EL MANUSCRITO DEL TEMPLO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La chica de mirada limpia y clara como una mañana de primavera, tenía razón al insistir en que esa historia debía ver la luz. A partir de ahora, sus personajes permanecerán en la memoria y le dan las gracias por darles vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO I

 

 

 

 

 

 

A Sergi no le había sentado bien aquella última cerveza que en solitario se había tomado en el bar de Pedrola. Hizo un último trago y, de un golpe seco, la dejó sobre la barra dando por finalizada su presencia en el bar.

Para mi gusto, estas almendras que me has puesto están demasiado saladas –se quejó al camarero mientras salía por la puerta–. Y alguna estaba amarga.

El camarero le dirigió una mirada de indiferencia, se encogió de hombros y sin mediar palabra siguió preparando la copa de Magno para la mesa situada junto a la máquina tragaperras.

¡Están cargados de manías, estos de la capital! –murmuró en voz baja mientras lanzaba una mirada de complicidad al único cliente que quedaba en el bar.

Durante unos instantes, Sergi recorrió con la mirada la plaza del Arenal ya casi desierta, iluminada tan sólo por aquellas farolas de luz amarillenta que tan poco le gustaban.

Son para ahuyentar a los mosquitos –le había dicho en una ocasión Marçal, el alguacil.

Sergi se dirigía al castillo. A la altura del molino, junto al río, se detuvo ante un grupo de jóvenes que estaban de cháchara, apurando sus botellines de cerveza antes de irse a sus casas.

¿Qué hora es? –les preguntó.

Las doce y cuarto –contestó el que parecía llevar la voz cantante.

Pues me voy a trabajar un rato. Hoy todavía me quedan cosas por hacer.

¿A estas horas vas a trabajar? Seguro que tienes algún rollito allá arriba –le dijo con sorna dirigiendo la mirada hacia el castillo.

Mi trabajo requiere tranquilidad, paciencia y silencio, y éstas son las únicas horas del día en las que lo tengo todo –respondió molesto por la insinuación.

Tomó el camino que conducía al castillo atravesando el barrio antiguo. A medida que iba avanzando, las voces de la noche se iban haciendo cada vez más presentes. A la altura de la Iglesia Vieja se remojó la cabeza en la fuente. Se acercó hasta la plaza de la Sanaqueta; observó como el río iluminado por la luna discurría lentamente delante de sus pies hasta desaparecer. La vista desde aquel punto le transmitía tranquilidad y el aire fresco que desprendía le evadía del mal trago en el que estaba metido y que en cualquier momento podía caerle encima como una pesada losa.

Desde la distancia, una sombra observaba sus movimientos. Vio como Sergi se sentaba en el suelo apoyándose contra el muro, respirando profundamente. Pasados unos momentos le oyó vomitar y, en aquel momento, no pudo esconder la satisfacción de comprobar que todo funcionaba según el plan previsto.

Sergi trabajaba en el castillo; en realidad podía decirse que casi vivía en él desde hacía dos meses. Como jefe del equipo de arqueología encargado de la restauración de los diferentes espacios, murallas, refectorio y la zona de las caballerizas, se había instalado en un pequeño recinto donde disponía de todo lo necesario para llevar a cabo los trabajos que La Generalitat de Catalunya le había encomendado. La Generalitat le pagaba la estancia y manutención en una casa de turismo rural del pueblo. A pesar de ello, las noches que había dormido allí durante las últimas semanas podían contarse con los dedos de una mano.

Decían las malas lenguas en el pueblo que le habían visto a menudo ir al castillo a aquellas horas de la noche acompañado por Jana, una chica que no medía más de metro sesenta, cabello de media melena y diez años más joven que él, que se había incorporado hacía unos meses en su equipo de trabajo.

Al principio, Sergi regresaba a Barcelona todos los fines de semana para estar con Raquel, su compañera inseparable desde hacía ocho años. Estos viajes se habían ido espaciando últimamente, y Raquel intuía que las cosas no andaban muy bien entre ellos. Aunque Sergi lo negara, había notado que su carácter había cambiado; se había vuelto más reservado y parecía traerse algo entre manos. Después de compartir cama y mesa durante ocho años, hay cosas que no se pueden esconder a una mujer.

Raquel, que era una persona directa y de tocar con los pies en el suelo, tenía fama de tener mal carácter; quizás el hecho de ser la tercera de cuatro hermanos, todos chicos, había ayudado a ello. En el último viaje de Sergi a Barcelona, harta ya de intentar de buenas formas averiguar lo que estaba ocurriendo ya le había advertido:

Sergi, ¿vas a contarme de una vez qué está ocurriendo? ¿o prefieres que montemos un cirio de un par de narices? Sea lo que sea, puedes decírmelo. No hay nada que me moleste más que no saber qué está ocurriendo, por más gordo que sea.

¡Es una cuestión de Estado! –se limitó a contestar– Algún día podré contártelo todo con más detalle, pero ahora, por nuestra seguridad, la tuya y la mía –remarcó– no te conviene saber nada más.

¡Vamos, Sergi, por el amor de Dios! –contestó con incredulidad– ¿En qué siglo crees que estamos viviendo? O tú me la estás pegando con otra o te has fumado algo –concluyó, no sin antes advertirle alzando el tono de voz–. Si me estás poniendo los cuernos ¡te juro por tu madre que saldrás en las portadas de los periódicos!

En realidad, ésta había sido la última conversación que hasta el momento habían mantenido Raquel y Sergi.

Durante los días siguientes, Sergi había intentado llamarla por teléfono sin éxito. Raquel no había contestado a sus llamadas. Tenía la certeza que Sergi le estaba ocultando algo importante y no estaba dispuesta a ponérselo fácil.

Todavía resonaban en su interior sus palabras: «¡Una cuestión de Estado!» –le dijo sin inmutarse– Pero, ¿se cree que me chupo el dedo? La próxima semana me presento en el pueblo y no regreso sin saber qué es lo que ocurre.

A la mañana siguiente, Sergi no se presentó a su trabajo. Tampoco lo hizo al día siguiente, ni tampoco al otro. A menudo iba a Tortosa por cuestiones de trabajo, pero en esta ocasión nadie tenía constancia de ello.

Al tercer día, los compañeros del equipo de arqueología, después de comprobar que Sergi tenía el teléfono móvil permanentemente desconectado, comunicaron su supuesta desaparición tanto a los Mossos de Esquadra como a la Delegación de La Generalitat de Tarragona.

Las primeras investigaciones llevadas a cabo por la policía, con las personas con quienes Sergi había mantenido contacto las últimas horas previas a su desaparición, constataron que no había llegado al castillo aquella noche, puesto que la alarma no había sido desconectada.

El informe fijó la hora de su presunta desaparición entre las doce y media y la una de la madrugada.

Sonó el timbre de la puerta.

Raquel observó por la mirilla de su casa del Barrio del Eixample de Barcelona antes de abrir la puerta; lo hacía por costumbre desde que hacía un tiempo tenía la sensación que alguien la seguía. Al otro lado de la puerta, dos miembros de la policía de Catalunya, los Mossos de Esquadra, permanecían a la espera con cara de circunstancias. Abrió la puerta presagiando que la presencia de aquellos dos personajes uniformados no podía traer nada bueno.

¿Es éste el domicilio de Sergi Muntades?

Sergi vive entre aquí y las excavaciones arqueológicas de Miravet, en las Tierras del Ebro. Ocurre algo?

Entonces, usted debe ser la señorita Raquel Laguàrdia.

Puede llamarme Raquel Laguàrdia a secas. Pero ¿pueden decirme de una vez qué ocurre?

Sentimos traerle malas noticias señorita Laguàrdia. Raquel Laguàrdia –rectificó rápidamente el policía–. El señor Sergi Muntades ha desaparecido.

¿Que Sergi ha desaparecido? ¿Qué significa, que ha desaparecido? ¿Que no le encuentran? ¿Que le ha ocurrido algo? Pero ¿qué significa esto? –preguntó Raquel.

De momento, tranquilícese, señora Laguàrdia –intervino el policía en tono conciliador pero añadiendo con autoridad– Todas las hipótesis están abiertas. Desde el suicidio, un accidente, un secuestro, incluso podría tratarse de un homicidio.

¿Un homicidio? ¡Venga, hombre! –Ironizó Raquel, con cara de incredulidad– ¿Quién querría hacer daño a Sergi?

Sabemos que hace unos días usted y el Sr. Muntades tuvieron una fuerte discusión. Así lo afirman algunos de sus vecinos –concluyó el policía que hasta entonces había llevado el peso de la conversación–. Incluso tenemos constancia de que hubieron serias amenazas por su parte.

¿Me están acusando de algo? –dijo con aquel tono que, en ocasiones, tanto incordiaba a Sergi.

Por el momento no la estamos acusando de nada, pero no salga de Barcelona sin comunicarlo antes a la policía. Para cualquier cosa con la que pueda ayudar en la investigación, llame a este número –dijo el policía mientras le alargaba una tarjeta–. Es el número de la comisaría de Mora de Ebro. Pregunte por el subinspector Cardona, que es quien lleva el caso.

Acto seguido, los policías se despidieron con el saludo reglamentario. Raquel no cerró la puerta del todo hasta que escuchó el golpe característico del portal de la entrada del edificio. Se dejó caer sobre aquel sofá que había compartido infinidad de veces con Sergi, viendo la tele medio adormecida y, sin acabar de creerse lo que le estaba ocurriendo, empezó a comprender sus palabras:

Por tu seguridad y la mía –le había advertido.

Tenía un sentimiento confuso, una mezcla de rabia y culpabilidad, y no entendía como ella, que se consideraba una honrada profesora de la ESO de una escuela pública del Barrio del Raval, de repente alguien pudiera creerla capaz de hacer daño a otra persona, y mucho menos a Sergi.

Su primera reacción fue la de llamar a alguna de sus amigas, pero finalmente no lo hizo. Eran maestras, como ella; sabía que estaban de vacaciones y no quería arruinarles el día.

Aquella noche se le estaba haciendo muy larga, por todo lo que le estaba pasando, por lo que podía haberle ocurrido a Sergi, por el calor húmedo de los veranos en Barcelona y porque podían acusarla de homicidio.

No me lo puedo creer –se lamentaba de madrugada sentada junto a la mesa de la cocina, mientras con la cucharilla removía su ración diaria de cereales en un vaso de leche de soja fría de la nevera.

Raquel era deportista y un par de veces por semana salía a correr para mantener en forma aquel cuerpo esbelto que Dios, con su generosidad, le había concedido. Cuando, en alguna ocasión, ella y Sergi habían discutido o simplemente cuando estaba preocupada por temas de la escuela, también lo solucionaba corriendo y eso era precisamente lo que iba a hacer en aquel momento. El mero hecho de correr de cuatro a cinco kilómetros por la ciudad la mantenía en forma, y ahora más que nunca le ayudaría a mantener la cabeza fría para aclarar las ideas.

Se vistió con las mallas piratas y una camiseta negra que se había comprado en Decathlon. Se calzó las zapatillas deportivas minimalistas y, después de recogerse el pelo con una pinza, bajó las escaleras de tres en tres hasta salir a la calle.

El camión cisterna del ayuntamiento, que regaba la calle en aquel momento, llamó momentáneamente su atención. Hizo una inspiración profunda y el olor de la calle mojada le llenó los pulmones con una sensación de bienestar.

Bajó corriendo a su ritmo por el Paseo de Gracia hasta la Plaça de Catalunya. Al final de la Rambla se empezaban a insinuar las primeras luces del día. Giró a la izquierda por la acera de El Corte Inglés hasta la Plaça Urquinaona y de allí continuó en dirección al mar por la Via Laietana. Al pasar al lado de la Comisaría a la altura de la calle Condal, le pareció que todo el cuerpo de policía la estaría observando, pendiente de cualquier movimiento que pudiera implicarla en algún imaginario hecho delictivo. De vez en cuando volvía la vista atrás para cerciorarse de que nadie la seguía. Se juró en su interior que la próxima vez cambiaría de ruta.

Al llegar a la catedral giró a la derecha para continuar por aquellas calles y callejones que ella tan bien conocía. Los bares y las pastelerías ya habían levantado sus puertas y el olor a café y a croissant recién hecho estaban presentes en el ambiente. Se secó el sudor de la frente con la muñequera, continuó hasta la Plaça de Catalunya y desde allí volvió directa hacia su casa.

Veintisiete minutos, treinta y dos segundos –constató mientras paraba el cronómetro en el portal de entrada del edificio de su casa.

Después de realizar unos breves ejercicios respiratorios siguió la tabla de estiramientos correspondientes ayudándose de los peldaños y de la barandilla de la escalera. Cuando consideró que ya era suficiente subió las escaleras hasta su piso en busca de una ducha reparadora.

Eran los primeros días de julio. Raquel acababa de iniciar su periodo de vacaciones y hasta la última semana de agosto no le esperaban de nuevo en la escuela. Tenía dos meses por delante y tenía muy claro que no podía quedarse de manos cruzadas ante aquella situación.

