Capítulo 9

 

BRAD la tomó en brazos y salió de la bañera. Deteniéndose junto a unos de los toalleros, dijo:

—Agarra una toalla, por favor. Rachel se aferró a su cuello con un brazo y con el otro asió una toalla grande y la apretó contra su cuerpo. Cuando llegaron a la cama, Brad la depositó sobre las sábanas. En algún momento, mientras ella estaba en la bañera, había quitado la colcha y retirado la sábana encimera. Brad apoyó la rodilla a un lado de la cama, tomó la toalla y empezó secarla de la manera más sensual posible. Ella le tendió los brazos, invitándolo a tumbarse a su lado, pero Brad evitó sus manos y la hizo tumbarse boca abajo. Rachel recibió otra lección acerca del poder de las caricias antes de que Brad se incorporara y se secara rápidamente. Cuando se tendió a su lado, Rachel sintió ganas de agarrarlo por los hombros y zarandearlo. «Deja de atormentarme», deseaba decirle, pero no podía pensar con suficiente claridad.

Brad se tumbó de lado y se restregó contra ella. Rachel se tranquilizó un poco al ver que estaba tan excitado como ella. También se estaba atormentando a sí mismo. Rachel no entendía la razón, pero era consciente de que no sabía casi nada del acto amoroso. Conocía la parte mecánica, desde luego, pero eso no bastaba para explicar las emociones que Brad despertaba en su interior.

Él la besó suavemente en la frente y en los ojos cerrados. Besó cada uno de sus párpados antes de trasladarse a su boca. Rachel se rindió a su ternura, dejándole que marcara el ritmo de las caricias. Brad exploró su cuerpo con boca y manos, acariciando su piel mientras le lamía el cuello. Se colocó sobre ella, con las rodillas entre las suyas. Antes de que Rachel pudiera tomar aliento, se inclinó sobre ella y tomó uno de sus pezones entre los dientes. Rachel se arqueó sobre la cama. Desde los pechos, Brad empezó a bajar siguiendo el eje de su cuerpo, trazando una senda de besos, lamiendo lentamente su vientre antes de continuar hacia abajo. Rachel se tensó cuando sus labios alcanzaron la mata de rizos que coronaba sus muslos. Extendió los brazos, buscando los de Brad, intentando detenerlo, deseando que la liberara de la terrible tensión que se había adueñado de ella. Brad empezó a hacer los mismos movimientos que había hecho antes, pero con la lengua.

— ¡No! —gritó ella, intentando cerrar las piernas. Pero Brad estaba entre sus muslos.

— Chist —musitó él poniendo la mano sobre su vientre y masajeándolo suavemente al tiempo que seguía atormentándola. Rachel pensó que no podía aguantar más. Iba a explotar, y sería por culpa de Brad. Si se detuviera...

Rachel gritó al sentir que la liberación sacudía su cuerpo. Algo en su interior estalló en millares de partículas, liberando un placer arrebatador que se prolongó en oleadas sucesivas. Brad se apartó de ella un momento y, abriendo un envoltorio de plástico que había sobre la mesita de noche, se cubrió rápidamente antes de penetrarla. Rachel se tensó automáticamente al notar aquella sensación desconocida. Él se detuvo, y Rachel se forzó a relajarse. «Es Brad. Él nunca me haría daño.» Pasó los brazos alrededor de su cuello y alzó las caderas, animándolo a continuar. Se aferró a él para expresarle su amor, esperando más sin saber exactamente qué buscaba.

Brad se movió lentamente, oscilando sobre ella. Pero, en lugar de aplacar la tensión de Rachel, sus movimientos solo sirvieron para acrecentarla. Ella extendió los brazos, buscándolo, y lo apretó con fuerza por los hombros. Brad tenía la piel húmeda, como si no se hubiera secado. El ritmo de su movimiento oscilatorio aumentó hasta que Rachel lo sintió palpitar profundamente dentro de su cuerpo. Incapaz de controlarse, le rodeó la cintura con las piernas, y Brad dejó escapar un leve murmullo de aprobación. La alzó por las caderas, dejando que cayera de espaldas contra las almohadas mientras aumentaba el ritmo de sus embestidas, hundiéndose en su interior hasta que Rachel gritó de nuevo. Esa vez, Brad se unió a ella: su cuerpo se convulsionó en el interior de Rachel, cuyos músculos parecían palpitar alrededor de su miembro.

