos conceda el bien de la lluvia, necesaria tanto por los habitantes del castillo como para nuestros cultivos.

Cuando comuniqué a fray Ramón de Saguàrdia mi voluntad de defender el castillo, me recordó que mi obligación es, en este momento, la de seguir relatando de forma fidedigna todo lo que aquí está ocurriendo y ponerme al servicio de la orden, con las armas si es necesario, pues ya ha llegado el momento de comportarme como un verdadero caballero templario.

 

Aquella mañana, Raquel fue a correr por el camino de la barca. Se detuvo al llegar al camino del Galacho. Desde aquel punto, podía contemplarse una de las mejores vistas del pueblo, pero lo que realmente había despertado su curiosidad no eran precisamente las vistas, sino las salidas secretas del castillo que había descrito Faruq en el manuscrito unos siglos atrás. Una salida era por el molino, por debajo del agua. Imposible de ver. La otra, justo por debajo la plaza de la Sanaqueta. Tuvo que bajar hasta el embarcadero que estaba situado unos metros por debajo de donde ella estaba ubicada, pues desde el camino no era visible. Escudriñó con la mirada, desde la Plaza de la Sanaqueta hasta el río, cada una de las rocas que formaban parte de aquel acantilado sembrado de pitas. Podían verse diferentes rendijas y algunas formas que en épocas anteriores podían haber sido cuevas, pero no fue capaz de ver ningún lugar que se asemejara a una entrada y salida del castillo. O bien estaba muy camuflada o el tiempo había borrado cualquier vestigio de su existencia.

Entonces, recordó el día en que salió a practicar deporte recorriendo el itinerario de las Trincheras de la Covalta. Había observado grandes grietas en la roca cuando se aproximaba al castillo y alguna de ellas podría corresponderse perfectamente con la salida secreta de poniente.

A las nueve de la mañana, la esperaba el subinspector Cardona en el cuartel de los Mossos d’Escuadra en Mora de Ebro . Un poco antes, y después de una ducha refrescante, salió al patio de Los Geranios, donde le esperaba el desayuno. Núria estaba con ella. Su sexto sentido advirtió a Raquel que aquella mañana, algo ocurría a Núria que no le gustaba.

¿Ocurre algo? –preguntó.

No ocurre nada. A veces, me desvelo por la noche y no hay forma de conciliar el sueño. Luego, por la mañana, estoy hecha polvo.

Tómatelo con calma; esta tarde, después de comer, ve a echar la siesta debajo del olivo del patio trasero y te pasarán todos los males –dijo Raquel, ignorando por completo que el motivo no era otro que la llamada del día anterior.

Intentaré seguir tu consejo –respondió, intentando disimular cualquier expresión que denotara desconfianza–. Recuerdo que me dijiste que te habías apuntado a una carrera...

Una carrera en bici en el pueblo de Guissona. Fui a reconocer el circuito, ¿recuerdas?

Sí, claro. Vas a necesitar un masaje de preparación, al menos unos tres días antes de la prueba. Recuerda que soy “fisio”. Bien, casi lo soy –rectificó–. Ya sabes la historia.

Por mí, perfecto. ¿Quedamos para mañana? Hoy debo acudir a mi cita con la policía. Todavía colea el numerito que montaron el día del registro.

Entró en la comisaría y, después de esperar unos momentos, un policía la acompañó hasta el despacho del Subinspector Cardona.

Bien Raquel, ¿por dónde quiere empezar? –dijo poniendo la mano derecha sobre la carpeta– ¿Por el caso de Sergi Muntades o por el caso de Joan Capdevila?

Empecemos por donde usted quiera –respondió Raquel–. Lo hará de todos modos. Respecto a Sergi cada vez tengo más claro que cayó accidentalmente al río.

No la veo muy afectada –advirtió el policía–. ¿Declararía lo mismo, ante un juez?

Lo declararía ante quien tuviera dos dedos de frente, sea o no sea juez. ¡Por el amor de Dios! ¿Cuánto tiempo hace que no sabe nada, de Sergi?

Si, como usted dice, se hubiera caído al río, habría aparecido en algún lugar.

Mire Cardona, yo no entiendo ni de ríos ni de apariciones; sólo sé que hace mucho tiempo que Sergi no da señales de vida.

Bien, en todo caso, nos faltaría encontrar el cuerpo, pero a usted la veo muy convencida. ¿Quizás desearía cambiar algo de su declaración?

No tengo por qué cambiar nada de mi declaración –contestó Raquel, enojada–. Sólo pretendo que utilice usted la cabeza y sobre todo, la lógica.

En el caso de Sergi Muntades hay pruebas suficientes como para inculparla. Sólo nos hace falta un móvil y encontrar el cuerpo. Pero en cualquier caso –puntualizó el policía–, hoy hablaremos del caso Joan Capdevila.

Pues sepa, Cardona, que en el caso de Sergi no hay móvil ni va a tenerlo, simplemente porque no existe. Nuestra vida era muy tranquila. Nos llevábamos bien...

Quizás no se llevaban tan bien como dice, cuando a las primeras de cambio usted le da el salto con el primero que aparece. Y ahora, ¿quiere que hablemos ya de Joan Capdevila?

Cardona tenía la habilidad de dejar que su oponente se confiara ganando terreno y en el momento preciso sabía cómo dar la estocada final.

Usted no tiene ni idea de lo que está diciendo –contestó Raquel sin poder disimular su rabia.

Bueno, es evidente que pasaron juntos los momentos previos al envenenamiento. Hay fotografías, testigos...

Me estaba mostrando el castillo –interrumpió Raquel–. No había estado nunca allí. ¿Cómo debía hacerlo? ¿Por teléfono?

¿Quiere que me crea que, en dos años, la mujer del jefe de arqueología, no había visitado el castillo… ni una sola vez?

Usted también trabaja aquí y tampoco veo a su mujer por ninguna parte.

Hay una pequeña diferencia. Se han encontrado restos de cianuro en el paquete de galletas que llevaba usted en la mochila. La chica de recepción vio como usted ofrecía una a Joan Capdevila. ¿Tiene alguna explicación para eso?

Aquella afirmación la cogió por sorpresa y no acababa de entender como podía haber ido a parar el cianuro en el paquete de galletas.

No tengo ni idea –reaccionó rápidamente–. Sólo sé que Joan Capdevila no paraba de beber agua de una botella. Quizás era el agua la que estaba envenenada y por ese motivo Joan llevaba veneno en las manos. Fue él quien cogió el paquete de galletas con sus manos. Dice usted que lo vio la chica de recepción. Pues vaya y pregúnteselo.

Bien, es suficiente por hoy. Puede irse.

Una última cosa –dijo Raquel–. ¿Ha sido la policía quien ha hablado con la Dirección de mi escuela?

Debe entender que en investigaciones como esta, hay cosas que son inevitables. –aseguró el policía.

No me refería a eso. Le estoy diciendo que alguien con muy malas intenciones ha ido a la escuela a contarles que la policía me relaciona con la desaparición de Sergi y, como resultado, me he quedado sin trabajo. Eso es lo que quiero decir. No he hecho nada de lo que tenga que esconderme y usted sigue con los papeles mojados.

 

16 de Agosto del año 1.308 D.C.

Esta mañana nos hemos visto con María. Me ha explicado que han interrogado a todos los habitantes del castillo que se entregaron a las tropas del rey Jaime. A buen seguro, a estas horas el rey ya debe saber que en el interior del castillo nos encontramos casi sin comida ni bebida y que el estado anímico de muchos de los monjes está por los suelos.

Saben que en esta situación no podremos resistir mucho tiempo, y para conquistar el castillo y obligar a los monjes a una rendición incondicional, sólo es cuestión de esperar.

Este exceso de confianza en la victoria puede resultar ser su perdición. El rey ni se imagina que nuestros recursos, aunque son limitados, nos ayudarán a poner en marcha un plan que nos llevará hacia el camino de la libertad.

Fray Ramón de Saguàrdia ya tiene a punto la carta que tiene que entregar al Papa Clemente V. En ella le explica que todas las acusaciones lanzadas en contra de la orden son infundadas, pero que están dispuestos a entregarse a la iglesia a cambio de un juicio justo. También le pide que interceda ante el rey para que cese el asedio a que estamos sometidos por parte de sus tropas.

Los monjes rezan cada día a Dios para que les conceda la lluvia. Las elevadas temperaturas de los meses de verano y la carencia de reservas de agua que sufre el castillo, pronto empezarán a hacer mella entre las personas, los pocos animales que todavía quedan y las escasas cosechas que apenas se mantienen.

Hoy le he dicho a fray Ramón que confíe en que el agua del castillo no se agotará, pues la cisterna de las caballerizas siempre mantendrá el nivel de agua indispensable para cubrir nuestras necesidades.

Por la noche, cuando todo el mundo duerme, desciendo hasta el molino que está junto al río por la salida secreta de las caballerizas y, con tinajas de agua, lleno la pequeña cisterna que se utilizaba para abrevar a los animales. De esta forma siempre hay agua suficiente para las cerca de treinta personas, entre frailes y seglares, que todavía permanecen en el castillo.

Los frailes, al ver que el agua no termina de agotarse por más que consuman su ración diaria, creen que Dios ha escuchado sus plegarias y que el agua aparece por designio suyo.

Si supieran que el agua viene del río y que la salida secreta para acceder fue construida por los musulmanes, aquellos a quién ellos expulsaron del castillo, ahora tendrían que dar las gracias a un Dios que no es el suyo.

María, desde fuera del castillo, nos suministra alimentos. Mi madre la ayuda desde la salida secreta. Entre ellas se entienden bien y eso me hace feliz. Ahora es el momento de la recogida de la fruta y los campos están a rebosar. Sólo con la que cae de los árboles y la que pican los gorriones, hay fruta suficiente para abastecernos. En los campos la hay en abundancia y nadie la echa de menos.

Los frailes creen que son los propios gorriones que, guiados por Dios, traen la fruta con su pico hasta el interior del castillo.

Todavía queda ganado en el castillo. Vamos sacrificándolo poco a poco, para espaciar al máximo el consumo de carne.

Eso, de momento, nos permite mantener alta la moral de los hombres y nos da el tiempo necesario para poner en marcha nuestro plan.

 

Raquel en más de una ocasión había hojeado los libros que Sergi tenía en la biblioteca de su casa, que hablaban del castillo de Miravet y de sus vínculos con la Orden del Templo, y había comprobado que hasta entonces, las fechas, los nombres y los hechos descritos en aquel relato coincidían perfectamente con los hechos históricos que habían ocurrido en aquella época.

No obstante, la historia conocida actualmente no hacía ninguna mención sobre posibles salidas secretas del castillo, tal y como se describía con todo tipo de detalles en el manuscrito. Tampoco nombraba ningún personaje histórico con el nombre de Faruq, ni mucho menos había constancia de un supuesto plan que condujera a los habitantes del castillo hacia el camino de su libertad. Quizás tenía razón el propio Faruq al decir que la historia la escriben los ganadores a su conveniencia, pero también es posible que sólo queden los hechos fundamentales y que el tiempo se haya encargado de ir borrando los detalles.

Mientras hacía estas reflexiones, recordaba que al tener aquel relato en sus manos por primera vez, su curiosidad la llevó a dar un vistazo general a todo el documento y no recordaba haber visto en ninguna parte una carta magna que dejara constancia de la fundación de una nueva orden. Al fin y al cabo, ese era el motivo principal de todo lo que estaba ocurriendo.

Ahora comprendía lo que Sergi le había dicho el día que se encontraron en Cervera, afirmando que antes de entregar el manuscrito debían interpretar el mensaje que llevaba, que ni él mismo había sido capaz de interpretar. Ese era el motivo por el que le pedía su ayuda.

Dentro de cuatro días, el 2 de agosto, el día antes de la carrera, debía encontrarse con Sergi en Cervera y, de momento, estaba igual que al principio. Sólo tenía en sus manos una bonita historia y esto, hoy por hoy, le servía de muy poca cosa.

Llamaron a la puerta de la habitación.

¿Eres tú, Núria?

¿Estás atareada? –contestó Núria con otra pregunta– Recuerda el masaje que te prometí. Debe hacerse al menos de tres a cuatro días antes de la carrera y ya empezamos a ir mal de tiempo.

Ahora te abro –dijo Raquel mientras sacaba el pen de su ordenador portátil para evitar cualquier riesgo de comprometer el trabajo que estaba haciendo; al mismo tiempo, abrió un documento de Word con las programaciones del curso siguiente.

Raquel fue a abrir la puerta que tenía cerrada con llave.

La preparación de las clases da un trabajo que no te puedes llegar a imaginar. Si no me encierro con llave, no soy capaz de concentrarme en el trabajo y más ahora en verano, que tengo la cabeza más en la playa que en otro sitio –afirmó, mirando de reojo la plantilla que se podía ver en la pantalla del ordenador.

Ahora tengo un rato para hacerte el masaje de descarga, si tú quieres... –propuso Núria– si no tienes nada más que hacer.

Está bien. Así cierro el portátil y descanso un rato.

Ve quitándote la ropa y quédate en ropa interior. En cinco minutos vuelvo a estar aquí con la camilla plegable –dijo Núria mientras salía de la habitación.

No habían pasado aún los cinco minutos que Núria ya estaba de regreso.

¿Estás preparada? –preguntó con determinación mientras desplegaba la camilla en medio de la habitación, dejando el espacio necesario a su alrededor para moverse con comodidad.

–Cuando quieras.

Núria se puso crema en las manos y la extendió sobre el muslo derecho para descargar el cuádriceps y continuó haciendo su trabajo mientras iba explicando cada uno de los pasos siguientes.

Puedes darte la vuelta. Continuaremos por los gemelos y profundizaremos en el solio. Después seguiremos por la zona de los isquiotibiales.

Parecía que Núria estaba haciendo el trabajo que le gustaba verdaderamente, pero había interrumpido los estudios apresuradamente cuando le faltaban tan sólo unos meses para terminar, debido a aquella historia familiar que le había explicado unos días antes.

Lo haces muy bien. ¿No has pensado nunca en terminar la carrera para poder dedicarte a la fisioterapia de forma profesional? –sugirió Raquel.

Deberíamos descargar la espalda –propuso Núria.

¿Seguro que es necesario?

Es una carrera en bici, ¿no es cierto?

Sí. En bici de montaña.

Entonces, es necesario –concluyó Núria sin dar opción a réplica–. Date la vuelta.