No estaba dispuesta a permanecer inmóvil junto al teléfono a la espera de una llamada que pusiera punto y final a aquella inesperada historia.

Te encontraré Sergi –reflexionó en voz baja mientras se secaba el pelo todavía húmedo con una toalla que le había bordado su madre–. No sé si me estás engañando o de verdad te ha ocurrido algo peor, pero en cualquier caso lo averiguaré –concluyó inmersa en un mar de dudas.

A media tarde, Raquel mostró su interés por una camiseta de tejido inteligente a un comercial de la sección de ropa deportiva. Mientras el vendedor se esmeraba por mostrar las novedades que aportaba este tipo de material, Raquel observaba disimuladamente, de reojo, a su alrededor, intentando averiguar si alguno de los supuestos clientes que se encontraban en aquella sección de El Corte Inglés era alguno de los policías que el día anterior habían acudido a su casa a comunicarle la desaparición de Sergi.

A pesar de que quería mantener el control de la situación, era evidente que Raquel estaba descentrada y que todo le estaba afectando más de lo que podía imaginar.

Gracias, muy amable por sus explicaciones, pero de momento creo que seguiré con mis camisetas de siempre –resolvió Raquel con una amplia sonrisa de oreja a oreja.

El vendedor, sorprendido por aquella decisión inesperada y disimulando la decepción por la pérdida de una posible venta, reaccionó con una formalidad:

Cualquier cosa que necesite ya sabe dónde encontrarnos –fue la respuesta mientras empezaba a recoger aquel montón de camisetas de todos los colores.

¿Te interesa la ropa deportiva? –oyó que le decía una voz a su izquierda. Raquel giró la cabeza y se encontró con un hombre joven, de unos treinta y cinco años, buen porte, pelo corto y aspecto de deportista. El hombre tenía puesta la atención en un expositor, las perchas del cual iba pasando con la mano derecha entreteniéndose de vez en cuando en alguno de los artículos, como si realmente estuviera interesado en alguno de ellos.

¿Nos conocemos de algo? –reaccionó rápidamente.

En realidad no lo creo. Si nos hubiéramos visto antes seguramente te recordaría. He visto que te interesabas por el tejido inteligente y eso me ha llamado la atención.

¿Qué tiene de especial que una mujer se interese por una camiseta de tejido inteligente? –le preguntó Raquel tratando de ponerle en un compromiso.

Bueno, en realidad, hace un tiempo colaboré con la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona en un proyecto sobre un tejido inteligente capaz de diagnosticar el estado de salud de las personas.

Pues como el proyecto salga adelante, ya veo a la mitad de los médicos de la Seguridad Social haciendo cola en las oficinas de INEM –dijo Raquel para quitar presión a aquellas últimas veinticuatro horas que le estaban cambiando la vida.

El desconocido, con una sonrisa franca, le respondió:

Espero no ser yo el responsable si eso ocurre. Me llamo Robert Codina –añadió alargando la mano– y si me lo permites, te diré que hoy he tenido un día de perros. Me han despedido del trabajo.

Pues mira, ¡ya somos dos! Raquel Laguàrdia –contestó en un impulso irresistible de sinceridad.

¿También te has quedado sin trabajo? –se apresuró a preguntar Robert.

¡Peor que eso! Pero sería muy largo de contar y ahora no me apetece hablar de ello –reaccionó viendo que estaba mostrando demasiada confianza a un desconocido.

¿Quizás otro día? –insistió Robert.

Quizás…

A continuación siguió revolviendo la ropa de las perchas como si realmente estuviera buscando algún artículo en concreto.

Si visitas a menudo esta sección quizás nos veremos en alguna otra ocasión –insistió Robert en un último intento de coincidir de nuevo con ella.

Lo que busco sólo puedo conseguirlo en Decathlon. Si no lo encuentro, mañana regreso aquí de nuevo. He visto una pieza que ya me encaja –respondió Raquel para quitárselo de encima.

Al día siguiente Raquel tenía claro que se iba a Miravet. Quizás hablando con los compañeros de trabajo de Sergi podría hacerse una idea más clara de lo que podía haberle ocurrido.

No fue al Decathlon, ni tampoco a la sección de ropa deportiva de El Corte Inglés. Al fin y al cabo, no había sido más que una excusa per librarse del tal Robert, aunque en el fondo no parecía mala persona. Ahora tenía la mente centrada en saber qué le había ocurrido a Sergi, y ésa era su única preocupación.

Dio un repaso a la maleta para asegurarse de que no había olvidado nada para pasar dos semanas fuera. Se dio cuenta de que le harían falta algunos calcetines y unas camisetas que había visto el día anterior. Pasaría un momento de nuevo por El Corte Inglés y asunto concluido.

Recordó las palabras de los policías que unos días antes le habían comunicado la desaparición de Sergi:

No salga de Barcelona sin antes comunicarlo a la policía –anunció solemnemente alzando el dedo índice intentando imitar una voz de hombre.

El teléfono sonó dos veces; a la tercera, una voz en un tono muy correcto contestó:

Policía Nacional de Catalunya, buenas tardes ¿en qué puedo ayudar?

 

Buenas tardes, me llamo Raquel Laguàrdia y quiero hablar con el subinspector Cardona.

Justo comenzaba a sonar por el auricular la música de cortesía cuando ya le habían pasado la llamada.

Soy la compañera del arqueólogo del Castillo de Miravet, Sergi Muntades...

Ya sé quién es –interrumpió una voz al otro lado del teléfono en un tono seco que no le inspiró mucha confianza–. Soy el subinspector Cardona.

Sólo quiero comunicarle que me voy unos días al pueblo de Miravet.

Y ¿cuáles son los motivos que la mueven a hacer semejante excursión?

Pues mire usted, subinspector Cardona –respondió Raquel sintiéndose ofendida por la desconfianza–. He pasado muy buenos momentos junto a Sergi las veces que hemos ido a Miravet y ahora me apetece volver. Además, a la policía se le puede haber pasado por alto algún detalle.

¿Hay alguna información que nos esté ocultando? –se apresuró a preguntar el policía.

¡Ni le oculto, ni dejo de ocultarle nada! –respondió con contundencia Raquel– Así pues, ¿hay algún inconveniente en que me desplace unos días a Miravet?

Inconveniente no veo ninguno, Raquel Laguàrdia –afirmó el subinspector– pero le recuerdo que usted está en una lista de posibles sospechosos y que cualquier cosa que haga, puede perjudicarle más que no ir en beneficio propio. Por otro lado, le aconsejo, por su se-gu-ri-dad –recalcó– que no se meta allí donde no la llaman y deje que la policía haga tranquilamente su trabajo. Si, a pesar de mis recomendaciones, sigue con la idea de pasar unos días en Miravet, ¡usted sabrá lo que hace! En cualquier caso, debe comunicarme el domicilio donde va a alojarse y los números de teléfono fijo y móvil para que podamos localizarla en caso necesario.

Aquellas palabras sonaron a Raquel más como una amenaza que como una recomendación, pero a pesar de todo contestó con ironía:

En cualquier caso, me voy a Miravet tal y como he decidido. No querrá usted que ahora deshaga de nuevo la maleta. ¡Con el trabajo que me ha costado hacerla!

Dio su número de teléfono móvil. También dio a conocer su intención de alojarse en la casa rural donde lo hacía Sergi. Los Geranios, situada en la calle Barranc de Pol nº18, entre otras cosas porque la estancia, de momento, la seguía pagando La Generalitat de Catalunya.

Una última recomendación, Raquel Laguàrdia. Cualquier cambio en relación a la conversación que acabamos de mantener, me lo comunica inmediatamente.

A continuación, se dirigió a El Corte Inglés a buscar lo que le hacía falta para ir a Miravet.

Otra vez, por mi seguridad. ¡Yo no he hecho nada! –Se repetía una y otra vez.

El vendedor que la había atendido dos días antes la reconoció, se le acercó y muy amablemente preguntó:

¿Puedo ayudarla en algo? ¿Quizás necesita saber algo más sobre las camisetas de tejido inteligente?

Pues, por el momento no. Necesito unos calcetines deportivos y unas camisetas de las de siempre.

Permítame que le diga que la diferencia de precio no es tanta si tenemos en cuenta las posibilidades que le ofrece este producto –insistió el vendedor.

Está claro, pero en tiempos de crisis, todos los detalles cuentan –concluyó Raquel.

Después de comprar lo que necesitaba se dirigió al bar restaurante de la octava planta para tomar un café. Pagó el euro con veinte que le pidió el camarero por aquel descafeinado de máquina con un cubito de hielo. Levantó la mirada buscando una mesa libre cerca de la ventana. Al fondo había una. Se sentó observando como el hielo se iba derritiendo al remover el café con la cucharilla. Miró por la ventana. La vista de la Plaça de Catalunya desde aquella altura le daba una perspectiva distinta de la habitual. Se acercó el café a los labios y, de repente, vio a Robert tomando una caña de cerveza sentado en una mesa cerca de la suya. Miró hacia otro lado simulando que no le había visto.

Pasados unos minutos, reconoció aquella voz a su lado:

¿Puedo sentarme?

Sí, claro –respondió con cara de sorpresa como si no hubiera advertido su presencia.

Espero que hoy te sientas mejor que el otro día. ¿Encontraste lo que buscabas en Decathlon?

Al final no fui y, sí, realmente estoy mejor.

Estabas preocupada. Una cosa peor que quedarse sin trabajo, hoy en día, debe de ser algo preocupante.

Mira, para explicarlo en pocas palabras, mi compañero, Sergi, ha desaparecido. Es el jefe del equipo de arqueólogos encargado de restaurar una parte del castillo de Miravet y la policía piensa que yo tengo algo que ver.

¿Y en qué se basa la policía?

Resulta que unos vecinos nos oyeron discutir unos días antes de su desaparición y para ellos, eso ya es motivo suficiente de sospecha.

Esto no se aguanta por ninguna parte –sentenció Robert–. Todas las parejas discuten alguna vez. ¿Hay alguna evidencia que te relacione con su desaparición?

¡Por supuesto que no!

Así pues, ¿todas las investigaciones de la policía se basan en unos vecinos que os oyeron discutir?

La policía baraja también la posibilidad de un accidente, de un homicidio e incluso de un secuestro.

De momento, no es necesario pensar en eso. Si se tratara de cualquiera de esas suposiciones, seguramente ya tendrían noticias…tu compañero está metido en política, o pertenece a alguna asociación o sindicato, a algún grupo...?

Pertenece a la Associació d’Arqueòlegs de Catalunya y él dice que es de Esquerra Republicana, pero al final, siempre acaba votando a Convergència i Unió.

A mí me da la impresión que tu compañero, por algún motivo, se ha ido…aparecerá en cualquier momento.

¡Hombre! Eso sí que me tranquiliza –advirtió con ironía–. ¿Me dices que Sergi ha pasado de mí y todavía quieres que me tranquilice?

De todas las hipótesis posibles, estarás de acuerdo conmigo en que ésta es la más probable y al mismo tiempo la menos mala de todas.

Robert iba rebatiendo y desmontando, uno por uno, todos los miedos que en aquel momento preocupaban a Raquel con una seguridad y firmeza que le daba la tranquilidad que necesitaba y que hacía muchos días echaba de menos.

Quizás tengas razón, pero de igual forma mañana me voy a Miravet –afirmó Raquel tras unos momentos de reflexión–. Tengo la necesidad de saber algo más, de esta historia, antes de decidir qué debo hacer con mi vida a partir de ahora.

Ya te dije que he trabajado en la Universidad Rovira y Virgili y que tengo amigos en Tarragona relacionados con el mundo de la arqueología, y estoy seguro que a través de ellos te puedo ayudar. Te dejo mi número de móvil y tú me puedes dejar el tuyo. Para cualquier cosa nos llamamos.

Se intercambiaron los números de móvil y siguieron hablando de otros temas que no tenían nada que ver con lo hablado aquella tarde. Robert le aseguró que era aficionado a las carreras de montaña y que en una ocasión había participado en una triatlón. Raquel le explicó que era profesora de la ESO en el Barrio del Raval y que el próximo curso tendría chicos de quince a dieciséis años.

Se quejaron de la crisis económica, de los bancos, de los políticos, de los recortes; eso según le había contado Robert, le había llevado a engordar las listas del paro y a Raquel le comportaría una rebaja de sueldo, más horas de trabajo y más alumnos por clase.

Bajaron juntos las escaleras mecánicas y se prometieron que se llamarían por teléfono.

A la salida se despidieron. Raquel salió en dirección al Passeig de Gràcia; después de recorrer unos pasos volvió la vista atrás y vio como Robert todavía la seguía con la mirada. Él le dedicó un último adiós levantando la mano y a continuación se mezcló entre la multitud que paseaba por las Ramblas.

