Capítulo 8
BRAD se despertó cuando el avión descendía hacia el aeropuerto. Abrió los ojos y se desperezó antes de recordar que Rachel estaba junto a él. Rachel..., su mujer. Rachel..., a la que le daba miedo volar.
La miró rápidamente. Tenía los ojos cerrados, pero no se aferraba a los brazos del asiento, sino que tenía las manos plácidamente apoyadas sobre el regazo. Brad se preguntó si estaría dormida. No recordaba cuándo se había levantado de sus rodillas, pero sí haber experimentado una sensación de pérdida durante el sueño. Había echado de menos sentirse abrazado por ella, apretarla con fuerza. Nunca había sentido tal necesidad de estar con alguien, y eso lo inquietaba.
Las ruedas chirriaron al tocar el asfalto de la pista de aterrizaje. Brad se desabrochó el cinturón y se puso a recoger sus cosas antes incluso de que el avión se detuviera en el hangar. Necesitaba hacer algo para calmar su desasosiego. Por el rabillo del ojo, vio que Rachel se levantaba y miraba a su alrededor, como si saliera de un profundo estado de sopor. Sonrió al posar la mirada sobre él, y Brad sintió como si una enorme mano se cerrara sobre su corazón y lo estrujara.
— ¿Estás lista? —le preguntó a Rachel bruscamente, al tiempo que Steve entraba en la cabina. Ella no respondió. Se limitó a esperar a su lado a que Steve abriera la puerta. El piloto se hizo a un lado y dejó que Rachel y Brad salieran primero. Una vez en la pista, los hombres se estrecharon las manos y Brad echó a andar hacia su coche, con la mente concentrada en el trabajo, lo que en cierto modo lo tranquilizaba. No notó que Rachel se esforzaba por seguir su paso.
Los negocios eran un terreno conocido, en el que se sentía a gusto. Pensar en la compañía siempre tenía el efecto de tranquilizarlo. De pronto, sintió ansias de llegar a la oficina y de retomar su vida de costumbre, y procuró no pensar en la confesión que le había hecho a Rachel.
De camino a la oficina, intentó confeccionar mentalmente una lista de las cosas que tenía que hacer, empezando por reunirse con el jefe de administración. Cuando se detuvieron ante un semáforo, se dio cuenta de que ninguno de los dos había hablado desde que se habían bajado del avión. Miró a Rachel, preguntándose en qué estaría pensando.
— ¿Estás bien? —le preguntó.
Ella giró la cabeza y parpadeó.
—Sí, solo un poco aturdida. Siento haberme quedado dormida encima de ti. Seguro que las piernas se te quedaron entumecidas con tanto peso.
—Pues eso no impidió que me quedara dormido yo también —a continuación, Brad sacó a relucir algunos asuntos de trabajo pendientes, de los cuales hablaron durante el resto del trayecto.
Brad había entrado en la recepción de la empresa en infinidad de ocasiones, pero ese día todo le pareció diferente. Asombrado, se detuvo y echó un vistazo a su alrededor. Los colores parecían más vivos, o algo así... ¿Habrían pintado las paredes recientemente? Sacudió la cabeza. ¿Qué le estaba pasando?
Melinda, la recepcionista, levantó la mirada y le lanzó una sonrisa descarada.
— Bienvenido, señor Phillips. Señorita Wood.
Brad se detuvo ante el mostrador y dijo:
— ¿Podría avisar a Rich Harmon de que hemos vuelto? Dígale que quiero verlo en cuanto le sea posible.
—Claro —dijo ella, alzando el teléfono.
Al atravesar el pasillo, Brad se cruzó con varios empleados que lo saludaron con una cordialidad en la que nunca antes había reparado. ¿Habrían sido siempre así de amables? No se había producido ningún cambio que justificara su nueva perspectiva, eso seguro. Tal vez se debiera a la presión del aire en el interior del avión. Anotó mentalmente que debía decirle a Steve que la revisara.
Rachel y él llegaron a la zona de los despachos de dirección. Brad abrió la puerta y se apartó para dejar pasar a Rachel. Janelle levantó la mirada de la pantalla del ordenador y sonrió.
—Hola, chicos —dijo, alzando dos grandes montones de mensajes telefónicos—. Esto os mantendrá ocupados el resto del día, por lo menos.