Raquel se recogió el pelo e hizo lo que le dijo Núria. La sorprendió aquella confianza inhabitual en sí misma que estaba demostrando en aquel momento y que atribuyó a que, posiblemente, Núria estaba haciendo el trabajo que de verdad le gustaba: «la fisioterapia».

Puso las palmas de sus manos con suavidad sobre aquel cuerpo casi perfecto. Lentamente hizo deslizar los dedos, extendiéndolos de abajo arriba con cuidado de aplicar la presión justa, resiguiendo la columna para que Raquel disfrutara de la acción relajante del masaje. Cerró los ojos y una bocanada de deseo le recorrió el cuerpo. Habría deseado llenarla de caricias y dejó volar su imaginación por caminos que sabía eran prohibidos. Por un instante, olvidó que la misión que tenía encargada era diametralmente opuesta a aquello que estaba deseando en aquel momento, pero el temor a las represalias la hizo reaccionar de inmediato.

La zona de las cervicales está muy tensa. ¿Has tenido alguna lesión, algún accidente, un latigazo cervical…? –preguntó, preparándose el terreno para la trastada que estaba a punto de hacerle, ni siquiera justificable por el miedo con que vivía de forma permanente. No era para menos, pues aquella voz al teléfono la había amenazado con enviarle a un loco que le arrancaría sin miramientos la poca autoestima que aún le quedaba.

No. Realmente nunca me han molestado las cervicales.

Es extraño –insistió Núria, intentando dar credibilidad a lo que le estaba diciendo–. ¿No has tenido nunca vértigo, hormigueo en las manos, dolor de cabeza...?

Alguna vez he tenido dolor de cabeza, pero no pensaba que viniera de las cervicales –contestó Raquel con cierta preocupación–. ¿Qué intentas decirme?

Pues que posiblemente tengas una pequeña lesión en las cervicales que te puede molestar en el futuro.

¡No me digas!

Mira Raquel, yo podría hacerte un tratamiento. Quizás estarás algunos días con cierto malestar pero estoy segura de que puedo solucionarlo. ¿Qué dices?

Raquel no lo tenía muy claro, pero Núria se había ofrecido a resolverle un problema que ni siquiera ella sabía que tenía.

Y ¿cómo piensas solucionarlo?

Con una pequeña maniobra. No te preocupes. No es nada complicado.

Pues manos a la obra –contestó sin pensarlo dos veces.

Núria respiró tranquila. Sabía que lo que iba a hacer era indigno de cualquier ser humano y seguramente imperdonable, pero el pánico a revivir situaciones del pasado todavía eran más terribles y no se sentía con fuerzas para afrontarlas.

Puso la mano derecha sobre el occipital y la izquierda abrazando la parte baja del cuello. Suavemente presionó sobre la columna provocando un estiramiento brusco entre las vértebras C3 y C4 hasta notar un pequeño crujido.

Aaaah! –protestó Raquel.

¡Ya está! –dijo Núria–. Quizás te notarás un poco decaída las próximas veinticuatro horas, pero no creo que debas hacerle nada más a tus cervicales en mucho tiempo.

Gracias Núria. No sé qué haría sin ti –respondió, convencida de que acababa de salvarle la vida.

Núria respiró profundamente, pero sabía que estaba pagando un peaje excesivo en el que cada día se encontraba más atrapada y del que tarde o temprano no podría salir.

Al día siguiente por la mañana Raquel tenía un dolor de cabeza espantoso. Parecía que su cerebro estaba a punto de estallar, como si una apisonadora le acabara de pasar por encima.

Puso los pies en el suelo y al intentar incorporarse de la cama, la habitación empezó a darle vueltas. No era partidaria de los medicamentos, pero en aquella ocasión no encontró una solución mejor que la de tomarse un ibuprofeno.

Dentro de tres días debía acudir a la cita de Sergi en Cervera y en su estado le parecía una misión casi imposible. Pensó que quizás no había sido una buena idea hacerse aquel masaje. Habría sido mejor haberlo dejado para después de la carrera, pero ahora ya era demasiado tarde para lamentaciones.

A pesar de saber que Núria estaba a pocos metros de ella, no se vio capaz de ir andando y prefirió llamarla al móvil.

Núria, ¡estoy fatal!

Puede ocurrir después de una sesión como la de ayer. Al día siguiente te encuentras peor –respondió, intentando dar una cierta normalidad a la situación–. ¿Necesitas que haga algo?

Quiero ir al Hospital de Mora de Ebro , necesito que me den algo que me permita hacer una vida más o menos normal. ¿Tú podrías acompañarme?

Hoy llegan clientes nuevos y no puedo dejar solo Los Geranios. Hoy te quedas en cama y mañana estarás como nueva –se excusó Núria intentando disuadirla de su idea. Tenía que evitar a cualquier precio la posibilidad de que la misión que le habían encomendado se fuera a pique. Tenía claro que un fracaso en este sentido lo pagaría muy caro.

Raquel tenía la determinación de ir al hospital y, si era necesario, estaba dispuesta a ir sola. Cuando la medicación empezara a hacer su efecto, cogería el coche y se iría al hospital. Los seis kilómetros que la separaban del pueblo no tenían por qué representar un obstáculo insalvable para que un especialista diera un vistazo a sus malogradas cervicales.

Antes, tomó su libreta e hizo unas anotaciones. La forma que tenía de comunicarse con Joan le había dado resultado y tenía una cita pendiente con él. En aquellos momentos, era la única persona en el mundo que podía aclararle lo que estaba ocurriendo.

Recordaba que los lunes y jueves le trasladaban a Reus para hacerle la hemodiálisis. El día siguiente era jueves y si se encontraba en condiciones, iría como acompañante en la ambulancia. Durante la hora que duraba el trayecto tendrían tiempo de sobra para hablar de todo lo que hiciera falta.

Bajó por las escaleras ayudándose de la barandilla. La cabeza le daba vueltas, pero cuando Raquel se proponía una cosa era difícil que diera marcha atrás.

Se fue apoyando en la pared hasta que llegó a la sala principal donde estaba Núria.

Hola Núria. Me voy al hospital –dijo segura de sí misma.

No puedes ir sola –advirtió Núria–. No estás en condiciones y es muy peligroso. Mañana, yo te acompaño –sugirió en un intento de evitar lo inevitable.

No es necesario. Me voy ahora.

¿No puedes esperar a mañana? Mañana podemos ir juntas –dijo en un último intento.

¡He dicho que voy ahora! Y no te preocupes por mí.

Por favor, no les digas que yo te he hecho el masaje, no tengo licencia para hacerlo y me podría caer una gorda.

No te preocupes, les contaré cualquier otra historia. ¿No me dijiste que padezco una lesión antigua? Pues ya lo verán. No hay motivos para inventar nada.

Núria acompañó a Raquel hasta el transformador donde tenía aparcado el coche.

–Ten cuidado –dijo Núria, más preocupada por las consecuencias personales que podía suponerle aquella visita al hospital que por cualquier otra cosa.

Raquel se sentó en una silla en la sala de espera. Cogió un ejemplar de La Vanguardia que había sobre una mesita junto a otras revistas, esperando que llegara su turno.

Mireia Belmonte obtenía medalla de plata en los 200 metros mariposa en los Juegos Olímpicos de Londres. Shakira y Piqué esperaban un hijo. El Presidente Mas señalaba Catalunya como pieza capital para salir de la crisis y el presidente sirio, Bashar al Asad, hablaba sobre el destino de su pueblo en medio de una guerra civil.

¿Raquel Laguàrdia? –se anunció por los altavoces.

Raquel se levantó y pasó a la consulta médica. El reumatólogo llenó una ficha mientras le hacía una serie de preguntas rutinarias. A continuación hizo una rápida exploración de la zona y ordenó a la enfermera que le inyectase un AINES intramuscular. Le puso un collarín y le dijo:

Deberá llevarlo durante una semana. Tiene la zona de las cervicales muy inflamada. ¿Ha tenido algún accidente? ¿Un latigazo cervical?

Creo que tengo una lesión antigua –contestó Raquel.

Bueno, pues. Se toma un Myolastan de 50 mg cada doce horas –le dijo mientras rellenaba la receta–. Le doy hora de visita para dentro de una semana y veremos cómo van esas cervicales. Y mientras tanto, reposo.

Esta noche la he pasado fatal. ¿Hay algo que pueda ayudarme a dormir?

¿Está tomando algún otro medicamento?

No –contestó Raquel.

Entonces le recetaré un Trankimazin. Sólo se lo va a tomar si es estrictamente necesario. Es un medicamento muy fuerte y no puede abusar de él. Se coloca media pastilla debajo de la lengua, espera a que se disuelva y dormirá como los angelitos.

Estoy inscrita en una carrera en bici dentro de tres días. ¿Cree que estaré recuperada?

Ni pensarlo. Ya puede ir quitándoselo de la cabeza.

Con la resignación de no poder correr la carrera, Raquel subió por el ascensor hasta la primera planta. Habitación 102, recordó. Entrando a mano izquierda ocupaba la cama el mismo paciente de la última vez; a continuación Joan permanecía inmóvil con la mirada perdida.

Buenos días! –dijo Raquel al entrar.

Buenos días nos dé Dios. Ya veo que los de la capital todavía conservan las buenas costumbres –contestó el compañero de habitación.

¿Cómo sigue Joan?

Igual –respondió–. ¡De mal!

Joan dirigió la mirada hacia la entrada y respiró con satisfacción.

Raquel se sentó a su lado como la otra vez y sacó aquella libreta que ya conocía.

En la primera hoja podía leerse:

Cierra los ojos. Una vez: sí. Dos veces: no. Tres veces: no sé.

Pasó página.

–Te siguen llevando a Tortosa los lunes y jueves?

Sí.

El jueves iré contigo de acompañante en la ambulancia.

Sé que todo lo que dijeron de ti no es cierto.

Joan sonrió, mientras Raquel pasaba página.

–Me acercaré a ti y quiero que me digas al oído quién es el responsable de lo que está ocurriendo.

Raquel se acercó. Nunca Joan había estado tan cerca de ella. Sintió el calor de su respiración al oído y el suave roce de su pelo en la cara. El aroma de su piel le hizo olvidar por un instante el lugar donde estaba y le transportó a un paraíso donde sólo la imaginación tenía cabida.

Alex... –le susurró al oído– Se llama Alex...

¡Joder! –exclamó en su interior– El amigo de Sergi.

En la última hoja podía leerse: «nos vemos el jueves y recuerda ¡daremos por el saco a esos mamones!»

Raquel se levantó y le acarició la cara dulcemente con las manos en señal de despedida.

–Espero que te mejores, Joan –dijo tomándole la mano.

Salía por la puerta cuando Raquel se despidió de su compañero de habitación. Mientras, se le amontonaban las preguntas que iba a hacerle el jueves de camino hacia Tortosa. Qué sabía de este tal Alex, cómo habían contactado con él, qué tenía que hacer con Sergi, qué información debía pasarles, qué querían de ella, quién era su ex mujer...

Cuando pasó por recepción, hizo saber a la chica que atendía al público que el jueves iría a Tortosa con Joan como familiar acompañante. La chica lo anotó en una libreta y se despidieron.

De regreso a Miravet, pensaba que debía alertar a Sergi. Si aquel tal Alex, era el mismo que ella creía, Sergi estaba en peligro. Más de lo élpodía llegar a imaginar.

Una sombra rondaba por el pasillo del hospital de Mora de Ebro a la espera de que llevaran al compañero de habitación de Joan a hacerle una radiografía. Minutos después, un enfermero empujaba una silla de ruedas llevándole a la sala de radiología. La sombra entró en la habitación. En aquellos momentos, tan sólo estaba Joan.

¿Cómo estamos? –preguntó haciendo uso del tópico–. Ya veo que no demasiado bien.

Joan reconoció la voz al instante. Su cara reflejó un gesto de pánico.

Joan... Joan... ¿Qué le estabas contando a tu ángel salvador con tanta libretita y tanto mensajito? ¿Crees que nos chupamos el dedo? Se suponía que tú eras de los nuestros. Tú, que siempre habías sido uno mierda y te nombramos responsable de arqueología. Todavía veo los titulares en la prensa nacional «“El señor Juan Capdevila al frente de las excavaciones arqueológicas, del Castillo templario de Miravet”». Te ofrecimos la gloria a cambio de muy poca cosa. Sólo debías explicarnos los pasos que daba Raquel y recoger pruebas para inculparla en la desaparición de Sergi. No era tan difícil, ¿no crees? Pero resulta que te cuelgas de ella. Tenías que verte en el castillo, detrás suyo como un perrito faldero; Raquel aquí... Raquel allá... ¿Quizás llegaste a pensar que sería para ti? ¡Cómo pudiste ser tan iluso! En vez de hacer el trabajo que te habíamos encomendado, ¿qué querías contarle a Raquel? ¿Qué hay detrás de nuestra organización? Pero ¿qué pretendías? No puedes morder la mano de quien te da de comer. ¿Verdad que lo entiendes? A pesar de todo, fuimos muy generosos contigo y te concedimos el privilegio de vivir, con algunas limitaciones, es cierto, pero vivir al fin y al cabo. ¿Qué tengo que hacer contigo Joan? ¿Qué le susurrabas hoy al oído?

Tú en el fondo, eres una buena persona y en este mundo hay que ser un cabrón para triunfar y sobre todo para sobrevivir. Debes ponerte siempre del lado de los ganadores y esta vez la has cagado Joan. Nos costó mucho hacerle creer a tu mujer…ex mujer –puntualizó– que eras un violador de niños. ¿Sabías que nos costó mucho dinero falsificar las pruebas para inculparte? No nos diste otra opción, no querías colaborar, ¿recuerdas? La honestidad no es buena en los tiempos en que vivimos. ¿Verdad que lo entiendes, Joan? ¿Qué se siente, pensando que tu mujer no sabrá nunca la verdad y que la figura de Joan Capdevila como violador de niños la perseguirá para siempre? Te he traído esta botella de suero –dijo sacando una botella del bolsillo, idéntica a la que tenía colgada en el carro, disponiéndose a sustituir la una por la otra–. Contienen exactamente lo mismo, pero le he añadido un componente, que dará una información muy interesante a la policía. Ha llegado la hora de irse a dormir, Joan. Esta vez de forma definitiva. Mira la parte positiva. ¿Sabes la cantidad de dinero que ahorrarás a la Seguridad Social? ¿Los viajes a Tortosa que podrás evitarte? ¿El trabajo que evitarás a las pobres enfermeras, que cada día te quitan la mierda de encima? Cuando encuentren en tu sangre los restos de lo que he puesto en la botella, ¿sabes a quien inculparán? Sí Joan, a tu ángel protector. ¿Has visto qué fácil es echar la culpa a los demás? Eso es exactamente lo que tú debías hacer y no hubo manera de metértelo en la mollera.