El Seat Ibiza de color blanco pasaba desapercibido entre el resto de vehículos que circulaban por la AP-7 en dirección a Tarragona. A la altura del peaje de Martorell el aparato de música reproducía «Cometas en el Cielo» de la Oreja de Van Gogh, una canción de uno de los CD que de vez en cuando Sergi grababa a Raquel con música que se bajaba de Internet.

Sergi siempre sabe elegir la música que me gusta a cada momento –recordaba Raquel, mientras tarareaba la canción acompañando el ritmo de la música golpeando suavemente el volante con los dedos de la mano derecha.

Cada CD de Sergi tenía una canción distinta de las demás. Cualquier crítico musical la habría calificado como un error del autor, ya que la pieza no encajaba musicalmente en el conjunto de canciones. Pero Raquel sabía que aquella canción estaba precisamente dedicada a ella. Lo hacía, según le había contado Sergi, para que cuando la escuchara, recordara que la había gravado pensando en ella.

Dejó la autopista a la salida de Reus y tomó la T-11 en dirección a Mora de Ebro. Pasaban unos minutos de las doce del mediodía cuando empezaba a divisarse a lo lejos el castillo de Miravet en la cumbre de un cerro. Los campos de melocotoneros cargados de fruta flanqueaban ambos lados de la carretera que llevaría a Raquel a aquel pueblecito de la Ribera d’Ebre, de no más de seiscientos habitantes, que podía marcar su destino en los próximos días.

Los 29ºC de temperatura que marcaban los termómetros cuando las primeras casas del Raval dels Alfarers aparecían ante su atenta mirada, presagiaban un día que solamente podría resistirse buscando la sombra y bebiendo la cantidad de líquido suficiente para evitar la deshidratación.

Entró en el pueblo, pasó por delante de la carnicería, situada a mano derecha y antes de tomar el camino del castillo, dejó el coche aparcado junto al transformador, al lado de la casa rural Los Geranios, a fin de asegurarse el alojamiento.

¡Buenos días! –dijo Raquel mientras cruzaba la entrada por una gran puerta de madera que estaba entreabierta.

¡Ya voy! –contestaron desde el interior– Puede pasar al interior. En la calle hace un calor que no se puede resistir.

Raquel entró. Ya conocía aquella casa. Algún fin de semana se habían cambiado los papeles; en lugar de ir Sergi a Barcelona, había sido Raquel quien se había desplazado hasta el pueblo; lo hacían de vez en cuando para romper la monotonía y porque Raquel, a menudo, tenía la necesidad de salir de la gran ciudad en busca de un lugar tranquilo, lejos de las aglomeraciones, del humo y de ir a la carrera a todas partes, donde la gente se saludaba por la calle y el hecho de ir a comprar se convertía en un acontecimiento social.

Perdone que le haya hecho esperar –irrumpió en la salita de entrada una chica que a Raquel se le antojó de una edad parecida a la suya–. Me llamo Núria y me encargo de la casa. ¿En qué puedo ayudarla?

Soy Raquel Laguàrdia, ya nos conocemos.

Usted es la mujer... la compañera... bien, la pareja del señor Muntades –afirmó, como si su presencia en aquel momento le incomodara–. Me sabe mal lo ocurrido. Queríamos mucho a su... siempre tan atento, muy trabajador, siempre dispuesto a ayudar... en fin, que se haya marchado sin avisar nos ha sorprendido a todos. Bien, eso de marcharse, es lo que se dice en el pueblo.

Pues mire, yo no estoy tan segura de tantos chismes y habladurías –contestó harta de sentirse una mujer engañada–. ¿Sigue libre la habitación de Sergi?

Y pagada hasta fin de mes.

Así no tendrá inconveniente en que yo ocupe la habitación durante este tiempo, teniendo en cuenta que soy la, digamos... pareja del señor Muntades.

Al contrario, estaré muy contenta de tenerla como huésped. Sólo debo advertirle que quizás encuentre la habitación un poco revuelta. La policía ha estado aquí en un par de ocasiones.

¿Sabe si han encontrado algo?

¡Y yo que sé! Esa gente no cuenta nada. Sólo buenos días y hasta luego. También me preguntaron si últimamente había notado algún comportamiento extraño, algún cambio de hábitos, alguna pelea, si había recibido alguna visita especial...

¿Recibió alguna visita especial? –se apresuró a preguntar Raquel.

Aparte de los que trabajan en el castillo, creo que no.

Pues si no le importa, dejo mis cosas y me doy una ducha.

Encontrará toallas limpias colgadas detrás de la puerta. Seguro que ha pasado mucho calor; ¿le apetece que le prepare algo de beber?

Un champú –contestó Raquel–. Que esté bien frío. Por cierto, si vamos a pasar unos días juntas, no te importa que nos tratemos de tú, ¿verdad?

Me parece bien.

Al salir de la ducha Raquel se encontró una jarra de cerveza con refresco de limón encima de la mesilla de noche tal y como había pedido. Se sentó en la cama, cogió la jarra, se la pasó por la frente y por el cuello un par a veces para notar su frescor, y se la fue bebiendo a pequeños sorbos– Eso sí es vida.

Raquel comió algo, esperó que bajara un poco el sol y alrededor de las seis de la tarde recorrió los poco menos de dos kilómetros que separaban la casa rural del castillo.

Buenas tardes, soy Raquel Laguàrdia, la compañera de Sergi Muntades –se identificó ante la persona que estaba en la taquilla–. ¿Sigue trabajando aquí Joan Capdevila?

Sí, es el nuevo jefe de arqueología. Debe de estar por ahí, puedes pasar; tú misma, yo no puedo dejar esto solo.

A Raquel no le costó mucho encontrar a Joan. El equipo de arqueólogos estaba a punto de finalizar su jornada laboral y se disponía a abandonar el castillo. Se conocieron en una ocasión en que había coincidido con Sergi en Barcelona.

Hola Joan, ¿te acuerdas de mí? Soy la compañera de Sergi. Nos conocimos hace un tiempo, en Barcelona.

¡Claro que te recuerdo! Eres la chica de las carreras de montaña. Debes estar hecha polvo con todo este lío…

Bueno, más que hecha polvo, estoy expectante por saber qué le ha podido ocurrir a Sergi.

Mira Raquel –le dijo mientras se iban juntos a un lugar más tranquilo lejos del resto del equipo–. Los hechos son los que son. Desde que Jana se incorporó al grupo hace casi un par de meses, Sergi no ha sido el mismo. No sabemos ni quién es Jana, ni quien la envía, ni qué pinta aquí. Sergi se lo montó a su aire, a menudo venían los dos solos a las excavaciones, por la noche. ¿Quieres que te lo diga más claro? De Sergi no sabemos nada desde hace muchos días, y a Jana la vieron por última vez una semana antes de la desaparición de Sergi. Yo no sé qué piensas de esta historia, pero a mí me parece que no hay que ser demasiado listo para imaginarse que, y perdona mi franqueza si te digo que los dos deben de estar revolcándose en algún lugar, quien sabe dónde.

A Raquel se le hacía difícil rebatir la evidencia que tan crudamente le había expuesto Joan, pero todavía le quedó orgullo para contestarle:

Quizás tengas toda la razón del mundo, pero Sergi habría dado señales de vida o, al menos, estoy segura que habría tenido la decencia de llamarme y decirme: «”Raquel, he conocido a otra persona; me voy, perdóname por el mal que te he hecho”». Yo qué sé...

Raquel estaba haciendo un gran esfuerzo para evitar que le saltaran las lágrimas. Se agarraría a un clavo ardiendo antes de admitir que los últimos ocho años de su vida se iban al traste por momentos.

Si quieres un consejo de amigo –le dijo Joan como un juez que dicta sentencia– olvídate de él. En el pueblo, estos asuntos acaban convirtiendo a la víctima en el hazmerreír de todos.

Gracias por los consejos, Joan, pero de Sergi, me olvidaré cuando yo quiera, y si alguien cree que puede convertirme en el hazmerreír del pueblo, ¡va muy equivocado!

Como tú quieras. ¿Vas hacia el pueblo? Yo voy en coche; si quieres te acompaño.

Gracias, pero regresaré andando. Necesito aire fresco.

Mientras Raquel regresaba al pueblo por el camino del castillo, iba reflexionando sobre lo que le había contado Joan:

Seguramente debe tener razón Joan y probablemente, Sergi se haya largado con esta tal Jana. Si es así, ¿cómo es que no me ha llamado para decírmelo? Ocho años juntos merecen un respeto y, ¿cómo es que la policía no sabe nada de ellos? Posiblemente deben de estar esperando tener noticias del paradero de Sergi para dar una versión oficial de los hechos.

Raquel estaba hecha un mar de dudas.

Por tu seguridad y la mía vale más que no sepas nada –le había dicho Sergi la última vez que habían hablado.

Aquella noche, se fue a la plaza del Arenal a tomarse una cerveza en el Bar de Pedrola. El aire fresco procedente del río mitigaba el calor pegajoso que se respiraba en un ambiente dominado por el bochorno de aquella noche de verano, mientras las farolas de luz amarillenta mantenían alejados los insectos del personal que tomaba el fresco en las terrazas.

A aquellas horas, la mayoría de los habitantes ya estaban enterados de su presencia en el pueblo, y Raquel estaba al quite por si tenía que contestar a quien osara hacerle algún comentario desagradable sobre ella o Sergi.

En la mesa de enfrente, un grupo de jóvenes de entre veinte y veinticinco años hablaban de cosas intrascendentes mientras uno de ellos no le quitaba la vista de encima.

Raquel estaba acostumbrada a atraer las miradas indiscretas de los hombres. Era consciente de su poder seductor a pesar de aquel carácter brusco que a veces le afloraba, pero en aquellos momentos no estaba por la labor.

Chaval, contigo no tengo ni para empezar –pensó mientras disfrutaba con calma de su cerveza.

Los chicos de la mesa de enfrente pidieron la cuenta y empezaron a levantarse de sus sillas. El último en hacerlo fue su supuesto admirador. Al levantarse se agachó, recogió algo del suelo y se lo puso encima de la mesa.

Perdone, esto estaba en el suelo, quizás se le ha caído –dijo mientras ponía un papel doblado por la mitad sobre la mesa.

Raquel no estaba para mensajes en aquel momento y estuvo a punto de hacerlo pedazos sin mirar siquiera de qué se trataba, pero pudo más su curiosidad.

 

«Si quiere saber más sobre Sergi Muntades, mañana a las 12:00 en Tarragona, en el vestíbulo del Imperial Tarraco. Yo puedo ayudarla».

 

El bochorno seguía reinando en aquella noche de verano. Lo primero que pensó Raquel antes de acostarse fue que debía desconfiar de aquel chaval que no había parado de asediarla con la mirada en la plaza. Sin embargo, era la única oportunidad que tenía para saber algo de Sergi y no estaba dispuesta a renunciar a ella.

Al día siguiente por la mañana, a las ocho, ya estaba en pie. Se dio una ducha, se arregló y a continuación bajó a desayunar.

Núria le había dicho el día anterior que encontraría preparado un termo de café. Que había leche en la nevera y que el azúcar estaba en el armario justo al lado del microondas. También encontró una caja de pastissets de Rasquera encima de la mesa.

A continuación, se dispuso a acudir a una cita tan insólita como inesperada, con la incerteza de saber qué podría dar de sí.

Eran las doce menos cuarto cuando Raquel salió del aparcamiento de la Rambla Nueva. Instintivamente, miró a uno y otro lado tratando de evitar encontrarse de cara con algún policía, aunque sabía que, ciertamente, si había alguno, estaría alejado de su vista.

Se dirigió hacia el hotel y se sentó en una de las mesas del hall, mientras observaba cada uno de los rincones que tenía a su alcance.

Puntualmente, a las doce, apareció el chico que la noche anterior la había citado en aquel lugar.

Ha venido usted. Gracias por hacerlo.

Así que eres tú. Mira chico, estoy impaciente por saber de qué va la historia –dijo, utilizando aquel punto de ironía que en tantas ocasiones le había ayudado a mantener el control de las discusiones–. ¿Puedo saber el motivo de esa excursión de cincuenta kilómetros al precio que va la gasolina?

En primer lugar, debo decirle que si vamos a continuar esta conversación, tiene que asegurarme que nada de lo que hablemos a partir de ahora lo comentará con nadie. Nada quiere decir ¡nada! Y nadie, quiere decir ¡nadie!

Si no hay más remedio... –aceptó Raquel mientras cruzaba los dedos con disimulo.

Entonces, preste atención –dijo el chico bajando el tono de voz y dando un aire de misterio al momento–. Me llamo Oscar y soy el hermano de Jana –dijo el chico, como si pidiera disculpas por su condición de hermano de quien supuestamente le estaba destrozando la vida.

¿De Jana? ¿Te refieres a la compañera que...?

Que se supone ha huido con Sergi –interrumpió, completando la frase inacabada–. Yo también estoy preocupado por mi hermana. Jana no es de estas chicas que se enrollan con el primero que encuentran.