Brad asintió y entró en su despacho revisando los mensajes. Cuando miró a su alrededor, se dio cuenta de que Rachel no había entrado tras él. Se había metido en su propio despacho. Tal vez fuera mejor así. Adelantarían el doble de trabajo si pasaban unas cuantas horas separados.
Al llegar a la oficina, Brad solo pensaba estar un par de horas trabajando. Pero habían pasado cuatro cuando por fin se levantó de la mesa. Se acercó a la puerta que conectaba su despacho con el de Rachel y la abrió suavemente. Ella estaba hablando por teléfono, pero lo vio en cuanto se asomó a la puerta. Le lanzó una sonrisa fugaz y le hizo señas de que entrara. Brad se deslizó en una de las sillas que había enfrente de su escritorio y se quedó mirándola. Aquella era la mujer a la que tan bien conocía, la mujer con la que se sentía a gusto, la que conocía su carácter, sus estallidos de mal humor y su impaciencia. Rachel lo sabía todo sobre su persona y, sin embargo, había aceptado casarse con él. Brad se preguntaba por qué. No era por su fascinante personalidad, de eso estaba seguro.
Escuchó distraídamente mientras ella hablaba con un cliente un tanto quisquilloso, sin que su voz trasluciera signos de irritación o impaciencia. Cuando colgó, lo miró inquisitivamente, enarcando las cejas.
— Me estaba preguntando si hay algo ahí... — Brad indicó los montones de archivadores que había sobre la mesa— que no pueda esperar hasta el lunes.
Ella se frotó la frente con expresión de cansancio y miró los papeles que tenía encima de la mesa.
— Sinceramente, espero que no —respondió con un suspiro—. Supongo que tú tienes que enfrentarte a todo esto cada vez que te ausentas unos días.
— Normalmente, no —dijo él sonriendo—. Verás, tengo una magnífica asistente que se encarga de casi todo cuando yo no estoy, así que cuando vuelvo, lo encuentro todo en orden. A veces hasta me siento superfluo en esta oficina.
Ella se echó a reír.
— Sí, ya. Lo siento, pero no te creo.
Él alzó los brazos por encima de la cabeza y se desperezó. Tras mover la cabeza lentamente en círculos para relajar la tensión que sentía en el cuello, miró a Rachel y dijo:
—Quería hacerte una sugerencia.
Ella se inclinó hacia delante, juntando las manos sobre la mesa.
—Adelante.
— Sugiero que nos vayamos a casa, miremos qué hay en el congelador para hacer la cena y pasemos una cuantas horas de relax. ¿Qué te parece?
Ella se sonrojó suavemente, pensando en lo que Brad no había dicho.
—Tú eres el jefe —contestó poniéndose aún más colorada.
—No necesariamente, al menos en nuestro matrimonio. En mi opinión, somos como socios. Tenemos los mismos derechos de voto.
Ella se levantó y se estiró.
—Entonces, voto porque nos vayamos antes de que vuelva a llamar algún cliente pesado.
— ¿Con quién estabas hablando?
Rachel se lo dijo, resumiéndole la conversación mientras sacaba su bolso del cajón superior del escritorio. Al incorporarse, dijo:
—Creo que he conseguido convencerlo. Al menos, eso espero.
Brad se acercó a la puerta que llevaba al despacho de Janelle y la abrió. Cuando salieron, le dijo a la secretaria, casi sin detenerse:
—Nos vamos a casa. Hasta el lunes.
A Janelle pareció sorprenderla que se marcharan juntos, cosa que rara vez ocurría. Bueno, pues tendría que acostumbrarse, pensó Brad.
Esperó hasta que estuvieron en el ascensor, a solas, para abrazar a Rachel. La besó apasionadamente hasta que llegaron al piso del aparcamiento subterráneo.
— Gracias —dijo. De algún modo, se sentía más ligero—. Lo necesitaba —la puerta del ascensor se abrió. Salieron y Brad la llevó del brazo hacia su coche—. Voto porque nos vayamos directamente a casa.
Estuvo a punto de echarse a reír al ver la expresión de su cara. Rachel había dejado de ser su asistente. El beso parecía haberle recordado que era una recién casada a la que esperaba su noche de bodas. A Brad le hizo gracia que intentara mantener una actitud despreocupada. Ella miró su reloj.
—Yo pensaba pasar primero por mi apartamento para recoger algo de ropa.
—Esta noche no necesitarás nada, ¿no crees? Mañana iremos a tu apartamento y te ayudaré a empaquetar las cosas. Ella se detuvo y escrutó pensativamente su cara, como si lo viera por primera vez. Aquella mirada penetrante puso a Brad un poco nervioso. No estaba acostumbrado a que lo mirara así. Y no sabía qué hacer.
La respuesta de Rachel lo pilló por sorpresa. Ella esbozó una lenta e íntima sonrisa y dijo:
—Decididamente, tienes mucha labia — y lo besó en la comisura de la boca—. Me has convencido.
Él se echó a reír mientras se acercaban al coche. Estaba sujetándole la puerta cuando otro coche aparcó junto al suyo. Brad levantó la mirada y vio que era el coche del bueno de Arthur, el jefe de contabilidad. Pero estaba de tan buen humor que ni siquiera Arthur podía amargarle ese momento.
—Hola, Arthur. ¿Qué tal van las cosas? — le preguntó, al tiempo que cerraba la puerta del pasajero y rodeaba el coche.
Arthur salió del suyo y lo miró fijamente por encima del techo del vehículo. Se subió las gafas sobre el puente de la nariz y dijo:
—Eh, todo va perfectamente, creo —inclinó la cabeza mirando a Rachel—. Hola, señorita Wood.
—Hola, Arthur. Me alegro de verte.
Brad se deslizó en su asiento mientras Arthur se dirigía al ascensor. Rachel se echó a reír y dijo:
— Es la primera vez que te veo hablar con Arthur sin rechinar los dientes.
—No te extrañe. Hoy, ni siquiera Arthur puede amargarme el día —sacó el coche marcha atrás y se dirigió a la salida.
Rachel observó sus habilidosas manos, que sujetaban con ligereza el volante forrado de cuero. Siempre había admirado sus manos. Eran manos curtidas, de trabajador, a pesar de que hacía ya varios años que no trabajaba a la intemperie. Ese pensamiento la llevó a otro.
— ¿Cómo conseguiste aprender algo en la escuela si siempre estabas mudándote de un sitio a otro? —preguntó.
— Por curiosidad, supongo. Recuerdo que estaba lleno de preguntas. Además, me gustaba mucho la escuela. La rutina de la que otros chicos se quejaban a mí me parecía reconfortante. Como sabía que nunca me quedaba mucho tiempo en un mismo sitio, me esforzaba por ponerme al nivel de: los otros chavales y por aprender todo lo que podía. Y cuando no iba a la escuela, buscaba la biblioteca municipal del sitio donde estuviéramos y me iba a leer allí siempre que podía. Mi padre casi nunca me preguntaba adonde iba. Y si le decía que había estado en la biblioteca, se echaba a reír. Más tarde me di cuenta de que creía que le mentía para ocultarle mis verdaderas actividades. Nunca comprendió que yo no decía mentiras. Era una promesa que me había hecho a mí mismo después de haber escuchado todas las fanfarronadas que contaba mi padre. No quería ser como él. Y comprendí que la educación era el único modo de escapar a aquel destino.
—Pues tu plan funcionó, obviamente.
— Supongo que sí.
Rachel comprendió por su tono cansino que no quería seguir hablando de su pasado. Todavía la asombraba que le hubiera contado tantas cosas. Debía respetar los límites que él marcaba en lo que a su infancia se refería. No quería que se arrepintiera de haber confiado en ella.
Cuando llegaron a su calle, Brad torció por el camino que llevaba a la casa y marcó una serie de números en un panel electrónico adosado al quitasol de su lado del coche. Cuando las puertas de la finca se abrieron, Rachel se incorporó y miró a su alrededor. Había estado allí en otra ocasión, una vez que Brad estuvo enfermo con gripe y tuvo que quedarse en la cama por orden del médico. Una mañana, él llamó a la oficina y le pidió que le llevara ciertas carpetas. Rachel fue a su casa, pertrechada con las carpetas. Durante aquella breve visita, había visto el vestíbulo y el cuarto de estar de la casa, y se encontró con un Brad gruñón y desgreñado, con barba de tres días. Llevaba un albornoz que dejaba entrever su ancho pecho desnudo y, sin duda, tenía fiebre. Parecía encontrarse muy mal, pero Rachel había decidido no sugerirle que contratara a una enfermera para que cuidara de él hasta que se repusiera. Le había entregado los archivos y se había marchado. Ahora, iba a vivir allí. Qué cosa tan extraña.
Brad siguió el camino, rodeó la casa y se dirigió a un garaje con tres plazas de estacionamiento. Una de las puertas subió según se acercaban. Cuando estuvieron dentro del garaje, Brad salió del coche y se acercó a abrirle la puerta a Rachel.
Ella no sabía por qué de pronto estaba tan nerviosa. Hasta ese instante, había conseguido mantener la calma procurando olvidarse de que aquel era el día de su boda, por muy impersonal que hubiera sido la ceremonia.
—Vamos, tengo justo lo que necesitas para relajarte —dijo él tomándola de la mano. Su sonrisa infantil la tomó por sorpresa. Nunca había visto a Brad tan alegre.
Rachel sabía que tenía la mano húmeda, pese a que se había secado el sudor restregándosela contra la falda antes de dársela a Brad. Lo siguió a través de la puerta que comunicaba el garaje con un espacioso cuarto en el que había una lavadora y una secadora, una nevera alta y una serie de armarios que cubrían dos de las paredes. Antes de que tuviera oportunidad de mirar más detenidamente la habitación, Brad abrió la puerta basculante que daba acceso a la cocina. Se detuvo un momento para que Rachel la viera.
— Es muy bonita, Brad —dijo ella, asombrada.
— ¿Te gusta? Me alegro. La asistenta viene de lunes a viernes. Hace la comida y la deja en el frigorífico. Lo único que tengo que hacer es calentarla en el microondas — tiró de ella suavemente—. Luego miraré qué ha dejado hoy. Pero antes...
Dejó que sus palabras se desvanecieran mientras seguían atravesando habitación tras habitación, hasta que llegaron al vestíbulo que Rachel conocía. Brad la condujo por un pasillo que parecía extenderse interminablemente hasta que llegaron ante unas puertas de madera bellamente labradas. Cuando Brad las abrió, Rachel apenas creyó lo que vieron sus ojos. Aquella habitación era obviamente el dormitorio principal de la casa, pero su tamaño la dejó sin aliento. Allí podía entrenarse un equipo de baloncesto, pensó mirando a su alrededor.
Los muebles macizos tenían un aire masculino. Una hilera de ventanales ocupaba casi por entero la pared del fondo. Rachel apenas notó que Brad la soltaba de la mano y se apartaba de ella. Estaba absorta mirando a través de las ventanas. Se acercó a la del medio y descubrió uno de los jardines más bellos y mejor cuidados que había visto nunca. Los arbustos y las flores estaban dispuestos de tal manera que semejaban un jardín señorial inglés. Un par de senderos seguían el contorno de una ladera que llevaba a una densa arboleda, al fondo de la finca.
— Hará falta un ejército de jardineros para que todo esté tan sano y floreciente... — dijo volviéndose hacia la habitación. Pero la encontró vacía.
¿Dónde se había metido Brad? No había oído cerrarse ninguna puerta. Prestó atención e identificó un sonido que llevaba algún tiempo oyendo sin darse cuenta: en una habitación contigua se oía correr el agua. Rachel siguió el sonido hasta una puerta entreabierta. La empujó ligeramente, avanzó y de pronto se encontró en un cuarto de baño tan grande como el dormitorio de su apartamento. Grifos dorados llenaban de agua humeante una bañera enorme, rodeada de espejos por tres de sus lados. Rachel parpadeó, sorprendida, al ver que Brad, que ya se había despojado de la chaqueta y de la corbata, estaba comprobando la temperatura del agua. Él se irguió y se giró hacia ella.
— ¿Has dicho algo? —preguntó.
—Eh, sí, solo estaba... eh... comentando lo bonito que es tu jardín... Brad, ¿se puede saber qué estás haciendo?
— Preparándole el baño, mi hermosa dama. Pensé que te ayudaría a relajarte antes de la cena —le señaló un estante de cristal lleno de frascos de sales de baño —. Ponle al agua lo que quieras. Esas sales me las trajo Sarah, la asistenta. Dice que ese rollo de la aromaterapia funciona de verdad —se acercó a ella, que se había quedado en la puerta, y le dio un rápido beso en la frente—. Disfruta del baño mientras yo preparo la cena — se apartó a un lado y salió apresuradamente del cuarto de baño.
Las gruesas toallas eran del mismo verde suave que la mullida alfombrilla. Rachel veía su imagen reflejada allí donde miraba. Los espejos hacían que aquel cuarto pareciera más grande de lo que era. Se sentó en el asiento de tocador y se quitó los zapatos y las medias. Tras despojarse de la chaqueta, se desabrochó la blusa y dejó ambas prendas sobre la encimera de mármol, a su lado. Se quitó rápidamente el resto de la ropa y se acercó a la sólida bañera. Eligió un frasco de sales de baño con olor a lavan—da y esparció su contenido por la superficie del agua antes de cerrar los grifos. Se sentó en el borde de la bañera y pasó las piernas por encima. Metió cautelosamente los pies en el agua y vio que su reflejo le sonreía. La temperatura era perfecta. Se deslizó rápidamente en el agua, que la cubrió hasta los hombros. Nunca había visto una bañera tan grande y profunda. Sintió un placer culpable por encontrarse allí, sabiendo que Brad estaba tan cansado como ella.
No era de extrañar que Brad volviera a la oficina relajado y cargado de energía tras pasar el fin de semana en casa. Cualquiera podría recargar las pilas en aquel ambiente.
Lanzando un suspiro de satisfacción, cerró los ojos y dejó que su mente vagara a la deriva. Aquello era justo lo que necesitaba, aunque no se lo hubiera reconocido a sí misma. Decididamente, Brad sabía cómo tratar a una mujer.
Debió de dormirse, porque lo siguiente que supo fue que el agua se agitaba a su alrededor. Abrió los ojos lentamente y de pronto se sentó, muy tiesa, al ver que Brad se metía en el agua. Como estaba frente a ella, pudo ver su cuerpo musculoso y bien formado, completamente desnudo.
—Perdona, no quería asustarte —dijo él con expresión inocente.
Intentando mantener la calma, Rachel esperó unos segundos, con la esperanza de que los latidos de su corazón se—aquietaran, antes de contestar:
—He debido quedarme dormida.
—A mí también me ha pasado una o dos veces.
La habitación se había ensombrecido. La luz indirecta que Brad había encendido al regresar daba un suave fulgor al techo y dejaba el resto de la estancia en penumbra.
—No se puede negar que sabes cómo hacer que una mujer se sienta a gusto —dijo Rachel.
La leve sonrisa de Brad se desvaneció.
—Tú eres la única mujer que ha visto esta parte de la casa, a excepción de Sarah, que por su edad podría ser mi abuela —la observó un momento antes de preguntar—. ¿Acaso crees que cada vez que salía con una mujer la traía aquí?
— No, no estaba pensando en nada en concreto. Además, no quiero que me hagas una lista de las mujeres con las que has salido durante todos estos años.
«No me hace falta», se dijo para sus adentros. «Conozco el nombre de todas y cada una de ellas.»
Brad se deslizó hasta su lado y dijo:
— ¿Quieres que te frote la espalda?
«Cálmate», se dijo Rachel. «Solo porque Brad sea el único nombre al que has visto desnudo, no hay razón para quedarse paralizada si se acerca un poco.» ¿No era aquello la realización de las fantasías que había albergado secretamente desde que lo conocía? Ni siquiera en sueños habría imaginado , una escena como aquella.
Sin esperar su respuesta, Brad le pasó los brazos alrededor de la cintura y la colocó suavemente entre sus piernas, de espaldas a él. Rachel reprimió un gemido, temiendo ponerse en ridículo. De repente, entendió el término «sobrecarga sensorial».