Brad se dejó caer a un lado, con cuidado de no aplastarla. Aunque, de todos modos, en ese momento ella no lo habría notado. Estaba demasiado concentrada intentando recobrar el aliento. Oía la áspera respiración de Brad junto a su oído. Apoyó la mano sobre su pecho y se preguntó si sería sano que un corazón palpitara tan aprisa. Pero a Brad aquello no parecía preocuparle. De repente, saltó de la cama y entró en el cuarto de baño. Rachel se preguntó si debía vestirse. Tenían que cenar. Quizá después de la cena podrían...

Brad regresó a la cama e interrumpió sus pensamientos. La tomó en sus brazos y la estrechó contra sí con una pasión que despertó de nuevo el ardor de Rachel. Esta se quedó tumbada a su lado, absolutamente satisfecha. Por su mente cruzaban los más extraños pensamientos. ¿Cómo era posible que nadie se hubiera molestado en hablarle de aquella experiencia catártica?, se preguntó. «Ahora comprendo por qué las mujeres que salían con Brad se negaban a aceptar que su relación hubiera acabado.» Lo que acababa de compartir con él era decididamente adictivo. Y ella ya estaba enganchada.

Procuró aquietar su respiración. Creyó que Brad se había quedado dormido, pero de pronto habló con voz ligeramente enronquecida.

— ¿Te he hecho daño?

Ella abrió los ojos.

— ¿Daño? —repitió, deseando comprender por qué le hacía aquella pregunta. Los hombres eran criaturas extrañas. Brad se movió y apoyó la mano sobre su vientre.

— ¿He sido muy brusco?

—Eh, no. No, qué va. En absoluto.

Él deslizó un brazo bajo su cabeza y la atrajo hacia sí. Rachel lo miró con preocupación.

— ¿Y yo? ¿Te he... te he hecho daño?

Brad se echó a reír.

—No, cariño, nada de eso —la besó lentamente en los labios.

—No tenía ni idea de que fuera así —reconoció ella—. He perdido el control. Qué experiencia tan deliciosa.

Él permaneció en silencio varios minutos. Cuando al fin habló, Rachel no lo entendió del todo:

—Yo tampoco sabía que podía ser así — dijo.

¿Qué quería decir?, se preguntó ella. Sabía muy bien que Brad tenía más experiencia que la mayoría de los hombres. O, al menos, eso creía ella. Si no, ¿cómo podía estar tan versado en el arte de complacer a una mujer? En fin, no iba a hacerle más preguntas absurdas. Mantendría los ojos abiertos y aprendería de él lo más aprisa que pudiera.

Pasaron varios minutos antes de que Rachel reuniera el valor necesario para imitar algunos de los movimientos que Brad había puesto en práctica con ella. Empezó por besarle uno de los pezones. Brad había mantenido los ojos cerrados hasta ese momento, pero de repente los abrió, sorprendido, y contuvo la respiración. Sin embargo, no apartó a Rachel. De modo que esta siguió imitando sus movimientos. Le alegró ver que no solo se habían abierto sus ojos: otras partes de su anatomía también empezaron a despertar a la vida.

Brad siguió conteniendo el aliento mientras Rachel besaba su cuerpo. «Está bien», pensó ella. «Lo intentaremos.» Deslizó la boca sobre él, pero Brad se incorporó de repente. Rachel se apartó de él.

—Lo siento. De veras, lo siento mucho. No quería hacerte daño.

Brad la atrajo hacia sí y la apretó con fuerza.

—No, no es eso. Es solo que ahora mismo estoy un poco sensible. Yo... eh... creo que tal vez deberíamos ir a comer algo. Tengo la sensación de que esta noche necesitaré mucha energía.