¿Qué me estás diciendo? ¿Que Sergi es un don nadie?

No, no es eso, Jana es una buena persona –prosiguió Oscar–. Desde 2008 es cooperante de una ONG que trabaja en el Sáhara Occidental, con miembros del Frente Polisario, y también es una de las activistas que estuvo acampada en la Plaza de Catalunya con el movimiento 15M. En 2011, cuando regresaba de Marruecos de uno de sus viajes con la ONG, fue detenida en el Aeropuerto del Prat por la policía como sospechosa de haber estado en contacto con una de las ramas más radicales de Al Qaeda.

Tiene un buen currículum tu hermana –exclamó Raquel–. ¿Jana en contacto con terroristas?

Bien, en realidad la dejaron libre por falta de pruebas, pero ella siempre reconoció que desde entonces se siente vigilada.

A Raquel le dio un vuelco el corazón al escuchar aquellas palabras, puesto que aquella sensación de sentirse observada también la había tenido últimamente, y se preguntaba si podía tener alguna relación con ella.

¿Qué relación tienes actualmente con tu hermana?

Nuestros padres están separados desde hace años. Yo vivo en Miravet con mi madre y Jana vive en Barcelona con mi padre. Nuestra relación ha sido muy esporádica exceptuando los últimos meses, en los que Jana se trasladó al pueblo. Según me dijo, porque le había salido un trabajo interesante en el castillo.

Y ¿a qué se dedica tu hermana, además de ir por el mundo ayudando la gente?

Es historiadora –fue la respuesta de Oscar dando a entender que su presencia en el castillo estaba justificada.

Y tú, que vives el día a día en el pueblo, ¿qué piensas de la relación entre Sergi y Jana?

Me sabe mal decirlo por lo que usted pueda pensar, pero se los veía muy compenetrados.

Es decir, que según tú ¡estaban enrollados!

Me refería a que estaban compenetrados en el trabajo. En otras cuestiones no sabría decirle.

Así pues, me decías en tu nota que podías ayudarme. ¿En qué consiste esa ayuda?

Usted y yo tenemos un problema común. He tenido la confianza suficiente como para explicarle una parte de la vida de Jana que la gente del pueblo no conoce, pero que creo que usted tiene todo el derecho de saber. Deseo que tanto Sergi como mi hermana estén bien, pero no creo que la policía nos informe del rumbo que vayan tomando sus investigaciones. Por tanto, si tengo alguna noticia yo se lo cuento y a cambio le pido que haga usted lo mismo conmigo.

Por mí parte ningún problema –aceptó Raquel–. ¿Cómo te localizo en caso necesario?

Acostumbro a tomarme una cerveza en la Plaza del Arenal todos los días, a la misma hora que ayer.

Se despidieron y, pasados unos minutos, Raquel salió al exterior. En la calle, todo parecía normal. Había gente paseando por la Rambla, mientras algunos turistas disfrutaban de las vistas desde el mirador al Mediterráneo y ni rastro de la policía.

De regreso a Miravet, Raquel reflexionaba sobre la explicación que podía tener el silencio por parte de la policía.

–Es cierto que el pasado de Jana da una dimensión distinta a este asunto y es normal que la policía quiera asegurarse de todo lo relacionado con los musulmanes radicales. Que Oscar quiera ayudar a su hermana, es la cosa más normal del mundo. Que prefiera compartir la información conmigo antes que con la policía, incluso lo encuentro lógico; él mismo ha contado el porqué, y que no quiera que la gente sepa que detuvieron a su hermana también es comprensible.

Aquella mañana Raquel decidió salir a correr, se calzó unas deportivas minimalistas; tenía la sensación de correr descalza y con ellas se sentía muy cómoda.

Salió de Los Geranios en dirección al centro del pueblo. Al llegar a la calle de las Flores, el camino que antiguamente llevaba al pueblo del Pinell de Brai, giró a la izquierda y fue siguiendo aquel camino cuesta arriba durante unos dos kilómetros.

Al final de la cuesta aparecieron ante su mirada unos extensos campos de cultivo. Siguió por un caminito a la derecha que conducía hasta la cima de un cerro, donde todavía podían observarse los restos de nidos de ametralladoras de la guerra civil. Se detuvo a descansar e intentó imaginar las escenas que ocurrieron en aquel mismo lugar ochenta años atrás.

Unos, subiendo por la montaña intentando avanzar, y otros esperándoles desde aquellas posiciones para evitarlo –pensó mientras trataba de alcanzar con la mirada todo el espacio que se ofrecía delante suyo–. Quizás algunos de ellos estaban convencidos de los motivos por los qué estaban luchando, pero estoy segura de que otros muchos se habían encontrado en medio de aquel follón sin quererlo ni beberlo, con serias posibilidades que una bala enemiga los cercenara la vida para siempre, sin saber muy bien los motivos.

Pasados unos minutos siguió por el caminito que discurre por detrás del castillo hasta llegar al Camí de Riago bordeando el río y desde allí continuó hasta llegar a la Iglesia Vieja.

Raquel se refrescó la cara en la misma fuente en la que lo había hecho Sergi el día de su desaparición. Se acercó hasta la plazoleta y disfrutó igualmente de la vista del río, sin saber que su compañero de fatigas de los últimos ocho años, aquella misma noche, había contemplando el mismo paisaje que sus ojos estaban presenciando en aquel momento. Al llegar de nuevo a Los Geranios Raquel detuvo el cronómetro.

Una hora y dieciocho minutos –exclamó–. Quizás hoy he dado más caña de la cuenta.

Se duchó con agua fría, se arregló y antes de desayunar quiso poner un poco de orden en su habitación. No había mucho por hacer, pues Sergi tenía prácticamente todo el material de trabajo en el castillo.

Colocó la ropa de invierno de Sergi en el armario en una disposición más lógica. Sacó unas botas a la ventana para que se airearan un poco y terminó de ordenar el armario. Cambió de posición un cenicero lleno de piedras blancas con una única piedra negra en medio.

Eso son cosas de Sergi –pensó–. Siempre va buscando el contrapunto a las cosas.

Junto al cenicero había un CD igual que los que grababa para ella, separado del resto de los demás. Le llamó la atención no haberlo visto anteriormente.

Cap Roig, podía leerse en la parte superior de la carátula. En el interior, Sergi había puesto la lista de los dieciséis intérpretes con sus correspondientes canciones: Sting, David Bisbal, Dani Martín, Manel, Roger Hodgson, BB King, Julio Iglesias, Antonia Font, El Dúo Dinámico...

Raquel recordaba como el verano anterior, el día de su aniversario Sergi se había pedido el día libre y habían pasado la jornada juntos en la Costa Brava. Por la noche asistieron al Festival de Cap Roig a ver la actuación de Roger Hodgson, ex componente de Supertramp.

Recordaba que algunos de los nombres de la lista actuaron en aquel mismo escenario a lo largo de los días que duró el festival. Lo había leído en la hoja del programa de actuaciones.

Rápidamente, ató cabos. El cenicero y el CD tenían relación.

Una piedra distinta del resto, significa también una canción distinta de las demás. Alguna de las canciones es distinta de la demás; sin duda la de Roger Hodgson, ex de Supertramp. Este CD lo ha hecho Sergi para mí, pero ¿qué puede tener de especial esta canción?

Leyó el nombre de la canción «Don’t leave me now».

No me abandones –eso es lo que Sergi le estaba pidiendo, si su razonamiento era cierto. Debía de serlo, pues sólo Sergi sabía que si algo le ocurría, ella acudiría en su ayuda y solamente ella sería capaz de averiguar el significado de su mensaje.

Se apresuró a poner el disco en el reproductor de CD, seleccionó la canción y empezó a escucharla.

 

«Ahora no me abandones

No me dejes fuera en mitad de la lluvia

Con los hombros contra el muro

Ahora no me abandones

Sin saber adónde ir

Cuando las sombras empiezan a aparecer

Solo en medio de este largo camino

Donde el viento helado empieza a soplar

No me dejes ahora cuando más te necesito

Solo en medio de la oscuridad de la noche

No me abandones ahora

Sin ti mi corazón está vacío

Y veo que todo se acaba

En este mundo de locos

Empiezo a tener frío y me siento cansado

Y siento que el tiempo se me acaba...»

 

A Raquel se le encogió el corazón.

Por tu seguridad y la mía, no te conviene saber nada más.

Aquellas palabras con las que Sergi la había advertido unas semanas antes, ahora empezaban a cobrar sentido.

Quizás ha llegado el momento de saber algo más de toda esta historia –pensó en su interior– y espero que no sea demasiado tarde.

Hasta aquel momento, a pesar de que Raquel se resistía a aceptarlo, en el fondo pensaba como todo el mundo, que lo más probable era que hacía tiempo que Sergi se acostaba con Jana. Su actitud durante las últimas semanas lo ponía en evidencia.

Sin embargo, la intuición le decía que había algo más que un asunto de faldas y que Sergi le estaba pidiendo a gritos que necesitaba ayuda por otros motivos.

Bajó a desayunar. Los pastissets de Rasquera acompañados del café con leche se habían convertido ya en un clásico en la casa de turismo rural. Esta vez, tenía además un zumo de naranja.

¡Buenos días Núria!

¡Buenos días Raquel! He pensado que quizás te apetecía un zumo de naranja. Eso de correr por la montaña debe dar mucha sed.

¡Desde luego!

Por cierto, ayer llamó alguien por teléfono preguntando por ti.

¿Quién? –reaccionó Raquel como sí del mismo demonio se tratara.

No dijo quién era –contestó Núria.

¿No dijo de qué se trataba? ¿Era una voz de hombre... de mujer? ¿A qué hora llamó? ¿Reconociste su voz? ¿El acento era de Barcelona, de Miravet? –fue bombardeando a Núria a preguntas.

Realmente no presté mucha atención. Fue hacia mediodía y me pareció que podía ser la voz de alguno de aquellos policías que vinieron a registrar la habitación el otro día, pero no me hagas mucho caso.

También podían haber elegido otro día para llamarme –pensó Raquel.

Raquel salió a dar un paseo por la cantera para poner en orden sus ideas. Se llegaba a través de un desvío a mano derecha que salía del camino del castillo, justo después de la última casa del pueblo. Aquella cantera, ahora abandonada, habría suministrado el material necesario para construir muchas de las casas de aquel pequeño pueblo de alfareros.

¡Dígame! ¿Con quién hablo?

Soy Robert, ¿te acuerdas de mí? El de El Corte Inglés...

Sí, claro. No esperaba tu llamada.

No quiero molestarte. Sólo quiero que sepas que he hablado con mis amigos arqueólogos de Tarragona. No estaban al corriente de lo ocurrido, pero si se enteran de algo me lo harán saber.

Te lo agradezco; todavía no sé nada de Sergi. Deseo aclarar cuanto antes qué le ha pasado y realmente no sé por dónde continuar. Tengo un gran desorden en mi cabeza.

No tengo nada más que hacer en todo el día. Yo podría ayudarte –se ofreció rápidamente Robert.

No sé cómo. Pero no te preocupes; eso es cosa mía y sabré salir adelante. Además, aquí en el pueblo he conocido a gente que tenía relación con Sergi.

Entonces, aún con más motivo. Dices que has conocido gente y que no sabes como continuar. ¡Debemos vernos!

Mira Robert, ahora no estoy ni para ver a nadie, ni para ir de un lugar a otro en coche. Tú ya me estás ayudando con tus amigos de Tarragona y yo necesito estar centrada en lo mío. Espero que lo entiendas.

De acuerdo –admitió Robert–. Si crees que puedo audarte en algo, quiero que sepas que tengo una tía en Falset a la que visito de vez en cuando. Desde Miravet no deben de haber más de veinte kilómetros.

A pesar de que Raquel pensaba que podía salir de aquella situación por sí misma, la llamada de Robert no le había disgustado del todo. Sabía que podía contar con alguien en caso necesario y, de momento, con eso tenía suficiente.

Iba de regreso a la casa de Los Geranios cuando el móvil le anunciaba la entrada de un WhatsApp:

 

–Soy Janette, debemos vernos.

¿Cómo es q tienes mi tel y x qe quieres verme?

Sergi

¿Q sabes?

Ahora no. ¿Dónde nos vemos?

Hoy camino del Galacho ¿8 tarde?

OK.

 

Aquel WhatsApp inquietó a Raquel, no solamente por el misterio que lo rodeaba, sino porque quizás acabaría teniendo noticias de Sergi. Noticias buenas o malas, pero noticias al fin y al cabo.

El calor era insoportable a las tres de la tarde. Raquel se había tumbado en la hamaca del patio trasero de Los Geranios. Bajo el gran olivo, era uno de los pocos rincones donde aun corría el aire. Era un lugar especial. Aunque el aire era caliente, reducía considerablemente la sensación de bochorno.