Brad tomó una esponja y una pastilla de jabón y empezó a frotarle lentamente la espalda desde el cuello a la cintura. No hizo ningún esfuerzo por ocultar su erección, lo cual provocó que la sangre de Rachel hirviera y corriera a toda velocidad por sus venas. Se arrimó un poco más a él y le pareció oír que a Brad le salía un gemido de lo más hondo del pecho. Tras frotarle la espalda con diligencia, él deslizó los brazos por sus costados y le cubrió los pechos con las manos. Rachel se recostó contra su pecho, reposando la cabeza sobre su hombro. Podía sentir su aliento en el cuello, ¿o eran sus labios acariciándola? Ladeó la cabeza y Brad pasó la lengua por la línea que discurría entre su oreja y su hombro. Rachel se estremeció de placer. Metió las manos en el agua, apoyándolas sobre los muslos velludos de Brad. Este se tensó y ella sonrió al notar su reacción. Brad le lamió lentamente el cuello.
Rachel había cerrado los ojos. Al abrirlos, vio a Brad abrazándola. Sus imágenes reflejadas se multiplicaban en los espejos que rodeaban la bañera. Rachel observó la cara de Brad, el cual parecía disfrutar enormemente de sus caricias. Ella siguió explorando su cuerpo con las pahuas de las manos, pasándolas desde sus rodillas hasta sus caderas, y esa vez oyó con nitidez el profundo gemido que escapó de su pecho.
Aquel era Brad, se dijo. Una semana antes, ella ni siquiera podía imaginar que se encontraría en una situación tan íntima con él. Deseaba saborear cada momento..., pero también quería hacer más cosas. Su cuerpo palpitaba y temblaba a medida que él jugaba con sus pechos, alzándolos en las palmas de las manos, frotando los pezones con los pulgares y trazando ligeros círculos sobre ellos hasta que se pusieron erectos.
Se apartó de él porque necesitaba recobrar el aliento. Brad bajó las manos hasta su cintura. Con una facilidad y una fortaleza que la sorprendió, le dio la vuelta para que lo mirara de frente. Rachel pasó las piernas flexionadas por encima de sus muslos. Él le ofreció una sonrisa seductora y puso las manos a ambos lados de su cuello.
— ¿Estás cómoda? —susurró.
Antes de que ella consiguiera recuperar el habla, Brad pasó la lengua por sus labios cerrados. Incapaz de resistirse a sus caricias, Rachel abrió la boca. Y entonces dejó de pensar. Solo podía sentir... y sentía cosas que nunca antes había experimentado. El ardor de los labios y de la lengua de Brad la encendía, y le hacía desear más. Se arrimó más a él, apretando los senos contra su pecho y devolviéndole el beso con mucho más entusiasmo que habilidad. A él no pareció importarle.
Cuando sus labios por fin se separaron, la respiración agitada de ambos resonaba en la habitación. Brad apretó las caderas de Rachel contra su cuerpo, recordándole su estado de excitación. Cuando la tocó entre las piernas, con un suave movimiento hacia adelante y hacia atrás, Rachel se movió hacia abajo, haciendo que la penetrara con los dedos. Ah, sí, el alivio que le produjo tenerlo dentro de sí la llenó de felicidad. Brad movió los dedos y ella empezó a moverse arriba y abajo rápidamente, indicándole que necesitaba más. Él la besó suavemente en los labios y en las mejillas.
—Tengo que preguntarte algo —le susurró finalmente al oído.
Ella se sentía ebria, incapaz de concentrarse en más de una cosa a la vez. En ese momento, su mente estaba fija en los ágiles movimientos de los dedos de Brad. «Por favor, no pares», pensó. «Digas lo que digas, por favor..., no... pares.»
— ¿Mmm? —consiguió decir.
— ¿Has estado alguna vez con un hombre?
La pregunta no tenía sentido. ¿Por qué le preguntaba por otros hombres en aquellos momentos, cuando estaban...?
Rachel abrió los ojos y lo miró inquisitivamente.
— ¿Por qué lo preguntas?
—Porque no quiero hacerte daño. Si es tu primera vez, necesito saberlo. Ahora mismo —respiraba agitadamente, como si le doliera algo.
—Y si te dijera que nunca he estado con un hombre, ¿te importaría? Pensaba que era evidente que no sé qué hacer...
Él deslizó los brazos bajo ella y la alzó con firmeza sobre su cuerpo, haciendo que el agua se agitara en repentina olas.
—No te preocupes por eso, cariño, porque yo sí lo sé