Bien, Joan Capdevila, recuerda que somos polvo y en polvo nos convertimos. Unos antes que otros, es ley de vida…y ahora creo que ya tienes la dosis suficiente en la sangre como para que la autopsia dé los resultados esperados.

Volvió a cambiar la botella de suero por el original y continuó diciendo:

–Ya sólo queda despedirnos antes de que llegue tu compañero de habitación, o ¿quizás debería decir tu ex compañero? Así, ¿deseas decir unas últimas palabras?

Joan se quedó pensativo durante unos instantes; no tenía la mente clara, posiblemente por lo que aquel personaje sin escrúpulos había puesto en la botella. Le miró a los ojos y con un hilo de voz le dijo:

Querría saber qué les contarás a tus hijos el día de mañana. ¿Que lo has hecho por ellos? ¿Que estabas cumpliendo un deber divino? Tú, ¡sí que eres un mierda! Ten por seguro que no te saldrás con la tuya. No le llegas ni a la suela del zapato, a Raquel –sentenció finalmente, evitando con todas sus fuerzas que aquel monstruo viera ni una sola de sus lágrimas.

Esperaba un discurso más clásico –lamentó–. Suplicando perdón, por ejemplo, o diciendo que soy un hijo de puta, o que maldices mi descendencia hasta la decimotercera generación. ¡Ah! Dale recuerdos a Raquel cuando se reúna contigo...en el otro barrio, quiero decir. Ya no le queda mucho. Una vez recuperemos aquello que nos pertenece ya no la necesitaremos, y eso está caer. Se cree muy lista, pero ni se imagina hasta qué punto estamos detrás de sus pasos.

Cogió una almohada y presionó con fuerza contra su boca no permitiéndole respirar. Joan intentó reaccionar, pero su resistencia duró muy poco.

Levantó su brazo y al soltarlo cayó a plomo. La pesadilla de Joan había terminado.

Entró en Los Geranios con una idea muy clara. Tenía que advertir de alguna forma a Sergi; podía estar corriendo un grave peligro y, en su estado, no se veía capaz de acudir a la cita que tenía con él el jueves dos de agosto, a las diez de la noche, en la plaza de la Conreria de Cervera.

Hola Raquel, ¿cómo te ha ido? –preguntó Núria nada más verla entrar.

Bien y mal. Bien, porque dentro de una semana ya estaré recuperada y mal porque no podré participar en la prueba.

Núria respiró profundamente, aligerada por las palabras de Raquel. Había conseguido el objetivo que tenía encomendado.

¿Has nombrado mi nombre en el hospital? –se apresuró a preguntar.

No te preocupes, para eso están las amigas, ¿no es cierto? –respondió quitándole importancia.

Claro. Veo que te han puesto un collarín. ¿Te molesta?

Todavía no he tenido tiempo para saberlo, me lo acaban de colocar. Me voy a mi habitación; tengo ganas de descansar –dijo con ganas de hacer lo que llevaba de cabeza.

Subió las escaleras, esta vez en mejores condiciones que lo hizo por la mañana; sin duda los medicamentos empezaban a hacer su efecto.

Se encerró en la habitación pensando en la forma de comunicarse con Sergi. No había más que una forma de hacerlo; que alguien la acompañara, y éste solamente podía ser Robert. En aquel preciso momento se le abrió el cielo, pero ¿cómo se presentaba a la cita de Sergi acompañada por Robert? Sabía que tarde o temprano los dos iban a coincidir, pero pensaba que todavía no había llegado el momento. En primer lugar, por la propia seguridad de Sergi; nadie debía conocer su paradero. En segundo lugar, porque todo era demasiado reciente y quería dejar pasar el tiempo suficiente para que Sergi asimilara la nueva situación.

No sabía muy bien cómo saldría de aquel embrollo. Cómo podía acudir a la cita sin poner a Robert de por medio, pero tenía la oportunidad de ir a Cervera y no podía perdérsela.

Hola Raquel, eso sí que es todo un privilegio. Tenía la necesidad de volver a oír tu voz, después de tantos días.

Tampoco son tantos. Dos, en concreto –precisó Raquel.

Toda una eternidad, y más sabiendo que estabas preocupada porque te habías quedado sin trabajo.

Me molesta mucho, ya sabes, pero de momento este tema lo tengo aparcado hasta septiembre, cuando empiece el curso. Ahora tengo otras cosas en qué pensar. He tenido un pequeño accidente; cosa de las cervicales. Llevo un collarín.

¿Es grave? ¿Cómo ha sido? –se interesó Robert.

No es muy grave. Dentro de una semana posiblemente podré hacer vida normal y si quieres que te diga, en realidad no sé cómo ha ocurrido. Quizás me he pasado de rosca en el entrenamiento preparando la carrera, quizás no hice bien los estiramientos, no sabría decirte –dijo Raquel para no involucrar a Núria en el asunto–. El caso es que me he quedado sin carrera, y la verdad es que me hacía mucha ilusión.

Pues yo quería darte una sorpresa. Había pensado en ir juntos y reservar una noche en el Parador Nacional de Cervera.

Eso, Robert, me haría mucha ilusión. Podemos ir a pesar de que yo no participe en la carrera.

¿Te sientes capaz? Supongo que los médicos deben haberte recomendado descanso.

Sí, es cierto, pero hacer descanso no significa pasarme veinticuatro horas en la cama. Puedo hacer una vida más o menos normal.

Pues, ¡no se hable más!

Oye Robert –interrumpió Raquel haciendo una pausa cargada de misterio–. ¿Tú correrías la carrera por mí?

Claro que correría la carrera por ti –contestó con sorpresa– pero no veo la forma de hacerlo.

Si hablo con la organización, les cuento que me he lesionado y les digo que un amigo mío quiere correr con mi dorsal, ¿crees que pueden negarse? La inscripción está pagada.

Visto de esta forma, quizás no –admitió Robert– pero oye, no me he entrenado y no conozco el circuito. Si corro por ti, quiero hacer un papel que esté a la altura.

Nos vamos el día antes, y tú practicas en el circuito. Si tienes que participar en mi nombre, no admito otra cosa que no sea podio –bromeó Raquel–. ¿Podrás combinarlo con el trabajo?

Sí. Ya te dije que tengo un trabajo muy liberal. ¿Me dejarás tu bici?

La tengo aquí, en Miravet. Cuenta con ella.

Entonces te recojo el jueves en Miravet –concluyó Robert.

Te estaré esperando.

Robert siempre aparecía en el preciso momento en que más le necesitaba. Aunque en esa ocasión la cosa era muy distinta. El viaje a Cervera iba marcado por el asunto que tenía con Sergi y estaba segura de que este hecho enviaría a pique el glamur de las ocasiones anteriores.

Tenía que conseguir que Robert fuera a practicar en el circuito el jueves, mientras ella se vería con Sergi. Jugaba en un terreno pantanoso en el que no se sentía nada a gusto, pero no veía otra forma de hacerlo.

La noticia de la muerte de Joan se había extendido por el pueblo como un reguero de pólvora. En los tres bares del pueblo no se hablaba de otra cosa.

Una vecina fue a Los Geranios a dar la noticia.

Uno de los arqueólogos ha muerto –le dijo–. Aquel que se llevaron en ambulancia al hospital de Mora de Ebro , el que tomó por equivocación el veneno matarratas.

Núria no pudo reprimir un sentimiento de dolor. Sabía que lo ocurrido con Joan no era un simple accidente. Ni cuando le trasladaron en ambulancia desde el castillo, ni tampoco ahora en el Hospital General de Mora de Ebro .

Aquella organización secreta que marcaba cada movimiento de su vida era, a buen seguro, la que había acabado con su vida. Le tenían agarrado por los huevos. No sabía muy bien cómo, pero sí estaba segura de saber el porqué.

Sabía que si ella fallaba en los objetivos que tenía marcados, sería la siguiente. Tenía claro que aquella organización no se iba de rositas y que cualquier error se pagaba muy caro, incluso con la propia vida.

Hizo todo lo posible por tragarse las lágrimas, pero en su interior lloraba desconsoladamente de rabia. Sólo ella sabía por qué.

Raquel se enteró de la noticia al final de la tarde. Se lo dijo Núria. Transcurrieron unos instantes de poder reaccionar.

¿Que Joan ha muerto? ¿Estás segura? Pero si yo le he visto esta mañana y no estaba tan mal –contestó con incredulidad–. No me lo creo. ¡No es posible!

En realidad, su huida hacia delante confirmaba sus temores desde hacía tiempo. Tenía detrás de sí a alguien que no solamente lo controlaba todo, sino que actuaba con total impunidad, cuando y como le daba la gana, y además conseguía que la policía la convirtiera en la principal sospechosa.

En un abrir y cerrar de ojos se desvanecía la oportunidad de que Joan le aclarara quién movía los hilos de aquella organización y la ayudara a salir de dudas de otras muchas cuestiones que también eran fundamentales.

Aquella noche se le estaba haciendo muy larga. No quería ceder ante la intimidación a que estaba sometida de forma indirecta desde hacía un tiempo, ni tampoco estaba dispuesta a que el miedo se apoderara de ella. La habían atacado por los sitios donde más le dolía. El trabajo y de rebote la parte económica. La estaban poniendo en bandeja en manos de la policía y la vida de Sergi colgaba de un hilo.

A la mañana siguiente llamó al Hospital de Mora. Le comunicaron que aquella misma mañana el médico forense practicaría la autopsia al cadáver para determinar las causas de la muerte. La informaron también que no habría ceremonia fúnebre y que una vez finalizada la autopsia incinerarían el cadáver por expreso deseo de la familia, y desde allí le llevarían directamente al cementerio.

Por la tarde se dirigió directamente a la comisaría de policía.

–Buenas tardes Raquel. ¿A qué debo su visita?

Después de lo que ha ocurrido he pensado que antes de que usted me llame, es mejor que yo me presente, así vamos directamente al grano. ¿No le parece?

Realmente quería hablar con usted de algunas cosas relacionadas con el caso que nos ocupa. Tengo también los resultados de la autopsia de Joan Capdevila y tengo que hacerle unas preguntas rutinarias –dijo Cardona mientras hacía como que consultaba con interés la documentación que llevaba en las manos–. Usted fue a visitar a Joan Capdevila ayer por la mañana en el hospital y a las dos horas ya estaba muerto. ¿Tiene alguna explicación para eso?

¿Qué insinúa? ¿Que ha sido un homicidio?

Es la principal hipótesis.

Quizás tendría que hacerle la misma pregunta a las dos o trescientas personas que también visitaron el hospital aquella misma mañana. Yo no tengo ninguna explicación –respondió segura de sí misma.

Tiene razón. Pero resulta que de las dos o trescientas personas que visitaron el hospital, usted es la única que entró en su habitación. ¿Por qué motivo?

Tengo un problema de cervicales y acudí al reumatólogo. Ya que estaba allí, aproveché para visitar a Joan.

Lo sé. He visto el informe médico; lo más curioso es que el médico que la atendió asegura que su problema de cervicales fue provocado –concluyó haciendo una pequeña pausa–. ¿Se lo provocó usted misma o ha sido otra persona?

Pues sí. Tengo muchas cosas que decir –contestó Raquel–. Yo no entiendo, de informes médicos. Lo que sé es que estoy mal de las cervicales y punto. Hay más cosas –añadió–. Esta mañana he hablado con una persona del hospital y me ha dicho que por expreso deseo de la familia, el cadáver será incinerado. Personalmente, dudo que la familia haya dicho tal cosa.

¿Cómo sabe usted cual era el deseo de la familia?

Digamos que es pura intuición. Usted es policía. Investíguelo y estoy segura de que encontrará algún hilo del que tirar. También me han dicho que no habrá ceremonia fúnebre. ¿Cree que ni tan siquiera tiene derecho a una pequeña despedida?

Joan Capdevila no tenía muchos amigos. Su pasado no le ayudó mucho y su familia le dio la espalda.

Estoy segura de que su pasado era tan digno como el de cualquier persona. Y si no tenía familia, ¿cómo es que iba a visitarle su ex mujer?

Y ¿cómo ha deducido usted todo eso?

Usted es el policía, ¿recuerda? Debería saberlo. Yo sólo soy una simple sospechosa que va por el mundo matando a quien se cruza en mí camino.

Todavía no ha contestado a la pregunta que le he hecho, sobre si estaba encubriendo a alguien –insistió el policía.

No sé de qué me habla. Usted ve fantasmas por todas partes.

Hay algo más... –dijo el policía añadiendo un punto de suspense– la autopsia revela que hay una substancia en la sangre que no debería estar presente. Se han encontrado restos de perfume.

¿Perfume? –preguntó extrañada– ¿Restos de perfume? –repitió con incredulidad– ¿A dónde quiere ir a parar?

En realidad se trata de restos de un perfume muy diluido en una cantidad considerable de alcohol. Se trata de un perfume muy especial; J'Adore de Dior, el mismo que llevaba usted en la mochila que le confiscamos el día del registro.

Oiga Cardona, ¿no cree usted que se está pasando de la raya? ¿Qué significa que han encontrado perfume de mi marca en la sangre de Joan? Joan tenía un compañero de habitación. Pregúntele si yo me dediqué a enchufarle perfume a chorro por la nariz y las orejas. Por el amor de Dios, ¿por quién me toma? Y yo que sé, como ha ido a parar este perfume en su sangre. Quizás la enfermera lo llevaba en las manos... así, el informe de la autopsia dice que la causa de la muerte es ¿Perfume en la sangre? ¿Es eso lo qué me está diciendo?

No exactamente –contestó Cardona mostrando una cierta condescendencia–. La causa real de la muerte fue por asfixia, pero la presencia de alcohol en la sangre en la cantidad en que se encontró puede tener una causa-efecto en combinación con los medicamentos.

Mire Cardona. Ya le he dicho en más de una ocasión que usted va con los papeles mojados –dijo Raquel empezando a perder las formas.

Tómeselo con calma –respondió en tono tranquilizador–Debo decirle que llevo varías investigaciones paralelas en relación a este caso. Si en algún momento ha pensado que me he comportado de una manera, digamos, grosera, le pido disculpas, pero sepa que mi trabajo es identificar y detener a los culpables, y a veces, los métodos de investigación obligan a ciertas cosas que no son agradables para nadie. ¿Comprende?