Al día siguiente, al abrir los ojos, Brad se encontró la habitación llena de sol. Esa noche había olvidado cerrar las cortinas. Contempló a Rachel, tumbada a su lado. Miró el reloj y vio que era casi mediodía. No le extrañó, teniendo en cuenta que no se habían dormido hasta el amanecer. Sonrió al pensar en cómo habían ocupado las horas anteriores.

Esa noche, había descubierto a una Rachel completamente nueva. Nunca hubiera soñado que bajo aquella apariencia formal se escondía una lujuriosa sirena. ¿Quién lo habría imaginado?

Rachel era una amante entusiasta. Brad no sabía si podría hacer que se levantara de la cama. Pero no importaba. Tenían todo el fin de semana para organizar su nueva vida juntos,

En cualquier caso, Rachel tenía que avisar con treinta días de antelación de que dejaba su apartamento, así que no había prisa. Irían a su casa a cualquier hora y recogería su ropa. Harían el resto de la mudanza en cualquier momento de las semanas siguientes.

Brad se puso de lado, la miró y la estrechó entre sus brazos. Ella murmuró algo parecido a: «ya no más, por favor». Lo cual era una suerte, pensó él, apartándole el pelo de la cara. Durante las últimas dieciocho horas había hecho verdaderos milagros. No estaba seguro de poder mantener ese ritmo sin dejarse la vida en el empeño.

Antes de quedarse dormido, pensó: «Pero qué maravilla».    El lunes por la mañana, Brad y Rachel llegaron a la oficina a la hora de costumbre, antes que los demás empleados, y se fueron a sus despachos para enfrentarse al papeleo acumulado durante la semana anterior.

A Rachel le costó gran esfuerzo concentrarse en los datos y las cifras de los diversos informes que tenía sobre la mesa. No dejaba de pensar en el fin de semana anterior.

Todavía tenía que pellizcarse para comprobar que aquello no era un sueño. No podía creer que fuera tan feliz, y que Brad pareciera tan a gusto a su lado. Por alguna razón, su actitud parecía divertir a Brad. Cada vez que lo miraba, la estaba observando con una sonrisa en los labios. Y cuando le preguntaba qué le pasaba, él respondía:

—Nada, hermosa dama, nada.

Rachel había sacado su coche del garaje de la oficina, donde lo había dejado la semana anterior. Ahora estaba guardado en el garaje de Brad. No había razón para llevar los dos coches a la oficina.

Estar con Brad le producía una sensación de seguridad tan maravillosamente liberadora que apenas podía creer que fuera real. El día anterior habían pasado un par de horas en su apartamento. Ella había recogido su ropa y sus cosas de aseo, pero había dejado el resto de sus pertenencias allí, de momento. El resto del fin de semana se les había pasado en un suspiro, entre apasionados juegos amorosos. Rachel había descubierto nuevas y fascinantes formas de placer, y su propia audacia no dejaba de impresionarla. Una vez, mientras comían, había sentido la repentina, frenética necesidad de desnudarse y lanzarse sobre Brad. También había descubierto cómo era despertarse por la mañana y ver que su marido le estaba haciendo el amor lenta y dulcemente, arrastrándola a un repentino climax antes de que pudiera espabilarse siquiera. Sus juegos amorosos eran excitantes, divertidos, sorprendentes e intensamente satisfactorios.

Rachel suspiró. Y eso que solo llevaban casados tres días.

Se obligó a concentrarse y, al final, logró retomar el ritmo rutinario de su trabajo.

A medida que pasaba la semana, fueron produciéndose pequeños cambios en aquella rutina. Empezaron a comer juntos todos los días, lo cual hizo que Janelle los mirara con extrañeza.

Cuando estaban en la oficina, Rachel procuraba no mirar a Brad a los ojos. Prefería mantenerlos fijos en sus notas. Había descubierto que, cuando estaba con él, apenas podía refrenarse. Hasta el jueves por la mañana, pensaba que solo le pasaba a ella. Pero ese día, tras discutir un problema que debían resolver inmediatamente, Brad salió de su despacho completamente excitado. Rachel nunca lo miraba a los ojos, cierto, pero no tenía inconveniente en mirar el resto de su cuerpo. A veces, fantaseaba con subirse a horcajadas sobre su regazo mientras él hablaba por teléfono, o con tumbarlo sobre la mesa de reuniones y hacerle el amor. Si alguien hubiera tenido acceso a sus pensamientos más lascivos, se habría sentido profundamente avergonzada. Se había convertido en una auténtica adicta a Brad.

