Capítulo 7
Vuelta a la rutina… por desgracia. Las mini vacaciones me han sabido a muy poco. Si por mí hubiese sido me habría perdido un mes entero con Gabrielle. Venecia, París, Roma… cualquier destino romántico me serviría. Pero es hora de poner los pies en el suelo y volver al trabajo.
Por si fuese poco con las pocas ganas que tengo de trabajar, esta mañana está lloviendo a cántaros. Miro por la ventana recordando otro día igual de lluvioso, hace ya tanto tiempo… aquel día encontré a la mujer de mi vida, y desde entonces doy gracias por ello.
La mañana está siendo relativamente tranquila. Cristen ha hecho un excelente trabajo, y todo está como si no hubiese desaparecido dos días del mapa. Hace un rato ha aparecido un mensajero con una gran caja de bombones y una nota para ella de parte de mi chica, y Cristen se ha emocionado tanto como si el que lo hubiese hecho fuera su novio.
—Señor Lambert, la señora Simmons desea verle.
La voz de mi secretaria hace que me den escalofríos. ¿Otra vez? ¿Qué coño querrá ahora esta endemoniada mujer?
—Hazla pasar, Cris. Acabemos con esto.
La mujer que entra por la puerta no es la mujer que conocí. Está muy desmejorada, tiene unas ojeras enormes y ha perdido varios kilos. Vaya… parece que a ella también le está pasando factura todo este asunto.
Me siento en mi silla y la invito a ocupar su lugar al otro lado de la mesa. Se sienta cabizbaja, retorciéndose las manos nerviosa. ¿Qué coño le pasa ahora?
—¿Y bien? ¿Qué puedo hacer por ti?
—Bueno, yo… es que…
—Estoy esperando, Marguerite.
—Vengo a disculparme contigo.
—¿¿Perdón??
Mi cara de sorpresa tiene que ser todo un poema. Creo que hasta se me ha desencajado la mandíbula de la impresión.
—Quiero pedirte perdón por todo el daño que te he hecho.
—Me parece que estoy alucinando… ¿Tú, pidiendo perdón? ¿En serio?
Marguerite se pone a llorar con la cara escondida entre sus manos. Sé que estoy siendo muy duro, pero por culpa de ella casi pierdo a Gabrielle, y no es algo que se pueda olvidar fácilmente.
—Sé que te hice perder a la mujer de tu vida, y no sé cómo remendar el daño —continúa—. En estos días me he dado cuenta de la clase de persona en la que me he convertido, y te aseguro que no me gusta nada.
—¿Qué te ha pasado, Marguerite? Pareces otra persona.
—Cuando le conté a mi familia que Josh había pedido el divorcio, me dijeron a la cara unas cuantas verdades de las que no me había querido dar cuenta. Lo he perdido todo, Derek. Necesito conservar al menos la dignidad.
—Disculpas aceptadas. ¿Algo más?
—Dile a Josh que… que acepto el trato y que en cuanto lleguen los papeles del divorcio los voy a firmar. No me quedan fuerzas para seguir luchado —dice levantándose—. Yo sola me he buscado esto, y sola debo salir.
Dicho esto, rompe a llorar. ¡Joder! No puedo verla tan deshecha. Por mucho daño que me haya hecho nadie se merece pasarlo tan mal. Me acerco despacio y la abrazo con cuidado, casi con miedo a que todo sea una treta más. Pero ella se agarra a mi camisa y llora incluso más fuerte, sus hipidos están a punto de desarmarme.
—Vamos, Marguerite, cálmate. Todo saldrá bien.
—Lo he… hecho todo mal… yo… he destrozado… mi vida.
—Saldrás adelante, ya lo verás.
Acaricio suavemente su cabello para intentar que se calme. Apenas pasan unos segundos, pero ya me siento incómodo con la situación.
En ese momento la puerta de mi despacho se abre, y mi mundo se derrumba: Gabrielle entra sonriendo, pero su sonrisa muere en sus sonrosados labios cuando ve a Marguerite apoyada en mi pecho. Abre los ojos de par en par y echa a correr escaleras abajo.
Me deshago del abrazo de Marguerite y salgo a correr tras ella. La alcanzo en la calle, a escasos metros de mi oficina. Está parada en medio de la lluvia, llorando.
—¿Por qué has salido corriendo de esa manera? —pregunto suavemente.
—¡Vete!
—Nena… mírame, por favor.
—¡He dicho que te vayas!
—¡Y una mierda! —grito frustrado— ¿Qué coño crees que pasaba ahí arriba, Gabrielle?
—¡Dímelo tú!
—¡No pasaba nada, joder! ¡Vino arrepentida y rompió a llorar! ¿Qué demonios querías que hiciera?
—Bonita excusa para engatusarte.
—¿Engatusarme? ¿En serio crees que alguna otra mujer podría engatusarme? ¡Solo te quiero a ti, joder! —La agarro de la muñeca para impedir que salga corriendo.
—¡No te creo! —Intenta zafarse de mí— ¡Es ella! ¡La misma mujer con la que estuviste dándote el lote!
—¡Sabías que estoy llevando su divorcio! ¡Sabías que ibas a tener que verla en mi despacho!
—¡¿Y por eso tengo que tragar cómo la abrazas?! ¡¿Y por eso tengo que aguantar que…
—¿Aguantar qué, Gabrielle? ¡No hice nada! ¡Ni antes ni ahora!
—Derek… márchate, por favor. Déjame sola.
—No pienso dejarte en este estado, yo…
—Necesito pensar.
—¿Pensar en qué? —la realidad me golpea como un mazo— No confías en mí… ¿verdad? Crees que te voy a engañar con otra… ¡Contéstame!
—Yo…
No la dejo terminar. Me alejo de ella con la sorpresa y la decepción pintadas en mi cara. Necesito despejarme, necesito respirar. ¿Por eso no quiere casarse conmigo? ¿Porque no confía en mí?
Me dirijo con paso cansado al edificio de mi oficina. Marguerite está de pie en la entrada, mirándome entristecida. Cuando paso por su lado apoya su mano en mi brazo, gesto que aunque parezca increíble me reconforta.
—Lo siento, Derek —dice—. Iré a hablar con ella y…
—No serviría de nada. Todo esto es culpa mía. Debí saber que no todo podía ser tan perfecto.
Los días siguientes los paso encerrado en mi despacho, trabajando a destajo para no pensar en ella. Un millón de veces he descolgado el auricular del teléfono para llamarla, para convencerla de que digo la verdad, pero… ¿de qué serviría? Si no tengo su confianza… no tengo nada.
Resulta jodidamente irónico: la encontré un día de lluvia… y un día de lluvia la he vuelto a perder.