–No. Realmente no lo entiendo, pero da igual, aunque me lo explique, seguiré sin entenderlo.

Bien pues, vamos dejarlo por hoy. Tómese las cosas con más tranquilidad –dijo el policía mientras la acompañaba a la salida.

Raquel se dio cuenta de que la actitud de la policía hacia ella había cambiado. No había sido tan duro como en anteriores ocasiones y tenía la impresión de que había sido más condescendiente.

Raquel regresó a Los Geranios consciente de que el día siguiente sería clave. A pesar de haber trazado su plan para ver a Sergi, no podía dejar nada al azar. Quizás la vida de Sergi dependía del éxito de aquel viaje.

Si, por cualquier motivo no podían verse, debía encontrar la forma de dejarle un mensaje en clave, que sólo él fuera capaz de interpretar. Hasta entonces, el sistema de comunicación de Sergi hacia Raquel había funcionado, pero al revés, estaba aún por demostrar.

Pensó en la música, en el blanco y el negro, en el peligro inminente en que se encontraba Sergi, en su supuesto amigo, en la organización secreta que le estaba pisando los talones. Tenía que combinarlo todo en forma de mensaje en un CD de música, de manera que si caía en manos de un extraño no despertara ningún tipo de sospecha, pero que en manos de Sergi identificara rápidamente que contenía un mensaje para él.

Estuvo pensando durante un buen rato y finalmente exclamó:

–Sergi, esta vez nos comunicaremos mediante música de bachata.

Buscó por Internet toda la información que necesitaba. Se descargó la música, nombres de artistas, eligió las canciones, hizo la combinación de forma que pareciera lo más real posible y finalmente, con la ayuda de Photoshop, hizo el resto. El plan estaba en marcha y con un poco de suerte debía salir bien.

Después de grabar el CD y de imprimir la carátula, lo guardó en su bolso, levantó los dedos haciendo la señal de victoria y dijo:

Sergi, ¡saldremos de esta!

 

1 de Septiembre del año 1.308 D.C.

Fray Jaime de Garrigans ha manifestado en varias ocasiones que es partidario de llegar a cualquier tipo de pacto con el rey, aunque no sea un acuerdo honorable, pues cree que la situación personal de cada uno vale más que la dignidad y la ética. Nadie en Miravet está de acuerdo con esta forma de pensar y fray Jaime cada día tiene más partidarios en contra y más voces que dicen que fue un error enviarle a negociar con el rey. Incluso hay quien piensa que puede haber un pacto secreto entre ellos.

 

6 de Septiembre del año 1.308 D.C.

Ayer fray Jaime de Garrigans solicito hacer la guardia durante la noche y esta mañana había desaparecido. Se han echado en falta varias cartas y documentos, entre ellos la carta que fray Ramón de Saguàrdia tenía preparada para enviar al Papa, reclamándole un juicio justo a cambio de entregarse a los tribunales de la Iglesia y otros documentos igualmente importantes que, en manos del rey, comprometen seriamente la seguridad del castillo. También se han echado en falta algunas monedas, su espada y su cuchillo. Sin duda, fray Jaime de Garrigans ha huido para entregarse al rey con la intención de entregar el castillo a cambio de su perdón y de una parte de las riquezas que aquí se esconden. Al menos así me lo había advertido María, a raíz de lo que se dice al otro lado de las murallas.

La regla de la orden considera que aquel fraile que huye de su casa y pasa dos noches fuera, o se lleva las armas, dinero u otros bienes, pierde el hábito y deja de ser fraile templario. El caso es que fray Jaime de Garrigans conocía las intenciones del lugarteniente de la provincia catalana fray Ramón de Saguàrdia, y si hasta el momento ya era difícil encontrar una solución beneficiosa para los habitantes del castillo, ahora, con esa deserción, todo se complica aún más.

 

8 de Septiembre del año 1.308 D.C.

Hoy he hablado con María. Ahora ya sé que fray Jaime de Garrigans se ha entregado al rey Jaime II. Por ese motivo, a estas alturas, el rey debe saber que disponemos de comida y agua suficientes como para seguir resistiendo el asedio durante bastante tiempo. A partir de ahora deberemos actuar con mucha precaución en nuestros encuentros, pues los mandos de las tropas sitiadoras sospechan que hay comunicación con el exterior y por este motivo han doblado la vigilancia.

Esta nueva información en poder del rey no coincide con la que confesaron los habitantes del castillo al ser interrogados en el momento de entregarse a sus tropas. En aquella ocasión las reservas eran escasas y a buen seguro el rey pensaba que en pocas semanas las provisiones se habrían agotado y que conquistarían el castillo con facilidad.

No le será difícil al rey deducir que los habitantes del castillo continuamos abasteciéndonos de provisiones y que este hecho no es fruto de un milagro divino como creen los monjes, sino de la acción directa del hombre.

Los mandos de las tropas asediadoras sospechan que algún soldado de los suyos puede estar sobornado por los frailes y de esta forma el castillo sigue abasteciéndose de provisiones. Creen que el lugar de contacto sería a través de la muralla situada al este, la de menos altura, la más cercana al río y la que está menos a la vista de todo el mundo. Por suerte para todos nosotros y sobre todo para María, no sospechan de la existencia de ningún pasadizo secreto que comunique el castillo con el exterior.

 

11 de Septiembre del año 1.308 D.C.

Durante unos días, por la noche, me he acercado a la muralla este, la que suponen que utilizamos para entrar provisiones dentro del castillo. Una vez allí, cuando todo estaba en silencio, he tratado de imitar el sonido que emiten los búhos. Tengo la seguridad de que esta zona está fuertemente vigilada desde el exterior y quiero hacerles creer que esta es nuestra forma de entrar en contacto. Esto confirmará sus sospechas y centrará toda su atención en aquella zona, mientras yo me sigo encontrando con María en la salida del pasadizo secreto. Hasta hoy, todavía no había recibido ningún tipo de respuesta, pero esta noche, al otro lado de la muralla, se ha repetido el mismo sonido, con la misma frecuencia e intensidad.

Con la voz muy baja, casi imperceptible, les he pedido más provisiones. Les he dicho que hacía muchos días que no recibíamos ningún tipo de ayuda. Quería que el contacto con el exterior fuera creíble y por este motivo tenía que ir algo más allá de un simple intercambio de sonidos imitando a los búhos.

Aún así, no he obtenido respuesta, pero en cualquier caso, todo hace pensar que han mordido el anzuelo.

 

13 de Septiembre del año 1.308 D.C.

Hoy, después de tres días de haber iniciado el contacto con el exterior, me han lanzado provisiones por el encima de la muralla. Fruta en abundancia, verduras y carne en sal.

Me he apresurado a enterrar todo en un hoyo que hace unos días cavé en el huerto. Seguro que las provisiones están envenenadas.

Seguiré este juego durante unos días para que crean que hemos sido víctimas de su engaño. Después dejaré de acudir por la noche a la muralla. Esto nos permitirá seguir resistiendo, pero no por mucho tiempo, pues tarde o temprano se darán cuenta de que su plan ha fracasado.

 

15 de Septiembre del año 1.308 D.C.

He ido a ver a María mientras mi madre iba a buscar agua al río por el pasadizo secreto. Es necesario abastecernos de agua con rapidez antes de que las tropas del rey se den cuenta del engaño.

María me ha contado que corre el rumor por el pueblo de que el rey Jaime II, después de escuchar las alegaciones de fray Jaime de Garrigans y de recibir la documentación que se llevó del castillo, le ha hecho encarcelar hasta que no esté asegurada la conquista del castillo. Su sobrino, Guillem de Cardona y Garrigans, ronda por el pueblo con la misión de forzar la rendición incondicional de los habitantes del castillo, según se dice, utilizando los métodos que hagan falta. Conociéndole, sabemos que es capaz de cualquier cosa con tal de conseguir su objetivo.

El propio Guillem de Cardona y Garrigans ha prohibido a la gente del pueblo utilizar el agua del río más allá del molino. Es muy listo y sospecha que esa sea quizás una fuente de suministro de agua de los habitantes del castillo.

Me he despedido rápidamente de María con la terrible sospecha qde ue el agua que ha ido a buscar mi madre podía estar envenenada; había que evitar de cualquier manera mezclarla con la de la cisterna antes de que fuera demasiado tarde.

He hecho el camino de vuelta lo más rápido que he podido. Al llegar a las caballerizas no he encontrado a mi madre, ni tampoco las tinajas. La he buscado por el castillo. No la he encontrado por ninguna parte. He preguntado por ella y nadie sabía nada.

Un mal presagio ha recorrido todo mi cuerpo. He regresado a la salida secreta que lleva hasta el río por el interior de la roca. He ido bajando, resiguiendo con la mirada cada uno de los innumerables rincones que hay en el túnel, con la esperanza de encontrarla descansando en alguno de sus peldaños. De repente, ha aparecido tumbada en el suelo. A pesar de no quejarse, su cara mostraba signos de dolor. La tinaja se había roto y el agua se había esparcido por el suelo. Le he preguntado si había bebido de aquella agua y con la cabeza me ha dicho que sí. Rápidamente, la he cogido en mis brazos y la he llevado hasta las caballerizas. La he dejado con mucho cuidado sobre la paja y cuando me disponía a pedir ayuda, me ha dicho que sólo debía avisar a fray Ramón de Saguàrdia, pues él tenía algo muy importante que decirme. Así lo he hecho a continuación y mientras esperábamos su llegada me ha dicho que había cosas importantes que yo debía saber.

Me estoy muriendo, Faruq –me ha dicho–. Cuando todo acabe, tienes mi bendición para hacer uso de los secretos del castillo según te dicte tu conciencia. Son un legado de tus antepasados. Los utilizaron solamente para proteger a las personas que confiaban en ellos. Esto es lo que me transmitieron y ahora tú serás el portador de este mensaje. Es lo que ellos esperan de ti. Antes de morir, quiero darte unos últimos consejos que debes tener presentes y por los cuales siempre debes regirte. En momentos de duda, deja que tu corazón decida. Cuando no sepas qué camino escoger, elige aquel que te lleve hacia la libertad, aunque te vaya la vida en ello. Sé magnánimo con tus enemigos; la crueldad sólo es la fuerza de los cobardes. Cuando hables con las personas, míralas siempre a los ojos, pues quien no es capaz de comprender una mirada tampoco comprenderá una larga explicación. Finalmente, confía en María. Ella tiene el corazón limpio y la mirada noble.

Cuando yo muera, entiérrame según la tradición musulmana, mirando hacia La Meca. La muralla sur del castillo te marca la dirección.

Mientras le prometía que sería fiel a mis raíces y que siempre le estaría agradecido por ayudarme a ser lo que soy, he notado que aquella fuerza con que me estrechaba la mano se iba debilitando.

Ha llegado fray Ramón de Saguàrdia, tal y como era su deseo. Cuando la ha visto inmóvil en mis brazos, un gesto de inmensa tristeza ha invadido su cara y con una voz temblorosa que nunca le había oído antes, la ha llamado por su nombre:

¡Nadira! ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo ha sido? –ha preguntado fray Ramón de Saguàrdia dirigiéndose a mí.

Ha bebido agua del río. Está envenenada...se está muriendo.

Fray Ramón de Saguàrdia se ha sentado a su lado y, abrazándola con ternura, le ha cogido suavemente las manos, las ha besado dulcemente y las ha apretado entre las suyas, mientras ella le regalaba una sonrisa de complicidad. Han sido unos instantes de confusión para mí, pues no entendía muy bien qué estaba ocurriendo. Fray Ramón de Saguàrdia lo ha advertido y, mirándome a la cara y con lágrimas en los ojos, me ha dicho:

Faruq, yo soy tu verdadero padre.

Parecía que aquel momento ponía fin a muchos años de sufrimiento y de incomprensión y finalmente podían sentirse libres. Ha dirigido la mirada hacia ella, y cómo si el mundo hubiera dejado de existir fuera de aquellas paredes, le ha hablado al oído:

Cada noche, desde la distancia, miraba la luna y le explicaba cuánto te echaba de menos, pues sabía que desde algún lugar, en aquel mismo momento, tú también la estabas mirando. Después escuchaba el mensaje del viento y me parecía oír tus palabras pidiéndome que acudiera a ti. Nuestros encuentros me parecían breves como un suspiro, pero tenían la intensidad de una tormenta, y mi único deseo era que llegara la próxima vez.

Mi madre me ha alargado la mano como si quisiera dedicarme su última despedida y, con una dulce sonrisa, ha dejado de existir.

Mi verdadero padre, en medio del desconsuelo, se ha dirigido a mí y sin dejar de abrazarla me ha dicho:

Mi condición de monje no me permitió vivir con tu madre. Cuando la conocí, su espíritu abierto y su belleza, me cautivaron para siempre. Hemos vivido durante todos estos años nuestro amor en secreto, pero por eso, no ha dejado de ser noble y sincero. A pesar de que el destino ha querido que nuestros pueblos estén enfrentados, nos juramos ser fieles el uno al otro de por vida.

He querido hacerte de padre lo mejor que he sabido, mientras ella te hacía de verdadera madre. En muchas ocasiones, cuando te veía con ella, he tenido ganas de revelar el secreto y de abrazaros a los dos juntos por primera vez y proclamar la verdad a los cuatro vientos.

Y ¿por qué no lo hicisteis? –le he preguntado.

Así lo decidimos tu madre y yo. Este es el precio que hemos tenido que pagar. Un caballero, el único a quién confié el secreto, se ofreció a hacerte de padre. Desgraciadamente murió muy joven en la batalla.

 

17 de Septiembre del año 1.308 D.C.

La enterramos según sus deseos. Desde su tumba, levantando la mirada hacia el este, la vista se cruza con el río, allá donde aparece de entre los árboles. La ironía de la vida ha permitido que Guillem de Cardona y Garrigans utilice este río, que es fuente de vida, para segarle la suya.

Ahora, el tiempo juega en nuestra contra, y hoy he hablado con fray Ramón de Saguàrdia para intentar una nueva salida digna al conflicto.

Hay muchas cosas desconocidas que se esconden entre las paredes de este castillo. Mi madre me confió los secretos.