Dos semanas más tarde, Brad salió temprano de casa para ir al aeropuerto. Tenía que supervisar una obra al sureste de Texas, pero le prometió volver a casa a primera hora de la noche. Su beso de despedida produjo una rápida escalada, y ambos salieron de casa un poco más tarde de lo que planeaban. Esa mañana, Rachel se sentó ante su mesa añorando la presencia de Brad al otro lado de la puerta. Se dijo que a menudo habían pasado días enteros separados. Pero eso había sido antes... antes de que él le enseñara a satisfacer su deseo.

Ese lunes por la mañana, el teléfono sonó sobre las once y media, y Rachel lo descolgó con una sonrisa en los labios. Seguramente era Brad, que la llamaba para decirle hola. Pero, por si acaso, respondió en tono profesional:

—Rachel Wood.

— ¿Qué te parece si comemos juntos?

Aquella voz de hombre, que no se parecía en nada a la de Brad, la tomó por sorpresa. Pero enseguida reconoció a Rich Harmon, el jefe de administración.

—Hola, Rich. ¿Pasa algo?

Hubo un breve silencio antes de que él dijera:

—Puede, pero preferiría discutirlo fuera de la oficina. Iremos al delicatessen, compraremos algo y nos lo comeremos en el parque.

— ¿Puedes decirme de qué se trata? —Preferiría esperar, si no te importa. Ella se encogió de hombros y dijo: —Nos veremos en el vestíbulo a mediodía, entonces.

— Hasta luego —dijo él, y colgó. Rachel se preguntó de qué querría hablar

Rich con ella. Casi siempre trataba con Brad sobre asuntos de trabajo. Tal vez hubiera sucedido algo y no quería esperar hasta que volviera Brad.

Cuando llegó al área de recepción, Rich ya estaba esperándola. Había estado hablando con la recepcionista y se incorporó en cuanto vio entrar a Rachel.

— ¿Lista? —preguntó con una leve sonrisa.

—Sí —contestó ella, dirigiéndose hacia la puerta.

Entraron en el ascensor lleno de gente. Rich tenía un carácter amable y extrovertido. Parecía sentirse a gusto con todo el mundo. Ese día, sin embargo, estaba muy serio. Fuera lo que fuera lo que ocurría, debía ser grave.

Rachel aguardó hasta que, tras comprar unos sandwiches y unos refrescos, se sentaron en un banco del parque. Entonces dijo:

—Bueno, ¿qué ocurre?

Rich desenvolvió lentamente su sandwich antes de contestar.

—Circula un rumor un tanto extraño por la oficina, y pensé que debías saberlo.

Rachel tragó saliva y dio un rápido sorbo a su bebida.

— Siempre circulan rumores por la oficina, Rich. Ya lo sabes.

— Sí, ya. Pero esto es diferente. —Entonces dile a todo el mundo que no, que Brad no piensa vender la empresa.

Rich no respondió a su intento de bromear, de modo que Rachel siguió comiéndose su sandwich. Cuando acabó, se bebió hasta la última gota de refresco que había en el vaso de plástico. Entonces Rich dijo:

—Los rumores son sobre ti, Rachel.

El hielo del vaso cayó hacia delante, saliéndose del vaso y derramándose sobre la chaqueta y la blusa de Rachel. Esta se atragantó y empezó a toser. Rich le dijo una fuerte palmada en la espalda y preguntó:

— ¿Estás bien? ¿Puedo hacer algo?

Ella sacudió la cabeza y continuó tosiendo. Rich le dio su bebida sin decir nada y ella la aceptó, agradecida, y bebió hasta que se le relajó la garganta lo suficiente para poder respirar. Luego, le devolvió la bebida.

— Gracias. Debía de haber un hueso en mi refresco —bromeó, confiando en que Rich no adivinara que eran sus palabras lo que la había hecho atragantarse — . Está bien —dijo al fin, cuadrando los hombros y asegurándose de que no quedaban restos de hielo en la blusa y la chaqueta—. ¿Qué dicen esos rumores sobre mí? Rich se aclaró la garganta.

— Sabes que te admiro y te respeto muchísimo, Rachel. No puedo negar que me sentí atraído por ti en cuanto entré a trabajar en la empresa. Te dije lo que sentía por ti y te incordié para que salieras conmigo. Tú fuiste muy amable conmigo, y yo entendí perfectamente por qué no querías que nos viéramos fuera del trabajo. Los romances de oficina pueden resultar muy complicados. Tenías razón —Rachel se moría por preguntarle: «¿Adonde quieres ir a parar?», pero se contuvo — . Así que... — continuó Rich al cabo de un momento — cuando oí los rumores hice lo posible por desmentirlos. Pero acabo de enterarme de que ciertos empleados afirman que pueden demostrarlos.

— ¿Qué rumores, Rich? Aún no sé de qué estás hablando.

— Dicen que Brad y tú tenéis una aventura —dijo él precipitadamente—. Y dicen que empezó cuando os fuisteis a Carolina del Norte, hace una par de semanas, y que desde que volvisteis, te vas en el coche de Brad todos los días. Algún espíritu emprendedor decidió seguiros para ver si Brad te dejaba en tu apartamento. Pero no fue así. Fuisteis directamente a su casa.

A Rachel le disgustaba pensar que se hablaba de ella a sus espaldas, a pesar de que sabía que rumores parecidos circulaban por la oficina casi desde que tenían empleados. Pero aquel rumor era distinto. Rachel lo sabía. Y también sabía que era ella quien había animado a Brad a que mantuviera su boda en secreto. Quería que él se habituara a su nueva vida antes de sugerirle que reconocieran públicamente su relación.

Rich se giró en el banco y la miró. Tenía una expresión angustiada. Quizá le diera miedo hablar francamente con ella. O tal vez esperaba que Rachel se sintiera culpable por haber roto sus propias normas acerca de las relaciones amorosas entre compañeros de trabajo. Fuera lo que fuera lo que esperaba, sin duda quedó defraudado cuando ella dijo:

—Gracias por decírmelo, Rich. Me gusta estar al corriente de lo que se dice en la oficina. Nunca es agradable ser la comidilla de todo el mundo.

— ¿Crees que no lo sé? A veces he oído por casualidad chismes sobre mí que me han puesto los pelos de punta. Si me hubiera acostado con la mitad de las mujeres que dicen, a estas alturas estaría en el libro Guinness de los récords.

Ella sonrió y, recogiendo los restos de la comida, se levantó.

—He de volver a la oficina. Gracias por invitarme a comer.

Él se levantó y la miró fijamente, con expresión triste.

—Ha sido un placer, Rachel. Ojalá pudiera hacer algo más por ti.

Cuando regresaron a la oficina, ambos iban riéndose de un comentario que habían oído en el ascensor. Rachel se despidió de Rich y regresó a su despacho

Rachel decidió sorprender a Brad teniendo la cena preparada cuando volviera a

Casa. No sabía a qué hora aparecería. La había llamado antes de tomar el avión para decirle que, como llegaría a Dallas a la hora de más tráfico, no lo esperara a ninguna hora en concreto. Parecía contento, y le había dejado claro que la echaba tanto de menos como ella a él.

Rachel canturreaba mientras cocinaba, pensando en su relación. Se daba cuenta de que Brad se mostraba cada vez más abierto con ella. Y había llegado a entender por qué él llevaba tantos años intentando protegerse. Brad no había conocido a mucha gente en la que pudiera confiar. Si Casey Bishop no lo hubiera sacado de las calles, seguramente habría acabado en la cárcel. O, al menos, tendría una larga ficha policial. Pero, en lugar de eso, había tenido éxito y sacado adelante su empresa. Había aprendido qué se esperaba de él en sociedad, cómo vestirse y cómo ocultar su impaciencia... casi todo el tiempo.

Rachel oyó la puerta del garaje mientras metía la ensalada en la nevera. La cena estaba calentándose en el horno. Brad llegaba justo a tiempo.

Rachel cerró la nevera y se dio la vuelta justo cuando él abría la puerta de la cocina. Al verla, soltó el maletín y se acercó a ella dando tres largas zancadas.

—Bienvenido a ca... ¡Brad! Pero ¿qué haces? —exclamó ella. Brad la tomó en brazos y atravesó la casa hasta llegar al dormitorio. No se detuvo hasta que estuvieron en la cama. Se quitaron la ropa apresuradamente, riendo y abrazándose en un arrebato de deseo. Tras alcanzar el climax, Brad siguió abrazándola y besándola, pasando las manos por su cuerpo como si quisiera asegurarse de que todo seguía en su lugar. Un rato después, Rachel dijo:

—La cena está lista. ¿Tienes hambre?

Él se echó a reír y se sentó.

—Muchísima, pero creo que será mejor dejarlo para después de la cena.

Se pusieron los albornoces y regresaron a la cocina. Mientras ella ponía la comida en la mesa, Brad le contó cómo había pasado el día. Rachel le habló de algunos problemas que había tenido en el trabajo y pronto se encontraron hablando de los asuntos de la empresa.

Más tarde, después de ducharse, cuando se preparaban para irse a la cama, Rachel dijo:

—Brad, sé que te dije que de momento no hacía falta que contáramos lo de la boda, pero ya han pasado tres semanas. ¿Crees que deberíamos decírselo al personal de la empresa?

Él se estiró en la cama y la atrajo hacia sí. Rachel descansó la cabeza sobre su hombro y pasó una pierna sobre sus muslos.

—He estado pensando en ello —contestó jugando con su pelo —. La verdad es que tengo la impresión de que por mi culpa no tuviste una auténtica boda. Me pregunto si no deberíamos hacerlo bien..., por la Iglesia si tú quieres. Podríamos invitar a tu familia, a los empleados y a quien tú quieras.

Ella alzó la cabeza y lo miró, sorprendida. Ni en un millón de años habría esperado semejante sugerencia del hombre que la había contratado ocho años atrás. Sin embargo, sabía que algo había cambiado en él, y confiaba en que esos cambios se debieran a ella.

Rachel nunca le comentaba nada sobre su acuerdo para que no se sintiera incómodo. Brad tomaba cuidadosas precauciones cada vez que hacían el amor, razón por la cual ella suponía que no deseaba tener hijos. Eso también podía entenderlo. Con el tiempo, tal vez Brad se acostumbrara a la idea de traer hijos al mundo, hijos a los que amaría y protegería. Rachel había descubierto que poseía un enorme caudal de amor, aunque él no lo supiera aún. Pero, de momento, no quería que se sintiera presionado. Por eso tampoco le decía que lo quería. Brad había dejado claros sus sentimientos hacia ella. Rachel no necesitaba decirle nada, pero, a veces, cuando estaba especialmente encantador, tenía que morderse la lengua para no declararle lo que sentía.

—Eh, ¿es que te has quedado dormida?

Ella le dio un beso en el pecho.

— Creo que ha tenido usted una buena idea, señor Phillips. ¿Para cuándo cree que deberíamos fijar la boda?

Él se tumbó de lado y se restregó contra ella, dejándole claro que no le apetecía seguir hablando. Deslizó la mano entre sus muslos y empezó a tocarla.

—Mmm... Depende. Tal vez a final de año. Antes quiero sacarte por ahí y presentarte a toda la gente que conozco.

—Pensaba que ya conocía a casi todo el mundo —dijo ella, conteniendo el aliento cuando él hizo un movimiento particularmente audaz.

— Seguramente, pero ahora eres mi mujer. A principios de diciembre se celebra una cena benéfica. Quiero que me acompañes y que todo el mundo sepa que eres mi esposa. ¿Crees que podríamos organizar la boda para entonces?

Ella gruñó, incapaz de concentrarse en aquellas palabras mientras él despertaba una marea de placer en su cuerpo.

— Me encargaré de ello a primera hora de la mañana, jefe.

Las últimas palabras coherentes de Brad sonaron a algo parecido a: —Hazlo, hermosa dama.