¿Te preparo un café con hielo? –preguntó Núria cuando Raquel se disponía a hacer la siesta.

Me has leído el pensamiento.

A los pocos minutos Núria se presentaba con una bandeja con la tacita de café, un vaso con dos cubitos y el azucarero.

Te dejo el café en la mesita.

Muy bien. ¡Gracias Núria! –Raquel se incorporó y le hizo una pregunta que llevaba días quería hacerle– Oye Núria, ¿no te da miedo vivir sola en esta casa, tan alejada del pueblo?

En realidad, no acostumbro a estar sola; siempre hay algún huésped en casa, especialmente en verano. Durante los meses de invierno es distinto.

No me refería a este tipo de soledad –rectificó Raquel– me refería a si tienes pareja. Hay que tenerlos bien puestos para sacar adelante un negocio como éste, tú sola, en los tiempos que corren...

Si te refieres a eso, la respuesta es: ¡No! –contestó–. Estoy separada; es una larga historia. Bien, en realidad se trata de una historia muy corta. Mi familia es muy tradicional y me casé según todos los cánones legales. No funcionó y al regresar del viaje de novios cada cual tiró por su lado. Fíjate si es corta, mi historia.

Pero ¿crees que tu familia tiene la culpa del fracaso de tu matrimonio? –preguntó Raquel con incredulidad.

Mi familia, las circunstancias, yo...todo tiene que ver. Para mí es una etapa del pasado que deseo borrar de mi memoria.

Raquel no quiso insistir y simplemente le dijo:

–Si algún día quieres hablar de ello, ya sabes que puedes contar conmigo.

Sonó el teléfono móvil. En la pequeña pantalla podía leerse: número desconocido.

¿Mosquito?

Sí, soy yo.

Soy Camaleón. Hace días que no sé nada de ti. ¿Se ha producido el contacto con Raquel? –preguntó una voz distorsionada al otro extremo del teléfono.

El contacto se ha realizado.

¿Crees que sospecha algo?

¡Imposible!

Bien, pues nuestro objetivo final es recuperar aquello que nos pertenece y que nos han robado. ¿Sabes a qué me refiero?

Perfectamente.

¿Tienes alguna duda sobre tus objetivos personales en cuanto a Raquel?

Ninguna.

Bien. Una última advertencia; el tiempo va en tu contra. Eso no es sinónimo de que debas correr, pero significa que no puedes detenerte. ¿Está claro?

Como el agua.

Te recuerdo las tres reglas de oro para que no las olvides nunca –advirtió la misteriosa voz–. Regla número uno: consigue los objetivos que se te han ordenado de forma legal, justa y lo más honesta posible. Regla número dos: si eso no es posible, consíguelos de la forma que sea, pero que a los ojos del mundo parezca legal, justa y honesta. Regla número tres: si eso tampoco es posible, consíguelos de la forma que sea y carga el muerto a quién convenga. ¿Alguna duda?

Ninguna.

Recuerda que somos soldados en un mundo que cree que vive en paz. Mientras haya guerras, alguien tiene que hacer el trabajo que nadie quiere hacer y esto nos honra. Por encima de cualquier cosa, el mundo nunca tiene que saber de nuestra existencia. ¡Te va la vida en ello!

A las ocho de la tarde el camino del Galacho aparecía completamente solitario. Sólo la presencia de las golondrinas en vuelo rasante invadían las nubes de mosquitos que de vez en cuando eran arrastrados por el cierzo, el viento cálido de poniente que todo lo seca.

Raquel se había equipado con ropa deportiva para no llamar la atención y se había puesto una crema protectora para evitar las picaduras de los mosquitos. Núria se lo había advertido: «¡estos mosquitos no pican, muerden! Debes protegerte de ellos por la mañana al amanecer y por la tarde al ponerse el sol».

Corría a un ritmo tranquilo, sin pretensiones, cuando advirtió que se acercaba una persona que muy bien podía tratarse de Jeannette. Se detuvo y simuló que estaba haciendo pequeños estiramientos.

La otra persona también se detuvo al llegar a su altura. Miró a uno y otro lado y cuando tuvo la certeza que no había nadie a su alrededor le preguntó:

¿Raquel?

Sí, soy yo. Tú debes de ser Jeannette.

Efectivamente. Pero puedes llamarme Jana.

Raquel, sorprendida, se quedó unos instantes observando a Jana, valorando si aquella chica que tenía enfrente era rival suficiente por ella como para arrebatarle el lugar que le pertenecía al lado de Sergi.

Vestía una camisa azul claro que combinaba con unos tejanos ceñidos y zapatos deportivos. Levaba unos pendientes hechos con una perla de río atravesada con dos tiritas de cuero marrón y un brazalete del mismo estilo a juego. Tenía el pelo oscuro, llevaba media melena y su cara desprendía juventud.

Raquel se preguntó por un momento si Sergi habría besado aquellos labios y si habría sido capaz de robarle sus caricias.

Así pues, tú dirás –continuó Raquel sin poder evitar un tono de frialdad en sus palabras.

Jana hizo el gesto de alargarle la mano para saludarla, pero instintivamente dio marcha atrás, al darse cuenta de que Raquel no tenía la más mínima intención de hacer ningún movimiento para acercar posiciones.

Mira Raquel, soy la compañera de trabajo de Sergi.

Podemos ahorrarnos las presentaciones –interrumpió Raquel–. Ya conozco la historia. ¿Qué sabes de Sergi?

Me sabe mal reconocerlo, pero desgraciadamente para nosotras no sé nada de él desde que desapareció.

Entonces, ¿puedes decirme qué hacemos las dos aquí?

Creo que si nos ayudamos la una a la otra acabaremos encontrándole.

Entonces, ¿está vivo?

Espero que sí, pero eso no lo puede asegurar nadie, y antes hay cosas que necesitas saber.

Adelante, ¡soy toda oídos!

Siguieron paseando por el camino del Galacho alejándose del pueblo, a través de campos de frutales flanqueados de vez en cuando por algún cañaveral que emergía por su izquierda.

Soy historiadora y al terminar la universidad me especialicé en la Orden del Templo. La conoces ¿verdad? –preguntó Jana con la intención de relajar un poco la conversación.

De los templarios sé lo que debe saber una profesora de la ESO, y aunque no es mi especialidad sé más o menos de qué me hablas –respondió Raquel dando a entender que no sería un hueso fácil de roer.

Haciendo un pequeño resumen, te diré que la Orden del Templo fue una institución de carácter religioso y militar en la que sus miembros actuaban como guías protectores de los cristianos en peregrinaje a Jerusalén. Esto dio lugar a las Cruzadas, donde las luchas entre cristianos y musulmanes eran feroces.

El castillo de Miravet fue conquistado por Ramón Berenguer IV a los musulmanes en 1153 y cedido a la Orden del Templo. En el año 1307, el rey de Francia acusó a los templarios de herejes, y tanto el Papa Clemente V como el rey Jaime II se añadieron a la acusación hasta tal punto que fueron expulsados y desposeídos de sus bienes y tierras. La Orden se disolvió, finalmente, hacia 1312.

Y esa historia ¿tiene algo que ver con la fuga...con la desaparición de Sergi? –corrigió Raquel intencionadamente.

Pues tiene mucho que ver. Sergi hizo un hallazgo de un valor histórico incalculable, que en caso de demostrarse su autenticidad cambiaría la historia que conocemos de la Orden del Templo. Dicen que una parte muy importante de este descubrimiento contiene la carta magna que firmaron los últimos seis templarios del castillo de Miravet antes de su teórica rendición, fundando una organización secreta que seguiría luchando a lo largo de los tiempos contra el islam. Sergi como arqueólogo, y yo como historiadora experta en los templarios –prosiguió Jana– sabíamos que el manuscrito, en caso de existir, podía estar escondido con mucha probabilidad en el castillo de Miravet. Hemos tenido que trabajar incluso de noche para no levantar sospechas entre el equipo de arqueólogos –remarcó Jana, justificando así sus noches en el castillo junto a Sergi.

Oye Jana. Sigo sin relacionar lo que me estás diciendo con la desaparición de Sergi. Después de setecientos años ¿a quién le importa el final que tuvieron los templarios?

Históricamente importa mucho. Para los historiadores, el rigor histórico, conocer la verdad acerca de como sucedieron los hechos es una cuestión obsesiva. Pero ése no es el hecho importante en estos momentos –añadió Jana, añadiendo un punto de misterio a su relato–. El caso es que esta organización secreta sigue activa en la actualidad y está dispuesta a lo que haga falta para que el mundo no conozca su existencia.

Jana fue desgranando sus explicaciones como quien se va comiendo un racimo de uva y Raquel, como si de un verdadero cuento de hadas se tratara, no acababa de dar crédito a lo que estaba escuchando. Esperaba que de un momento a otro despertaría en su piso de Barcelona y que todo habría sido un sueño.

Jana siguió explicándole que colaboraba con una ONG y que por este motivo había tenido que ausentarse del castillo durante unos días. A su retorno se había enterado de la desaparición de Sergi.

Posiblemente Sergi descubrió el manuscrito y tuvo tiempo de esconderlo –prosiguió Jana– o quizás todo lo contrario, que los manuscritos hayan sido robados y que a Sergi le haya ocurrido alguna desgracia.

¿Y qué sugieres que hagamos? –preguntó Raquel.

Sergi siempre hablaba de ti, y si advirtió algún peligro, probablemente se habría puesto en contacto contigo. ¿Lo hizo?

Pues no, que yo sepa –reaccionó Raquel, dispuesta a no revelar el pequeño secreto que no estaba dispuesta a compartir con nadie.

En este caso sólo nos queda que Sergi dé señales de vida o que la policía descubra algo –concluyó Jana con resignación–. Mientras tanto yo buscaré a Sergi. Tengo idea de algunos de los lugares en que puede estar escondido, pero es muy peligroso.

¿Por qué motivo es peligroso para ti? Tampoco entiendo de qué te escondes.

Si Sergi se ha sentido amenazado yo también lo estoy; recuerda que hemos trabajado juntos y que estamos metidos los dos hasta el cuello. Por otro lado, mi pasado no ayuda mucho –añadió Jana para justificar aún más sus motivos– incluso estoy en una lista de sospechosos de la policía relacionados con la desaparición de Sergi.

Estas palabras tranquilizaron a Raquel al saber que no era ella la única persona sospechosa de la desaparición de Sergi.

El hecho de que no nos vean juntas también es por tu seguridad –remarcó Jana–. Todo lo que te relacione conmigo te pone en peligro, y no hace falta que te diga que de esta conversación no debes hablar con nadie. Piensa que esta organización puede estar infiltrada en los lugares donde menos te imaginas.

Bien pues, si tu sabes de algún lugar donde pueda estar Sergi, a mí me queda ir al castillo y ver si averiguo algo a través de sus compañeros de trabajo.

¿Conoces a Joan? –preguntó Jana.

Sí, sé quién es.

Pues habla con él. Es un poco raro, pero ha sido su segundo durante mucho tiempo y algo podría saber. Bueno, cualquier cosa nos enviamos un Whatsapp. ¿Amigas, pues? –preguntó Jana alargándole la mano.

Raquel dudó un instante. Se imaginó a Sergi estrechando a Jana entre sus brazos besando aquellos labios con pasión. Habría querido preguntarle si había algo de cierto en ello, pero no lo hizo.

¿Sabes que tu hermano está preocupado por ti? –respondió Raquel mientras se daban la mano– Me dijo que le dijera algo si tenía noticias tuyas.

No te preocupes por mi hermano. De momento, por su seguridad, es mejor que no sepa nada de mí –dijo Jana mientras se iba alejando hasta desaparecer en medio de los frutales.

Raquel dio media vuelta y empezó a correr a un ritmo tranquilo. De vuelta a la casa de turismo rural, pensaba que todo empezaba a encajar en aquel rompecabezas que le tocaba vivir. Empezaba a entender el papel de Jana en aquella historia, a pesar de no descartar algo más entre ella y Sergi. Entendía que Sergi quería que su descubrimiento viera la luz ante los ojos del mundo, aunque esto le llevara a arriesgar su propia vida, y le estaba agradecida porque la había querido proteger manteniéndola al margen de todo.

A las once de la noche Raquel estaba en el patio trasero de la casa. Pasaba una aire muy agradable que la ayudaba a soportar una noche de tanto bochorno como todas las anteriores. Intentaba relajarse mirando el cielo; la baja contaminación lumínica hacía que, en apariencia, se vieran más estrellas que en la ciudad y que fueran más brillantes; podía ver perfectamente definida la Vía Láctea. Aún así, no podía dejar de pensar en el encuentro de aquella tarde con Jana.

Parecía que Jana sería la clave de todo y resulta que estamos peor que al principio –reflexionó Raquel mientras seguía observando el firmamento– y resulta que ahora además tenemos a una organización que va detrás de Sergi, si es que aún sigue vivo. Yo no estoy preparada para estas cosas.