Lo sé –ha contestado–. Siempre he confiado en tu madre, en la convicción de que sólo ella sabría hacer el uso más conveniente a cada momento. Desconozco todo lo que se esconde detrás de estos muros y así debe seguir. Si el destino quiere que caiga preso, aunque me arranquen un brazo no podré decirles ni una sola palabra. Sigue los consejos que a buen seguro te dio tu madre y haz el uso que dicte tu corazón. Cuando llegue el momento, tú sabrás qué debes hacer.

Creo que el momento ya ha llegado –he contestado–. Cada día que pasa empeora nuestra situación y el final está muy cerca.

Y, ¿qué crees que va a ocurrir?

Cuando las tropas del rey entren en el castillo, lo primero que harán será confiscar todos los bienes y los documentos importantes que pertenecen a la Orden del Templo. Después, pasarán por la espada a todo aquel que se resista y, finalmente, intentarán que la orden desaparezca.

Has descrito a la perfección las intenciones del rey Jaime II. ¿Qué crees que podemos hacer para evitarlo?

Sé como entrar y salir del castillo sin ser visto. Esta es la forma en que últimamente nos hemos aprovisionado de agua y comida. Puedo sacar del castillo todo lo que haga falta y esconderlo en el exterior en un lugar seguro y recuperarlo al cabo de un tiempo, cuando todo haya terminado.

De acuerdo, Faruq. Hace mucho tiempo que pienso en la posibilidad de la extinción definitiva de la Orden del Templo. El rey e incluso el mismo Papa nos temen porque piensan que nuestro poder es excesivo. La falsedad de las acusaciones que han lanzado sobre nosotros son sólo la excusa que mostrarán al mundo para justificar nuestra desaparición.

Incluso tú mismo y mi relación con tu madre, una mujer de ascendencia musulmana, orgullosa de sus orígenes, pueda ser utilizado como prueba de mi deslealtad a la orden, pero juro ante Dios que no lo conseguirán, aunque me cueste la vida. Ellos han planeado el final de la orden con todo detalle, pero ni se imaginan un desenlace tan distinto al que se esperan, porque ese final no existe y la Orden del Templo seguirá viva a lo largo de los años.

Pondremos en marcha el plan que tengo concebido desde hace tiempo para decidir nuestro futuro una vez el castillo haya sido conquistado por las tropas del rey y para salvaguardar todo aquello que nos pertenece, y tú me ayudarás. Sólo tú y yo debemos ser conocedores de la existencia de este plan.

¿Y María? –me apresuré a preguntar–. Ella es quien me ayuda desde el exterior y es la mujer con quien quiero compartir mi vida, si vos nos dais vuestra bendición.

¿La quieres? –preguntó.

Más que a nada en esta vida. Mi madre conocía a María. Ella ya nos había dado su beneplácito.

Me he perdido demasiadas cosas durante todos estos años, pero si tu madre estaba de acuerdo, ¿cómo podría negarme?

Fray Ramón de Saguàrdia me ha explicado su plan. Hemos modificado algunos detalles importantes, teniendo en cuenta que yo puedo entrar y salir del castillo sin ser visto. Nos hará falta un poco de suerte para conseguir el éxito, pero ya sabemos que, en nuestro caso, la suerte no es fruto del azar. La suerte sólo tiene lugar cuando la preparación y la oportunidad se encuentran.

Una parte importante de mi misión consistirá en esconder en un lugar seguro, fuera del castillo, la mayor parte de las riquezas y la documentación más relevante de la Orden del Templo.

No obstante, con la intención de hacer creer a los invasores que habrán conseguido sus objetivos, dejaremos escondidos en la torre del tesoro algunos documentos sin mucho valor y también algún dinero y una pequeña parte de las riquezas.

En la Capilla, debajo del altar, hay una gran losa. Conviene dejar también algún dinero, de forma que no sea demasiado difícil descubrirlo por su parte; en las habitaciones de los monjes de más rango también esconderemos algunas de las riquezas.

Fray Ramón de Saguàrdia modificará personalmente los libros de cuentas de forma que coincidan con las riquezas que encontrarán las tropas de Jaime II cuando entren en el castillo. Asímismo se procederá con los libros de inventario. Constarán supuestas salidas de bienes hacia varias sedes templarias ubicadas por todas partes. De este modo, esperamos mantener a las fuerzas invasoras entretenidas durante bastante tiempo y en la falsa creencia y el convencimiento de que se han hecho con los tesoros del castillo.

 

20 de Septiembre del año 1.308 D.C.

María se entristeció mucho al enterarse de la muerte de mi madre. También le expliqué todo lo que aún no sabía sobre mis orígenes. Fue un día por la mañana, en el patio de la casa abandonada. Le tomé las manos y mirándole a la cara le dije:

María, tienes que guardarme un secreto que sólo tú y yo podemos compartir.

Tienes mi palabra.

Fray Ramón de Saguàrdia es mi verdadero padre. Él mismo me lo confesó mientras tenía a mi madre entre sus brazos a punto de morir.

María reaccionó con sorpresa. No se imaginaba una noticia como aquella.

¿Y tu padre? El otro, quiero decir –preguntó con un titubeo que denotaba una cierta confusión.

Sencillamente, no lo era. Se ofreció para hacerme de padre, pero en realidad murió en las cruzadas, y yo ni siquiera llegué a conocerle. Fray Ramón de Saguàrdia amaba a mi madre y vivieron la felicidad a su manera. Con eso, para mí, es suficiente. Le he hablado de ti y sabe que quiero vivir a tu lado el resto de mis días. Si tú también lo quieres, sellaremos nuestro amor ante él y él nos dará su bendición.

¡Claro que lo deseo! –contestó sin dudarlo ni un instante.

Un impulso irrefrenable me hizo abrazarla como nunca lo había hecho antes, buscando el contacto de su cara con la mía. Me rodeó el cuello con sus brazos y nos juramos amor eterno. En aquel momento, decidimos que al día siguiente entraríamos juntos en el castillo por la entrada secreta hasta las caballerizas y pediríamos a fray Ramón de Saguàrdia que bendijera nuestra unión.

 

22 de Septiembre del año 1.308 D.C.

María ha explicado a su tía que ha llegado el momento de vivir su propia vida. Le ha dicho que tiene que confiar en ella, que se casará en secreto y que dentro de unos días se irá a vivir con el hombre que ama.

Ayer fue el gran día. Fray Ramón de Saguàrdia dirigió la ceremonia. Tuvo lugar en las caballerizas y fue un acto íntimo, sin la presencia de invitados; nuestra seguridad no nos lo permitía, pues nadie debía saber que María estaba en el castillo. Ni siquiera tuvieron lugar muchos de los protocolos habituales que hay en actos como este, pero eso no restó ni una brizna de importancia al momento que estábamos viviendo.

María iba vestida de manera sencilla e irradiaba felicidad. Sus ojos tenían un brillo especial y el sol de la tarde atravesaba el techo de las caballerizas, iluminando por las rendijas su figura esbelta que resaltaba en medio del ambiente claroscuro del recinto.

Fray Ramón de Saguàrdia unió nuestras manos. Levantó su mano derecha y, mirando al cielo con solemnidad, anunció:

Yo, fray Ramón de Saguàrdia, lugarteniente de la provincia catalana de la Orden del Templo, bendigo esta unión y pido a Dios que os proteja de vuestros enemigos y os conceda la fuerza y el coraje necesarios para afrontar la misión que tú, Faruq, con la ayuda de María, vas a llevar a cabo. A partir de ahora, tú llevarás mi nombre, Faruq de Saguàrdia y también vuestros hijos, y a ti, María, desde este momento te considero mi hija. Por vuestras venas corre la sangre de nobles guerreros que han luchado por la libertad. Ahora la historia os reclama la responsabilidad de ser sus dignos emisarios y cada paso que deis a partir de ahora, dadlo cómo si el futuro de la humanidad dependiera de vosotros, porque realmente... ¡Depende!

Los últimos rayos de sol se apresuraban a esconderse por el horizonte rojizo de Miravet, mientras teñían el río de color de oro, dando por finalizado aquel primer día de otoño del año 1.308.

Las sombras de la noche se fueron apoderando del paisaje y las primeras estrellas se abrían paso en medio del firmamento, para ir conquistándolo lentamente, hasta convertirse en incontables.

Por primera vez, tenía a María entre mis brazos, estábamos solos y no teníamos nada que temer. Aquella tarde habían caído definitivamente las barreras que impedían que nuestro amor fuera más allá de las palabras. Acaricié con mis manos su pelo dorado y noté su roce suave en mi cara y el olor de su piel. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Unimos nuestros labios y sentí por primera vez el irresistible sabor de su dulzura mientras le llenaba el cuerpo de caricias.

María, al ver que mi deseo iba en aumento, de forma casi inconsciente, se desabrochó lentamente su blusa blanca de lino hasta dejar su cuerpo perfecto al descubierto. Podía sentir el compás acelerado de sus latidos al ritmo de los míos, deseando que su cuerpo y el mío se convirtieran en uno sólo.

Por primera vez descubrimos el amor con toda su dimensión. María se acurrucó a mi lado y pasamos el resto de la noche hasta el amanecer contemplando un cielo cubierto de estrellas.

 

24 de Septiembre del año 1.308 D.C.

María ya conoce dos de las salidas secretas; la que lleva al río y la de poniente. Ahora sería demasiado peligroso por su seguridad continuar enseñándole todos los secretos del castillo. Ya habrá tiempo para ello.

La segunda salida es por el interior de la torre del extremo meridional del muro de poniente. Se accede por un paso muy estrecho, a través de una gran piedra circular situada en el suelo, que se confunde con el resto, formando parte de un dibujo que disimula perfectamente su verdadera función.

A continuación, se baja por unas escaleras excavadas en la roca hasta encontrarse con una gran cueva. Desde este punto, se continúa avanzando unos trescientos pasos hasta salir en medio de unas rocas camufladas detrás de unos matorrales, lejos del castillo. El último día, allí estará María esperándome.

Durante esta semana trabajo por la noche para no levantar sospechas entre los habitantes del castillo. El objetivo es salvaguardar todo aquello que pertenece a la Orden del Templo y, de esta forma, conseguir que las tropas del rey Jaime II, cuando ocupen el castillo, sólo encuentren aquello que nosotros queremos.

Al acabar, María y yo nos dirigiremos hacia nuestro destino para llevar a cabo la segunda parte del plan. Estoy deseando que llegue este momento y cuento las horas que faltan para poder compartir definitivamente el resto de mi vida con ella.

 

29 de Septiembre del año 1.308 D.C.

Ha llegado el momento. Esta noche saldremos del castillo para continuar el plan establecido. María estará esperando al final de la salida secreta de poniente y la responsabilidad de que el plan tenga éxito está en nuestras manos.

Por la seguridad del castillo y de sus habitantes, mientras María y yo llevamos a cabo el objetivo que tenemos encomendado, este manuscrito quedará guardado en las caballerizas, justo al principio de la salida secreta. Sólo fray Ramón de Saguàrdia, María y yo conocemos su existencia.

Fray Ramón de Saguàrdia ha querido firmar de propio puño y letra el manuscrito, antes de que María y yo iniciemos nuestro viaje.

“Mi espada atravesará los cuatro puntos cardinales de norte a sur y el más pequeño de los hermanos, guardará el tesoro más preciado. Sólo los descendientes de aquellos que están dispuestos a dar su vida por la libertad tendrán derecho a su legado. Los números marcarán el camino.”

 

Fray Ramón de Saguàrdia

 

Miravet, a 29 de Septiembre del año 1.308 D.C

 

039,11 / 21,43=13,39       043,71 / 20,23=12,64       102,64 / 47,44=29,65      192,72 / 05,95=03,72

 

–¿Ya está? –se preguntó Raquel con cara de sorpresa.

Pensó que era una bonita historia, pero aunque aquella parrafada final de fray Ramón de Saguàrdia seguramente tenía algún sentido, ella, de momento, no tenía ni la más remota idea de que iba la cosa.

Revisó el texto de nuevo: Una espada que atraviesa los cuatro puntos cardinales, de norte a sur, el más pequeño de los hermanos, guarda un tesoro, los descendientes de aquellos que han dado la vida... tendrán un legado... y ¿los números... marcan el camino?

Y, al final, una secuencia de números y signos matemáticos a los que no veía ningún significado.

No me extraña que Sergi necesitara ayuda.

De pronto, recordó que Alex, el supuesto benefactor de Sergi, aquel que si se confirmaban las palabras de Joan podía ser su peor enemigo, trabajaba para los servicios secretos y por esta razón cualquier mensaje en clave, por complicado que pudiera parecer, sería capaz de averiguarlo en un santiamén. Raquel esperaba que a Sergi no le hubiera pasado por la cabeza darle a Álex una copia del manuscrito.

Ya había oscurecido y al día siguiente, Robert la recogería para acompañarla a Cervera.

Se puso la mano en la nuca, intentando hacerse un masaje mientras echaba la cabeza hacia atrás. Las cervicales le empezaban a pasar factura como consecuencia de una tarde de lectura ininterrumpida.

Pensaba en el relato que había acabado de leer. No había grandes diferencias con lo que contaban los libros de historia de la época, pero en cambio hablaba de un plan para evitar la desaparición de la Orden del Templo y, justo ahí, acababa el relato.

La confesión que le había hecho Sergi en relación a aquella organización secreta que tanto les estaba complicando la vida, la relacionaba directamente con la continuación, en la clandestinidad y durante siglos, de la Orden del Templo. No podía imaginarse que los protagonistas de aquella historia que acababa de leer, se convirtieran en los monstruos que habían acabado con la vida de Joan, que no dudarían en hacer lo mismo con Sergi o incluso con ella misma.

Era evidente que fray Ramón de Saguàrdia había dejado escrita una clave en el manuscrito que molestaba profundamente a esta organización secreta y que ponía en peligro su clandestinidad. No sabía tampoco qué había ocurrido con Faruq y María. Ahora ya estaba implicada en aquella historia y por nada del mundo podía abandonar.

A pesar de estar muy cansada, no podía conciliar el sueño pensando en aquellos números que aparecían al final del manuscrito, que no paraban de bailarle por la cabeza. Parecían operaciones matemáticas, pero tampoco estaba segura.

Aquella incertidumbre, combinada con una curiosidad irresistible, no le permitía acostarse sin averiguar alguna cosa más.

Abrió el documento que contendía la copia del manuscrito y se puso ante los números.

