Capítulo 6

 

A BRAD le sorprendía que no estuviera enfadada. Había pensado que estaría furiosa porque se hubiera aprovechado de su inocencia excitándola sin ofrecerle una culminación sexual satisfactoria. Siguió mirándola y dijo:

— ¿No crees que deberías pensártelo unos días?

Se sentía como un tonto por argumentar en contra de su propia sugerencia, en un esfuerzo por portarse bien con Rachel. Casarse con ella era lo que más deseaba. Así que ¿por qué no cerraba la boca?

— Naturalmente, si fuera una proposición auténtica, me tomaría más tiempo para pensármelo, pero dadas las circunstancias... — su voz de desvaneció.

En fin, si iban a hablar del asunto, sería mejor que lo hicieran fuera del dormitorio.

Brad la agarró de la mano y la llevó escaleras arriba, al cuarto de estar. En cuanto llegaron a lo alto de la escalera, le soltó la mano.

Sabía que su comportamiento era ridículo, pero el mero hecho de estar a unos pasos de ella lo turbaba. Se acercó a la puerta corredera de cristal y la abrió de par en par. Necesitaba aire fresco. Una brisa vespertina se coló en la habitación. Brad señaló con la cabeza las sillas de la terraza.

— ¿Por qué no nos sentamos aquí fuera? —preguntó, saliendo a la terraza.

Ella lo siguió y se sentó frente a él. Su alegre falda se agitaba con la brisa y le recordaba los tesoros ocultos que no podía tocar. Brad se aclaró la garganta y dijo:

—Bueno, ¿de qué estabas hablando? Mi proposición es tan auténtica como la que más.

Ella sonrió.

— Quizá. Lo que pretendía decir es que, dado que no nos casaríamos por las razones habituales, no hace falta pensárselo mucho. No quiero volver a mi apartamento más que para hacer la mudanza. Como bien decías, en tu casa hay sitio de sobra para los dos.

Me parece que has tenido una idea muy sensata y razonable.

Brad experimentó una profunda sensación de alivio. Sus músculos se relajaron y se recostó en la silla lanzando un suspiro. Luego, frunció el ceño. Un momento. Rachel hablaba del asunto como si fuera un contrato comercial, con aquel tono profesional, diáfano y preciso.

Brad la observó en silencio. Parecía relajada, apoyada cómodamente en la tumbona, como si disfrutara plácidamente de la tarde, de las vistas y, quizá, de la compañía. No tenía aspecto de ejecutiva con su blusa y su falda de colores. Sin embargo, su expresión era idéntica a la que solía mostrar en la oficina: apacible y serena. ¿Su encuentro sexual no la había afectado en absoluto?

Claro que sí, se dijo con impaciencia. Rachel se había excitado tanto como él. Y, sin embargo, no mostraba signos de frustración. Había algo injusto en todo aquello. ¿Sabía Rachel lo difícil que le había resultado apartarse de ella, tanto física como emocionalmente? Estaba claro que no.

De pronto se sintió desanimado, pero Rachel no pareció notarlo.

— Supongo que tendremos que decidir cuándo y cómo nos casaremos —dijo, pensativa—. ¿Quieres invitar a algún familiar a la boda?

—No.

—En ese caso, no veo razón para celebraciones; ¿o tú sí? Mi familia lo entenderá perfectamente cuando les explique por qué nos hemos casado.

Él se mordió el labio inferior antes de hablar.

—No he pensado mucho en las formalidades que conlleva una boda. Solo pensaba en los resultados.

—No me sorprende, Brad. Tú siempre piensas en los resultados — si el resultado era llevarse a Rachel a la cama y retenerla allí unos cuantos días, o incluso semanas, decididamente estaba de acuerdo con aquella aseveración—. Pensemos dónde. En Texas hay que esperar tres días para casarse después de sacar la licencia matrimonial. No sé cómo será aquí, en Carolina del Norte. Como he traído el portátil, puedo mirarlo en Internet. Si no hay período de espera, podríamos casarnos mañana mismo y regresar inmediatamente a Dallas. ¿Qué prefieres hacer tú?

Rachel hacía que todo aquello pareciera una reunión de negocios. Brad se incorporó bruscamente. ¿Y qué?, se preguntó. ¿A él qué más le daba? Ciertamente, no quería una ceremonia sentimental en la que se juraran amor y devoción eterna. Rachel lo conocía bien. Podía desentenderse del asunto y dejar que ella se ocupara de todos los detalles.

—Me da igual. Si vamos a casarnos, hagámoslo cuanto antes —dijo.

Ella balanceó las piernas sobre el lateral de la tumbona.

—Miraré qué nos conviene más —regresó al interior de la casa.

Brad siguió contemplando el paisaje. La boda le interesaba menos que la luna de miel. Naturalmente, no tendrían una auténtica luna de miel. Debían volver a la oficina, el trabajo se les acumulaba. No sabía si era buena señal que no lo hubieran llamado de la oficina en las últimas veinticuatro horas. Quizá fuera mejor que llamara él, para comprobar si todo iba bien.

Entró en la casa. Rachel ya estaba enganchada al teléfono. Brad bajó las escaleras, entró en su habitación y tomó su teléfono móvil. Marcó un número grabado y aguardó a que Janelle contestara.

—Hola, Brad —dijo la secretaria alegremente—. ¿Qué tal van las cosas?

—Creo que ya está todo resuelto. Al menos, creo que Cari podrá acabar el trabajo sin necesidad de internamiento psiquiátrico, ¿Qué tal por ahí?

—Bien. Ha habido muchas llamadas, pero ninguna emergencia. Le he dicho a todo el mundo que podía localizarte si se trataba de algo urgente, pero me han dicho que esperarían a que volvieras.

—Bien —se quedó pensando un momento—. Janelle, ¿alguna vez me he tomado vacaciones?

— ¿Vacaciones? —repitió la secretaria, como si no supiera si lo había oído bien.

—Sí.

—No, al menos desde que yo estoy aquí; pero, claro, de eso hace solo cinco años.

—Tomo nota. ¿Tú crees que la oficina se sumiría en el caos si me tomara unos días libres?

Ella contestó, riendo:

—Creo que podríamos apañárnoslas bastante bien sin ti, Brad. Rachel siempre se encarga de todo cuando tus viajes se alargan más de lo previsto.

— Sí —dijo él frunciendo el ceño—. Rachel siempre está al quite.

— ¿Es que piensas irte de vacaciones? La verdad es que te vendría muy bien relajarte un poco y descansar.

— ¿Ah, sí?, ¿tú crees? ¿Y si cuando vuelva soy otro hombre? ¿Crees que podrás acostumbrarte?

—Bueno, lo cierto es que dudo que puedas mantenerte alejado de la oficina más de un par de días. No te imagino haraganeando en una playa perdida.

Él se echó a reír.

—No sabía que fuera tan predecible.

— ¿Rachel sigue contigo?

—Claro. Ha sido de gran ayuda.

—Tengo un par de mensajes para ella. Uno es de su hermana, que llamó para preguntar por qué no contestaba al teléfono. Le dije que estaba fuera de la ciudad y me ofrecí a darle el número de allí, pero dijo que esperaría a que la llamara cuando volviera.

—Le daré el mensaje. Pásame con Rich. Nos mantendremos en contacto. Ya sabes dónde encontrarme.

—Claro. Espera, voy a pasarte con él. Tras una serie de pitidos y chasquidos, el jefe de administración se puso al teléfono. —Aquí Rich Harmon.

— Soy Brad. ¿Qué tal va todo?