Aquella noche Raquel dio muchas vueltas en la cama antes de conseguir conciliar el sueño, pero finalmente se rindió al cansancio.

El sol en la cara la despertó; eran las nueve de la mañana.

Una rebanada de pan con tomate y jamón, aliñado con aceite virgen de la tierra y un poco sal la estaban esperando, junto con el zumo de naranja natural que le había preparado Núria.

Esta chica se supera cada día –pensó–. Seguro que le funciona bien el negocio si trata así a sus clientes.

Raquel no estaba dispuesta a regresar sin nada de su visita al castillo. Iría alrededor del mediodía, hablaría con Joan y seguro que sacaría conclusiones.

Al salir de Los Geranios vio unos folletos sobre la mesita. Cogió uno– Aquelarre en blanco y negro en Cervera –leyó– días 24, 25 y 26 de julio.

¿Te gustan las fiestas de brujas? –preguntó Raquel mostrándole aquel folleto a Núria, que estaba regando las plantas del jardín.

Lo dejó un chico ayer por la tarde. Aunque Cervera cae un poco lejos de aquí, los dejé en la mesita por si algún cliente quiere ir. Aunque me parecía que esta fiesta se celebraba en agosto.

Raquel se guardó un folleto en el bolsillo pensando que podría ser un lugar interesante para ir. Nunca había estado en un aquelarre popular y esta podía ser la ocasión.

Me voy al castillo –dijo Raquel– ¿Puedes creerte que no lo he visitado nunca, a pesar de que Sergi ha trabajado ahí durante casi dos años?

Ya sabes el dicho; en casa del herrero... –contestó Núria con un tópico– Son casi las doce y media, ¡cuidado con el calor!

El hecho de ir a pasear hasta el castillo era solamente la excusa para encontrarse con Joan. Después de la conversación que había tenido el día anterior con Jana no quería levantar sospechas de ningún tipo y cualquier precaución a partir de aquel momento era poca. Eligió aquella hora porque estarían a punto de ir a comer y de esta forma el encuentro parecería casual y podría hablar con Joan de forma distendida.

A la entrada en el castillo se encontró con la misma chica que la vez anterior.

¡El calor es insoportable! –protestó Raquel mientras se secaba el sudor con la muñequera.

En aquel momento, todo el equipo de arqueólogos hacían acto de presencia preparados para ir a comer. La mayoría de ellos llevaban su tupper y se iban a comer bajo alguna de las pocas sombras que aún quedaban, lejos de la ruta seguida por los visitantes. Joan fue el último en llegar y advirtió rápidamente la presencia de Raquel.

¡Qué sorpresa más agradable!

¿Sabes, Joan, que nunca he visitado el castillo? –respondió reconociendo un hecho imperdonable– Iba a preguntar a la chica por el horario de visitas guiadas para apuntarme.

Una visita guiada como esta merece un trato especial –respondió galantemente Joan–. Yo seré tu guía. Tenemos un par de horas hasta que no me reincorpore de nuevo al trabajo.

Pero deberás ir a comer.

Una comida puede esperar. Hacerte esperar a ti no me lo permitiría –se reafirmó Joan.

Si es así, no me puedo negar –respondió cordialmente Raquel–. ¿Por dónde empezamos?

Te propongo hacer la visita en dos veces. Hoy podemos ver el recinto soberano, que es la parte del castillo estructurada alrededor del patio de armas, y otro día vemos la parte amurallada más cercana al río.

Cuando quieras –contestó Raquel, pensando que a Joan se le estaban viendo sus intenciones y que tanta amabilidad tenía alguna intención que iba más allá de una simple visita guiada– Me parece bien dejar una puerta abierta para regresar otro día –pensó– pero le mantendré a raya; a la primera salida de tono le canto las cuarenta.

¿Sabías que me han nombrado responsable de las excavaciones en ausencia de Sergi? –dijo Joan mostrando su alegría, mientras se dirigían hacia el patio de armas– Espero que no te sepa mal.

¿Por qué motivo debería disgustarme? –respondió rápidamente Raquel– La vida continúa y no se puede detener.

Es lo mismo que yo pienso –contestó Joan asintiendo con la cabeza, mientras iniciaban el recorrido por la entrada, accediendo a un túnel de quince metros de recorrido. Le mostró una pequeña sala situada al lado izquierdo destinada al cuerpo de guardia y una cisterna de grandes dimensiones que se encontraba a la derecha.

–Y aquí tenemos el patio de armas –anunció Joan a la salida del túnel, extendiendo su brazo derecho de izquierda a derecha alcanzando todo el espacio al aire libre que tenían ante sí–. Aquí se entregaron los últimos monjes templarios después de resistir un asedio de casi un año por parte del rey Jaime II. Bueno –rectificó–, según la historia, a excepción de seis caballeros que todavía resistieron durante una semana más. Se hicieron fuertes allí arriba –afirmó Joan señalando con el dedo el aposento situado al fondo, en el nivel superior.

¿Y qué pasó finalmente con ellos? –preguntó Raquel recordando lo que le había contado Jana sobre el descubrimiento de Sergi.

Lo que suele ocurrir en estas ocasiones. Unos ganan y se quedan con todo y otros pierden y lo pierden todo. Eso es lo que ocurrió con los templarios, incluso con aquellos que quisieron resistir. Hasta que finalmente la orden se disolvió.

Cuesta entender que una institución como esa tuviera un final tan trágico –reflexionó Raquel.

Tenían demasiado poder y ésa fue su perdición –contestó con seguridad Joan–. Tenían el poder de las armas, pues eran guerreros y estaban bien entrenados. Tenían el poder de la religión y finalmente tenían el poder del dinero. Era muy rica esa gente, llegaron a acumular mucha riqueza debido a sus conquistas. Esto no hacía ni pizca de gracia ni a gobernantes e incluso al mismo Papa Clemente V, y los acusaron de herejes hasta conseguir finalmente borrarlos del mapa.

Joan continuó sus explicaciones. Se le veía radiante, seguro de sí mismo, como pez en el agua.

Esta sala de la derecha se utilizó como cocina en tiempos de la Orden del Hospital, una orden religiosa a la que el rey cedió algunas de las propiedades pertenecientes a los templarios, después de su disolución.

¿Significa eso que la Orden del Hospital sustituyó a la Orden del Templo? –preguntó Raquel para ver la relación con la historia de Jana.

No exactamente. En realidad solamente fue por cuestiones religiosas. A continuación tenemos el Refectorio. Es el lugar que los monjes utilizaban como comedor. Las comidas se hacían en silencio mientras uno de los monjes leía las Sagradas Escrituras. Desde aquí había un acceso al piso superior donde se iba a parar a la plaza de la sangre. Cuenta la leyenda –dijo Joan bajando el tono de voz para dar un aire de misterio a su narración– que en esta plaza se ejecutaron a los seis monjes que intentaron resistir, pero como te he dicho sólo se trata de una leyenda. Desde aquí también se accedía a la torre del tesoro.

¿De dónde viene el nombre? –quiso saber Raquel.

Era el lugar donde los monjes guardaban los documentos importantes, sus tesoros, joyas, dinero…en realidad todo aquello que consideraban que tenía que estar en un lugar seguro.

¿Sabes si se conserva algo?

Por desgracia, no. Hay muchas leyendas respecto al castillo, desde que se encontraba escondida el Arca de la Alianza, hasta el Santo Grial, pasando por documentos secretos. En fin, en realidad, ¡nada de nada! Novelas como el Código da Vinci o aventuras como las de Indiana Jones hacen que la gente crea en teorías como esas, fruto más de un deseo popular que no de una realidad. Si observamos la torre del tesoro desde fuera, vemos que ha sido derrumbada y reconstruida de nuevo en diversas ocasiones, seguramente en busca de supuestos tesoros, manuscritos…si algo no hubieran encontrado las tropas de Jaime II, te aseguro que después de tanto de tiempo alguien lo habría advertido.

Así, ¿puede decirse que vuestro trabajo aquí, como arqueólogos, es más de restauración que de investigación?

Somos un equipo formado por expertos en distintas disciplinas. Digamos que como equipo lo dominamos todo –contestó satisfecho de formar parte de un equipo tan cualificado.

¿Como los templarios? –preguntó Raquel irónicamente.

Igual que ellos, pero esta vez espero que con un final feliz. En los últimos años, desde 1995, en que fue declarado bien de interés cultural, el castillo ha sufrido sucesivas restauraciones –Apuntó Joan y en tono muy crítico añadió–. Desde mi punto de vista, algunas se han llevado a cabo de forma inaceptable. Aquí, en este patio por ejemplo, se levantaban unas aspilleras que desaparecieron sin dejar rastro. La restauración de la plaza de armas se hizo utilizando materiales inadecuados que desmerecen todo su conjunto, para mí, ¡un perfecto desastre!

Y según tu criterio, ¿a qué crees que se debe un restauración tan desastrosa? –se interesó Raquel.

Intervinieron políticos que no tenían ni idea del tema y otra gente que no tiene nada que ver ni con la arqueología, ni con el arte y mucho menos con la forma de restaurar una obra tan valiosa como es este castillo. Con este panorama, el desastre estaba asegurado antes de empezar.

De regreso a la entrada del castillo Raquel no quería perder la ocasión de que Joan le hablara de Sergi, saber en qué había estado trabajando o alguna pista que arrojara un poco de luz sobre aquella pesadilla que cada día resultaba más difícil de resolver.

Oye Joan. ¿Qué hacía Sergi los últimos días antes de desaparecer?

Creo que he sido bastante sincero contigo, Raquel. Ya sabes lo que pienso del tema personal y de su historia con Jana. ¿Qué más quieres que te diga? Si hablamos del ámbito profesional, ¿puedes creerte que se pasaba la mayor parte del tiempo en las caballerizas? –remarcó indignado– ¿Qué hacía en las caballerizas, sabiendo que la Administración nos estaba recortando el presupuesto y que todavía quedaba por terminar una buena parte de los trabajos del Refectorio y de la torre del tesoro?

Raquel se percató de que cada vez que Joan hablaba de Sergi se le encendía la sangre y no quería echar más leña al fuego para evitar que aquello se convirtiera en un polvorín.

No sabría qué decirte –contestó Raquel–. Sergi era el jefe. Él sabría por qué hacía las cosas.

Bien –concluyó, tratando de suavizar aquel pequeño resbalón que le había hecho perder por un momento el control de la situación– ¿Nos vemos de nuevo mañana?

No sé si mañana estaré en el pueblo, pero no te preocupes que yo te llamo –dijo Raquel, para darse tiempo a digerir todo lo que había dado de sí aquella visita–. Gracias por todo, ha sido una visita muy interesante.

Te invito a una cerveza en la plaza del Arenal esta noche.

Te lo agradezco, pero necesito estar sola.

Ya sabes que si necesitas compañía, me tienes a mí. Acudo allí todas las noches –dijo Joan intentando quemar su último cartucho.

Lo tendré en cuenta –respondió mientras se dirigía a la salida–. Ha sido muy interesante, esta visita al castillo –pensó haciendo un repaso rápido de los diferentes momentos del recorrido–. Basta con echarle el anzuelo y habla por los codos.

Joan la fue siguiendo con la mirada, admirando aquella figura que se movía con gracia al andar y que irradiaba sensualidad por todos lados. Joan dio media vuelta y cerró el puño derecho con fuerza en señal de victoria mientras una voz en su interior le iba repitiendo– Un poco más, Joan, y ¡ya es tuya!

Mientras se dirigía de nuevo hacia la casa de Los Geranios, dudaba entre si era mejor llamar a Robert y quedar con él o si era preferible dejar definitivamente aquella historia atrás.

Finalmente, hizo caso a una voz interior que le decía a gritos que quedara con él.

–¿Robert? Soy Raquel.

Hola Raquel, ahora soy yo quien no esperaba tu llamada.

He de confesar que estoy hecha un verdadero lío y realmente necesito hablar con alguien. ¿Cuándo tenías previsto ir a Falset a visitar a tu tía?

Mañana, si es necesario.

De paso podríamos vernos –propuso Raquel.

¿Conoces el Hostal Sport?

Sí, es el que está situado en al centro del pueblo, por donde pasaba la carretera antes de construir la variante.

Exacto. Nos encontramos allí, sobre las diez de la mañana. ¿De acuerdo?

Muy bien. Hasta mañana.

Al colgar el teléfono, Raquel se dio cuenta que tenía un WhatsApp de Jana. Lo abrió.

 

–No estoy teniendo suerte. ¿A ti como t va?

Ya he hecho la visita prevista. Nada q tú no sepas.

Juntas podemos averiguar algo. Nos vemos mañana?

Mañana no puedo. Pasado. Mismo lugar y hora?

OK.

 

Raquel se tumbó en la hamaca a la sombra del olivo de la casa de Los Geranios. Esperaba a que el sol empezara a descender de su punto más alto para ir a pasear hasta el paso de la barca. Recordaba que aquel recorrido lo había hecho muchas veces con Sergi, cuando todavía sus vidas se mantenían en la rutina del anonimato, lejos de sobresaltos.