 

039,11 / 21,43 = 13,39

043,71 / 20,23 = 12,64

102,64 / 47,44 = 29,65

192,72 / 05,95 = 03,71

 

–Parecen cuatro divisiones –pensó–. El caso es que, de ser así, el resultado de cada operación es erróneo. O bien no se trata de operaciones matemáticas o quizás la clave está precisamente en el error del cálculo.

Tampoco supo encontrar ninguna secuencia lógica entre los diferentes números y, cuanto más los miraba, aquella serie de signos que para ella no tenían ningún de sentido se iba convirtiendo por instantes en una mancha borrosa totalmente indescifrable.

Estaba a punto de dejarlo para otra ocasión cuando advirtió que los números que había a cada lado de la igualdad podían estar relacionados entre ellos. Cogió la calculadora e hizo la división matemática. En la primera operación el resultado era 1,6; en la segunda y también en la tercera. En los cuatro casos el resultado era 1,6.

Muy interesante –pensó mientras se tumbaba en la cama y daba media vuelta– pero mañana será otro día.

Al día siguiente por la mañana dejó el ordenador a un lado. Si finalmente se reunía con Sergi en Cervera, tal y como tenía pensado, hablarían del manuscrito y compartirían la información de que disponían.

Robert no pasaría a recogerla hasta la tarde. Tenía curiosidad por saber si quedaba algún vestigio de la existencia de aquella salida secreta de poniente que Faruq había descrito con tanto detalle en su manuscrito y que habría utilizado para llevar a cabo su plan.

Llegó hasta el aparcamiento que había precisamente en la parte de poniente del castillo. Era evidente que aquella gran explanada no había existido en la época en que fue escrito el manuscrito. Buscó alguna señal entre la roca, sobre la cual se asentaba la construcción. Justo ante la torre más alejada observó que había unas escaleras excavadas en la piedra. Se acercó. Podía verse un orificio circular en un muro exterior, unos metros alejado de la muralla del castillo. A continuación las escaleras, excavadas en la roca, tal como las había descrito Faruq en su relato. Sin duda la construcción del aparcamiento había borrado una parte importante de aquella salida secreta, pero también era cierto que la historia relatada en el manuscrito tenía la apariencia inequívoca de ser auténtica.

Se acercó hasta las escaleras y puso sus manos encima de uno de sus peldaños. Cerró los ojos y dejó que el tiempo, lentamente, diera marcha atrás. Imaginó la imagen de Faruq, aquel 29 de septiembre de 1.308, bajando decidido por aquellas escaleras para encontrarse con María al final del pasadizo, hacia un destino que para Raquel era hasta entonces desconocido.

Extendió su mano en un intento imposible de entrar en contacto con alguna parte del cuerpo de Faruq. Habría querido decirle que estaba allí, dispuesta a ayudarles hasta donde hiciera falta para finalizar el plan que ellos habían iniciado unos siglos atrás. Respiró profundamente, a fin de captar toda la magia de aquel momento. En medio del silencio, una ráfaga de viento de levante hizo ondear repentinamente su pelo durante unos instantes y el aire fresco acarició suavemente su cara. Por un momento creyó que el espíritu de los templarios estaba presente.

Miró a su alrededor. Estaba sola. Al fondo, en medio de unos olivares, la silueta de una pareja imaginaria se alejaba hasta desaparecer más allá de las montañas. Por un momento le pareció que se daban la vuelta levantando la mano en señal de despedida. Abrió los ojos y se dio cuenta que todo había sido un sueño.

Núria estaba especialmente amable aquella mañana. Le había preparado un desayuno de alto nivel; a la altura de las grandes ocasiones. Embutido, pan tostado con tomate, un zumo de naranja, una taza de chocolate y una cajita de pastissets de Rasquera para acompañar.

¡Buenos días Núria! –dijo nada más entrar en el comedor– ¿Todo esto es para mí o tenemos invitados?

Buenos días Raquel! Es para ti –respondió–. ¿Has dormido bien? Te pasaste toda la tarde encerrada en la habitación y ni siquiera saliste a cenar –preguntó con interés intentando disimular la sensación de culpabilidad que la atormentaba.

Quería descansar y, de paso, me quité trabajo atrasado de la escuela.

¿Y tus cervicales?

Mucho mejor –contestó–, hasta tal punto que después de desayunar me iré andando hasta el castillo. ¿Sabes si hace mucho tiempo que se construyó el aparcamiento?

No estoy muy segura, pero creo que por lo menos hace veinte años. ¿Por qué?

Me apetece disfrutar de la vista del río desde la torre de poniente. Para mí, aquel punto tiene una magia especial.

Ciertamente, la vista del río desde aquel punto tenía una magia especial, pero lo que de verdad quería saber Raquel era si realmente aquellas escaleras que había visto en sueños existían de verdad.

Después de poner una botella de agua dentro de la mochila tomó el camino del castillo. Al llegar a la explanada del aparcamiento, su mirada fue directa al punto donde se asentaba la construcción, buscando las escaleras excavadas en la roca, justo delante de la torre de poniente.

Allí estaban, tal y como las había visto en sueños. Dirigió la vista hacia el infinito, imaginando que Faruq y María se alejaban en medio de los campos de olivos. Instintivamente levantó el brazo en un intento inútil de rememorar los momentos vividos durante aquella noche, pero tal y como era de esperar, nadie contestó a su señal. Los sueños tienen su momento y su espacio y eso los hace irrepetibles. Ahora, estaba convencida de que Faruq y María eran reales y sabía a ciencia cierta que su relato era una verdadera historia.

Se dirigió hacia el mirador, desde donde podía observarse el pueblo de Rasquera. Des de este punto, sentada en el muro de piedra que pone límite a la explanada, a Raquel le brillaban los ojos contemplando como el río avanzaba inmóvil a su mirada, mientras desaparecía silencioso por entre las montañas, en busca del siguiente pueblo.

Se agachó y recogió con la mano un puñado de tierra. Imaginó que aquella tierra podía haberla pisado alguno de los personajes que aparecían en el manuscrito. Se acercó la mano a la cara intentando descubrir, sin éxito, algún olor especial y finalmente, después de removerla un rato entre su mano, la fue abriendo despacio, dejando que la tierra regresara al lugar que le correspondía.

Pasó un buen rato antes no decidió regresar de nuevo al pueblo, dejando atrás las piedras de aquel castillo que había sido testigo inmóvil de mil batallas. Mientras iba de camino hacia Los Geranios, echaba de vez en cuando la vista atrás con el deseo de atrapar la magia de aquel momento, del todo inabarcable.

Hola Robert, estaba esperando tu llamada.

¿Estás preparada? ¿Cómo están tus cervicales?

Mucho mejor, pero todavía tengo que llevar el collarín durante unos días –lamentó Raquel.

Seguro que sometiéndolas a un tratamiento intensivo a base de caricias y de besos, todavía mejoraría el pronóstico.

Mis cervicales no están para según qué cosas –advirtió Raquel–. Deberás conformarte con verlas de lejos.

Robert no insistió.

Así, ¿te recojo en la plaza del pueblo dentro de una hora?

Mejor toma el camino que va al castillo hasta el transformador. Verás aparcado mi Seat Ibiza de color blanco. No tiene pérdida.

Raquel aprovechó para terminar de hacer su maleta. Cogió su polo Lacoste de color blanco y también el vestido negro. Era la señal acordada con Sergi. Ropa blanca: vía libre. Ropa negra: peligro.

Se guardó en el bolso el CD de música de bachata que había preparado para Sergi en caso de que no pudieran verse; con su mensaje cifrado, advirtiéndole del peligro en que se encontraba si su amigo Alex no era quien suponía que era.

El sonido metálico de una campanilla en su smartphone le anunciaba la entrada de un nuevo SMS.

Estoy entrando en el pueblo.

Dejó pasar un tiempo, esperando verle llegar por la rendija de la gran puerta de madera de la entrada, que había dejado entreabierta de manera intencionada.

El motor del Audi TT de color negro brillante rugió con fuerza por la calle Barranc d’en Pol, provocando la mirada indiscreta de una vecina, por entre las lamas de la persiana de color verde, que se apoyaba sobre la barandilla del balcón.

Raquel le vio llegar.

No me lo puedo creer –le salió del fondo del alma.

Hola Raquel... –dijo con un hilo de voz. Se acercó a su oído y, bajando aún más el tono, añadió– parece que aquí las casas tienen ojos y las paredes oídos.

Aquí no es como en Barcelona. Todo el mundo se conoce y cuando llega un forastero es noticia.

Robert, aprovechando la proximidad de su cara, le dio un beso de bienvenida en el lóbulo de la oreja, pellizcándolo con la fuerza justa entre sus labios. Levantó la vista y se dio cuenta de que desde Los Geranios, alguien les observaba atentamente detrás de los cristales de la ventana de una de las habitaciones. Robert le aguantó la mirada durante unos instantes hasta verla desaparecer.

Veo que has cambiado de coche.

Ahora tengo un vehículo de la empresa. Ya te dije que me gano muy bien la vida con el nuevo trabajo. La publicidad y el marketing no conocen la crisis.

¿Habrá espacio suficiente? –preguntó Raquel con cierto escepticismo.

Robert se apresuró a cargar la Samsonite. Sacó la bici del coche de Raquel, la cargó en el suyo y con una suavidad sorprendente cerró el maletero.

¿Has visto?

Abrió la puerta del acompañante y, haciendo un gesto, la invitó a entrar.

Raquel se sentía halagada cada vez que hablaba con Robert. Era capaz de convertir, en un momento, los más pequeños detalles en pequeños placeres y a su lado tenía una sensación de bienestar que nunca había sentido antes.

Robert subió al coche, no sin antes dar un último vistazo a aquella ventana en la que unos instantes antes una sombra había intentado robarles un momento que no le correspondía. No vio a nadie.

Cerró la puerta. El interior todavía olía a nuevo. Puso en marcha el motor y el flamante Audi TT se fue alejando de Los Geranios bajo la atenta mirada furtiva de Núria.

El GPS recomendaba como ruta rápida ir hasta Mora la Nova, coger la C-12 en dirección a Lleida y, desde allá, tomar la N-II hasta Cervera. En menos de una hora habían llegado al Parador Nacional de esta localidad leridana.

A pesar de que Raquel estaba preocupada porque quería que su encuentro con Sergi a las diez de la noche saliera tal y como ella esperaba, su rostro no reflejaba el más mínimo signo de intranquilidad. Lo tenía todo controlado, o al menos eso es lo que pensaba.

Podríamos comer algo –improvisó.

Lo que tú quieras. Si te parece, pediré que nos traigan algo a la habitación. Yo llevo algo de fruta y algunas bebidas isotónicas para antes del entrenamiento de esta tarde. El día empieza a acortarse y querría hacerlo antes de que oscurezca.

¡Cómo que esta tarde! –exclamó Raquel con sorpresa– Pensaba que querrías entrenarte por la noche, a la misma hora que tendrá lugar la prueba para tener las mismas condiciones que mañana.

La noche quiero dedicarla completamente a ti y no pienso robarte ni un solo instante –contestó Robert cerrando toda opción a réplica.

La noche, vas a pasarla durmiendo –insistió–. ¿No ves cómo están mis cervicales?

Entonces, con delicadeza, le quitó el collarín que le protegía las cervicales. Apoyó su cabeza sobre su hombro y le acarició el cuello con los besos y las caricias que le había prometido unas horas antes.

Raquel sintió un agradable sensación que le recorrió la espalda, pero en aquel momento tenía la cabeza en otro lugar. En un instante, Robert le había desmontado sus planes y no estaría tranquila hasta improvisar la forma de comunicarse con Sergi a las diez de la noche tal y como tenía previsto.

Le faltaba aquel punto de desinhibición que hace falta para seguir adelante con aquel juego amoroso que había iniciado Robert ya que en este momento tenía la mente a años luz de ahí.

Venga, debes irte a Guissona –interrumpió Raquel, rompiendo aquel momento de magia que sorprendió al propio Robert–. Se está haciendo tarde y acabarás sin entrenarte en el circuito antes de la prueba. Yo me quedo a descansar en el hotel.

Robert miró la hora. Eran las cinco de la tarde.

Tienes razón. Me cambio de ropa en un momento y me voy.

Robert se preparó una pequeña mochila con bebidas, frutos secos y algo de fruta y a continuación salió en dirección al circuito.

Raquel tuvo la tentación de ir a ver a Sergi mientras Robert estaba en Guissona, pero sabía que podían haber mil ojos vigilándola. Tenía que acudir a la cita de forma espontánea y acompañada de Robert era la forma más natural de hacerlo. Que no coincidieran los dos ya era harina de otro costal, pero estaba convencida de que, cuando llegara el momento, sabría encontrar la forma de hacerlo.

Se quitó los zapatos, miró qué había en la nevera de la habitación, sacó una bolsa de patatas, unos cacahuetes y una Coca-cola, se tumbó en la cama y puso la tele en marcha.

Pasadas las ocho de la tarde, Robert regresaba a la habitación del hotel. Unas grandes marcas de sudor oscurecían su polo gris, haciendo patente que el recorrido tenía su grado de dificultad.

¡Hola Raquel! ¿Cómo está mi reina?

Mejor que nunca. Me ha sentado estupendamente quedarme esta tarde en el hotel. Veo que tú has tenido que trabajar de lo lindo.

Veo que te has puesto guapa. Con este vestido negro estás impresionante. Me voy a la ducha y después salimos a dar una vuelta.

Una fragancia intensa de colonia masculina que provenía del baño daba a entender que Robert estaba a punto de salir.

Raquel aprovechó para darse los últimos retoques con el lápiz de labios mientras Robert salía del baño hecho uno figurín.

¿Dónde quieres ir? –preguntó Robert.

¡Al centro! El edificio de La Conreria y los porches con sus arcos son dignos de ver.

Volvería a pasar por las calles que había recorrido una semana antes. Esta vez iba acompañada por el hombre que le hacía tocar el cielo con la punta de los dedos cuando él se lo proponía.

Se aseguró de que llevaba el CD en el bolso. Sabía que se lo estaba jugando todo a una sola carta y que se dirigía hacia una aventura con un final incierto, pero a pesar de ello, estaba convencida de que se saldría con la suya.

Las agujas del reloj de la plaza de Santa Ana marcaban la diez menos cuarto de la noche y los termómetros subían hasta los veintiocho grados, pero la baja humedad hacía el ambiente más soportable.

Era viernes y las terrazas de los bares estaban repletas de gente que parecía ignorar la situación de crisis que amenazaba el futuro del país.

Continuaron paseando por la calle Mayor en dirección al ayuntamiento. Raquel no llevaba el collarín. Habría restado elegancia a la forma en que iba vestida. Era consciente de que la elegancia no consiste en llamar la atención, sino que su imagen permanezca en la memoria.

Sacó un pañuelo de seda negro del bolso y se lo colocó alrededor del cuello haciendo un nudo lateral.

No me gustaría coger frío –se justificó–. Podría quedarme clavada.

En realidad era la señal para advertir a Sergi de que su cita era muy arriesgada, por si su vestido completamente negro no fuera aún suficiente.

A medida que iban avanzando por la calle Mayor se dio cuenta de que su ritmo cardíaco iba en aumento. Buscaba algún indicio que le indicara que Sergi estaba pendiente de ella, pero no advirtió el más mínimo detalle. Pensó que quizás había captado su mensaje de peligro y por aquel motivo se mantenía a distancia. Al pasar junto al callejón de Sabater, su mirada fue instintivamente a la placa donde se anunciaba el nombre. La apartó rápidamente. Al fondo se intuían los primeros arcos de la plaza del ayuntamiento. Había bastante movimiento. Un chico marroquí les ofreció una rosa roja.

Sólo son dos euros, ¿No va a regalarle una a la señorita?

No, gracias –se avanzó antes de que Robert hiciera el gesto. En aquel momento Raquel no estaba para rosas.

Robert se dio cuenta de que a Raquel le ocurría algo. Le pasó la mano por la cintura y le preguntó:

¿Estás bien?

Me molestan las cervicales –se limitó a responder.

¿Quieres que regresemos?

Ya casi estamos en el ayuntamiento...

Llegaron a la plaza. El edificio de La Conreria se mostraba majestuoso al fondo. Raquel señaló aquellos balcones soportados durante años por estatuas de piedra con cara de resignación, los cuales presidían la fachada principal.

En el reloj de la iglesia tocaron diez campanadas. No había ni rastro de Sergi.

Desde estos balcones saluda Marc Márquez cada vez que gana un mundial de motos –dijo Raquel intentando disimular su nerviosismo por la incertidumbre del momento.

¿Quieres que vayamos a comer algo? –sugirió Robert poniéndose la mano sobre el estómago–. Ir en bici me ha abierto el apetito.

Raquel ignoró la propuesta de Robert con la intención de ganar unos minutos de margen. Ya eran los diez pasadas, estaba en la plaza del ayuntamiento, el día antes de la carrera, tal y como habían acordado, y Sergi no había aparecido. Sin duda había advertido el peligro que corría.

Dio un último vistazo alrededor de la plaza. A pocos metros reconoció al “top manta” que la semana anterior le había llevado hasta Sergi. Llevaba la misma camiseta. En ella podía leerse claramente «Diablos de Vilanova». Buscó su mirada. El chico que estaba pendiente de todo lo que ocurría a su alrededor lo advirtió al instante y se le acercó.

Tengo películas, música de todo tipo, lo que quiera...

Déjame ver la música –dijo Raquel con interés.

Era consciente de que aquel era un momento muy crítico. Aquella organización secreta ya había demostrado tener enlaces en más lugares de los que ella podía llegar a imaginar y en aquellos momentos podían estar observándola, pendiente de cada uno de sus movimientos.

Repasó uno por uno todos los CD que le mostró el chico. Buscaba alguno especial. Si Sergi quería enviarle algún mensaje lo haría en forma de música, pero en aquel caso no había ninguno que destacara entre los demás.

¿Qué hora es? –preguntó a Robert.

Justo en el preciso momento en que iba a mirar la hora en su Lotus, Raquel dejó caer intencionadamente todos los CD al suelo.

¡Lo siento! –dijo dirigiéndose al chico.

Se agachó y antes de que Robert reaccionara, sacó del bolso con un movimiento rápido su CD de bachatas y lo mezcló entre los demás.

Son las diez y diez –contestó en medio de la confusión.

Raquel ni siquiera le respondió. Estaba demasiado pendiente de que su mensaje llegara a su destino y le daba igual si eran las diez o las diez y media.

Me llevo éste de Supertramp… –dijo como si nada hubiera ocurrido– Debe estar bien ese de bachatas de Frank Reyes, pero yo en este tipo de música soy más de Aventura –añadió arqueando las cejas para asegurarse de que el chico había captado el mensaje.

La entiendo perfectamente –respondió el chico–. Son tres euros.

Robert no permitió que Raquel pagara. Se sacó cinco euros de la cartera y le dijo:

Quédate con el cambio.

Así que tienes apetito y ya son más de las diez –preguntó Raquel–. Me ha parecido, viniendo hacia aquí, que hay algún lugar donde podremos comer algo.

Pues vamos para allá...

Raquel dio una última mirada a la plaza para asegurarse de que ya no tenía nada que hacer en aquel lugar y respiró con satisfacción, segura de que su mensaje llegaría a su destino.

Sergi había enviado al chico de los CD a buscar Raquel con la consigna que sólo le acompañara a su casa si iba vestida de blanco. En caso contrario debía mantenerse a la expectativa.

Hacía una semana que esperaba aquel momento. Quería saber si había sacado algo en claro respecto al manuscrito que le había entregado una semana antes. Pero sobre todo, deseaba volver a estar con ella porque la seguía queriendo y mantenía la esperanza de que algún día podría perdonarle el desliz que había tenido con Jana.

«Frank Reyes» podía leerse claramente en la portada; justo en una de las esquinas, dos naipes; el rey de espadas y el rey de oros.

Leyó el título del disco:

 

«24 BACHATAS EN BLANCO Y NEGRO»

 

Blanco y negro era la pista que le indicaba que aquella grabación contenía un mensaje que debería descubrir, y eso significaba que algo iba mal.

Miró en el interior y repasó la lista de canciones. Colocó el disco en el reproductor de CD y aquella música de marimbas y maracas, mezcla de bolero y son cubano, empezó a sonar melancólica por los altavoces.

Leyó los títulos de las canciones y se preguntaba si aquellas letras tenían algo a ver con su relación con Raquel.

 

1. Señales De Humo
2. Vete y Aléjate de Mí
3. Si No Te Hubieras Ido
4. Tú Eres Ajena
5. Invéntame
6. Me Dejaste Abandonado
7. Se Fue Mi Amor Bonito
8. Te Tengo Que Dejar
9. Detrás de Ti
10. Amor a Distancia
11. Vine a Decirte Adiós
12. Alexandra

 

Casi todas le evocaban algún recuerdo relacionado con ella, pero conociéndola, sabía que la cosa no iba por ahí.

Dio por hecho que había alguna canción distinta de las demás y trataba de averiguar cuál era y por qué.

Buscó los títulos uno por uno en Internet. Todas las canciones eran del mismo género, bachatas, pero no fue capaz de distinguir alguna que destacara sobre las demás.

Poco a poco volvía la calma y Raquel empezaba a recuperar aquella elegancia y sensualidad que irradiaba de forma natural. Ya estaba más tranquilla y parecía que sus cervicales le habían concedido una tregua momentánea. Pensaba que a esa hora Sergi ya debía tener el CD en sus manos. Habría querido verle para poder hablar con él sobre el manuscrito y poner ideas en común, y también porque ocho años de vida en pareja no se olvidan así como así.

Se sentaron en una mesa en la terraza del Casal de Cervera, en la Plaza de Santa Anna. Pidieron unos bocadillos. A Raquel le trajeron una Coca-cola. A Robert una caña de cerveza.

Escuchó las letras de las canciones. Todas eran o bien de desamores y reproches o bien de amores a distancia o de amores imposibles. No podía ser que Raquel le estuviera martirizando de aquella forma. No era su estilo.

¿Por qué la música es de bachatas? ¿Por qué es de Frank Reyes? –se preguntaba Sergi intentando relacionarlo con Raquel.

Leyó la primera letra de cada canción de arriba abajo.

S... v... s... t... y... –por ese lado no iría a ninguna parte.

Lo probó al revés:

–A... v... a... d... t... s... –igual.

No soporto verte preocupada –dijo Robert– y esta tarde lo estabas.

Estoy acostumbrada a que no me duela nada y cualquier cosa relacionada con la salud me pone de mal humor.

No me refería a eso –contestó seguro de que aquel no era el verdadero motivo–. Sigues pensando en Sergi, ¿verdad?

No se esperaba la pregunta. El vaso de Coca-cola quedó paralizado entre sus labios durante un instante, el tiempo suficiente para que Robert advirtiera que había acertado de lleno.

También es por Sergi –reaccionó rápidamente–. Ocho años viviendo con una persona; de repente desaparece y ¿crees que ya está? Pues no, ¡no está! Hasta que no se aclare todo lo que ha ocurrido, en un rincón de mi pensamiento quedará mi pequeño recuerdo él.

Sergi vio claramente en la portada que se trataba de veinticuatro canciones, pero era evidente que en el disco sólo había doce. No podía ser un error de Raquel. Sin duda tenía un significado y las cartas mostrando los dos reyes no podían estar porque sí. Estaban por algún motivo y no precisamente por coincidir con el apellido del artista. Los dos reyes también sumaban veinticuatro.

¿Con quién puedo relacionar a Frank Reyes? –se preguntaba.

Blanco, negro –volvió a repasar–. Doce de oros, doce de espadas, bachata, Frank Reyes, veinticuatro...

Tenía un buen cocktail montado y aún no sabía cómo darle forma.

Deseaba que llegara este día –dijo Robert apartándole suavemente un mechón de cabello que cubría parte de sus ojos–. En realidad, deseo desde hace tiempo que llegue cualquier día que pueda pasar a tu lado.

Sergi recordó que la semana anterior le había hablado a Raquel de las veinticuatro familias que dominaban el mundo y de que podían estar relacionadas con esta organización secreta que amenazaba su vida.

Veinticuatro era precisamente el número que aparecía en la portada del CD. Todo empezaba a coger forma. Los dos reyes podrían estar representando el poder de esta organización. El rey de espadas significaría la fuerza de las armas y el rey de oros el poder del dinero. La suma de los dos, 24.

¡Eres buena, Raquel! –salió del fondo de sus entrañas–. Estoy seguro de haber captado tu mensaje. Hay algún peligro inminente relacionado con esa organización.

Robert pidió la cuenta:

–Por favor. Cóbreme también esa copa –dijo señalando el vaso en que había bebido Raquel–. Me la llevo.

¿Cómo es eso? –preguntó Raquel bajando su tono de voz hasta hacerse casi imperceptible.

Tus labios han quedado marcados para siempre y nunca más nadie podrá volver a beber en ella; lo dice la leyenda.

¿La leyenda? ¿Qué leyenda?

La leyenda de la reina mora y la luna. ¿La conoces?

No, no la conozco.

Pues te la contaré desde el mirador. Hoy es un día especial; hay luna llena.

Sergi se dio cuenta de que algunas de las canciones no eran de Frank Reyes, tal y como decía la portada del disco. Las separó del resto.

Señales de Humo… Vete y Aléjate de Mí... Detrás de Ti… Alexandra…

Volvió a escucharlas una por una y las letras no le sugerían nada especial. Cada una era de un autor diferente y no parecía que ninguna de ellas destacara del resto. Estaba seguro de que si Raquel había preparado aquel trabajo con tanta precisión, era porque seguía sintiendo algo especial por él.

Tomó la funda del disco y se la acercó a la cara, pensando que ella la había tenido entre sus manos unas horas antes. Le pareció intuir su perfume, que le transportaba en el tiempo, a aquellos momentos de felicidad que habían vivido juntos. Se preguntaba cómo había ido a parar a aquel piso de mala muerte de Cervera, escondido a los ojos del mundo, mientras no podía quitarse de la cabeza las palabras de Raquel diciéndole que había otra persona a su vida.

Ahora pensó que lo más importante que podía hacer por ella era descifrar su mensaje. Era el único hilo de unión que tenía en común y no quería desaprovecharlo.

La luna llena brillaba en el cielo de Cervera, iluminando los campos de cultivo que podían verse desde el mirador.

Dice la leyenda –empezó Robert– que una reina mora se enamoró locamente de un guerrero cristiano. Sus mundos estaban enfrentados y los máximos mandatarios de cada bando no estaban dispuestos a permitir aquella unión. Por ese motivo, se reunieron por separado para hacerles desistir de sus intenciones.

Los respectivos gobernantes se pusieron de acuerdo en lanzarles un maleficio, a través de sus faquires y brujos, advirtiéndoles de que si persistían en el empeño, la desgracia caería sobre de ellos.

No les hicieron caso y decidieron sellar su amor en secreto bebiendo de la misma copa. La historia dice que sus labios quedaron grabados para siempre como testigo de su amor eterno.

Vivieron en secreto una larga vida juntos hasta que un día los gobernantes se enteraron de lo que habían hecho. Una vez conocida la noticia, sin saber muy bien por qué, ella murió envenenada misteriosamente. Pasados unos días, él fue degollado por un personaje siniestro ante su propia gente. Los que lo vieron aseguran que la daga ejecutora del crimen, inexplicablemente, como si hubiera adquirido vida propia, se desprendió de las manos del asesino y fue a clavarse ante sus propios pies. Se dice que a partir de aquel momento, la desgracia lo persiguió a él y a su descendencia durante setecientos años. Dice la leyenda que todavía hoy en día puede verse a la reina mora, en noches de luna llena, extendiendo su manto por el firmamento para proteger a sus descendientes de cualquier maleficio, pero sólo ellos son capaces de verla.

La leyenda continúa diciendo que cuando los labios de uno de ellos quedan marcados a la copa, nunca más nadie puede volver a beber en ella. Entonces, en una noche de luna llena, deben romper la copa haciéndola añicos para seguir siendo libres y vivir su pasión infinitamente.

Robert cogió la copa y desde la barandilla del mirador la lanzó lejos con fuerza. A los pocos segundos la copa había quedado reducida a mil pedazos.

Se le estaba acumulando el trabajo y decidió tomarse un respiro.

No dejaba de pensar en la forma en que Raquel se había apartado de su vida, casi sin darse cuenta. No había sido de golpe, sino poco a poco, como resultado de acomodarse a una vida monótona con el paso de los años. Se habría conformado con una caricia suya para mantener la esperanza de que todavía le amaba y un último beso habría sido suficiente para sentirse en el cielo.

Sergi nunca había tenido la virtud de ser detallista. Se consideraba una persona de pocas palabras, práctica y de ir al grano. En su trabajo le había funcionado a la perfección, pero en su relación con Raquel era evidente que esa forma de entender la vida había sido un desastre.

Le atormentaba la idea de que el hombre que le había robado a Raquel tenía suficiente con decirle cuatro palabras amables para tenerla a su lado siempre que lo deseara. Mientras, él, ni mil cartas de amor habrían sido suficientes para hacerla suya ni tan siquiera un instante.

Entraron en la habitación. De camino hacia el hotel, Robert ya le había dejado claras sus intenciones. Sabía la forma de ir cautivando a Raquel poco a poco, desplegando su repertorio con precisión, calculando la secuencia de cada paso hacia el camino de la seducción. Su forma de actuar comportaba misterio, siempre era detallista y nunca dejaba de sorprender. Tenía el arte de dirigir el juego del amor como una orquesta en la que él era el director que coordinaba todos los instrumentos. Él elegía el momento e imprimía el ritmo justo para cada instante.

A Raquel sólo le bastaba dejarse llevar por la música y sentir como todas las cuerdas sonaban con armonía, hasta desembocar en un río de placer infinito.

Cerró la puerta y sin tiempo para más, la abrazó con suavidad y besó sus labios. Sin saber muy bien como, se encontró sumergida entre sus brazos haciendo el amor.

¿Crees que lo que estamos viviendo es amor? –preguntó Raquel después de un largo silencio.

Eso es libertad –afirmó Robert.

Trató de relacionar los títulos de las canciones que no encajaban con el resto. Señales de Humo... Aléjate de Mí... Detrás de Ti... Alexandra.

¿Alexandra? –dijo en voz alta– ¿Alexandra? –repitió de nuevo– ¡Se refiere a Alex! ¿Qué pasa con Alex?

Rápidamente vio todo claro. Las “Señales de Humo” se referían al hecho que Raquel le estaba mandando un mensaje de alerta. “Aléjate de Mí” indicaba un peligro. “Detrás de Ti” significaba que alguien seguía sus pasos que y al final de todo estaba Alex.

¡Joder! Alex no. No puede ser! –protestó incrédulo.

Aquella noche le costó mucho conciliar el sueño sin poder quitarse de la cabeza la imagen de Alex, su supuesto amigo del alma que le estaba traicionando. Además, no podía dejar de pensar en lo que debía hacer para recuperar a la mujer que amaba, ignorando que su Raquel estaba tan sólo a unos centenares de metros en brazos de aquel amante que hacía que perdiera el mundo de vista tantas veces como se lo proponía.

El sol de aquel primer sábado de agosto empezaba a insinuarse por la ventana, anunciando que aquel día tampoco concedería la más mínima tregua a los sufridos habitantes de Cervera. El aroma de café recién hecho flotaba en el ambiente, regalando a Raquel un alegre despertar, mientras por el reproductor de CD de la habitación del Parador, sonaba el «Dream about me» de Moby. Ya había oído antes aquella música y recordó que había sido en el Hotel Arts.

La música expresa sentimientos... –le había dicho Robert en aquella ocasión.

Medio dormida, intuyó su presencia. Abrió los ojos y le vio sentado a su lado mostrándole una bandeja con café, leche, un zumo de naranja, pan con tomate, embutido, un croissant y un pequeño tarro de mermelada de albaricoque.

Le dedicó la primera sonrisa del día, intentando recuperar un aspecto digno después de una larga noche de juegos amorosos.

¿Qué sentimiento te transmite la música que está sonando? –preguntó Raquel–. ¿Recuerdas que un día me hablaste de ella?

¿De verdad quieres saberlo?

¡Desde luego! –contestó mientras se colocaba la bandeja en posición–. Puedes empezar.

Se trata de una historia triste, de un amor imposible... –empezó Robert–. Ella le pide que le diga palabras agradables aunque no sean ciertas y que sueñe con ella. Prefiere que le mienta antes que contarle la verdad. Le pide que sólo piense en ellos y que, aquella noche, se olvide de los otros amores que hay en su vida.

Más que la historia de un amor imposible parece la historia de un engaño.

El engaño forma parte de la propia vida. –afirmó Robert–. Los animales utilizan el engaño para cazar; de otra forma, las especies se habrían extinguido desde hace tiempos. El pescador muestra un gusano exquisito a su víctima, prometiéndole una felicidad que, finalmente, acabará costándole la vida. El engaño está presente en nuestro día a día; aceptar la verdad haría nuestra vida insoportable.

¿Eso es todo? –protestó Raquel–. Yo no soporto las mentiras; en realidad no las he soportado nunca. Prefiero la verdad, por más dura que sea, a vivir en el engaño.

De eso estoy seguro, pero desgraciadamente el mundo funciona de una forma bien distinta. Ahora, lo que realmente cuenta es que tú estás a mi lado y eso supone un regalo de la vida al que no pienso renunciar –replicó Robert tratando de reconducir la situación hacia el terreno que dominaba–. La vida es una explosión de música entre dos silencios y este baile contigo no me lo quiero perder.

Raquel notó que detrás de aquellas palabras se escondía un punto de amargura relacionado con su pasado.

Yo quiero conocer esa parte de tu vida –reclamó Raquel.

Las heridas son recientes y demasiado profundas. Dejemos que el tiempo se encargue de ir curándolas poco a poco.

Raquel no podía imaginar de qué estaba hablando aquel hombre que parecía que nada se le podía resistir y que la vida le sonreía con los brazos abiertos.

Sergi pensó que si Alex trabajaba para aquella organización secreta utilizaría todos los medios a su alcance para conseguir el manuscrito. Había hecho bien, pues, en guardarlo de nuevo en lugar seguro y en esconderse en aquel piso de Cervera, del cual solamente Raquel conocía su ubicación.

Disponía de Internet en el piso, pero iba a nombre del propietario. Por tanto, era casi imposible que pudieran localizarle a menos que cometiera la estupidez de acceder a su e-mail particular, cosa que ni había hecho ni pensaba hacer.

El único motivo que aun tenía para continuar en aquel agujero era que Raquel le ayudara a descubrir las claves escondidas de aquel manuscrito que tanto preocupaba a la organización secreta. Confiaba en haberse encontrado con ella aquel fin de semana y poder intercambiar información, pero eso no había sido posible.

Había llegado el momento de actuar y esto suponía arriesgarse a que todo se fuera a pique, pero prefería jugársela en logar de quedarse de brazos cruzados a la espera de que se produjera un milagro.

En primer lugar, tenía que estar seguro de si realmente Alex actuaba de mala fe, y eso lo averiguaría fácilmente gracias a una trampa.

Segundo, tenía que hablar con Raquel para salir juntos de aquella pesadilla, aunque significara salir de su agujero. Por encima de todo, no estaba dispuesto a dejar a su Raquel en los brazos de un extraño. No mientras aun le quedara un soplo de esperanza.

Raquel asistió a la carrera con Robert. Ella lo hizo como espectadora. Las cervicales ya casi no le molestaban y la medicación estaba haciendo su efecto.

Pasado el tiempo previsto de duración de la prueba, se dirigió hacia la línea de llegada, calculando que Robert sería de los primeros participantes en cruzarla.

A lo lejos se podía ver como los primeros corredores se acercaban a gran velocidad, haciendo previsible que se disputarían el podio con un esprint. Robert no formó parte de aquel primer grupo de deportistas de cuerpos sudados con olor a suavizante. A pesar de hacer una buena carrera no quedó entre los primeros clasificados, pero eso no era lo más importante. Ni siquiera lo comentaron. Había corrido para ella y eso era lo que realmente contaba.

Saliendo de Guissona se dirigían hacia el hotel a una velocidad inhabitualmente lenta, indigna de aquel motor nacido para hacer honor de forma permanente a sus caballos. Robert mantenía la mano izquierda sobre el volante de su Audi TT, mientras con la derecha le acariciaba las cervicales, haciéndole un masaje suave que la iba transportando irremisiblemente hacia el mundo de los sueños.

Quiero ayudarte a encontrar Sergi –dijo Robert de forma repentina–. Hasta que no sepamos que ha ocurrido no podremos decidir libremente que queremos hacer con nuestras vidas.

La policía está trabajando en ello –contestó Raquel, sabiendo que ahora más que nunca era muy importante que Robert se mantuviera a distancia en este asunto–. No sé de qué forma puedes ayudar. Lo mejor es esperar a que la policía lo resuelva. Ya hace tiempo que he llegado a esa conclusión.

No pensabas lo mismo cuando fuiste a Miravet. No confiabas en la policía y estabas segura de que habían pasado algo por alto. Parece que el espíritu de aquella Raquel de hace unas semanas no es el mismo del de la que tengo ahora a mi lado.

Hace unas semanas aun no había hablado con la gente del pueblo ni me había peleado casi a diario con el Cardona de los cojones... –se justificó Raquel, sabiendo que mantener la boca cerrada en cualquier asunto relacionado con el paradero de Sergi era un paso del todo ineludible.

No eres de las que se rinden con facilidad –concluyó Robert–. Cualquier cosa que te ayude a encontrar Sergi, sabes que puedes contar conmigo.

Al día siguiente Raquel estaba de nuevo en Miravet. Era el día del sepelio de Joan después de haberle practicado la autopsia. Fue una ceremonia triste. Tan sólo acudieron sus compañeros de trabajo y algún vecino del pueblo, entre los que reconoció a Núria y a Oscar, el hermano de Jana. A unos metros de distancia, Cardona, impertérrito, mantenía camuflada su mirada inquisidora detrás de unas Ray-Ban clásicas. Al verla, arqueó las cejas, dándole a entender que se había percatado de su presencia.

Tenemos que hablar, Raquel.

Siempre tenemos que hablar, usted y yo. ¿De qué vamos a hablar esta vez? –contestó Raquel irónicamente– ¿Del número de participantes que me he cargado en la carrera?

Tómeselo con mucha calma y suba al coche.

Una vez en el interior del vehículo, el policía arrancó el motor y le dijo en tono conciliador:

¿Le importa que la acompañe a Los Geranios?

Como quiera.

Esté atenta a lo que voy a decirle. En confianza, parece que todo apunta hacia usted y eso es precisamente lo que me ha generado muchas dudas. He hecho mis investigaciones y tengo indicios que me llevan a pensar que hay una trama detrás de todo esto, mayor de lo que usted puede llegar a imaginar.

Y hasta ahora ese imbécil no se ha dado cuenta... –pensó Raquel dedicándole una mirada de reproche recorriendo su figura de la cabeza a los pies.

Si le sirve de algo, creo que usted es inocente. Es cierto que he hecho un seguimiento exhaustivo con usted. Pero me ha sido útil para llegar a esa conclusión.

Pues le ha costado lo suyo –respiró tranquila Raquel–. Entonces, ¿ya no soy sospechosa? ¿Podré regresar a la escuela en setiembre?

Usted sigue siendo sospechosa de cara a la investigación oficial y eso nos ayudará a desviar la atención de lo que realmente nos interesa. Es necesario que los verdaderos culpables así lo piensen. Créame, no hay pruebas en contra de usted; por lo tanto, no hay nada de que preocuparse –añadió para tranquilizarla–. Además, en caso necesario, estoy yo. Quiero desenmascarar a quién esté detrás de la trama y por ese motivo necesito su colaboración. Así pues, ¿puedo contar con usted?

¿No lo he hecho hasta ahora? Por mí parte todo sigue igual.

Bien. A partir de ahora somos socios. De puertas afuera todo seguirá igual. De puertas adentro colaborará conmigo.

Raquel estaba dispuesta a colaborar con él, pero no hasta el punto de explicarle todo lo que sabía, al menos de momento. Sabía que Cardona había seguido sus pasos y que era inútil esconderle según qué cosas. Por lo tanto, colaboraría en todo aquello que ayudara a averiguar el entramado de aquella organización secreta. De Sergi, de momento, no soltaría prenda.

Ahora que ya somos socios –reafirmó Cardona– ¿quiere que empecemos a hablar de algunas cuestiones?

Como usted quiera.

Mire Raquel, en primer lugar hay un personaje en especial del que quiero que me hable: «Jana».

La he visto un par a veces –afirmó Raquel, sabiendo que Cardona estaba al tanto de sus encuentros con ella–. Es historiadora, ha trabajado con Sergi en el castillo y ha tenido algún lío con la policía en relación a una ONG que actúa en Marruecos. Cree que Sergi hizo un hallazgo importante, pero si ella, que estuvo trabajando con él durante dos meses, ¿quién puede saberlo?

¿Le contó Jana algún detalle del supuesto descubrimiento?

Parece que se trata de un documento antiguo de gran valor arqueológico.

¿Sabe donde se encuentra ese documento?

Ni idea. Si es cierto que este documento existe, sólo Sergi debe saberlo. Si está vivo, claro.

Mire Raquel, créame si le digo que Sergi está vivo y que es imprescindible encontrarle antes de que lo haga la organización secreta. Le va la vida en ello. Necesito que me cuente todo lo que recuerde. Sólo hable conmigo, no confíe en nadie más. Nadie quiere decir nadie. ¿Comprende?

Pues sí. Lo tengo claro. Pero ¿quiénes son ellos?

Por el momento, no le conviene saberlo, pero para que se haga una idea, este caso va más allá de nuestras fronteras.

¿Jana tiene algo a ver?

No quiera saber más de lo que debe. Yo hago las preguntas. ¿Llegó a hablar con Joan Capdevila?

No sé si puede decirse hablar, a aquellos intentos inútiles de articular la más mínima palabra. Parecía que quería decirme algo pero no llegué a saberlo jamás. Lo que creo es que Joan era más buena persona de lo que decían.

Y eso, ¿cómo lo sabe usted?

Es intuición. Usted es un hombre y no puede entenderlo.

A Raquel le gustaba decir las cosas claras y a la cara, aunque ahora se encontraba en falso. Aquella situación la había llevado a utilizar el engaño, la mentira y a decir verdades a medias.

Con los únicos con quien había sido sincera era con Joan, que estaba muerto, y con Sergi, que se estaba pudriendo en una habitación de mala muerte, amargado porque ella se había ido con otro. Dicen que los mentirosos tienen que tener muy buena memoria y ella no estaba acostumbrada a mentir; sabía que en cualquier momento la pillarían.

A pesar de todo, estaba convencida de que estaba haciendo lo que debía. Quizás tenía razón Robert cuando decía que el engaño forma parte de la vida misma.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO III

 

 

 

 

 

 

Volvió a leer la copia del manuscrito por enésima vez, sin encontrar un significado coherente.

Los números marcarán el camino... –remarcó.