Rich le resumió lo que había pasado en la oficina durante su ausencia y le explicó cómo había conseguido hacerse con la situación. Brad quedó impresionado. Rich parecía manejarse a la perfección en sus nuevas responsabilidades. Quizá, después de todo, no pasaría nada si se iba con Rachel unos días.

Cuando Rich acabó, Brad dijo:

— Saldremos mañana por la mañana, no sé a qué hora. Estaré en la oficina a media tarde, como mucho. Si hay algo que quieras que mire antes del lunes, déjamelo encima de la mesa.

Colgó y volvió a subir las escaleras. Rachel levantó la mirada, que tenía fija en la pantalla del ordenador.

—Mira, esto es lo que he encontrado. Si queremos casarnos en Carolina del Norte, no hay período de espera. Tendremos que sacar la licencia en un juzgado. Podemos hacerlo mañana por la mañana. Con un poco de suerte, habrá alguien que pueda casarnos antes de que nos marchemos. ¿Qué te parece?

A Brad se le hizo un nudo en el estómago. Aquello era exactamente lo que quería. Aquel encogimiento de las tripas se debía sin duda a las lecciones que había recibido durante su infancia acerca de las mujeres.

Pero aquello era distinto. Si su padre conocía alguna vez a Rachel, Dios no lo permitiera, descubriría que su teoría estaba equivocada. No todas las mujeres eran tan malas como su padre las pintaba. Naturalmente, Rachel confundiría por completo a su padre. Era demasiado honesta para que Harold Freeland la entendiera. Su padre siempre juraba que no había mujer honesta.

Rachel vería a través de Harold como si este fuera transparente. En otra época, Harold había ganado mucho dinero utilizando su encanto y su labia. Pero a Rachel no podría estafarla. Ella vería al instante la vacuidad que se ocultaba bajo su fachada de gran señor.

A veces, Brad soñaba que vivía aún con su padre y que lo seguía de ciudad en ciudad, huyendo de la policía o del sheriff.

— ¿Brad?

Ah, sí. Rachel le había hecho una pregunta, ¿no? Sobre su boda.

— Perdona, estaba pensando en otra cosa. Creo que tienes razón. Lo mejor es que nos casemos aquí y volvamos a Dallas mañana mismo. ¿Qué se necesita para sacar la licencia?

— Solo el permiso de conducir.

Él asintió. Bien. Su asistente había vuelto a encargarse de todos los detalles.

— ¿Dónde está el juzgado?

—En Asheville, así que no tendremos que desviarnos del camino —miró su reloj—. No sé tú, pero yo estoy muerta de hambre. ¿No te apetece tomar nuestra última cena antes del cumplimiento de la sentencia? —bromeó.

Él apretó la mandíbula.

— ¿Eso es lo que piensas de nuestra boda?

—No, en absoluto —contestó ella con ligereza—. Solo estaba bromeando. Llevas toda la tarde muy serio —se apoyó contra uno de los taburetes de la cocina—. Mira, si has cambiado de idea, lo entenderé perfectamente. Tengo otras opciones. Pensaba irme a casa de mi hermana una temporada.

Cuando se canse de mí, podría irme donde mi hermano, que tiene una casa muy grande en el campo y que...

—Oye, no hay razón para que te pongas a la defensiva. Si quieres ir a visitar a tu hermana, no me importa. Mereces tomarte unas vacaciones... Lo cual me recuerda que Janelle me ha dicho que tu hermana te llamó esta mañana.

—No me extraña. Le dejé un mensaje en el contestador, antes de saber que vendríamos aquí, diciéndole que tal vez fuera a visitarla.

— ¿Prefieres ir a visitarla a casarte conmigo?

— ¿Es que son cosas incompatibles? — ella sonrió — . ¿Sabes, Brad?, empiezas a parecer un novio ansioso. Si no te conociera, pensaría que...

—Me conoces lo bastante bien como para saber que siempre mantengo mi palabra. Te hice una proposición. La aceptaste. Por la mañana le diremos a Cari que nos lleve al juzgado de Asheville. Después tomaremos un taxi hasta el aeropuerto. Ahora, vamonos a cenar.

Esa noche, cuando por fin se metió en la cama, Rachel temblaba de cansancio. Durante la cena, Brad le había dicho como si tal cosa que era una de las mujeres más honestas que conocía. No conseguía quitarse aquellas palabras de la cabeza.

Cerró los ojos, angustiada, pensando en lo deshonesta que había sido con él. Al principio, había pensado que su proposición de matrimonio era un insulto. Brad planteaba la boda como un asunto de simple conveniencia. Si se casaba con él, su rutina no se vería perturbada; en cambio, si se tomaba una excedencia, su jefe tendría que buscar a alguien que la sustituyera en la oficina.

Luego, Brad la había besado con tanta pasión que ella se derritió como una vela de cera junto a una hoguera. Nunca le había permitido a un hombre tales intimidades y, sin embargo, no se había sentido violenta ni azorada por sus caricias. Al contrario, había descubierto una nueva faceta de su ser.

Sabía que no habría detenido el curso natural del más delicioso encuentro amoroso que pudiera imaginar. Y no esperaba que fuera él quien lo detuviera, cuando era evidente que estaba tan excitado como ella.

Solo al ver que Brad se apartaba de ella, había comprendido que aquel hombre, que proclamaba a voz en grito que no sabía lo que era el amor y que en varias ocasiones había afirmado que nunca se casaría, estaba a punto de desmentir ambas aseveraciones. Quería casarse con ella para protegerla de un acosador, pero se había apartado de ella para protegerla de sí mismo.

Rachel pensó en los recuerdos que había atesorado de Brad a lo largo de los años. Había empezado siendo su jefe y, al final, se había convertido en su amigo. En grado menor, se había convertido en su confidente, y ella en el de él.

Pocos matrimonios empezaban con fundamentos tan sólidos. Rachel había comprendido que Brad se tomaba en serio su proposición al ver cómo reaccionaba cuando le dijo que estaba de acuerdo en casarse con él. Al principio, se había mostrado aterrorizado, pero luego había apretado la mandíbula y había mantenido su palabra.

Pobrecito. Estaba muerto de miedo por tener que enfrentarse a aquella situación de intimidad, por la posibilidad de volverse vulnerable, de compartir su vida con otra persona. Y a pesar de todo, había mantenido su oferta en pie. Estaba decidido a hacer cuanto estuviera en su mano por protegerla.

Brad era un hombre de palabra. Un hombre íntegro. Rachel lo quería, desde luego. El peligro consistía en que él se diera cuenta. Si quería ver el pánico reflejado en el rostro de un hombre, lo único que tenía que hacer era declararle sus sentimientos.

De alguna manera tenía que ingeniárselas para fingir que no le daba importancia al asunto, que aquello era perfectamente normal. No sabía si sería tan buena actriz, pero sabía que debía intentarlo.

Quería que su matrimonio durara, no habían hablado de un acuerdo temporal. Trabajaban a gusto juntos. Y su pequeño encuentro de aquella tarde sugería que también eran compatibles en la cama. Tenían buenos cimientos sobre los que construir su unión. Rachel debía plantearse su matrimonio como una obra de larga duración y armarse de paciencia, confiando en que quizás, algún día, Brad confiaría en ella lo suficiente como para bajar la guardia. Sabría cuándo había llegado ese porque él se mostraría dispuesto a hablarle de su vida anterior. Por más que Brad insistiera en que su pasado carecía de importancia, Rachel sabía que no era así. El pasado seguía influyendo en su vida y en las decisiones que tomaba. O lo había hecho hasta ese día, cuando, al pedirle que se casara con él, había roto aquella pauta.

Rachel sabía que, algún día, Brad descubriría por sí mismo que sus viejas creencias habían limitado y constreñido sus posibilidades de encontrar la verdadera felicidad.