Habían cambiado muchas cosas desde la última vez que habían dado aquel paseo juntos y ahora se le antojaba imposible repetirlo. No sabía si Sergi estaba vivo o muerto, si se había liado con Jana, o si realmente le había enviado aquel mensaje pidiéndole ayuda.

Te traigo un café con hielo y unos dulces que están para relamerse –interrumpió Núria sosteniendo una bandeja–. Son de la panadería del pueblo; la que está en la plaza del ayuntamiento.

Núria, si sigues tratando así a tus huéspedes, al final me quedaré a vivir aquí. Ni mi madre me cuidaba de este modo.

Pues mañana es jueves y tenemos paella –dijo Núria.

¡No me digas! Mañana no voy a estar en todo el día.

Núria se sentó en una de las sillas del patio. A pesar de tener un carácter bastante reservado, parecía que aquel día tenía ganas de hablar.

¿Hace mucho que practicas deporte?

Siempre he practicado algún tipo de deporte, pero desde hace tres o cuatro años me he aficionado a las carreras de montaña. Tengo mi calendario con las carreras que voy a hacer durante todo el año. Cuando estoy en Barcelona, aparte del entrenamiento habitual, salgo a correr un par de veces por semana.

Entonces, debes de estar en forma. Aquí en el pueblo también se organizan carreras de montaña. Muchos de los que participan se quedan a dormir al pueblo. La última vez tuve a unos chicos que me pidieron que les hiciera recuperación después de la carrera.

¿Eres “fisio”?

Lo dejé en el último curso –se lamentó–. Ya ves que soy de las que siempre dejan las cosas a medias, pero de un buen masaje en los pies todavía me acuerdo.

Debías de tener un buen motivo para dejar la carrera en el último curso –dijo Raquel en tono comprensivo– después de tanto esfuerzo y cuando ya ves el final del camino.

Vivía en pareja y yo era muy joven. Ya te dije que mi padrastro era muy estricto y aquella situación no llegó a aceptarla nunca. Mi familia era muy conservadora y mi padrastro muy autoritario. Una mala combinación, y aquella situación no llegó a aceptarla nunca. Un día que fui a visitar a mi madre –continuó Núria con cara de rabia– mi padrastro me cogió por el brazo, apretó con fuerza y con los ojos fuera de sí me dio un ultimátum: «”O te comportas de forma decente –me amenazó– o dejo de pagarte los estudios”».

Y tú decidiste seguir a tu rollo –aseguró Raquel.

Eso es lo que hice después de quitármelo de en medio de malas maneras. Quise reivindicarme y me cerraron el grifo.

¡Qué hijo de puta! Y ¿tuvo los santos huevos de permitir que dejaras la Universidad?

Tal como lo oyes, y finalmente tampoco sirvió de nada. Sin dinero y sin un futuro claro, mi pareja se largó –se lamentó Núria.

Todos son iguales, pero a más de uno tendrían que colgarle de los huevos –dijo Raquel muy enojada–. ¿Qué hiciste luego?

Yo no tenía ni un duro, me encontraba en un momento muy bajo de moral, hice cosas que no debía, que ahora no vienen a cuento, y al final todo fue un desastre. Finalmente regresé a casa de mis padres –continuó– pero la relación ya era muy tensa y poco a poco se fue convirtiendo en un infierno. Un día me presentaron a...bien...me presentaron a un chico y no me preguntes ni cómo, ni por qué pero acabé casándome con él. El resto ya lo sabes.

Debes haberlo pasado mal, pero parece que te sientes a gusto en el pueblo.

Es cierto pero la sombra del pasado no deja de perseguirme. Pero no quiero seguir agobiándote más con mis historias.

Por mí podemos seguir hablando siempre que quieras –aseguró Raquel– y sobre lo que me has dicho del masaje en los pies, te tomo la palabra.

A las siete de la tarde todavía seguía presente un aire cálido en el camino de la barca, pero el calor ya no era el mismo que unas horas antes. A lo largo del día, el sol abrasador de las tierras del Ebro había infringido un castigo excesivo a aquellos campos de melocotoneros que Raquel iba dejando atrás a ambos lados del camino, y ahora sus hojas agradecían la tregua momentánea que les había concedido hasta el día siguiente. Fue paseando hasta el paso de la barca. Se sentó en un banco de madera a la sombra de un gran platanero, viendo como una barcaza trasladaba vehículos de una orilla a otra sin cesar. Empezaba a sentir algo especial por aquel pueblo de la Ribera del Ebro. Le gustaba aquel recorrido, y no sabía distinguir si era más fascinante observar el discurrir del rio desde aquel lugar o la vista del castillo emergiendo imponente por encima de las casas del pueblo durante su regreso.

Raquel era consciente de que no había progresado mucho aquel día. Joan no le había aclarado gran cosa. Jana quería que hablaran de nuevo, parecía que tenía alguna idea, pero de momento, de Sergi ni rastro. Al día siguiente hablaría con Robert; con él parecía que se abría una nueva puerta a la esperanza y eso siempre era de agradecer.

En la pequeña pantalla podía leerse: «número desconocido».

¿Mosquito?

Sí, soy yo.

Soy el Camaleón. ¿Tenemos novedades?

Raquel no estará mañana en el pueblo.

Me refería a si ya te has ganado su confianza. ¿Confía plenamente en ti?

Sin ningún tipo de duda! Raquel es especial.

¿A qué te refieres?

Es sensible, accesible...

¿Debo entender que te estás colgando de ella?

Bueno, no tanto como eso.

¡No me vengas con gilipolleces! ¿Te estás colgando de ella?

¡Claro que no!

Nada debe distraerte de tus objetivos inmediatos. Recuerda que te va la vida en ello. ¿Alguna duda?

Ninguna.

Llevaba el vestido negro. Un color natural para los labios complementaba perfectamente su tono de piel. Eligió un tono neutro para la base de maquillaje y colores cálidos para la sombra de ojos. Se calzó los zapatos de tacón y antes de marchar lanzó una mirada sugerente al espejo donde se veía reflejada.

Sonaban las señales horarias de las diez de la mañana en la radio del Seat Ibiza de color blanco cuando Raquel entraba en el pueblo de Falset. Dejaría atrás la gasolinera a su izquierda y después de la primera curva allí aparecía Robert. Mocasines negros, unos tejanos clásicos de marca, un polo Lacoste de un blanco impecable y sus Ray-Ban.

Robert no pudo evitar dedicarle una mirada de admiración.

Hola Raquel! Ya veo que vienes dispuesta a arrasar con todo el Priorato.

No exageres. Por lo visto tu tampoco vienes con el mono de trabajo…

Me imagino que no has desayunado. El Hostal Sport tiene fama por su gastronomía. He oído que están asesorados por un cocinero que ha trabajado en El Bulli.

Se sentaron en una mesa del jardín interior del hostal. Mientras desayunaban, Raquel le explicó que había conocido a Oscar y que también había aparecido Jana en escena. Le habló también de Joan, un personaje un tanto especial y le contó su experiencia con todo lujo de detalles a la espera de que Robert la ayudara a salir de su pequeña pesadilla de las últimas semanas.

Oye Raquel, de momento no cabe esperar ninguna ayuda de la policía. Si Sergi quisiera ponerse en contacto contigo, seguro que sabría cómo hacerlo.

Raquel se mantuvo en silencio, consciente que debía guardar su pequeño secreto. Si alguna cosa no estaba dispuesta a revelar a nadie, era precisamente eso.

La habitación que se arregló Sergi en el castillo también podría ser una de las claves –aseguró Robert–. Si tienes la habilidad suficiente como para que te permitan verla, podrías encontrar alguna pista que te ayude, aunque posiblemente la policía ya haya estado por allí.

En este aspecto, no creo que vaya a tener problemas. No va a ser difícil entrar y salir del castillo cuando yo lo desee –afirmó Raquel.

Oscar ya te dijo cuáles eran sus intenciones –prosiguió Robert– y para mí, Jana es la clave de todo.

Jana me aseguró que no sabía nada.

Me parece extraño. Dos meses trabajando juntos, codo con codo, y ¿no sabe nada? –se preguntó Robert con incredulidad–Jana te está escondiendo algo.

Quizás tengas razón.

De Joan, me dices que no has sacado nada en claro.

Joan es una persona bien extraña. Igual te agasaja con todo tipo de atenciones, e inmediatamente después empieza a lanzar todo tipo de improperios contra el mundo.

¿Te acuerdas de mis amigos arqueólogos de Tarragona? Uno de ellos me ha hablado de Joan. Me dijo que es lo que vulgarmente se llama un “trepa”. Ten cuidado con él; recuerda que ahora está haciendo el trabajo de Sergi.

¿Crees que tiene algo que ver con la desaparición de Sergi? Yo no veo a Joan capaz de cometer tal disparate.

Sólo te digo que estés alerta –dijo Robert, para restar dramatismo a la situación.

Hace días que desconfío de muchas cosas, pero la vida sigue y sé que no puedo desconfiar de todo.

Es cierto –respondió Robert mientras tomaba su mano–. Nada debe preocuparte. Estoy seguro de que todo se va a aclarar antes de lo que piensas.

Raquel miró su reloj. Casi sin darse cuenta ya era la una del mediodía.

–¿Vas a comer en casa de tu tía?

He quedado con ella por la tarde. Si quieres, podemos ir a Porrera. Conozco esta zona; mi tía se ha encargado de enseñarme los mejores lugares.

Pues yo no tengo nada más que hacer en todo el día.

Raquel y Robert se dirigían a Porrera pasando por pueblecitos del interior de la comarca del Priorato, a través de carreteras cada vez más estrechas y sinuosas, dejando atrás las prisas y el bullicio de la ciudad.

A medida que se iban adentrando, aparecía ante sus ojos un paisaje de colores básicos presidido por la luz, donde la vida iba a medio gas, a un ritmo tranquilo, en medio de una orografía muy accidentada donde las viñas escalaban por indómitos riscos de piedra licorella, creando un equilibrio estético casi perfecto.

Raquel dejó aparcadas sus preocupaciones desde el preciso instante en que se habían levantado de la mesa del Hostal Sport de Falset. Su intuición le advertía que debía estar alerta, pero el corazón le decía que se concediera una tregua, aunque fuera sólo por un día.

En menos de veinte minutos recorrieron los, cerca de diez kilómetros que les separaban de Porrera. Al llegar al pueblo, cruzaron el río Cortiella por el puente viejo hasta llegar a la Plaza de la Guineu. Raquel se percató de la presencia de aquel reloj de sol situado a mano derecha, en la fachada de una de las casas de la plaza. Le llamó la atención su forma rectangular y la inclinación respecto a la vertical de la fachada.

¿Te has fijado en ese reloj? Sólo marca las horas desde la una del mediodía hasta las ocho de la tarde.

La mayoría de hombres en su lugar habrían hecho el análisis técnico de la situación, con la conclusión final de que el reloj marcaba las horas a partir del mediodía sencillamente porque el sol no tocaba en la plaza antes de esa hora.

No marca las horas antes de la una porque tú no estabas aquí –respondió Robert.

A Raquel le sorprendió que una pregunta tan simple se pudiera convertir tan fácilmente en un momento especial.

Continuaron por la calle Unión y en un instante llegaron a la puerta de La Cooperativa donde, según Robert, tenían una cocina tradicional muy casera.

La decoración era sencilla y acogedora, en medio de un ambiente relajante. Litus, el propietario, que había salido a recibirles, les ofreció la mesa que había entrando a mano derecha junto a la ventana, mientras les dejaba la carta encima de la mesa.

Me han hablado muy bien del vino La Ermita del 2007 –insinuó Robert antes de abrir la carta de vinos.

Quien te haya hablado de este vino tiene buen paladar –confesó Raquel, sin levantar la vista de la carta–. Si llevas setecientos euros en la cartera que no sepas en qué gastar, puedes pedir una botella.

¡Joder! –exclamó Robert desde el fondo de su alma–. Parece que entiendes de vinos.

Tengo un hermano que tiene un restaurante en Cuzco, Perú. Él me introdujo en la cultura del vino. Podemos pedir un Clos Montlleó del 2008. Es una bodega de la tierra desde hace muchos años y te aseguro que como aficionado no notarás la diferencia.

A continuación, el propietario, con un trato muy cercano, tomó nota y fue sirviendo cada plato haciendo las explicaciones pertinentes sobre su elaboración. Entre plato y plato Robert le preguntó por qué el reloj de sol de la Plaza de La Guineu sólo marcaba las horas a partir del mediodía.

El sol no toca antes –fue la respuesta.

Entonces se intercambiaron una mirada de complicidad entre ellos, mientras Robert hacía gestos de negación con la cabeza.

