Capítulo8
EL VERANO había llegado en todo su esplendor. Tom apagó la sierra mecánica un momento para pasarse una mano por la cara. Le dolía la espalda y sentía como si se hubiera roto los nudillos veinte veces. Y daría una buena porción de su cuenta bancaria por una ducha fría. Pero la ducha podía esperar porque tenía una misión.
Se secó las manos en los vaqueros y se puso la camiseta, que se había quitado para trabajar, mientras iba hacia la casa.
Ver a Maggie llorar la noche anterior le había hecho un nudo en el estómago. Su deseo de ayudarla, de consolarla, lo había sorprendido de un modo inesperado. Tanto, que había llegado a trabajar al día siguiente antes de que ella se hubiera levantado, y llevaba seis horas desbrozando sin parar.
Era lo mínimo que podía hacer por ella, encontrar esa salida a la playa que le hacía tanta ilusión
-¿Maggie?
-¿Sí?
-¿Estás lista para comer?
-Voy enseguida -contestó ella-. Hoy has estado muy calladito, ¿no?
-Sí, bueno...
Tom se acercó a ver el cuadro y comprobó que no estaba. En su lugar había otra tela pintada en un tono más fuerte, tan brillante, que era casi cegadora.
Cuando miró a Maggie, no sabía por qué, le pareció más guapa que nunca. Iba despeinada, como siempre, y llevaba una camiseta blanca que destacaba el moreno que había empezado a adquirir su piel. Y unos pantalones cortos que dejaban al descubierto unas piernas estupendas...
¿Siempre había sido tan guapa?
-Perdona. ¿Tienes prisa por comer?
-No, no. Es que estaba pensando... espero que no te hayas depilado por mí.
-¿Qué?
-Tus piernas. No sabía que tuvieras piernas.
-¿Tenías tus dudas?
-Pues sí. Y me alegra mucho saber que tienes dos piernas perfectas.
-No sé si te habrás dado cuenta, pero haceun calor terrible. Si tú puedes trabajar ahí fuera sin camiseta, yo puedo trabajar en pantalones cortos.
Tom levantó las manos en señal de rendición.
-Oye, que yo no me he quejado. ¿Me has visto trabajar?
-Bueno, tengo que comprobar que no estás ahí perdiendo el tiempo y malgastando mi dinero.
-Ah, ya.
-¿Alguna cosa más? ¿O podemos comer?
-Vamos a comer. Fuera.
-¿Por qué? Hace mucho calor.
-Tú pagaste la cena el sábado y eso hirió mi sensibilidad masculina, así que he decidido compensarte. He traído algo especial.
-¿En serio?
-Pero antes tengo que taparte los ojos. Es una sorpresa.
-No...
-Sí -insistió Tom, quitándole la bandana roja del pelo para taparle los ojos-. Venga, muévete.
Un minuto después, en el porche, Tom le quitó la bandana y Maggie se quedó boquiabierta. Frente a la casa podía ver no la maleza sino el horizonte. El acantilado que caía suavemente hacia... su playa.
Sobre la hierba había una manta de cuadros y, encima de ella, una nevera con gambas, una botella de vino y un montón de quesos exóticos.
-Pero bueno... ¿has hecho todo esto esta mañana?
-Sí. He limpiado esta salida para que puedas bajar a la playa. ¿Qué te parece?
La vista era maravillosa. El acantilado estaba a la izquierda y la playa de Mornington a la derecha. El océano, de un azul verdoso, delante de ellos, misterioso y tranquilo.
Aunque Tom no era responsable por toda esa belleza, se colocó a su lado para ver su expresión.
Y fue como un golpe en el plexo solar. Maggie Bryce irritada era intrigante, Maggie Bryce riendo era encantadora y Maggie Bryce relajada y feliz era... increíblemente preciosa.
-¿Ha merecido la pena?
-Lo dirás de broma... es increíble.
Entonces, de repente, sin pensarlo siquiera, le echó los brazos al cuello. Tom se quedó cortado al principio, pero enseguida le devolvió el abrazo. El alivio de tenerla entre sus brazos fue algo explosivo. Para cuando se dio cuenta de que lo que experimentaba era el deseo de no soltarla nunca era demasiado tarde.
Maggie se aclaró la garganta para controlar la emoción y dio un paso atrás.
-Ven, vamos -dijo Tom entonces-. Aunque esta vista sea maravillosa, no he trabajado más en toda mi vida y estoy hambriento.
-Ah, sí, perdona. Todo esto es genial, de verdad. No sé cómo darte las gracias.
-Esto era lo que esperabas cuando me llamaste, ¿no?
-La verdad es que no sabía qué esperar. Una señal, quizá. Algo que me dijera si había hecho bien comprando esta casa y qué podría hacer después.
-¿Después?
-No sabía si venderla y volver a Melbourne, pero... La casa me ha enganchado, desde luego. Mis amigas decían que sería así. Y yo creo que también te ha enganchado un poco a ti.
-Entonces, ¿no vas a venderla?
-No lo sé. Es demasiado... importante para mí -contestó Maggie, tragando saliva.
Entonces sonó el teléfono.
-¿Sabes quién puede ser? -preguntó Tom.
-Ni idea -contestó ella, levantándose a toda prisa-. Seguramente se habrán equivocado de número, pero será mejor que vaya a comprobarlo de todas formas. Oye, gracias por todo, Tom. Esto es maravilloso, de verdad. Es lo más bonito que nadie ha hecho por mí... nunca.
-Ha sido un placer.
Maggie se alejó, dejando atrás su perfume y a Tom solo en su manta de merienda.
Quizá se habían equivocado de número. O sería de la tienda de pinturas para decirle que habían encontrado una que buscaba. O quizá ella había salido corriendo porque pensaba que podría ser Cari.
Tom miró las gambas que con tanta ilusión había colocado en la nevera. De repente, ya no tenía hambre.
Maggie corrió al estudio y levantó el auricular.
-¿Sí?
-Señora Bryce, soy Constance, de la tienda de muebles. Llamo para decirle que los sofás de color café que estuvo mirando el otro día están disponibles. Así que, si los quiere, son suyos.
Maggie sonrió, apoyándose en la pared para mirar a Tom por la ventana.
-Claro que los quiero, Constance.