De regreso a Falset, Raquel se preguntaba que hacía al lado de aquel hombre que había aparecido en su vida de repente, sin avisar y sin saber muy bien los motivos. De lo que sí estaba segura era que se sentía a gusto a su lado y que por primera vez en muchos días había disfrutado de pequeños momentos que le permitían olvidar, por unas horas, la pesadilla que estaba viviendo. Pensó que había acertado en su decisión de quedar con Robert aquel día. Sin duda, todos aquellos pequeños momentos iban sumando, y a pesar de que sabía que en aquel asunto no podía confiar en nadie pensó que a Robert podía otorgarle algunas concesiones.

Al día siguiente por la mañana aprovechó para poner un poco de orden en su habitación y pensó que pediría a Nuria poner una lavadora Vació sus bolsillos y encontró un papel doblado por la mitad donde se podía leer:

 

«Aquelarre en blanco y negro en Cervera,

días 24, 25 y 26 de julio»

 

Recordó que había encontrado aquel folleto en la mesita de la entrada y que podía ser interesante. Nunca había estado en una fiesta popular como esa. Oyó a alguien trasteando detrás de la puerta; la abrió. Era Núria.

Tengo una montaña de ropa para lavar, ¿te importa que utilice la lavadora?

Déjala ahí encima. Yo me encargo.

Raquel se recogió el pelo, se puso una camiseta y unos tejanos y se dirigió al Ayuntamiento con la idea de conectarse a Internet.

Abrió Google y clicó: Aquelarre Cervera 2012. Seleccionó la página para ver el programa de fiestas... 24,25 y 26 de Agosto de 2012.

–¿De agosto? –se sorprendió Raquel.

Sacó de nuevo el folleto que todavía guardaba en el bolsillo... 24,25 y 26 de Julio.

¡Qué fallo! El folleto está equivocado y ni siquiera el diseño coincide con el oficial.

Buscó el teléfono del Ayuntamiento.

–Ayuntamiento de Cervera, buenos días –contestó una voz femenina.

Hola, buenos días. Estoy interesada en asistir al Aquelarre de Cervera. Por favor ¿puede confirmarme las fechas?

24,25 y 26 de Agosto –contestó amablemente–. En la página de Internet del Ayuntamiento encontrará toda la información necesaria.

Gracias, muy amable –contestó Raquel decepcionada.

Tenía claro que, de asistir a esta fiesta popular, debía aplazarlo hasta el año siguiente, pues, posiblemente dentro de un mes ya no estaría en Miravet.

Abrió su correo y no vio nada especialmente interesante. Estaba suscrita a La Vanguardia digital y aprovechó para saber qué ocurría lejos de aquel pueblecito de la Ribera de Ebro que apenas figuraba en los mapas. Tenía la impresión de que desde que estaba en Miravet el mundo se había detenido, pero no era así. Vio los titulares y leyó palabras y frases que ya casi tenía olvidadas como rescate, prima de riesgo, pacto fiscal, guerra civil en Siria, Ángela Merkel, Juegos olímpicos, campaña del no quiero pagar...

Había quedado con Jana a las ocho de la tarde. Veinte minutos antes, se dirigió al camino del Galacho. Todavía no eran las ocho de la tarde pero Jana ya la estaba esperando.

¡Hola Jana! –Se dieron dos besos de cortesía– Parece que no avanzamos demasiado, ¿no es cierto?

Es cierto, pero debemos seguir. ¿Algún avance con Joan?

Dirige las excavaciones temporalmente. Me habló de la historia del castillo y también me dijo que mientras todo el mundo trabajaba en la Torre del Tesoro, Sergi perdía el tiempo en las caballerizas. Después intentó tirarme los tejos en un par de ocasiones y poca cosa más.

¿Fuiste a las caballerizas?

Nos faltó tiempo y lo dejamos para otra ocasión.

¡Perfecto! Las caballerizas era uno de los lugares donde Sergi creía que podía estar escondido el manuscrito. No hables de eso con nadie –remarcó en tono de advertencia–. Ahora empiezo a tener claro que vamos a sacar partido de Joan. Has dicho que se te insinuó. Si está coladito por ti, le sacaremos lo que haga falta.

Oye Jana, a mí me gustan las cosas claras y si Joan quiere propasarse conmigo, te aseguro que le pongo en su sitio en un abrir y cerrar de ojos.

Sólo me refería a que Joan no tendrá ningún reparo en mostrarte lo que desees, aunque es cierto que tendrás que tomar tus precauciones. Cuando regreses al castillo con él, busca algún detalle en las caballerizas. Cualquier indicio nos puede aportar alguna pista y sobretodo ten los ojos muy abiertos de forma que ningún detalle escape a tu mirada. Si aparecen estos documentos yo me encargaré de sacarlos a la luz y a partir de entonces habrá terminado el peligro para todos.

Así lo haré. Mañana voy a ver a Joan –contestó Raquel–. Y tú, ¿has averiguado algo?

El eje principal de los templarios en Cataluña estaba formado por los castillos de Tortosa, Miravet y el Castillo de Gardeny en Lleida. Aparte de Miravet, a menudo Sergi visitaba los otros dos. Unas notas suyas me han llevado a Lleida, pero desgraciadamente sin éxito. Mañana iré a Tortosa.

Si no sacamos nada en claro, vamos a depender totalmente de la policía –lamentó Raquel.

Aún no –afirmó Jana sin perder la esperanza.

¿Tienes alguna carta escondida?

Hay sedes y castillos menores. Es posible que durante el asedio de Miravet trasladaran la documentación más importante a alguna de estas sedes. Parece ser que los monjes tenían vías secretas de entrada y salida del castillo de Miravet y hacían de las suyas sin que los soldados del rey Jaime II se percataran de ello. Al menos tenían diez sedes menores en la actual comarca de La Segarra, las cuales pasaron a manos de la Orden de los Hospitalarios después de la desaparición de la Orden del Templo. Algunas de éstas eran Cabestany, Granyera, La Guàrdia-Lada, Albión y Cervera entre otras, pero ya puedes imaginarte que eso sería como buscar una aguja en un pajar –concluyó Jana con resignación.

A Raquel le sorprendió que una de las sedes de los templarios llevara el nombre de La Guardia, como ella, pero todavía le causó más sorpresa oír el nombre de Cervera. Estuvo a punto de explicarle a Jana aquel lío con las fiestas del aquelarre pero su intuición le decía que mantuviera la boca cerrada.

Bien pues, si no hay nada más que decir, cada una a lo suyo –propuso Raquel, dando por finalizada la conversación.

Puedes contar con ello. Seguro que salimos de esta con nota.

Se despidieron y prometieron llamarse tan pronto como descubrieran algo.

Raquel regresó rápidamente a Los Geranios. Una intuición le rondaba por la cabeza y quería salir de dudas lo antes posible.

Entró en su habitación, cerró la puerta con llave y revolvió entre los bolsillos de los tejanos que llevaba por la mañana hasta encontrar el folleto de la fiesta del Aquelarre de Cervera. Lo extendió sobre la mesa, lo miró del derecho, después del revés...

 

«Aquelarre en blanco y negro

en Cervera 24, 25 y 26 de julio 2012.

Los diablos de Vilanova te invitan al correfocs que

tendrá lugar a la 1:15 en la Rambla Lluís Sanpere»

 

Una combinación de letras blancas y negras bailaban ante su vista mezclándose entre sí, formando parte del titular del anuncio de la fiesta.

¿Cómo no me he dado cuenta antes de este detalle? –se preguntaba Raquel–. El blanco y el negro significa que hay un mensaje. Eso es cosa de Sergi –empezó a leer las palabras escritas en blanco– Cervera... 25… julio 2012… diablos de Vilanova… lugar… 1:15 Rambla Lluís Sanpere…

La palabra “Aquelarre” también estaba formada por letras blancas y negras. Ordenadas convenientemente podía leerse: «Raquel».

No es más que una posibilidad, pero si eso es cierto, Sergi me está diciendo que vaya a Cervera el día 25 de julio. Eso es la próxima semana.

Seguía sin saber si Sergi estaba vivo o muerto. Todo dependía de si aquel folleto lo había mandado recientemente o antes que le hubiera ocurrido algo, pero en cualquier caso aquel mensaje mantenía la esperanza.

Se le acumulaba el trabajo. Al día siguiente iría al castillo a ver si sacaba algo en claro y en pocos días iría a Cervera, aunque no sabía muy bien a qué.

Se dio una ducha y al salir, mientras se secaba el pelo con la toalla, se dio cuenta de que tenía la ropa limpia y planchada encima de la cama. Pensaba que había cerrado la puerta con llave.

Seguramente la ropa ya estaba aquí cuando he entrado en la habitación –pensó sin darle más importancia–. Esta Núria vale un imperio.

Se vistió con ropa cómoda, se arregló y salió a dar una vuelta.

Adiós Núria, gracias por la ropa, me voy a dar un paseo por la plaza del Arenal.

Se pidió medio bocadillo de jamón y una botella de agua y ordenó que lo sirvieran en la terraza.

Al salir, se cruzó con Oscar. Estaba sentado en una de las mesas con sus amigos tomando una cerveza. Hizo un gesto con la mirada como preguntándole si tenía noticias de su hermana. Ella contestó encogiéndose de hombros, haciendo un imperceptible signo de negación con la cabeza que sólo Oscar fue capaz de captar.

Mientras se dirigía hacia la única mesa libre que quedaba, se percató de algunas miradas furtivas que con disimulo le dedicaban su pequeño homenaje de admiración.

Estaba terminando la botella de agua, dispuesta ya a levantarse, cuando se encontró a Joan de pie ante su mesa.

¿Puedo sentarme? –preguntó con una sonrisa de oreja a oreja, mirando de reojo las mesas de alrededor para se dieran cuenta de que se sentaría en la mesa junto a Raquel.

¡Siéntate! –dijo Raquel– Estaba a punto de marcharme.

Sólo será un minuto.

¿Quieres ir mañana al castillo y así te muestro la parte que quedó por visitar?

¿A la misma hora? –propuso a Raquel.

¡Muy bien! Así nos vemos en el castillo mañana al mediodía. Joan buscó una despedida que implicara algún tipo de contacto físico por pequeño que fuera, pero Raquel se levantó de la silla con una sonrisa y señalándole con el dedo le dijo:

Hasta mañana. ¡Y no te olvides!

No lo olvidaré. Puedes estar segura.

Habría ido de todas formas, aunque no hubiera aparecido Joan, pero pensó que era mejor de esta forma.

Si me presento sin avisar igual se piensa que quiero ligar con él.

Al día siguiente a las nueve de la mañana volvió a llamar al Ayuntamiento de Cervera para acabar de atar cabos. Contestó la misma voz del día anterior.

Hola, buenos días. Querría saber si los diablos de Vilanova actúan en el Aquelarre de Cervera.

Un momento. Lo busco en el programa…vamos a ver...ya lo tengo... el día 25 de agosto a la 1:15 de la madrugada. Salen de la Rambla Lluís Sanpere. ¿Conoce usted Cervera?

No mucho, pero no será difícil encontrar el lugar.

Este es el sitio –confirmó viendo que coincidía con el que ponía en el folleto– Rambla Lluís Sanpere a la 1:15 de la madrugada.

Llegado el momento, Raquel cogió una pequeña mochila, puso en su interior una botella de agua y unas galletas que había comprado en la Cooperativa del Sindicato y se dirigió hacia el castillo.

No le hacía ni pizca de gracia aquella historia con Joan; en realidad la inquietaba. En otro momento habría terminado con ello de forma rápida y expeditiva, pero ahora se trataba de encontrar alguna pista que la llevara a Sergi, y a pesar que el viaje a Cervera se presentaba prometedor, Joan parecía ser la otra única fuente de información fiable hasta el momento.

Ya hacía rato que Joan estaba en la recepción cuando apareció Raquel. Al verla llegar le dio la bienvenida y la invitó a seguir el recorrido por donde lo habían dejado la vez anterior. Deseaba compartir a solas con Raquel aquel rato que se había ganado a pulso y que le abría una puerta a la esperanza.

¿Quieres una botella de agua? –preguntó Joan muy amablemente–. Parece que hoy va a ser un día de mucho calor.

Gracias, Joan, pero ya llevo una en la mochila.

Cada vez que Raquel pronunciaba su nombre, unas cosquillas le recorrían el cuerpo como sí de un bálsamo de bienestar se tratara. Su nombre, en los labios de Raquel, sonaba como una música celestial.

Aquí, donde ahora está la recepción, en época de los templarios había la Capilla de San Miguel –empezó a explicar Joan como si llevara el discurso ya preparado–. El motivo es que, muy cerca de aquí, estaba ubicado el cementerio.

Hacía mucho calor. Joan abrió su botella de agua.

–¿Quieres?

No, gracias, ya te he dicho que llevo una en la mochila –repitió Raquel sin perder aparentemente la calma– Yo llevo galletas. ¿Quieres?

¡Trae! –dijo Joan.

Joan bebió de nuevo de la botella, dio un mordisco a la galleta y siguió con su monólogo: